} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 05/01/2016 - 06/01/2016

lunes, 30 de mayo de 2016

¿EN QUÉ CONSISTE EL MENSAJE DEL EVANGELIO?


En pocas palabras, el mensaje evangelizador es el evangelio de Cristo y de Él crucificado, el mensaje del pecado del hombre y de la gracia de Dios, de la culpabilidad humana y del perdón de Dios, de un nuevo nacimiento y de una vida nueva por el don del Espíritu Santo. Es un mensaje compuesto de cuatro ingredientes esenciales.

1. El evangelio es un mensaje acerca de Dios.

Nos cuenta quién es El, cómo es su carácter, cuáles son sus normas y qué requiere de nosotros, sus criaturas. Nos dice que le debemos nuestra existencia; que para bien o para mal estamos siempre en sus manos y bajo su mirada; y que nos hizo para adorarle y servirle, para expresar nuestra
alabanza y para vivir para su gloria. Estas verdades son el fundamento de la religión teísta;  y hasta que se comprendan, el resto del mensaje del evangelio no será ni convincente ni relevante. Es aquí, con la afirmación de la total y constante dependencia del hombre en su Creador, que se inicia la historia cristiana.

¿En qué consiste el mensaje del evangelio?  

Podemos aprender de Pablo en esta coyuntura. Cuando predicaba a los judíos, como en Antioquía de Pisidia, no necesitaba mencionar el hecho de que todos los seres humanos son criaturas de Dios. Podía dar por sentado este conocimiento por parte de sus oidores porque éstos profesaban la fe del Antiguo Testamento. Podía empezar inmediatamente a declararles que Cristo era el cumplimiento de las esperanzas del Antiguo Testamento. Pero cuando predicaba a los gentiles, que no conocían el Antiguo Testamento, Pablo tenía que ir más atrás y comenzar desde el principio. Y el principio desde donde Pablo comenzaba en dichos casos era la doctrina de Dios como Creador y el hombre como criatura creada. Por eso, cuando los atenienses le pidieron que explicara lo que estaba diciendo acerca de Jesús y la resurrección, Pablo les habló primero de Dios el Creador y para qué hizo al hombre.
“El Dios que hizo el mundo… pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas. Y… ha hecho todo el linaje de los hombres… para que busquen a Dios” (Hech. 17:24-27). Esto no fue, como han supuesto algunos, un trozo de apologética  filosófica de un tipo al cual renunció Pablo más adelante, sino la primera lección básica de la fe teísta. El evangelio comienza enseñándonos que
nosotros, como criaturas, dependemos totalmente de Dios, y que él, como Creador, tiene derecho absoluto sobre nosotros. Solo cuando hemos comprendido esto podemos ver lo que es el pecado, y solo cuando vemos lo que es el pecado podemos comprender las buenas nuevas de salvación del pecado. Tenemos que saber lo que significa llamar Creador a Dios antes de poder captar lo que significa hablar de él como Redentor. No se logra nada hablar del pecado y la salvación en situaciones donde esta lección preliminar no ha sido aprendida en alguna medida.

2. El evangelio es un mensaje acerca del pecado.

 Nos explica cómo hemos fallado en cumplir las normas de Dios, cómo llegamos a ser culpables, inmundos y dependientes del pecado, y cómo nos encontramos ahora bajo la ira de Dios.
Nos dice que la razón por la cual pecamos continuamente es que somos pecadores por naturaleza, y que nada de lo que hacemos o tratamos de hacer por nosotros mismos puede reconciliarnos o conseguirnos el favor de Dios. Nos muestra cómo Dios nos ve y nos enseña a pensar de nosotros mismos como Dios piensa de nosotros.
Por lo tanto, nos lleva a desesperarnos de nosotros mismos. Y éste es también un paso necesario. No podemos llegar a conocer al Cristo que salva del pecado hasta no haber comprendido nuestra necesidad de reconciliarnos con Dios y nuestra inhabilidad de lograrlo por medio de ningún esfuerzo propio.
He aquí una dificultad. La vida de cada uno incluye cosas que causan insatisfacción y vergüenza. Cada uno tiene algún cargo de conciencia por cosas en su pasado, cosas en que no han alcanzado la norma que se puso para uno mismo o que de él esperaban otros. El peligro es que en nuestra evangelización nos conformemos con evocar recuerdos de estas cosas y hacer que la gente se sienta
incómoda por ellas, y luego describir a Cristo como el que nos salva de estas faltas que cargamos, sin siquiera cuestionar nuestra relación con Dios. Pero ésta es justamente la cuestión que tiene que ser presentada cuando hablamos del pecado.
Porque la idea misma del pecado en la Biblia es que es una ofensa contra Dios que obstaculiza la relación del hombre con Dios. A menos que veamos nuestras faltas a la luz de la Ley y santidad de Dios, no las consideramos en absoluto como pecados.
Porque el pecado no es un concepto social, es un concepto teológico.
Aunque los pecados son cometidos por el hombre, y muchos pecados son contra la sociedad, el pecado no puede definirse ni en términos del hombre ni de la sociedad.
Nunca sabemos qué realmente es el pecado hasta no haber aprendido a pensar en él en términos de Dios y a medirlo, no por normas humanas, sino por el criterio de la demanda total de Dios sobre nuestra vida.
Lo que tenemos que entender, entonces, es que los remordimientos del hombre natural no son de ninguna manera lo mismo que la convicción del pecado. No es, por lo tanto, que un hombre se convenza del pecado cuando está afligido por sus debilidades y las faltas que ha cometido. Convicción de pecado no es meramente sentirse abatido por lo que uno es, por sus fracasos y su ineptitud para cumplir las demandas de la vida. Tampoco es salvadora una fe si el hombre en esa condición recurre al Señor Jesucristo meramente para que lo tranquilice, le levante el ánimo y lo haga sentirse seguro de sí mismo. Tampoco estaríamos predicando el evangelio (aunque podamos suponernos que sí) si lo único que hiciéramos fuera presentar a Cristo en términos de lo que el hombre siente que quiere: “¿Eres feliz? ¿Te sientes satisfecho? ¿Quieres tener tranquilidad? ¿Sientes que has fracasado? ¿Estás harto de ti mismo? ¿Quieres un amigo? Entonces acércate a Cristo, él satisfará todas sus necesidades”—como si el Señor Jesucristo fuera un hada madrina o un superpsiquiatra… Estar convencido de pecado significa no solo sentir que uno es un total fracaso, sino comprender que uno ha ofendido a Dios, y ha despreciado su autoridad, le ha desobedecido y se ha puesto en su contra, de manera que ha arruinado su relación con él. Predicar a Cristo significa presentarlo como Aquel quien por su cruz vuelve a reconciliar al hombre con Dios…
Es muy cierto que el Cristo real, el Cristo de la Biblia quien se nos revela como un Salvador del pecado y un Abogado ante Dios, en realidad da paz, gozo, fortaleza moral y el privilegio de ser amigo de los que confían en él. Pero el Cristo que es descrito y deseado meramente para hacer que los reveses de la vida sean más fáciles porque brinda ayuda y consolación, no es el Cristo verdadero, sino un Cristo mal representado y mal concebido; de hecho, un Cristo imaginario. Y si enseñamos a las personas a confiar en un Cristo imaginario, no tendremos nada de base para esperar que encuentren una salvación verdadera. Hemos de estar en  guardia, entonces, contra equiparar una conciencia naturalmente mala y el sentirnos desagraciados con la convicción espiritual de pecado, y así omitir de nuestra evangelización el hacer entender a los pecadores la verdad básica acerca de su condición, a saber, que su pecado los ha separado de Dios y los ha expuesto a su condenación, su hostilidad e ira, de modo que su primera necesidad es restaurar su relación con él...

