} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO

domingo, 31 de agosto de 2025

ESTUDIO LIBRO GÉNESIS 1:9-13


Génesis 1: 9-13.

 

9  Dijo también Dios: Júntense las aguas que están debajo de los cielos en un lugar, y descúbrase lo seco. Y fue así.

10  Y llamó Dios a lo seco Tierra, y a la reunión de las aguas llamó Mares. Y vio Dios que era bueno.

11  Después dijo Dios: Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé fruto según su género, que su semilla esté en él, sobre la tierra. Y fue así.

12  Produjo, pues, la tierra hierba verde, hierba que da semilla según su naturaleza, y árbol que da fruto, cuya semilla está en él, según su género. Y vio Dios que era bueno.

13  Y fue la tarde y la mañana el día tercero.

 

 

9. Dijo Dios: «Júntense las aguas que están debajo de los cielos en un lugar, y descúbrase lo seco». Y así fue. Dios culminó aquí su obra creadora sobre la materia inanimada, cuando su mandato todopoderoso ordenó que las aguas de debajo de los cielos, debajo del firmamento que Él había construido, se reunieran en un solo lugar, por sí solas. En el caos, la mezcla de sólidos y líquidos había sido tan completa que impedía la designación de «tierra seca». Pero ahora, tanto los sólidos como los líquidos debían separarse, de modo que la tierra seca, tal como la conocemos, fuera visible. Dios nuevamente causa una separación. Permite que la tierra seca surja del agua. Nuevamente da nombres a su obra: llama a la tierra seca “tierra” y a la reunión de las aguas “mares”. Con esto también delimita las aguas (Proverbios 8:29 Cuando ponía al mar su estatuto,  Para que las aguas no traspasasen su mandamiento; Cuando establecía los fundamentos de la tierra; Jeremías 5:22 ¿A mí no me temeréis? dice Jehová. ¿No os amedrentaréis ante mí, que puse arena por término al mar, por ordenación eterna la cual no quebrantará? Se levantarán tempestades, mas no prevalecerán; bramarán sus ondas, mas no lo pasarán.).

 

10. Y llamó Dios a lo seco «Tierra», y a la reunión de las aguas la llamó «Mares». Y vio Dios que era bueno. No había ningún compuesto químico, sino una mera mezcla de partículas sólidas y líquidas en la masa que componía el caos. La división se llevó a cabo por mandato divino, y la tierra seca se conoció desde entonces como tierra, mientras que los lugares de la superficie terrestre donde las aguas se habían reunido en grandes masas se llamaron mares u océanos. Y de nuevo Dios vio que el resultado de su omnipotencia era bueno, que cumplía exactamente el propósito para el que estaba destinado.

 

11. Y dijo Dios: «Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla, y árbol de fruto que dé fruto según su género, cuya semilla esté en él, sobre la tierra». Y así fue. Habiendo emergido la tierra seca de las aguas, ahora era posible, por mandato divino, que la tierra se cubriera de vegetación, de hierba verde y tierna, de plantitas que dieran semilla, y de árboles de toda clase que dieran fruto. Así como el Señor dio a la tierra el poder de producir plantas, también les dio el poder de propagar su especie produciendo semilla y fruto.

Ese no es el final del tercer día. Dios habla dos veces en este día. Él quiere que el fruto aparezca en la tierra. El hombre podrá disfrutarlo. En el fruto mismo, Él pone la semilla, a través de la cual surge nuevo fruto. El fruto se multiplicará. Dios es un Dios de multiplicación, de abundancia.

 

  12. Y la tierra produjo hierba verde, hierba que da semilla según su género, y árbol que da fruto, cuya semilla está en él, según su género. Y vio Dios que era bueno. Así, por la palabra del poder de Dios, surgieron las plantas maduras, plenamente capaces de reproducir su género y especie mediante semilla y fruto. No fue una generación gradual, como bajo las leyes actuales de la naturaleza, sino que la tierra produjo los ejemplares plenamente desarrollados como obra creativa de Dios, perfectamente aptos para ocupar su lugar en el universo.

Ahora bien, la clave aquí es la hierba, las hortalizas y los árboles que dan semilla según su género. Nunca nadie podrá refutar esto. Los hombres han sembrado trigo durante milenios, y ninguno aún no ha plantado un grano de trigo que dé un tallo de maíz. Son «hierbas que dan semilla según su género», cada una con su propio código genético que se reproduce según su género; algo fascinante. Además, aquí empezamos a ver parte del ingenio inventivo de Dios, creando semillas para que se reproduzcan según su especie. Pero sería necesario que esas semillas se propagaran a otras áreas. Por eso siempre me fascinan las diversas maneras en que Dios diseñó para que las semillas se propagaran. Hay algunas semillas pequeñas que crecen en las piñas. Ahora bien, si cayeran directamente debajo del pino, probablemente no sobrevivirían mucho tiempo porque el pino madre estaría absorbiendo demasiados nutrientes del suelo. No habría espacio para que creciera, no habría suficiente luz, y por eso la semilla necesita alejarse un poco del pino madre. Entonces, ¿qué hizo Dios? Diseñó una pequeña ala en esa semilla. Y cuando la piña se seca, comienza a abrirse y la pequeña semilla cae libremente. Pero con esa ala, comienza a girar casi como el rotor de un helicóptero y gira lo suficientemente lejos del pino como para que, al aterrizar, encuentre un lugar adecuado para crecer y convertirse en un nuevo pino. ¡Qué accidente tan maravilloso! Me pregunto cuánto tiempo pudo haber existido el pino antes de decidir: "Necesito que mis semillas crezcan más" y desarrollar esa pequeña alita en la semilla.

Hay otras semillas que, cuando la vaina se seca, explotan. Se revientan y la semilla sale disparada, como una semilla explosiva. Luego hay otras semillas que tienen un pequeño gancho en la punta, y tú o un animal pasan cerca, y esa pequeña semilla se engancha en tus pantalones y se va libre, o en tus calcetines. Y entonces sientes una irritación en el tobillo, y te agachas, sacas la semilla y la tiras. Ah, la ayudaste a propagarse.

Hay otras semillas que desarrollan un pegamento de secado rápido. En cuanto te tocan, se pegan. Pero luego, muy pronto, cuando el pegamento se seca por completo, se caen y se propagan. Otras semillas se envuelven en un jugo delicioso y todo eso, con un poco de sustancia carnosa, y así se comen, o el oso se come las bayas y luego propaga las semillas en otras zonas.

La forma en que las semillas están diseñadas para propagarse es realmente fascinante. Hay algunas semillas que construyen un pequeño paracaídas. Brotan un pequeño paracaídas sobre la semilla y simplemente esperan a que sople el viento, y este llega y levanta la semilla. Y la ves flotando en el aire, dirigiéndose a algún lugar para propagarse donde el viento la deje caer, y luego se entierra y comienza a crecer.

La semilla de coco es una semilla fascinante; ha conquistado el Pacífico Sur. Se ha cubierto con una cáscara impermeable. Y así, cuando soplaba un huracán, el coco se desprendía y caía al agua, y era arrastrado por la cáscara impermeable. Cruzaba el océano y era arrojado a alguna playa. Y las olas lo cubrían de arena, y tenía suficiente agua en su interior para sostener las raíces hasta que pudieran llegar a la profundidad necesaria para obtener su propia fuente de agua. Y, por supuesto, brotaba un pequeño cocotero que comenzaba a propagarse por las islas del Pacífico Sur.

Frutos que daban semillas, semillas que daban hortalizas, semillas que daban hierbas, según su especie. ¡Qué testimonio del ingenio inventivo de Dios en la creación! Como dice la Biblia: « Los cielos cuentan la gloria de Dios, Y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, Y una noche a otra noche declara sabiduría. No hay lenguaje, ni palabras, Ni es oída su voz.» (Salmo 19:1-3).

Y simplemente mira a tu alrededor, Dios te hablará a través de la hierba, de las hortalizas, de las flores, de los árboles. A través de Su creación, al observar la sabiduría, al estudiarla, Dios diseñó las hojas para que absorban y transformen los rayos del sol en energía, y todo, y los procesos de fotosíntesis mediante los cuales el sol se convierte en energía para alimentar al árbol. Maravillosos son Sus caminos. Maravilloso es Su genio creativo al observar las diversas formas de vida.

Con esto concluyó la obra del tercer día.

