} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 01/01/2016 - 02/01/2016

miércoles, 27 de enero de 2016

ROMANOS 9, 1; 33


9.1-3 Pablo expresa su preocupación por sus "hermanos" judíos al decir que estaría dispuesto a recibir el castigo que a ellos corresponde si esto los salvara. Teniendo en mente que solo Cristo puede salvarnos, Pablo expresa una profundidad de amor rara. “mi conciencia, ahora vivificada, iluminada y bajo el directo influjo del Espíritu Santo ”  que tengo mucha pena e incesante angustia de corazón”, por cuanto la amarga hostilidad de su nación hacia el glorioso Evangelio, y la terrible consecuencia de su incredulidad, está pesando continuamente sobre su espíritu.
Al sentirse tan separado de su nación, parece darse cuenta aun más clara de la relación natural entre él y ellos. Para explicar el aparente deseo aquí expresado como demasiado fuerte para que lo diga o piense un cristiano, se puede traducir el verbo por “deseaba,” haciéndolo referir a su anterior estado no iluminado: sentido de la frase demasiado suave; suavizar el sentido de la palabra “apartado,” que en el original griego, significa “ser maldecido.” Esta traducción da el verdadero sentido del original, y la dificultad se desvanece cuando se entiende que el lenguaje debe expresar “emociones fuertes e indistintas más bien que ideas definidas” para revelar cómo las emociones embargaban al apóstol en su anhelo por la salvación de su pueblo, lo cual nos hace recordar la idea similar tan noblemente expresada por Moisés, en Éxodo_32:32.

 Como Jesús, estaba dispuesto a sacrificarse por otros. ¿Cuán preocupado estamos   por los que no conocen a Cristo? ¿Estamos dispuestos a sacrificar tiempo, dinero, energías, comodidades y seguridad a fin de lograr que pongan su fe en Jesús?

9.4  En comparación con la nueva dispensación, en la antigua se incluía una minoría en proceso de aprendizaje, que aún estaba bajo servidumbre (Gálatas_4:1-3); sin embargo, comparada con el estado de los paganos circunvecinos, la elección de Abrahán y su simiente fué una verdadera separación de ellos para formar una familia de Dios (Éxodo_4:22; Jeremías_31:9; Malaquías_1:6).   Aquella “gloria de Jehová,” “la señal visible de la presencia divina en medio de ellos,” que reposaba sobre el arca y llenaba el tabernáculo durante todas sus peregrinaciones por el desierto; la que en Jerusalén siguió dejándose ver en el tabernáculo y en el templo, y sólo dejó de aparecer cuando, con el cautiverio, el templo fué derribado y empezó a ponerse el sol de la antigua dispensación. Esta era lo que los judíos llamaban la “shekinah.”  “Los pactos de la promesa” (Efesios_2:12), a los cuales los gentiles antes de Cristo eran extranjeros; lo que significa el pacto hecho con Abrahán y sus renovaciones sucesivas. “Dádiva de la ley” en el monte Sinaí, y su posesión de ella desde entonces, lo que los judíos consideraban con razón su peculiar honra (Salmos 147:19-20; Romanos_2:17).  
Los judíos del Antiguo Testamento veían la elección de Israel por Dios como una adopción. No merecían ni tenían derechos como hijos naturales. Aun así, Dios los adoptó y les otorgó la condición de hijos suyos.

9.6 Aquí el apóstol emprende el profundo tema de la ELECCION, cuyo desarrollo sigue hasta el fin del capítulo once. Parafraseando al apóstol: “No penséis que yo llore la pérdida total de Israel; porque eso significaría que Dios faltó a la promesa que le hizo a Abrahán; pero no todos los que pertenecen a la simiente natural de ‘Israel’, y llevan dicho nombre, son el Israel de la irrevocable elección de Dios.” Las dificultades que rodean este tema no se hallan en la enseñanza del apóstol, la que es bien clara, sino en las verdades mismas, la evidencia de las cuales, tomadas por sí solas, es aplastante, pero cuya armonía perfecta está más allá de la comprensión humana en su actual condición. El gran origen de error aquí reposa en la inferencia apresurada de que, por cuanto el apóstol toma en consideración, al fin de este capítulo, el llamamiento de los gentiles en conexión con el rechazo de Israel, continuando este tema al través de los dos siguientes, la elección de que se trata en este capítulo es la nacional, y no la personal, y por consiguiente, es una elección solamente para gozar de ventajas religiosas y no de eterna salvación. En tal caso, el argumento del v. 6, donde comienza el tema de la elección, sería éste: “La elección de Abrahán y su simiente no ha fracasado, porque aun cuando Israel ha sido rechazado, los gentiles han ocupado el lugar de él; y Dios tiene el derecho de elegir a la nación que él quiera para que goce de los privilegios de su reino visible.” Pero en lugar de que sea así, los gentiles ni se mencionan sino hacia el fin del capítulo; por lo tanto, el argumento es, que “no todo Israel es rechazado, sino sólo una porción de él, siendo el remanente el Israel que Dios ha escogido en el ejercicio de su soberano derecho.” Y que la elección no es para gozar de privilegios externos, sino para eterna salvación, aparecerá de lo que sigue.
Las promesas del maravilloso pacto de Dios fueron para Abraham. Los del pacto, los verdaderos hijos de Abraham, no son solo sus descendientes biológicos, sino también los que confían en Dios y en lo que Cristo hizo por ellos. (Gálatas_3:7.)

9.9 Es decir, “no corre la elección por la línea de la descendencia física; de otro modo, Ismael, el hijo de Agar, y aun los hijos de Cetura, serían incluídos, lo que no es el caso.” mas  la verdadera elección son aquellos de la simiente de Abrahán que Dios incondicionalmente escoge, así como está ejemplificado en la promesa.

9.11 Los judíos sentían orgullo de que su linaje viniera de Isaac -cuya madre fue Sara, la esposa legítima de Abraham- y no de Ismael, cuya madre fue Agar, la sirvienta de Sara. Pablo afirma que ninguno puede decir que Dios lo escogió por los méritos de sus antepasados ni por sus buenas obras. La doctrina de la elección enseña que es la soberana opción de Dios salvarnos por su bondad y misericordia, y no por nuestro mérito.

9.12-14 Se podría pensar que había razón natural por qué preferir al hijo de Sara, por ser ella la verdadera y la primera esposa de Abrahán, excluyendo así el hijo de la esclava, y los hijos de Cetura, su segunda esposa. Pero no podía haber tal razón en el caso de Rebeca, esposa única de Isaac, porque se eligió a Jacob en lugar de Esaú, siendo los dos hijos de la misma madre, y se eligió el menor en preferencia al mayor, y antes del nacimiento de los dos, y en consecuencia antes que hubiesen hecho bien o mal ni el uno ni el otro, para que hubiese tal base de preferencia: y todo fué para demostrar que la sola base de la distinción estaba en la incondicional elección de Dios: “No de obras, sino del que llama.”
¿Fue Dios justo al escoger a Jacob, el menor, para que estuviera sobre Esaú? En Malaquías_1:2-3 la declaración "Y amé a Jacob, y a Esaú aborrecí" se refiere a las naciones de Israel y Edom, más que a los hermanos como individuos. Dios eligió a Jacob para continuar el linaje de los fieles, porque conocía el corazón de Jacob. Pero no excluyó a Esaú en cuanto a conocerlo y amarlo. Tengamos en mente el tipo de Dios que adoramos: es soberano, no es arbitrario, obra para nuestro bien en todo, es confiable y salva a todos los que creen en El. Cuando entendemos estas cualidades de Dios, concluimos que sus decisiones son buenas aunque no logremos entender todas sus razones.

