LA RESURRECCIÓN
DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
"Pasado el día de reposo, al amanecer
del primer día de la .semana, vinieron María Magdalena y la otra María, a ver
el sepulcro. Y hubo un gran terremoto; porque un ángel del Señor, descendiendo
del cielo y llegando, removió la piedra, y se sentó sobre ella. Su aspecto era
como un relámpago, y su vestido blanco como la nieve. Y de miedo de él los
guardas temblaron y se quedaron como muertos. Mas el ángel respondiendo, dijo a
las mujeres: No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue
crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar
donde fue puesto el Señor. E id pronto y decid a sus discípulos que ha
resucitado de los muertos, y he aquí va delante de vosotros a Galilea; allí le
veréis. He aquí, os lo he dicho.
Entonces ellas, .saliendo del sepulcro con
temor y gran gozo, fueron corriendo a dar las nuevas a sus discípulos. Y
mientras iban a dar las nuevas a los discípulos, he aquí, Jesús les salió al
encuentro diciendo: ¡Salve! Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies, y le
adoraron. Entonces Jesús les dijo: No temáis; id, dad las nuevas a mis
hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán" (Mateo 28:1 10).
A primera vista a uno le puede parecer extraño que
nuestro Señor Jesús, queriendo dar evidencias de su resurrección, apareció más
bien a mujeres que a sus discípulos. Pero en esto tenemos que considerar que él
quería demostrar la humildad de nuestra fe. Porque no tenemos que estar basados
en la sabiduría humana, sino que tenemos que recibir en absoluta obediencia lo
que sabemos, reconociendo que procede de él. Por otra parte, no hay duda de que
quiso castigar a sus discípulos, enviándoles mujeres para instruirlos, ya que
la instrucción que ellos habían recibido de sus propios labios, llegado el
momento de la prueba no les había aprovechado. Porque, vean cómo fueron
dispersados. Abandonan a su Maestro; están turbados por el temor. ¿Y qué bien
les hizo el haber estado más de tres años en la escuela del Hijo de Dios?
Entonces, semejante cobardía merecía un gran castigo, incluso el de ser
totalmente privados del conocimiento que habían recibido anteriormente, ya que,
por así decirlo, lo habían pisoteado con sus pies y sepultado. Ahora, nuestro
Señor Jesús no quiso castigarlos severamente, sino que, para mostrarles su
falta mediante una gentil corrección, designó a unas mujeres para que fuesen
sus maestros.
De antemano habían sido acogidos para publicar el
evangelio a todo el mundo (realmente son los primeros maestros de la Iglesia),
pero puesto que fueron tan cobardes, al extremo de estar tan atónitos que
incluso su fe resultó aplacada, ahora es totalmente correcto que sepan que no
son dignos de oír ninguna enseñanza de la boca de nuestro Señor Jesucristo.
Noten entonces, por qué son enviados de vuelta a las mujeres, hasta tanto hayan
reconocido mejor sus faltas, y Jesucristo los haya restaurado a su posición y
privilegio, pero por gracia. Además, en general todos nosotros somos exhortados
a recibir el testimonio que nos es enviado por Dios, aun cuando las personas
que hablan sean de poca importancia, o carentes de crédito o reputación en los
ojos del mundo. Como de hecho ocurre cuando un hombre es elegido o nombrado
para ser un notario público, o un empleado público, lo que haga será recibido
como auténtico. Nadie diría esto o aquello para contradecirle. Porque el oficio
le otorga respeto entre los hombres. Y, acaso tendrá Dios menos preeminencia que
los príncipes terrenales cuando solamente ordena a los que él quiere como
testigos suyos, de quienes uno recibe, sin contradicción o réplica lo que él
quiere decir? Ciertamente, es preciso que sea así a menos que queramos ser
rebeldes contra Dios mismo. Esto, entonces, tenemos que recordar en primer
lugar.