 

13. Y fue la tarde y la mañana del tercer día.

El tercer día en la vida del creyente se caracteriza por dar fruto. Ha aceptado la enseñanza de Dios sobre la vieja y la nueva naturaleza. El conflicto del segundo día ha terminado. Él está en tierra firme, Dios lo ha puesto en tierra firme. El tercer día en la Biblia habla de la resurrección del Señor Jesús. Quien ve que el Señor Jesús no solo murió y fue sepultado por sus pecados, sino que también resucitó al tercer día (1Corintios 15:3-4 Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras;  y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras;), tiene paz con Dios: « sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, 25  el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación.» Romanos 4:24-25. Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; Romanos 5:1. La paz llega a su corazón. Se siente seguro en el Señor Jesús y aceptado por Dios. La nueva vida comienza a dar fruto (Juan 15:5 Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer), fruto que es para la gloria de Dios (Juan 15:8 En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos.).

sábado, 30 de agosto de 2025

ESTUDIO LIBRO GÉNESIS 1:3-5


Génesis 1: 3—5.

 

3 Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz.

4  Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas.

5  Y llamó Dios a la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche. Y fue la tarde y la mañana un día.

 

 

 Él la quiso, e inmediatamente hubo luz. ¡Qué poder el de la palabra de Dios! En la nueva creación, lo primero que se lleva al alma es la luz: el bendito Espíritu obra en la voluntad y en los afectos iluminando el entendimiento. Quienes por el pecado eran tinieblas, por gracia se convierten en luz en el Señor. Las tinieblas hubieran estado siempre sobre el hombre caído si el Hijo de Dios no hubiera venido para darnos entendimiento, 1 Juan v. 20.

La luz que Dios quiso, la aprobó. Dios separó la luz de las tinieblas, pues, ¿qué comunión tiene la luz con las tinieblas? En los cielos hay perfecta luz y ningunas tinieblas; en el infierno, la oscuridad es absoluta y no hay un rayo de luz. El día y la noche son del Señor; usemos ambos para su honra: cada día en el trabajo para Él y descansando en Él cada noche. Meditando día y noche en su ley.

 

Y dijo Dios... Esta frase se usa nueve veces en este relato de la creación; Longino el Pagano la admira en su tratado "De lo Sublime" como un noble ejemplo de ello; y está bellamente parafraseada y explicada en el Salmo 33:6 como expresión de la voluntad, el poder, la autoridad y la eficacia del Ser divino; cuya palabra está revestida de poder, y quien puede hacer y hace lo que quiere, tan pronto como le place; sus órdenes siempre son obedecidas. Quizás la Persona divina que habla aquí es el Logos o el Verbo de Dios, que estaba en el principio con Dios, y era Dios, y quien es la luz que ilumina a toda criatura. Las palabras pronunciadas fueron: "Hágase la luz", y la luz se hizo; al instante apareció; "Dios mandó que la luz brillara de las tinieblas"; como dice el apóstol en 2 Corintios 4:6, esto fue lo primero que surgió del caos oscuro; Como en la nueva creación, o la obra de la gracia en el corazón, la luz es lo primero que se produce allí: no es fácil decir qué era esta luz.

Algunos rabinos judíos, y también algunos escritores cristianos, creen que los ángeles están diseñados por ella, lo cual no es del todo probable, como lo demuestran los fines y el uso de esta luz. Otros opinan que es lo mismo con el sol, cuya repetición se hace al cuarto día, debido a su uso y eficacia para la tierra y sus plantas; pero otros, con mayor acierto, la consideran diferente del sol, y una luz más tenue, que luego se concentró y perfeccionó en el cuerpo del sol.

Es la opinión de Zanchius, y la que aprueba el Sr. Fuller, que era un cuerpo lúcido, o una pequeña nube lúcida, que por su movimiento circular de este a oeste creaba el día y la noche; quizás algo similar a la columna de fuego que guió a los israelitas en el desierto, y que sin duda tenía calor además de luz. y que, de hecho, dos, más o menos, van juntos; y bien puede pensarse que este cuerpo está compuesto de tales partículas ígneas. La palabra «Ur» significa tanto fuego como luz.

La palabra de Dios se dirigió entonces a la materia prima del mundo, ahora llena de poderes creativos de vitalidad, para crear, a partir de los gérmenes de organización y vida que contenía, y en el orden preordenado por su sabiduría, a aquellas criaturas del mundo que proclaman, al vivir y moverse, la gloria de su Creador (Salmo 8:1-9).

La obra de la creación comienza con las palabras: «Y dijo Dios». Esta frase, que se menciona tan repetidamente en el relato, quiere decir “resolvió, decretó, estableció”; y la voluntad determinante de Dios fue seguida en cada caso por un resultado inmediato. Sea que el sol fuera creado al mismo tiempo que la tierra, o mucho antes, la densa acumulación de neblinas y vapores que envolvía el caos, había cubierto nuestra esfera con una obscuridad absoluta. Pero por el mandato de Dios, la luz se hizo visible; las grandes nubes lóbregas fueron disipadas, rotas o enrarecidas, de modo que la luz se difundió sobre la expansión de aguas. El efecto se describe en el nombre DIA, que en hebreo significa calor; mientras que el nombre NOCHE significa ARROLLAR, pues la noche envuelve todas las cosas en un manto obscuro.

Y dijo Dios: «Sea la luz»; y fue la luz. Dios habló; aquí se presenta la Palabra todopoderosa de Dios, la segunda persona de la Deidad (Jn. 1:3). La creación del mundo es obra del Dios Trino. Por la palabra de su poder creó la luz, la luz elemental, la trajo a la existencia en medio de las tinieblas, y le ordenó que brillara de las tinieblas (2 Co. 4:6).

Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas. La luz era buena, era una criatura perfecta del poder omnipotente de Dios; y así Dios separó la luz de las tinieblas, de modo que ya no estaban en un estado caótico (v. 5). Y llamó Dios a la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche. El tiempo había comenzado para la tierra, y por lo tanto, el Señor estableció esta regla para la división de la luz y la oscuridad, ya que se suceden en orden regular, incluso antes de la creación de los cuerpos de luz. Él mismo definió la unidad de tiempo que así ordenó. Y la tarde y la mañana fueron el primer día. Y fue la tarde, cuando la oscuridad reinaba sola, y fue la mañana, cuando el poder omnipotente de Dios creó la luz y la separó de la oscuridad. Desde el primer día del mundo, la recurrencia regular de la oscuridad y la luz marca el período de un día, tal como ahora lo dividimos en veinticuatro horas. Este es el significado fundamental de la palabra hebrea aquí utilizada, que debe asumirse incluso en el Salmo 90:4, donde el Señor se adapta al lenguaje y las limitaciones humanas, a modo de comparación.

Las palabras que Dios pronuncia son cosas existentes. «Él habla, y se hace; Él ordena, y permanece». Estas palabras son obras de la Palabra esencial, el λόγος, por el cual «todas las cosas fueron hechas». Hablar es la revelación del pensamiento; la creación, la realización de los pensamientos de Dios, un acto libremente realizado del Espíritu absoluto, y no una emanación de las criaturas de la esencia divina. Lo primero que creó la Palabra divina fue la luz, la luz elemental o materia luminosa, a diferencia de las luces o portadores de luz, cuerpos de luz, como se denomina al sol, la luna y las estrellas, creados en el cuarto día. Actualmente, es una verdad generalmente aceptada de las ciencias naturales que la luz no proviene del sol ni de las estrellas, sino que el sol mismo es un cuerpo oscuro, y la luz procede de la atmósfera que lo rodea. La luz fue lo primero que surgió y se separó del oscuro caos por el mandato creativo: «Hágase», la primera radiación de la vida infundida en ella por el Espíritu de Dios, pues es la condición fundamental de toda la vida orgánica del mundo, y sin la luz y el calor que emana de ella, ninguna planta ni animal podría prosperar.

Y Dios separó la luz de las tinieblas, por lo cual parecería que estaban mezcladas, las partículas de luz y oscuridad; pero "¿cómo se separa la luz de las tinieblas?", es una pregunta que el Señor mismo plantea a los hombres, quien solo puede responderla (Job 38:24). Él las separó de tal manera que no están juntas en el mismo lugar y tiempo; cuando la luz está en un hemisferio, la oscuridad está en el otro ; y una, mediante ciertas revoluciones constantes, sucede a la otra; y por el movimiento de una, la otra cede; así como Dios las dividió y distinguió llamándolas por diferentes nombres.