3. El evangelio es un mensaje acerca de Cristo  

Cristo, el Hijo de Dios, encarnado; Cristo, el Cordero de Dios, muriendo por el pecado; Cristo, el Señor resucitado; Cristo, el Salvador perfecto.
Es necesario destacar dos cosas en cuanto a declarar esta parte del mensaje: 

No se debe presentar a la Persona de Cristo aparte de su obra salvadora.

A veces se afirma que es la presentación de la Persona de Cristo, en lugar de las doctrinas acerca de él, lo que atrae a los pecadores a sus pies. Es cierto que es el Cristo viviente quien salva y que ninguna teoría sobre la expiación, por más ortodoxa que sea, puede sustituirlo. Pero cuando alguien hace esta observación, lo que usualmente sugiere es que una enseñanza doctrinal no es indispensable en la predicación evangelística, y que lo único que el evangelista necesita hacer es presentar una descripción vívida del hombre de Galilea que iba por todas partes haciendo el bien, y luego asegurar a sus oyentes que este Jesús todavía está vivo para ayudarles en sus dificultades. Pero a un mensaje así no se le puede llamar evangelio. No sería en realidad más que una adivinanza, que sirve solo para
desconcertar… la verdad es que la figura histórica de Jesús no adquiere sentido hasta no saber de la Encarnación: que este Jesús era realmente Dios, el Hijo, hecho hombre para salvar a los pecadores de acuerdo con el propósito eterno del Padre. Tampoco tiene sentido la vida de Jesús hasta que uno sabe de la expiación, que él vivió como hombre a fin de morir como hombre para los hombres, y que su
Pasión y su homicidio judicial fueron realmente su acción salvadora de quitar los pecados del mundo. Ni puede uno saber sobre qué base acudir a él hasta saber acerca de su resurrección, ascensión y actividad celestial: que Jesús ha sido levantado, entronizado y coronado Rey, y que vive para salvar eternamente a todos los que aceptan su señorío. Estas doctrinas, sin mencionar otras, son esenciales al
evangelio… La realidad es que sin estas doctrinas no tendríamos ningún evangelio que predicar.

  No debemos presentar la obra salvadora de Cristo separadamente de su Persona.

 Los predicadores evangelicos y los que hacen obra personal a veces cometen este error. En su preocupación por enfocar la atención en la muerte expiatoria de Cristo como el fundamento único y
suficiente para que los pecadores puedan ser aceptados por Dios, presentan la invitación
a tener una fe salvadora en estos términos: “Cree que Cristo murió por tus
pecados”. El efecto de esta exposición es representar la obra salvadora de Cristo en el
pasado, disociada de su Persona en el presente, como el objeto total de nuestra confianza.
Pero no es bíblico aislar de este modo la obra del Obrador. En ninguna parte
del Nuevo Testamento el llamado a creer es expresado en estos términos. Lo que
requiere el Nuevo Testamento es fe en o adentrarse en osobre Cristo mismo, poner nuestra fe en el Salvador viviente quien murió por los pecados. Por lo tanto, hablando estrictamente, el objeto de la fe salvadora no es la expiación, sino el Señor Jesucristo, quien hizo la expiación. Al presentar el evangelio, no debemos aislar la cruz y sus beneficios del Cristo a quien pertenecía la cruz. Porque las personas a quienes les pertenecen los beneficios de la muerte de Cristo son simplemente
las que confían en su Persona y creen, no simplemente por su muerte salvadora,
sino en él, el Salvador viviente “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” dijo Pablo (Hech. 16:31). “Venid a mí…y yo os haré descansar,” dijo nuestro Señor (Mat.11:28).
Siendo esto así, enseguida vemos claramente que la cuestión de la amplitud de
la expiación, que es algo de lo cual se habla mucho en algunos ambientes, no tiene
ninguna relación con el contenido del mensaje evangelístico en este sentido en
particular. No me propongo discutir esta cuestión ahora, ya lo he hecho en otro
lugar. 3 No estoy preguntando aquí si piensas que es cierto decir que Cristo murió
a fin de salvar o no a cada ser humano del pasado, presente y futuro. Ni le estoy
invitando ahora a decidirse sobre esta cuestión, si no lo ha hecho ya. Lo único que
quiero recalcar aquí es que aun si cree que la afirmación anterior es cierta, su
presentación de Cristo al evangelizar no debería diferir de la que presenta al hombre
que no cree que sea cierta.
Lo que quiero decir es esto: resulta obvio que si un predicador cree que la afirmación
“Cristo murió por cada uno de ustedes”, hecha a cualquier congregación,
sería algo que no se puede verificar y que probablemente no es cierta, se cuidaría
de incluirla en su predicación del evangelio . Pero ahora, la cuestión es que, aun si alguien piensa que esta afirmación sería cierta si la hiciera, no es algo que necesita decir ni tendría jamás razón para decirla cuando predica el evangelio. Porque predicar el evangelio, como acabamos de ver, significa llamar a los pecadores a acudir a Jesucristo, el Salvador viviente, quien, en virtud de su muerte expiatoria, puede perdonar y salvar a todos los que ponen su fe en él. Lo que tiene que decirse acerca de la cruz cuando se predica el evangelio es sencillamente que la muerte de Cristo es el fundamento
sobre el cual Cristo perdona. Y eso es lo único que hay que decir. La cuestión de la amplitud designada de la expiación no viene para nada al caso… El hecho es que el Nuevo Testamento nunca llama a nadie al arrepentimiento sobre el fundamento de que Cristo murió específica y particularmente por él.
El evangelio no es: “Cree que Cristo murió por los pecados de todos, y por lo
tanto por los tuyos” como tampoco lo es: “Cree que Cristo murió solo por los pecados
de ciertas personas, y entonces quizá no por los tuyos”… No nos
corresponde pedir a nadie que ponga su fe en ningún concepto de la amplitud de
la expiación. Nuestro deber es conducirlos al Cristo vivo, llamarlos a confiar en él.
Esto nos trae al ingrediente final del mensaje del evangelio.

