} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 05/01/2015 - 06/01/2015

jueves, 28 de mayo de 2015

CUATRO FASES EN LA VIDA DEL CRISTIANO


Ezequiel 47:1 Me hizo volver luego a la entrada de la casa; y he aquí aguas que salían de debajo del umbral de la casa hacia el oriente; porque la fachada de la casa estaba al oriente, y las aguas descendían de debajo, hacia el lado derecho de la casa, al sur del altar.
 :2  Y me sacó por el camino de la puerta del norte, y me hizo dar la vuelta por el camino exterior, fuera de la puerta, al camino de la que mira al oriente; y vi que las aguas salían del lado derecho.
 3  Y salió el varón hacia el oriente, llevando un cordel en su mano; y midió mil codos, y me hizo pasar por las aguas hasta los tobillos.
 4  Midió otros mil, y me hizo pasar por las aguas hasta las rodillas. Midió luego otros mil, y me hizo pasar por las aguas hasta los lomos.
 5  Midió otros mil, y era ya un río que yo no podía pasar, porque las aguas habían crecido de manera que el río no se podía pasar sino a nado.

REFLEXIÓN:

Este río es similar al mencionado en Apocalipsis 22:1-2 Luego el ángel me mostró un río de agua de vida, claro como el cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero, y corría por el centro de la calle principal de la ciudad. A cada lado del río estaba el árbol de la vida, que produce doce cosechas al año, una por mes; y las hojas del árbol son para la salud de las naciones.   

   El río simboliza la vida que proviene de Dios y las bendiciones que fluyen de su trono. Es un río manso, seguro y profundo, que se extiende a medida que fluye.
Esta es otra ilustración de la naturaleza vivificante del agua que mana del templo de Dios. El poder de Dios puede transformarnos, no importa cuán corruptos y faltos de vida nos encontremos. Aún cuando nos sintamos confundidos y más allá de toda esperanza, su poder nos puede sanar.
   El fruto feliz para el mundo en general de la morada de Dios con Israel es, que la bendición ya no está más limitada a un solo pueblo y lugar, sino que ha de ser difundida por toda la tierra. Aun los lugares desiertos de la tierra serán hechos fructíferos por las aguas saludables del evangelio. Buscando en las cosas de Dios, hallamos algunas fáciles de entender, como las aguas hasta el tobillo; otras más difíciles, como las aguas hasta la rodilla o los lomos; aun otras fuera de nuestro alcance, de las cuales sólo podemos pedir sabiduría para comprenderlas.
   El agua es imprescindible para que haya vida, sin ella ningún ser vivo podría habitar esta tierra. En la Biblia el agua tiene su simbología, su significado. Simboliza la Palabra de Dios que nos da vida, nos limpia, nos santifica, calma nuestra sed espiritual, utilizándose en multitud de metáforas.
   Así en Efesios 5:26 para hacerla santa. Él la purificó, lavándola con agua mediante la palabra.
También en Juan 7:37 En el último día, el más solemne de la fiesta, Jesús se puso de pie y exclamó: — ¡Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba!
   Jesús dice que cuando el agua nos limpia y purifica, fluirán de nuestro interior ríos de agua viva hacia otras personas. Esto del Espíritu que hemos recibido cuando creemos en el Señor Jesucristo.
   En el río del templo vemos cuatro niveles, fases o etapas por los que vamos a pasar llevados de la mano de Dios. Nos lleva paso a paso para mostrarnos como debemos acercarnos a la vida que proviene de Dios.
   Si en lo natural, el agua hace que germinen las semillas en la tierra, en lo espiritual, el agua, la Palabra de Dios bendice al que bebe esas aguas y se sumerge en la profundidad de ellas. Es un río donde las bendiciones se encuentran en la profundidad de la Palabra de Dios. Lo mismo que en la naturaleza, los minerales más valiosos, como el oro o los diamantes se encuentran y se sacan de  las profundidades de la tierra, así en la vida espiritual, lo más preciado para nosotros se encuentra  sumergiéndonos en la Biblia para adquirir conocimiento y por ella obedecer en todo, los mandatos de Dios Padre.
   La vida cristiana se desarrolla en cuatro fases, lo mismo que la vida del hombre pasa por diferentes estados: niñez, pubertad, adolescencia y vejez. Podemos ver a través de este pasaje de Ezequiel, como Dios nos guiará en el aprendizaje desde que nacemos de nuevo.
Los he llamado niveles, por la alusión que se hace del agua.



El primer nivel: Ezequiel 47:3“...y me hizo pasar por las aguas hasta los tobillos.”
   Esta es la primera etapa de nuestra vida cristiana, cuando “nacimos de nuevo” nos convertimos en niños espirituales en la fe. Recibimos los cuidados del Padre, nos abraza, Dios nos muestra su amor; pedimos y Él nos da. Es el tiempo del primer amor.     Este nivel se caracteriza por la inmadurez, por los pensamientos superficiales, la mente carnal domina esta etapa; se toman decisiones muy emocionales basadas en los sentimientos; hablamos como niños, nos portamos como niños, pensamos como niños... ser niño no tiene nada de malo, no es pecado ser un niño en Cristo.   El problema radica, que si has nacido de nuevo hace cinco, diez o más años y sigues comportándote como un niño, algo va mal.
   En este ciclo, con el agua en los tobillos, nos sentimos seguros porque pisamos firme en la arena de la orilla, confiamos en nuestras propias fuerzas; nos sentimos muy seguros de nosotros mismos; creemos tenerlo todo bajo control; nos fiamos de nuestros recursos, de nuestros logros, de nuestros talentos naturales. Reaccionamos con nuestra mente carnal, los celos y la envidia se hacen notorios. Las preocupaciones por las necesidades materiales son patentes y se manifiestan en el día a día. La fe aun no está sólida. Si, ya creemos en el Señor, pero nuestra mente no ha sido renovada, nuestra actitud y conducta no han sido transformadas de esa aptitud natural.
   Tenemos un ejemplo muy claro de esta etapa en 1Corintios 3:1 Yo, hermanos, no pude dirigirme a ustedes como a espirituales sino como a inmaduros, apenas niños en Cristo. Si permanecemos en este nivel cedemos a nuestra mente carnal. En 1Corintios 3:3  pues aún son inmaduros. Mientras haya entre ustedes celos y contiendas, ¿no serán inmaduros? ¿Acaso no se están comportando según criterios meramente humanos?
   Las personas que se han estancado en este nivel, se distinguen porque no entienden que lo importante es el mensaje del Evangelio de Jesús, la Palabra de Dios y no el mensajero, ya que éste es sólo un instrumento del cual Dios se vale. La Gloria es del y para el Señor, de nadie más.

