} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO

sábado, 16 de noviembre de 2024

EL USO OPORTUNO DE LA ANGUSTIA

 

 

"No otorgará vida al impío, pero a los afligidos dará su derecho. No apartará de los justos sus ojos; antes bien con los reyes los pondrá en trono para siempre, y serán exaltados. Y si estuvieren prendidos en grillos, y aprisionados en las cuerdas de aflicción, él les dará a conocerla obra de ellos, y que prevalecieron sus rebeliones. Despierta además el oído de ellos para la corrección y les dice que se conviertan de la iniquidad. Si oyeren, y le sirvieren, acabarán sus días en bienestar, y sus años en dicha. Pero si no oyeren, serán pasados a espada, y perecerán sin sabiduría. Mas los hipócritas de corazón atesoran para sí la ira y no clamarán cuando él los atare. Fallecerá el alma de Ellos en su juventud, y su vida entre los sodomitas" (Job 36:6-14).

 

Después que Eliú dijo en términos generales que Dios aparta los ojos de los justos sino que cuida de ellos, y que, por el contrario, no vivifica a los malvados; agrega, particularmente para probar mejor la providencia de Dios, que da derecho a los afligidos. Porque si un pobre hombre que está totalmente destituido de ayuda, un paria en el mundo, sin embargo, es librado de la aflicción y persecución, es preciso que ello proceda de Dios, en efecto, es algo que tiene que ser atribuido a Dios. Porque si no recibimos ayuda del mundo e incluso tenemos enemigos fuertes y poderosos, ¿qué se dirá sino que estamos perdidos no habiendo ya esperanza para nuestra vida?

Si luego somos restaurados, es manifiesto que Dios ha estado obrando. Entonces, no es sin causa que Eliú establezca premeditadamente estas expresiones para probar que Dios gobierna todas las cosas aquí abajo.

También establece un segundo ejemplo de la providencia de Dios, es decir, de gobierno por medio de príncipes y de hombres que se sientan en el trono de justicia, en lo cual percibimos que Dios es justo y que no quiere que las cosas estén fuera de orden. Si bien no hay una equidad permanente, sin embargo, cuando vemos que hay algo de orden en el mundo ello nos permite ver, como en un espejo, que Dios no ha soltado las riendas para reinar dejándolo librado a la confusión, que todavía no deja de darnos alguna señal y ejemplo de su justicia. En efecto, si el hombre considera por una parte, cuál es la naturaleza del hombre, y por otro lado cómo los gobernadores y magistrados y aquellos que en su mano tienen la espada de justicia se eximen a sí mismos; verá y discernirá fácilmente que es un milagro de Dios que haya cierto bienestar común entre nosotros y que, ciertamente, tenemos que conocerlo y percibirlo. Digo que la naturaleza de los hombres es tal que cada uno sería dispuesto a estar sujeto. Si, entonces, nuestro Señor no permite que los fuertes prevalezcan, sino que exista cierto temor y obediencia hacia aquellos que están en preeminencia; en ello se ve que Dios no solamente frena sino que también encadena la naturaleza de los hombres para que este orgullo no se pueda levantar al extremo de que el gobierno público ya no pueda estar sobre él. Después vemos que todos los hombres están dados al mal y que sus pasiones hierven tanto que cada persona quisiera tener la completa licencia y que nadie esté sujeto a corrección. Por eso es preciso incluir que el orden de la justicia proviene de Dios, y que con ello demuestra que él ha creado a los hombres para que se gobiernen honesta y modestamente. En cuanto al segundo punto vemos cómo los reyes y príncipes y aquellos que son de condición inferior se comportan cuando Dios los ha equipado con la espada de justicia y cómo es que trastornan todas las cosas, de manera que parecieran querer desafiar a Dios y destruir lo que él ha ordenado. Ahora, si aquellos que debieran mantener apaciblemente el orden constituido por Dios se esfuerzan en trastornarlo y luchan deliberadamente para poner las cosas en confusión, y si a pesar de todo el gobierno sigue en el mundo, y que las cosas no están tan totalmente confundidas al extremo de no existir marca alguna de lo que Dios ha establecido. ¿Acaso no se ve en ello que Dios es doblemente justo?

Por eso no es sin causa que Eliú, habiendo hablado del alivio de los afligidos, inmediatamente agrega un ejemplo consistente en que Dios establece a los reyes, y no solamente por un día, sino para que el mismo orden permanezca continuamente en el mundo. Es cierto que se harán muchos cambios de un lado y del otro y que habrá grandes revoluciones entre principados y señoríos, pero en ello Dios también muestra que es oficio suyo el abatir al orgulloso. No obstante, aun a pesar de los hombres y de toda su furia, algún orden permanecerá aquí abajo, incluso con respecto a los tiranos. Si un rey gobierna injustamente, de manera de despreciar a Dios, y si se llena de crueldad, violencia y codicia insaciable; sin embargo, y a pesar de ello tiene que haber cierta sombra y apariencia de justicia, y no puede ir más allá de ella. ¿De dónde proviene esto, sino que Dios se declara a sí mismo en ello? Por eso, aprendamos a aprovechar de tal manera por lo que se ven en este mundo que Dios pueda ser glorificado en sus criaturas conforme a lo que él merece; y, sobre todo, cuando vemos que libra a los pobres oprimidos, que ya no pueden hacer nada, y que no tienen ni esperan ninguna ayuda de los hombres, percibamos allí su poder y su bondad, y estemos dispuestos a rendirle la alabanza debida a él. Esto es lo que tenemos que observar. Sin embargo, para probar que somos hijos de Dios, seamos sabios para extender nuestra mano hacia aquellos que son perseguidos injustamente, conforme a los medios que Dios nos da para ayudar a los que son pisoteados y que no tienen medios con los cuales vengarse o sostenerse ellos mismos. Tenemos que ocuparnos y conscientemente ejercitarnos en esta obra. En segundo lugar, cuando vemos que los hombres que gobiernan son tan perversos y malvados y que, sin embargo, Dios no permite que se salgan de los límites, humillémonos a nosotros mismos para honrar su providencia, y sepamos que si él no frenara su maldad, nosotros seríamos abrumados con una horrible inundación y todas las cosas serían tragadas y ahogadas inmediatamente. Por eso Dios tiene que ser magnificado cuando vemos que prevalece cierto residuo de justicia y de buen orden, aunque aquellos que gobiernan y sostienen la espada en sus manos son totalmente malvados y dados al mal. Entonces, sepamos esto, y sostengamos, tanto como podamos, el orden de justicia, viendo que es un beneficio soberano que Dios concede a la humanidad, y que de esa manera quiere que también su providencia sea conocida. Y cuando vemos que los príncipes y magistrados y todos los oficiales de la justicia son tan perversos, sintamos pena viendo tan profanado el orden que Dios ha dedicado a la salvación de los hombres; y no solamente debemos detestar a los enemigos de Dios y a los que resisten el orden del gobierno que él puso sobre ellos, sino que sepamos que ellos son los frutos de nuestros pecados para que nos imputemos a nosotros mismos la culpa y causa de todo el mal. Así ustedes ven lo que tenemos que recordar de este pasaje. Ahora vengamos a lo que agrega Eliú. Dice que si los hombres buenos o también los hombres grandes de los que había hablado, a los que Dios exaltó a una condición y dignidad elevada sobre el resto del mundo, a veces son puestos en el cepo; si a veces son destituidos incluso en vergüenza, de modo que los hombres los ponen en prisión y en el cepo y son atados con sogas para su turbación, y si Dios no los abandona en tal necesidad, sino que les hace sentir sus pecados, les dice las faltas que han cometido, es para que, habiéndolas conocido, se puedan corregir volver al buen camino; Dios les abre los oídos para que puedan pensar más correctamente en sí mismos y conocerse. Entonces Eliú muestra aquí que cuando nos parece que Dios cierra los ojos y que ya no tiene consideración del gobierno de los hombres, tiene buenos motivos para ellos; y, aunque nos parezca extraño, tenemos que reconocer que él es justo y equitativo en todo lo que hace y que nosotros tenemos ocasión de glorificarle. Es cierto que lo que hemos discutido antes hay que recordarlo siempre; es decir, que las cosas en este mundo no son gobernadas de una manera uniforme y que Dios reserva una gran parte de los juicios que se propone ejecutar para el día final, para que nosotros siempre estemos en suspenso, esperando la venida de nuestro Señor Jesucristo. Para nosotros debiera ser suficiente tener algunas señales mediante las cuales percibir lo que aquí se nos dice.