4. El evangelio es un llamado a la fe y al arrepentimiento.

 Todos los que escuchan el evangelio son llamados por Dios a arrepentirse y creer. “Pero Dios…manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan,” le dijo Pablo a los atenienses (Hech. 17:30). Cuando sus oyentes le preguntaron qué debían hacer para “poner en práctica las obras de Dios”, nuestro Señor respondió: “Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado” (Juan 6:29). Y en 1 Juan 3:23 leemos: “Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su HijoJesucristo...”.
El arrepentimiento y la fe pasan a ser una cuestión de deber por el mandato directo de Dios, por lo tanto la impenitencia e incredulidad son señaladas en el Nuevo Testamento como pecados muy serios. Estos mandatos universales, como lo hemos indicado anteriormente, van acompañados con promesas universales de salvación para todos los que obedecen: “Que todos los que en él creyeren, recibirán
perdón de pecados por su nombre” (Hech. 10:43). “El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Apoc. 22:17). “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Estas palabras son promesas que Dios cumplirá mientras dure el tiempo.
Necesitamos decir que la fe no es meramente un sentido de optimismo, así como el arrepentimiento no es un mero sentido de lamentarse o de remordimiento. La fe y el arrepentimiento son acciones, y acciones del hombre integral… la fe es esencialmente entregarse, descansar y confiar en las promesas de misericordia que Cristo ha dado a los pecadores, y en el Cristo que dio esas promesas. De igual modo,el arrepentimiento es más que sentir tristeza por el pasado, el arrepentimiento es un cambio de la mentalidad y del corazón, una vida nueva de negarse a uno mismo y servir al Salvador como Rey en lugar de uno mismo… Necesitamos presentar también dos puntos más:

  Se requiere fe al igual que arrepentimiento.

 No basta con decidir apartarse del pecado, renunciar a hábitos malos y tratar de poner en práctica las enseñanzas de Cristo siendo religiosos y haciendo todo el bien posible a otros. Aspiraciones,
resoluciones, moralidad y religiosidad no son sustitutas de la fe… sino que si ha de haber fe, primero tiene que haber un fundamento de conocimiento: el hombre tiene que saber acerca de Cristo, su cruz y sus promesas antes de que la fe salvadora pueda ser una posibilidad para él. Por lo tanto, en nuestra presentación del evangelio, tenemos que enfatizar estas cosas, a fin de llevar a los pecadores a abandonar toda confianza en sí mismos y confiar totalmente en Cristo y en el poder de su sangre redentora para hacerlos aceptos a Dios. Nada que sea menos que esto es fe.

  Se requiere arrepentimiento al igual que fe…

Si ha de haber arrepentimiento,tiene que haber, volvemos a decirlo, un fundamento de conocimiento… Más de una vez, Cristo deliberadamente llamó la atención a la ruptura radical del pasado que involucra ese arrepentimiento. “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame… todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará” (Mat. 16:24-25). “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida considerarlos a todos en segundo lugar] no puede ser mi discípulo… cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Luc. 14:26,
33).
El arrepentimiento que Cristo requiere de su pueblo consiste del rechazo contundente a poner cualquier límite a las demandas que él pueda hacer a sus vidas…
Él no tenía interés en juntar grandes gentíos que profesaran ser sus seguidores para luego desaparecer en cuanto se enteraban de lo que seguirle requería de ellos. Por lo tanto, en nuestra propia presentación del evangelio de Cristo, tenemos que poner un énfasis similar en lo que cuesta seguir a Cristo, y hacer que los pecadores lo enfrenten con seriedad antes de instarlos a responder al mensaje de perdón gratuito.
Simplemente por honestidad, no debemos ignorar el hecho de que el perdón gratuito en un sentido cuesta todo; de otro modo, nuestro evangelizar se convierte en una especie de estafa. Y donde no existe un conocimiento claro, y por ende nada de reconocimiento realista de las verdaderas demandas de Cristo, no puede haber arrepentimiento y por lo tanto tampoco salvación.

Tal es el mensaje evangélico que somos enviados a anunciar.


¡Maranatha! ¡Sí, ven Señor Jesús!