   Dios Padre, a un hijo, jamás lo dejará en ese nivel. Él hará lo que tenga que hacer para llevarlo a otro nivel superior, a su debido tiempo, cuando Él estime que ha llegado nuestra hora, según su Tiempo y Soberanía. Dios no necesita reloj.
En Hebreos 6:1    Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección; no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, de la fe en Dios.

   En el segundo nivel: Ezequiel 47:4..., y me hizo pasar por las aguas hasta las rodillas.
   En esta fase de nuestra vida espiritual, todavía llevamos el control de todo en nuestras fuerzas, vamos a nuestro aire. Conocemos un poco más de la escritura, es normal, hemos leído y escuchado acerca de ella, lo anormal sería lo contrario; pero sin embargo seguimos reaccionando guiados por la mente carnal. Nuestra conducta no guarda el equilibrio  con el conocimiento adquirido. Corremos el peligro de envanecernos por lo poco que hemos conocido de Dios, presumiendo ante los demás y podamos desviarnos de la sana doctrina en pos de sutiles enseñanzas cuyo fin es muerte. Nuestras reacciones siguen siendo de muchachos engreídos que todo lo saben. No se ha perfeccionado en nosotros la obediencia, la humildad, la mansedumbre. El orgullo espiritual comienza a manifestarse, señal inequívoca de que los conocimientos adquiridos no forman parte de la vida. El equilibrio sería vivir y obedecer a medida que conocemos  la Palabra. En esta segunda fase, todos los que nos rodean ven ese orgullo espiritual que nos envanece, menos nosotros.
-El orgullo es como el mal aliento, todos lo notan menos el que lo tiene-.
Reaccionamos con soberbia, somos impulsivos. Este nivel destaca, porque damos una de cal y otra de arena. Así como Pedro, que inspirado por el Espíritu, declaró que Jesús era el Hijo de Dios, y más tarde quiso impedir que Jesús llegara a la cruz.
Tenemos el Espíritu Santo que mora en nosotros, si, es cierto; pero éste no hace que automáticamente pasemos de recién nacidos en Cristo a una madurez espiritual sólida, al instante.
-Es un proceso en el que depende nuestro progreso de la obediencia y confianza absoluta en los planes de Dios para nosotros.-
 Es típico en este nivel, que nuestro ego enfoca nuestra mirada hacia las cosas materiales, hacia la vida terrenal. Nos preocupamos por nuestro bienestar, nuestros interese y nos esforzamos lo más mínimo en la vida espiritual. Somos incapaces de abogar por los demás y su bienestar, queriendo ser destacados e importantes. El Señor Jesús nos ubica enseguida, como a los discípulos cuando querían saber quién sería el mayor entre ellos. Creyendo por nuestra soberbia que debemos ser servidos, vivimos con arrogancia, según nos convenga, haciendo distinción a quien saludamos. Los creyentes de este nivel son conocidos porque escuchan de la Palabra de Dios aquello que les conviene y lo adaptan a su religiosidad; se envanecen de lo poco que saben y no quieren entender aquello que va contra sus intereses.
Su compromiso y aportación para el  sostén de la obra del Señor, es muy escasa y en su tacañería regatean con Dios. Ven todos los defectos del mundo en los demás, no así los propios. En este nivel, muchos creyentes, se ahogan en un vaso de agua; no porque no sepan nadar, sino porque el agua se les atraganta y se alejan de ella.
Quedarse estancado aquí  puede llegar a convertir a ese cristiano en un potencial fariseo, que se cree muy santo hablando de las cosas de Dios, da consejos a todo el mundo, pero él en nada se corrige, es como candil de la calle y oscuridad de su casa. Si no salieras de esta etapa, la hipocresía comenzaría a moldear la máscara de la piedad.
Pero en el tiempo y Soberanía de Dios, nos conduce a otro nivel, el tercero.
En Ezequiel 47:4... y me hizo pasar por las aguas,  que me llegaban hasta la cintura.
Aquí, ya has avanzado un poco más en el conocimiento de la Palabra de Dios en la Biblia; ya cada vez nuestra resistencia, al agua de vida, va menguando; perdemos la adherencia de nuestros pies en la arena y el agua nos mueve con mayor facilidad. Comienzas a sentir cierta impotencia al  perder el control sobre  todo lo que nos rodea y que en otros niveles creíamos tener. Nuestra mente carnal aun se debate y lucha por no perder ese control y nos recuerda el pasado una y otra vez, para seguir dominando y decidiendo.
  Aprendes a confiar en Dios y a entender que Él es Soberano, que todo está bajo su supervisión y control. Sabes que Dios todo lo ve, todo lo escudriña. Comienzas a preocuparte por los demás, pero sólo por aquellos que te caen bien. El “yo creo, yo pienso” sigue dominando nuestras vidas. Dedicas más tiempo a reflexionar en las equivocaciones propias, admitiendo los errores, reconociendo que no eres infalible y que fallas como los demás. Es ahí cuando comienza a desarrollarse cierta humildad y mansedumbre. Pero en esta etapa se busca la alabanza de los hombres; todavía te preocupa quedar bien con quienes tienes más contacto personal, aunque sabes en lo más profundo de tu corazón, que eso está mal; que toda la gloria le corresponde a Nuestro Señor Jesús, pues suya es la obra que se está realizando en ti, pero ansias quedar con una poquita para alimentar tu ego.
Es la etapa donde corres el riesgo de convertirte en un cristiano  manipulador.
Las aguas del río, nos mueven con facilidad perdiendo el control de la situación, recuperando el sosiego al afirmarnos sobre nuestros pies.
  Comprendemos qué Dios tiene el poder y nuestros recursos se vuelven endebles; el quebrantamiento del Espíritu Santo comienza a trabajar en nuestras vidas, para formar nuestro carácter. Es cuando Dios permite la humillación para doblegar nuestro orgullo y quitarnos la corona de la soberbia. Resistimos  a la obediencia y a los mandatos que la Palabra de Dios nos exige. Los demás ven como recibimos la reprimenda de Dios y disimulamos, el espíritu sigue resistiéndose.