9; 15 No hay injusticia en el hecho de que Dios escoja a quien quiere, porque a Moisés le dice expresamente que él tiene derecho a hacerlo.” Pero es digno de notar que esto se expresa en forma positiva más bien que en la negativa: no se dice: “no tendré misericordia sino de los que quiero”; sino “tendré misericordia de quien quiero.”

9; 16 Estas dos cosas son indispensables para la salvación; pero la salvación no se debe ni a la una ni a la otra, sino que depende “de Dios, quien tiene misericordia.” Filipenses 2:12-13: “Desarrollad vuestra salvación con temor y temblor, porque es Dios el que en vosotros obra tanto el querer como el hacer, según su buena voluntad.”

9.17, 18 Pablo cita Éxodo_9:16, donde Dios dijo de antemano cómo usaría a Faraón para declarar el poder del Señor. Usa este argumento para demostrar que salvar era tarea de Dios y no del hombre. Dios castigó el pecado de Faraón endureciéndole el corazón, para confirmar su desobediencia, a fin de que las consecuencias de su rebelión fueran su propio castigo. El apóstol había demostrado que Dios reclama para sí el derecho a escoger a quien quiere; aquí usa un ejemplo para enseñar que Dios también castiga a quien quiere. Pero “Dios no hizo malo a Faraón; solamente se retuvo de hacerlo bueno haciendo uso de su gracia especial. Para mostrar en ti mi potencia No fué porque Faraón fuese peor que otros por lo que se le trató de esta manera, sino “para que él llegase a ser un monumento de la justicia penal de Dios, y con este propósito Dios dispuso que el mal que estaba en él fuese manifestado en esta forma determinada.” Y que mi nombre sea anunciado por toda la tierra “Este es el principio sobre el que se aplica todo castigo, para que sea conocido el verdadero carácter de Dios como Legislador. Esta es de todas las finalidades, en lo que a Dios toca, la suprema, la más importante; en sí misma la más digna, y en sus resultados la más benéfica.

9. 20, 21 Con esta ilustración, Pablo no dice que algunos somos más valiosos que otros, sino simplemente que el Creador controla todo lo creado. El objeto creado, sin embargo, no tiene el derecho de demandar cosa alguna de su Creador; su existencia depende de El. Al tener en cuenta esta perspectiva, se elimina cualquier tentación de enorgullecernos por logros personales.
Es decir: “Esta doctrina es incompatible con la responsabilidad humana.” Si Dios escoge y rechaza, perdona y castiga, a quienes le place, ¿por qué se culpa a aquellos que, rechazados por él, no pueden menos que pecar y perecer? Esta objeción demuestra tan conclusivamente como la anterior, la verdadera naturaleza de la doctrina objetada, a saber, que la elección y la no elección a la eterna salvación viene antes que toda diferencia de carácter personal. Esta es la única doctrina que pudiera sugerir la objeción aquí dictada, y a esta doctrina la objeción es plausible. ¿Cuál es pues la contestación del apóstol? Es doble. Primero: “Es una irreverencia y presunción de parte de la criatura acusar al Creador.” Pero segundo: “No hay nada injusto en tal soberanía.”
 La objeción se funda en la ignorancia o mala comprensión de la relación existente entre Dios y sus pecaminosas criaturas, quienes suponen que él está bajo obligaciones de extender su gracia a todos, en vista de que no está bajo obligaciones para con ninguno. Mas por cuanto todos son pecadores y han perdido todo derecho a la misericordia de Dios, compete perfectamente pues a Dios perdonar a unos sí y a otros no, hacer un vaso para honra y otro para deshonra. Pero hay que tener en cuenta que Pablo no habla aquí del derecho de Dios sobre sus criaturas como criaturas, sino como criaturas pecaminosas: como él mismo intima claramente en los siguientes versículos. El contesta a la cavilación de una criatura pecaminosa contra Dios, y lo hace demostrando que Dios no está obligado a dar su gracia a nadie, sino que es tan soberano como quien forma el barro.

9. 24, 25, 26 Si el rechazo de Israel hubiese sido total, la promesa de Dios a Abrahán no hubiera sido cumplida por haber sido sustituídos los gentiles en lugar de ellos; pero siendo sólo parcial el rechazo de Israel, la conservación de un “residuo”, en la que la promesa se confirmó, no fué sino “de acuerdo con la elección de gracia.” Y ahora, por primera vez, el apóstol nos dice que junto con este electo remanente de Israel, es el propósito de Dios “sacar de entre los gentiles un pueblo para su nombre”
Setecientos años antes del nacimiento de Jesús, Oseas habló de la intención de Dios de restaurar a su pueblo. Pablo aplicó el mensaje de Oseas al propósito de Dios de que los gentiles fueran parte de su familia, después que los judíos rechazaron su plan. El versículo 25 es una alusión a Oseas_2:23 y el versículo 26 a Oseas_1:10. Este pasaje es citado, pero no literalmente, y se relaciona inmediatamente, no a los gentiles, sino al reino de las diez tribus; pero como éstos se habían sumido al nivel de los paganos que no eran “pueblo de Dios,” y en tal sentido “no amados,” el apóstol lícitamente lo aplica a los gentiles, como “alejados de la república de Israel y extranjeros a los pactos de la promesa

9.27-28-29 Isaías profetizó que solo un número reducido, un remanente, del pueblo original de Dios, los judíos, serían salvos. Pablo vio ocurrir esto en cada ciudad en la que predicaba. A pesar de que iba primero a los judíos, muy pocos aceptaban el mensaje. Los versículos 27 y 28 se basan en Isaías_10:22-23 y 9.29 es de Isaías_1:9.
 El sentido dado a estas palabras por el apóstol, podrá parecer diferente del que quiso darle el profeta. Pero la identidad de su sentimiento de ambos lugares aparecerá en seguida, si entendemos aquellas palabras del profeta, “la destrucción acordada (‘decretada’) rebosará justicia,” en el sentido de que mientras que un residuo de Israel sería conservado para volver del cautiverio, “la consumación decretada” de la impenitente mayoría sería “repleta de justicia”, o manifestaría ilustremente la justa venganza de Dios contra el pecado. La “cuenta abreviada” parece significar el rápido cumplimiento de su palabra, tanto en desechar una porción como en salvar la otra. Si no fuese por la preciosa simiente, el pueblo escogido hubiera sido como las ciudades de la llanura, tanto en la degeneración de carácter como en el destino merecido.

9.31-  Algunas veces somos como estas personas que intentaban guardar la Ley para estar a bien con Dios. Quizás pensemos que basta con asistir a la iglesia, ocuparnos en sus actividades, diezmar y ser buenas personas. Eso es lo que se espera, ¿no? Pero las palabras de Pablo nos sacuden. Pablo explica que el plan de Dios no es para los que tratan de ganar su favor siendo buenos; es para los que creen que nunca serán suficientemente buenos y por lo tanto tienen que depender de Dios. Solo si ponemos nuestra fe en lo que Cristo ha hecho, seremos salvos. Si lo hacemos, "nunca seremos avergonzados" ni defraudados. “los gentiles, siendo extraños a Cristo, eran indiferentes en cuanto a su relación con Dios, y habiendo abrazado el evangelio tan luego como les fué predicado, experimentaron la bienaventuranza de la condición de justificados.”

