} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 04/01/2022 - 05/01/2022

sábado, 30 de abril de 2022

CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS Romanos 5; 12-14


Romanos 5; 12-14

 12  Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.

13  Pues antes de la ley, había pecado en el mundo; pero donde no hay ley, no se inculpa de pecado.

14  No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán, el cual es figura del que había de venir.       

 

              Romanos tiene varios “por lo tantos” estratégicamente ubicados. La pregunta interpretativa es definir a que se están refiriendo o relacionando. Ellos podrían ser una manera de referirse a todo el argumento que Pablo está haciendo. Ciertamente este “por lo tanto” se refiere a la historia de Génesis, y, probablemente nos regresa a Romanos 1:18-32.

  No hay pasaje en todo en Nuevo Testamento que haya tenido más influencia en la teología que éste; ni que sea más difícil de entender para la mentalidad moderna. Es difícil, porque Pablo se expresa con dificultad. Notamos, por ejemplo, que la primera frase no termina, sino que se interrumpe a mitad del camino mientras Pablo persigue otra idea por otra vía. Y además, es que Pablo está pensando y expresándose en términos que eran corrientes y claros para los judíos de su tiempo, pero no para nosotros.

Si hubiéramos de encerrar el pensamiento de este pasaje en una sola frase escogeríamos la que Pablo pone al principio e interrumpe después: " Por el pecado de Adán toda la raza humana quedó contaminada de pecado y separada de Dios; pero por la justicia de Jesucristo toda la humanidad adquiere la justicia y vuelve a estar en la debida relación con Dios.» De hecho, Pablo lo dijo mucho más claro en 1Corintios_15:21  : " Como vino la muerte por un hombre, también por un Hombre ha venido la Resurrección de los muertos. Porque si todos morimos por nuestra relación con Adán, también por nuestra relación con Cristo todos volvemos a la vida.»

Hay que tener en cuenta dos ideas judías básicas para entender este pasaje.

(i) Está la idea de la solidaridad. El judío no se consideraba a sí mismo individualmente, sino siempre como parte de una tribu, de una familia o nación, aparte de la cual no tenía una identidad real. Hoy en día también se dice que si se le pregunta a un aborigen australiano cómo se llama, responde con el nombre de su tribu o clan. No piensa en sí mismo como una persona, sino como un miembro de una sociedad. Uno de los ejemplos más claros de esta mentalidad se ve en la venganza de sangre en los pueblos primitivos. Supongamos que uno que es de una tribu mata a otro que es de otra. La de la víctima adquiere la responsabilidad de vengarse de la otra; es la tribu la que ha sufrido un daño, y por tanto es la que debe buscar satisfacción.

En el Antiguo Testamento tenemos un claro ejemplo de esto. Es el caso de Acán que se nos cuenta en Josué 7. En el asedio a Jericó, Acán se quedó con parte del botín, desobedeciendo lo que Dios había mandado, es decir, que todo se destruyera. En la siguiente campaña, estaban cercando a Ha¡, que parecía una empresa mucho más fácil, pero los ataques fracasaron desastrosamente. ¿Por qué? Porque Acán había pecado, ya toda la nación había contraído culpa y fue castigada por Dios. El pecado de Acán no era el de un individuo, sino el de toda la nación. Esta no era una suma de individuos, sino una masa indivisible. Lo que hacía uno de sus miembros lo hacía la nación. Cuando se descubrió el pecado de Acán, no fue ejecutado él solo, sino toda su familia; porque Acán no era un individuo aislado, sino parte de un pueblo del que no se le podía separar.

Así es como Pablo ve a Adán: no como un individuo, sino como el representante de toda la humanidad; y, como tal, su pecado fue el de todos los seres humanos.

Pablo dice que «todos los seres humanos contraemos el pecado de Adán» -literalmente «pecamos en Adán»-. Si hemos de llegar a comprender el pensamiento de Pablo tenemos que saber lo que quiere decir aquí, y que lo dice en serio. A lo largo de la historia del pensamiento cristiano se han hecho esfuerzos para interpretar de diferentes maneras la conexión entre el pecado de Adán y el de la humanidad.

(a) Se ha pensado que este pasaje quiere decir que «todo ser humano es su propio Adán.» Esto quiere decir que, como Adán pecó, todos hemos pecado; pero que entre el pecado de Adán y el de la humanidad no hay ninguna conexión real, más que, como si dijéramos, que el pecado de Adán es típico del de todos los seres humanos.

(b) Existe la que se ha llamado la interpretación legal. Esta supone que Adán era el representante de la humanidad, y que ésta participa de la obra de su representante. Pero un representante ha de ser escogido por las personas a las que representa; y eso no lo podemos decir de Adán.

(c) Existe la interpretación de que, lo que heredamos de Adán es la tendencia al pecado. Eso es cierto, sin duda; pero no es lo que Pablo quiere decir. No encajaría en absoluto en su razonamiento.

(d) A este pasaje hay que darle lo que se ha llamado la interpretación realista, es decir, que, a causa de la solidaridad de la raza humana, toda la humanidad pecó de hecho en Adán. Esto no era ninguna idea rara para un judío, sino lo que creían de hecho los pensadores judíos.  

(ii) La segunda idea básica está íntimamente relacionada con la primera en el razonamiento de Pablo: La muerte es la consecuencia directa del pecado. Los judíos creían que, si Adán no hubiera pecado, los seres humanos habríamos sido inmortales.   En el pensamiento judío, el pecado y la muerte están íntimamente relacionados. A eso es a lo que Pablo está llegando por el complicado y difícil camino de pensamiento de los versículos 12 al 14. Vamos a trazar sus etapas en una serie de ideas.

(a) Adán pecó porque quebrantó el mandamiento directo de Dios de no comer del fruto del árbol prohibido; y porque pecó, murió, aunque había sido creado inmortal.

(b) La Ley no llegó hasta el tiempo de Moisés. Ahora bien: si no hay ley, no puede haber transgresión de la ley; es decir, pecado. Por tanto, los seres humanos que vivieron entre Adán y Moisés cometieron de hecho acciones pecaminosas, pero no se los podía considerar pecadores, porque no existía la Ley.

(c) A pesar de que no se les podía atribuir pecado, sin embargo morían. Estaban sujetos al régimen de la muerte, aunque no se los podía acusar de haber quebrantado una ley que no existía.

(d) Entonces, ¿por qué morían? Era porque habían pecado en Adán. El estar implicados en el pecado les producía la muerte, aunque no había una ley que pudieran quebrantar. De hecho, esa es la prueba para Pablo de que toda la humanidad pecó en Adán.

Hemos resumido la esencia de una parte del pensamiento de Pablo. A causa de esta idea de la completa solidaridad de la humanidad, literalmente todos los seres humanos pecamos en Adán; y como la muerte es la consecuencia del pecado, ejerce su dominio sobre todos nosotros.

Pero esta misma concepción, que se puede usar para producir una visión desesperada de la situación humana, se puede usar también a la inversa para llenarla de un resplandor de gloria. En esta situación entra Jesús. Jesús Le ofreció a Dios la perfecta bondad. Y, exactamente de la misma manera que todos los seres humanos estuvieron implicados en el pecado de Adán, todos están implicados en la perfecta bondad de Jesús; y, de la misma manera que el pecado de Adán fue la causa de la muerte, la perfecta bondad de Jesús conquista la muerte y da a los humanos la vida eterna. El razonamiento triunfal de Pablo es que, como la humanidad estaba implicada en Adán y quedó por tanto condenada a muerte, así está ahora en Cristo, y queda absuelta para poder vivir. Así que, aunque ha venido la Ley y ha hecho el pecado mucho más terrible, la Gracia de Cristo sobrepuja la condenación que traía le Ley.

 

Ese es el razonamiento de Pablo, y es inapelable para la mentalidad judía. Contiene dos grandes verdades.

(i) La primera es la siguiente: Supongamos que asumimos el sentido literal de la historia de Adán: nuestra conexión con Adán es puramente física. No nos queda otra posibilidad; de la misma manera que no se le deja al niño escoger su padre. Pero, por otra parte, nuestra conexión con Cristo es voluntaria. La unión con Cristo es algo que uno puede aceptar o rechazar. Se trata de una conexión distinta en ambos casos. No se nos dio la opción de elegir o no nuestra relación con Adán, en cuya naturaleza hemos recibido una herencia con muchas cosas buenas, pero también con una mala: nuestra condición de pecadores, y la paga del pecado, que es la muerte. Para darnos una salida victoriosa a una vida abundante y de renovada relación con Dios, Cristo vino al mundo y murió por nosotros. Si bien esta relación es optativa y no impuesta como la que tenemos con Adán, la invitación a aceptar el Evangelio debe llegar a toda la raza humana. Esta es la misión de la Iglesia.

(ii) La segunda es la siguiente: Pablo conserva la verdad de que la humanidad está sumida en una situación de la que no puede escapar; el pecado tiene al ser humano en su poder, y no hay esperanza. Jesucristo entra en esta situación trayendo algo que corta el nudo gordiano que existía. Por lo que Él hizo, por Quien Él es y por lo que El da, permite al hombre salir de una situación en la que se encontraba desesperadamente dominado por el pecado. Sea lo que sea lo que digamos del razonamiento de Pablo, es absolutamente cierto que el pecado ha sumido al hombre en la ruina, y que Cristo le rescata.

jueves, 21 de abril de 2022

LA VIDA DE ELÍAS V


Apártate de aquí, y vuélvete al oriente, y escóndete en el arroyo de Querit, que está delante del Jordán; y beberás del arroyo; y Yo he mandado a los cuervos que te den allí de comer” (I Reyes 17:3,4).


