"No otorgará vida al impío, pero a los afligidos dará su derecho. No apartará de los justos sus ojos; antes bien con los reyes los pondrá en trono para siempre, y serán exaltados. Y si estuvieren prendidos en grillos, y aprisionados en las cuerdas de aflicción, él les dará a conocerla obra de ellos, y que prevalecieron sus rebeliones. Despierta además el oído de ellos para la corrección y les dice que se conviertan de la iniquidad. Si oyeren, y le sirvieren, acabarán sus días en bienestar, y sus años en dicha. Pero si no oyeren, serán pasados a espada, y perecerán sin sabiduría. Mas los hipócritas de corazón atesoran para sí la ira y no clamarán cuando él los atare. Fallecerá el alma de Ellos en su juventud, y su vida entre los sodomitas" (Job 36:6-14).
Después que Eliú dijo en términos generales que Dios aparta los ojos de los justos sino que cuida de ellos, y que, por el contrario, no vivifica a los malvados; agrega, particularmente para probar mejor la providencia de Dios, que da derecho a los afligidos. Porque si un pobre hombre que está totalmente destituido de ayuda, un paria en el mundo, sin embargo, es librado de la aflicción y persecución, es preciso que ello proceda de Dios, en efecto, es algo que tiene que ser atribuido a Dios. Porque si no recibimos ayuda del mundo e incluso tenemos enemigos fuertes y poderosos, ¿qué se dirá sino que estamos perdidos no habiendo ya esperanza para nuestra vida?
Si luego somos restaurados, es manifiesto que Dios ha estado obrando. Entonces, no es sin causa que Eliú establezca premeditadamente estas expresiones para probar que Dios gobierna todas las cosas aquí abajo.
También establece un segundo ejemplo de la providencia de Dios, es decir, de gobierno por medio de príncipes y de hombres que se sientan en el trono de justicia, en lo cual percibimos que Dios es justo y que no quiere que las cosas estén fuera de orden. Si bien no hay una equidad permanente, sin embargo, cuando vemos que hay algo de orden en el mundo ello nos permite ver, como en un espejo, que Dios no ha soltado las riendas para reinar dejándolo librado a la confusión, que todavía no deja de darnos alguna señal y ejemplo de su justicia. En efecto, si el hombre considera por una parte, cuál es la naturaleza del hombre, y por otro lado cómo los gobernadores y magistrados y aquellos que en su mano tienen la espada de justicia se eximen a sí mismos; verá y discernirá fácilmente que es un milagro de Dios que haya cierto bienestar común entre nosotros y que, ciertamente, tenemos que conocerlo y percibirlo. Digo que la naturaleza de los hombres es tal que cada uno sería dispuesto a estar sujeto. Si, entonces, nuestro Señor no permite que los fuertes prevalezcan, sino que exista cierto temor y obediencia hacia aquellos que están en preeminencia; en ello se ve que Dios no solamente frena sino que también encadena la naturaleza de los hombres para que este orgullo no se pueda levantar al extremo de que el gobierno público ya no pueda estar sobre él. Después vemos que todos los hombres están dados al mal y que sus pasiones hierven tanto que cada persona quisiera tener la completa licencia y que nadie esté sujeto a corrección. Por eso es preciso incluir que el orden de la justicia proviene de Dios, y que con ello demuestra que él ha creado a los hombres para que se gobiernen honesta y modestamente. En cuanto al segundo punto vemos cómo los reyes y príncipes y aquellos que son de condición inferior se comportan cuando Dios los ha equipado con la espada de justicia y cómo es que trastornan todas las cosas, de manera que parecieran querer desafiar a Dios y destruir lo que él ha ordenado. Ahora, si aquellos que debieran mantener apaciblemente el orden constituido por Dios se esfuerzan en trastornarlo y luchan deliberadamente para poner las cosas en confusión, y si a pesar de todo el gobierno sigue en el mundo, y que las cosas no están tan totalmente confundidas al extremo de no existir marca alguna de lo que Dios ha establecido. ¿Acaso no se ve en ello que Dios es doblemente justo?