Además notemos también que si bien nuestro Señor
Jesucristo apareció a las mujeres, y estas recibieron el primer grado de honor,
él mismo ofreció suficiente testimonio de su resurrección, de manera que si no
cerramos nuestros ojos, ni nos tapamos nuestros oídos y por cierta malicia nos
endurecemos y volvemos estúpidos, tenemos una certeza abundante de este
artículo de la fe, puesto que también es de gran importancia. Porque cuando San
Pablo refuta la incredulidad de aquellos que aun dudaban de que Jesús había
sido levantado, no sólo menciona a las mujeres, sino que menciona a Pedro y
Santiago, luego a los doce apóstoles, luego a más de quinientos discípulos a
quienes apareció nuestro Señor Jesús. Cómo, entonces, podríamos excusar nuestra
malicia y rebelión si no damos crédito a más de quinientos testigos que fueron
escogidos para ese propósito, no de parte del hombre, sino por la soberana
majestad de Dios. Y no fue solamente una vez que nuestro Señor Jesús ley,
declaró que vivía, sino muchas veces. De esa manera, lo que dudaron los
apóstoles y la incredulidad de ellos, debería servirnos como mayor
confirmación. Porque si a la primera aparición hubieran creído en la
resurrección de nuestro Señor Jesucristo, uno podría argumentar diciendo que
fue demasiado simple. Pero ellos son tan lentos que Jesucristo tiene que
amonestarlos por ser personas testarudas, carentes de fe, con la mente tan
pesada y obesa que no entienden nada. Entonces, cuando los apóstoles demuestran
estar tan poco preparados para recibir este artículo de fe, ello debería
aumentar tanto más nuestra certeza. Porque el hecho de que este artículo les ha
sido impuesto como por la fuerza, es buena razón para que nosotros sigamos
ahora. Como dice: "Tomás, tú has visto, y por eso has creído, pero
bienaventurados aquellos que creen sin haber visto." Entonces, ahora,
cuando dice así que nuestro Señor Jesús apareció a dos mujeres, pensemos
también en lo que se dice en los otros pasajes de Pablo, para saber que no
tenemos por qué tropezar ante aquellos que hablan para dar crédito a lo que
dicen conforme a la importancia o condición de sus personas; en cambio
deberíamos elevar nuestros ojos y nuestros sentidos para sujetarnos a Dios, que
bien merece tener completa superioridad sobre nosotros, y para ser cautivos
bajo la palabra suya. Porque si no nos dejamos enseñar ciertamente nunca
obtendremos provecho de la enseñanza del Evangelio. Y si recibimos lo que Dios
declara y nos testifica, no debemos considerarlo como una necedad. Porque
cuando por la obediencia hayamos aprendido a aprovechar en su escuela y en la
fe, entonces sabremos que la perfección de toda sabiduría es que seamos así,
obedientes a él.
Vengamos ahora a esta historia que aquí se nos narra.
Dice que "María Magdalena vino con sus compañeras, el primer día de los
sábados, al sepulcro," es decir, el primer día de la semana. Porque los
judíos guardan el sábado, al que llaman sabath, como día de descanso, puesto
que también es eso lo que la palabra significa; luego, a los siguientes días de
la semana los llaman primer día después del sabath, segundo día, etc. Ahora
bien, puesto que cuentan el comienzo del día partiendo desde la puesta del sol,
dice que las Marías compraron ungüentos aromáticos cuando hubo pasado el sabath
y que hicieron preparativos para venir al sepulcro el siguiente día. Y no eran
solamente dos. Es cierto que San Juan solamente menciona a María Magdalena. San
Mateo menciona a dos de ellas, y por San Lucas vemos que allí hubo un grupo
numeroso. Pero todo esto concuerda muy bien. Porque María Magdalena era quien
guiaba, y la otra María es mencionada explícitamente aquí porque era quien le
seguía más de cerca. Mientras tanto, numerosas mujeres vinieron para ungir el
cuerpo de nuestro Señor Jesús, y es notable que diga que vinieron para saber si
habría acceso y entrada al sepulcro. Es por eso que se identifica
particularmente a dos.