 La expresión en Génesis 1:4: «Dios vio que la luz era buena», pues «Dios vio que la luz era buena», según una antíptosis frecuentemente recurrente (Génesis 6:2; Génesis 12:14; Génesis 13:10), no es un antropomorfismo que discrepe de las ideas iluminadas de Dios; pues la visión del hombre tiene su tipo en la de Dios, y la visión de Dios no es una mera expresión del deleite de la vista ni del placer en su obra, sino que tiene un significado profundo para toda cosa creada, siendo el sello de la perfección que Dios ha impreso en ella, y por la cual se determina su continuidad ante Dios y a través de Él. La creación de la luz, sin embargo, no fue la aniquilación de la oscuridad, ni la transformación de la materia oscura del mundo en luz pura, sino una separación de la luz de la materia prima, una separación que estableció y determinó ese intercambio de luz y oscuridad, que produce la distinción entre el día y la noche.

Por eso se dice en Génesis 1:5: «Dios llamó a la luz Día, y a las tinieblas Noche»; pues, como observa Agustín, «no toda luz es día, ni toda oscuridad noche; sino que la luz y la oscuridad, alternadas en un orden regular, constituyen el día y la noche». Solo los pensadores superficiales pueden ofenderse ante la idea de que las cosas creadas reciban nombres de Dios. El nombre de una cosa es la expresión de su naturaleza. Si el nombre es dado por el hombre, fija en una palabra la impresión que causa en la mente humana; pero cuando es dado por Dios, expresa la realidad, lo que la cosa es en la creación de Dios, y el lugar que se le asigna allí junto a otras cosas.

Y llamó Dios a la luz día, y a las tinieblas noche... Ya sea por el movimiento circular del cuerpo de luz, o por la rotación del caos sobre su propio eje hacia él, en el espacio de veinticuatro horas hubo una vicisitud de luz y oscuridad; tal como ocurre ahora por el mismo movimiento del sol o de la tierra; y que, según este nombre que Dios le dio, llamamos a una, día, y a la otra, noche.

 

Y la tarde y la mañana fueron el primer día: la tarde, la primera parte de la noche, u oscuridad, representó toda la noche, que podría ser de unas doce horas; y la mañana, que fue la primera parte del día, o luz, también representó todo el tiempo, lo que conformó el mismo espacio, y ambas juntas un día natural, consistente en veinticuatro horas. Lo que Daniel llama una "tarde y mañana" (Daniel 8:26), y el apóstol, un "día nocturno" (2 Corintios 11:25).

 Al preguntársele a Tales qué se hizo primero, la noche o el día, respondió que la noche era anterior a un día (Laert. in Vita Thaletis. p. 24). Los judíos comienzan su día desde la tarde anterior; así ocurre en muchas otras naciones: los atenienses contaban su día desde la puesta del sol hasta la puesta del sol (Plin. Nat. Hist. l. 2. c. 77); los romanos desde la mitad de la noche hasta la mitad de la noche siguiente, como relata Gelio (Noct. Attic. l. 3. c. 2.); y Tácito (De Mor. German. c. 11.) informa que los antiguos germanos no contaban el número de días, sino de noches, considerando que la noche precedía al día. César (Commentar. l. 6. p. 141.) observa que los antiguos druidas de Britania contaban el tiempo no por el número de días, sino por el de noches; y celebraban los cumpleaños y el comienzo de los meses y los años, de modo que el día seguía a la noche. Y aún conservamos algunos vestigios de esto entre nosotros, como cuando decimos que este día es quincena. Este primer día de la creación, según James Capellus, fue el dieciocho de abril; pero, según el obispo Usher, el veintitrés de octubre; uno iniciando la creación en primavera, el otro en otoño. Es una idea del Sr. Whiston que los seis días de la creación equivalían a seis años, siendo un día y un año una misma cosa antes de la caída del hombre, cuando, según él, comenzó la rotación diurna de la Tierra sobre su eje; y en consonancia con esto, es muy notable la doctrina que enseñó Empédocles de que cuando la humanidad surgió originalmente de la Tierra, la duración del día, debido a la lentitud del movimiento del sol, equivalía a diez de nuestros meses actuales (Vid. Universal History, vol. 1. p. 79). La palabra hebrea ערב, «Ereb», traducida como «tarde», es conservada por algunos poetas griegos, como Hesíodo (εκ χαεος δ'ερεβος, &c. Hesiod. Theogonia), quien dice que del «caos» surgió el «Érebo», y la negra noche, y de la noche el éter y el día; y Aristófanes (χαος ην και νυξ ερεβος τε μελαν προτον &c. Aristophanes in Avibus), cuyas palabras son: «Caos, noche y el negro «Érebo» fueron primero, y el vasto Tártaro, pero no había tierra, aire ni cielo, sino que en el seno infinito del Érebo, la negra noche alada dio a luz un huevo ventoso, etc. Y Orfeo (Hymn. 2. ver. 2) hace de la noche el principio de todas las cosas. Hugh Miller (1802-1856) fue la primera persona en popularizar la teoría de la "Era-Día". En su libro "Testimonio de las Rocas", publicado un año después de su prematura muerte, especuló que los días eran en realidad eras largas. Sostuvo que el diluvio de Noé fue un diluvio local y que las capas de roca se depositaron durante largos períodos de tiempo. (Ian Taylor, p. 360-362, "In the Minds of Men", 1984, TEV Publishing, P.O. Box 5015, Stn. F, Toronto, Ontario, M4Y 2T1) Esta teoría fue popularizada por la Nueva Biblia Scofield, publicada por primera vez en 1967.

 

«Así fue la tarde y la mañana un solo día». אֶחָד (uno), como εἷς y unus, se usa al comienzo de una serie numérica para el ordinal primus ( Génesis 2:11; Génesis 4:19; Génesis 8:5, Génesis 8:15). Al igual que los números de los días que siguen, no lleva artículo, lo que indica que los diferentes días surgieron de la constante recurrencia de la tarde y la mañana. No es hasta el sexto y último día que se emplea el artículo (Génesis 1:31) para indicar la terminación de la obra de la creación en ese día. Cabe observar que los días de la creación están delimitados por la llegada de la tarde y la mañana. El primer día no consistió en la oscuridad primigenia ni en el origen de la luz, sino que se formó tras la creación de la luz mediante el primer intercambio de la tarde y la mañana. La primera tarde no fue la penumbra, que posiblemente precedió al estallido de luz al surgir de la oscuridad primaria e interponerse entre la oscuridad y la plena luz del día. No fue hasta después de la creación de la luz y de la separación de la luz y la oscuridad, que llegó la tarde, y tras la tarde la mañana; y esta llegada de la tarde (la oscuridad) y la mañana (el amanecer) formó uno solo, o el primer día. De esto se desprende que los días de la creación no se cuentan de tarde a tarde, sino de mañana a mañana. El primer día no termina por completo hasta que la luz regresa tras la oscuridad de la noche; no es hasta el amanecer que se completa el primer intercambio de luz y oscuridad, y ha transcurrido un ἡερονύκτιον. La traducción «de la tarde y la mañana surgió un día» discrepa tanto con la gramática como con la realidad. Con la gramática, porque tal idea requeriría 'echaad אֶחָד לְיוֹם; y con la realidad, porque el tiempo transcurrido entre la tarde y la mañana no constituye un día, sino su fin. El primer día comenzó en el momento en que Dios hizo que la luz brotara de la oscuridad; pero esta luz no se convirtió en día hasta que llegó la tarde, y la oscuridad que se instaló con la tarde dio paso a la mañana siguiente al amanecer. De nuevo, ni las palabras ערב ויהי בקר ויהי, ni la expresión בקר ערב, tarde-mañana (= día), en Dan_8:14, corresponden al griego νυχθη̈́̀ερον, pues mañana no es equivalente a día, ni tarde a noche. El cómputo de los días de tarde a tarde en la ley mosaica (Lev_23:32), y por muchas tribus antiguas (los árabes premahometanos, los atenienses, los galos y los germanos), surgió no de los días de la creación, sino de la costumbre de regular las estaciones por los cambios de la luna. Pero si los días de la creación están regulados por el intercambio recurrente de luz y oscuridad, deben ser considerados no como períodos de tiempo de duración incalculable, de años o miles de años, sino como simples días terrenales. Es cierto que la mañana y la tarde de los tres primeros días no se produjeron por la salida y la puesta del sol, ya que este aún no había sido creado; pero el intercambio constante de luz y oscuridad, que produjo el día y la noche en la tierra, no puede entenderse ni por un momento como una señal de que la luz, evocada por la oscuridad del caos, regresó a esa oscuridad de nuevo, y así brotó y desapareció periódicamente. La única manera en que podemos representárnoslo es suponiendo que la luz evocada por el mandato creativo, «Hágase», se separó de la masa oscura de la tierra y se concentró fuera o sobre el globo, de modo que el intercambio de luz y oscuridad tuvo lugar tan pronto como la masa caótica oscura comenzó a girar y a asumir, en el proceso de creación, la forma de un cuerpo esférico. El tiempo empleado en las primeras rotaciones de la tierra sobre su eje no puede, de hecho, medirse con nuestro reloj de arena; Pero incluso si al principio fueran más lentos y no alcanzaran su velocidad actual hasta la finalización de nuestro sistema solar, esto no supondría una diferencia esencial entre los tres primeros días y los tres últimos, que estaban regulados por la salida y la puesta del sol.