No contento Dios con nuestro avance, va a llevarnos de su mano a cruzar de otro modo las aguas saludables, las aguas de Vida, a un cuarto nivel.
En Ezequiel 47:5  Midió otros mil, y era ya un río que yo no podía pasar, porque las aguas habían crecido de manera que el río no se podía pasar sino a nado.
   Para alcanzar, digamos esta fase espiritual, hemos necesitado zambullirnos en las aguas del conocimiento con la ayuda del Espíritu, para saciar la sed con más frecuencia en todo momento. Ahora confiamos totalmente en Dios, sabiendo que el cumplirá todas sus promesas. La fidelidad de Dios es el cimiento de nuestra confianza. La confianza en el Señor nos hace descansar agotados espiritualmente, sabiendo que por nosotros mismos nada es posible lograr; que todo el cambio operado en nosotros es obra de su Espíritu, y de nadie más; que sólo Cristo puede cambiarnos, a nuestros hijos, a nuestra esposa y a todos los que nos rodean. Nos damos cuenta que sin Jesús en nuestras vidas nada somos. Es en este nivel cuando nos gozamos en nuestra debilidad, en nuestra flaqueza, en nuestra impotencia y aflicciones porque sabemos que es ahí donde reposa y se manifiesta el poder de Cristo, cuando como Pablo, nos conformamos con su gracia.
   Al llegar a este grado, es cuando el contentamiento aflora en nuestra vida, en cualquiera que sea nuestra situación porque sabemos que Dios Padre está al corriente de nuestra situación y Él suplirá primero para nuestras necesidades espirituales y después para las cotidianas, las vitales, según Su Voluntad.  Nuestro orgullo, está maltratado como gallo de pelea desplumado; aunque sigue vivo, su altanería casi ha desaparecido. Nuestro ego, no ha muerto pero se sujeta la mayor parte de las veces a las riendas de la obediencia por  la Palabra de Dios. Damos gracias en todo y por todo al Señor, aceptando las situaciones, las pruebas que vienen en el día a día porque sabemos que siempre viene después el milagro.
   En este ciclo, nos damos cuenta cuan imperfectos somos y cuantas veces fallamos, pecamos. Vemos los pies llenos de polvo por el caminar diario y al llegar la noche nos acercamos al Señor a limpiarnos para descansar en Él.
Ya nos hemos dado cuenta que nuestros logros, nuestros planes, nuestros anhelos no sirven para nada y nuestra mirada se dirige hacia los cielos, ansiando llegar a nuestra morada celestial. Ahora entendemos por la Palabra que somos peregrinos, forasteros como extranjeros en esta tierra y en este tiempo que nos toca vivir. Nos damos cuenta que en medio del agua, debemos seguir las instrucciones de Dios para nadar, dejándonos llevar por su corriente salvífica; no tenemos donde asirnos más que de la mano del Señor Jesús, que como Pedro extendemos diciéndole “¡Sálvame Señor!
   Al llegar a este nivel te despreocupas de lo que murmuran de ti; de las miradas elocuentes que se burlan o desprecian por seguir obediente a Cristo. Cuando te maldicen, tú bendices; cuando te calumnian, pones todo en manos del Juez Supremo, suya es la venganza y dará el pago a cada uno. Es en este nivel, cuando puedes seguir las pisadas de Cristo Jesús, como siguiendo las pisadas en la arena de la playa. Es en tiempo cuando has comenzado, más que a nadar en el agua, a bucear bajo el agua. Aspirando para, con una buena bocanada de aire, sumergirte bajo el agua, para escarbar con la ayuda del Espíritu, en los tesoros que encierra la Palabra de Dios en la Biblia, para adquirir el conocimiento, la sabiduría necesaria para obedecer a Dios en todo lo posible que nuestra imperfección nos permita. Para servir de testimonio fiel a Cristo y por medio de Él alabar y glorificar a Dios Padre. Busquemos siempre y en todo momento estudiar la Palabra de Dios. Nada hay que nos pueda impedir hacerlo; las aguas del Señor son de bendición cuando nadas en medio de ellas. Quedarse en la orilla o estancarse en otros niveles, impiden el desarrollo de la madurez espiritual necesaria para conocer un poco más acerca del carácter de Cristo, al que debemos ansiar imitar, dentro de nuestras limitaciones.
En el cuarto nivel no hay perfección absoluta, pero si hemos aprendido a mirar en una única dirección, a Jesucristo nuestro Señor y Salvador. Si hemos experimentado la paz y el gozo que el conocimiento de la Palabra de Dios produce en nuestros corazones, a pesar de pasar por circunstancias difíciles. Tratando de no desviarnos, y cuando lo hacemos pedirle perdón por lo tropiezos. Hemos aprendido a dar nuestra vida a los demás, cuando les dedicamos tiempo, somos serviciales, compartimos lo que tenemos, damos de lo que tenemos, apoyamos la obra del Señor, hablamos del Evangelio de Jesús sea por el medio que sea.
Después de lo dicho, en mi corazón he guardado dos principios:
Cuando, por poco que sea, le damos todo a Dios confiando en Él, el Señor pondrá el resto por mucho que pueda ser.
Y que lo más valioso para Dios no es el milagro que nos da, sino que el Señor vea que confiamos totalmente en Él.
Que así sea. Amén.


PRACTICANDO LO APRENDIDO



El dinero de hoy no tendrá valor cuando Cristo vuelva; por lo tanto, es bueno emplear nuestro tiempo en acumular tesoros que serán valiosos en el reino eterno de Dios. El mejor tiempo aprovechado es en escudriñar la Palabra de Dios en la Biblia, tanto como nos sea posible, será la mayor riqueza que podamos obtener en esta vida. El dinero en sí no es el problema;  precisamos dinero para hacer frente a pagos en casa, para alimentar la familia;los pastores necesitan dinero para vivir y sostener sus familias; los misioneros necesitan dinero para difundir el evangelio; las iglesias necesitan dinero para llevar a cabo su tarea con eficiencia. Es el amor al dinero el que conduce a lo malo (1Timoteo_6:10 porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores.) y origina que algunos opriman a otros para quedarse con más. Esa es una advertencia a todos los cristianos que son tentados a adoptar normas mundanas antes que las normas de Dios  como también es un estímulo para todos los que están oprimidos por los ricos.  
    A los pobres que no podían pagar las deudas se les echaba en la cárcel o se les obligaba a vender todos sus bienes y a veces a vender a sus familiares como esclavos. Sin ninguna oportunidad de trabajar a fin de pagar sus deudas, a menudo los pobres morían de inanición. Dios le llamó a eso homicidio. Atesorar dinero, explotar a los empleados y vivir con desenfreno no pasará inadvertido para Dios.
Me imagino que la rapiña de los accionistas de los bancos, algún día tendrá sus consecuencias; la avaricia en los corazones causan muchos males. Cuando tenemos el dinero en el corazón en lugar de en la mano o la cartera, algo anda mal en nuestras vidas y hemos perdido de vista los principios de la vida cristiana genuina.