Mateo agrega que el ángel les apareció mientras las
dos estaban allí. Pero como solamente una de ellas habló, es que ella es
mencionada de manera especial. Finalmente, cuando se alejan, se encuentran con
nuestro Señor Jesús quien las envía a sus discípulos para que todos se reúnan
en Galilea. Allá quiere mostrarles su resurrección, el motivo es que la ciudad
de Jerusalén se ha privado por su maldad de tal testimonio. Es cierto que la
Fuente de la vida todavía está allí, porque de ella procedía la ley y la
palabra de Dios, pero entre tanto nuestro Señor Jesús no quiso revelarse en esa
ciudad a sus discípulos, puesto que la maldad allí todavía era tan reciente.
Por otra parte él quería operar conforme a la dureza del corazón de ellos.
Porque realmente estaban capturados por el asombro de modo que el sentido de la
vista no habría sido suficiente; era preciso tomarlos aparte, y manifestarse a
ellos de tal manera que quedase plenamente convencido.
Ahora bien, aquí vemos nuevamente que a las mujeres
nombradas todavía no les es permitido adorar a nuestro Señor Jesucristo como a
su Maestro, si bien ellas estaban apenadas por su muerte. En consecuencia bien
podemos deducir que la palabra de Dios siempre estuvo implantada en sus
corazones. Porque si bien su fe era débil, ellas van al sepulcro en busca de
nuestro Señor Jesús. También hay en ellas cierta ignorancia que no puede ser
excusada. Porque ya tendrían que haber elevado su espíritu, esperando la
resurrección que les había sido prometida, y a la que estaba especialmente
asignado el tercer día. Entonces, estuvieron tan ocupadas que no entendieron lo
principal, es decir, que nuestro Señor Jesús tenía que tener victoria sobre la
muerte a efectos de adquirir vida y salvación para nosotros. Digo que eso es lo
principal porque sin ello el Evangelio no sería nada como dice San Pablo y
nuestra fe quedaría totalmente destruida. De manera que estas pobres mujeres,
por mucho que puedan conocer el evangelio que les ha sido predicado, sabiendo
que es la pura verdad, no obstante, están tan apenadas y confundidas que no
entienden que él debía resucitar, y por eso vienen al sepulcro con sus
ungüentos aromáticos. Allí hay entonces una falla que debe ser condenada. De
todos modos su servicio es aceptable a Dios porque hasta tanto él las corrija,
excusa su asombro. En esto notemos que cuando nuestro Señor aprueba lo que
hacemos, todavía no tenemos que acreditarlo a nosotros mismos, diciendo que lo
hemos merecido, cuando, muy por el contrario, es por su gracia abundante que él
reconozca aquello que era indigno de ser ofrecido a él. Porque siempre habrá
ocasión de condenar nuestras obras cuando Dios las examine estrictamente, ya
que siempre estarán contaminadas con alguna mancha. Pero Dios nos protege y no
rechaza lo que traemos para ofrecerle, no importa la debilidad o falla que
pueda haber, viendo que todo es purificado por la fe y que no es sin causa que
seamos aceptables a él en Jesucristo. Esto es entonces, lo que tenemos que
observar.