Ahora, la intención de Eliú es anticipar la piedra de tropiezo que los hombres puedan concebir cuando personas buenas y justas son pisoteadas y expuestas por Dios a la tiranía de los malvados, siendo atormentados sin causa, de modo que sin haber hecho daño a nadie, aun así no dejan de ser molestadas. Porque cuando vemos esto nos parece que Dios no piensa en el mundo, que su mirada no se extiende hasta nosotros, y que dé el gobierno librado a la fortuna. Vean cómo nuestra vista es inmediatamente confundida al ver las cosas fuera de orden, y no hay nada más fácil para nosotros que tropezar en esto. Por esta causa Eliú muestra aquí que, aunque los hombres buenos sean perseguidos, o que también aquellos que fueron puestos en el poder son destituidos como si Dios confundiera la tierra con el cielo, no por eso tenemos que atemorizarnos demasiado en nuestras mentes. ¿Y por qué? Porque Dios tiene razones justas que nosotros no podemos percibir a primera vista pero esperemos con paciencia y veremos que Dios hará que tales aflicciones son para nuestro bien y que apuntan a un buen fin. ¿Y por qué? "Porque entonces" dice, "Dios anuncia a los que así son atormentados sus pecados, les hace sentir lo que son para guiarlos a una adecuada corrección. " Aquí vemos, en primer lugar, que no tenemos que estimar las cosas conforme a la apariencia exterior, sino escudriñar más a fondo y buscar la causa que mueve a Dios a hacer lo que a primera vista nos parece extraño. Parece contrario a toda razón que un buen hombre sea perseguido así y que todos lo atropellen; pero Dios sabe por qué lo hace. Por eso tenemos que mirar hacia el resultado, y no apresurarnos demasiado en pronunciar el veredicto, como aquellos que juzgan descuidadamente. ¿Cuál es el propósito de nuestras aflicciones? Es para hacernos sentir nuestros pecados; y este es un punto sumamente digno de ser notado, del cual podemos deducir una doctrina de poderosa utilidad. Es cierto que muchas veces oímos que se habla de ella; sin embargo, nunca será suficiente; porque sabemos que las aflicciones nos son tediosas, que cada uno de nosotros se enfurece tan pronto siente el ardor de la vara en la mano de Dios, sin que podamos consolarnos a nosotros mismos ni mantenernos con paciencia. Por eso, tanto más nos corresponde notar bien la doctrina de que cuando Dios permite que seamos atormentados, incluso injustamente, con respecto a los hombres, aun entonces él está procurando nuestra salvación queriendo hacernos sentir nuestros pecados y mostrarnos lo que somos. Porque en tiempos de prosperidad somos ciegos; en efecto, no sabremos correctamente lo que está contenido aquí, a menos que Dios nos lo acerque mediante sus castigos. ¿Estamos bien, y en delicias? Cada uno de nosotros se duerme y se adula a sí mismo en sus pecados, de manera que nuestra prosperidad es semejante a la ebriedad que adormece a las almas. Y, lo que es peor, cuando Dios nos deja solos, en paz, aunque le hayamos ofendido mil veces, todavía no dejamos de aplaudirnos a nosotros mismos, y nos parece que Dios nos es propicio y que nos ama por el hecho de perseguirnos. Ustedes ven entonces, que los hombres son incapaces de sentir sus pecados a menos que sean llevados por la fuerza a conocerse ellos mismos. Por eso, viendo que la prosperidad nos embriaga de tal manera, y que cuando estamos en paz cada uno se adula en sus pecados; tenemos que sufrir pacientemente las aflicciones de Dios. Porque la aflicción es la auténtica maestra que lleva los hombres al arrepentimiento para que se condenen ellos mismos delante de Dios y, siendo condenados, aprendan a odiar a aquellos pecados en los que anteriormente se bañaban. Por eso, cuando hemos conocido el fruto de los castigos que Dios nos manda, los llevaremos con mayor tranquilidad y con coraje más pacífico que el que ahora tenemos. Pero es penoso ver cuan indiferentes somos.

Porque no sabemos que Dios al afligirnos procura nuestra salvación. Además notemos bien que no tenemos necesidad de mirar la mano visible de Dios soltar las riendas de los hombres de manera que seamos perseguidos por ellos, aun injustamente, no habiéndoles hecho daño alguno.

Sin embargo, aun en ese caso tenemos que aprender que Dios nos llama a su escuela. Porque cuando deja de castigarnos con su mano y nos pone en manos malvadas, es para domarnos y humillarnos mejor; y para avergonzarnos más. Entonces, cuando los malvados tienen el control de manera de tener los medios para atormentarnos, y cuando nos hacen las peores cosas que pueden hacernos, es como si Dios nos declarase que no somos dignos de ser castigados por su propia mano, y que de esa manera quiere avergonzarnos.

Tanto más debiéramos sentirnos motivados a pensar en nuestras faltas y sentirnos apenados por ellas, y entonces observar lo que agrega Eliú, que entonces Dios abre nuestros oídos. En las escrituras esta expresión significa dos cosas. Porque a veces significa simplemente hablarnos; y a veces significa tocar nuestro corazón de tal manera que oigamos lo que se nos dice. Por eso Dios abre nuestros oídos cuando nos envía su palabra y haciendo que la misma nos sea declarada; y luego abre nuestros oídos los descubre (porque ese es el significado propio de la palabra hebrea) cuando no permite que seamos sordos a su doctrina, sino que le da entrada para que la recibamos y seamos movidos por ella, y que su poder sea demostrado. Vean las dos formas de abrir nuestros oídos que percibimos diariamente y que Dios emplea con nosotros.