        Debemos fijarnos bien en el orden; primero el mandato divino, y luego la preciosa promesa. Elías habla de cumplir el mandamiento divino para poder ser alimentado sobrenaturalmente. La mayoría de las promesas de Dios son condicionadas. ¿No explica esto la razón de que muchos de nosotros no saquemos ningún bien de Elías, al dejar de cumplir las estipulaciones? Dios nunca premia la incredulidad ni la desobediencia. Nosotros somos nuestros peores enemigos, y nos perdemos mucho por nuestra perversidad. En el anterior estudio procuramos mostrar que el arreglo que Dios hizo mostraba su gran soberanía, su poder omnisuficiente, y su bendita sabiduría; y cómo demandaba la sumisión y la fe del profeta. Llegamos ahora a la secuela de aquel hecho. "Y él fue, e hizo conforme a la palabra de Jehová; pues se fue y asentó junto al arroyo de Querit, que está antes del Jordán” (1Reyes 17;5). El requerimiento de Dios, no sólo proporcionaba a Elías una prueba real de su sumisión y su fe, sino que era también una demanda severa a su humildad. Si su orgullo hubiera prevalecido, hubiera dicho: “¿Por qué he de seguir tal línea de conducta? Actuaría como un cobarde si me 'escondiera'. No tengo miedo a Acab, y por lo tanto no me recluiré”. ¡Ah, lector!; algunos de los mandamientos de Dios son verdaderamente humillantes para la carne y la sangre soberbias. Los discípulos no debieron de pensar que lo que Cristo les mandaba era seguir una política muy valiente, cuando les dijo: "Mas cuando os persiguieren en esta ciudad, huid a la otra” (Mateo 10:23); sin embargo, tales eran sus órdenes, y debían obedecerle. Y, ¿por qué ha de objetar el siervo al mandamiento de "esconderse” cuando leemos del Señor que "Tomaron entonces piedras para arrojárselas; pero Jesús se escondió y salió del templo; y atravesando por en medio de ellos, se fue. "? (Juan 8:59). Sí, É1 nos ha dejado ejemplo en todas las cosas. Además, el cumplimiento del mandato divino representaba una carga para el aspecto social de la naturaleza de Elías. Pocos hay que puedan soportar la soledad; en verdad, para la mayoría de las personas, ser separado de sus semejantes, seria dura prueba. Los inconversos no pueden vivir sin compañía; la convivencia con los que piensan como ellos les es necesaria para acallar sus conciencias inquietas, y desterrar sus pensamientos onerosos. Y, ¿es muy distinto el caso de la inmensa mayoría de los que profesan ser cristianos? La promesa: "He aquí, yo estoy con vosotros todos los días”, encierra poco significado para la mayoría de nosotros. ¡Qué diferente era el contentamiento, el gozo y el servicio de Bunyan en la cárcel, o de Madame Guyon en su confinamiento solitario! Elías podía verse separado de sus semejantes, pero no del Señor. "Y él fue, e hizo conforme a la palabra de Jehová”. El profeta cumplió el mandato de Dios sin duda ni dilación. La suya era una bendita sujeción a la voluntad divina: estaba preparado tanto a llevar al rey el mensaje de Jehová como a depender de los cuervos. El tisbita cumplió el precepto con prontitud, sin importarle lo poco razonable que pudiera parecer, o lo desagradables que fueran las perspectivas. Qué diferente fue el caso de Jonás, que huyó para no cumplir la palabra del Señor; sí, y cuán diferentes las consecuencias también: ¡el uno encarcelado durante tres días y tres noches en el vientre de la ballena; el otro, al final, arrebatado al cielo sin pasar por los portales de la muerte! Los siervos de Dios no son todos iguales en fe, ni obediencia, ni fruto. Ojalá todos fuésemos tan prontos a obedecer la Palabra del Señor como Elías. "Y él fue, e hizo conforme a la palabra de Jehová”. El profeta no se retrasó en el cumplimiento de las directrices divinas ni dudó de que Dios supliera todas sus necesidades. Bienaventurados somos cuando le obedecemos en circunstancias difíciles, y confiamos en Él en la oscuridad que nos asedia. Pero, ¿por qué no habríamos de poner confianza implícita en Dios y depender en su palabra de promesa? ¿Hay algo demasiado difícil para el Señor? ¿Ha faltado jamás a su palabra de promesa? Así, pues, no abriguemos recelo incrédulo alguno en cuanto a su futuro cuidado. Los cielos y la tierra pasarán, pero jamás sus promesas. El proceder de Dios para con Elías ha quedado registrado para nuestra instrucción; ojalá hable a nuestros corazones de manera que reprenda nuestra desconfianza impía y nos lleve a clamar sinceramente: “Señor, auméntanos la fe”. El Dios de Elías vive todavía, y jamás abandona al que confía en su fidelidad. "Y él fue, e hizo conforme a la palabra de Jehová”. Elías, no sólo predicó la Palabra de Dios, sino que además hizo lo que le mandaba. Esta es la urgente necesidad de nuestros días. Se habla muchísimo de los preceptos divinos, pero se camina muy poco de acuerdo con ellos. En el reino religioso hay mucha actividad, pero, demasiado a menudo, ésta está desautorizada por los estatutos divinos, y en muchas ocasiones es contraria a los mismos. "Mas sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Santiago 1:22), es el requisito cierto de Aquél al cual hemos de dar cuentas. El obedecer es mejor que los sacrificios; y el prestar atención que el sebo de los carneros. “Hijitos, no- os engañe ninguno: el que hace justicia, es justo” (I Juan 3:7). Cuántos se engañan en este punto; parlotean de la justicia, pero dejan de practicarla. "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos; mas el que hiciere la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21).

“Y los cuervos le traían pan y carne por la mañana, y pan y carne a la tarde; y bebía del arroyo” (1 Reyes 17; 6). ¡Cómo probaba esto que “Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió.”! (Hebreos 10:23). La naturaleza entera cambiará su camino antes de que una sola de sus promesas falte. Qué consuelo para el corazón que confía: lo que Dios ha prometido, ciertamente lo hará. Cuán inexcusable es nuestra incredulidad, cuán indeciblemente impías nuestras dudas. Cuánta de nuestra desconfianza es consecuencia de que las promesas divinas no están suficientemente definidas en nuestras mentes. ¿Meditamos como debiéramos en las promesas del Señor? Si estuviésemos más con É1 "Vuelve ahora en amistad con él, y tendrás paz; Y por ello te vendrá bien.” (Job 22:21), si “A Jehová he puesto siempre delante de mí;  Porque está a mi diestra, no seré conmovido. " más definidamente delante de nosotros (Salmo 16:8), ¿no tendrían sus promesas mucho más peso y poder para nosotros? “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús" (Filipenses 4:19). Es infructuoso preguntar cómo. El Señor tiene diez mil maneras de cumplir su palabra.

Alguien que lea este párrafo puede que viva precariamente, sin reservas financieras, sin provisiones; quizá sin saber de dónde vendrá la próxima comida. Pero, si eres un hijo de Dios, Él no te dejará; y si confías en É1, no te verás defraudado. De una manera u otra, “el Señor proveerá”. "Temed a Jehová, vosotros sus santos; porque no hay falta para los que le temen. Los leoncillos necesitaron, y tuvieron hambre; pero los que buscan a Jehová, no tendrán falta de ningún bien” (Salmo 34:9,10); “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas (comida y vestido) os serán añadidas” (Mateo 6:33). Estas promesas están dirigidas a nosotros, para alentarnos a unirnos a Dios y hacer su voluntad.

"Y los cuervos le traían pan y carne por la mañana, y pan y carne a la tarde.” Si el Señor lo hubiera querido, podía haberle alimentado por medio de los Ángeles, y no de los cuervos, Había entonces en Israel un hombre hospitalario llamado Abdías que sustentaba en secreto a cien profetas de Dios en una cueva. Además, habìa siete mil israelitas fieles que no hablan doblado sus rodillas ante Baal, cualquiera de los cuales se habría sentido sin duda grandemente honrado de haber sustentado a alguien tan eminente como Elías. Pero Dios prefirió hacer uso de las aves del cielo. ¿Por qué? ¿No fue acaso para darnos, a Elías y a nosotros, una prueba señalada de su dominio absoluto sobre todas las criaturas, y por ende de que Él es digno de toda nuestra confianza, aun en la más grave necesidad? Y lo más sorprendente es que Elías fuera alimentado mejor que los profetas que Abdías sustentaba, ya que éstos tenían sólo "pan y agua” Porque cuando Jezabel destruía a los profetas de Jehová, Abdías tomó a cien profetas y los escondió de cincuenta en cincuenta en cuevas, y los sustentó con pan y agua (1Reyes 18:4), mientras que Elías tenía también carne. Aunque Dios no emplee cuervos reales al ministrar a sus siervos necesitados de hoy, a menudo obra de manera igualmente definida y maravillosa ordenando al egoísta, al avariento, al de corazón duro y al inmoral para la asistencia de los suyos. Él puede hacerlo, y a menudo los induce, en contra de su disposición natural y sus hábitos míseros, a comportarse benigna y liberalmente en el ministerio de nuestras necesidades. Él tiene en su mano los corazones de todos los hombres, y a todo lo que quiere los inclina (Proverbios 21:1). ¡Gracias sean dadas al Señor por enviar su provisión por medio de tales instrumentos! No dudo de que un buen número de los lectores podrían dar un testimonio similar al del que esto escribe, cuando dice: Cuán a menudo, en el pasado, Dios proveyó a nuestras necesidades de la manera más inesperada; nos hubiera sorprendido menos que los cuervos nos trajeran comida,' que el recibirla de los que nos la concedieron. "Y los cuervos le traían pan y carne por la mañana, y pan y carne a la tarde.” Fijémonos que no se mencionan vegetales, ni frutas, ni dulces. No habla bocados exquisitos, sino simplemente lo necesario. “Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto.” (1Timoteo 6:8). Mas  ¿lo estmos? Cuán poco de este contentamiento santo se observa, incluso entre el pueblo del Señor. Cuántos ponen el corazón en las cosas de las cuales los que son sin Dios hacen ídolos. ¿Por qué están descontentos los jóvenes con el nivel de vida que bastó a sus padres? Para seguir a Aquél que no tenía donde reclinar la cabeza, debemos negarnos a nosotros mismos. "Y bebía del arroyo” (1Reyes 17; 6).