9.32, 33 Los judíos tenían una meta loable: honrar a Dios. Sin embargo, optaron equivocadamente por una rígida y dolorosa obediencia a la Ley. Algunos se dedicaron más a la Ley que a Dios. Pensaban que si cumplían con la Ley, Dios tendrían que aceptarlos como su pueblo. Creyeron que así se obtendría pero estaban errados; y puesto que se alcanza solamente por la fe, fracasaron en su empeño. Pero uno no puede obligar a Dios. Los judíos no vieron que sus Escrituras, el Antiguo Testamento, enseñaban que la salvación es por la fe y no mediante esfuerzos humanos (Génesis_15:6).

  La "piedra de tropiezo" era Jesús. En este versículo hallamos dos predicciones mesiánicas combinadas, cosa no poco común en las citas del Antiguo Testamento. La predicción así combinada, reúne en una las dos clases de personas de las que trata el apóstol: aquellos para los cuales el Mesías no es sino una piedra de tropiezo, y aquellos que lo tienen por la principal Piedra del Angulo de todas sus esperanzas. Así interpretado, este capítulo no presenta dificultades serias, a no ser que surjan del tema mismo, cuyas profundidades son insondables; mientras que con respecto a toda otra interpretación del mismo, la dificultad de darle alguna explicación compatible y digna es a mi humilde juicio insuperable.
 (1) Hablar y obrar “en Cristo”, con la conciencia no sólo iluminada sino también bajo la operación eficaz del Espíritu Santo, no es cosa extraña a los sobrenaturalmente inspirados, y debiera ser una experiencia apetecida de todo creyente.
(2) La gracia no destruye los sentimientos naturales, sino que los eleva e intensifica, y esto los cristianos debieran tratar de demostrarlo 
(3) El pertenecer a la iglesia invisible de Dios y gozar de sus santas prerrogativas, es un don de la soberana misericordia de Dios, y debiera ser considerado con gratitud reverente  
 (4) Sin embargo, las más sagradas distinciones y privilegios externos nada valdrán para la salvación si el corazón no se somete a la justicia de Dios  
 (5) ¿Qué clase de personas debieran ser los “elegidos de Dios”: en humildad, al recordar que él los ha salvado y llamado, no conforme a sus obras, sino conforme a su propósito y gracia para con ellos en Cristo Jesús, antes de que el mundo fuese (2Timoteo_1:9); en gratitud, porque “¿Quién te distingue? o ¿qué tienes que no hayas recibido?” (1Corintios_4:7); en santo celo por nosotros mismos, recordando que “Dios no puede ser burlado; y que todo lo que sembrare el hombre, eso también segará” (Gálatas_6:7); en diligencia, para “hacer segura nuestra vocación y elección” (2Pedro_1:10); pero en la confianza de que “a los que Dios predestina, y llama, y justifica, oportunamente también los glorifica”.
(6) En cuanto a todos los temas que por su naturaleza estén más allá de la comprensión humana, sería sabio de nuestra parte el asentar como indisputable lo que Dios dice en su palabra y su proceder para con los hombres, aun cuando ello contradiga las conclusiones del mejor ejercicio de nuestro limitado juicio.
(7) La sinceridad en la religión, o el deseo de ser salvo, acompañado de esfuerzos asiduos para hacer lo bueno, resultará fatal como base de nuestra confianza delante de Dios, a menos de que se acompañe con un sometimiento implícito a su plan revelado de salvación.
(8) Al rechazar una gran masa del pueblo elegido y al introducir a multitudes de gentiles extranjeros, era la voluntad de Dios que los hombres conociesen el proceder divino, el cual el juicio del gran día revelará más claramente: cuando “los últimos serán primeros y los primeros últimos” (Mateo 20:16).
 Los judíos no creían en El porque no llenaba sus expectativas en cuanto al Mesías. Algunas personas aún consideran a Jesús un tropiezo porque la salvación por la fe no tiene sentido para ellas. Por lo tanto, tratan de trazarse un camino a Dios o esperan que Cristo pase por alto sus defectos. Otros tropiezan con Jesús porque los valores de Cristo son opuestos a los del mundo. El espera humildad y muchos no están dispuestos a humillarse delante de El. Cristo demanda obediencia y muchos rechazan someterse a su autoridad.


¡Maranatha! ¡Sí, ven Señor Jesús!

LANGTON, STEPHEN Los hombres de la Reforma

            

Stephen Langton nació en Inglaterra (probablemente en Lincolnshire) c. 1150 y murió en Slindon, Sussex, el 9 de julio de 1228. Estudió en la 
universidad de París y enseñó allí sobre teología hasta 1206, cuando Inocencio III, con quien había entablado amistad en París, le llamó a Roma y le hizo cardenal-sacerdote de San Crisógono. Por su piedad y saber había recibido prebendas en París y York, siendo reconocido como el más destacado eclesiástico inglés. A la muerte de Hubert Walter, arzobispo de Canterbury (1205), algunos de los monjes más jóvenes eligieron para la sede a Reginald, subprior, mientras que otra facción bajo presión del rey Juan escogió a Juan el Gris, obispo de Norwich. Ambas elecciones fueron anuladas por apelación a Roma y a 16 monjes de Christ Church, que habían ido a Roma como delegados para actuar en nombre del capítulo, se les ordenó que procedieran a una elección en presencia del papa. Langton fue escogido, siendo consagrado por el papa en Viterbo el 17 de junio de 1207.
Entonces comenzó una batalla entre Juan e Inocencio III, que trajo grandes calamidades sobre Inglaterra. El rey proclamó que cualquiera que reconociera a Stephen como arzobispo sería tratado con enemigo público y expulsó a los monjes de Canterbury (15 de julio de 1207), que ahora unánimemente apoyaban a Stephen. En marzo de 1208 Inocencio puso a Inglaterra bajo entredicho y a finales de 1212, una vez que repetidas negociaciones hubieran fracasado, publicó sentencia de destitución contra Juan, entregando la ejecución de la sentencia a Felipe de Francia en enero de 1203. En mayo Juan se sometió y en julio Stephen (que desde su consagración había vivido en Pontigny en Francia) y sus compañeros exiliados regresaron a Inglaterra. Su primer acto episcopal fue absolver al rey, quien juró que serían abolidas las leyes injustas y observadas las libertades otorgadas por Enrique I, juramento que casi inmediatamente violó. Stephen se convirtió en líder de la batalla contra Juan y ninguno de los barones hizo más que él para rescatar a Inglaterra de la tiranía de Juan. En un concilio de eclesiásticos en Westminster, el 25 de agosto de 1213, al que ciertos barones laicos fueron invitados, se leyó el texto de la carta de Enrique I y se propuso una demanda para su renovación.
Entretanto, principalmente por los esfuerzos de Stephen, Juan se vio obligado a otorgar la Carta Magna (15 de junio de 1215). Al tener el rey ahora su reino como un feudo de la Santa Sede, el papa defendió su causa y excomulgó a los barones. Al negarse a publicar la excomunión Stephen fue suspendido de todas las funciones eclesiásticas por los comisionados papales y el 4 de noviembre esta sentencia fue confirmada por el papa, aunque Stephen la apeló en persona. Fue liberado de la suspensión en la primavera siguiente, a condición de que se abstuviera de intervenir en Inglaterra hasta que la paz se restaurara, permaneciendo en el extranjero hasta mayo de 1218. Mientras tanto, Inocencio y Juan murieron y todas las facciones en Inglaterra se apresuraron a apoyar a Enrique III. Stephen continuó su obra incansable y efectivamente en pro de la independencia política y eclesiástica de Inglaterra. En 1223 apareció de nuevo como líder y portavoz de los barones, quienes exigieron de Enrique la confirmación de la Carta. Fue a Francia para exigir para Enrique de Luis VIII la restauración de Normandía y posteriormente apoyó al rey contra los barones rebeldes. Obtuvo una promesa del papa Honorio III de que durante su vida ningún legado residente sería enviado de nuevo a Inglaterra y ganó otras concesiones del mismo pontífice favorables a la Iglesia inglesa, exaltando su sede de Canterbury. De gran importancia en la historia eclesiástica de Inglaterra fue un concilio que Stephen inauguró en Osney el 17 de abril de 1222. Sus decretos, conocidos como las Constituciones de Stephen Langton, son los cánones provinciales más antiguos que todavía se reconocen en los tribunales eclesiásticos ingleses.
Stephen fue un voluminoso escritor. Glosas, comentarios, exposiciones y tratados sobre casi todos los libros del Antiguo Testamento y muchos sermones, están preservados en manuscrito en el palacio de Lambeth, en Oxford, Cambridge y en Francia. Entre sus obras destaca Tractatus de translatione Beati Thomæ (en J. A. Giles's Thomas of Canterbury, Oxford, 1845), que es probablemente la ampliación de un sermón que predicó en 1220, con ocasión del traslado de las reliquias de Thomas Becket, siendo la ceremonia una de las más espléndidas que nunca se vieron en Inglaterra. También escribió una biografía de Ricardo I, atribuyéndosele otras obras históricas y poemas. Probablemente fue Stephen Langton quien dividió primero la Biblia en capítulos.