viernes, 29 de agosto de 2025

LOS CANONES DE DORT (final)

 

REPROBACIÓN DE LOS ERRORES

 

Habiendo declarado la doctrina ortodoxa, el Sínodo rechaza los errores de aquellos:

1. Que enseñan: que la perseverancia de los verdaderos creyentes no es fruto de la elección, o un don de Dios adquirido por la muerte de Cristo; si no una condición del Nuevo Pacto, que el hombre, para su (como dicen ellos) elección decisiva y justificación, debe cumplir por su libre voluntad. Pues la Sagrada Escritura atestigua que la perseverancia se sigue de la elección, y es dada a los elegidos en virtud de la muerte, resurrección e intercesión de Cristo: Los escogidos sí lo han alcanzado, y los demás fueron endurecidos (Rom. 11:7). Y asimismo: El que no escatimó ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él rodar las cosar? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? (Rom. 8:32-35).

 

2. Que enseñan: que Dios ciertamente provee al hombre creyente de fuerzas suficientes para perseverar, y está dispuesto a conservarlas en él si éste cumple con su deber; pero aunque sea así que todas las cosas que son necesarias para perseverar en la fe y las que Dios quiere usar para guardar la fe, hayan sido dispuestas, aun entonces dependerá siempre del querer de la voluntad el que ésta persevere o no. Pues este sentir adolece de un pelagianismo manifiesto; y mientras éste pretende hacer libres a los hombres, los torna de este modo en ladrones del honor de Dios; además, está en contra de la constante unanimidad de la enseñanza evangélica, la cual quita al hombre todo motivo de glorificación propia y atribuye la alabanza de este beneficio únicamente a la gracia de Dios; y por último va contra el Apóstol, que declara: Dios... os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo (1 Cor. 1:8).

 

3. Que enseñan: «que los verdaderos creyentes y renacidos no sólo pueden perder total y definitivamente la fe justificante, la gracia y la salvación, sino que de hecho caen con frecuencia de las mismas y se pierden eternamente». Pues esta opinión desvirtúa la gracia, la justificación, el nuevo nacimiento y la protección permanente de Cristo, en oposición con las palabras expresas del apóstol Pablo: que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira (Rom. 5:8,9); y en contra del Apóstol Juan: Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacído de Dios (1 Jn. 3:9); y también en contra de las palabras de Jesucristo: Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie lar arrebatará de mi mano. Mi Padre que me lar dio, es mayor que todos, y nadie lar puede arrebatar de la mano de mi Padre (Jn. 10:28,29).

 

4. Que enseñan: «que los verdaderos creyentes y renacidos pueden cometer el pecado de muerte, o sea, el pecado contra el Espíritu Santos. Porque el apóstol Juan mismo, una vez que habló en el capítulo cinco de su primera carta, versículos 16 y 17, de aquellos que pecan de muerte, prohibiendo orar por ellos, agrega enseguida, en el versículo 18: Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios no practica el pecado (entiéndase: tal género de pecado), pues Aquél que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca (1 Jn. 5:18).

 

5. Que enseñan: «que en esta vida no se puede tener seguridad de la perseverancia futura, sin una revelación especial». Pues por esta doctrina se quita en esta vida el firme consuelo de los verdaderos creyentes, y se vuelve a introducir en la Iglesia la duda en que viven los partidarios del papado de Roma; en tanto la Sagrada Escritura deduce a cada paso esta seguridad, no de una revelación especial ni extraordinaria, sino de las características propias de los hijos de Dios, y de las promesas firmísimas de Dios. Así, especialmente, el apóstol Pablo: Ninguna otra coca creada nos podrá reparar de! amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro (Rom. 8:39); y Juan: el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado (1 Jn. 3:24).

 

6. Que enseñan: «que la doctrina de la seguridad o certeza de la perseverancia y de la salvación es por su propia índole y naturaleza una comodidad para la carne, y perjudicial para la piedad, para las buenas costumbres, para la oración y para otros ejercicios santos; pero que por el contrario, es de elogiar el dudar de ellas. Pues éstos demuestran que no conocen el poder de la gracia divina y la acción del Espíritu Santo y contradicen al apóstol

Juan, que en su primera epístola enseña expresamente lo contrario: Amador, ahora tumor hijos de Dios, y aún no re ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquél que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como é! es (1 Jn. 3:2,3). Además, éstos son refutados por los ejemplos de los santos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, quienes, aunque estuvieron seguros de su perseverancia y salvación, perseveraron sin embargo en las oraciones y otros ejercicios de piedad.

 

7. Que enseñan: «que la fe de aquellos que solamente creen por algún tiempo no difiere de la fe justificante y salvífca, sino sólo en la duración».

Pues Cristo mismo, en Mateo 13:20, y en Lucas 8:13 y siguientes, además de esto establece claramente una triple diferencia entre aquellos que sólo creen por un cierto tiempo, y los creyentes verdaderos, cuando dice que aquellos reciben la simiente en tierra pedregosa, mas éstos en tierra buena, o sea, en buen corazón; que aquellos no tienen raíces, pero éstos poseen raíces firmes; que aquellos no llevan fruto, pero éstos los producen constantemente en cantidad diversa.

 

8. Que enseñan: que no es un absurdo que el hombre, habiendo perdido su primera regeneración, sea de nuevo, y aun muchas veces, regenerado». Pues éstos, con tal doctrina, niegan la incorruptibilidad de la simiente de Dios por la que somos renacidos, y se oponen al testimonio del apóstol Pedro, que dice: siendo renacidos, no de cimiente corruptible, sino de incorruptible (1 Pe. 1:23).

 

9. Que enseñan: que Cristo en ninguna parte rogó que los creyentes perseverasen infaliblemente en la fe. Pues contradicen a Cristo mismo, que dice: Yo he rogado por ti (Pedro), que tu fe no falte (Lc.22:32), y al evangelista Juan, que da testimonio de que Cristo no sólo por los apóstoles, sino también por todos aquellos que habrían de creer por su palabra, oró así: Padre Santo, guárdalos en tu nombre; y: no ruego que los quites del mundo, sino que los libres del mal (Jn. 17:11,15).