No pasemos por alto esta cláusula, ya que en la Escritura no hay ni un solo detalle sin importancia. El agua del arroyo era una verdadera provisión de Dios, tanto como lo eran el pan y la carne que traían los cuervos. El Espíritu Santo, sin duda, ha registrado este detalle con el propósito de enseñarnos que las mercedes comunes de la providencia (como las llamamos nosotros) son, también, un don de Dios. Si se nos ha suministrado aquello que nuestros cuerpos necesitan, a Dios le debemos la gratitud y el reconocimiento. Y, sin embargo, cuántos hay, aun entre los que profesan ser cristianos, que se sientan a la mesa sin pedir la bendición de Dios, y se levantan sin darle gracias por lo que han comido. También en esto Cristo nos ha dejado ejemplo, pues cuando alimentó a la multitud, se nos dice que tomó Jesús aquellos panes, y habiendo dado gracias, repartió a los discípulos" (Juan 6:11). Así pues, no dejemos de hacer lo mismo. 'Pasados algunos días, secóse el arroyo; porque no habla llovido sobre la tierra” (1 Reyes 17; 7). Por la expresión “pasados algunos días”, algunos comentaristas entienden “pasado un año", que es con frecuencia el sentido de esta frase en la Escritura. Sea como fuere, después de un intervalo de cierta duración, el arroyo se secó.   Con toda probabilidad se trataba de un torrente del monte que descendía por un barranco. Recibía el agua por medio de la naturaleza o providencia ordinaria, pero ahora, el curso de la naturaleza estaba alterado. El propósito de Dios estaba cumplido, y habla llegado la hora de que el profeta partiese hacia otro escondite. Que el arroyo se secase era un poderoso recordatorio para Elías de la naturaleza transitoria de todo lo mundano. "La apariencia de este mundo se pasa” (I Corintios 7:31), y por tanto, "no tenemos aquí ciudad permanente” (Hebreos 13:14).

 Todas las cosas terrenas están marcadas con el sello del cambio y la decadencia.: nada hay estable bajo el sol. Por ello, deberíamos estar preparados para los cambios repentinos en nuestras circunstancias. Como hasta entonces, los cuervos seguían llevando al profeta carne y pan para comer cada mañana y cada tarde, mas no podía subsistir sin agua. Pero, ¿por qué no había de proveer Dios del agua de modo milagroso, como hacía con la comida? Con toda seguridad, podía hacerlo. “Y teniendo gran sed, clamó luego a Jehová, y dijo: Tú has dado esta grande salvación por mano de tu siervo; ¿y moriré yo ahora de sed, y caeré en mano de los incircuncisos? Entonces abrió Dios la cuenca que hay en Lehi; y salió de allí agua, y él bebió, y recobró su espíritu, y se reanimó. Por esto llamó el nombre de aquel lugar, En-hacore, el cual está en Lehi, hasta hoy” (Jueces 15:18,19). Sí, pero el Señor no está limitado a ningún método, sino que tiene varias maneras de producir los mismos resultados. A veces Dios obra de un modo, y a veces de otro; usa este medio hoy, y ese otro mañana, para llevar a cabo su consejo. Dios es soberano y no obra de acuerdo con una regla: repetida. Siempre obra según su buena voluntad, y lo hace así para desplegar su absoluta suficiencia, para exhibir su sabiduría múltiple, y para demostrar la grandeza de su poder. Dios no está atado, y si cierra una puerta puede fácilmente abrir otra. “Secóse el arroyo”. Querit no brotaría para siempre; no, ni siquiera para el profeta. El mismo Elías había de sentir lo terrible del azote que habla anunciado.

Mi querido lector, no es cosa extraña que Dios permita que sus hijos amados sean envueltos en las calamidades comunes de los ofensores. Es verdad que Él hace diferencia en el uso y en los resultados de las heridas, pero no en el infligirlas. Vivimos en un mundo que está bajo la maldición del Dios Santo, y por tanto, “el hombre nace para la aflicción”. Tampoco hay manera de escapar de la aflicción mientras estemos aquí. El propio pueblo de Dios, aunque es objeto de amor eterno, no está exento, porque "muchos son los males del justo”. ¿Por qué? Por varias razones y con varios designios: uno de ellos es enajenar nuestros corazones de las cosas de abajo, y hacer que pongamos nuestros afectos en las de arriba. “Secóse el arroyo”. Según las apariencias externas, para la razón carnal parecería un verdadero infortunio, una verdadera calamidad. Tratemos de evocar a Elías allí, en Querit. La sequía era general, el hambre extendida por todo el país; y ahora, su propio arroyo se secaba. El agua disminuyó gradualmente hasta que pronto no había más que un goteo, y más tarde cesó por completo. ¿Se llenó paulatinamente de ansía y melancolía? ¿Dijo: Qué haré? ¿Debo permanecer aquí y perecer? ¿Me ha olvidado Dios? ¿Di un mal paso, a fin de cuentas, al venir aquí? Todo dependía de lo firmemente que su fe siguiera ejercitándose. Si su fe estaba en acción, admiró la bondad de Dios al hacer que el suministro de agua durara tanto tiempo. Cuánto mejor para nuestras almas si, en vez de lamentar nuestras pérdidas, alabáramos a Dios por concedernos sus mercedes por tanto tiempo, especialmente si recordamos que nos son prestadas, y que no merecemos ninguna de ellas. Aunque morara en el lugar designado por Dios, Elías no estaba exento de aquellos profundos ejercicios del alma que son siempre la disciplina necesaria para la vida de fe. Es verdad que, obedeciendo el mandamiento divino, los cuervos le habían visitado diariamente trayéndole comida mañana y tarde, y que el arroyo había seguido su tranquilo discurrir. Pero la fe había de ser probada y desarrollada. El siervo de Dios no puede dormirse sobre los laureles, sino que ha de pasar de clase en clase en la escuela del Señor; y después de haber aprendido (por la gracia) las difíciles lecciones de una, ha de avanzar y dominar otras todavía más difíciles. Quizá algún lector ha de enfrentarse con el arroyo cada vez más seco de la popularidad, de la salud que se desvanece, de los negocios que disminuyen, de la amistad que se marchita. Ah, amigo, un arroyo que se seca es un verdadero problema. ¿Por qué permite Dios que se seque el arroyo? Para enseñarnos a confiar en Él, y no en sus dones. Por regla general, Él no provee a su pueblo por mucho tiempo de la misma manera y por los mismos medios, no sea que confíe en éstos, y espere recibir ayuda de los mismos. Tarde o temprano Dios muestra cuánto dependemos de Él aun para recibir las mercedes cotidianas. Pero el corazón del profeta había de ser puesto a prueba, para ver si su confianza estribaba en Querit o en el Dios viviente. Así es en su trato con nosotros. Cuán a menudo creemos que confiamos en el Señor, cuando, en realidad, descansamos en circunstancias cómodas; y cuando se vuelven incómodas, ¿cuánta fe tenemos?

miércoles, 20 de abril de 2022

CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS Romanos 5; 6-11

 

 

Romanos 5; 6-11

  6  Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos.

 7  Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno.

 8  Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.

 9  Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira.

 10  Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida.

 11  Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación.  

 

         El hecho de que Jesucristo muriera por nosotros es la prueba definitiva del amor de Dios. Ya sería bastante difícil encontrar a alguien que estuviera dispuesto a morir por un justo; sería remotamente posible convencer a alguien para que muriera por alguna idea grande y buena; y alguien podría tener el amor necesario para dar su vida por un amigo. Pero lo inmensamente maravilloso del amor de Jesucristo es que murió por nosotros cuando no éramos más que pecadores enemistados con Dios. Ningún amor puede llegar más lejos.

Esto es toda una parábola. No fue por buenas personas por las que murió Cristo, sino por pecadores; no eran amigos de Dios, sino gente que estaba enemistada con Él.