Por otra parte, reconozcamos también que en el
sepulcro de nuestro Señor Jesucristo tiene que haber habido otra fragancia,
mucho mejor, mucho más intensa, que la de estos ungüentos que se mencionan. Ya
hemos dicho que los judíos estaban acostumbrados a ungir el cuerpo a efectos de
ser confirmados en la esperanza de la resurrección y de la vida celestial. Era
para demostrar que los cuerpos no se descomponen a tal extremo que no puedan
ser preservados hasta el día final de manera que Dios pueda restaurarlos. Pero
el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo tenía que ser exceptuado de toda
descomposición. Ahora bien, las especias no podían lograr eso, pero, puesto que
se había declarado que Dios no permitiría que su santo y divino viera
corrupción, es que por un milagro nuestro Señor Jesús fue preservado de toda
descomposición. Además puesto que él fue exceptuado de la corrupción, nosotros
ahora estamos ciertos y seguros de la gloria de la resurrección, que ya se nos
apareció en su persona. Entonces, ahora vemos que la fragancia del sepulcro y
de la resurrección de nuestro Señor .Jesucristo ha llegado incluso hasta
nosotros, de manera que podamos ser vivificados por ella. Ahora bien, ¿qué
sigue entonces? Pues, que ya no vamos a ver el sepulcro como estas mujeres, por
cuya ignorancia y debilidad somos ayudados, sino que nos elevamos, puesto que
desde allí nos llama e invita, puesto que nos ha mostrado el camino, y puesto
que nos ha declarado haber tomado posesión de su reino celestial para
prepararnos un lugar y un sitio cuando por la fe lo hallemos allí.
Pero también tenemos que notar lo que agrega Mateo: El
ángel, dice Mateo, apareció y atemorizó a los guardas de tal manera que se
volvieron como hombres muertos. Las mujeres se atemorizaron de la misma manera,
pero después de eso el ángel les administró el remedio. "En cuanto a
ustedes," dijo, "no teman, porque ustedes buscan a Jesús, el que fue
crucificado. Ha resucitado, como lo había dicho." Aquí vemos cómo Dios
acepta el afecto y celo de estas mujeres de manera que, no obstante, él corrige
aquello que desaprueba. Quiero decir que lo corrige por boca del ángel, el cual
está en su nombre. Hemos dicho que es por bondad singular que Dios recibe
nuestro servicio siendo este imperfecto, aunque podría aborrecerlo. Entonces él
recibe de nosotros aquello que carece de valor, así como un padre recibirá de
sus hijos lo que de otra manera sería considerado como desecho y una chanza. He
aquí, digo, qué generoso es Dios hacia nosotros. Pero, por otra parte, es
cierto que él no quiere que los hombres se alegren o tomen a la ligera sus
faltas. Por eso el ángel corrige esta falta de parte de las mujeres. Aunque su
intención es buena, todavía son condenadas por su falta particular. Por eso San
Lucas informa que fueron amonestadas más severamente. "¿Por qué buscáis
entre los muertos al que vive?"
Pero aquí tenemos que observar que los guardas, como
hombres incrédulos y malvados, sin temor de Dios ni de la religión, fueron
presa del temor, incluso es posible que realmente un espíritu de enajenamiento
se haya posesionado de ellos. Las mujeres, ciertamente están atemorizadas, pero
inmediatamente reciben consuelo. He aquí entonces, cuán terrible es la majestad
de Dios para aquellos a quienes les es manifestada. Es por eso que percibimos
nuestra debilidad cuando Dios se declara a nosotros, y porque primero estábamos
inflados de presunción y tan osados que ya no creíamos ser hombres mortales; cuando
Dios nos da alguna señal de su presencia, necesariamente tenemos que ser
abatidos y conocer cuál es nuestra condición, es decir, que solamente somos
polvo y ceniza, que todas nuestras virtudes solamente son humo que se vuela y
se desvanece. Entonces, esto es común a todos, sean buenos o malos. Además,
cuando Dios ha aterrorizado así a los incrédulos, los deja allí como hombres
rechazados, porque no son dignos de experimentar de ninguna manera su bondad.
Por eso también huyen de su presencia, se enojan y crujen sus dientes y están
tan enardecidos que pierden todo sentido y razón, convirtiéndose en personas
totalmente embrutecidas. Los fieles, habiendo sido embrutecidos, se levantan y
toman coraje, porque Dios los consuela y les da gozo. Entonces, este temor, que
los fieles sienten en la presencia de la majestad de Dios no es otra cosa sino
el primer paso en humildad a efectos de rendirle el homenaje debido a él, y a
efectos de someterse a él, sabiendo que no son nada, a efectos de buscar
solamente en él todo su bien.