Por eso no es sin causa que Eliú, habiendo hablado del alivio de los afligidos, inmediatamente agrega un ejemplo consistente en que Dios establece a los reyes, y no solamente por un día, sino para que el mismo orden permanezca continuamente en el mundo. Es cierto que se harán muchos cambios de un lado y del otro y que habrá grandes revoluciones entre principados y señoríos, pero en ello Dios también muestra que es oficio suyo el abatir al orgulloso. No obstante, aun a pesar de los hombres y de toda su furia, algún orden permanecerá aquí abajo, incluso con respecto a los tiranos. Si un rey gobierna injustamente, de manera de despreciar a Dios, y si se llena de crueldad, violencia y codicia insaciable; sin embargo, y a pesar de ello tiene que haber cierta sombra y apariencia de justicia, y no puede ir más allá de ella. ¿De dónde proviene esto, sino que Dios se declara a sí mismo en ello? Por eso, aprendamos a aprovechar de tal manera por lo que se ven en este mundo que Dios pueda ser glorificado en sus criaturas conforme a lo que él merece; y, sobre todo, cuando vemos que libra a los pobres oprimidos, que ya no pueden hacer nada, y que no tienen ni esperan ninguna ayuda de los hombres, percibamos allí su poder y su bondad, y estemos dispuestos a rendirle la alabanza debida a él. Esto es lo que tenemos que observar. Sin embargo, para probar que somos hijos de Dios, seamos sabios para extender nuestra mano hacia aquellos que son perseguidos injustamente, conforme a los medios que Dios nos da para ayudar a los que son pisoteados y que no tienen medios con los cuales vengarse o sostenerse ellos mismos. Tenemos que ocuparnos y conscientemente ejercitarnos en esta obra. En segundo lugar, cuando vemos que los hombres que gobiernan son tan perversos y malvados y que, sin embargo, Dios no permite que se salgan de los límites, humillémonos a nosotros mismos para honrar su providencia, y sepamos que si él no frenara su maldad, nosotros seríamos abrumados con una horrible inundación y todas las cosas serían tragadas y ahogadas inmediatamente. Por eso Dios tiene que ser magnificado cuando vemos que prevalece cierto residuo de justicia y de buen orden, aunque aquellos que gobiernan y sostienen la espada en sus manos son totalmente malvados y dados al mal. Entonces, sepamos esto, y sostengamos, tanto como podamos, el orden de justicia, viendo que es un beneficio soberano que Dios concede a la humanidad, y que de esa manera quiere que también su providencia sea conocida. Y cuando vemos que los príncipes y magistrados y todos los oficiales de la justicia son tan perversos, sintamos pena viendo tan profanado el orden que Dios ha dedicado a la salvación de los hombres; y no solamente debemos detestar a los enemigos de Dios y a los que resisten el orden del gobierno que él puso sobre ellos, sino que sepamos que ellos son los frutos de nuestros pecados para que nos imputemos a nosotros mismos la culpa y causa de todo el mal. Así ustedes ven lo que tenemos que recordar de este pasaje. Ahora vengamos a lo que agrega Eliú. Dice que si los hombres buenos o también los hombres grandes de los que había hablado, a los que Dios exaltó a una condición y dignidad elevada sobre el resto del mundo, a veces son puestos en el cepo; si a veces son destituidos incluso en vergüenza, de modo que los hombres los ponen en prisión y en el cepo y son atados con sogas para su turbación, y si Dios no los abandona en tal necesidad, sino que les hace sentir sus pecados, les dice las faltas que han cometido, es para que, habiéndolas conocido, se puedan corregir volver al buen camino; Dios les abre los oídos para que puedan pensar más correctamente en sí mismos y conocerse. Entonces Eliú muestra aquí que cuando nos parece que Dios cierra los ojos y que ya no tiene consideración del gobierno de los hombres, tiene buenos motivos para ellos; y, aunque nos parezca extraño, tenemos que reconocer que él es justo y equitativo en todo lo que hace y que nosotros tenemos ocasión de glorificarle. Es cierto que lo que hemos discutido antes hay que recordarlo siempre; es decir, que las cosas en este mundo no son gobernadas de una manera uniforme y que Dios reserva una gran parte de los juicios que se propone ejecutar para el día final, para que nosotros siempre estemos en suspenso, esperando la venida de nuestro Señor Jesucristo. Para nosotros debiera ser suficiente tener algunas señales mediante las cuales percibir lo que aquí se nos dice.
