} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 06/01/2022 - 07/01/2022

jueves, 30 de junio de 2022

LA VIDA DE ELIAS VIII

 


“Elías le dijo: No tengas temor; vé, haz como has dicho; pero hazme a mí primero de ello una pequeña torta cocida debajo de la ceniza, y tráemela; y después harás para ti y para tu hijo." (I Reyes 17:13).

    

      En lo que tenemos ante nosotros para considerar, vamos a ver de qué modo se comportó el profeta en un ambiente y unas circunstancias totalmente distintas de las que hasta ahora han ocupado nuestra atención. Hasta aquí, hemos visto algo de cómo se desenvolvió en público: su coraje y dignidad espiritual ante Acab; y también cómo obró en privado: su vida en secreto ante Dios junto al arroyo, obediente a la palabra del Señor, esperando pacientemente la orden de partida. Pero aquí el Espíritu nos concede ver cómo se condujo Elías en -el hogar de la viuda de Sarepta, revelándonos del modo más bendito la suficiencia de la gracia divina para los siervos y el pueblo de Dios en todas las situaciones en que puedan encontrarse. Cuán a menudo el siervo de Dios que es inflexible en público y fiel en sus devociones secretas, fracasa lamentablemente en la esfera doméstica, el círculo familiar. No debería ser así; ni fue así con Elías. Lo que acabamos de aludir quizá requiere unas cuantas observaciones que ofrecemos a modo de atenuante y no de explicación.

¿A qué es debido que el siervo de Dios a menudo salga mucho menos airoso en el hogar que en el púlpito o en la cámara secreta?

En primer lugar, al ir a cumplir sus deberes públicos, lo hace resuelto a presentar batalla al enemigo; y cuando regresa a casa, lo hace con su energía nerviosa agotada, y dispuesto a recuperarla y descansar. Es entonces que las cosas relativamente triviales le irritan y contrarían fácilmente.

En segundo lugar, en su ministerio público es consciente de luchar contra-los poderes del mal, pero en el círculo familiar está rodeado de aquellos que le aman, y no está tan en guardia, sin darse cuenta de que Satanás puede usar a los suyos para tener ventaja sobre él. En tercer lugar, la fidelidad consciente en público puede haber estimulado su vanidad, y un aguijón en la carne -el darse cuenta con dolor de su fracaso triste en su hogar- puede serle necesario para humillarse. Así y todo, la conducta que deshonra a Dios no tiene más justificación en el círculo doméstico que en el púlpito.