Es por esto entonces, que el ángel dice: "No
temáis." Esta palabra es digna de ser notada. Porque incluso es como si
hubiera dicho, "Dejo esta gentuza en su confusión, porque no son dignos de
misericordia alguna, pero ahora me dirijo a ustedes y les traigo un mensaje de
gozo. Queden entonces, libradas de este temor puesto que buscan a
Jesucristo." Puesto que esto es cierto, aprendamos a buscar a nuestro
Señor Jesús, no (como he dicho) en una dureza de corazón como la de estas
mujeres de las que se habla aquí (puesto que tampoco ya no hay motivos para ir
al sepulcro a buscarlo), sino con fe acercándonos directamente a él,
sinceramente. Y al hacerlo así tengamos la seguridad de que este mensaje nos
pertenece a nosotros y es dirigido a nosotros. Tenemos que venir osadamente y
sin temor, pero no en forma irrespetuosa (porque tenemos que ser tocados por el
temor a efectos de adorar la majestad de Dios). Pero, de todas maneras, que no
estemos atemorizados como vencidos por la desconfianza. Sepamos, entonces, que
el hijo de Dios se adaptará a nuestras limitaciones cuando con fe nos acercamos
a él, y aun hallaremos motivos en él para nuestra consolación y regocijo, ya
que es para provecho y salvación nuestra que él ha adquirido el señorío y
dominio sobre la vida celestial.
De todos modos, las mujeres se alejaron con gran gozo
y gran temor. Aquí se demuestra otra vez la debilidad de la fe de ellas. He
dicho que el propósito al cual aspiraban era bueno, pero no fueron por el buen
camino según lo aprendemos de su cobardía, y del hecho de que no podían
decidirse a creer o a no creer en la Resurrección. Aunque habían oído hablar
muchas veces de ella, con todo, no logran conquistar sus sentimientos para
llegar a una conclusión final de que ya no es necesario buscar a nuestro Señor
Jesús en el sepulcro. Noten, entonces, el origen de este temor. Así vemos que
es un sentimiento equivocado. Es cierto (como ya he sugerido) que debemos temer
a Dios para rendirle la reverencia correspondiente a su majestad, y obedecerle
y estar totalmente humillados, de manera que él sea exaltado en su gloria;
debemos mantener cerrada toda boca, para que solamente él sea reconocido como
justo, sabio y todopoderoso. Pero este temor que se menciona aquí, es, en
segundo lugar, malo y digno de condenación, porque es causado por la confusión
de estas pobres mujeres. Porque, si bien pueden ver y oír hablar al ángel, les
parece que casi es como un sueño. Ahora, por medio de esto se nos advierte que
Dios obra con tanta frecuencia en nosotros porque no percibimos si hemos
aprovechado o no. Porque es tanta la ignorancia que hay en nosotros, que
realmente son nubes las que nos impiden venir a la claridad perfecta, en cambio
estamos enredados en muchas fantasías. En resumen, pareciera que toda la enseñanza
de Dios es prácticamente inútil. Sin embargo, descubrimos que hay cierta
aprehensión en ello, que nos hace sentir que Dios ha obrado en nuestro corazón.
Aunque solamente tengamos una pequeña chispa de gracia, no nos desanimemos.
Oremos más bien que Dios añada a lo pequeño que ha comenzado, y que nos haga
roer, y que nos confirme, hasta que seamos traídos a la perfección de la cual
aun estamos muy lejos. Si bien el hecho de que las mujeres estaban tan ocupadas
por el temor y el gozo, fue condenado como una falta, vemos que Dios siempre
las gobernó por medio de su Espíritu Santo, y que este mensaje que les fue fue
llevado por el ángel no resultó totalmente inútil.