2 CORINTIOS 5;17 // 1 JUAN 4; 12

2 Corintios 5; 17   
La más característica expresión de Pablo sobre lo que significaba ser un cristiano. La muerte y resurrección de Cristo, y nuestra identificación con él por medio de la fe, hace posible que cada uno de nosotros se convierta en una nueva criatura. En el presente, esta nueva creación sólo puede ser experimentada de forma parcial, pero debe ser nuestra máxima aspiración, mientras se completa la recreación de nuestra naturaleza. Nuestra relación con Cristo modifica todos los aspectos de la vida. Aunque en la carne sea judío, o sea gentil, sea libre o sea esclavo, en Cristo es nueva criatura, con todas las consideraciones hechas nuevas en la vista de Dios. Las normas carnales no han de ser aplicadas a las criaturas espirituales, a los hijos de Dios. Que una de éstas sea judío, o sea gentil, no tiene nada que ver.
Pablo llega, como acostumbraba, de una situación concreta y determinada a un principio básico de toda la vida cristiana: Cristo murió por todos. Para Pablo, un cristiano es, en su frase favorita, una persona en Cristo; y por tanto, la vieja personalidad del cristiano murió con Cristo en la Cruz y resucitó con Él a una nueva vida, de forma que ahora es una nueva persona, tan nueva como si Dios la acabara de crear. En esta novedad de vida, el cristiano ha adquirido una nueva escala de valores. Ya no aplica a las cosas el baremo del mundo. Hubo un tiempo en el que Pablo mismo había juzgado a Cristo según su tradición, y se había propuesto eliminar Su recuerdo del mundo. Pero ya no. Ahora tenía una escala de valores diferente. Ahora, el Que había tratado de borrar era para él la Persona más maravillosa del mundo, porque le había dado la amistad de Dios que había anhelado toda la vida.
El hombre renovado actúa sobre la base de principios nuevos, por reglas nuevas, con finalidades nuevas y con compañía nueva. El creyente es creado de nuevo; su corazón no es sólo enderezado; le es dado un corazón nuevo. Es hechura de Dios, creado en Cristo Jesús para buenas obras. Aunque es el mismo como hombre, ha cambiado su carácter y conducta. Estas palabras deben significar más que una reforma superficial. La transformación llevada a cabo en la vida del pecador, que ahora está en Cristo, es ejemplo de una nueva creación. Esta “novedad” se ve tanto en su cambio de perspectiva en cuanto a los demás, como en el cambio de una vida centrada en sí mismo a una vida de interés en otros.
El corazón del que no está regenerado está lleno de enemistad contra Dios, y Dios está justamente ofendido con él. Pero puede haber reconciliación. Nuestro Dios ofendido nos ha reconciliado consigo por Jesucristo.
Por la inspiración de Dios fueron escritas las Escrituras, que son la palabra de reconciliación; mostrando que había sido hecha la paz por la cruz, y cómo podemos interesarnos en ella. Aunque no puede perder por la guerra ni ganar por la paz, aun así Dios ruega a los pecadores que echen a un lado su enemistad, y acepten la salvación que Él ofrece. Cristo no conoció pecado. Fue hecho pecado; no pecador, sino pecado, una ofrenda por el pecado, un sacrificio por el pecado. El objetivo y la intención de todo esto era que nosotros pudiésemos ser hechos justicia de Dios en Él, pudiésemos ser justificados gratuitamente por la gracia de Dios por medio de la redención que es en Cristo Jesús. ¿Puede alguien perder, trabajar o sufrir demasiado por el que dio a su Hijo amado para que fuera el sacrificio por los pecados de ellos, para que ellos fuesen hechos la justicia de Dios en Él?
1 Juan 4; 12
Dios el Padre envió a Su Hijo como Salvador del mundo con el propósito de que los hombres creyeran en El confesando que Jesús es el Hijo de Dios, para que así Dios permaneciera en ellos y ellos en Dios. Pero los incrédulos no confesaron esto; así que Dios no permaneció en ellos, ni ellos permanecieron en Dios. Si alguien confiesa esto, Dios permanece en él y él en Dios. Llega a ser uno con Dios en la vida y la naturaleza divinas.
El requisito previo para que Dios permanezca en nosotros es, una vez, el amor fraterno; y, la segunda vez, la fe en Cristo. El amor fraterno y la fe en Cristo son, pues, intercambiables en este contexto. Podemos concluir de ahí que ambas cosas están íntimamente relacionadas en una forma que no es corriente verla, ya que el autor que presenta una vez el objeto que le interesa como amor fraterno, y la otra vez como fe en Cristo. Para el autor no existe el amor fraterno sin la fe en Cristo, y no existe la fe en Cristo sin el amor fraterno. Y como condición para la comunión con Dios, no necesita el autor mencionar sino una de ambas cosas.
La fe en Jesús no es sólo requisito previo para la fe en el amor de Dios hacia nosotros, sino que la fe en Jesús es la fe en el amor de Dios hacia nosotros. En esta concentración en lo esencial, tal como la vemos en nuestro capítulo, no se ha pensado en absoluto que la fe pudiera tener más contenidos que el amor. La obra expiatoria de Cristo es adecuada para todo el mundo, pero es necesario confesar que Jesús es el Hijo de Dios para experimentar la salvación. Entonces Dios y el creyente moran uno en el otro. Y cualquiera que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, en ése habita Dios y ése en Dios. Esta confesión abarca la fe en el corazón como fundamento; reconoce con la boca la gloria de Dios y Cristo, y confiesa en la vida y conducta contra los halagos y ceños fruncidos del mundo.

¡Maranatha! ¡ Si, ven Señor Jesús!

jueves, 26 de mayo de 2016

DESCANSA EN EL SEÑOR

En la vida del cristiano no hay nada que pueda sustituir la clara conciencia de que nuestro pastor está cerca. No hay nada como la presencia de Cristo para disipar el miedo, el pánico, el terror a lo desconocido.
Esta vida está llena de incertidumbre. Cualquier
momento puede ser portador del desastre, el peligro
y la desgracia por flancos desconocidos. La vida
está llena de azares. Nadie puede saber lo que un día tratará en cuanto a nuevos problemas. Uno vive o con una sensación de ansiedad, miedo y presentimiento,
o con una sensación de tranquilidad. ¿Con cuál vivimos?
Casi siempre es lo «desconocido», lo «inesperado»,lo que produce el mayor pánico. Casi nadie que es presa del temor es capaz de enfrentarse a las crueles circunstancias y ásperas complicaciones de la vida. Por todas partes vemos enemigos que ponen en peligro nuestra tranquilidad. Con frecuencia nuestro primer impulso es levantarnos y salir corriendo.
Pero en medio de nuestros infortunios surge de súbito la conciencia de que Él, el Cristo, el Buen Pastor, está presente. ¡Qué diferencia! Su presencia en la escena arroja una luz diferente sobre cualquier circunstancia. De repente las cosas dejan de ser tan negras y horripilantes. Cambian de aspecto y aparece la esperanza. Nos vemos liberados del temor.
Vuelve la calma y podemos descansar.
Esto me ha sucedido repetidas veces en mi vida.
Es el conocimiento de que mi Amo, mi Amigo, mi Dueño tiene las cosas bajo su control aunque parezcan
calamitosas. Esto me da gran consuelo, reposo
y descanso. «En paz me acostaré, y asimismo
dormiré; porque sólo tú, Jehová, me haces vivir confiado.»
Es tarea del amoroso Espíritu de Dios transmitir esa percepción de Cristo a nuestros temerosos corazones.
Viene quedo a darnos la seguridad de que
Cristo mismo comprende nuestra situación y está
metido en ella junto con nosotros.
Y es ésta la seguridad en que descansamos y reposamos.
«Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía,
sino de poder, de amor y de dominio propio» (2 Timoteo
1:7).
Una mente sana es una mente tranquila, en paz,
no perturbada ni acosada ni obsesionada por el temor
y la incertidumbre del porvenir.
«En paz me acostaré, asimismo dormiré; porque
sólo tú, Jehová, me haces vivir confiado.»