Pablo da otro paso adelante. Gracias a Jesús ha cambiado nuestro status con Dios. Aunque éramos pecadores, Jesús nos puso en la debida relación con Dios. Pero eso no es todo. No sólo había que cambiar nuestro status; también había que cambiar nuestro estado. Un pecador salvado no puede seguir siendo pecador; tiene que santificarse diariamente. La muerte de Cristo cambió nuestro status; su vida de Resurrección cambia nuestro estado. Jesús no está muerto, sino vivo; está siempre con nosotros para ayudarnos y guiarnos, para llenarnos de Su fuerza para que venzamos la tentación, para vestirnos con algo de su gloria. Jesús empieza por poner a los pecadores en la debida relación con Dios aun cuando son pecadores; y continúa, por su Gracia, capacitándolos para que abandonen el pecado y sean personas nuevas y buenas.   Esto abre una nueva visión del tema, o es un nuevo argumento para mostrar que nuestra esperanza no avergonzará, o no nos defraudará. El primer argumento que había dicho en el versículo anterior, que el Espíritu Santo nos fue dado. La siguiente, que ahora afirma, es que Dios había dado la más amplia prueba de que nos salvaría al darnos a su Hijo cuando éramos pecadores; y que el que había hecho tanto por nosotros cuando éramos enemigos, no nos fallará ahora cuando seamos sus amigos. Ha realizado la parte más difícil de la obra al reconciliarnos cuando éramos enemigos; y no nos abandonará ahora, sino que llevará adelante y completará lo que ha comenzado.

Todavía no teníamos fuerzas: la palabra que se usa aquí ἀσθενῶν asthenōn generalmente se aplica a aquellos que están enfermos y débiles, privados de fuerza por la enfermedad. Pero también se usa en un sentido moral, para denotar incapacidad o debilidad con respecto a cualquier empresa o deber. Aquí quiere decir que estábamos sin fuerzas “en cuanto al caso que estaba considerando el apóstol”; es decir, no teníamos poder para idear un esquema de justificación, para hacer una expiación, o para apartar la ira de Dios, etc. Mientras que toda esperanza de que el hombre se salvara por cualquier plan propio fue así eliminada; mientras yacía así expuesto a la justicia divina, y dependiente de la mera misericordia de Dios; Dios proveyó un plan que resolvió el caso y aseguró su salvación. El comentario del apóstol aquí se refiere únicamente a la condición de la raza antes de que se haga una expiación.

Todos los experimentos habían fallado en salvar a la gente. Durante cuatro mil años el juicio se había hecho bajo la Ley entre los judíos: y con la ayuda de la razón más ilustrada en Grecia y Roma; y aun así fue en vano. No se había ideado ningún plan para hacer frente a las enfermedades del mundo y para salvar a la gente de la muerte. Era entonces el momento de que se presentara a la gente un plan mejor.

Hay términos técnicos para estas cosas. El cambio de nuestro status es la justificación; ahí es donde empieza todo el proceso de la Salvación. El cambio de nuestro estado es la santificación; así prosigue el proceso de nuestra Salvación, que no termina hasta que Le veamos cara a cara y seamos como Él.

Hay que notar aquí una cosa de gran importancia. Pablo está seguro de que todo el proceso salvífico, la venida de Cristo y su muerte, son una prueba del amor de Dios. A veces se presenta esta verdad como si por una parte estuviera un Dios airado y vengativo, y por otra un Cristo compasivo y amoroso; y como si Cristo hubiera hecho algo que obligó a Dios a cambiar de actitud. ¡Nada podría estar más lejos de la verdad! Nuestra Salvación tiene su origen y realización en el amor de Dios. Jesús no vino a cambiar Su actitud hacia los hombres, sino a mostrarles a éstos cómo es y ha sido siempre Dios. Vino para demostrar, sin lugar a dudas, que Dios es amor. Ahora sentimos que Dios está reconciliado con nosotros, y nosotros estamos reconciliados con él: la enemistad se ha quitado de nuestras almas; y Él, por Cristo, por quien hemos recibido la expiación, la reconciliación, ha remitido la ira, el castigo que merecíamos: y ahora, por esta reconciliación, esperamos una gloria eterna.

martes, 19 de abril de 2022

CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS Romanos 5; 1-5

  

Romanos 5; 1-5

 1    Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo;

 2  por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.

 3  Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia;

 4  y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza;

 5  y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.

 

 

         Aquí tenemos uno de esos grandes pasajes de Pablo, en el que canta el íntimo gozo de su confianza en Dios. El apóstol da por sentado que ha probado que la justificación es por la fe, y que los gentiles tienen el mismo derecho que los judíos a la salvación por la fe. Y ahora procede a mostrar los efectos producidos en los corazones de los gentiles creyentes por esta doctrina. Somos justificados: todos nuestros pecados son perdonados por la fe, como causa instrumental; porque, siendo pecadores, no tenemos obras de justicia que podamos defender.

Tenemos paz con Dios - Antes, siendo pecadores, estábamos en un estado de enemistad con Dios, lo cual fue suficientemente probado por nuestra rebelión contra su autoridad, y nuestra transgresión de sus leyes; pero ahora, estando reconciliados, tenemos paz con Dios. Antes, mientras estábamos bajo un sentimiento de culpa del pecado, no teníamos nada más que terror y consternación en nuestras propias conciencias; ahora, habiendo sido perdonados nuestros pecados, tenemos paz en nuestros corazones, sintiendo que toda nuestra culpa ha sido quitada. La paz es generalmente las primicias de nuestra justificación. Por nuestro Señor Jesucristo, siendo su pasión y muerte la única causa de nuestra reconciliación con Dios.

Algunos han llegado a pensar en Dios, no como el Bien supremo, sino como el mal supremo. Antonio Machado escribió en su poema El dios ibero:

«¡Señor, por Quien arranco el pan con pena, sé tú poder, conozco mi cadena! ¡Oh dueño de la nube del estío que la campiña arrasa, del seco otoño, del helar tardío, y del bochorno que la mies abrasa!»

Algunos han considerado a Dios como el supremo forastero, el totalmente inalcanzable. En uno de los libros de H. G. Wells se encuentra la historia de un hombre de negocios que tenía la mente tan tensa que estaba al borde de la locura. Su médico le dijo que lo único que podía salvarle era encontrar la paz que da la relación con Dios. «¡Qué! -dijo el hombre- ¿Pensar en Ése, allá arriba, en relación conmigo? ¡Más fácil me parecería refrescarme el gaznate con la Vía Láctea, o chocar los cinco con las estrellas!» Para él Dios era totalmente inasequible. Rosita Forbes, la viajera, cuenta que se refugió en el templo de un pueblo chino porque no tenía otro lugar. En medio de la noche se despertó y vio, a la luz de la luna que entraba de refilón por las ventanillas, los rostros de las imágenes de los dioses, en los cuales no había más que gestos despectivos, burlones y sarcásticos hacia los humanos, como si los odiaran.

Sólo cuando nos damos cuenta de que Dios es el Padre de nuestro Señor Jesucristo entra en nuestra vida esa intimidad con Él, esa nueva relación que Pablo llama justificación. No solo estamos en deuda con nuestro Señor Jesucristo por el perdón gratuito y completo que hemos recibido, sino que nuestra continuación en un estado justificado depende de su influencia de gracia en nuestros corazones y de su intercesión ante el trono de Dios.

Fue solo a través de Cristo que pudimos acercarnos a Dios al principio; y es sólo a través de él que el privilegio continúa para nosotros. Y este acceso a Dios, o introducción a la presencia divina, debe considerarse como un privilegio duradero. No somos llevados a Dios con el propósito de una entrevista, sino para permanecer con él; ser su hogar; y, por la fe, contemplar su rostro y andar a la luz de su rostro.

Por medio de Jesús, dice Pablo, tenemos acceso a esta Gracia en la que nos sentimos seguros. La palabra que usa para acceso es prosagógué. Es una palabra que sugiere dos imágenes:

  Es la palabra corriente para introducir a una persona a la presencia de la realeza; y es también la palabra que se usa para el adorador que se acerca a Dios. Es como si Pablo dijera:

«Habiendo sido perdonados nuestros pecados y adoptadas nuestras almas en la familia celestial, somos hechos herederos; porque si hijos, también herederos, Galatas_4:7; y esa gloria de Dios se ha convertido ahora en nuestra herencia sin fin. Mientras los judíos se jactan de sus privilegios externos - que tienen el templo de Dios entre ellos; que sus sacerdotes tienen una entrada a Dios como sus representantes, llevando ante el propiciatorio la sangre de sus víctimas ofrecidas; nosotros nos regocijamos de ser introducidos por Jesucristo a la presencia divina; su sangre fue derramada y rociada con este propósito; y así tenemos, espiritual y esencialmente, todo lo que significaban estos ritos judíos, etc. Estamos en la paz de Dios, y somos felices en el disfrute de esa paz, y tenemos un anticipo bendito de la gloria eterna. Así tenemos el cielo sobre la tierra, y las inefables glorias de Dios en perspectiva.

  Pero prosagógué nos presenta otra escena. En el griego posterior es la palabra para el lugar donde atracan los barcos, puerto o muelle. Si la tomamos en este sentido, quiere decir que mientras tratemos de depender de nuestros propios esfuerzos nos encontramos a merced de las tempestades, como los marineros que luchan con un mar que amenaza tragárselos irremisiblemente; pero ahora que hemos oído y creído la Palabra de Cristo, hemos llegado por fin al puerto de la Gracia de Dios, y conocemos la calma que viene de depender, no de lo que podemos hacer por nosotros mismos, sino de lo que Dios ha hecho por nosotros.

Gracias a Jesús tenemos entrada a la presencia del Rey de reyes y al puerto de la Gracia de Dios.