Ahora, la intención de Eliú es anticipar la piedra de tropiezo que los hombres puedan concebir cuando personas buenas y justas son pisoteadas y expuestas por Dios a la tiranía de los malvados, siendo atormentados sin causa, de modo que sin haber hecho daño a nadie, aun así no dejan de ser molestadas. Porque cuando vemos esto nos parece que Dios no piensa en el mundo, que su mirada no se extiende hasta nosotros, y que dé el gobierno librado a la fortuna. Vean cómo nuestra vista es inmediatamente confundida al ver las cosas fuera de orden, y no hay nada más fácil para nosotros que tropezar en esto. Por esta causa Eliú muestra aquí que, aunque los hombres buenos sean perseguidos, o que también aquellos que fueron puestos en el poder son destituidos como si Dios confundiera la tierra con el cielo, no por eso tenemos que atemorizarnos demasiado en nuestras mentes. ¿Y por qué? Porque Dios tiene razones justas que nosotros no podemos percibir a primera vista pero esperemos con paciencia y veremos que Dios hará que tales aflicciones son para nuestro bien y que apuntan a un buen fin. ¿Y por qué? "Porque entonces" dice, "Dios anuncia a los que así son atormentados sus pecados, les hace sentir lo que son para guiarlos a una adecuada corrección. " Aquí vemos, en primer lugar, que no tenemos que estimar las cosas conforme a la apariencia exterior, sino escudriñar más a fondo y buscar la causa que mueve a Dios a hacer lo que a primera vista nos parece extraño. Parece contrario a toda razón que un buen hombre sea perseguido así y que todos lo atropellen; pero Dios sabe por qué lo hace. Por eso tenemos que mirar hacia el resultado, y no apresurarnos demasiado en pronunciar el veredicto, como aquellos que juzgan descuidadamente. ¿Cuál es el propósito de nuestras aflicciones? Es para hacernos sentir nuestros pecados; y este es un punto sumamente digno de ser notado, del cual podemos deducir una doctrina de poderosa utilidad. Es cierto que muchas veces oímos que se habla de ella; sin embargo, nunca será suficiente; porque sabemos que las aflicciones nos son tediosas, que cada uno de nosotros se enfurece tan pronto siente el ardor de la vara en la mano de Dios, sin que podamos consolarnos a nosotros mismos ni mantenernos con paciencia. Por eso, tanto más nos corresponde notar bien la doctrina de que cuando Dios permite que seamos atormentados, incluso injustamente, con respecto a los hombres, aun entonces él está procurando nuestra salvación queriendo hacernos sentir nuestros pecados y mostrarnos lo que somos. Porque en tiempos de prosperidad somos ciegos; en efecto, no sabremos correctamente lo que está contenido aquí, a menos que Dios nos lo acerque mediante sus castigos. ¿Estamos bien, y en delicias? Cada uno de nosotros se duerme y se adula a sí mismo en sus pecados, de manera que nuestra prosperidad es semejante a la ebriedad que adormece a las almas. Y, lo que es peor, cuando Dios nos deja solos, en paz, aunque le hayamos ofendido mil veces, todavía no dejamos de aplaudirnos a nosotros mismos, y nos parece que Dios nos es propicio y que nos ama por el hecho de perseguirnos. Ustedes ven entonces, que los hombres son incapaces de sentir sus pecados a menos que sean llevados por la fuerza a conocerse ellos mismos. Por eso, viendo que la prosperidad nos embriaga de tal manera, y que cuando estamos en paz cada uno se adula en sus pecados; tenemos que sufrir pacientemente las aflicciones de Dios. Porque la aflicción es la auténtica maestra que lleva los hombres al arrepentimiento para que se condenen ellos mismos delante de Dios y, siendo condenados, aprendan a odiar a aquellos pecados en los que anteriormente se bañaban. Por eso, cuando hemos conocido el fruto de los castigos que Dios nos manda, los llevaremos con mayor tranquilidad y con coraje más pacífico que el que ahora tenemos. Pero es penoso ver cuan indiferentes somos.
Porque no sabemos que Dios al afligirnos procura nuestra salvación. Además notemos bien que no tenemos necesidad de mirar la mano visible de Dios soltar las riendas de los hombres de manera que seamos perseguidos por ellos, aun injustamente, no habiéndoles hecho daño alguno.