También abre los oídos de aquellos a quienes aflige dándoles alguna señal de su ira a efectos de enseñarles a pensar más correctamente acerca de sí mismos de lo que hicieron antes. Si un hombre pregunta: "¿Entonces qué? Acaso no nos habla Dios cuando estamos en prosperidad?" Sí, seguramente, lo hace; pero su voz no puede llegarnos; porque ya estamos preocupados con nuestras propias delicias y afectos mundanales. En efecto, vemos que, cuando las personas tienen abundancia para que podamos volver a nuestros sentidos. De modo que las aflicciones en general debieran servirles de instrucción a aquellos que las reciben, de modo que pueden causar un acercamiento a Dios, de quien habían estado previamente alejados. Suficiente con esto en cuanto a un punto. No obstante, los hombres todavía no se dejan gobernar por Dios hasta que él no haya suavizado sus heridas mediante su Espíritu Santo y abierto el pasaje para las advertencias que él da y punzado los oídos de los hombres para que se puedan ocupar de su servicio y obediencia, tal como está dicho en el Salmo 40:6 (Sacrificio y ofrenda no te agrada; Has abierto mis oídos; Holocausto y expiación no has demandado.). Esto es lo que tenemos que observar. Por eso, cuando somos afligidos, primero recordemos que es Dios quien se dirige en persona a nosotros y nos muestra nuestros pecados a efectos de llevarnos al arrepentimiento. Pero puesto que somos duros para el remordimiento y, lo que es peor, somos totalmente testarudos y sordos a todas las advertencias que él nos hace, tenemos que orar a él para que abra nuestros oídos y nos haga tan abiertos a sus instrucciones que las mismas nos sean provechosas y que no permita que meramente haya estruendos en el aire sin que nuestros corazones sean tocados, sino que seamos movidos para venir a volver a él. De otra manera sepamos que no haremos nada sino provocarlo y rechazar sus no permitamos que nos entren por un oído y nos salgan por el otro; pero obedezcamos, es decir, rindamos una obediencia a Dios como la que debemos rendirle, y no busquemos ninguna otra cosa sino el en marcarnos totalmente en él. ¿Qué sigue? No tenemos que asombrarnos si los hombres languidecen de dolor, en efecto, si diariamente son arrojados a profundidades de miserias cada vez mayores. Porque ¿quién de ellos escucha a Dios cuando él habla? Es evidente que siendo tantos los afligidos y atormentados en la actualidad, las varas de Dios están ocupadas en todas partes. ¿Pero, cuántos piensan en ellas? Ustedes verán a todo un pueblo oprimido por guerras, hasta no poder sostenerse ya; sin embargo, difícilmente hallarán una docena de hombres entre cien mil que oyen hablar a Dios. He aquí el chasquido de su látigo suena y hace eco en al aire; en todas partes hay horribles lloros y lamentos; los hombres exclaman "¡Eh!" Pero, entre tanto, no miran la mano que los castiga; como el reproche del Profeta a los obstinados que, aunque sienten los azotes no reconocen la mano de Dios. Lo mismo vemos en tiempos de pestilencia y hambre. Por eso, entonces, ¿es de asombrarse que Dios envíe heridas incurables haciendo lo dicho por el profeta Isaías 1:16 (Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo;).esto es, que desde la planta del pie hasta la cabeza no haya en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga en este pueblo de manera que todos están podridos e infectados y sus llagas son incurables? ¿Acaso es para asombrarnos que actualmente los hombres sean tan ingratos para con Dios que le cierran la puerta están dispuestos a escucharle a efectos de obedecerle? De manera entonces, toda vez que seamos castigados por la mano de Dios aprendamos a venir rápidamente a él y a escuchar la advertencia que nos da para que sintamos nuestros pecados y estemos disgustados con ellos. Habiendo hecho eso seamos tocados en lo más profundo para que a él le plazca tener piedad de nosotros. Si procedemos de esta manera, Dios no olvidará su oficio de instruir y liberarnos de todas nuestras adversidades.

Pero, ¿queremos pasar por caballos salvajes? Entonces seguramente nos desdeñará como se dice aquí: "Seremos pasados a espada, y pereceremos sin sabiduría" es decir, en nuestra necedad.

Cuando dice, "Seremos pasados a espada," él significado es que las heridas serán totalmente incurables, que ya no esperemos sanidad, que ya no habrá remedio para nosotros. Si no somos obstinados cuando Dios nos advierte nuestras faltas, él se revelará como un buen médico hacia nosotros purgándonos de todas ellas, al menos si no somos incorregibles. Pero si no hay razón ni enmienda en nosotros, de manera que mordamos los frenos sin sentir nuestros pecados para sentirnos apenados por ellos, sepamos que todas las aflicciones del mundo nos serán mortales. A menos que aprendamos a volver a Dios cuando él nos llama dándonos la oportunidad de arrepentirnos, es decir, a menos que vengamos en el momento correcto y entremos cuando la puerta nos es abierta; a menos que lo hagamos así, todos los castigos que nos fueron dados para nuestro provecho tienen que volverse para nuestra mayor condenación; dichos castigos tendrán que ser tantas otras advertencias de parte de Dios, de que en efecto, la acumulación de toda la miseria sobre nosotros tiene que cumplirse. Tanto más debiéramos pensar en nosotros mismos para no provocar premeditadamente semejante venganza de Dios sobre nosotros. Porque acaso es un asunto de poca importancia, ¿que esté dicho que los obstinados serán heridos por la mano de Dios; ciertamente, ya que los hombres le provocan a más no poder y no están dispuestos a someterse a él cuando les ha hecho el favor de advertirles dándoles entrada a su presencia? En efecto, cuando los hombres se oponen así, ¿acaso no es un desafío abierto a Dios? ¿No es pisotear su gracia bajo el pie? Dios no puede soportar semejante despecho; porque él jura por su majestad Salmo 20:4 (Te dé conforme al deseo de tu corazón, Y cumpla todo tu consejo.); Isaías 22:13 (y he aquí gozo y alegría, matando vacas y degollando ovejas, comiendo carne y bebiendo vino, diciendo: Comamos y bebamos, porque mañana moriremos.) que cuando los hombres hacen fiesta y dicen "comamos y bebamos" mientras Dios los llama al arrepentimiento, ello constituye un pecado que jamás será borrado. He aquí, Dios está tan irritado con ese pecado que jura que será registrado en su presencia para siempre. Tanto más entonces, ello debería incitarnos a humillarnos cuando Dios nos da algunas advertencias, sabiendo que en este punto procura nuestra salvación, para que no rechacemos su yugo cuando él quiere ponerlo sobre nosotros, y que no rechacemos los golpes de su vara los cuales nos da como golpeando sobre un yunque.

En forma específica dice que aquellos que no oyeren a Dios perecerán sin sabiduría, es decir, su propia necedad los consumirá. Esto se dice para que no les quede excusa a los hombres.

Es cierto que nos escudamos con la ignorancia cuando queremos minimizar nuestras faltas o bien borrarlas completamente. Decimos, "no he pensado en ello; no fui consciente." Pero aprendamos que cuando se hace alguna mención de la ignorancia de los hombres es para condenarlos porque se hicieron las bestias careciendo de razonamiento. Así también lo menciona el profeta  Isaías 5:13,14 (Por tanto, mi pueblo fue llevado cautivo, porque no tuvo conocimiento; y su gloria pereció de hambre, y su multitud se secó de sed. 14  Por eso ensanchó su interior el Seol, y sin medida extendió su boca; y allá descenderá la gloria de ellos, y su multitud, y su fausto, y el que en él se regocijaba.) "El mismo motivo," dice el Señor, "por el cual está abierto el infierno y por el cual el sepulcro se traga todo y por el cual todo mi pueblo es consumido, es que no tuvieron conocimiento." Allí Dios se queja de que los pecadores se arrojan voluntariamente a la destrucción. Sin embargo, dice que ello ocurre porque no tenían conocimiento; ciertamente, pero enseguida reprocha a los judíos por haberse embrutecido. Porque, por su parte, el Señor nos advierte suficientemente, de manera que es nuestra propia culpa si no somos bien enseñados ¿Cómo es posible? Dios es un buen maestro de escuela, pero nosotros somos estudiantes pobres; Dios habla pero nosotros somos sordos, o bien nos tapamos los oídos para no oírle. De modo entonces, la ignorancia de la que aquí habla Eliú es voluntaria, porque los hombres no pueden permitir que Dios les muestre su lección o les enseñe a venir a él, sino que más bien continuarían su sendero común, y por eso cierran sus ojos y se tapan los oídos. Así ustedes ven una ignorancia que está llena de malicia y rebelión. Ahora, es cierto que por un tiempo los malvados se agradan a sí mismos al no sentir la mano de Dios, pero es tanto peor para ellos, según los ejemplos que vemos cada día. Si una persona habla a estos embaucadores, dados a toda clase de mal, y los amenaza con la venganza de Dios, se limitan a menear sus cabezas, se burlan, y les parece que es solamente una broma.