Cuando Pablo acaba de decir esto, se le presenta la otra cara de la moneda. Todo esto es cierto, y es la misma gloria; pero sigue sucediendo que en esta vida los cristianos lo tenemos muy difícil. Era difícil ser cristiano en Roma.  Al recordarlo, Pablo presenta un gran clímax: "La oposición dice- produce entereza.» La palabra que usa para oposición es thlipsis, que quiere decir literalmente opresión. Hay un montón de cosas que pueden oprimir a un cristiano: necesidades, estrecheces, dolor, persecución, rechazamiento y soledad. Todo lo que oprime, dice Pablo, produce entereza. La palabra que usa para entereza es hypomoné, que quiere decir más que aguante: es el espíritu que puede vencer al mundo, que no se limita a resistir pasivamente, sino que vence activamente las pruebas y tribulaciones de la vida. Produce el efecto de las aflicciones en la mente de los cristianos es hacerlos pacientes. Los pecadores están irritados y preocupados por ellos; se quejan y se vuelven cada vez más obstinados y rebeldes. No tienen fuentes de consuelo; consideran a Dios un amo duro; y se vuelven irritables y rebeldes en proporción justa a la profundidad y continuación de sus pruebas. Pero en la mente de un cristiano, que considera la mano de su Padre en ello; que ve que no merece misericordia; que tiene confianza en la sabiduría y bondad de Dios; que siente que es necesario por su propio bien ser afligido; y que experimenta su feliz, subyugante y suave efecto al refrenar sus pasiones pecaminosas, y al apartarlo del mundo, el efecto es producir paciencia. En consecuencia, por lo general se encontrará que aquellos cristianos que son más largos y más severamente afligidos son los más pacientes. Año tras año de sufrimiento produce mayor paz y tranquilidad en el alma; y al final de su curso el cristiano está más dispuesto a ser afligido, y lleva sus aflicciones con más calma que al principio. El que en la tierra estaba más afligido era el más paciente de todos los que sufrían; y no menos paciente cuando fue “llevado como cordero al matadero”, que cuando experimentó la primera prueba en su gran obra.

Cuando Beethoven se vio amenazado por la sordera, lo más terrible que le puede suceder a un músico, dijo: «Cogeré a la vida por el cuello.» Eso es hypomoné. Cuando Walter Scott estaba en la ruina por la bancarrota de sus editores, dijo: «Nadie va a decir que soy un pobre hombre. Pagaré la deuda con mi propia mano.» Eso es hypomoné. Alguien le dijo a una noble alma que estaba pasando un gran dolor: "El dolor le da color a la vida, ¿no?» Y respondió: "¡Sí! ¡Pero yo escojo el color!» Eso es hypomoné. Cuando Henley yacía en la enfermería de Edimburgo con una pierna amputada y con la otra en peligro de serlo, escribió Invictus:

En medio de las nieblas que me cubren, como un pozo de polo a polo negras, doy gracias por mi alma inconquistable.

Eso es hypomoné. Hypomoné no es un espíritu que se tumba y deja que la riada le pase por encima, sino el espíritu que apechuga con la adversidad y la vence.

Y la paciencia, la experiencia. El aguante paciente de la prueba produce experiencia. La palabra traducida como “experiencia” (δοκιμήν dokimēn) significa ensayo, prueba o examen completo mediante el cual determinamos la calidad o naturaleza de una cosa, como cuando probamos un metal con fuego, o de cualquier otra manera, para asegurarnos de que es genuino También significa aprobaciones, o el resultado de tal prueba; el ser aprobado y aceptado como efecto de un proceso de prueba. El significado es que las aflicciones prolongadas que se soportan pacientemente muestran al cristiano lo que es; prueban su fe y prueban que es genuina. Las aflicciones se envían a menudo con este propósito, y la paciencia en medio de ellas muestra que la fe que puede sostenerlas es de Dios.

Y la experiencia, esperanza - El resultado de tan larga prueba es producir esperanza. Muestran que la fe es genuina; que es de Dios; y no sólo eso, sino que dirigen la mente hacia otro mundo; y sostenga el alma con la perspectiva de una gloriosa inmortalidad allí. Los varios pasos y etapas de los beneficios de las aflicciones están bellamente delineados por el apóstol de una manera que concuerda con la experiencia de todos los hijos de Dios.

sábado, 16 de abril de 2022

LA VIDA DE ELÍAS IV

 

 

"Y fue a él palabra de Jehová, diciendo: Apártate de aquí, y vuélvete al oriente, y escóndete en el arroyo de Querit, que está delante del Jordán (I Reyes 17:2,3).

   Como indicábamos en el último estudio, no era meramente para proveer a Elías de un refugio seguro que le protegiera de la ira de Acab y Jezabel que Jehová dio esta orden al profeta, sino para hacer patente Su desatención contra Su pueblo apóstata: la desaparición del profeta de la vida pública era un juicio adicional contra la nación. No podemos dejar de indicar la analogía trágica que prevalece en mayor o menor grado en la Cristiandad. Durante las últimas dos, tres, cuatro décadas Dios ha apartado por la muerte a algunos de sus siervos fieles; y, no sólo no los ha reemplazado por otros, sino que de los que quedan cada día aumenta el número de los que Él aísla. Fue para gloria de Dios y para bien del profeta que el Señor le dijo: "Apártate de aquí... escóndete”. Fue un llamamiento a la separación. Acab era un apóstata, y su consorte una pagana. La idolatría abundaba por todas partes. El hombre de Dios no podía simpatizar ni tener comunión con tal horrible situación. El aislarnos del mal nos es absolutamente indispensable si queremos guardarnos "sin mancha de este mundo” (Santiago 1:27); no sólo separación de la impiedad secular, sino también de la corrupción religiosa. "No comuniquéis con las obras infructuosas de las tinieblas” (Efesios 5:11), ha sido el mandato de Dios en toda dispensación.

Elías se levantó como el testigo fiel del Señor en días de alejamiento nacional, y después de haber presentado el testimonio divino a la cabeza responsable, el profeta había de retirarse. Es deber indispensable volver la espalda a todo lo que deshonra a Dios. Pero, ¿dónde habla de ir Elías? Antes había morado en la presencia del Señor Dios de Israel. “Delante del cual estoy", podía decir al pronunciar sentencia de juicio contra Acab; y habla de morar aún al abrigo del Altísimo. El profeta no fue dejado a su propia suerte ni a su voluntad, sino que fue dirigido al lugar que Dios mismo habla designado: fuera del real, lejos del sistema religioso. El Israel degenerado habla de conocerle sólo como el testigo contrario; no habla de tener lugar ni tomar parte en la vida social y religiosa de la nación. Habla de volverse "al oriente”, de donde sale el sol, ya que el que se rige por los preceptos divinos "no andará en tinieblas, mas tendrá la lumbre de la vida (Juan 8:12). “En el arroyo de Querit que está delante del Jordán”. El Jordán señalaba los límites del país. Tipificaba la muerte, y la muerte espiritual estaba ahora sobre Israel. Pero, ¡qué mensaje de esperanza y consuelo contenía "el Jordán” para el que caminaba con el Señor! ¡Qué bien calculado estaba para hablar al corazón de aquel cuya fe estaba en una condición saludable! ¿Acaso no era éste el lugar donde Jehová se mostró fuerte en favor de Su pueblo en los días de Josué? ¿No fue el Jordán el escenario que presenció el poder milagroso de Dios cuando Israel dejó el desierto tras de sí? Allí fue donde el Señor dijo a Josué: "Desde este día comenzaré a hacerte grande delante de los ojos de todo Israel, para que entiendan que como fui con Moisés, así seré contigo” (Josué 3:7). Fue allí donde “el Dios viviente" (Josué 3; 10) hizo que las aguas se detuvieran “en un montón” (v. 13) hasta que “todo Israel pasó en seco” (v. 17). Tales eran las cosas que debían llenar, y sin duda llenaron, la mente del tisbita cuando su Señor le mandó a este mismísimo lugar. Si su fe estaba en ejercicio, su corazón había de estar en perfecta paz, sabiendo que el Dios que obraba milagros no le abandonaría allí. También fue por el propio bien del profeta que el Señor le mandó esconderse. Estaba en peligro de otra cosa, además del furor de Acab. El éxito de sus súplicas podía venir a ser una trampa; podía llenarle de orgullo e incluso endurecer su corazón ante la apostasía que asolaba el país. Con anterioridad había estado ocupado en oración secreta, y entonces, durante breve tiempo, había confesado y testificado bien delante del rey. El futuro le reservaba todavía un servicio mejor, ya que vendría el día cuando no sólo testificaría de Dios, en presencia de Acab, sino que derrotaría y desharía las huestes reunidas de Baal y, al menos hasta cierto punto, llevaría de nuevo a la nación descarriada al Dios de sus padres. Pero la hora no estaba todavía en sazón; ni Elías tampoco. El profeta necesitaba más instrucción en secreto si es que había de estar capacitado para hablar de nuevo en público para Dios.