Sin embargo, aun en ese caso tenemos que aprender que Dios nos llama a su escuela. Porque cuando deja de castigarnos con su mano y nos pone en manos malvadas, es para domarnos y humillarnos mejor; y para avergonzarnos más. Entonces, cuando los malvados tienen el control de manera de tener los medios para atormentarnos, y cuando nos hacen las peores cosas que pueden hacernos, es como si Dios nos declarase que no somos dignos de ser castigados por su propia mano, y que de esa manera quiere avergonzarnos.
Tanto más debiéramos sentirnos motivados a pensar en nuestras faltas y sentirnos apenados por ellas, y entonces observar lo que agrega Eliú, que entonces Dios abre nuestros oídos. En las escrituras esta expresión significa dos cosas. Porque a veces significa simplemente hablarnos; y a veces significa tocar nuestro corazón de tal manera que oigamos lo que se nos dice. Por eso Dios abre nuestros oídos cuando nos envía su palabra y haciendo que la misma nos sea declarada; y luego abre nuestros oídos los descubre (porque ese es el significado propio de la palabra hebrea) cuando no permite que seamos sordos a su doctrina, sino que le da entrada para que la recibamos y seamos movidos por ella, y que su poder sea demostrado. Vean las dos formas de abrir nuestros oídos que percibimos diariamente y que Dios emplea con nosotros.
También abre los oídos de aquellos a quienes aflige dándoles alguna señal de su ira a efectos de enseñarles a pensar más correctamente acerca de sí mismos de lo que hicieron antes. Si un hombre pregunta: "¿Entonces qué? Acaso no nos habla Dios cuando estamos en prosperidad?" Sí, seguramente, lo hace; pero su voz no puede llegarnos; porque ya estamos preocupados con nuestras propias delicias y afectos mundanales. En efecto, vemos que, cuando las personas tienen abundancia para que podamos volver a nuestros sentidos. De modo que las aflicciones en general debieran servirles de instrucción a aquellos que las reciben, de modo que pueden causar un acercamiento a Dios, de quien habían estado previamente alejados. Suficiente con esto en cuanto a un punto. No obstante, los hombres todavía no se dejan gobernar por Dios hasta que él no haya suavizado sus heridas mediante su Espíritu Santo y abierto el pasaje para las advertencias que él da y punzado los oídos de los hombres para que se puedan ocupar de su servicio y obediencia, tal como está dicho en el Salmo 40:6 (Sacrificio y ofrenda no te agrada; Has abierto mis oídos; Holocausto y expiación no has demandado.). Esto es lo que tenemos que observar. Por eso, cuando somos afligidos, primero recordemos que es Dios quien se dirige en persona a nosotros y nos muestra nuestros pecados a efectos de llevarnos al arrepentimiento. Pero puesto que somos duros para el remordimiento y, lo que es peor, somos totalmente testarudos y sordos a todas las advertencias que él nos hace, tenemos que orar a él para que abra nuestros oídos y nos haga tan abiertos a sus instrucciones que las mismas nos sean provechosas y que no permita que meramente haya estruendos en el aire sin que nuestros corazones sean tocados, sino que seamos movidos para venir a volver a él. De otra manera sepamos que no haremos nada sino provocarlo y rechazar sus no permitamos que nos entren por un oído y nos salgan por el otro; pero obedezcamos, es decir, rindamos una obediencia a Dios como la que debemos rendirle, y no busquemos ninguna otra cosa sino el en marcarnos totalmente en él. ¿Qué sigue? No tenemos que asombrarnos si los hombres languidecen de dolor, en efecto, si diariamente son arrojados a profundidades de miserias cada vez mayores. Porque ¿quién de ellos escucha a Dios cuando él habla? Es evidente que siendo tantos los afligidos y atormentados en la actualidad, las varas de Dios están ocupadas en todas partes. ¿Pero, cuántos piensan en ellas? Ustedes verán a todo un pueblo oprimido por guerras, hasta no poder sostenerse ya; sin embargo, difícilmente hallarán una docena de hombres entre cien mil que oyen hablar a Dios. He aquí el chasquido de su látigo suena y hace eco en al aire; en todas partes hay horribles lloros y lamentos; los hombres exclaman "¡Eh!" Pero, entre tanto, no miran la mano que los castiga; como el reproche del Profeta a los obstinados que, aunque sienten los azotes no reconocen la mano de Dios. Lo mismo vemos en tiempos de pestilencia y hambre. Por eso, entonces, ¿es de asombrarse que Dios envíe heridas incurables haciendo lo dicho por el profeta Isaías 1:16 (Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo;).esto es, que desde la planta del pie hasta la cabeza no haya en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga en este pueblo de manera que todos están podridos e infectados y sus llagas son incurables? ¿Acaso es para asombrarnos que actualmente los hombres sean tan ingratos para con Dios que le cierran la puerta están dispuestos a escucharle a efectos de obedecerle? De manera entonces, toda vez que seamos castigados por la mano de Dios aprendamos a venir rápidamente a él y a escuchar la advertencia que nos da para que sintamos nuestros pecados y estemos disgustados con ellos. Habiendo hecho eso seamos tocados en lo más profundo para que a él le plazca tener piedad de nosotros. Si procedemos de esta manera, Dios no olvidará su oficio de instruir y liberarnos de todas nuestras adversidades.