 

 

CONCLUSIÓN

 

Esta es la explicación escueta, sencilla y genuina de la doctrina ortodoxa de los CINCO ARTÍCULOS sobre los que surgieron diferencias en los Países Bajos, y, a la vez, la reprobación de los errores que conturbaron a las iglesias holandesas durante cierto tiempo. El Sínodo juzga que tal explicación y reprobación han sido tomadas de la Palabra de Dios, y que concuerdan con la confesión de las Iglesias Reformadas. De lo que claramente se deduce que aquellos a quienes menos correspondían tales cosas, han obrado en contra de toda verdad, equidad y amor, y han querido hacer creer al pueblo que la doctrina de las Iglesias Reformadas respecto a la predestinación y a los capítulos referentes a ella desvían, por su propia naturaleza y peso, el corazón de los hombres de toda piedad y religión; que es una comodidad pala la carne y el diablo, y una fortaleza de Satanás, desde donde trama emboscada a todos los hombres, hiere a la mayoría de ellos y a muchos les sigue disparando mortalmente los dardos de la desesperación o de la negligencia. Que hace a Dios autor del pecado y de la injusticia, tirano e hipócrita, y que tal doctrina no es otra cosa sino un extremismo renovado, maniqueísmo, libertinismo y fatalismo; que hace a los hombres carnalmente descuidados al sugerirse a sí mismos por ella que a los elegidos no puede perjudicarles en su salvación el cómo vivan, y por eso se permiten cometer tranquilamente coda suerte de truhanerías horrorosas; que a los que fueron reprobados no les puede servir de salvación el que, concediendo que pudiera ser, hubiesen hecho verdaderamente todas las obras de los santos; que con esta doctrina se enseña que Dios, por simple y puro antojo de Su voluntad, y sin la inspección o crítica más mínima de pecado alguno, predestinó y creó a la mayor parte de la humanidad para la condenación eterna; que la reprobación es causa de la incredulidad e impiedad de igual manera que la elección es fuente y causa de la fe y de las buenas obras; que muchos niños inocentes son atrancados del pecho de las madres, y tiránicamente arrojados al fuego infernal, de modo que ni la sangre de Cristo, ni el Bautismo, ni la oración de la Iglesia en el día de su bautismo les pueden aprovechar; y muchas otras cosas parecidas, que las Iglesias Reformadas no sólo no reconocen, sino que también rechazan y detestan de todo corazón.

Por tanto, a cuantos piadosamente invocan el nombre de nuestro Salvador Jesucristo, este Sínodo de Dotdrecht les pide en el nombre del Señor, que quieran juzgar de la fe de las Iglesias Reformadas, no por las calumnias que se han desatado aquí y allá, y tampoco por los juicios privados o solemnes de algunos pastores viejos o jóvenes, que a veces son también fielmente citados con demasiada mala fe, o pervertidos y torcidos en conceptos erróneos; si no de las confesiones públicas de las Iglesias mismas, y de esta declaración de la doctrina ortodoxa que con unánime concordancia de todos y cada uno de los miembros de este Sínodo general se ha establecido.

A continuación, este Sínodo amonesta a todos los consiervos en el Evangelio de Cristo para que al tratar de esta doctrina, tanto en los colegios como en las iglesias, se comporten piadosa y religiosamente; y que la encaminen de palabra y por escrito a la mayor gloria de Dios, a la santidad de vida y al consuelo de los espíritus abatidos; que no sólo sientan, sino que también hablen con las Sagradas Escrituras conforme a la regla de la fe; y, finalmente, se abstengan de todas aquellas formas de hablar que excedan los límites del recto sentido de las Escrituras, que nos han sido expuestos, y que pudieran dar a los sofistas motivo justo para denigrar o también para maldecir la doctrina de las Iglesias Reformadas.

El Hijo de Dios, Jesucristo, que, sentado a la derecha de Su Padre, da dones a los hombres, nos santifique en la verdad; traiga a la verdad a aquellos que han caído; tape su boca a los detractores de la doctrina sana; y dote a los fieles siervos de Su Palabra con el espíritu de sabiduría y de discernimiento, a fin de que todas sus razones puedan prosperar para honor de Dios y para edificación de los creyentes. Amén.

 

 

 

 

martes, 26 de agosto de 2025

Estudio Libro Génesis 1:1-2

 

Introducción al Libro de Génesis:

 

El Génesis fue escrito alrededor del año 1450 a. C. por Moisés en el desierto del Sinaí.

En hebreo, este libro se llama «Bereshit», que significa «en el principio», por las primeras palabras con las que comienza. Génesis es un nombre tomado del griego; significa “el libro de la generación o los orígenes”; se llama así apropiadamente pues contiene el relato del origen de todas las cosas. No hay otra historia tan antigua. Nada hay dentro del libro más antiguo que existe que lo contradiga; por el contrario, muchas cosas narradas por los escritores paganos más antiguos, o que se pueden descubrir en las costumbres de naciones diferentes, confirman lo relatado en el libro del Génesis.

Es, con razón, el libro del principio. En él encontramos el origen de todas las cosas. Este libro nos habla, entre otras cosas, del origen del cielo y la tierra, la institución del matrimonio y la familia, el primer pecado y, como consecuencia, la muerte, el primer sacrificio, el juicio, el origen de las naciones, el origen del pueblo de Israel, el pacto y la circuncisión

 

Buscaremos en vano el origen de Dios. Dios no tiene principio. Él es el Dios eterno que era «en el principio» (Jn 1:1; Sal 90:2).

Todas las verdades que aparecen en los siguientes libros de la Biblia ya están indicadas en este libro. Una verdad puede comunicarse directamente, pero también puede presentarse mediante imágenes. Algunos ejemplos de la primera: la creación, el hombre y su caída en el pecado, el poder de Satanás. Algunos ejemplos de la segunda: la salvación: Dios vistió al hombre tras su caída en el pecado con la piel de un animal, lo cual se refiere a la muerte sustitutiva del Señor Jesús; la resurrección, en la historia de Abraham e Isaac; el reinado de un Señor rechazado en el trono del mundo, en la historia de José.

 

Es de una belleza sorprendente la forma en que Dios se da a conocer personalmente al hombre en este libro. Así, se presenta ante Adán al fresco del atardecer (Gn_3:8), anuncia a Noé su intención sobre el diluvio (Gn_6:13) y visita a Abraham y habla con él (Gn_18:10-14). No utiliza profetas ni sacerdotes, sino que Él mismo se muestra en la confidencialidad con la que un hombre trata a su amigo. En este libro experimentamos la cercanía viva y tangible de Dios con su criatura.

 

División del libro

 

El Génesis se puede dividir en siete partes, según los siete patriarcas que aparecen en él (también son posibles otras divisiones):

1. Génesis 1-4 Adán

2. Génesis 5:21 Enoc

3. Génesis 6-11 Noé

4. Génesis 12-23 Abraham

5. Génesis 24-26 Isaac

6. Génesis 27-36 Jacob

7. Génesis 37-50 José

 

Génesis 1: 1-2

1En el principio creó Dios los cielos y la tierra. 2  Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.  

 

El primer versículo de la Biblia nos da un relato satisfactorio y útil del origen de la tierra y de los cielos. La fe del cristiano humilde entiende esto mejor que la fantasía de los hombres más doctos. De lo que vemos del cielo y la tierra aprendemos el poder del gran Creador. Que el hecho de ser creados y nuestro lugar como hombres, nos recuerden nuestro deber cristiano de mantener siempre el cielo a la vista y la tierra bajo nuestros pies.

El Hijo de Dios, uno con el Padre, estaba con Él cuando éste hizo el mundo; mejor dicho, a menudo se nos dice que el mundo fue hecho por Él y que sin Él nada fue hecho. ¡Oh, qué elevados pensamientos debiera haber en nuestra mente hacia el gran Dios que adoramos, y hacia ese gran

Mediador en cuyo nombre oramos! Aquí, en el principio mismo del texto sagrado, leemos de ese Espíritu Divino cuya obra en el corazón del hombre se menciona tan a menudo en otras partes de la Biblia.

Observe que, al principio nada deseable había para ver, pues el mundo estaba informe y vacío; era confusión y desolación. En manera similar, la obra de la gracia en el alma es una nueva creación: y en un alma sin gracia, que no ha nacido de nuevo, hay desorden, confusión y toda mala obra: está vacía de todo bien porque está sin Dios; es oscura, es las tinieblas mismas: este es nuestro estado por naturaleza, hasta que la gracia del Todopoderoso efectúa en nosotros un cambio.

 

El Creador del Cielo y la Tierra

Dios creó todo (Is 45:12; Zac 12:1; Ef 3:9). Cuando las personas crean algo, necesitan material. Dios no. Él no necesita nada fuera de sí mismo. No forma parte de su creación. Crea desde su propia omnipotencia (Ro 4:17). A través de la creación sabemos que Dios está ahí: “Porque desde la creación del mundo, sus atributos invisibles, su eterno poder y su naturaleza divina, se hacen claramente visibles, siendo entendidos por medio de las cosas hechas” (Rom_1:20; Sal_19:1).

 

Dios es el Dios trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo. No es el Padre quien realiza la obra de la creación, sino el Hijo (Jn_1:3; Col_1:16; Heb_1:1-2). Nadie estuvo presente en la creación del cielo y la tierra (Job_38:4). Después de todo, aún no había nada. Por lo tanto, lo que leemos en este capítulo solo puede entenderse por fe: “Por la fe entendemos que el universo fue preparado por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve no fue hecho de lo que no se veía” (Heb_11:3).