El hombre que Dios usa, querido lector, ha de mantenerse sumiso, tiene que experimentar severa disciplina para que la carne sea mortificada debidamente. El profeta había de pasar tres años más de soledad. ¡Qué humillante! Mas, ¡cuán poco digno de crédito es el hombre, qué incapaz de sostenerse en el lugar de honor! ¡Qué pronto aparece en la superficie el yo, y el instrumento está presto a creerse algo más que un instrumento! ¡Cuán tristemente fácil es hacer del servicio que Dios nos confía el pedestal en el que exhibirnos a nosotros mismos! Pero Dios no compartirá su gloria con nadie, y por lo tanto, “esconde" a aquellos que pueden verse tentados a tomar parte de ella para sí. Es sólo retirándonos de la vista pública y estando a solas con Dios que podemos aprender que no somos nada. Esta importante lección se pone claramente de manifiesto en los tratos  de Cristo con sus discípulos amados. En una ocasión regresaron a Él jubilosos por el éxito alcanzado, y llenos de sí mismos “le contaron todo lo que habían hecho,.. y lo que hablan enseñado” (Marcos 6:30). Su suave respuesta es por demás instructiva: "Venid vosotros aparte al lugar desierto, y reposad un poco” (v. 31). Éste es aún su remedio de gracia para todo siervo que esté hinchado por su propia importancia, y que imagine que la causa divina en la tierra sufriría una pérdida severa si él fuera quitado de ella. Dios dice a menudo a sus siervos: "Apártate de aquí... escóndete”; a veces es por medio de la frustración de sus esperanzas ministeriales, por el lecho de la aflicción o por una pérdida sensible, que se cumple el propósito divino. Bienaventurado el que puede decir desde el fondo de su corazón: “Sea hecha la voluntad del Señor”. Todo siervo que Dios se digna usar ha de pasar por la experiencia de la prueba de Querit antes de estar realmente preparado para el triunfo del Carmelo. Éste es un principio invariable en los caminos del Señor. José sufrió la indignidad de la cisterna y la prisión antes de llegar a ser gobernador de todo Egipto, inferior sólo al rey. Moisés pasó la tercera parte de su larga vida "detrás del desierto”, antes de que Jehová le concediera el honor de acaudillar a su pueblo sacándolo de la casa de servidumbre. David tuvo que aprender de la suficiencia del poder de Dios en la labranza, antes de ir y matar a Goliat en presencia de los ejércitos de Israel y de los filisteos. Éste fue, también, el caso del Siervo perfecto treinta años de retiro y silencio pasó antes de comenzar su breve ministerio público. También fue así en el del principal de sus embajadores: antes de convertirse en el apóstol de los gentiles tuvo que pasar su aprendizaje en las soledades de Arabia. Pero, ¿no hay otro ángulo desde el que contemplar esta, aparentemente, extraña orden de: “Apártate de aquí... escóndete”? ¿No era esto una prueba real y severa de la sumisión del profeta a la voluntad divina? Decimos “severa” porque, para un hombre impetuoso, esta demanda era mucho más rigurosa que su comparecencia ante Acab; para el de celosa disposición, sería más duro pasar tres años en reclusión inactiva que estar ocupado en servicio público. Esta lección es obvia en el caso de Elías: había de aprender personalmente a rendir obediencia implícita al Señor antes de estar calificado para mandar a otros en Su nombre. Consideremos ahora con más detalle el lugar particular que el Señor seleccionó para que habitara su siervo: "en el arroyo de Querit”. Era un arroyo, no un río; un arroyo que podía secarse en cualquier momento. Dios rara vez pone a sus siervos, o incluso a su pueblo, en medio del lujo y la abundancia: el estar repleto de las cosas de este mundo demasiadas veces significa alejarse de los afectos del Dador. “¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!" Lo que Dios pide son nuestros corazones, y, a menudo, éstos son puestos a prueba. Por regla general, la manera en que son sobrellevadas las pérdidas temporales pone de manifiesto la diferencia entre el cristiano real y el hombre mundano. Este último se descorazona completamente por los reveses financieros y, a menudo, se suicida. ¿Por qué? Porque su todo se ha perdido y no le queda nada por lo que vivir. Como contraste, el creyente verdadero, aunque sea sacudido con severidad y esté profundamente deprimido por un tiempo, recuperará el equilibrio y dirá: "Dios todavía es mi porción y nada me faltará”. Muchas veces, en lugar de un río, Dios nos da un arroyo que hoy brota y mañana quizá estará seco. ¿Por qué? Para enseñarnos a no descansar en las bendiciones, sino en el Dador de las mismas. Sin embargo, ¿no es en este punto que caemos tan a menudo -estando nuestros corazones mucho más ocupados con las dádivas que con el Dador-? ¿No es ésta la razón de que el Señor no nos confíe un río? Si lo hiciera, éste  ocuparía nuestros corazones, sin darnos cuenta, el lugar que le corresponde a Dios. "Y engrosó Jesurún, y tiró coces; engordástete, engrosástete, cubrístete; y dejó al Dios que le hizo, y menospreció la Roca de su salud” (Deuteronomio 32:15). Y la misma tendencia mala existe en nosotros. A veces creemos que se nos trata duramente porque Dios nos da un arroyo en lugar de un río, pero ello es porque conocemos tan poco nuestros propios corazones. Dios ama demasiado a los suyos para dejar cuchillos peligrosos en manos de niños.

 ¿Cómo había de subsistir el profeta en un lugar como aquel? ¿De dónde habla de venir su comida? Ah, Dios se ocupará de esto; te proveerá sus necesidades: "Y beberás del arroyo” (v. 4). Cualquiera que fuere el caso de Acab y sus idólatras, Elías no perecería. En los peores tiempos Dios se mostrará fuerte en pro de los suyos. Aunque todos perezcan de hambre, ellos serán alimentados: “Se le dará su pan, y sus aguas serán ciertas” (Isaías 33:16). No obstante, ¡qué absurdo parece al sentido común mandar a un hombre que permanezca indefinidamente junto a un arroyo! SI, pero era Dios el que había dado esta orden, y los mandamientos divinos no deben ser discutidos sino obedecidos. De este modo, a Elías se le mandaba confiar en Dios a pesar de la vista, la razón y todas las apariencias externas; descansar en el Señor  mismo y esperar pacientemente en Él. “Yo he mandado a los cuervos que te den allí de comer” (v. 4).   El profeta podía haber preferido muchos otros escondites, pero debía ir a Querit si quería recibir el suministro divino: Dios se había comprometido a proveerle todo el tiempo que permaneciere allí. Qué importante es, por lo tanto, la pregunta: ¿Estoy en el lugar donde Dios por su Palabra o por su providencia me ha asignado? Si es así, de seguro que suplirá todas mis necesidades. Pero, si como el hijo menor le vuelve la espalda y me voy a un país lejano, entonces, como él, sufriré necesidad, Cuántos siervos de Dios ha habido que han trabajado en alguna esfera humilde y difícil con el rocío del Espíritu en sus ministerios, y que, cuando recibieron una invitación de trabajar en algún lugar que parecía ofrecer más amplio campo (¡y mejor paga!) cedieron a la tentación, entristecieron al Espíritu, y vieron terminada su utilidad en el reino de Dios. El mismo principio es aplicable con igual fuerza al resto del pueblo de Dios: ha de estar “en el camino" (Génesis 24: 27) designado por Dios para recibir las provisiones divinas. “Sea hecha tu voluntad” precede a “danos hoy nuestro pan cotidiano”. Pero hemos conocido personalmente a muchos que profesaban ser cristianos, los cuales residían en alguna ciudad donde Dios envió a uno de sus calificados siervos, quien alimentaba sus almas de grosura de trigo-", y éstas prosperaban. Pero recibieron alguna tentadora oferta de medrar en los negocios y mejorar su posición en el mundo en algún lugar distante. Aceptaron la oferta, recogieron sus tiendas; pero entraron en un desierto espiritual donde no había ministerio edificante alguno. Como consecuencia, sus almas malcomieron, sus testimonios de Cristo fueron arruinados, y sobrevino un período de retroceso espiritual sin fruto. De la manera que Israel antiguamente tenía que seguir la nube para obtener la diaria provisión de maná, así también nosotros debemos estar en el lugar ordenado por Dios para que nuestra alma sea regada y nuestra vida espiritual prosperada. Veamos, a continuación, los instrumentos que Dios seleccionó para ministrar a las necesidades corporales de su siervo. "He mandado a los cuervos que te den allí de comer”. Se nos sugieren aquí varias líneas de pensamiento. Primero, ved la elevada soberanía y la supremacía absoluta de Dios; su soberanía en la elección hecha, su supremacía en el poder para llevarla a cabo. Él es ley en sí mismo. “Todo lo que quiso Jehová, ha hecho en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos” (Salmo 135:6). Prohibió a su pueblo que comiese cuervos, clasificándolos entre lo inmundo; es más, tenía que tenerlos como abominación” (Levítico 11:15; Deuteronomio 14:14). Con todo, hizo uso de ellos para llevar comida a su siervo. ¡Qué diferentes de los nuestros son los caminos de Dios! Empleó a la propia hija de Faraón para socorrer al pequeño Moisés, y a Balaam para pronunciar una de las  profecías más notables. Usó la quijada de un asno por mano de Sansón para herir a los filisteos, y una honda y una piedra para vencer a su gigante.