Ahora tenemos que continuar. Nuestro Señor Jesús les
apareció en el camino les dijo: “No temáis, sino id, digan a mis hermanos que
se reúnan en Galilea, allí me verán." En este pasaje vemos aun mejor cómo
el Hijo de Dios nos atrae gradualmente a sí mismo hasta que somos confirmados
totalmente, puesto que esa es nuestra necesidad. Seguramente fue suficiente que
las mujeres oyeran el mensaje por boca del ángel puesto que llevaba las marcas
de haber sido enviado por Dios. Su rostro era como un relámpago. Es cierto que
la blancura de un manto y cosas semejantes no expresan vívidamente la majestad
de Dios. Sin embargo, estas mujeres tenían un testimonio muy seguro de que
quien les hablaba no era un hombre mortal, sino un ángel celestial. Entonces,
este testimonio bien podría haber sido suficiente para ellas, pero de todos
modos, la certeza fue tanto mayor cuando vieron a nuestro Señor Jesús, al que
primero habían reconocido como el Hijo de Dios y su verdad inmutable. Esto es,
entonces, para ratificar más plenamente lo que antes habían oído por boca del
ángel. Y es también así cómo nosotros crecemos en la fe. Porque al principio no
conocemos ni el poder ni la eficacia que hay en la palabra de Dios. Pero si
alguien nos enseña, y nos enseña bien, aprendemos un poco, aunque todavía es
prácticamente nada.
Pero poco a poco, por medio del Espíritu Santo la enseñanza
hace su impresión sobre nosotros, y al final nos demuestra que es él quien
habla. Entonces estamos convencidos de modo que no solamente poseemos cierto
conocimiento, sino que estamos de tal manera persuadidos que el diablo, ideando
todo lo posible, no puede sacudir nuestra fe, ya que estamos convencidos de
esto: que el Hijo de Dios es nuestro Maestro y estamos apoyados en él, sabiendo
que tiene total maestría sobre nosotros, y que él merece una autoridad
plenamente soberana. Es lo que vemos en estas mujeres. Es cierto que Dios no
obra en todos de la misma manera. Algunos desde el mismo comienzo se sentirán
tan atraídos que percibirán que Dios ha actuado con poder extraordinario en
favor de ellos. Pero muchas veces seremos enseñados de tal modo que se exhibirán
claramente nuestra rudeza y debilidad, de modo que por causa de ello seremos
amonestados tanto más a glorificar a Dios y a reconocer que todas las cosas nos
provienen de él.
Consideremos ahora esta palabra que hemos citado:
"Id, y decid a mis hermanos que se reúnan en Galilea." Vemos que aquí
el Hijo de Dios apareció a María y a sus compañeras no solamente para revelarse
a siete u ocho, sino que quería que este mensaje fuese publicado a los
apóstoles, para que ahora nos pueda ser comunicado a nosotros, para que
tengamos parte en él. En efecto, sin ello, ¿qué provecho tendría para nosotros
esta historia de la Resurrección? Pero cuando dice que el Hijo de Dios se ha
manifestado de tal manera a sí mismo, y que quiso que el fruto de ello fuera
comunicado a todo el mundo, el propósito es que obtengamos un concepto tanto
mejor. De manera que, entonces, estemos seguros que la intención de nuestro
Señor Jesús es que pudiéramos tener la certeza de su resurrección, porque en
ella descansa toda la esperanza de nuestra salvación, porque en ella descansa
toda la esperanza de nuestra salvación y de nuestra justicia, si realmente
sabemos que nuestro Señor Jesús se ha levantado. Con su muerte y pasión no
solamente nos ha purgado de toda nuestra suciedad, sino que no podía permanecer
en ese estado de debilidad. Tenía que demostrar el poder de su Espíritu Santo,
y mediante la resurrección de los muertos tenía que ser declarado Hijo de Dios,
como también lo dice San Pablo tanto en el primer capítulo de Romanos como en otros
pasajes. Así que ahora nosotros tenemos que estar seguros de que nuestro Señor
Jesús, habiendo resucitado, quiere que vengamos a él y que el camino puede ser
abierto para nosotros. Y él no espera hasta que nosotros le busquemos, sino que
ha provisto para que pudiéramos ser llamados por medio de la predicación del
evangelio, y para que este mensaje pudiera ser pronunciado por boca de sus
heraldos a quienes él ha elegido y escogido. Siendo esto así, reconozcamos que
en el día de hoy participamos de la justicia que tenemos en nuestro Señor
Jesucristo, para llegar a la gloria celestial, puesto que él no quiere ser
separado de nosotros.