  El agricultor debe esperar con paciencia que crezca lo que sembró o plantó, no puede apresurar el proceso por más que lo desee. Hoy se utilizan potenciadores del desarrollo, que en mi opinión son los agentes que están inoculando el cáncer a muchas personas.  El agricultor de toda la vida, sabe que hay mucho por hacer para asegurar una buena cosecha. De igual manera, debemos esperar con paciencia el regreso de Cristo. No podemos apresurarlo, pero mientras esperamos hay mucho que hacer para que avance el reino de Dios. Tanto el agricultor como el cristiano deben vivir por fe, con la mirada en el futuro, que será portador de recompensa por su trabajo. No vivamos como si Cristo nunca fuera a volver. Trabajemos con fidelidad en la edificación de su reino, porque el Rey vendrá cuando el tiempo de la cosecha haya llegado.

  Cuando las cosas van mal, tendemos a culpar a otros por nuestras desdichas. Ya desde el Edén, Adán culpó a su esposa, y ésta a la serpiente (Genesis_3:11-13). Culpar a los demás es más fácil que aceptar nuestra culpa, pero es destructivo y pecaminoso. Antes de juzgar a otros por sus faltas, recordemos que Cristo, el Juez, vendrá a evaluarnos a cada uno de nosotros (Mateo_7:1-5; Mateo_25:31-46). El no pasará por alto el que culpemos a los demás.

   A menudo una persona con una reputación de exagerada o mentirosa no logra que nadie le crea. Los cristianos nunca debemos llegar a eso. Siempre seamos sinceros para que los demás crean un simple sí o no. Al evitar mentiras, medias verdades y omisiones de la verdad, a nosotros nos llegarán a conocer como una persona confiable.

  En las Escrituras, se ha usado el aceite como símbolo de medicamento  y símbolo del Espíritu de Dios (1 Samuel_16:1-13). De modo que, el aceite puede representar el ámbito médico y espiritual de la vida. Los cristianos no debemos separar lo físico y lo espiritual; Jesucristo es Señor tanto del cuerpo como del espíritu.

  Los creyentes no estamos solos. Los miembros del cuerpo de Cristo debemos contar con el apoyo de otros en oración y sostenimiento, sobre todo cuando estemos enfermos o sufriendo. Los ancianos deben estar disponibles para responder a las debilidades de cualquier miembro, y la iglesia debe estar atenta para orar por las necesidades de todos sus miembros.

  Dios sana, la fe no, y todas las oraciones están sujetas a la voluntad de Dios. Pero nuestras oraciones son parte del proceso de sanidad de Dios. Esa es la razón por la que a menudo Dios espera nuestras oraciones de fe antes de intervenir en la sanidad de una persona.

  Cristo ha hecho posible que vayamos directamente a Dios en busca de perdón; pero el confesar nuestros pecados unos a otros todavía tiene un lugar importante en la vida de la iglesia.   Si hemos pecado en contra de alguna persona, debemos pedirle que nos perdone.   Si nuestro pecado ha afectado a la iglesia, debemos confesarlo públicamente.   Si necesitamos apoyo afectivo en nuestra lucha contra el pecado, debemos confesarlo a quienes pueden darnos ese apoyo.   Si después de haber confesado un pecado a Dios, todavía no sentimos su perdón, podríamos confesar el pecado a otro creyente y oír de su parte palabras que confirmen que hemos sido perdonados por Dios. En el reino de Cristo, cada creyente es un sacerdote para los demás creyentes (1Pedro_2:9).

  El recurso más poderoso de un cristiano es comunión con Dios mediante la oración. A menudo los resultados son mucho más grandes de lo que pensamos sería posible. Algunas personas ven la oración como un último recurso a intentar cuando todo lo demás haya fallado. Es al revés; la oración debe venir primero. Dado que el poder de Dios es infinitamente más poderoso que el nuestro, solo tiene sentido que nos apoyemos en él, sobre todo porque El nos anima a que así lo hagamos.

  Es claro que esta persona que se ha apartado de la verdad es un creyente que ha caído en pecado, uno que ya no vive una vida consecuente con sus creencias. Los cristianos no estamos de acuerdo en si es o no posible que las personas pierdan la salvación, pero todas están de acuerdo en que los que se alejan de la fe se hallan en serias dificultades y necesitan arrepentirse. Debemos ayudar a los que se apartaron para que vuelvan a Dios. Al tomar la iniciativa, orar por la persona y actuar con amor, podemos hablar con la persona en el estado espiritual que se encuentre y llevarla de vuelta a Dios y a su perdón.

Nuestra fe  tiene que entrar en acción. La forma correcta de vivir es la evidencia y el resultado de la fe. La iglesia debe servir con compasión, hablar con amor y sinceridad, vivir en obediencia a los mandatos de Dios y amarse los unos a los otros. El cuerpo de creyentes debe ser un ejemplo del cielo en la tierra, y conducir a las personas a Cristo mediante el amor a Dios y el amor de los unos a los otros. Si en realidad creemos en la Palabra de Dios, la viviremos día a día. La Palabra de Dios no es sencillamente algo que leemos o algo en lo que pensamos, sino algo que hacemos. Todo lo que creemos, nuestra fe y nuestra confianza, debe tener pies y manos, ¡los nuestros!