¡Maranatha!

sábado, 21 de mayo de 2016

EN EL SEÑOR, NADA ME FALTARÁ

 Muchos pueden pensar y decir: ¡Vaya una afirmación orgullosa, positiva, atrevida!
Pero por lo visto, este es el sentimiento de un creyente que se considera una oveja extremadamente contenta en su dueño, perfectamente satisfecha de su suerte en la vida puesto que confesamos qué el Señor es mi Pastor, nada me faltará.
En realidad la palabra «faltar», como está usada aquí, tiene un significado más amplio de lo que podía imaginarse a primera vista. Sin duda el concepto principal es el de no faltarle a uno el cuidado, el manejo y la atención adecuada.
Pero un segundo sentido es la idea de estar tan perfectamente satisfecho con el cuidado del Buen Pastor que no se anhela ni se desea nada más.
Esta pudiera parecer una afirmación extraña en boca de una persona como David, si pensamos sólo en lo que respecta a las necesidades físicas o materiales.
El había sido perseguido y acosado repetidas veces por las fuerzas de su enemigo Saúl, así como por las de su propio hijo rebelde, Absalón. Era evidentemente  un hombre que había conocido la privación intensa: la pobreza más extrema, las dificultades más agudas y la angustia.
Por lo tanto es absurdo afirmar, sobre la base de ese enunciado, que el hijo de Dios, la oveja al cuidado del Pastor, nunca experimentará carencia o necesidad.
Es imperioso mantener una visión equilibrada de la vida cristiana. Para hacerlo así, será bueno tener en cuenta las vidas de hombres como Elias, Juan el Bautista, Nuestro Señor mismo, e incluso hombres de fe que fueron los precursores de la Reforma. Tengo la responsabilidad de conpilar biografías para la página web de la Iglesia Evangélica Bonhome y desde que he comenzado a recopilarlas han sido de gran edificación espiritual para mi vida, pues me ha permitido conocer de primera mano la vida de fe de aquellos hombres qué, como tu y yo con nuestras imperfeciones, debilidades y pecados, fueron instrumentos del Señor para marcar la diferencia por su fe a Cristo. Ha servido para darme cuenta de que todos ellos sufrieron grandes privaciones y adversidades, dieron su vida, fueron martirizados...para que hoy podamos leer sin trabas la Palabra de Dios en la Biblia.
Mientras anduvo entre nosotros, el mismo Gran Pastor advirtió a sus discípulos antes de partir a la gloria: «En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.»
Una de las falacias comunes entre los cristianos de hoy es la afirmación de que si un hombre o mujer está prosperando materialmente, esto es señal de la bendición de Dios sobre su vida. Pero no es así. Más bien, algo muy distinto vemos en Apocalipsis 3:17: «Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo
O, de manera similar, Jesús dijo claramente al joven rico que quería hacerse discípulo suyo: «Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres... y ven, sigúeme» (Marcos 10:21).
Basándome  en la enseñanza bíblica sólo puedo concluir que David no se refería a la pobreza material o física cuando hizo ese enunciado: «Nada me
faltará
 Por esta misma razón, el nacido de nuevo por gracia de Dios, por fe en Jesucristo  tiene que echarle una larga y cuidadosa mirada a la vida. Tiene que reconocer que, como muchos otros escogidos de Dios, puede estar llamado a experimentar falta de riqueza o de bienes materiales. Debe ver su jornada sobre este planeta como un breve interludio durante el cual bien puede haber alguna privación en el sentido físico. Pero en medio de esa dificultad aún puede decir orgulloso: «Nada me faltará... no careceré del cuidado y dirección experta de mi Amo».
Para captar la significación interna de esta sencilla afirmación es necesario entender la diferencia entre pertenecer a un amo o a otro: al Buen Pastor o a un impostor. Jesús mismo se esforzó mucho en indicarle a cualquiera que quisiera seguirlo que era imposible servir a dos amos. O se pertenecía a él, o al otro.
A fin de cuentas, el bienestar de cualquier rebaño depende completamente de la administración del dueño.
El pastor arrendador de la finca contigua a mi primera hacienda era el administrador más indiferente que he visto. No le interesaba la condición de sus ovejas. No daba importancia a la tierra. Dedicaba poco o ningún tiempo a su rebaño, y dejaba que las ovejas se apacentaran solas como mejor pudieran, en verano y en invierno. Eran presa de perros, pumas, lobos  y ladrones. Cada año los pobres animales se veían forzados a roer en campos yermos y secos y en prados áridos.
En el invierno faltaba el heno alimenticio y el trigo integral que alimentara a las ovejas hambrientas. El espacio de guardar y proteger de tormentas y ventiscas a las pobres ovejas era escaso e insuficiente.
Para beber sólo tenían agua contaminada y sucia.Le faltaba sal y otros minerales necesarios para compensar el enfermizo pasto. Tan flacas, débiles y enfermas estaban aquellas pobres ovejas que inspiraban compasión. En mi mente las puedo ver aún paradas junto a la cerca, flacas, enfermas, sucias, acurrucadas tristemente en grupitos, mirando ávidas a través de los alambres los ricos pastos del otro lado.
Ante tanta desgracia, el egoísta e insensible dueño  permanecía absolutamente duro e indiferente. No le importaba. ¿Y qué si a sus ovejas les faltaba hierba verde, agua fresca, sombra, seguridad y amparo de las tormentas? ¿Y qué si necesitaban alivio de las heridas, cardenales, enfermedades y parásitos?
A él no le importaba un bledo. ¿Y por qué iba a preocuparse...? Después de todo no eran más que ovejas de matadero...
No podía mirar a esas pobres ovejas sin que me viniera a la mente que aquel era un cuadro exacto de la forma en que esos perversos capataces que son el Pecado y Satanás, en su hacienda abandonada, se burlan de los aprietos de los que están bajo su poder.
Al ir relacionándome con hombres y mujeres de todos los estratos de la sociedad, por mi negocio y trabajo de podador, he venido convenciéndome de una cosa: es el patrón, el jefe, el amo de la vida de una persona lo que determina su destino.
 A lo largo de mi vida, he conocido de cerca algunos hombres muy ricos, así como a algunos profesionales liberales de mucha fama. A pesar de su deslumbrante fachada de éxito, a pesar de su riqueza y su prestigio, seguían siendo pobres en espíritu , abatidos de alma e infelices en la vida. Eran personas sin alegría, presas en las garras de hierro y en el dominio inhumano del mal amo. En contraste, he conocido entre la gente relativamente modesta, personas que han conocido
la tribulación, el desastre y la lucha por permanecer a flote económicamente. Pero como pertenecen a Cristo y lo han reconocido como Señor y Amo de su vida, como su dueño y jefe, están impregnadas de una paz profunda, inalterable, que trasmiten y que da gusto estar a su lado.
Es por cierto un placer visitar esos hogares humildes donde las personas son ricas en espíritu, generosas de corazón, magnánimas. Irradian una serena confianza y una tranquila alegría que sobrepasa todas las tragedias de su tiempo.
Están al cuidado de Dios, y lo saben. Se han confiado a la dirección de Cristo, y han hallado contento.
La satisfacción debería ser la etiqueta del hombre que ha puesto sus asuntos en las manos de Dios.
Esto tiene validez especialmente en nuestra opulenta época. Pero la sorprendente paradoja es la intensa fiebre de descontento entre la gente que siempre habla de seguridad.
A veces a pesar de la riqueza de bienes materiales, estamos notablemente inseguros de nosotros mismos y muy cerca de la bancarrota en cuanto a los
valores espirituales.
Los hombres buscan siempre una seguridad más allá de sí mismos. Son inquietos, inestables, codiciosos, y siempre están ávidos de algo más; quieren esto y lo otro, pero nunca están verdaderamente satisfechos de espíritu.
En cambio el cristiano sencillo, la persona humilde, la oveja del Pastor, puede levantarse con orgullo y gloriarse.
«Jehová es mi Pastor; nada me faltará...
Estoy completamente satisfecho con que Él sea el jefe de mi vida. ¿Por qué? Porque Él es el único Pastor para quien ningún problema es demasiado grave al cuidar el rebaño. Es un ganadero que se destaca por su cariño hacia las ovejas, que las ama por lo que son y porque halla placer en ellas. Si es necesario, trabajará las veinticuatro horas del día para que nada en lo absoluto les falte. Ante todo, es muy celoso de su reputación como «Buen Pastor».
Se deleita en su rebaño. Para El no hay mayor recompensa, no hay más honda satisfacción, que ver a sus ovejas satisfechas, bien alimentadas, seguras y prósperas bajo su cuidado. Ellas son su «vida» misma. Lo da todo por ellas. Se entrega a sí mismo, literalmente, por los que son suyos.
No escatima dificultades y trabajos para proporcionarles la mejor hierba, el más rico pasto, suficiente alimento en el invierno y agua pura. No se evita esfuerzos por proporcionarles refugio de las tormentas, protección de los enemigos despiadados y de las enfermedades y parásitos a que las ovejas son tan susceptibles.
Nada de raro tiene que Jesús haya dicho: «Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas». Y también: «Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia».
Desde la madrugada hasta bien entrada la noche, este Pastor entregado permanece alerta por el bienestar de su rebaño. Porque el ovejero diligente se  levanta temprano y antes que nada sale cada mañana sin falta a ver su rebaño. Es el contacto inicial, íntimo, del día. Con ojo experto, minucioso y compasivo examina las ovejas a ver si están cómodas, contentas y en buena salud. En un instante se da cuenta de si las han importunado en la noche, de si hay alguna enferma, o si hay alguna que necesita atención especial.
Varias veces al día le echa una mirada a la grey para asegurarse de que todo anda bien.
Ni siquiera de noche deja de estar pendiente de ellas. Duerme, como quien dice, con un ojo abierto y otro cerrado, listo a ponerse en pie a la menor señal de problema para protegerlas.