Y es por eso que a sus discípulos los llama sus
hermanos. Por cierto, este es un título honroso. Y por eso fue reservado para
aquellos a quienes nuestro Señor Jesús había comprometido para ser sus siervos.
Y no hay duda que utilizó esta palabra para mostrar la relación fraternal que
quería mantener hacia ellos. De la misma manera también está unido a nosotros,
tal como lo declara mejor Juan. En efecto, somos conducidos a lo que dice en el
Salmo 22, del que proviene este pasaje: Yo declararé tu nombre a mis hermanos,
pasaje que el apóstol, refiriéndose a la persona de nuestro Señor Jesucristo,
no solamente incluía a los doce apóstoles llamándolos hermanos de Jesucristo,
sino que concede el título a todos nosotros era general quienes seguimos al
Hijo de Dios; él quiere que nosotros participemos en un honor tan grande. Es
por eso también que cuando nuestro Señor Jesús dice: "Voy a mi Dios y a
vuestro Dios, a mi Padre y a vuestro Padre," no es algo dicho a un pequeño
número de personas, era dirigido a toda la multitud de creyentes. Ahora bien,
nuestro Señor Jesús, si bien es nuestro Dios eterno, no obstante se humilla en
su condición de Mediador para estar cerca de nosotros, y de tener todas las
cosas en común con nosotros, esto es, con respecto a su naturaleza humana.
Pues, aunque por naturaleza es el Hijo de Dios y nosotros somos solamente
adoptados, y esto por gracia, aun así este compañerismo es permanente, y aquel
que es el Padre de nuestro Señor Jesucristo, por medio suyo también es nuestro
Padre, ciertamente, en diferentes pactos. Porque nosotros no necesitamos ser
elevados a la misma altura que nuestra Cabeza. Aquí no debe haber ninguna
confusión. Si en un cuerpo imano la cabeza no estuviera encima de todos los
miembros, el cuerpo sería una monstruosidad, sería una masa confusa. También es
razonable que nuestro Señor Jesús conserve su posición soberana, puesto que él
es el único Hijo de Dios, es decir, por naturaleza. Pero esto no impide que
nosotros estemos unidos en hermandad, de manera que podamos invocar osadamente
a Dios con la plena confianza de recibir respuesta de él, ya que tenemos acceso
personal y familiar a él. Entonces vemos lo que significa esta palabra usada
por Jesús al amar hermanos a sus discípulos; es decir, los hizo para que hoy
tengamos este privilegio con ellos, a decir, por medio de la fe. Y ello no
reduce el poder y la Majestad del Hijo de Dios, al unirse con criaturas tan
miserables como lo somos nosotros; él realmente está dispuesto a ser
clasificado con nosotros. Tanto más debiéramos llenarnos de gozo, viendo la
bondad que exhibe, viendo que al resucitar de la muerte él nos ha adquirido la
gloria celestial, adquisición para la cual se humilló a sí mismo, sí, dispuesto
incluso a ser como nada. Ahora bien, a que nuestro Señor Jesús condesciende a
reconocernos como sus hermanos, de lanera que tengamos acceso a Dios,
procedamos nosotros a buscarle, y a venir a él en plena confianza, siendo tan
cordialmente invitados. Esto significa, como alguien podría llegar a decir, que
no solamente usa el lenguaje para atraernos, ¡no que también agrega el
sacramento, a efectos de ser guiados conforme a nuestra capacidad de seguir. Y,
en efecto, por muy débiles y lentos que seamos, o podemos excusar nuestra
pereza si no venimos a nuestro Señor Jesucristo. aquí está la mesa que él ha
preparado para nosotros. ¿Y con qué propósito? No es para satisfacer nuestros
cuerpos y nuestros vientres, aunque inclusive en eso nos declara tener un
cuidado paternal de nosotros, y nuestro Señor Jesucristo demuestra ser
realmente la vida del mundo. Si diariamente tenemos nuestro descanso y
alimento, aun en ello nos declara nuestro Señor Jesús su bondad. Pero en esta
mesa, puesta aquí para nosotros, nos muestra una consideración especial, porque
es para mostrarnos que somos hermanos de nuestro Señor Jesucristo, esto
significa que así como nos ha unido a sí mismo (como él lo firma en el capítulo
17 de Juan) así también nos ha unido a Dios su Padre, aclarando plenamente ser
nuestra carne y bebida, para que seamos alimentados con su propia sustancia,
para tener toda nuestra vida espiritual en él. Y eso es más que si nos llamara
cien veces hermanos suyos.