 

Algunos comentaristas asumen que ha transcurrido cierto tiempo entre Génesis 1:1 y Génesis 1:2. Mientras tanto, la caída de Satanás habría tenido lugar. Para otros, no hay tiempo entre ambos versículos, pero la historia de la creación continúa. Ver la creación como una historia continua me ha resultado difícil durante algún tiempo debido a la palabra «sin forma». En mi opinión, no podía ser que Dios hubiera creado la tierra «sin forma y vacía» (Isaías 45:18). Por lo tanto, una explicación plausible para mí era que tuvo que haber transcurrido un tiempo entre Génesis 1:1 y Génesis 1:2, con la caída de Satanás como evento, lo que habría causado esta falta de forma y vacío.

A raíz de la información de un estudio bíblico, volví a reflexionar sobre ello. Dios puede crear algo sin forma y vacío y seguir trabajando con ello. En relación con esto, recordé un versículo del Salmo 139 que dice: «Tus ojos vieron mi embrión, y en tu libro estaban escritos todos los días que fueron ordenados [para mí], cuando aún no existía uno solo de ellos» (Salmo 139:16). Se menciona una «embruna» de la vida que Dios da en el vientre materno y permite que siga creciendo. Esto me ha resuelto el problema.

A veces se formula así: «Dios primero nos dice en Génesis 1:1 qué hace, para luego, a partir de Génesis 1:2, decirnos cómo lo hace». Esto me parece un buen reflejo de lo que trata Génesis 1.

Luego vemos que Dios continúa obrando. Su Espíritu «moviéndose sobre la superficie de las aguas». Este «movimiento» tiene el significado de «procreación», y luego pensamos en la nueva vida que aparecerá más adelante. Como se dijo, el Señor Jesús, Dios Hijo, es el Creador. Hay «un solo Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas» (1Co 8:6). Y todo lo hace por medio del Espíritu Santo.

Si alguien busca información precisa sobre la edad de la Tierra, su relación con el Sol, la Luna y las estrellas, o el orden en que han aparecido plantas y animales en ella, se le remite a libros de texto recientes de astronomía, geología y paleontología. Nadie se plantea, ni por un instante, recomendar la Biblia como fuente de información a un estudiante serio de estos temas. No es el objetivo de los escritores de las Escrituras impartir instrucción física ni ampliar los límites del conocimiento científico. Pero si alguien desea saber qué conexión tiene el mundo con Dios, si busca remontarse a la fuente misma de la vida, si desea descubrir algún principio unificador, algún propósito esclarecedor en la historia de esta tierra, entonces le remitimos con confianza a estos y a los capítulos subsiguientes de las Escrituras como su guía más segura, y de hecho, la única, para obtener la información que busca. Todo escrito debe juzgarse según el objetivo que el autor tiene en mente. Si el objetivo del autor de estos capítulos era transmitir información física, entonces ciertamente se cumplió de forma imperfecta. Pero si su objetivo era dar una explicación inteligible de la relación de Dios con el mundo y con el hombre, entonces debe reconocerse que ha tenido un éxito rotundo.

Por lo tanto, es irrazonable permitir que nuestra reverencia por este escrito disminuya porque no anticipa los descubrimientos de la ciencia física; o repudiar su autoridad en su propio ámbito de verdad porque no nos brinda información que no formaba parte del objetivo del escritor. Es como negarle a Shakespeare un conocimiento magistral de la vida humana, porque sus dramas están manchados por anacronismos históricos. Que el compilador de este libro del Génesis no buscaba la precisión científica al hablar de detalles físicos es obvio, no solo por el alcance y el propósito general de los escritores bíblicos, sino especialmente por esto: en estos dos primeros capítulos de su libro, presenta dos relatos de la creación del hombre que ningún ingenio puede reconciliar. Estos dos relatos, manifiestamente incompatibles en los detalles, pero absolutamente armoniosos en sus ideas principales, advierten de inmediato al lector que el objetivo del autor es más bien transmitir ciertas ideas sobre la historia espiritual del hombre y su conexión con Dios, que describir el proceso de la creación. Describe el proceso de la creación, pero lo hace únicamente en aras de las ideas sobre la relación del hombre con Dios y la relación de Dios con el mundo que así puede transmitir. De hecho, lo que entendemos por conocimiento científico no estaba en todas las mentes de quienes se escribieron.

 El tema de la creación, del origen del hombre sobre la tierra, no se abordó desde esa perspectiva en absoluto; y si queremos comprender lo que aquí se escribe, debemos romper las ataduras de nuestros propios modos de pensar y leer estos capítulos no como una declaración cronológica, astronómica, geológica o biológica, sino como una concepción moral o espiritual. Se dirá, sin embargo, y con mucha justicia, que si bien el objetivo principal del escritor no fue transmitir información científica, cabría esperar que fuera preciso en la información que presentó sobre el universo físico. Esta es una suposición enorme, pero que vale la pena considerar seriamente, ya que pone de manifiesto una dificultad real e importante que todo lector del Génesis debe afrontar. Pone de manifiesto el doble carácter de este relato de la creación. Por un lado, es irreconciliable con las enseñanzas de la ciencia. Por otro, contrasta marcadamente con las demás cosmogonías transmitidas desde épocas pre científicas. Estas son las dos características evidentes de este registro de la creación y ambas requieren ser explicadas. Cualquiera de las dos características por sí sola sería fácil de explicar; pero la coexistencia de ambas en el mismo documento resulta más desconcertante. Debemos explicar de inmediato la falta de una coincidencia perfecta con las enseñanzas de la ciencia y la singular ausencia de esos errores que desfiguran todos los demás relatos primitivos de la creación del mundo. Un aspecto del documento es tan evidente como el otro y exige una explicación por igual. Ahora bien, muchas personas desmienten la controversia simplemente negando la existencia de ambos. Dicen que no hay desacuerdo con la ciencia. Creo que se debe admitir libremente que, sea cual sea la causa y por justificada que sea, el relato de la creación que aquí se presenta no concuerda estricta y detalladamente con las enseñanzas de la ciencia. Todos los intentos de forzar sus afirmaciones para que concuerden son fútiles y dañinos. Son fútiles porque no convencen a los investigadores independientes, sino solo a aquellos que anhelan ser convencidos. Y son dañinos porque prolongan indebidamente la lucha entre las Escrituras y la ciencia.