Es una imagen sublime del cuidado que recibimos aquellos cuya vida está bajo el control de Cristo. El está al tanto de sus vidas desde que sale el sol hasta el ocaso.
«No se adormecerá ni dormirá el que te guarda.» Aún teniendo tal Amo y Dueño, algunos cristianos siguen descontentos de que El los dirija. Andan medio insatisfechos, como si siempre de alguna manera el pasto al otro lado de la valla fuera un poquito más verde. Son los cristianos carnales, que bien podríamos llamar «rompedores» o «cristianos a medias» que quieren lo mejor de los dos mundos.

A menudo, cuando no hemos aprendido a obedecer al Pastor pasamos la brecha en la cerca o al hallar paso por la valla y terminamos paciendo en un
prado árido, gris y seco, de bajísima calidad. Seguimos otras voces porque no nos hemos detenido a escuchar y conocer la Voz del Buen Pastor, por eso seguimos voces melodiosas, dulces, parecidas, que regalan nuestros oídos con palabras bonitas, donde todo nos consiente.
  En poco tiempo, esa conducta  empezó a deslizarse  por sendas deslizantes y peligrosas. Sólo cuando el Pastor quebranta la pata de la oveja puede permanecer inmóvil y obediente. La carga con paciencia y la conduce de regreso al redil donde le proporciona los cuidados para curarla.
Yo he sido esa oveja, desobediente. Por eso sé de lo que hablo, conozco las conseciuencias de desobedecer a la Palabra de Dios en la Biblia, y también sé que ignorarla no me exime de cumplirla, sino más bien pone de manifiesto mi negligencia como hijo al no dedicar más tiempo en lo que de verdad es prioritario en mi vida: perseverar día y noche buscando el alimento espiritual sano, la Voluntad de Dios para mi vida, y que sólo podré encontrar en el manual de instrucciones, la Biblia, que como hijo de Dios he recibido para poder caminar en la senda antigua y segura de la mano del Buen Pastor.
Es una seria advertencia para el cristiano carnal, el apóstata, el cristiano a medias; aquel que quiere sacar lo mejor de los dos reinos, viviendo como a el le parece y no como Dios enseña. Es aquel que hace sus normas, aquel qué adapta la Biblia según le parece y apetece.
Tú que lees esto, aférrate a la Palabra de Dios, reflexiona, medita en ella, y comprenderás el verdadero significado de: “nada me faltará”.

¡Maranatha! ¡Si ven Señor Jesús!

LA MESA DEL SEÑOR; LA CENA DEL SEÑOR

 ¿Qué significa la cena del Señor?

 La iglesia primitiva recordó que Jesús la instituyó en la noche de la Pascua (Lucas 22:13-20 
13 Fueron, pues, y hallaron como les había dicho; y prepararon la pascua.
  14  Cuando era la hora, se sentó a la mesa, y con él los apóstoles.
 15  Y les dijo: ¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca!
 16  Porque os digo que no la comeré más, hasta que se cumpla en el reino de Dios.
 17  Y habiendo tomado la copa, dio gracias, y dijo: Tomad esto, y repartidlo entre vosotros;
 18  porque os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta que el reino de Dios venga.
 19  Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí.
 20  De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama.