Pero, ¿queremos pasar por caballos salvajes? Entonces seguramente nos desdeñará como se dice aquí: "Seremos pasados a espada, y pereceremos sin sabiduría" es decir, en nuestra necedad.
Cuando dice, "Seremos pasados a espada," él significado es que las heridas serán totalmente incurables, que ya no esperemos sanidad, que ya no habrá remedio para nosotros. Si no somos obstinados cuando Dios nos advierte nuestras faltas, él se revelará como un buen médico hacia nosotros purgándonos de todas ellas, al menos si no somos incorregibles. Pero si no hay razón ni enmienda en nosotros, de manera que mordamos los frenos sin sentir nuestros pecados para sentirnos apenados por ellos, sepamos que todas las aflicciones del mundo nos serán mortales. A menos que aprendamos a volver a Dios cuando él nos llama dándonos la oportunidad de arrepentirnos, es decir, a menos que vengamos en el momento correcto y entremos cuando la puerta nos es abierta; a menos que lo hagamos así, todos los castigos que nos fueron dados para nuestro provecho tienen que volverse para nuestra mayor condenación; dichos castigos tendrán que ser tantas otras advertencias de parte de Dios, de que en efecto, la acumulación de toda la miseria sobre nosotros tiene que cumplirse. Tanto más debiéramos pensar en nosotros mismos para no provocar premeditadamente semejante venganza de Dios sobre nosotros. Porque acaso es un asunto de poca importancia, ¿que esté dicho que los obstinados serán heridos por la mano de Dios; ciertamente, ya que los hombres le provocan a más no poder y no están dispuestos a someterse a él cuando les ha hecho el favor de advertirles dándoles entrada a su presencia? En efecto, cuando los hombres se oponen así, ¿acaso no es un desafío abierto a Dios? ¿No es pisotear su gracia bajo el pie? Dios no puede soportar semejante despecho; porque él jura por su majestad Salmo 20:4 (Te dé conforme al deseo de tu corazón, Y cumpla todo tu consejo.); Isaías 22:13 (y he aquí gozo y alegría, matando vacas y degollando ovejas, comiendo carne y bebiendo vino, diciendo: Comamos y bebamos, porque mañana moriremos.) que cuando los hombres hacen fiesta y dicen "comamos y bebamos" mientras Dios los llama al arrepentimiento, ello constituye un pecado que jamás será borrado. He aquí, Dios está tan irritado con ese pecado que jura que será registrado en su presencia para siempre. Tanto más entonces, ello debería incitarnos a humillarnos cuando Dios nos da algunas advertencias, sabiendo que en este punto procura nuestra salvación, para que no rechacemos su yugo cuando él quiere ponerlo sobre nosotros, y que no rechacemos los golpes de su vara los cuales nos da como golpeando sobre un yunque.
En forma específica dice que aquellos que no oyeren a Dios perecerán sin sabiduría, es decir, su propia necedad los consumirá. Esto se dice para que no les quede excusa a los hombres.