 Principios para tener en cuenta en el caminar diario:

Cuando nuestra vida esté llena de dificultades y persecuciones, alegrémonos. Nos espera una recompensa. Santiago_1:2; Mateo_5:10-12

Nosotros llegaremos a ser perfectos, maduros y completos, sin que nos falte nada.
Santiago_1:4; Mateo_5:48


Pidámosle a Dios y El nos responderá. Santiago_1:5; Santiago_5:15; Mateo_7:7-12




 Cuidémonos del enojo... Puede ser peligroso. Santiago_1:20; Mateo_5:22


Seamos  misericordiosos con los demás, así como Dios lo es con nosotros.
Santiago_2:13; Mateo_5:7; Mateo_6:14


Debe probarse nuestra fe al ayudar a los demás. Santiago_2:14-16; Mateo_7:21-23


Felices los que buscan la paz; hacedores de paz que plantan semillas en paz y recogen una cosecha de justicia.
Santiago_3:17-18; Mateo_5:9


Nosotros no podemos  servir a Dios y al dinero, a los placeres o a la maldad. La amistad con el mundo es aborrecimiento a Dios.
Santiago_4:4; Mateo_6:24


Cuando nos humillamos y reconocemos nuestra necesidad de Dios, El vendrá y nos levantará.
Santiago_4:10; Mateo_5:3-4


No critiquemos ni hablemos mal de los demás. Eso va en contra del mandato de Dios de amarnos unos a otros.
Santiago_4:11; Mateo_7:1-2


Como los tesoros en la tierra solo se corroen y desaparecen, debemos acumular tesoros eternos en el cielo.
Santiago_5:2; Mateo_6:19


Seamos pacientes en el sufrimiento, así como lo fueron los profetas de Dios. Santiago_5:10; Mateo_5:12


Seamos sinceros en lo que decimos de modo que podamos decir un simple "no" o "sí" y que siempre se nos crea.
Santiago_5:12; Mateo_5:33-37



jueves, 21 de mayo de 2015

¿CÓMO PODEMOS ESTAR FIRMES EN EL SEÑOR?

  
Filipenses 4:8  Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.
 9  Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz estará con vosotros.


  La forma de permanecer firmes es poner nuestros ojos en Cristo, recordar que este mundo no es nuestro hogar, y que Cristo tiene todas las cosas bajo control.
 Es muy fácil desalentarse frente a circunstancias que no son placenteras o tomar hechos sin importancia como si lo fueran. Si no hemos disfrutado el gozo últimamente, quizá sea porque no estamos mirando la vida desde la perspectiva correcta.
Tenemos que ser amables con los que no pertenecen a la iglesia y no solo con los creyentes. Esto significa que no buscamos revancha contra aquellos que nos tratan injustamente, tampoco debemos expresar demasiado nuestros derechos personales.
Queremos preocuparnos menos? ¡Entonces oremos más! En el momento en que empecemos a preocuparnos, detengámonos y oremos.
La paz de Dios es diferente a la paz del mundo. La paz verdadera no se encuentra en el pensamiento positivo, en la ausencia de conflictos o en buenos sentimientos. Ella es producto de saber que Dios está al control de todas las situaciones, es el Soberano. Nuestra ciudadanía en el reino de Cristo está asegurada, nuestro destino está determinado y podemos tener victoria sobre el pecado. Permitamos que la paz de Dios guarde nuestro corazón de toda ansiedad.

  Lo que dejamos entrar en nuestras mentes determina lo que expresamos con las palabras y acciones. Llenemos nuestras mentes con pensamientos verdaderos, honesto, justos, puros, amables, de buen nombre, virtud, dignidad y alabanza. ¿Tenemos problemas con pensamientos impuros y sueños ilusorios? Examinemos lo que estamos dejando entrar en nuestra mente a través de la televisión, los libros, la conversación, las películas y las revistas. Reemplacemos los materiales dañinos con materiales útiles. Sobre todo, leamos la Palabra de Dios y oremos. Pidámosle a Jesús que nos ayude a concentrarnos en lo que es bueno y puro. Requiere práctica, pero puede lograrse con el auxilio del Espíritu Santo. Sé de lo que hablo. Estoy experimentando el poder de la Palabra de Dios en la Biblia, en mi vida y en la de mi familia, por eso sé que lo que era imposible para mi, Dios me está modelando poco a poco; cada vez que obedezco, es un paso que avanzo hacia la madurez espiritual. Es lo más importante para mi vida aquí en esta tierra, en la que estoy de paso, sembrando para recoger la cosecha en la Patria Celestial.

  No es suficiente escuchar o leer la Palabra de Dios, ni incluso conocerla bien. Debemos también ponerla en práctica. Qué fácil es escuchar un sermón y olvidarnos de lo que dijo el predicador. Qué fácil es leer la Biblia y no pensar en cómo vivir de una manera diferente. Qué fácil es discutir lo que significa un pasaje y no vivir su significado. Exponernos a la Palabra de Dios no es suficiente. Ella nos debe conducir a la obediencia, para poder experimentar un cambio de actitud en nuestros pensamientos y en nuestro carácter; para que la obra que Dios ha comenzado en nosotros sea finalizada ante la presencia del Señor.



lunes, 18 de mayo de 2015

EL CARÁCTER DEL CRISTIANO NACIDO DE NUEVO (II)

  

  Los limpios de corazón son bienaventurados, porque verán a Dios. Aquí son plenamente descritas y unidas la santidad y la dicha. Los corazones deben ser purificados por la fe y mantenidos para Dios. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio. Nadie sino el limpio es capaz de ver a Dios, ni el cielo se promete para el impuro. Como Dios no tolera mirar la iniquidad, así ellos no pueden mirar su pureza. En éste la diferencia entre la pureza externa y la interna, y la aceptabilidad de la última solamente, en la presencia de Dios, se enseña en todas partes. La idea de “una visión de Dios” no es extraña al Antiguo Testamento; y aunque se pensaba que esto no era posible en la vida presente   sin embargo, espiritualmente se conocía y se tenía la idea de que era el privilegio de los santos aun aquí. Pero, ¡con qué extraordinaria simplicidad, brevedad y poder se expresa aquí esta verdad fundamental! ¡Y en qué marcado contraste aparecería esa enseñanza comparada con la que era corriente entonces, en la cual se daba atención exclusiva a la purificación ceremonial y a la moralidad externa! Esta pureza del corazón comienza en “un corazón purificado de mala conciencia” o “una conciencia limpiada de las obras de muerte” (Hebreos 10:22; Hebreos 9:14; Hechos 15:9  La conciencia así limpiada, el corazón así purificado, poseen luz dentro de sí para ver a Dios. “Si nosotros dijéremos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no hacemos la verdad; mas si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión entre nosotros (Él con nosotros, y nosotros con Él), y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:6-7). “Cualquiera que permanece en él, no peca; cualquiera que peca, no le ha visto, ni le ha conocido” (1Juan 3:6); “El que hace mal, no ha visto a Dios” (3Juan 1:11).  