 Y, sobre todo, deben ser condenados porque violentan las Escrituras, fomentan un estilo de interpretación que obliga al texto a decir lo que el intérprete desea y nos impiden reconocer la verdadera naturaleza de estos escritos sagrados. La Biblia no necesita defensas como las que ofrecen las falsas construcciones de su lenguaje. Son sus peores aliados quienes distorsionan sus palabras para darles un significado más acorde con la verdad científica. Si, por ejemplo, la palabra «día» en estos capítulos no significa un período de veinticuatro horas, la interpretación de las Escrituras es inútil. De hecho, si comparamos estos capítulos con la ciencia, encontramos de inmediato varias discrepancias. Sobre la creación del sol, la luna y las estrellas, posterior a la creación de esta tierra, la ciencia solo puede decir una cosa. Sobre la existencia de árboles frutales antes de la existencia del sol, la ciencia no sabe nada. Pero para un lector sincero y sin experiencia, sin una teoría específica que sustentar, los detalles son innecesarios. Al aceptar este capítulo tal como está, y creer que solo al observar la Biblia tal como es realmente podemos comprender el método de Dios para revelarse, percibimos de inmediato que la ignorancia de algunos aspectos de la verdad no descalifica a una persona para conocer y compartir la verdad sobre Dios. Para ser un medio de revelación, una persona no necesita ser avanzada en conocimiento secular. Una comunión íntima con Dios, un espíritu entrenado para discernir las cosas espirituales, una comprensión perfecta y un celo por el propósito de Dios, son cualidades completamente independientes del conocimiento de los descubrimientos científicos. La iluminación que permite a los hombres comprender a Dios y la verdad espiritual no tiene necesariamente conexión con los logros científicos. La confianza de David en Dios y sus declaraciones de fidelidad son, no obstante, valiosas, porque ignoraba mucho que hoy todo escolar sabe. Si hombres inspirados hubieran introducido en sus escritos información que anticipara los descubrimientos científicos, su estado mental sería inconcebible y la revelación sería una fuente de confusión. Los métodos de Dios son armoniosos entre sí, y dado que Él ha dotado a los hombres de facultades naturales para adquirir conocimiento científico e información histórica, no obstaculizó este don impartiéndolo de manera milagrosa e ininteligible. No hay evidencia de que los hombres inspirados se adelantaran a su época en el conocimiento de los hechos y leyes físicas. Y, evidentemente, si hubieran recibido instrucción sobrenatural en el conocimiento físico, habrían sido ininteligibles para aquellos con quienes hablaban. Si el autor de este libro hubiera combinado su enseñanza sobre Dios con un relato explícito y exacto de cómo llegó a existir este mundo —si hubiera hablado de millones de años en lugar de días—, con toda probabilidad habría sido desacreditado, y lo que decía sobre Dios habría sido rechazado junto con su ciencia prematura. Pero, hablando desde la perspectiva de sus contemporáneos y aceptando las ideas vigentes sobre la formación del mundo, a estas les añadió las ideas sobre la conexión de Dios con el mundo que es absolutamente necesario creer. Lo que aprendió de la unidad, el poder creativo y la conexión de Dios con el hombre, por «la inspiración del Espíritu Santo», lo imparte a sus contemporáneos mediante un relato de la creación que todos podían comprender. No es su conocimiento de los hechos físicos lo que lo eleva por encima de sus contemporáneos, sino su conocimiento de la conexión de Dios con todos los hechos físicos. Sin duda, por otro lado, su conocimiento de Dios influye en todo el contenido de su mente y le evita presentar relatos de la creación comunes entre los politeístas. Presenta un relato purificado por su concepción de lo que era digno del Dios supremo al que adoraba. Su idea de Dios ha otorgado dignidad y simplicidad a todo lo que dice sobre la creación, y hay una elevación y majestuosidad en toda la concepción, que reconocemos como reflejo de su concepción de Dios.

Aquí, pues, en lugar de algo que nos perturbe o nos incite a la incredulidad, reconocemos una gran ley o principio según el cual Dios procede a darse a conocer a los hombres. Esta se ha llamado la Ley de la Acomodación. Es la ley la que exige que se consideren la condición y la capacidad de aquellos a quienes se les hace la revelación. Si deseas instruir a un niño, debes hablar en un lenguaje que el niño pueda entender. Si deseas elevar a un salvaje, debes hacerlo gradualmente, adaptándote a su condición y haciendo la vista gorda ante mucha ignorancia mientras inculcas conocimientos elementales. Debes basar toda tu enseñanza en lo que tu alumno ya comprende, y a través de ello debes transmitir mayor conocimiento y desarrollar sus facultades a una capacidad superior. Así fue con la revelación de Dios. Los judíos eran niños que debían ser educados con lo que Pablo, con cierto desprecio, llama "elementos débiles y pobres", el ABC de la moral y la religión. Ni siquiera en la moral se podía imponer la verdad absoluta. Incluso en este caso, era necesario practicar la adaptación. La poligamia se permitía como una concesión a su etapa inmadura de desarrollo; y se permitían o imponían prácticas en la guerra y en el derecho doméstico que eran incompatibles con la moralidad absoluta. De hecho, todo el sistema judío era una adaptación a un estado inmaduro. La morada de Dios en el Templo como un hombre en su casa, la propiciación a Dios con sacrificios como un rey oriental con ofrendas; esta era una enseñanza por imagen, una enseñanza que tenía tanta semejanza con la verdad y tanta mezcla de verdad como podían recibir entonces. Sin duda, esta enseñanza los desvió en algunas de sus ideas; pero, en general, los mantuvo en una actitud correcta hacia Dios y los preparó para crecer hacia un discernimiento más completo de la verdad. Esta ley se observaba con mucha más intensidad en relación con los asuntos tratados en estos capítulos. Era imposible que, en su ignorancia de los rudimentos del conocimiento científico, los primeros hebreos comprendieran una explicación absolutamente exacta del origen del mundo; y si la hubieran podido entender, habría sido inútil, pues estaría desconectada de los pasos del conocimiento por los que los hombres han llegado a ella desde entonces. Los niños nos hacen preguntas, pero no les decimos la verdad completa y exacta, porque sabemos que no pueden comprenderla. Todo lo que podemos hacer es darles una respuesta provisional que les transmita información comprensible y que los mantenga en un estado mental sano, aunque esta información a menudo parezca absurda comparada con los hechos y la verdad del asunto. Y si algún pedante nos acusara de proporcionar al niño información falsa, simplemente le diríamos que no sabía nada de niños. La información precisa sobre estos temas llegará infaliblemente al niño cuando crezca; Mientras tanto, lo que se necesita es brindarle información que le ayude a formar su conducta sin confundirlo gravemente con los hechos. De igual manera, si alguien me dice que no puede aceptar estos capítulos como inspirados por Dios porque no transmiten información científicamente precisa sobre esta tierra, solo puedo decir que aún no ha aprendido los principios básicos de la revelación y que malinterpreta las condiciones bajo las cuales debe impartirse toda instrucción.

Creo, pues, que en estos capítulos encontramos las ideas sobre el origen del mundo y del hombre que eran naturalmente accesibles en el país donde se escribieron originalmente, pero con las importantes modificaciones que una creencia monoteísta necesariamente sugería. En cuanto al conocimiento meramente físico, probablemente haya poco aquí que fuera nuevo para los contemporáneos del escritor; pero este conocimiento ya familiar fue utilizado por él como vehículo para transmitir su fe en la unidad, el amor y la sabiduría de Dios el creador. Sentó una base sólida para la historia de la relación de Dios con el hombre. Este era su objetivo, y lo logró. La Biblia es el libro al que recurrimos para obtener información sobre la historia de la revelación de Dios y de su voluntad hacia los hombres; y en estos capítulos encontramos la introducción adecuada a esta historia. Ningún cambio en nuestro conocimiento de la verdad física puede afectar en absoluto la enseñanza de estos capítulos. Lo que enseñan sobre la relación del hombre con Dios es independiente de los detalles físicos que la encarnan, y puede fácilmente vincularse a la afirmación más moderna sobre el origen físico del mundo y del hombre.

 

¿Cuáles son, entonces, las verdades que nos enseñan estos capítulos? La primera es que ha habido una creación, que las cosas que ahora existen no han surgido simplemente por sí mismas, sino que han sido llamadas a la existencia por una inteligencia rectora y una voluntad originadora. Ningún intento de explicar la existencia del mundo de otra manera ha tenido éxito.