Es cierto que nos escudamos con la ignorancia cuando queremos minimizar nuestras faltas o bien borrarlas completamente. Decimos, "no he pensado en ello; no fui consciente." Pero aprendamos que cuando se hace alguna mención de la ignorancia de los hombres es para condenarlos porque se hicieron las bestias careciendo de razonamiento. Así también lo menciona el profeta Isaías 5:13,14 (Por tanto, mi pueblo fue llevado cautivo, porque no tuvo conocimiento; y su gloria pereció de hambre, y su multitud se secó de sed. 14 Por eso ensanchó su interior el Seol, y sin medida extendió su boca; y allá descenderá la gloria de ellos, y su multitud, y su fausto, y el que en él se regocijaba.) "El mismo motivo," dice el Señor, "por el cual está abierto el infierno y por el cual el sepulcro se traga todo y por el cual todo mi pueblo es consumido, es que no tuvieron conocimiento." Allí Dios se queja de que los pecadores se arrojan voluntariamente a la destrucción. Sin embargo, dice que ello ocurre porque no tenían conocimiento; ciertamente, pero enseguida reprocha a los judíos por haberse embrutecido. Porque, por su parte, el Señor nos advierte suficientemente, de manera que es nuestra propia culpa si no somos bien enseñados ¿Cómo es posible? Dios es un buen maestro de escuela, pero nosotros somos estudiantes pobres; Dios habla pero nosotros somos sordos, o bien nos tapamos los oídos para no oírle. De modo entonces, la ignorancia de la que aquí habla Eliú es voluntaria, porque los hombres no pueden permitir que Dios les muestre su lección o les enseñe a venir a él, sino que más bien continuarían su sendero común, y por eso cierran sus ojos y se tapan los oídos. Así ustedes ven una ignorancia que está llena de malicia y rebelión. Ahora, es cierto que por un tiempo los malvados se agradan a sí mismos al no sentir la mano de Dios, pero es tanto peor para ellos, según los ejemplos que vemos cada día. Si una persona habla a estos embaucadores, dados a toda clase de mal, y los amenaza con la venganza de Dios, se limitan a menear sus cabezas, se burlan, y les parece que es solamente una broma.
Nuevamente, toman a los sermones para burla y vuelven toda la Santa Escritura en ridículo para que ya no tenga reverencia ni autoridad. Vemos esto delante de nuestros ojos. Siempre empeoran su condición, puesto que esta expresión no será frustrada, es decir, que todo aquel que no está dispuesto a oír a Dios en la aflicción tiene que perecer sin sabiduría; esto significa que la ignorancia en la cual están inmersos tiene que causarles una ruina peor y arrojarlos aun más a la maldición de Dios. Ahora, puesto que vemos esto, aprendamos a estar abiertos a la enseñaza, y tan pronto habla Dios prestémosle atención y estemos dispuestos a sujetarnos a su palabra, y que nada nos impida volver a él. Esto es lo que se nos enseña en este pasaje. Es cierto que de otra manera nuestra propia naturaleza siempre nos inducirá a oponernos a él, tal como se dice aquí.
Además, la necedad de los hombres es que, si bien no quieren ser considerados necios e ignorantes, sin embargo, se esfuerzan en excusarse con desatinos e ignorancia cuando se trata de rendir sus cuentas ante Dios. Lo peor es que todo ello nos les aprovechará de nada. Tanto más tenemos que tratar de humillarnos a tiempo y venir al consuelo de Dios cuando dice que nos enseña de doble manera. Porque por un lado él hace que su palabra nos sea predicada, y por el otro nos castiga con sus varas para que cada uno de nosotros seamos inducidos, para nuestro propio beneficio, a volver al buen camino. Por eso, tengamos abiertos los oídos para recibir la doctrina que en el nombre de Dios es puesta ante nosotros de modo que no se dirija a sordos ni a troncos de árboles. Entre tanto, también seamos pacientes para soportar las aflicciones que él nos manda; y si algo pasa distinto de lo que nosotros queremos, jamás dejemos por eso de magnificar a Dios y a su gracia, sabiendo que por esos medios nos hace sentir nuestros pecados para que no estemos confiados en ellos al extremo de perecer. Ustedes ven entonces, a menos que queramos provocar deliberadamente a Dios después de haber escuchado su palabra, también tenemos que entender su propósito cuando él nos castiga y nos manda algunas aflicciones de dondequiera que ellas vengan sobre nosotros; porque nunca nos ocurrirá nada que no provenga de su mano.