TOMÁS BILNEY: Los grandes hombres de la Reforma

  
  Éste siervo de Dios, nació en Norfolk hacia 1495 y murió en la hoguera en Norwich el 19 de agosto de 1531.
Estudió en Trinity Hall, Cambridge, dejando el derecho por la teología y siendo ordenado en 1519.  
La conversión, coronada con el martirio, de Tomás Bilney, es una muestra de lo que estaba haciendo la lectura del Nuevo Testamento. Era un joven doctor de Cambridge, aventajado estudiante de derecho canónico, de alma seria y conciencia delicada. Pequeño de estatura, un tanto enfermizo. Preocupado de la salvación de su alma se entregaba con febril devoción a las prácticas religiosas del catolicismo. Arrodillado delante de su confesor examinaba rigurosamente su conciencia y se acusaba de todo lo que reconocía malo en su vida cotidiana. Los sacerdotes le imponían penitencias que consistían ya en misas costosas, ya en vigilias prolongadas. Cumplía con todas ellas, pero su alma permanecía siempre sumergida en las tinieblas y hasta en la desesperación. A menudo tenía dudas sobre la validez de los actos que realizaba a costa de tanto sacrificio, y desconfiaba de la sinceridad de los motivos que los sacerdotes tenían para imponérselos. Se preguntaba si sus directores espirituales estarían en la verdad y si las doctrinas que enseñaban eran dignas de ser creídas; pero pronto desechaba estos pensamientos como tentaciones del enemigo.
 Un día oyó hablar de un libro nuevo que era objeto de animados comentarios; se trataba del Nuevo Testamento griego, con la traducción latina, elegantemente presentado. Venciendo el temor y los escrúpulos, guiado — dijo él más tarde — por la mano de Dios, se dirigió adonde So vendían, temblando adquirió un ejemplar y fue en seguida a encerrarse en su habitación. Lo abrió y sus ojos cayeron en este versículo: "Palabra fiel es ésta y digna de ser recibida de todos, que Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero." (I. Tim., 1:15), "¡Pablo — exclamó — el primero de los pecadores, y Pablo con todo está seguro de su salvación!" Volvió a leer y dijo: "¡Oh sentencia de Pablo, cuan dulce eres a mi alma"! Estas palabras del gran apóstol a su discípulo Timoteo, quedaron grabadas en su mente y le instruyeron  en el camino de salvación.
 No sabía lo que le pasaba, se sentía como si un viento refrigerante corriese por su alma o como si un rico tesoro fuese puesto en su mano. "Yo también, se dijo, soy como Pablo, más que Pablo, el más grande de los pecadores. Pero Cristo salva al pecador. Al fin he oído hablar de Jesús."
Todas sus dudas se desvanecieron y su alma halló reposo en Cristo. Entonces se obró en él una admirable transformación; un gozo desconocido lo inunda; su conciencia hasta entonces lastimada con las heridas del pecado se siente curada; en lugar de desesperación tiene paz, esa bendita paz interior que sobrepuja a todo entendimiento. Bilney no dejaba de leer el Nuevo Testamento y su lectura era el maná escondido con que alimentaba y sustentaba la vida espiritual que por la fe había conseguido. No se contentó con haber encontrado la salvación. Pronto quiso que otros pudiesen participar de la misma bendición. Rogaba a Dios que le diese fuerza para testificar, y ardiente de espíritu hablaba a sus amigos, abriéndoles el Nuevo Testamento para demostrarles que les anunciaba la verdad divina.
 Llegó en ese tiempo a Cambridge Guillermo Tyndale, y fue ganado a la causa un joven de dieciocho años llamado Juan Fryth. Estos dos jóvenes, juntos con Bilney, se pusieron a trabajar con entusiasmo. Iban progresando en el conocimiento de la verdad; se declararon contra la absolución sacerdotal y enseñaban que la salvación se consigue por medio de la fe en Cristo. Bilney comprendió también que no era la consagración episcopal la que constituía ministro del Evangelio, sino ía vocación celestial, y caía de rodillas clamando a Dios para que viniese en socorro de los que querían dejar el error y seguir la Palabra y al Espíritu.
En su entusiasmo santo sentía arranques de profeta y decía: "Un tiempo nuevo ha empezado. La asamblea cristiana será renovada. Alguien; se acerca... lo veo... lo siento, es Jesucristo. . . el rey; él es quien llamará a los verdaderos ministros encargados de evangelizar a su pueblo." Había en aquellos días en Cambridge un sacerdote que se distinguía por un fervor que culminaba en el fanatismo. Era siempre el primero en las procesiones y se le veía llevar con mucho orgullo la cruz de la Universidad. Se llamaba Hugo Latimer; tenía unos treinta años de edad y a su celo infatigable unía un humor mordiente que lo usaba para poner en ridículo a sus adversarios.
Como un nuevo Saulo perseguía a los amigos de la Palabra de Dios y en algunos discursos tuvo tanto éxito que muchos creyeron que había aparecido el hombre capaz de medirse con Lutero y dar a la iglesia de Roma un triunfo deslumbrante.
 Bilney concibió el plan de ganarlo al Evangelio para que sus dones fuesen puestos al servicio de mejor causa, y para dar comienzo a su difícil tarea se valió de un procedimiento un tanto extraño. Se dirigió a donde Latimer se encontraba y le pidió que escuchase su confesión. ¿Qué ocurría? ¡El campeón de la herejía pide confesarse ante él campeón del papismo!
Latimer creyó que sus discursos habían conseguido convencerle y que una vez sometido Bilney, harían igual cosa todos sus compañeros. El presunto penitente se arrodilla delante del satisfecho confesor, pero hace una confesión muy diferente de la que están acostumbrados a oír los sacerdotes; le refiere cuan grandes fueron las angustias de su alma y cuan inútiles las obras, ceremonias y sacramentos para librarlo de ellas. Y en seguida con voz emocionante y sinceridad contagiosa le habla de cómo encontró la paz cuando dejando todo eso confió en el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
 Habla a Latimer del espíritu de adopción que ha recibido y de la dicha que experimenta al poder llamar a Dios, su padre. El confesor quedó estupefacto al oír tal testimonio en lugar de una mecánica confesión. Su corazón se abrió y la palabra llena de unción del piadoso Bilney penetró hasta lo más íntimo de su ser. Esa palabra simple pero llena de vida lo traspasó como una espada de dos filos.
El Espíritu de Dios obró en Latimer, la luz de la verdad lo alumbró en aquella hora por ese medio inesperado. Su conversión fue instantánea como la de Saulo en el camino a Damasco. Latimer  quiso aun levantar alguna objeción, pero pocas respuestas llenas de amor bastaron para que toda duda se disipase. "Aprendí más por medio de esta confesión — dijo más tarde — que antes por medio de muchas lecturas y en muchos años.