En esta generación, se ha añadido mucho a nuestro conocimiento sobre la eficiencia de las causas materiales para producir lo que vemos a nuestro alrededor; Pero cuando preguntamos qué da armonía a estas causas materiales, qué las guía a la producción de ciertos fines y qué las produjo originalmente, la respuesta sigue siendo: no la materia, sino la inteligencia y el propósito. Las mentes más informadas y penetrantes de nuestro tiempo lo afirman. John Stuart Mill dice: «Debe admitirse que, en el estado actual de nuestro conocimiento, las adaptaciones de la naturaleza ofrecen un amplio margen de probabilidad a favor de la creación por la inteligencia». El profesor Tyndall añade su testimonio y dice: «He observado durante años de autoobservación que no es en momentos de claridad y vigor que [la doctrina del ateísmo materialista] se me presenta como algo recomendable; que en los momentos de pensamiento más fuerte y sano se disuelve y desaparece, sin ofrecer ninguna solución a.. misterio en el que vivimos y del que formamos parte." De hecho, existe la sospecha generalizada de que, ante los descubrimientos de los evolucionistas, el argumento del diseño ya no es sostenible. La evolución nos muestra que la correspondencia entre la estructura de los animales y sus modos de vida ha sido generada por la naturaleza del caso; y se concluye que lo que lo rige todo es una necesidad mecánica ciega, y no un diseño inteligente. Pero el descubrimiento del proceso mediante el cual han evolucionado las formas de vida actuales, y la percepción de que este proceso se rige por leyes que siempre han operado, no hacen que la inteligencia y el diseño sean en absoluto menos necesarios, sino más bien más necesarios. Como dice el propio profesor Huxley: "Las perspectivas teológica y mecánica de la naturaleza no son necesariamente excluyentes". El teólogo siempre puede desafiar al evolucionista a refutar que la disposición molecular primordial no fue concebida para la evolución de los fenómenos del universo. La evolución, en resumen, al revelarnos el maravilloso poder y la precisión de la ley natural, nos obliga con más énfasis que nunca a atribuir toda ley a una inteligencia suprema y originadora. Esta es, pues, la primera lección de la Biblia: que en la raíz y el origen de todo este vasto universo material, ante cuyas leyes somos aplastados como la polilla, reside un Espíritu vivo y consciente, que quiere, conoce y moldea todas las cosas. Creer en esto cambia para nosotros la faz de la naturaleza, y en lugar de un mundo frío e impersonal de fuerzas inapelables, y en el que la materia es suprema, nos da el hogar de un Padre. Si tú mismo eres solo una partícula de un universo inmenso e inconsciente, una partícula que, como un copo de espuma, una gota de lluvia, un mosquito o un escarabajo, dura su breve espacio y luego cede su sustancia para ser moldeada en una nueva criatura; Si no hay poder que te comprenda, simpatice contigo y satisfaga tus instintos, tus aspiraciones y tus capacidades; si el hombre es en sí mismo la inteligencia suprema, y ​​si todas las cosas son el resultado sin propósito de fuerzas físicas; si, en resumen, no hay Dios, ni conciencia al principio ni al final de todas las cosas, entonces nada puede ser más melancólico que nuestra situación. Nuestros deseos superiores, que parecen separarnos tan inconmensurablemente de las bestias, los tenemos solo para que sean aniquilados por el filo del tiempo y se marchiten en una estéril decepción; nuestra razón la tenemos solo para permitirnos ver y medir la brevedad de nuestro lapso, y así vivir nuestro pequeño día, no alegremente como las bestias imprevistas, sino a la sombra de la penumbra apresurada de la noche anticipada, inevitable y eterna; nuestra facultad de adorar y esforzarnos por servir y asemejarnos al Ser Viviente Perfecto, esa facultad que parece ser la más prometedora y de mayor calidad en nosotros, y a la que sin duda se debe la mayor parte de Lo admirable y provechoso de la historia humana es, sin duda, lo más ridículo y absurdo de todas nuestras partes. Pero, gracias a Dios, Él se nos ha revelado; nos ha dado, en el movimiento armonioso y progresivo de todo lo que nos rodea, indicios suficientes de que, incluso en el mundo material, reinan la inteligencia y el propósito; indicios que se hacen inmensamente más claros al adentrarnos en el mundo del hombre; y que, en presencia de la persona y la vida de Cristo, alcanzan la claridad de una convicción que ilumina todo lo demás. La otra gran verdad que enseña este escritor es que el hombre fue la obra principal de Dios, por cuya causa todo lo demás fue creado. La obra de la creación no terminó hasta que él apareció: todo lo demás fue preparatorio para este producto final. Que el hombre es la corona y señor de esta tierra es obvio. El hombre asume instintivamente que todo lo demás ha sido creado para él y actúa libremente según esta suposición. Pero cuando levantamos la vista de esta pequeña esfera en la que estamos situados y a la que estamos confinados, y cuando exploramos otras partes del universo que están a nuestro alcance, surge un agudo sentido de La pequeñez nos oprime; nuestra Tierra es, después de todo, un punto diminuto y aparentemente insignificante, comparada con los vastos soles y planetas que se extienden sistema tras sistema en un espacio ilimitado. Cuando leemos incluso los rudimentos de lo que los astrónomos han descubierto sobre la inconcebible inmensidad del universo, las enormes dimensiones de los cuerpos celestes y la gran escala en la que todo está estructurado, encontramos surgir a nuestros labios, y con diez veces más razón, las palabras de David: "Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, ¿qué es el hombre para que de él te acuerdes, o el hijo del hombre para que lo visites?". ¿Es concebible que en esta diminuta mota en la inmensidad del universo se desarrolle el acto más importante de la historia de Dios? ¿Es creíble que Aquel cuyo cuidado es sostener este universo ilimitado sea libre de pensar en las necesidades y aflicciones de los insignificantes hombres, criaturas que pasan rápidamente sus breves vidas en esta insignificante tierra?

Pero la razón parece estar del lado del Génesis. Dios no debe ser considerado como alguien que se sienta aparte, en una posición remota de supervisión general, sino como alguien presente en todo lo que existe. Y para Aquel que mantiene estos sistemas en sus respectivas relaciones y órbitas, no puede ser una carga aliviar las necesidades de los individuos. Pensarnos como demasiado insignificantes para ser atendidos es menospreciar la verdadera majestad de Dios y malinterpretar su relación con el mundo. Pero también es malinterpretar el verdadero valor del espíritu en comparación con la materia. El hombre es querido por Dios porque es como Él. Inmenso y glorioso como es, el sol no puede pensar los pensamientos de Dios; puede cumplir, pero no puede simpatizar inteligentemente con el propósito de Dios. El hombre, solo entre las obras de Dios, puede comprender y aprobar el propósito de Dios en el mundo y puede cumplirlo inteligentemente. Sin el hombre, todo el universo material habría sido oscuro e ininteligible, mecánico y aparentemente sin ningún propósito suficiente. La materia, por muy formidable y maravillosamente forjada que sea, no es más que la plataforma y el material en el que el espíritu, la inteligencia y la voluntad pueden realizarse y desarrollarse. El hombre es inconmensurable con el resto del universo. Es de una clase diferente y, por su naturaleza moral, se asemeja más a Dios que a sus obras.

Aquí, el principio y el fin de la revelación de Dios se unen y se iluminan mutuamente. La naturaleza del hombre era aquella en la que Dios finalmente daría su revelación suprema, y ​​para ello ninguna preparación podría parecer extravagante. Por fascinante y llena de maravillas que sea la historia del pasado que la ciencia nos revela; por muy llenos que estén estos millones de años de lento movimiento en evidencias de la inagotable riqueza de la naturaleza, y por misterioso que parezca el retraso, todo ese gasto de recursos queda eclipsado y justificado cuando toda la obra es coronada por la Encarnación, pues en ella vemos que todo ese lento proceso fue la preparación de una naturaleza en la que Dios pudiera manifestarse como Persona a las personas. Este se considera un fin digno de todo lo que contiene la historia física del mundo: esto da plenitud al todo y lo convierte en una unidad. No es necesario buscar un fin superior, otro, ninguno podría concebirse. Es esto lo que parece digno de esas tremendas y sutiles fuerzas que han actuado en el mundo físico, esto lo que justifica el largo lapso de eras llenas de maravillas inadvertidas y rebosantes de vida siempre nueva; esto, sobre todo, lo que justifica estas últimas eras en las que todas las maravillas físicas han sido eclipsadas por la trágica historia del hombre sobre la tierra. Si se elimina la Encarnación, todo permanece oscuro, sin propósito, ininteligible: concédese la Encarnación, cree que en Jesucristo el Supremo se manifestó personalmente, y la luz se derrama sobre todo lo que ha sido y es.

La luz se derrama sobre la vida individual. ¿Vives como si fueras el producto de ciegas leyes mecánicas, como si no hubiera ningún objeto digno de tu vida y de toda la fuerza que puedas infundir en ella? Considera la Encarnación del Creador y pregúntate si no te ha sido dado en Su llamado un propósito suficiente para ser conformado a Su imagen y convertirte en el inteligente ejecutor de Sus propósitos. ¿Acaso no vale la pena vivir incluso bajo estas condiciones? El hombre que todavía puede lamentarse como si la existencia no tuviera sentido, o holgazanear lánguidamente por la vida como si no hubiera entusiasmo ni urgencia en vivir, o intentar satisfacerse con comodidades carnales, sin duda necesita abrir la primera página del Apocalipsis y aprender que Dios vio suficiente propósito en la vida del hombre, suficiente para compensar millones de siglos de preparación. Si es posible que compartas el carácter y el destino de Cristo, ¿puede una ambición sana anhelar algo más o más elevado? Si el futuro ha de ser tan trascendental en resultados como el pasado ciertamente ha estado lleno de preparación, ¿no te preocupa compartir estos resultados? Cree que hay un propósito en las cosas; que en Cristo, la revelación de Dios, puedes ver qué ese es el propósito, y que al unirte totalmente a Él y permitirte ser penetrado por Su Espíritu, puedes participar con Él en la realización de ese propósito.