 Así como en la Pascua se celebraba la liberación de la esclavitud en Egipto, en la cena del Señor se recuerda la liberación de nuestros pecados por la muerte de Cristo. Así como el acto del bautismo en agua declara o confiesa exteriormente una experiencia interior de salvación por medio de la sangre del Señor Jesús, cada vez que se celebra la Cena del Señor es una poderosa ocasión para confesar la fe. En esta ordenanza, el cristiano confiesa ante todos que no solamente ha creído, sino que no ha olvidado. «En memoria» abarca más que simplemente un recuerdo; la palabra sugiere un «recuerdo activo». Se trata de un sermón representado, en el que se «proclama» la muerte del Señor. Se nos dice explícitamente que el acto externo, al tomar el pan y la copa, constituye una confesión activa de fe; que significa literalmente, «anunciáis». El contexto indica alguna práctica indigna que profana el significado de la Cena del Señor. No se refiere al examen del diario andar con Cristo por parte de la gente para determinar si son dignos o no de participar en la comunión. Participar en ella de manera digna es atribuir a la acción de Cristo todo su valor, acudir confiando plenamente en su perdón, misericordia y poder para restaurar, fortalecer y sanar al pecador.
El apóstol describe la ordenanza sagrada, de la cual tenía conocimiento por revelación de Cristo. En cuanto a los signos visibles, estos son el pan y el vino. Lo que se come se llama pan, aunque al mismo tiempo se dice que es el cuerpo del Señor, mostrando claramente que el apóstol no quería significar que el pan fuese cambiado en carne. San Mateo nos dice que nuestro Señor les invitó a todos a beber de la copa, como si hubiera previsto, con esta expresión, que un creyente fuese privado de la copa. Las cosas significadas por estos signos externos, son el cuerpo y la sangre de Cristo, su cuerpo partido, su sangre derramada, junto con todos los beneficios que fluyen de su muerte y sacrificio.
Las acciones de nuestro Señor fueron, al tomar el pan y la copa, dar gracias, partir el pan y dar el uno y la otra. Las acciones de los comulgantes fueron, tomar el pan y comer, tomar la copa y beber, haciendo ambas cosas en memoria de Cristo. Pero los actos externos no son el todo ni la parte principal de lo que debe hacerse en esta santa ordenanza. Los que participan de ella tienen que tomarlo a Él como su Señor y su Vida, rendirse a Él y vivir para Él.
En ella tenemos un relato de las finalidades de esta ordenanza. Tiene que hacerse en memoria de Cristo, para mantener fresca en nuestras mentes su muerte por nosotros, y también, para recordar a Cristo que intercede por nosotros a la diestra de Dios en virtud de su muerte. No es tan sólo en memoria de Cristo, de lo que Él hizo y sufrió, sino para celebrar su gracia en nuestra redención. Declaramos que su muerte es nuestra vida, la fuente de todos nuestros consuelos y esperanzas. Nos gloriamos en tal declaración; mostramos su muerte y la reclamamos como nuestro sacrificio y nuestro rescate aceptado. La cena del Señor no es una ordenanza que se observe sólo por un tiempo, pero debe ser perpetua.
El apóstol expone a los corintios el peligro de recibirla con un estado mental inapropiado o conservando el pacto con el pecado y la muerte mientras se profesa renovar y confirmar el pacto con Dios. Sin duda, ellos incurren en gran culpa y así se vuelven materia obligada de juicios espirituales. Pero los creyentes temerosos no deben descorazonarse de asistir a esta santa ordenanza. El Espíritu Santo nunca hubiera hecho que esta Escritura se hubiese puesto por escrito para disuadir de su deber a los cristianos serios, aunque el diablo la ha usado a menudo. El apóstol estaba dirigiéndose a los cristianos y les advierte que estén alerta ante los juicios temporales con que Dios corrige a sus siervos que le ofenden. En medio de la ira, Dios se acuerda de la misericordia: muchas veces castiga a los que ama. Mejor es soportar problemas en este mundo que ser miserable para siempre.
El apóstol señala el deber de los que van a la mesa del Señor. El examen de uno mismo es necesario para participar correctamente en esta ordenanza sagrada. Si nos examináramos cabalmente para condenar y enderezar lo que hallemos malo, podríamos detener los juicios divinos.

Cada ocasión de participar es una oportunidad de decir, de proclamar, o de confesar: «Por este medio acepto todos los beneficios de la plena redención de Cristo Jesús: perdón, recuperación, fuerza, salud, suficiencia». La Cena del Señor no ha de ser simplemente un recordatorio ritual, sino una confesión activa, mediante la cual activamos la memoria, y nos apropiamos ahora de todo lo que Jesús ha provisto y prometido por medio de su cruz. (Romanos 10:9-10  que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.
 10  Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación
Filipenses  2:9-11 9  Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre,
 10  para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra;
 11  y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.
  ¿Qué es el nuevo pacto? Con el acuerdo antiguo, la gente podía acercarse a Dios sólo por medio de los sacerdotes y el sistema de sacrificios. La muerte de Cristo en la cruz trajo consigo un nuevo pacto entre Dios y nosotros. Ahora todos sin excepción podemos acercarnos a Dios y comunicarnos con El. El pueblo de Israel entró primero en este acuerdo después de su éxodo de Egipto (Exodo 24) y esto fue designado para señalar el día cuando Jesucristo volvería. El nuevo pacto completa, más que reemplazar, el pacto antiguo, cumpliendo todo lo que el acuerdo anterior señaló (Jeremias 31:31-34
31He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá.
 32  No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová.
 33  Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón;  y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo.
 34  Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado).
Ese pacto tenía un carácter y un contenido únicos, al asegurar el perdón de los pecados y escribir la ley de Dios en el corazón de los creyentes. El viejo sistema ritualista era reemplazado por el evangelio de Cristo, confirmado por su muerte (Hebreos  8: 7
7  Porque si aquel primero hubiera sido sin defecto, ciertamente no se hubiera procurado lugar para el segundo.
 8  Porque reprendiéndolos dice:
 He aquí vienen días, dice el Señor,
 En que estableceré con la casa de Israel y la casa de Judá un nuevo pacto;
 9  No como el pacto que hice con sus padres
 El día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto;
 Porque ellos no permanecieron en mi pacto,
 Y yo me desentendí de ellos, dice el Señor.  
 10  Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel
 Después de aquellos días, dice el Señor:
 Pondré mis leyes en la mente de ellos,
 Y sobre su corazón las escribiré;
 Y seré a ellos por Dios,
 Y ellos me serán a mí por pueblo;  
 11  Y ninguno enseñará a su prójimo,
 Ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor;
 Porque todos me conocerán,
 Desde el menor hasta el mayor de ellos.  
 12  Porque seré propicio a sus injusticias,
 Y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades.
 13  Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer. )
 Comer el pan y beber la copa muestra que estamos recordando la muerte de Cristo por nosotros y renovando nuestro pacto de servirle.