Nuevamente, toman a los sermones para burla y vuelven toda la Santa Escritura en ridículo para que ya no tenga reverencia ni autoridad. Vemos esto delante de nuestros ojos. Siempre empeoran su condición, puesto que esta expresión no será frustrada, es decir, que todo aquel que no está dispuesto a oír a Dios en la aflicción tiene que perecer sin sabiduría; esto significa que la ignorancia en la cual están inmersos tiene que causarles una ruina peor y arrojarlos aun más a la maldición de Dios. Ahora, puesto que vemos esto, aprendamos a estar abiertos a la enseñaza, y tan pronto habla Dios prestémosle atención y estemos dispuestos a sujetarnos a su palabra, y que nada nos impida volver a él. Esto es lo que se nos enseña en este pasaje. Es cierto que de otra manera nuestra propia naturaleza siempre nos inducirá a oponernos a él, tal como se dice aquí.

Además, la necedad de los hombres es que, si bien no quieren ser considerados necios e ignorantes, sin embargo, se esfuerzan en excusarse con desatinos e ignorancia cuando se trata de rendir sus cuentas ante Dios. Lo peor es que todo ello nos les aprovechará de nada. Tanto más tenemos que tratar de humillarnos a tiempo y venir al consuelo de Dios cuando dice que nos enseña de doble manera. Porque por un lado él hace que su palabra nos sea predicada, y por el otro nos castiga con sus varas para que cada uno de nosotros seamos inducidos, para nuestro propio beneficio, a volver al buen camino. Por eso, tengamos abiertos los oídos para recibir la doctrina que en el nombre de Dios es puesta ante nosotros de modo que no se dirija a sordos ni a troncos de árboles. Entre tanto, también seamos pacientes para soportar las aflicciones que él nos manda; y si algo pasa distinto de lo que nosotros queremos, jamás dejemos por eso de magnificar a Dios y a su gracia, sabiendo que por esos medios nos hace sentir nuestros pecados para que no estemos confiados en ellos al extremo de perecer. Ustedes ven entonces, a menos que queramos provocar deliberadamente a Dios después de haber escuchado su palabra, también tenemos que entender su propósito cuando él nos castiga y nos manda algunas aflicciones de dondequiera que ellas vengan sobre nosotros; porque nunca nos ocurrirá nada que no provenga de su mano.

Inmediatamente Eliú agrega que los hipócritas de corazón atesoran para sí ira, y no clamarán cuando él los atare. Falseará el alma de ellos en su juventud, y su vida entre los sodomitas. Dice "hipócritas de corazón." ¿Por qué los llama así? Se refiere a los que confían en maldades y en el fondo tienen un sitio para ocultarse de Dios y no pueden ser traídos a ninguna cosa sana. Porque vemos a muchas pobres personas que pecan por omisión porque son inconstantes de manera que son fácilmente engañados, sin embargo, no hay malicia ni obstinación arraigada en ellos. Pero existen otros que son "hipócritas de corazón," es decir, que en su interior tiene la raíz de desprecio y de toda rebelión de manera que burlan a Dios y no tienen reverencia ante su palabra, sino que el diablo los ha embrujado de tal manera que condenan el bien y siguen al mal, o al menos lo aprueban y quisieran deleitarse y alimentarse de él. Por eso, notemos bien que cuando Eliú habla aquí de hipócritas de corazón se refiere a aquellos que están tan completamente abandonados a Satanás que no solamente pecan por omisión sino que están plenamente conformados al mal que se inclinan decididamente a ejecutarlo a burlar a Dios; y de tales personas son demasiados los ejemplos que se ven. Porque si alguien suma los inconstantes y a los que ofenden por debilidad a los malvados y a los que desprecian a Dios, el número de los mismos será mucho mayor. De manera entonces, notemos que no es sin causa que Eliú los llama hipócritas de corazón, o perversos de corazón, es decir, entregados a malicias extremas, de manera que en sus aflicciones ya no están de ninguna manera dispuestos a sujetarse a Dios, sino más bien de acumular ira. Y notemos bien la frase atesoran ira; porque es como encender más y más el fuego y echarle leña para aumentarlo. En efecto, ¿qué están haciendo los perversos cuando luchan y se oponen así a Dios? ¿Acaso mejoran su caso o condición? ¡Ay de ellos! Solamente atesoran más leña, y la ira de Dios tiene que arder más fuerte. Así que notemos entonces bien que si resistimos los castigos de Dios, pensando rechazarlos mediante nuestra malicia y obstinación, solamente la incrementaremos, y la maldición de Dios aumentará más y más hasta que seamos completamente consumidos por ella.

Ahora, cuando oímos esto, ¿qué vamos a hacer, sino orar a Dios que en primer lugar nos purgue de tal manera que no tengamos esta rebelión arraigada en nosotros y esta malicia oculta; pero, aunque hayamos fallado por debilidad, todavía podemos tener alguna raíz de temor a Dios en nosotros de manera que no nos hagamos completamente incorregibles. Además, seamos siempre sabios para conducirnos en sobriedad y con sinceridad de corazón para que no estemos tan envueltos en nuestros pecados que amemos a los mismos y los alimentos. Además, notemos bien que si queremos hacer astucias y artificios respecto de Dios ello no mejorará nuestra condición sino que más bien aumentaremos su ira contra nosotros.

Entonces, ustedes ven que los hombres debieran corregir adecuadamente sus malas obras, siendo que la maldición de Dios será incrementada tanto sobre ellos. Y aquí se hace expresa mención del aumento de la ira de Dios porque los hombres suponen haber escapado cuando Dios los libra de algún mal; les parece que lo peor ha pasado. Pero no pensamos en los medios que nos son ocultos; es decir, que luego Dios exhibirá nuevas varas, que desenvainará nuevas espadas, que tronará repentinamente sobre nosotros, cuando menos lo esperamos. Puesto entonces, que no somos suficientemente temerosos de la ira de Dios, se dice aquí premeditadamente que ella aumenta y nosotros la atesoramos más y más sobre nosotros, al extremo de tener que esperarnos cien mil muertes si hemos despreciado el mensaje que Dios envió para traernos de vuelta y conducirnos a la vida. Por eso, cuando hemos despreciado así las advertencias de Dios tenemos que sentir su horrible venganza sobre nosotros, por otra parte él afirma que siempre está listo para consolar a aquellos que se someten voluntariamente a su buena voluntad.

viernes, 15 de noviembre de 2024

EL PODER DE DIOS ES JUSTO

 

 

 

"Porque sus ojos están sobre los caminos del hombre, y ve todos sus pasos. No hay tinieblas ni sombra de muerte donde se escondan los que hacen maldad. No carga, pues, él al hombre más de lo justo, para que vaya con Dios ajuicio. El quebrantará a los fuertes sin indagación, y hará estar a otros en su lugar. Por tanto, él hará notorias las obras de ellos, cuando los trastorne en la noche, y sean quebrantados. Como a malos los herirá en lugar donde sean vistos" (Job 34: 21-26).