De manera entonces, comprendamos la unidad que tenemos
con nuestro Señor Jesucristo, es decir, que él está dispuesto a tener una vida
común con nosotros, y que lo suyo pueda ser nuestro, que incluso quiere habitar
en nosotros, no imaginariamente, sino de hecho; no en forma terrenal, sino
espiritual; y que, en todo caso obra de tal manera por el poder de su Espíritu
Santo que somos unidos él más que los miembros de un cuerpo. Y así como la raíz
de un árbol envía u sustancia y poder a través de todas las ramas, también
nosotros obtenemos la sustancia y vida de nuestro Señor Jesucristo. Y es por
eso también que Pablo dice que nuestro Cordero pascual ha sido crucificado y
sacrificado, de manera que ya no queda otra cosa que hacer, sino guardar la fiesta
y participar en el sacrificio. Y así como en tiempos antiguos en la Ley ellos
comían cuando el sacrificio era ofrecido, ahora también tenemos que venir
nosotros y tomar nuestra carne y nuestro alimento espiritual en este Sacrificio
que ha sido ofrecido para nuestra redención. Es cierto que no devoramos a
Jesucristo en su carne, no entra a nosotros a través de los dientes, como han
imaginado los papistas, sino que recibimos pan como muestra segura e infalible
de que nuestro Señor Jesús nos alimenta espiritualmente con su cuerpo;
recibimos una gota de vino para demostrar que somos sostenidos espiritualmente
por medio de la sangre de nuestro Señor Jesucristo. Pero observemos bien lo que
agrega Pablo, que así como bajo las figuras de la ley no estaba permitido comer
pan leudado y cuya masa fuese amarga, ahora, que ya no estamos bajo tales
sombras, debemos apartar la levadura de malicia, de maldad y de todas nuestras
corrupciones, y a tener pan o torta (como dice él) libre de amargura. ¿Y cómo?
En pureza y sinceridad. Entonces, cuando nos acercamos a esta santa mesa,
mediante la cual el Hijo de Dios nos muestra que él es nuestra carne, y que él
se entrega a sí mismo como nuestro alimento pleno y completo, y que desea que
ahora participemos en el sacrificio, ofrecido una vez para siempre para nuestra
salvación, entonces nosotros tenemos que procurar de no traer a ella nuestras
corrupciones y contaminaciones, para que no se mezclen con ella, en cambio
debemos renunciar a ellas, anhelando únicamente ser totalmente purificados, de
modo que nuestro Señor Jesús pueda poseernos como miembros de su cuerpo, y que
de esta manera nosotros también podamos ser participantes de su vida. Es así
como hoy tenemos que hacer uso de esta Santa Cena preparada para nosotros. Es
decir, que ella nos guíe a la muerte y pasión de nuestro Señor Jesucristo, y
luego a su resurrección, y que estemos tan seguros de la vida y la salvación
como que mediante la victoria obtenida al resucitar de los muertos nos es
otorgada justicia, y el portal del paraíso ha sido abierto para nosotros, de
manera que podamos acercarnos osadamente a Dios, y ofrecernos a él, sabiendo
que siempre nos recibirá como hijos suyos.