Me deleito ahora en la Palabra de Dios, y dejo a los doctores de escuelas humanas con todas sus extravagancias." Una conversión tan notable como la de Latimer imprimió un nuevo impulso al movimiento evangélico.
Desde entonces la juventud universitaria acudía en masa a escuchar a Bilney, quien tenía por tema principal de sus enseñanzas la obra perfecta y completa de Cristo, que hace nula e innecesaria toda otra obra. Pero la eficacia de su predicación dependía de la oración. Modesto delante de los hombres era confiado delante de Dios, y día y noche le pedía almas y más almas.
Como el Maestro, sentía compasión por aquellos que andan extraviados, errantes como ovejas sin pastor. Bilney que había perdido su anterior timidez desplegaba ahora una admirable actividad misionera, no sólo en Cambridge sino en otras partes del reino. Él y otro fraile convertido llamado Arthur, visitaban los conventos y al mismo tiempo que buscaban ganar a los religiosos, predicaban al pueblo, encontrando muchas veces formidable oposición. Más de una vez fueron sacados del pulpito por los frailes enfurecidos y éstos no descansaron hasta conseguir que Bilney fuese arrestado y conducido a Londres para ser juzgado.
Arthur se encargó entonces de llevar adelante la obra, aunque no por mucho tiempo, porque fue sometido a la misma prueba que su compañero.
El 27 de noviembre de 1527, el cardenal Wolsey y un gran número de obispos y teólogos se reunían en Westminster para juzgar a los dos acusados. Después de abrir el acto el cardenal se retiró diciendo que asuntos de estado reclamaban su presencia en otro lugar, indicando antes que debía buscarse que los acusados abjurasen de sus errores y que si no lo hacían fuesen entregados al poder secular.
La retractación o la muerte, tal era la orden que recibía el obispo que debía presidir él juicio. Bilney tenía esperanza de salir bien de esta prueba porque sabía que el obispo era amigo y admirador de Erasmo. Consiguiendo papel y tinta se puso a escribir en la prisión cartas admirables, que han sido conservadas, en las que expone que es la lectura del Nuevo Testamento la que había engendrado en él la doctrina que predica. Bien sabía el obispo que los acusados estaban mucho más cerca de la verdad cristiana que los frailes acusadores y deseaba librarlos de la muerte, pero quería hacerlo sin comprometerse ni correr riesgo.
Todas las tentativas para arrancar a Bilney una retractación encontraron respuesta negativa, pero presionado por el ruego de sus amigos que no lo abandonaban y con la idea de que viviendo podría servir mejor a su Maestro, terminó por someterse, cosa que también había hecho Arthur. Los amigos de Roma triunfaban y una ola de dolor y tristeza invadía las filas evangélicas.
 Llegado el domingo pusieron a Bilney al frente de una procesión, y el discípulo caído, con la cabeza cubierta y la mirada hacia el suelo marchaba con paso lento hacia la cruz de San Pablo, cargando sobre sus espaldas un lío de leña con el cual iba diciendo: "Yo soy un hereje que merezco ser quemado." Los verdugos se complacen en humillar a sus víctimas hasta el último grado. Una vez que llegaron al sitio señalado se oficiaron los ritos establecidos para estos casos de abjuración. Un predicador habló sobre la penitencia que tenía que hacer el reo y terminado el acto lo condujeron de nuevo a su prisión. Con su caída se había librado de la muerte pero no de la cárcel. Empezó para el desdichado apóstata un tiempo terrible en la soledad del calabozo, el cual se le asemejaba a un horno de fuego devorador. En el silencio de la noche creía estar escuchando palabras de reproche y acusación. Las sombras fatídicas de Caín y de Judas le rodeaban, y los remordimientos de conciencia no le permitían un instante de paz. Vuelto en sí se había dado cuenta de su falta y se avergonzaba de sí mismo. Había querido evitar la muerte y ésta le aparecía a cada instante en él aposento lúgubre donde lo habían encerrado. En vano trataba de apartar de sí este horrible espectro.
 Los amigos que lo habían arrojado a este abismo aparecieron, y cuando al tratar de consolarlo pronunciaban el nombre del Salvador, aterrorizado huía al fondo de su calabozo, lanzando gritos como si viera a un enemigo armado de una lanza. Había renegado de la Palabra de Dios para someterse a los hombres, y lo único que de ella ahora armonizaba con el estado de su alma, era aquella imprecación apocalíptica en que los condenados claman a las montañas diciendo: "¡Caed sobre nosotros y escondednos de la cara de aquel que está sentado sobre el trono y de la ira del Cordero!" (Apocalipsis, 6:16).
Puesto en libertad volvió a Cambridge, donde los remordimientos más agudos continuaron persiguiéndole. Pero Cristo con una mirada lo restauró como en otro tiempo a San Pedro. Se levantó como uno que resucita de entre los muertos, dijo Latimer. Una noche se despidió de sus hermanos en la fe diciéndoles que subiría a Jerusalen  y no lo verían más en este mundo.
Tarde, en una noche del año 1531 se puso en marcha y al llegar a Norfolk empezó a predicar privadamente en las casas de unos antiguos discípulos, para quienes con su cobarde conducta había sido causa de tropiezo. Consideraba que su primer deber era confirmarlos en la fe. Una vez que consiguió restaurarlos se puso a predicar abiertamente en los campos que rodeaban a la ciudad. Prosiguió a Norwik, donde continuó activamente su ministerio exhortando a los creyentes a no recibir nunca el consejo de amigos mundanos como él había hecho. Pronto los frailes tuvieron conocimiento de sus actividades; lo denunciaron y fue arrestado. Frente a sus jueces y acusadores mostró una firmeza inquebrantable, confesó resueltamente su fe y negándose a abjurar fue condenado a morir en la hoguera.
La ceremonia de la degradación se cumplió con mucho aparato. La noche antes de su ejecución cenó en la prisión con sus amigos y hablaba con toda calma sobre su próxima muerte, repitiendo jubiloso este texto de Isaías: "Cuando pasares por el fuego no te quemarás, ni la llama arderá en ti." A la mañana siguiente, un día sábado, los oficiales seguidos de una guardia armada se presentaron en la prisión. Bilney apareció acompañado del Dr. Warner, vicario de Winterton, uno de sus viejos amigos a quien pidió que estuviese a su lado en sus últimos momentos. Seguidos de una multitud de espectadores se dirigieron al lugar de la ejecución, sitio donde muchos lolardos habían sufrido el martirio confesando su fe en Cristo.