 

En la anterior publicación hemos visto que si Dios quiere castigar a los hombres, no tiene que hacer grandes preparativos, ni armar a la gente, no tomar fuerzas prestadas de ninguna parte; porque con su sola mirada podría destruir todo. Por eso no tiene necesidad de servirse de la mano del hombre. Es cierto que muchas veces lo hace, pero es para mostrar cómo todas las cosas están sujetas a él, y que no hay criatura que no le esté sujeta a servirle, en efecto, para ejecutar los castigos que él quiere que se realicen. Sin embargo no necesita prepararse de antemano para castigarnos. Con esto se nos advierte a humillarnos bajo su mano poderosa, sabiendo que no tenemos forma en este mundo de estar armados si él está contra nosotros, sino que él puede ejecutar sobre nosotros todo lo que haya determinado en su propio consejo. Entonces, en vano se exaltan los hombres en su orgullo, porque al final sentirán que no está en ellos resistir a Dios.

Ahora, siguiendo la declaración que ya hemos discutido, Eliú agrega que Dios no hace estas cosas con poder absoluto, sino porque conoce todos los caminos del hombre, y considera todos sus pasos. De modo entonces, si ocurren estos grandes castigos, como cuando un pueblo poderoso es vencido en batalla, y un reino es conquistado, sepamos que Dios no exhibe semejante poder sin causa alguna, sino que lo hace en razón de su justicia. Y aunque quizá no percibamos las razones por las cuales Dios usa semejante severidad refiramos a él el conocimiento de todas las cosas puesto que cada cosa le pertenece, y démonos por satisfechos con saber lo que aquí se nos muestra: es decir, que los caminos de los hombres le son conocidos.

¿Por qué es que frecuentemente comenzamos a disputar con respecto a los juicios de Dios y que estos nos parezcan extraños? Es porque nosotros no vemos con tanta claridad como él. Sin embargo, puesto que es oficio suyo juzgar los caminos de los hombres, concordemos con él, y aunque no veamos el por qué de las cosas, sepamos que su caso siempre es bueno y justo, y que no sólo debiera castigar a personas individuales, sino también a pueblos y naciones enteras. La expresión Dios conoce los pasos de los hombres es tomada en dos sentidos en las escrituras. A veces está referida a la providencia de Dios, porque él tiene cuidado de nosotros al gobernarnos.

Pero en este texto (como en muchos otros también) se dice que Dios conoce nuestros pasos porque nada es ajeno a su conocimiento, sino que toda nuestra vida le tiene que rendir cuentas.

Entonces, aprendamos a andar como a la vista de Dios, puesto que nos será imposible ocultarnos, como también agrega Eliú, no hay tinieblas ni sombra de muerte donde se escondan los que hacen maldad. Esto no se agrega sin causa. Nosotros vemos que si bien toda persona confiesa que Dios ve todos nuestros trabajos y que necesariamente será nuestro Juez, sin embargo, los hombres hacen la vista gorda y no tienen en cuenta que él los percibe. En efecto, no es en vano que en el Salmo diga que los malvados dan la impresión de que Dios no ve absolutamente sus obras y malicia. También son reprendidos por el profeta Isaías de cavarse cuevas en la tierra para esconderse delante de Dios. . Isaías 2:19 Y se ha inclinado el hombre, y el varón se ha humillado; por tanto, no los perdones.

Puesto entonces, que la hipocresía enceguece de tal manera a los hombres, es necesario notar esta declaración: no hay tinieblas tan espesas que los malvados se puedan ocultar de la vista de Dios. Y para comprender esto mejor, tenemos que recordar primero lo que he discutido antes: es decir que los hombres, aunque convencidos de que algún día tienen que venir ante el trono de juicio de Dios, no dejan de buscar subterfugios, para luego dormirse en sus escondites como que con ello pudieran engañar a Dios.

Vean cuál es nuestra hipocresía. Consecuentemente observemos que los hombres están equivocados al estar tan alejados de Dios; cuando ya no se acuerdan de él creen que él también les ha dado las espaldas y olvidado sus malas obras. No nos dejemos atrapar por semejantes fantasías. Porque si bien por algún tiempo quizá disfrace las cosas, al final mostrará que no se ha olvidado de su oficio que es el de juzgar a todo el mundo; y no solamente traerá a luz las obras de todos, sino cada uno de sus pensamientos más profundos, conforme a su derecho de escudriñar el corazón de los hombres; y no es en vano que pretenda este título.

Entonces, hay dos puntos que tenemos que deducir de este pasaje:

(1) Uno es que debiéramos considerar el pecado tan profundamente arraigado en nosotros: es decir, no debiéramos pensar que escaparemos de la mano de Dios por medio de nuestros subterfugios; ni que, conforme a nuestra ebriedad en pecados, nos parezca que Dios ha cerrado sus ojos o se los ha vendado, o que tiene una cortina delante suyo, de modo de no percibir lo que estamos escondiendo.

(2) Sin embargo, por otra parte, en cuanto al segundo punto, notemos lo que se ha dicho de que toda nuestra tiniebla será expuesta delante de él cuando él quiera; y, consecuentemente, consideremos la advertencia de no creer que hemos hecho mejor negocio meramente porque los hombres no han conocido nuestras iniquidades; porque precisamente la causa por la que muchos van a destrucción, es que los tales pasan por buenas personas, o al menos le pueden tapar la boca a aquellos que podrían conocer su vileza; de esa manera entonces triunfan y se atreven a provocar a Dios mismo. Sepamos que con engañar al mundo no hemos ganado nada; porque no importa cuan hermosa sea la apariencia que presentemos, al final tenemos que presentarnos delante del Juez celestial, y él abrirá los libros que previamente fueron cerrados; él hará venir su gran día para que toda tiniebla que ahora mantienen confusas las cosas, sea traída a luz. Es por eso que las Santas Escrituras lo mencionan tantas veces. No es en un solo sitio, ni una sola vez que se dice que no hay tinieblas delante de Dios. Pero, ¿por qué se repite tantas veces esta afirmación? Es porque no se nos puede persuadir de ella. Porque cuando hemos evitado la vergüenza delante de los hombres ya pensamos que Dios debiera dejar de revolver nuestras inmundicias ni mucho menos descubrirlas; pero sepamos que él las hará conocer inclusive en el cielo. Puesto entonces, que no se nos puede persuadir de ello, no está demás que el Espíritu Santo afirme con tanta frecuencia que Dios juzgará distinto que en la actualidad los hombres. Por eso aquí se dice deliberadamente que los pecadores no se ocultarán; es como si Eliú dijera que todos los días los ojos de los hombres se entenebrecen, que confunden sus vicios con virtudes; en efecto, que son tan maliciosos que les resulta sencillos ser adulados; como también vemos que cuando el mal está de moda los pecados ya no son condenados, sino que cada unos los aprueba. De manera entonces, puede ocurrir (como hemos visto por experiencia) que los pecados prevalezcan, y que habrá tal inundación de iniquidad, que todas las cosas serán sometidas a confusión entre los hombres, y que ya no habrá habilidad de juzgar o discriminar; sin embargo, es preciso que esta circunstancia sea cambiada delante de Dios. De modo entonces, aprendamos a elevar nuestros ojos por encima del mundo, y contemplar en fe el juicio de Dios que actualmente se oculta de nosotros, sabiendo que entonces todas las cosas serán expuestas tal como se dice en Daniel, (Daniel 7:10 Un río de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de él; el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos) esto es, que los libros serán abiertos, que en ese momento se nos presentarán los registros. ¿Qué clase de registros? No de papel ni pergamino, sino que las conciencias tendrán que responder, de manera que cada uno de ellas traerá su propia acusación, no en forma escrita, sino tan profundamente grabada que ya no habrá posibilidad de disfrazar nada. Entonces allí estará Dios en la persona de su Hijo con tal luz que todas las cosas serán conocidas, incluso las que ahora están en las profundidades. Entonces todas estas cosas serán vistas por los ángeles del paraíso y por todas las criaturas. Recordemos esto para andar con un temor diferente a efectos de librarnos de toda hipocresía; puesto que no podemos aumentar nuestra dignidad adulándonos a nosotros mismos. Finalmente aprendamos a no hacer nuestras cuentas sin nuestro Señor, sino que cada vez que se trate de examinar nuestra vida cada uno se presente por sí mismo ante el rostro de Dios, reconociendo lo que se dice aquí, que siendo oficio suyo escudriñar el corazón de los hombres, e incluso sus pensamientos más profundos; carece totalmente de sentido que hoy seamos absueltos por el mundo, ya que de esa manera no escaparemos de sus manos.