En el capítulo precedente llegamos al punto en que Elías -en respuesta a las órdenes de Jehová- dejó su retiro en Querit, atravesó el desierto, y llegó a las puertas de Sarepta, donde el Señor había mandado (secretamente) a una viuda que le sustentara. La encontró a la entrada de la ciudad, aunque en circunstancias que presentaban una apariencia de lo menos prometedor para la vista carnal. Esta mujer, en vez de dar una bienvenida gozosa al profeta, le habló con tristeza de su inminente muerte y de la de su hijo. Lejos de estar aparejada para cuidar de Elías, le dice que “un puñado de harina, y un poco de aceite” es todo lo que le queda. ¡Qué prueba para la fe! ¡Qué irrazonable parecía que el hombre de Dios esperara sustento bajo su techo! No más irrazonable que el hecho de que a Noé le fuera ordenado construir un arca antes de que hubiera lluvia, y mucho menos señal alguna de un diluvio; ni menos razonable que el que se pidiera a Israel simplemente andar y andar alrededor de las murallas de Jericó. El sendero de la obediencia puede andarse sólo cuando se ejercita la fe. “Y Elías le dijo: No hayas temor; ve, haz como has dicho" (I Reyes 17:13). ¡Qué palabra más afable para acallar el corazón de la pobre viudal No temas las consecuencias, ni para ti ni para tu hijo, al usar los medios a tu alcance, por escasos que sean. “Empero hazme a mi primero de ello una pequeña torta cocida debajo de la ceniza, y tráemela; y después harás para ti y para tu hijo” (v. 13). ¡Qué prueba más severa ésta! ¿Fue jamás una pobre viuda probada tan penosamente? Hacerle una torta “primero” era ciertamente, en sus circunstancias, uno de los mandatos más duros dados jamás. ¿No parecía fruto del egoísmo? ¿Requerían las leyes de Dios o de los hombres un sacrificio semejante? Dios no nos ha mandado hacer más que amar a nuestros semejantes como a nosotros mismos; nunca nos ha mandado amarles más. ¡Empero aquí dice: “Hazme a mí primero”! “Porque Jehová Dios de Israel ha dicho así: La harina de la tinaja no escaseará, ni el aceite de la vasija disminuirá, hasta el día en que Jehová haga llover sobre la faz de la tierra." (I Reyes 17; 14). Ahí estaba la diferencia: ello quitaba la avaricia de la petición, mostrando que no estaba inspirada por el egoísmo. Se le pedía una porción de lo poco que le quedaba; pero Elías le dijo que no dudara en dárselo porque, aunque el caso parecía desesperado, Dios- cuidaría de ella y de su hijo. Obsérvese con qué confianza implícita habló el profeta: no había incertidumbre, sino seguridad positiva y firme en que el repuesto no disminuiría. SÍ, Elías había aprendido en Querit una valiosa lección por propia experiencia: había comprobado la fidelidad de Jehová junto al arroyo, y, por lo tanto, estaba calificado para acallar los temores y confortar el corazón de esta pobre viuda (II Corintios 1:3,4, donde se revela el secreto de todo ministerio eficaz). Obsérvese el título especial conferido aquí a la Deidad. La mujer dijo: “Y ella respondió: Vive Jehová tu Dios, que no tengo pan cocido; solamente un puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una vasija; y ahora recogía dos leños, para entrar y prepararlo para mí y para mi hijo, para que lo comamos, y nos dejemos morir. " (I Reyes 17; 12), pero ello no era suficiente. Elías declaró: Jehová Dios de Israel ha dicho así"; había de hacerse comprender a esta gentil la verdad humillante de que “Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos.” (Juan 4:22). “Jehová Dios de Israel", de cuyos hechos maravillosos tienes que haber oído tanto; el que hizo del altivo Faraón el estrado de sus pies; que llevó a Su pueblo a través del Mar Rojo sin que se mojara; que lo sostuvo milagrosamente en el desierto durante cuarenta años; y que subyugó a los cananeos. Podemos, en verdad, confiar en un Dios así para nuestro pan de cada día. “Jehová Dios de Israel” es aquél cuya promesa nunca falta, por cuanto " Además, el que es la Gloria de Israel no mentirá, ni se arrepentirá, porque no es hombre para que se arrepienta. (I Samuel 15:29). Puede confiarse, ciertamente, en Uno así. "Porque Jehová. Dios de Israel ha dicho así: La tinaja de la harina no escaseará, ni se disminuirá la botija del aceite, hasta aquel día que Jehová dará lluvia sobre la haz de la tierra” (v. 14). Dios dio su palabra de promesa en que apoyarse; ¿podía ella confiar? .¿Podía esperar realmente en Él? Véase cuán definitiva era la promesa: no era simplemente que Dios no permitiría que muriese de hambre, o que supliría todas sus necesidades; sino que era como si el profeta hubiera dicho: La harina de tu tinaja no disminuirá, ni se secará el aceite de tu botija.

Si nuestra fe está sostenida por Dios, hará que confiemos en su promesa, que nos entreguemos sin reservas a su cuidado, y que hagamos bien a nuestros semejantes. Pero notemos que la fe ha de seguir ejercitándose continuamente; no se prometió ni proveyó una nueva tinaja de harina: sólo un “puñado” que no disminuía -al parecer una cantidad inadecuada para la familia, pero suficiente para Dios-. "Hasta aquel día que Jehová dará lluvia sobre la haz de la tierra” evidenciaba la fe firme del profeta. “Entonces ella fue, e hizo como le dijo Elías; y comió él, y ella y su casa, muchos días” (I Reyes 17; 15).