 "He mandado a los cuervos que te den allí de comer”. ¡Oh, qué grande es nuestro Dios! Las aves del cielo y los peces de la mar, las bestias salvajes del campo, aun los mismos vientos y las olas le obedecen. “Así dice Jehová, el que abre camino en el mar, y senda en las aguas impetuosas; el que saca carro y caballo, ejército y fuerza; caen juntamente para no levantarse; fenecen, como pábilo quedan apagados. No os acordéis de las cosas pasadas, ni traigáis a memoria las cosas antiguas. He aquí que yo hago cosa nueva; pronto saldrá a luz; ¿no la conoceréis? Otra vez abriré camino en el desierto, y ríos en la soledad. Las fieras del campo me honrarán, los chacales y los pollos del avestruz; porque daré aguas en el desierto, ríos en la soledad, para que beba mi pueblo, mi escogido. (Isaías 43:16-20). Así, pues, el Señor hizo que las aves de presa, que vivían de la carroña, alimentaran al profeta. Pero, admiremos también aquí la sabiduría así como el poder de Dios. Las viandas se le proveían a Elías de manera en parte natural y en parte sobrenatural. En el arroyo había agua para que pudiera tomarla fácilmente. Dios no obrará milagros para evitar trabajo al hombre, lo que le haría negligente y perezoso al no hacer esfuerzo alguno para procurarse su propio sustento. Pero, en el desierto no había comida: ¿cómo había de conseguirlo? Dios suple eso de modo milagroso: “He mandado a los cuervos que te den allí de comer”. Si hubieran sido usados seres humanos para llevarle comida, podían haber divulgado su escondrijo. Si un perro o algún otro animal doméstico hubieran ido cada mañana y cada noche, la gente podía ver esos viajes regulares llevando comida, sentir curiosidad, e investigar. Pero los pájaros llevando carne hacia el desierto no levantarían ninguna sospecha: podía suponerse que la llevaban a sus crías. Ved cuán cuidadoso es Dios para con su pueblo, qué prudentes son los planes que hace para el mismo. Él sabe qué es lo que pondría en peligro su seguridad y provee de acuerdo con ello. "Escóndete en el arroyo de Querit... y Yo he mandado a los cuervos que te den allí de comer." Ve inmediatamente, sin abrigar duda alguna, sin vacilar. Por contrario que sea a sus instintos naturales, esas aves de presa obedecerán el mandato divino. Esto no ha de parecer improbable. El mismo Dios que las creó y que les dio su particular instinto, sabe cómo dirigir y controlar dicho instinto. Él sabe cómo interrumpirlo y contenerlo según Su buena voluntad. La naturaleza es exactamente como Dios la hizo, y su permanencia depende enteramente de Él. É1 sustenta todas las cosas con la palabra de su potencia. En Él y por Él todas las aves y bestias, lo mismo que el hombre, viven, se mueven y son; por tanto, Él puede interrumpir o alterar las leyes que ha impuesto sobre cualquiera de sus criaturas cuando lo cree conveniente. “¿Juzgase cosa increíble entre vosotros que Dios resucite los muertos?” (Hechos 26:8). Allí, en su humilde retiro, el profeta habla de permanecer durante muchos días, mas no sin una promesa preciosa que garantizara su sustento: el suministro de las provisiones necesarias le era asegurado divinamente. El Señor cuidaría de su siervo mientras estuviera escondido de la vista general, y le alimentaría diariamente por su poder milagroso. No obstante, era una prueba real de la fe de Elías. ¿Quién ha oído jamás que fueran empleados tales instrumentos? ¡Las aves de presa llevando comida en tiempo de hambre! ¿Podía confiarse en los cuervos? ¿No era mucho más probable que devoraran la comida en vez de llevarla al profeta? Su confianza no descansaba en las aves, sino en la palabra cierta del que no puede mentir: “Yo he mandado a los cuervos”. El corazón de Elías descansaba en el Creador, no en las criaturas; en el Señor mismo, no en los instrumentos.

viernes, 15 de abril de 2022

LA VIDA DE ELÍAS III


 «Elías era hombre sujeto a semejantes pasiones que nosotros, y rogó con oración que no lloviese, y no llovió sobre la tierra en tres años y seis meses» (Santiago 5:17).

Aquí se nos presenta a Elías como ejemplo de lo que la sincera oración del «justo» puede conseguir. Vemos, querido lector, el adjetivo calificativo, porque no todos los hombres, ni siquiera todos los cristianos, reciben contestación definida a sus oraciones. Ni muchísimo menos. El «justo» es el que está bien con Dios de una manera práctica; cuya conducta es agradable a sus ojos; que guarda sus vestiduras sin mancha de este mundo; que está apartado del mal religioso, porque no hay en la tierra mal que tanto deshonre (Lucas 10:12-15; Apocalipsis 11:8). Los oídos del cielo están atentos a la voz del tal, porque no hay barrera alguna entre su alma y el Dios que odia el pecado. «Y cualquier cosa que pidiéremos, la recibiremos de Él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de Él» (I Juan 3:22).

«Rogó con oración que no lloviese». ¡Qué petición más terrible para presentar delante de la Majestad en las alturas! ¡Qué de privaciones y sufrimiento incalculable- iba a producir la concesión de semejante suplica! La hermosa tierra de Palestina se convertiría en un desierto abrasado y estéril, y sus habitantes serían consumidos por una prolongada carestía con todos los horrores consiguientes. Así pues, ¿era este profeta estoico, frío e insensible, vacío de todo afecto natural? ¡No, por cierto! El Espíritu Santo ha cuidado de decirnos en este mismo versículo que era "hombre sujeto a semejantes pasiones que nosotros», y esto se menciona inmediatamente antes del relato de su tremenda petición. Y, ¿qué significa esa descripción en tal contexto? Que, aunque Elías estaba adornado de tierna sensibilidad y cálida consideración para con sus semejantes, en sus oraciones se elevaba por encima de todo sentimentalismo carnal. ¿Por qué rogó Elías «que no lloviese»? No es que fuera insensible al sufrimiento humano, ni que se deleitara malvadamente presenciando la miseria de sus vecinos, sino que puso la gloria de Dios por encima de todo lo demás, incluso de sus sentimientos naturales. Recordad lo que en un capitulo previo se dice de la condición espiritual reinante en Israel. No solamente no habla reconocimiento público alguno de Dios en toda la extensión del país, sino que por todas partes los adoradores de Baal le desafiaban e insultaban. La marea maligna subía más y más cada día hasta arrastrarlo prácticamente todo. Y Elías «sentía un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos» (I Reyes 19:10), y deseaba ver Su gran nombre vindicado, y Su pueblo apóstata restaurado. Así pues, la gloria de Dios y el amor verdadero a Israel fue lo que le movió a presentar su petición. Aquí tenemos, pues, la señal prominente del «justo» cuyas oraciones prevalecen ante Dios: aunque de tierna sensibilidad, pone la honra de Dios antes que cualquier otra consideración. Y Dios ha prometido: «Honraré a los que me honran» (I Samuel 2:30). Cuán a menudo se puede decir de nosotros: «Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites (Santiago 4:3). "Pedimos mal» cuando los sentimientos naturales nos dominan, cuando nos mueven motivos carnales, cuando nos inspiran consideraciones egoístas. Pero, ¡qué diferente era el caso de Elías! A él le movían profundamente las indignidades terribles contra su Señor, y suspiraba por verle de nuevo en el lugar que le correspondía en Israel. "Y no llovió sobre la tierra en tres años y seis meses». El profeta no fracasó en su objetivo. Dios nunca se niega a actuar cuando la fe se dirige a Él sobre la base de Su propia gloria; y era sobre esta base que Elías suplicaba. «Lleguémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro» (Hebreos 4:16). Fue allí, en ese bendito trono, que Elías obtuvo la fortaleza que tan penosamente necesitaba. No sólo se requería de él que guardase sus vestiduras sin mancha de este mundo, sino que era llamado a ejercer una influencia santa sobre otros, a actuar para Dios en una era degenerada, a esforzarse seriamente por llevar al pueblo de nuevo al Dios de sus padres. Cuán esencial era, pues, que habitase al abrigo del Altísimo para obtener de él la gracia que le capacitara para su difícil y peligrosa tarea; sólo así podía ser librado del mal, y sólo así podía esperar ser un instrumento en la liberación de otros. Equipado de este modo para la lucha, emprendió la senda de servicio lleno de poder divino. Consciente de la aprobación del Señor, seguro de la respuesta a su petición, sintiendo que la presencia del Todopoderoso estaba con él, Elías se enfrentó intrépidamente al impío Acab, y le anunció el juicio divino sobre su reino. Pero, detengámonos por un momento para que nuestras mentes puedan comprender la importancia de este hecho, ya que explica el coraje sobrehumano desplegado por los siervos de Dios en todas las épocas. ¿Qué fue lo que hizo a Moisés tan audaz ante Faraón? ¿Qué fue lo que capacitó al joven David para ir al encuentro del poderoso Goliath? ¿Qué fue lo que dio a Pablo tanto poder para testificar como lo hizo ante Agripa? ¿De dónde sacó Lutero la resolución para seguir su cometido «aunque cada teja de cada tejado fuera un demonio"?. La contestación es la misma en todos los casos: la fortaleza sobrenatural provenía de un manantial sobrenatural; sólo así podemos ser vigorizados para luchar contra los principados y las potestades del mal. "Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los mancebos se fatigan y se cansan, los mozos flaquean y caen; mas los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán las alas como águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán» (Isaías 40:2931). Pero, ¿dónde había aprendido Elías esta importantísima lección? No era en un seminario, ni en una escuela bíblica, porque si hubiera habido alguno de éstos en aquellos tiempos, estaría, como algunos en nuestra propia era degenerada, en manos de los enemigos del Señor. Por otra parte, las escuelas de ortodoxia no pueden impartir tales secretos; ni siquiera los hombres piadosos pueden enseñarse a sí mismos esta lección, y mucho menos impartirla a otros.