  Los pacificadores son bienaventurados. Ellos aman, desean y se deleitan en la paz; y les agrada tener quietud. Mantienen la paz para que no sea rota y la recuperan cuando es quebrantada. Si los pacificadores son bienaventurados, ¡ay de los que quebrantan la paz! -los que no solamente estudian la paz, sino que la difunden porque ellos serán llamados hijos de Dios. De todas estas bienaventuranzas, ésta es la única que con dificultad hallaría su base definida en el Antiguo Testamento, debido a que ese gloriosísimo carácter de Dios, cuya imagen aparece en los pacificadores, tenía que ser revelado aún. En verdad, su glorioso nombre de “Jehová, fuerte, misericordioso, y piadoso: tardo para la ira, y grande en benignidad y verdad;… que perdona la iniquidad, la rebelión, y el pecado” (Exodo 34:6), había sido proclamado de una manera llamativa, y se había manifestado en acción, con notable frecuencia y variedad, durante el largo curso del A.T. Tenemos evidencias innegables de que los santos de aquella dispensación sintieron su influencia transformadora y ennoblecedora en su propio carácter: pero mientras Cristo no “hiciera la paz con la sangre de la cruz,” no podía Dios manifestarse a sí mismo como “el Dios de paz, que sacó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del testamento eterno” (Hebreos 13:20); no podía revelarse a sí mismo como “reconciliando el mundo a sí (en Cristo), no imputándole sus pecados”, ni presentarse a sí mismo en la extraordinaria actitud de rogar a los hombres que se reconciliasen con Él (2Corintios 5:19-20). Cuando esta reconciliación llega a realizarse, y uno tiene “paz con Dios por medio del Señor Jesucristo”, es decir, “la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento”, entonces los que reciben la paz, se convierten en difusores de la paz. Así es como Dios se ve reflejado en ellos; y por esa semejanza, los pacificadores son reconocidos como hijos de Dios.   Aquel que un día ha de fijar el destino de todos los hombres, en este pasaje señala a algunos caracteres como “bienaventurados”; pero termina advirtiéndoles que la estimación del mundo y el tratamiento que éste les dispensará, será todo lo contrario a los de él.
  Los que son perseguidos por causa de la justicia son bienaventurados.
Este dicho es peculiar del cristianismo; y se enfatiza con mayor intensidad que el resto. Sin embargo, nada hay en nuestros sufrimientos que pueda ser mérito ante Dios, pero Dios verá que quienes pierden por Él, aun la misma vida, no pierdan finalmente por causa de Él.  ¡Bendito Jesús, cuán diferentes son tus máximas de las de los hombres de este mundo! Ellos llaman dichoso al orgulloso, y admiran al alegre, al rico, al poderoso y al victorioso. Alcancemos nosotros misericordia del Señor; que podamos ser reconocidos como sus hijos, y heredemos el reino. Cuán completamente esta última bienaventuranza se basa en el Antiguo Testamento, es evidente a la luz de las palabras finales, donde el estímulo a los cristianos a sobrellevar tales persecuciones, consiste en que la suya no es sino una continuación de la persecución que experimentaron en el Antiguo Testamento los siervos de Dios. Pero ¿cómo podrían tales hermosos rasgos de carácter provocar la persecución? En respuesta a esta pregunta, las siguientes contestaciones deben ser suficientes: “Todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, porque sus obras no sean redargüidas”. “No puede el mundo aborreceros a vosotros; mas a mí me aborrece, porque yo doy testimonio de él, que sus obras son malas.” “Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso os aborrece el mundo”.  
  Los siete rasgos de carácter que se describen aquí, reciben todos la oposición del espíritu del mundo, de tal manera que los oyentes de este discurso que respiraban este espíritu, tienen que haber sido sorprendidos, y su sistema entero de pensamiento y de acción debió haber sido rudamente sacudido. La pobreza de espíritu es contraria al orgullo del corazón del hombre; la disposición para meditar tocante a las deficiencias que uno siente de sí mismo frente a Dios, no es bien mirada por el mundo endurecido, indiferente, satisfecho de sí mismo, que toma las cosas a risa; un espíritu manso y quieto, que recibe el mal, es mirado como pusilánime, y choca contra el espíritu de orgullo y agravio del mundo; esta ansia de bendiciones espirituales condena la lascivia de la carne, la lascivia del ojo, y el orgullo de la vida; así también el espíritu misericordioso está en contra del espíritu de insensibilidad del mundo; la pureza del corazón contrasta de una manera hiriente con la hipocresía; y el pacificador no es fácilmente tolerado por el mundo contencioso y peleador. Así es como la “justicia” viene a ser “perseguida”. Pero bienaventurados son aquellos que, a pesar de esto, se atreven a practicar la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Así como fué ésta la recompensa prometida a los pobres en espíritu, y como es ésta la principal de las siete bienaventuranzas, con mucha razón el premio mencionado aquí será la porción que recibirán aquellos que son perseguidos por ponerlas en práctica.

 Con estos deleites y esperanzas, podemos dar la bienvenida con alegría a las circunstancias bajas o dolorosas en todo tiempo, porque Uno lo tiene todo bajo control: El Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo; a Él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.


EL CARÁCTER DEL CRISTIANO NACIDO DE NUEVO (I)



  Los que lloran son bienaventurados. Parece ser aquí se trata esa tristeza santa que obra verdadero arrepentimiento, vigilancia, mente humilde y dependencia continua para ser aceptado por la misericordia de Dios en Cristo Jesús, con búsqueda constante del Espíritu Santo para limpiar el mal residual. El cielo es el gozo de nuestro Señor; un monte de gozo, hacia el cual nuestro camino atraviesa un valle de lágrimas. Tales dolientes serán consolados por Dios. La fe, de acuerdo con la Biblia, no es ni un conjunto de convicciones intelectuales, ni un atado de sentimientos emotivos, sino una composición de los dos, ya que lo primero engendra lo segundo. Y de esta manera íntima las dos primeras bienaventuranzas se relacionan entre sí. Los que lloran, serán “consolados”. Aun ahora obtienen belleza en vez de cenizas, gozo en vez de lamentación, y espíritu de alabanza en lugar de espíritu de abatimiento. Habiendo sembrado con lagrimas ahora cosechan con gozo. Sin embargo, todo consuelo presente, aun el mejor, es un consuelo parcial, interrumpido, de poca duración. Pero los días de nuestro lloro terminarán pronto, y entonces Dios limpiará toda lágrima de nuestros ojos. Entonces, en el sentido más pleno, los que lloran, serán “consolados”.