Como todavía no habían terminado de preparar la hoguera, Bilney dirigió la palabra al gentío, exhortando a confiar en Cristo. Cuando llegó la hora de morir se acercó resueltamente al poste en que tenía que ser atado y quemado y lo besó. Se puso de rodillas y oró con gran fervor, terminando con estas palabras de los Salmos: "¡Oh Dios, escucha mi oración; está atento a mis súplicas!". Tres veces repitió con acento solemne el otro versículo: "Y no entres en juicio con tu siervo; porque ante tus ojos ninguna carne se justificará." Terminó con este otro versículo de los Salmos: "Mi alma tiene sed de ti". Entonces fue atado al poste con una cadena. Con palabras entrecortadas por la emoción, el Dr. Warner se despidió de su amigo quien le hizo esta última recomendación: "Apacienta la grey, apacienta la grey." El mártir se dirigió a la gente rogándoles que no buscasen vengar su muerte castigando a los frailes que eran los causantes de ella. La antorcha fue arrimada a la leña y las llamas envolvieron el cuerpo de Bilney, a quien se le oyeron pronunciar estas últimas palabras: "Jesús, creo". Así murió el primer mártir de la Reforma en Inglaterra. Murió por predicar la fe del Nuevo Testamento y sostener que sólo Dios tiene que ser adorado; y que hay un solo Salvador el cual es Jesucristo; y que el perdón es un don gratuito que se obtiene por medio de la fe y no de las obras. 

domingo, 24 de enero de 2016

“EL GUERRERO DE DIOS”. Biografías de los hombres de la Reforma

 

John Knox nació hacia 1514 cerca de Haddington, East Lothian, Escocia, y murió el 24 de noviembre de 1572 en Edimburgo.
Su padre fue William Knox, de noble aunque no distinguida ascendencia. El nombre de su madre era Sinclair. Recibió una educación liberal en Haddington, que poseía una excelente escuela originalmente monástica y cuyo espíritu, al menos en lo tocante a la educación, era el de aquellas escuelas que animarían a la Iglesia de Escocia, incluso antes de la Reforma. Siendo Juan todavía muy pequeño falleció su madre, y el padre se volvió a casar. Cuando Juan empezó a estudiar en la universidad, se daba por sentado que llegaría a ser sacerdote; de modo que se dedicó a aprender latín y griego. Sin embargo, sus planes no eran desempeñar las tareas regulares y habituales de un sacerdote. Quería más bien especializarse para llegar a ser un oficial jurídico de la iglesia.
Estudió en la universidad de Glasgow durante ocho años, para recibir su licenciatura en artes. No bien se hubo graduado, llegó a ser profesor de filosofía en la universidad. A los 25 años, Knox fue ordenado sacerdote.
    Cuánto tiempo permaneció Knox en esos lugares no se sabe, aunque ciertamente nunca pretendió ser un erudito como sus contemporáneos George Buchanan y Alesius, no habiendo evidencia de que se graduara. Que estaba familiarizado con el estudio y era un buen latinista, se desprende de su conocimiento de los escritos de Jerónimo y Agustín. Aprendió griego y hebreo en un periodo posterior, tal como indican sus escritos. Fue ordenado sacerdote en alguna fecha anterior a 1540, cuando se le menciona por primera vez en ese estado. Sin embargo, pronto se sintió inquieto en cuanto a su nuevo cargo. Anhelaba profundizarse más en la teología. Empezaba a ver cuán corrupta era, en realidad, la iglesia Romana en Escocia. Mientras más estudiaba los escritos de San Jerónimo y San Agustín, más lo conducían éstos a las Escrituras. Al acudir al Nuevo Testamento, y al estudiar cuidadosa y detalladamente las verdades contenidas en él, fue confirmando como ciertas sus sospechas en cuanto a la iglesia Romana. Esto ocurrió más o menos por el año de 1535, pero tardo siete años antes de decidirse a renunciar a la iglesia de Roma y declararse como reformador.
Hasta ese momento, parece que estuvo ocupado en la tutoría privada más que en asuntos parroquiales, siendo durante varios años tutor en la familia de Hugh Douglas de Longniddry, en East Lothian, con la responsabilidad añadida del hijo de un caballero vecino, John Cockburn de Ormiston. Estos dos terratenientes, igual que Knox mismo, ya se inclinaban hacia las nuevas doctrinas.
Hacia finales de 1545 es cuando Knox públicamente confesó la 
fe protestante. Su mente ya había sido dirigida en esa dirección algún tiempo antes de que el cambio fuera manifiesto. Según Calderwood, Thomas Guillaume, nativo de East Lothian, de la orden de los dominicos y durante un corto tiempo capellán en el regimiento Arran en 1543, fue el primero en 'hacer saborear' a Knox la verdad.   Pero el instrumento inmediato de su conversión fue el entendido y amigable George Wishart, Knox sabía que le sería totalmente inútil quejarse acerca de la corrupción que observaba en la iglesia. También sabía que si acaso decía algo en contra de la iglesia, lo tacharían de hereje, y quizá hasta tratarían de darle muerte. Al mismo tiempo, tenía que reconocer que la iglesia a la cual pertenecía estaba profundamente comprometida. Como consecuencia, empezó a estudiar, a reflexionar, a orar, y a pedirle a Dios que le indicara lo que debía hacer.
El protestantismo apenas se iniciaba en los primeros días de Knox. Un predicador, de nombre Jorge Wishart, empezó a predicar, exponiendo los males que prevalecían en la iglesia Romana. Juan Knox quedó tan impresionado por lo que decía aquel hombre, que aprendió la verdad del evangelio, dejó la iglesia Romana, y siguió la obra de Wishart.  Cuando Wishart fue arrestado y condenado a ser quemado vivo, le pidió a Knox que se separara de él, diciéndole que Juan sería perseguido, sin duda alguna, y que no era necesario que ambos murieran como mártires. Knox, al principio, se opuso, pero al fin siguió el consejo de su amigo. Knox nunca más le volvió a ver, pues Wishart entregó su vida como un mártir del Señor Jesucristo en la hoguera como la última y más ilustre víctima del cardenal Beaton. Entre otros lugares donde él predicó las doctrinas reformadas fue en East Lothian en diciembre de 1545, conociéndole allí Knox. La asociación que éste tuvo con la persona y enseñanza de Wishart puede caracterizarse de entusiasmo juvenil. Knox siguió al reformador por donde quiera que él fue y se constituyó en su guarda espaldas, portando espada para poder defenderlo de los emisarios del cardenal, que como era sabido quería matar a Wishart. En la noche en la que éste fue apresado, Knox fue a duras penas reprimido de compartir su cautiverio y, con toda probabilidad, su destino. Las palabras de la exhortación de Wishart son bien elocuentes: 'Uno es suficiente para el sacrificio'.
Knox fue llamado al ministerio protestante en St. Andrews, que quedó asociado a lo largo de toda su vida a la carrera del reformador. Parece que no hubo ordenación regular, aunque por supuesto él ya había sido ordenado como sacerdote en la 
Iglesia católica. Pero la imposición de manos y otras formalidades eran contempladas por Knox nada más que de importancia secundaria. Un relato gráfico de los procedimientos relacionados con su llamamiento al ministerio, junto con un informe del primer sermón que predicó en St. Andrews, se halla en su History of the Reformation.