Aprendamos entonces, a examinarnos de esta manera; además permitamos que nuestra oscuridad sea iluminada por la palabra de Dios, viendo que este oficio también es adecuadamente atribuido a él. En este pasaje se dice que no hay tinieblas de muerte ni oscuridad tan densa que pueda ocultar a aquellos que obran Iniquidad. Por eso el apóstol a los hebreos testifica que así como Dios conoce el corazón de los hombres, así también quiere que su palabra sea como una espada filosa que penetra nuestros pensamientos y sentimientos; en efecto, que entre hasta la médula para exponer lo que se oculta en nosotros.  Y el apóstol Pablo dice en Romanos 10:15-16 (¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas! 16  Mas no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio?) y en 1 Tesalonicenses 2:13 (Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes.). que cuando es predicada la palabra de Dios tenemos que ser amonestados, como que todos los cargos se hayan escrito contra nosotros y toda nuestra vida fuese expuesta ante nosotros; tenemos que ser convencidos y derribados totalmente para glorificar a Dios, reconociendo cuan culpables somos delante de él. Por eso, no nos presentemos solamente ante el trono de Dios, para corregir todo engaño, sino que cada vez que su palabra toque nuestras llagas y amoneste nuestros pecados, recibámoslo pacientemente sin la presunción de ser obstinados. Porque, ¿qué ganaremos con ello? En el día de hoy vemos a muchas personas que se enojan y rezongan cuando sus pecados les son mencionados; porque quieren ser eximidos. Es como si quisieran que Dios ya no tenga ninguna autoridad sobre ellas y que ya no sea su Juez. Si considerasen adecuadamente lo que dice aquí ya no serían tan estúpidas de estar siempre preguntando, "¿qué?" cuando una persona les muestra algo que es de conocimiento común se vuelven insolentes en extremo. ¿Y por qué? Porque nunca sintieron el valor de la doctrina que afirma que no hay oscuridad ante los ojos de Dios; en cambio, se engañan a si mismos bajando sus hocicos como puercos, estando dormidos al extremo de parecerles que todos sus pecados no son nada, aunque sean tantos que parecieran estar adobados en ellos. Pero no sienten la hediondez de su podredumbre porque están infectados con ella. Por eso les correspondería pensar un poco en esta doctrina. Entonces se callarían un poco más cuando los hombres les muestran sus vicios. Y es asombroso que, aunque la iniquidad de muchos es notoria a todos, y aunque incluso los niñitos pueden ser jueces de ella, sin embargo, se levanten contra Dios y lo desprecian y no soportan ser amonestados. Y ¡qué vergonzoso! No hablo de cosas desconocidas; no se trata aquí de examinar los pensamientos de los hombres o de buscar debajo de la tierra lo que les es desconocido, sino que el desbordante mal consiste en que lamentablemente sea tan notorio. El aire mismo está apestado de él; y sin embargo, estos buenos católicos que quieren ser considerados como buenos cristianos, que siempre tienen el evangelio a flor de labios (en efecto, para morderlo como perros engordados y enloquecidos) quieren que los hombres aun lo disfracen; y creen que se les hace mucho daño al dejar expuesta su lascivia, la cual (a decir verdad) no es expuesta por nosotros, sino solamente mencionada, puesto que todos la conocen.

De todos modos, aquellos que en el día de hoy no pueden soportar que Dios exponga sus corrupciones, para poder avergonzarse de ellas, y arrepentirse, al final sentirán que tienen que venir ante el trono de juicio donde ya no habrá oscuridad ni tinieblas.

De modo entonces, sepamos que nos es en gran manera provechoso que hoy Dios nos mande su palabra para iluminarnos y que así podamos pensar adecuadamente en nuestros pecados. En efecto, si estos por un tiempo nos han sido desconocidos, nos vienen a la memoria y practicamos lo que he mencionado de San Pablo, es decir, de postrarnos y avergonzarnos delante de Dios y de condenarnos, sintiendo nuestra maldad demasiado arraigada en nosotros. Así es entonces, digo como Dios procura nuestra salvación; es cuando sentimos tal poder y tal eficacia en su palabra que nos esforzamos en examinar toda nuestra vida a fondo, para estar disgustados con nosotros mismos. Pero aquellos que son obstinados y desprecian a Dios y vienen como hombres enloquecidos para combatir contra él sin soportar ninguna advertencia, Dios tiene que remitirlos, como a personas carentes de razón, a aquel día del cual habla Eliú, en el cual no habrá oscuridad ni lugar tan tenebroso para ocultarse, en el cual serán expuestas todas las cosas, en efecto, a la vista de todas las criaturas. No soportan que Dios los avergüence para sepultar definitivamente sus pecados; pero aunque crujan los dientes, tanto los ángeles, como los hombres y los diablos tienen que conocer su maldad y que en todas partes tienen que ser difamados por el poder de esta luz que revelará todos los secretos. Es así como debiéramos aplicar este pasaje a nuestra instrucción. Porque, seguramente, cuando el Señor nos amenaza con el gran día, es a efectos de que nos preparemos para él; y de esa manera el remedio estará preparado para nosotros. Dios no espera hasta que aparezcamos ante él para acusarnos, sino que mediante el evangelio ejecuta su jurisdicción todos los días, como también lo dice nuestro Señor Jesucristo: "Cuando venga el Espíritu juzgará a este mundo." Por eso, cuando el evangelio es predicado Dios ejecuta jurisdicción soberana no solamente sobre los cuerpos de los hombres tal como se encuentra hoy, sino también sobre sus almas, queriendo que con ello seamos condenados para nuestra salvación. De manera entonces, puesto que Dios nos advierte tantas veces que al final tendremos que presentarnos ante esta gran luz, no cerremos hoy deliberadamente nuestros ojos, no seamos voluntariamente enceguecidos cuando él nos envía su palabra para exponer nuestra inmundicia y hacernos sentir que no podemos ocultarnos en su vista. De manera que, aprovechemos usando los medios que hoy se nos dan. Pero si queremos hacernos las bestias salvajes, y siempre buscar guaridas de zorros, al final sentiremos, sabiéndonos malditos, que no en vano se ha dicho que no hay oscuridad delante de Dios. Porque él hará que contemplemos aquellas cosas en presencia de su rostro y de su gloriosa majestad; las cosas que ahora estamos dispuestos a ver en el espejo de su palabra.