  Los mansos son bienaventurados. Los mansos son los que se someten calladamente a Dios; los que pueden tolerar insultos; son callados o devuelven una respuesta blanda; los que, en su paciencia, conservan el dominio de sus almas, cuando escasamente tienen posesión de alguna otra cosa. Estos mansos son bienaventurados aun en este mundo. La mansedumbre fomenta la riqueza, el consuelo y la seguridad, aun en este mundo. La mansedumbre, en el hombre, es un estado de ánimo contrario al orgullo, y a un espíritu peleador y vengativo; más bien acepta la injuria y consiente en ser defraudado (1 Corintios 6:7); no se venga a sí mismo, antes da lugar a la ira (Romanos 12:19); es como aquel que siendo manso, “cuando le maldecían, no retornaba maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino remitía la causa al que juzga justamente” (1Pedro 2:23). “La tierra” que los mansos han de heredar puede interpretarse como un lugar específico, con una inmediata referencia a Canaán, como la tierra prometida, la plena posesión de la cual era para los santos del Antiguo Testamento la evidencia y manifestación del favor de Dios que descansaba sobre ellos, y el ideal de toda bienaventuranza real y permanente. Cuando se deleitan en el Señor, Él les da los deseos de su corazón; cuando le encomiendan su camino, Él los prospera, exhibe la justicia de ellos como la luz, y sus derechos como el medio día: lo poco que ellos tienen, aun después de haber sido despojados, es mejor que las riquezas de muchos impíos (Salmo 37). En resumen, todo es de ellos, al poseer ese don que es la vida, v esos derechos que les corresponden como hijos de Dios. Ya sea el mundo, o la vida, o la muerte, o lo presente, o lo porvenir; todo es de ellos (1Corintios 3:21-22); y, finalmente, al vencer heredan “todas las cosas” (Apocalipsis 21:7). De esta manera los mansos son los únicos legítimos ocupantes de un metro de tierra o de un mendrugo de pan aquí, y herederos de todo en lo futuro.

  Los que tienen hambre y sed de justicia son bienaventurados. La justicia está aquí puesta por todas las bendiciones espirituales. Estas son compradas para nosotros por la justicia de Cristo, confirmadas por la fidelidad de Dios. Nuestros deseos de bendiciones espirituales deben ser fervientes. Aunque todos los deseos de gracia no son gracia, sin embargo, un deseo como este es un deseo de los que son creados por Dios y Él no abandonará a la obra de Sus manos. Siendo el hambre y la sed los más agudos apetitos que tenemos, el Señor, empleando esta figura, describe a aquellos cuyos más profundos anhelos son las bendiciones espirituales. Y en el Antiguo Testamento hallamos este anhelo expresado de diversas maneras: “Oídme, los que seguís justicia, los que buscáis a Jehová” (Isaias 51:1); “Tu salud esperé, oh Jehová”, exclamó el moribundo Jacob (Genesis 49:18); “Quebrantada está mi alma de desear tus juicios en todo tiempo” (Salmos 119:20), dice el dulce salmista, y en expresiones similares en ese Salmo y en otros manifiesta sus ansias más profundas. El Señor usa este bendito estado de ánimo, representándolo como una prenda segura para obtener los bienes deseados, ya que es la mejor preparación y el mismo principio de los bienes. “Serán saturados”, no solamente poseerán lo que valoran tan altamente y tanto desean poseer, sino que serán hartos. Sin embargo, eso no ocurrirá en esta vida. Aun en el Antiguo Testamento este punto se entendía muy bien. El salmista, en un lenguaje que sin duda abarca más allá de la escena presente, dice: “Libra mi alma … de los hombres del mundo, cuya parte es en esta vida. Yo en justicia veré tu rostro; seré saciado cuando despertare a tu semejanza” (Salmos 17:13-15).
 Las anteriores bienaventuranzas, o sea las primeras cuatro, representan a los santos como conscientes de la necesidad de su salvación, y obrando de acuerdo con tal carácter, más bien que como poseedores de ella. Las siguientes tres son de una clase distinta, pues representan a los santos como habiendo hallado ya la salvación, y conduciéndose según el cambio operado en ellos.

  Los misericordiosos son bienaventurados. Debemos no sólo soportar nuestras aflicciones con paciencia, sino que debemos hacer todo lo que podamos por ayudar a los que estén pasando miserias, necesidades de algún tipo. Debemos tener compasión por las almas del prójimo, y ayudarles; compadecer a los que estén en pecado, y tratar de sacarlos como tizones fuera del fuego. Es hermosa la conexión entre esta bienaventuranza y las anteriores. La una tiene una tendencia natural de engendrar a la otra. En cuanto a las palabras, parecen ser tomadas directamente del Salmos 18:25 : “Con el misericordioso te mostrarás misericordioso”. Eso no quiere decir que nuestra misericordia absolutamente tenga que venir primero. Por el contrario, el Señor mismo expresamente nos enseña que el método usado por Dios consiste en despertar en nosotros compasión hacia nuestros semejantes, haciéndonos sentir su compasión hacia nosotros de una manera y medidas extraordinarias. En la parábola del siervo malvado, a quien su señor perdonó diez mil talentos, era natural que se esperase que él practicara una pequeña parte de la misma compasión de la cual él había sido objeto, y perdonara a su compañero una deuda de cien denarios. Y sólo cuando en vez de hacerlo lo puso en prisión sin misericordia, hasta que lo pagase todo, fué despertada la indignación de su señor, y el que había sido designado para vaso de misericordia, es tratado como vaso de ira.  Así que, si bien es cierto que el cristiano debe siempre mirar a la misericordia recibida como la fuente y motivo de la misericordia que él debe mostrar, de igual modo mira hacia adelante a la misericordia que necesita aún, y que tiene la certeza de que los misericordiosos la recibían como una nueva provocación hacia un abundante ejercicio de la misericordia. Los anticipos y comienzos de esta recompensa jurídica se experimentan abundantemente en lo que sigue; su perfección se reserva para aquel día, cuando, desde su gran trono blanco, el Rey dirá: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo: porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fuí huésped, y me recogisteis; desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; estuve en la cárcel, y vinisteis a mí.” Sí; de esa manera se comportó hacia nosotros cuando estaba en la tierra. Puso aun su vida por nosotros; y Éll no puede dejar de reconocer en los misericordiosos su propia imagen.


EL CARÁCTER DEL CRISTIANO NACIDO DE NUEVO


Mateo 5:3  Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
 4  Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.
 5  Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.
 6  Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
 7  Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
 8  Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.
 9  Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
 10  Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
 11  Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.
  12  Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.
 