Amigo lector, así como fue "detrás del desierto» (Éxodo 3:1) donde el Señor se apareci6 a Moisés y le encargó la obra que había de realizar, fue en las soledades de Galaad donde Elías tuvo comunión con Jehová, quien le entrenó para sus arduas tareas; allí "esperó" al Señor, y allí obtuvo "fortaleza» para su trabajo. Nadie sino Dios viviente puede decir eficazmente a su siervo: "No temas, que yo soy contigo; no desmayes, que yo soy, tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia» (Isaías 41:10). Con esta conciencia de la presencia de Dios, su siervo salió «valiente como un león», no temiendo al hombre, con perfecta calma en medio de las circunstancias más duras. En este espíritu, el tisbita se enfrentó a Acab: «Vive Jehová Dios de Israel, delante del cual estoy». Mas, ¡cuán poco sabía el monarca apóstata de los ejercicios del alma del profeta antes de presentarse ante él, y dirigirse a su conciencia! «No habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra». Sorprendente y bendita cosa es ésta. El profeta habló con la máxima seguridad y autoridad porque estaba dando el mensaje de Dios, el siervo identificándose con el Señor. Esta tendría que ser siempre la compostura del ministro de Cristo: «Lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto testificamos». "Y fue a él palabra de Jehová» . ¡Qué bendito!; sin embargo, no es probable que lo percibamos a menos que lo meditemos a la luz de lo que precede. Por el versículo anterior sabemos que Elías había cumplido su misión fielmente, y aquí encontramos al Señor hablando a su siervo; de ahí que consideremos esto como una recompensa de gracia de aquello. Así son los caminos del Señor; se deleita en la comunión con aquellos que se deleitan haciendo Su voluntad.

Es un sistema de estudio muy provechoso ir buscando esta expresión por toda la Biblia. Dios no concede nuevas revelaciones hasta que se han obedecido las recibidas anteriormente; esta verdad queda ilustrada en el caso de Abraham al principio de su vida. «Jehová habla dicho a Abram: Vete... a la tierra que te mostraré» (Génesis 12:1); empero, fue sólo la mitad del camino y se asentó en Harán (11:31), y no fue hasta que partió de allí y obedeció completamente que el Señor se le apareció de nuevo (12:4-7). "Y fue a él palabra de Jehová, diciendo: Apártate de aquí, y vuélvete al oriente, y escóndete en el arroyo de Querit» (v. 2,3). Aquí se ejemplifica una verdad práctica importante. Dios dirige a su pueblo paso a paso. Y ello no puede ser de otro modo porque el camino que somos llamados a seguir es el de la fe, y la fe es lo contrario de la vista y la independencia. El sistema del Señor no es revelarnos todo el trayecto a recorrer, sino restringimos su luz de manera que alumbre sólo un paso tras otro, para que nuestra dependencia de Él sea constante. Esta lección es en extremo saludable, pero la carne está lejos de agradecerla, especialmente en el caso de los que son de naturaleza activa y fervorosa. Antes de salir de Galaad e ir a Samaria a pronunciar su solemne mensaje, el profeta sin duda debió de preguntarse qué hacer una vez cumplida su misión. Pero eso no era cosa suya, por el momento; habla de obedecer la orden divina, y dejar que Dios le revelara qué habla de hacer después. «Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no estribes en tu prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus veredas» (Proverbios 3:5,6).

  Si Elías hubiera estribado en su propia prudencia, podemos estar seguros que la última cosa que hubiera hecho sería esconderse en el arroyo de Querit. Si hubiera seguido sus propios instintos, más aún, si hubiera hecho lo que considerase que glorificaría más a Dios, ¿no hubiera emprendido un viaje predicando por todas las ciudades y aldeas de Samaria? ¿No hubiera considerado que su obligación ineludible era hacer todo lo que es taba en su mano para despertar la conciencia adormecida pueblo, a fin de que todos los súbditos -horrorizados de la idolatría prevaleciente- obligaran a Acab a poner fin a la misma? Sin embargo, eso era lo que Dios no quería que hiciese; así pues, ¿qué valor tienen el razonamiento y las inclinaciones naturales en relación con las cosas divinas? Ninguno en absoluto. "Fue a él palabra de Jehová». Obsérvese que no dice: le fue revelada la voluntad del Señor", o "se le reveló la mente del Señor»; queremos hacer especial énfasis en este detalle, porque es un punto sobre el cual hay no poca confusión hoy en día. Hay muchos que se confunden a sí mismos y a los demás hablando muchísimo acerca de "alcanzar la mente del Señor» y "descubrir la voluntad de Dios» para ellos, lo cual, analizado con cuidado, resulta no ser nada más que una vaga incertidumbre o un impulso personal. "La mente» y "la voluntad» de Dios, lector, se dan a conocer en su Palabra, y Él nunca «quiere» nada para nosotros que choque en lo más mínimo con su Ley celestial. Notamos que, cambiando el énfasis, «fue a él palabra de Jehová»: ¡no tuvo necesidad de ir a buscarla! Leamos Deuteronomio 30:11-14.

 Y, ¡qué «palabra» la que fue a Elías! "Apártate de aquí, y vuélvete al oriente, y escóndete en el arroyo de Querit, que está delante del Jordán» (v. 3). En verdad, los pensamientos y los caminos de Dios son completamente diferentes a los nuestros; sí, y sólo É1 nos los puede notificar (Salmo 103:7). Casi da risa ver la manera cómo muchos comentaristas se han desviado completamente en este punto, ya que casi todos ellos interpretan el mandamiento del Señor como dado con el propósito de proteger a su siervo. A medida que la sequía mortal continuó, la turbación de Acab aumentó más y más, y al recordar el lenguaje del profeta al decir que no habría rocío ni lluvia sino por su palabra, su rabia debió ser sin límite. Así pues, si Elías había de conservar la vida, debla de proveérsele de un refugio. Sin embargo, cuando volvieron a encontrarse, Acab ¡no hizo nada para matarle! (I Reyes 18:17-20). Quizá se nos dirá que "fue porque la mano de Dios estaba sobre el rey refrenándole», en lo que estamos de acuerdo; pero, ¿no podía Dios refrenarle durante este intervalo? No, la razón de la orden del Señor a su siervo debe buscarse en otro lugar, y, con toda seguridad, no estamos lejos de descubrirla. Si reconocemos que, aparte de la Palabra y del Espíritu Santo para aplicarla, el don más valioso que Dios concede a pueblo alguno es el envío de Sus propios y calificados siervos, y que la calamidad más grande que puede caer sobre cualquier nación consiste en que Dios retire a los que ha designado para ministrar a las necesidades del alma, entonces no queda lugar a dudas. La sequía en el reino de Acab era un azote divino, y, siguiendo esta línea de conducta, el Señor ordenó a su profeta: "Apártate de aquí». La retirada de los ministros de su verdad es una señal cierta del desagrado de Dios, una indicación de que envía el juicio al pueblo que ha provocado su furor. Ha de tenerse en cuenta que el verbo «esconder» (I Reyes 17:3), es completamente distinto del que aparece en Josué 6:17,25 (cuando Rahab escondió a los espías) y en I Reyes 184,13. La palabra usada en relación a Elías podría muy bien traducirse "vuélvete al oriente, y apártate», como en Génesis 31:49. El salmista preguntó: «¿Por qué, oh Dios, nos has desechado para siempre? ¿Por qué ha humeado tu furor contra las ovejas de tu dehesa?» (74:1). Y, ¿qué fue lo que le movió a hacer estas doloridas preguntas? ¿Qué era lo que le hacía darse cuenta de que el furor de Dios ardía contra Israel? Era lo que sigue: "Han puesto a fuego tus santuarios... han quemado todas las sinagogas de Dios en la tierra. No vemos ya nuestras señales; no hay más profeta» (vs. 7-9). Fue el abandono de los medios públicos de gracia la señal más segura del desagrado de Dios.

Estimado lector  aunque en nuestros días esté casi olvidado, no hay prueba más segura y solemne de que Dios esconde su rostro de un pueblo o nación que el privarles de las bendiciones inestimables de los que ministran su Palabra Santa, porque de la manera que las mercedes celestiales sobrepujan las terrenales, así también las calamidades espirituales son mucho más terribles que las materiales. El Señor declaró por boca de Moisés: "Goteará como la lluvia mi doctrina; destilará como el rocío mi razonamiento; como la llovizna sobre la grama, y como las gotas sobre la hierba» (Deuteronomio 32:2). Y ahora, todo rocío y toda lluvia iban a ser retirados de la tierra de Acab, no sólo literal, sino también espiritualmente. Los que ministraban su Palabra fueron quitados de la actividad y la vida públicas (I Reyes 18:4). Si se requieren más pruebas bíblicas de esta interpretación (I Reyes 17:3), nos remitimos a Isaías 30:20, donde leemos: "Bien que os dará el Señor pan de congoja y agua de angustia, con todo, tus enseñadores nunca más te serán quitados, sino que tus ojos verán tus enseñadores». ¿Qué hay que sea más claro que esto? La pérdida más sensible que el pueblo podía sufrir era la retirada, por parte del Señor, de sus maestros, porque aquí les dice que Su ira será mitigada por Su misericordia; que, aunque les diera pan de congoja y agua de angustia, no les privaría de nuevo de los que ministraban a las necesidades de sus almas. Finalmente, recordamos al lector la afirmación que Cristo hizo de que había «una grande hambre» en el país en tiempos de Elías (Lucas 4:25), a lo que añadimos: «He aquí vienen días, dice el Señor Jehová, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír palabra de Jehová. E irán errantes de mar a mar; desde el norte hasta el oriente discurrirán buscando palabra de Jehová, y no la hallarán» (Amós 8:11,12).