Inmediatamente Eliú agrega que los hipócritas de corazón atesoran para sí ira, y no clamarán cuando él los atare. Falseará el alma de ellos en su juventud, y su vida entre los sodomitas. Dice "hipócritas de corazón." ¿Por qué los llama así? Se refiere a los que confían en maldades y en el fondo tienen un sitio para ocultarse de Dios y no pueden ser traídos a ninguna cosa sana. Porque vemos a muchas pobres personas que pecan por omisión porque son inconstantes de manera que son fácilmente engañados, sin embargo, no hay malicia ni obstinación arraigada en ellos. Pero existen otros que son "hipócritas de corazón," es decir, que en su interior tiene la raíz de desprecio y de toda rebelión de manera que burlan a Dios y no tienen reverencia ante su palabra, sino que el diablo los ha embrujado de tal manera que condenan el bien y siguen al mal, o al menos lo aprueban y quisieran deleitarse y alimentarse de él. Por eso, notemos bien que cuando Eliú habla aquí de hipócritas de corazón se refiere a aquellos que están tan completamente abandonados a Satanás que no solamente pecan por omisión sino que están plenamente conformados al mal que se inclinan decididamente a ejecutarlo a burlar a Dios; y de tales personas son demasiados los ejemplos que se ven. Porque si alguien suma los inconstantes y a los que ofenden por debilidad a los malvados y a los que desprecian a Dios, el número de los mismos será mucho mayor. De manera entonces, notemos que no es sin causa que Eliú los llama hipócritas de corazón, o perversos de corazón, es decir, entregados a malicias extremas, de manera que en sus aflicciones ya no están de ninguna manera dispuestos a sujetarse a Dios, sino más bien de acumular ira. Y notemos bien la frase atesoran ira; porque es como encender más y más el fuego y echarle leña para aumentarlo. En efecto, ¿qué están haciendo los perversos cuando luchan y se oponen así a Dios? ¿Acaso mejoran su caso o condición? ¡Ay de ellos! Solamente atesoran más leña, y la ira de Dios tiene que arder más fuerte. Así que notemos entonces bien que si resistimos los castigos de Dios, pensando rechazarlos mediante nuestra malicia y obstinación, solamente la incrementaremos, y la maldición de Dios aumentará más y más hasta que seamos completamente consumidos por ella.
Ahora, cuando oímos esto, ¿qué vamos a hacer, sino orar a Dios que en primer lugar nos purgue de tal manera que no tengamos esta rebelión arraigada en nosotros y esta malicia oculta; pero, aunque hayamos fallado por debilidad, todavía podemos tener alguna raíz de temor a Dios en nosotros de manera que no nos hagamos completamente incorregibles. Además, seamos siempre sabios para conducirnos en sobriedad y con sinceridad de corazón para que no estemos tan envueltos en nuestros pecados que amemos a los mismos y los alimentos. Además, notemos bien que si queremos hacer astucias y artificios respecto de Dios ello no mejorará nuestra condición sino que más bien aumentaremos su ira contra nosotros.
Entonces, ustedes ven que los hombres debieran corregir adecuadamente sus malas obras, siendo que la maldición de Dios será incrementada tanto sobre ellos. Y aquí se hace expresa mención del aumento de la ira de Dios porque los hombres suponen haber escapado cuando Dios los libra de algún mal; les parece que lo peor ha pasado. Pero no pensamos en los medios que nos son ocultos; es decir, que luego Dios exhibirá nuevas varas, que desenvainará nuevas espadas, que tronará repentinamente sobre nosotros, cuando menos lo esperamos. Puesto entonces, que no somos suficientemente temerosos de la ira de Dios, se dice aquí premeditadamente que ella aumenta y nosotros la atesoramos más y más sobre nosotros, al extremo de tener que esperarnos cien mil muertes si hemos despreciado el mensaje que Dios envió para traernos de vuelta y conducirnos a la vida. Por eso, cuando hemos despreciado así las advertencias de Dios tenemos que sentir su horrible venganza sobre nosotros, por otra parte él afirma que siempre está listo para consolar a aquellos que se someten voluntariamente a su buena voluntad.