Frisaba entonces los cuarenta años, y el interiormente tímido Knox, súbitamente se convirtió en un predicador intrépido. No procuraba presentar mensajes bellos, más bien decía al pueblo que había venido como un profeta enviado de Dios, y que nos le traía palabras dulces y agradables, sino palabras duras. A pesar de los problemas y las persecuciones en el país, Juan Knox perseveró mostrando a al pueblo pecaminosidad de sus corazones. Les decía que Dios derramaría Su ira sobre ellos si no se arrepentían.
La reina de Escocia por fin desterró a Knox y a sus seguidores, enviándoles a Francia en un barco. Allí debía ser encadenado y condenado a las galeras.   En este tiempo residía en el castillo de St. Andrews. Tras la muerte de Beaton esta fortaleza se convertiría en lugar de refugio para muchos protestantes. Junto a sus alumnos, los hijos de los terratenientes de Longniddry y Ormiston, ya mencionados, Knox pasó allí ciertos meses pacíficos, pero su reposo se vio súbitamente interrumpido por la toma y capitulación del castillo a finales de julio de 1547, seguido en lo que respecta a Knox y al resto de refugiados de cautiverio en las galeras francesas. Pasó diecinueve meses en ellas, entre durezas y miserias que dañaron seriamente su salud. 'Cuánto tiempo estuve prisionero' dijo en St. Andrews en 1559, 'qué tormentos soporté en las galeras y cuáles fueron los sollozos de mi corazón, no es momento de relatarlos'. Sin embargo, él siempre tuvo la esperanza de regresar a su país natal. En History , expresa la misma confianza de un regreso, dando un curioso testimonio del hecho, pues en una ocasión 'estando entre Dundee y St. Andrews, la segunda vez que las galeras regresaban a Escocia, el mencionado John (Knox) estando tan extremadamente enfermo que pocos esperaban que viviera, Maister (después Sir) James Balfour, uno de sus compañeros prisioneros, le dijo que mirara a la tierra y le preguntó si la conocía. A lo que respondió, 'Sí, la conozco muy bien; veo el campanario de ese lugar donde por primera vez Dios abrió mi boca para su gloria; estoy plenamente persuadido, no importa lo débil que ahora esté, de que no partiré de esta vida hasta que mi lengua glorifique su nombre en el mismo lugar'.
Tras su liberación, que tuvo lugar a principios de 1549, por la intervención del gobierno inglés, Knox supo, dado el estado de cosas en su país, cuán poco útil sería en su amada Escocia. Durante casi diez años se sometió a un exilio voluntario, igual que muchos de sus más valiosos compatriotas en aquellos tiempos difíciles. Todos esos años, sin embargo, se dedicó a labores ministeriales en relación con la Iglesia reformada. Su primera esfera de deber estuvo en Inglaterra, durante cinco años como ministro de la Iglesia anglicana. Hay que recordar que durante todo el reinado de Eduardo VI la Iglesia anglicana estaba en estado de transición; algunas de sus peculiaridades más notorias (a las que Knox mismo y otros en Escocia y en el extranjero objetaron) estaban en suspenso o al menos no se insistía en ellas, como condiciones para la comunión. De ahí que el Libro de Oración no fuera obligatorio, ni el arrodillarse en la comunión. El gobierno episcopal era reconocido por supuesto, pero Knox retuvo su comisión, como predicador reformado, directamente del consejo privado, siendo virtualmente independiente de la jurisdicción diocesana. Más aún, no parece haber objetado fuertemente al episcopado mismo, aunque desaprobaba 'los grandes dominios y cargos de vuestros orgullosos prelados, imposibles de ser cumplidos por un solo hombre', por lo que en 1552 declinó aceptar el episcopado de Rochester. Los oficios que ejerció en la Iglesia anglicana están brevemente indicados en History, que dice: 'Primero fue predicador en Berwick, luego en Newcastle y por último fue llamado a Londres y a partes meridionales de Inglaterra, donde permaneció hasta la muerte de Enrique VI'. De otras fuentes se desprende que en 1551 fue designado uno de los seis capellanes del rey, presentándosele en esa capacidad, junto a otros capellanes, The Articles concerning an Uniformity in Religion de 1552 para que fueran sancionados, siendo la base de los Treinta y Nueve Artículos de la Iglesia anglicana.