 Makarios (μακάριος) bienaventurado. Se usa en las bienaventuranzas de Mateo 5  y de Lucas 6. De la raíz mak, que indica algo grande o de larga duración. Se trata de un adjetivo que denota felicidad, alguien muy bendecido, digno de ser congratulado. Es una palabra de gracia que expresa un regocijo y una satisfacción especiales, concedidos a la persona que experimenta la salvación. En las bienaventuranzas el Señor indica no solo los caracteres que reciben bendición, sino también la naturaleza de lo que es el mayor bien.

REFLEXIÓN:

Jesús empezó su sermón con palabras que aparentemente se contradecían. Pero la forma en que Dios quiere que vivamos muchas veces contradice la del mundo. Si quiere vivir para Dios debe estar dispuesto a decir y hacer lo que para el mundo parecerá raro. Deberá estar dispuesto a dar cuando otros desean quitar, amar cuando otros odian, ayudar cuando otros abusan. Al hacerlo, un día recibirá todo, mientras los otros terminarán sin nada.  
 En el Sermón del Monte, Jesús bosqueja los atributos primarios de la gente que recibe el Reino. Tenemos aquí la aplicación práctica de los principios, para los discípulos que escuchaban sentados, y para sus sucesores en todos los tiempos. El Señor, aunque comenzó declarando ciertos caracteres sin hacer referencia expresa a ninguno de sus oyentes, no cierra su exposición de las bienaventuranzas sin dar a entender que tales caracteres existían, y que allí estaban frente a él. Por lo tanto, de las características él pasa a las personas que las poseen, diciendo: “Bienaventurados sois cuando os vituperaren”, etc. Y ahora, continuando con su manera personal y directa de hablar a sus oyentes, sorprende a aquellos hombres humildes y desconocidos, declarándolos como los excelsos bienhechores de la especie humana.
Nueve referencias directas al «reino» aparecen en este sermón, y son: humildad, voluntad para sufrir persecución, atención sincera a los mandamientos de Dios, rechazo a sustituir falsa piedad por comportamiento genuinamente correcto, una vida de oración, dar prioridad a los valores espirituales sobre los valores materiales  y, por encima de todo, reconocer el señorío de Cristo obedeciendo la voluntad revelada de Dios.
Claramente, la autoridad que Cristo espera delegar a los suyos, está destinada a discípulos dispuestos a aceptar la renovación del alma y la conducta, así como a renacer mediante el perdón divino. Para estos, obviamente, el llamado a un vivir y un ministrar en el «reino» incluye la esperanza de que el fruto y los dones del Espíritu Santo se desarrollarán en el creyente. El mismo Espíritu que distribuye dones de poder para el servicio del reino, también trabaja en nosotros para producir cualidades reales de vida, amor y un carácter santo.
Multitudes numerosas seguían a Jesús; era el comentario del pueblo y todos querían verlo. Los discípulos, que eran personas bien cercanas a este hombre popular, se vieron tentados a sentirse importantes, orgullosos y a ser posesivos. Estar con Jesús les daba prestigio y una gran oportunidad para obtener riqueza.
La multitud estaba otra vez reunida, pero antes de dirigirse a ella, Jesús llamó a sus discípulos a un lado y les advirtió acerca de la tentación que enfrentarían como ayudantes suyos. No esperen fama y fortuna, les dijo Jesús, sino aflicción, hambre y persecución. Sin embargo, les aseguró que serían recompensados, aunque quizás no en esta vida. Habrá momentos en que seguir a Jesús traerá consigo gran popularidad. Si no vivimos tomando en cuenta las palabras de Jesús en este sermón, nos hallaremos usando el mensaje de Dios solo para promover nuestros intereses personales.

Estas Bienaventuranzas no pueden ser tomadas selectivamente. Uno no escoge lo que quiere y deja el resto, sino que deben tomarse como un todo. Describen lo que debemos ser como seguidores de Cristo.
Cada Bienaventuranza habla de cómo ser afortunado y feliz. Algunas versiones dicen felices o dichosos en vez de bienaventurados. Estas palabras no prometen carcajadas, placer ni prosperidad terrena. Jesús pone de cabeza el concepto terreno de la felicidad. Para Jesús, felicidad es esperanza y gozo, independientemente de las circunstancias externas. Para hallar esperanza y gozo, la forma más profunda de la felicidad, sigue a Jesús a cualquier costo. Cada bienaventuranza incluye una bendición, una descripción de quienes se consideran bendecidos, y una explicación de la bendición.  

Con el anuncio de Jesús de que el Reino se había acercado  naturalmente, la gente preguntaba: "¿Qué necesito hacer para ser parte del Reino de Dios?" Jesús dijo que en el Reino de Dios las cosas no son como en los reinos terrenales. Debían buscar beneficios y recompensas muy distintas de los que los fariseos y publicanos estaban buscando. Mucha gente busca felicidad pero esta fácilmente se desvanece. Muy pocos buscan el gozo de Dios que nunca se desvanece.

¿Son nuestras actitudes una copia del egoísmo, el orgullo y las ansias de poder del mundo, o reflejan el ideal al que Dios nos llamó?

  Jesús dijo que nos regocijáramos cuando somos perseguidos. La persecución puede ser provechosa porque: aparta nuestros ojos de las recompensas terrenas,  aleja a los creyentes superficiales,  fortalece la fe de los que permanecen, y  sirve como ejemplo a los que vendrán después de nosotros. Podemos ser confortados al saber que los grandes profetas de Dios sufrieron persecución (Elías, Jeremías, Daniel). La persecución demuestra nuestra fidelidad. Por ser fieles, en el futuro Dios nos premiará dejándonos entrar en su reino eterno, donde no hay más persecución.

Aquí nuestro Salvador da las características de la gente bienaventurada, o feliz, que para nosotros representan las gracias principales del cristiano:
  Los pobres en espíritu son bienaventurados. Los pobres en espíritu son los que reconocen su pobreza espiritual y, dejando a un lado toda autosuficiencia, buscan la gracia de Dios.Estos llevan sus mentes a su condición cuando es baja. Son humildes y pequeños según su propio criterio. Ven su necesidad, se duelen por su culpa y tienen sed de un Redentor. El reino de la gracia es de los tales; el reino de la gloria es para ellos. De modo que los pobres en espíritu se enriquecen con la plenitud de Cristo, que es el reino en sustancia; y cuando Él les diga desde su gran trono blanco: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros”, los invitará meramente al pleno goce de una herencia que ya poseían.