  Jesús dijo: "Haced esto todas las veces que la bebiereis en memoria de mí". ¿Cómo debemos recordar a Cristo en la cena del Señor? Pensando en lo que hizo y por qué lo hizo. Si la cena del Señor sólo se convierte en un ritual nada más o en un hábito piadoso, ha dejado de recordarnos a Cristo y perdió su significado.
  Pablo da instrucciones específicas relacionadas con la forma en que debiera celebrarse la cena del Señor:
(1) Deberíamos participar en la cena del Señor con una actitud de arrepentimiento porque recordamos que Cristo murió por nuestros pecados  
(2) Deberíamos tomarlo dignamente, con reverencia y respeto.
(3) Deberíamos examinarnos a nosotros mismos para ver si tenemos algún pecado sin confesar o alguna actitud de resentimiento. Estamos preparados y listos solo cuando creemos en El y lo amamos.
(4) Deberíamos considerar a otros, esperando hasta que todos estén presentes y participando en ella en orden y en unidad.

  Cuando Pablo dice que nadie debe tomar indignamente la cena del Señor, estaba dirigiéndose a los miembros de la iglesia que estaban participando de ella sin pensar en lo que realmente significaba. Todo aquel que actúa así "será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor". En lugar de honrar su sacrificio estaban participando de la culpa de los que habían crucificado a Cristo. En realidad, nadie es digno de participar de la cena del Señor. Todos somos pecadores salvados por gracia. Esta es la razón por la que deberíamos prepararnos para la comunión por medio de una introspección saludable, confesión de pecado y el arreglo de diferencias con otros. Estas acciones removerán las barreras que afectan nuestra relación con Cristo y con otros creyentes. No permita que el reconocimiento de su pecado lo aleje de la comunión, busque ser dirigido a participar en ella.
El apóstol termina todo con una advertencia contra las irregularidades en la mesa del Señor, de las cuales eran culpables los corintios. Cuidemos todos de esto para que ellos no se unan a la adoración de Dios como para provocarle y acarrearse venganza sobre sí.
 "Sin discernir el cuerpo del Señor" significa no entender lo que la cena del Señor representa y no distinguirla de una comida normal. Los que hacen esto se condenan a sí mismos.
"Muchos duermen" es otra forma de describir la muerte. Que alguno de ellos muriera puede ser un juicio sobrenatural sobre la iglesia en Corinto. Este tipo de disciplina resalta la seriedad del servicio de comunión. La cena del Señor no debe tomarse con ligereza, este nuevo pacto le costó a Jesús su vida. No es un ritual sin significado, sino un sacramento dado por Cristo para ayudarnos a fortalecer nuestra fe. Algunos creyentes de Corinto, al no acercarse dignamente para recibir el poder regenerador de la Cena del Señor, o al haber desconocido su significación, estaban afligidos, o habían sufrido una muerte prematura.
 Las personas deben venir a la santa cena deseando la comunión con otros creyentes y preparados, no para saciarse con una gran cena. "Si alguno tuviere hambre, coma en su casa" significa que podían cenar de antemano y venir a la comunión con sus mentes puestas en el marco adecuado.

 Reflexionar seriamente sobre nuestras vidas nos ayudará a evitar el castigo de Dios, y participar sinceramente en la Cena del Señor puede prevenir las enfermedades o la muerte prematura.
Salmo 81    
  1 Cantad con gozo a Dios, fortaleza nuestra;
 Al Dios de Jacob aclamad con júbilo.
 2  Entonad canción, y tañed el pandero,
 El arpa deliciosa y el salterio.
 3  Tocad la trompeta en la nueva luna,
 En el día señalado, en el día de nuestra fiesta solemne.
 4  Porque estatuto es de Israel,
 Ordenanza del Dios de Jacob.
 5  Lo constituyó como testimonio en José
 Cuando salió por la tierra de Egipto.
 Oí lenguaje que no entendía;
 6  Aparté su hombro de debajo de la carga;
 Sus manos fueron descargadas de los cestos.
 7  En la calamidad clamaste, y yo te libré;
 Te respondí en lo secreto del trueno;
 Te probé junto a las aguas de Meriba. Selah
 8  Oye, pueblo mío, y te amonestaré.
 Israel, si me oyeres,
 9  No habrá en ti dios ajeno,
 Ni te inclinarás a dios extraño.
 10  Yo soy Jehová tu Dios,
 Que te hice subir de la tierra de Egipto;
 Abre tu boca, y yo la llenaré.
 11  Pero mi pueblo no oyó mi voz,
 E Israel no me quiso a mí.
 12  Los dejé, por tanto, a la dureza de su corazón;
 Caminaron en sus propios consejos.
 13  ¡Oh, si me hubiera oído mi pueblo,
 Si en mis caminos hubiera andado Israel!
 14  En un momento habría yo derribado a sus enemigos,
 Y vuelto mi mano contra sus adversarios.
 15  Los que aborrecen a Jehová se le habrían sometido,
 Y el tiempo de ellos sería para siempre.
 16  Les sustentaría Dios con lo mejor del trigo,
 Y con miel de la peña les saciaría.
1 Juan 1:9 Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.  
 Perseverar en el falso orgullo que niega que somos pecadores equivale no solamente a engañarse a sí mismo, sino a acusar a Dios de mentiroso, ya que su Palabra declara la universalidad del pecado. Sin embargo, confesar nuestros pecados es un prerrequisito para recibir la remisión y el perdón del Señor. Nadie que camine en la luz revelada por Dios puede dejar de reconocer su condición pecadora.
Se nos advierte contra una participación poco reflexiva en la Cena del Señor, pero no presenta a Dios vigilando inclemente al participante. El mensaje indica: «Recuerda, ¡Jesús ha cargado tus culpas! Así que, «Ven humildemente, confiesa, adora y fortalécete en Él».


¡Maranatha! ¡Si, ven Señor Jesús!