Desde Inglaterra, tras la muerte de Eduardo, Knox se marchó al continente, viajando durante un tiempo de lugar en lugar en auténtica incertidumbre. En septiembre de 1551, mientras vivía en 
Ginebra, aceptó, bajo el consejo de Calvino, una invitación de la iglesia inglesa en Francfort. A pesar de la moderación que mostró desde el primer momento hasta el final, las controversias sobre las vestiduras, ceremonias y el uso del Libro de Oración, hicieron que dimitiera del puesto en marzo de 1555 (cf. su tratado A Brief Narrative of the Troubles which Arose at Frankfurt). De regreso a Ginebra fue invitado a ser ministro de los refugiados ingleses. En agosto partió para Escocia, donde permanecería nueve meses, predicando la doctrina evangélica en varias partes del país y persuadiendo a quienes favorecían la Reforma para que cesaran de asistir a misa, uniéndose con él en la celebración de la Cenasegún la norma reformada. En mayo de 1556 fue citado ante la jerarquía en Edimburgo, donde respondió a las preguntas, no considerando los obispos oportuno proceder contra él. En julio una urgente llamada de su congregación en Ginebra, junto con el deseo de impedir la renovación de la persecución en Escocia, hicieron que tomara de nuevo su cargo en Ginebra. Su matrimonio con Mary Bowes, hija de Richard Bowes, capitán de Norham Castle, tuvo lugar mientras tanto, yéndose su esposa con él a Ginebra, adonde llegaron en septiembre. La iglesia en la que predicó (llamada la Église de Notre Dame la Neuve) había sido otorgada, a petición de Calvino, para el uso de las congregaciones inglesa e italiana por las autoridades municipales. La vida de Knox en Ginebra no fue ociosa. Además de predicar y hacer labor pastoral, sostuvo una enorme correspondencia, estando continuamente envuelto en labores literarias. Sus publicaciones en Ginebra incluyen First Blast against the Monstrous Regiment [Rule] of Women y su largo y elaborado tratado sobre la predestinación (publicado en 1560), pero compuesto en Ginebra. Con la excepción de algunos meses pasados en Dieppe (1557-58) cuando contemplaba regresar a Escocia, continuó oficiando en Ginebra hasta enero de 1559, de donde finalmente partió para su tierra.
 Llegó a Edimburgo el 2 de mayo de 1559. El momento era crítico. Durante su ausencia la facción pro-Reforma había crecido, estando más segura de sí misma y más consolidada. La regente, María de Lorena, que reinaba en lugar de su hija, la joven María reina de los escoceses, que estaba en Francia, deseaba aplastar a los protestantes, por lo que recurrió a la fuerza. La guerra civil era inminente, pero cada lado eludía dar el primer paso. Knox se convirtió en líder de los reformadores. Predicó contra la 'idolatría' con gran audacia, con el resultado de lo que él llamó 'multitud de villanos' que comenzaron a 'purificar' las iglesias, destruyendo los monasterios. La política y la religión estaban estrechamente unidas; los reformadores querían mantener a Escocia libre del yugo de Francia y no dudaron en pedir ayuda a Inglaterra. Knox negoció con el gobierno inglés para pedir su apoyo, suspendiendo los lores de su facción, en octubre de 1559, su alianza con la regente. La muerte de ésta en junio de 1560 abrió el camino para el cese de hostilidades, dando paso a un acuerdo de resolución de cuestiones eclesiásticas para Escocia. La doctrina, adoración y gobierno de la Iglesia católica quedaron eliminados por el parlamento en 1560, siendo el protestantismo establecido como religión nacional. Knox, ayudado por otros cinco ministros, formuló la confesión de fe adoptada en esa línea y elaboró la constitución de la nueva iglesia: el primer libro de disciplina.
 La reina María regresó a Escocia en agosto de 1561 totalmente indispuesta contra Knox, a la vez que éste y otros reformadores la miraban con sospecha y recelo. Las diferencias fundamentales de carácter y trasfondo hicieron el choque inevitable. Hay registrados cinco encuentros personales entre Knox y la reina (todos a petición de María). Él tuvo que reconocer la agudeza de su mente, aunque no pudo alabar las cualidades de su corazón. La actitud de Knox la mayor parte del tiempo fue inflexible y su lenguaje áspero y descortés. En su predicación y otras declaraciones públicas era a veces incluso violento. Sin embargo, debe recordarse que el momento requería un profeta que hablara claro y no un cortesano de dulces palabras. No obstante, pudo haber sido más sabio y cristiano intentar ganarla que repelerla. Tal vez el reformador temía el famoso poder de seducción de María, defendiéndose de esa manera frente al mismo. Más tarde su corazón se endurecería completamente hacia la adúltera, cómplice, según se creía, en el asesinato de su marido.
La vida de Knox desde el tiempo de su regreso a Escocia en 1559 es parte de la historia de su país, formando parte de los relatos de Escocia. Cuando la fe reformada fue oficialmente ratificada por ley en Escocia en 1560, él fue designado ministro de la iglesia de St. Giles, que entonces era la gran iglesia parroquial en Edimburgo. Era el momento de la plenitud de su poder, tal como se aprecia en su History of the Reformation, una obra que parece haber comenzado hacia 1559 y terminado en el curso de seis o siete años. Esta obra, algunas veces cruda en lenguaje, está escrita con una fuerza y vigor no superados por ninguno de sus otros escritos, de los cuales puede decirse que son obras de un verdadero genio y dignas de su carácter. Al principio de sus tareas como ministro en Edimburgo tuvo la desgracia de perder a su amada y joven esposa, a la que Calvino describió comosuavissima. Dejó dos hijos, uno de los cuales, Natanael, murió en Cambridge en 1580; el otro, Eleazar, fue vicario de Clacton Magna en la archidiócesis de Colchester y murió en 1591. En 1561 Knox se casó por segunda vez, lo que dio mucho que hablar, porque la novia estaba emparentada remotamente con la familia real y todavía más porque era una doncella de diecisiete años mientras que Knox la triplicaba en edad. La joven era Margaret Stewart, hija de Andrew, Lord Stewart de Ochiltree. Le dio a Knox tres hijas, de las cuales la menor, Elizabeth, fue la esposa del famoso John Welsh, ministro de Ayr. En ese tiempo, el reformador llevó una vida muy activa. Estaba sobrecargado con los asuntos públicos de la Iglesia nacional y al mismo tiempo entregado a su tarea como pastor, por no hablar de sus continuas controversias con las facciones políticas y eclesiásticas del momento, que él consideraba enemigas de su nación. Sin embargo, no carecía de alegrías sociales y familiares. Un estipendio de cuatrocientos marcos escoceses, equivalentes a cuarenta y cuatro libras inglesas, le permitían ejercer hospitalidad y prestar dinero al amigo en necesidad. Tenía una buena casa que le proporcionó la municipalidad. Su hogar, durante la mayor parte de su ministerio en Edimburgo, estuvo en el lugar posteriormente ocupado por el parlamento de la ciudad. Vivió en cálida relación con sus vecinos, muchos de los cuales, de todo rango, estaban entre sus más íntimos amigos, no estando indispuesto a la alegría, de lo cual sus escritos dan amplia evidencia.

Una descripción interesante del aspecto de Knox y especialmente de su estilo como predicador, en su últimos años, está en Diary of James Melville (publicado por Bannatyne Club, Edimburgo, 1829, pp. 20, 33). 
Melville era en ese tiempo estudiante en St. Andrews y el periodo referido es 1571, cuando Knox, por su seguridad personal, tomó refugio en esa ciudad. 'De todos los beneficios que tuve ese año', escribe Melville, 'el más notable fue la llegada del profeta y apóstol de nuestra nación, John Knox, a St. Andrews, quien por la acción de la reina al ocupar el castillo y la ciudad de Edimburgo, tuvo que trasladarse, con varios de los mejores, a St. Andrews... Knox entraba a veces y descansaba en el patio de nuestro colegio, llamándonos a los alumnos y bendiciéndonos y exhortándonos a conocer a Dios y su obra en nuestro país, permaneciendo del lado de la buena causa; a usar bien nuestro tiempo y aprender buenas lecciones y seguir el ejemplo de nuestros maestros... Estaba muy débil. Lo veía cada día que iba a enseñar caminando despacio, con una prenda de piel sobre su cuello, un bastón en una mano y el bueno de Richard Ballantyne, su ayudante, sosteniéndole por el otro brazo, desde la abadía hasta la iglesia y ayudándole el mencionado Richard y otro ayudante a subir al púlpito, donde a él le gustaba apoyarse en su primera entrada; pero una vez había comenzado con su sermón era tan activo y vigoroso que parecía que era capaz de echar abajo el púlpito a porrazos y salir como un rayo del mismo.' Una carta latina enviada por Sir Peter Young a Beza en 1579 contiene una descripción de la apariencia personal del reformador en sus últimos años. Su estatura era 'un poco menor de la media'; sus 'miembros bien formados'; su 'cabeza de tamaño medio'; su rostro 'alargado'; su nariz 'mayor de la media'; su frente 'más bien estrecha'; sus cejas 'estiradas'; su mejillas 'algo llenas' y 'rubicundas'; sus ojos azul oscuros y su mirada 'penetrante', su barba 'negra con cabellos blancos entremezclados'. A su compostura, que era 'grave y severa', se 'unía una cierta gracia a la majestad y dignidad natural'.


John Knox murió como había vivido, lleno de fe pero siempre listo para la lucha. Halló una abnegada cuidadora en su esposa y todos los mejores y más nobles hombres de Escocia estaban pendientes de su casa para tener noticias de su enfermedad, en la vana esperanza de que su vida se prolongara. Su ayudante, Richard Ballantyne, tras relatar los detalles de sus últimas horas, dijo de él: 'De esta manera partió este hombre de Dios, la luz de Escocia, el consuelo de la Iglesia dentro de ella, el espejo de la piedad y patrón y ejemplo de los verdaderos ministros, en pureza de vida, en solidez de doctrina y en valor para reprender la maldad, no buscando el favor de los hombres (sin importar lo grandes que fueran) sino reprobando sus abusos y
pecados. Un testimonio mayor sobre el valor de un hombre no exento de faltas se pronunció en su tumba, en el patio de la iglesia de St. Giles, por el conde de Mortoun, regente de Escocia, quien acompañó al cuerpo hasta su última morada: “Aquí yace un hombre que en su vida nunca temió al hombre, que fue a veces amenazado con daga y puñal, pero que acabó sus días en paz y honor.