Eliú agrega inmediatamente que: No carga, pues, al hombre más de lo justo, para que vaya con Dios ajuicio. Este pasaje es expuesto de diversas maneras. Algunos lo toman diciendo que Dios no impondrá más cargas al hombre de las que debe, y de las que puede soportar. Pero si el tema principal del texto es adecuadamente considerado encontramos que, siendo que es asunto de los juicios de Dios, Eliú sostiene que él no aflige al hombre al extremo de darle ocasión de disputar con él. Siempre tenemos que considerar la intención de una proposición. Si alguien quiere saber el significado de una declaración, considere de qué trata la misma, considere el tema expuesto, y las implicaciones de todo. Luego, si todo ha sido considerado, el tema principal de este pasaje es que, ciertamente, los hombres pueden murmurar contra Dios, pero al final se verán turbados. Y, ¿por qué? Porque si bien hoy Dios aparentemente nos trata con demasiada severidad, no obstante, cuando las cosas sean cabalmente conocidas nos callaremos y Dios sera glorificado como lo dice el Salmo 51.8 Hazme oír gozo y alegría, Y se recrearán los huesos que has abatido. Notemos bien entonces, que aquí se nos muestra que aunque seamos capaces de hacer mucho pleito a Dios, al final nuestro caso se habrá perdido. Y, ¿por qué? Porque se verá que Dios no nos ha tratado injustamente ni nos ha sometido a una carga demasiado pesada, es decir, no nos ha afligido sin razón. Porque si bien a veces golpea a los hombres con azotes más pesados de los que pueden soportar, sin embargo, nunca es más de lo justo ni más de lo que han merecido. De esta manera somos advertidos en cuanto al orgullo, o más bien, en cuanto a la furia que hay en nosotros, que nos impulsa a murmurar contra Dios.

Porque, ¿cómo le hacemos pleito? Nos parece tener algún juez o arbitro por quien él debiera ser juzgado. Si Dios tuviera que rendir cuentas, ¿no seríamos de todos modos, demasiado osados para provocarlo cuando las cosas no son como quisiéramos y cuando no nos trata según nuestro agrado?

Aprendamos entonces, que aquí los hombres son condenados por el diabólico orgullo que los incita a ir contra Dios. Sin embargo, tenemos que considerar bien que Dios no se detendrá a respondernos si lo emplazamos a presentarse ante la ley; siendo así no aparecerá como nuestro contrario. Vendrá, de eso no hay duda. Pero, ¿con qué propósito? Para expresar lo que nos es dicho aquí, esto es, aunque tuviéramos el poder de emplazar a Dios, y él tuviera que responder, de manera de tener que rendir cuentas de todos sus actos, y si pudiéramos abrir nuestras bocas para hablar contra él; aun así no sería ventaja para nosotros; porque al final cuando todas las cosas sean añadidas y puestas en el balance se verá que Dios no nos ha sometido a una carga demasiado pesada o más allá de lo razonable. ¿Y por qué? Porque nuestros pecados le son conocidos, y conocidos de tal manera que él puede decir la medida del castigo que merecemos.

Pero nuestro orgullo se debe a que queremos ser nuestros propios jueces a efectos de justificarnos. ¿Y quién nos ha dado tanta autoridad? He aquí, el juicio ha sido dado a nuestro Señor Jesucristo; por eso tenemos que venir delante de él con toda humildad y reverencia para oír y recibir lo que él pronuncie sobre nosotros sin ninguna contradicción. Pero cada uno de nosotros pretende ser creído en su propio caso; por eso no atribuimos tanto al Dios viviente como a los hombres mortales. Porque en la justicia humana aquel que se sienta en el asiento de justicia no tiene que ser Juez y parte, y sin embargo, frecuentemente dará sentencias injustas, porque los nombres son corruptibles. Pero, aun por todo ello los hombres no cambian en ese respecto referido al orden externo que Dios ha establecido. Y entonces, ¿qué haremos cuando vengamos ante su gloriosa majestad? Vemos pues como los hombres son llevados, más allá de toda razón cuando murmuran contra Dios; y también vemos que la causa de la cual procede esto es lo que he discutido, es decir, estimamos a nuestras obras conforme a nuestra propia fantasía. Sin embargo, ustedes ven aquí, que Dios se reserva el juicio. "Me corresponde a mí," dice Dios, "considerar vuestros pasos. Yo los observo y escudriño, incluso interiormente. No les corresponde entremeterse en este asunto. Porque todo aquel que se toma la libertad de querer juzgar usurpa lo que no le pertenece." ¿Qué hay que hacer entonces? Cuando nuestro Señor nos aflige, refiramos nuestro caso a él, sabiendo que él ve muchos pecados en nosotros que están ocultos ante nuestros ojos. "He aquí Señor, es cierto que no percibo ni siquiera una centésima parte de mis faltas. ¿Por qué es eso? Porque soy ciego, o porque estoy empapado del mal y es como si el mal me hubiera embrujado. Entonces, Señor, que en primer lugar yo sea capaz de percibir mejor las iniquidades que he cometido delante ti, y declararme culpable; luego, puesto que no soy un juez competente para reconocer mis propias faltas, no obstante, ya que tú me has honrado constituyéndote a ti mismo como mi justo Juez, pongo mi caso en tus manos, sabiendo que tú ves lo que a mí me es desconocido." Por eso es que este pasaje dice expresamente, que aunque fuésemos ante la corte con Dios, aun así él no estaría en deuda con nosotros.

Guardémonos entonces de la presunción de querer venir en pleito contra él. Porque no importa cuan hermosa sea la pretensión que tengamos ante los hombres, porque cuando vengamos delante de Dios seremos turbados en todo lo que hemos pretendido. Así ustedes ven, en resumen, lo que Eliú quiso decir en este pasaje.

A esto agrega que Dios quebrantará a los fuertes, ciertamente, sin indagación, y pondrá a otros en su lugar. ¿Y por qué? Porque traerá sus obras a la luz y trastornará la noche para quebrantarlos. Cuando Dios dice que quebrantará a los fuertes sin indagarlos es para hacernos sentir mejor la majestad que tan osadamente despreciamos por causa de nuestra estupidez. Es cierto que algunos interpretan la palabra indagación como número; como si se dijera, "aunque los fueres sean infinitos en número, no por eso dejará Dios de quebrantarlos." Pero, palabra por palabra, es así: él quebrantará los poderes o multitud de hombres: porque la palabra implica ambos significados; y entonces, no habrá indagación. Puesto que la palabra "indagación" está allí y realmente significa "escudriñar" o "inquirir," sin duda Eliú quiso decir que Dios no tiene necesidad de inquirir nada como la tienen los jueces de la tierra. Puesto que son criaturas hay ignorancia en ellos; por eso tienen que valerse de esos medios ya que no pueden adivinar las cosas. Puesto que ante Dios todas las cosas están abiertas, él juzgará a los hombres sin ningún procedimiento como los que vemos en la policía de este mundo. Sin embargo, aun hay más al respecto, y es que Eliú quería indicar que Dios no siempre nos dejará saber por qué ejecuta sus juicios, sino que en ese sentido seremos ciegos. Esta indagación entonces, de la que habla, está referida realmente a Dios castigando a los hombres; como diciendo, cuando los jueces pronuncien una sentencia se la discutirá y se observará su forma y estilo, de manera que los hombres conozcan los detalles; luego la sentencia será publicada para que los hombres conozcan los crímenes del mal hecho y de qué manera aquel fue condenado. Pero no tenemos que medir el poder y la autoridad de Dios por medio de estas leyes de los hombres. ¿Y por qué? Porque él quebrantará sin indagar, es decir, sin mostrarnos el por qué. No siempre publicará su sentencia; los crímenes de un hombre no siempre serán enumerados como para que descifremos por qué nos castiga; es algo que nos quedará oculto; no obstante, entre tanto, no dejará de ejecutar sus veredictos. Vemos ahora el sentido natural de este pasaje.

Pero, sin embargo, agrega que esto no se hace injustamente, "Porque Dios" dice, "hará notorias sus obras." Aunque, entonces, Dios castiga sin indagación (es decir, sin observar las formalidades que son requeridas por la policía humana) y, sin embargo, hace todas las cosas con razón y rectitud. Y si esto no se percibe el primer día, esperemos hasta que todas las cosas sean descubiertas, y hasta que él traiga a luz lo que ahora está confuso y turbado. Aquí tenemos que exhortarnos a nosotros mismos, de no adularnos como hemos estado acostumbrados a hacerlo.

Porque, esta es la causa por la cual, siendo aparentemente protegidos por Dios, siempre seguimos nuestro propio camino, pensando que somos libres para hacer el mal, ya que no somos castigados. Es que cuando Dios comienza a castigarnos de manera común no lo percibimos, sino que nos preocupamos por estupideces y por la seguridad carnal. Y luego, cuando viene con gran rudeza nos atemorizamos tanto que no sabemos adonde estamos; tan pronto como él truena repentinamente, cosa que él hace cuando bien le parece. Porque habiéndose ocultado por mucho tiempo, sólo necesita levantar su mano y los hombres perecerán en un minuto, tal como dice aquí. Por eso, para que cada uno de nosotros sea solícito, tanto a la noche como a la mañana, recordemos este pasaje, en el cual se dice que Dios no conducirá un juicio prolongado para castigarnos, ni que se atará a ley alguna. Consideremos que siempre tenemos que estar dispuestos y preparados; y no esperemos hasta que nos golpee, más bien, anticipemos cuidadosamente sus juicios, como está dicho, " Bienaventurado el hombre que siempre teme a Dios; Mas el que endurece su corazón caerá en el mal." Proverbios 28:14 Además recordemos también la horrible amenaza, " Y curan la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz; y no hay paz. Jeremías 6:14. De manera entonces, entiendan los fieles que cuando a Dios le agrada castigarlos no necesita comenzar en cierto punto para luego proseguir y luego demorar, como hacen los mortales, debido a los impedimentos que tienen. ¿Y por qué? El condenará y ejecutará la sentencia al mismo tiempo; no necesita afligirse por conducir largos juicios contra nosotros; no tendremos tiempo ni aliento para padecer angustiados hasta ser totalmente arruinado por su mano; en cambio, seremos turbados rápidamente, como si el cielo nos cayera en la cabeza. Entonces, si no queremos ser abrumados por la horrible venganza de Dios procedamos a sentir nuestras propias faltas. Además, cuando las sintamos, sepamos que también tenemos con qué consolarnos en él, siempre y cuando estemos apenados por ellos, no tratando de ocultar el mal sino de exponerlo delante de nuestro Dios, y si gemimos para ser recibidos en misericordia. Porque está dicho que él absuelve a los que se condenan y sepulta los pecados de aquellos que los tienen ante sus propios ojos y que no pretenden otra cosa sino confesarlos. Salmo 10:11 (Dice en su corazón: Dios ha olvidado; Ha encubierto su rostro; nunca lo verá.) Por eso, no dudemos de que Dios borrará todas nuestras faltas si ve que las confesamos voluntariamente. Ciertamente, no obstante, es preciso que también pasemos por este camino; es decir, recordar la declaración, "Dios castiga sin indagar" para que cada uno de nosotros pueda hacer su tarea de entrar a sí mismo y examinar cabalmente su vida, para que seamos avergonzados y nos humillemos.

Ahora dice que Dios habiendo quebrantado así a los grandes y poderosos pone a otros en su lugar. Y nuevamente, por otra parte, dice, él los castiga a la vista de todos y, ciertamente, que los castiga como ofensores. Y he dicho que cuando dice que Dios hace notarías sus obras y que los castiga de esa manera, es para que siempre temamos la justicia de Dios y no vayamos a imaginar que usa alguna tiranía o crueldad. Por eso guardémonos de pensar que Dios exhibirá sin razón semejante poder. Es cierto que la razón que él tiene nos es desconocida, y tenemos que contentarnos con su única y simple voluntad como la única regla de rectitud; y pase lo que pasare, no imaginemos con malicia que Dios anda torcida u oblicuamente o que juzga con algo distinto que la razón; al contrario, estemos totalmente persuadidos de que si bien sus juicios nos parecen extraños, no obstante, están ordenados conforme a la mejor regla posible, es decir, conforme a su voluntad que sobrepasa toda justicia. Esto es lo que Eliú declara en este pasaje. El mismo debe servirnos principalmente a nosotros. Luego, si alguna persona es afligida en su propio cuerpo, siempre debiera considerar que Dios es justo, a efectos de arrepentirse de sus faltas; porque nunca tendremos auténtico arrepentimiento, si no sabemos que Dios nos aflige justamente; tampoco podemos glorificar a Dios ni confesar que él es justo, a menos que nos hayamos condenado nosotros mismos. Ustedes ven entonces, cómo tenemos que aplicar a nosotros mismos esta doctrina, de que Dios expone las obras de los hombres y las trae a luz cuando los castiga. En efecto, aunque no examinemos palabra por palabra, los pecados y ofensas que hemos cometido, no obstante, el castigo que Dios nos manda, debería sernos de provecho como tal.

Por eso dice que Dios los castiga en lugar de los malvados, es decir, de tal manera de indicar con ello que nada podrán ganar con sus réplicas, que no puedan decir que son justos, si no aparecen así incluso ante los nombres. Suficiente para este punto. El otro es que dice, él pone a otros en su lugar. Esto es para que sepamos la causa de los cambios que frecuentemente ocurren en el mundo, como también lo dice el Salmo 107, que nos es una exposición correcta de esta oración. Nos extraviarnos de asombro cuando vemos que una plaga barre la población de un país o si viene el hambre o si la tierra que ha sido fértil se convierte en árida, como si se hubiera sembrado con sal, o si todas las cosas están tan angustiadas por guerras que un país quede despojado, o los príncipes del mismo son cambiados. Cuando vemos cualquiera de estas cosas nos asombramos. ¿Y por qué? Porque no conocemos la providencia de Dios que reina sobre todos los medios del mundo; tampoco pensamos en los hombres. Porque si considerásemos cómo se gobiernan los hombres, no nos parecería extraño que Dios haga cambios y alteraciones.

Así ustedes ven por qué se dice expresamente que Dios pone a otros en su lugar, es decir, al ver que las cosas cambian en el mundo no pensemos que es algo nuevo. ¿Y por qué? Porque de esa manera Dios se revela como Juez. No lo atribuyamos a la fortuna; pero sepamos que nuestro Señor exhibe su brazo, porque los hombres no pueden mantener la posesión de los beneficios que él les ha concedido. En consecuencia, consideremos cuan ingratos somos, a efectos de corregirlo.

Porque tan pronto el Señor nos ha engordado y nos ha hecho bien, nos volvemos contra él dando coces como caballos que reciben un trato demasiado bueno. ¿Es de asombrarse que Dios ponga su mano sobre nosotros cuando somos tan orgullosos e ingratos? Notemos cuál es la modestia de los hombres hoy en día. ¿Acaso, cuando Dios les da algún bien, ellos se gobiernan como para poseerlos mucho tiempo? No; al contrario, se indignan con Dios, de modo que él debiera despojarlos inmediatamente. Viendo entonces que el orgullo y la ingratitud son tan villanos no debemos murmurar viendo el cambio de las cosas o en vista del gran número de resoluciones ¿Y por qué? Porque provocamos a Dios a traerlas sobre nosotros. Sin embargo, no es suficiente saber que Dios quita a un pueblo y pone a otro en su lugar y pone habitantes nuevos en un país removiendo así a los hombres. No es suficiente conocer estas cosas, en efecto, y que las hace con justicia; sino que aun estando en las mejores condiciones oremos a él de concedernos la gracia de disfrutar sus beneficios de tal manera que aun podamos poseerlos y ser guiados por ellos a la herencia que nos es preparada en los cielos. Así ustedes ven cómo debemos usar esta frase; y en cuanto al resto, quedará para mañana.