¿Quién puede dejar de exclamar: Oh, mujer, grande es tu fe? Podía haber puesto muchas excusas a la petición del profeta, especialmente al serle un extraño; pero, a pesar de lo grande que era la prueba, su fe en el Señor no fue menor. Su simple confianza en que Dios cuidaría de ellos acalló todas las objeciones de la razón carnal. ¿No nos recuerda ello otra mujer gentil, la sirofenicia, una descendiente de los cananeos idólatras, quien mucho tiempo después recibió a Cristo en los términos de Tiro, y buscó Su ayuda para su hija atormentada del demonio? Venció todos los obstáculos con fe asombrosa, y obtuvo una parte del pan de los hijos en la curación de su hija (Mateo 15).

 Ojalá esos casos nos movieran a clamar desde el corazón: “Señor, auméntanos la fe”, por cuanto sólo quien concede la fe puede aumentarla. "Y, comió él, y ella y su casa, muchos días. Y la tinaja de la harina no escaseó, ni menguó la botija del aceite, conforme a la palabra de Jehová que había dicho por Elías" (I Reyes 17; 15, 16). No perdió nada por su generosidad. Su pequeña provisión de harina y aceite era suficiente sólo para una comida, y después, ella y su hijo hablan de morir. Pero su disposición de asistir al siervo de Dios le trajo lo suficiente, no sólo para muchos días, sino hasta que el hambre cesó. Dio a Elías de lo mejor que tenía, y por su bondad para con él, Dios mantuvo su casa provista a lo largo del periodo de carestía. Cuán cierto es que "el que recibe profeta en nombre de profeta, merced de profeta recibirá” (Mateo 10:41). Empero, no todos los hijos de Dios tienen el privilegio de socorrer a un profeta; con todo, pueden socorrer a los pobres de Dios. ¿No está escrito que " A Jehová presta el que da al pobre, Y el bien que ha hecho, se lo volverá a pagar.” (Proverbios 19:17)? Y también: "Bienaventurado el que piensa en el pobre; en el día malo lo librará Jehová” (Salmo 41;1). Dios no será deudor de hombre. "Entonces ella fue, e hizo como le dijo Elías; y comió él, y ella y su casa, muchos días. Y la tinaja de la harina no escaseó, ni menguó la botija del aceite”.

De nuevo tenemos aquí un ejemplo de que recibir la bendición de Dios y obtener comida (comida espiritual en figura), es el resultado de la obediencia. Esa mujer cumplió la petición del siervo de Dios, y grande fue su recompensa. ¿Temes tú, lector, al futuro? Tienes miedo de que, cuando las fuerzas te falten y llegue la vejez, te veas sin lo necesario para vivir? Entonces, permítenos recordarte que no hay por qué temer. '“Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas (las necesidades temporales)' os serán añadidas” (Mateo 6:33). “Temed a Jehová, vosotros sus santos, Pues nada falta a los que le temen.” (Salmo 34:9). “Porque sol y escudo es Jehová Dios; Gracia y gloria dará Jehová. No quitará el bien a los que andan en integridad.” (Salmo 84:11). Pero, fíjate bien que todas estas promesas son condicionales: tu obligación es dar a Dios el primer lugar en tu vida, temerle, obedecerle y honrarle en todas las cosas, y Él te garantiza que, a cambio, tendrás seguros tu pan y tú agua.

Quizá alguno de los que leen replicará: “Es más fácil recibir este sano consejo que obrar de acuerdo con él. Es más sencillo recordar las promesas de Dios que confiar en ellas”. Quizá otro dirá: “Ah, pero tú no sabes cuán penosas son mis circunstancias, cuán oscuras las perspectivas, qué dolorosas las dudas que Satanás está poniendo en mi mente”. Es verdad, pero, por desesperando que sea tu caso, te rogamos seriamente que pienses en la viuda de Sarepta; no es probable que tu situación sea tan extrema como la suya, con todo, no pereció de hambre. El que pone a Dios ante todo le encontrará siempre al fin. Las cosas que parecen ir contra nosotros, nos ayudan a bien en Sus maravillosas manos. Cualesquiera que sean tus necesidades, no olvides al Dios de Elías.

“Y comió él, y ella y su casa, muchos días”. Aquí vemos a Elías a salvo, morando en la humilde casa de la pobre viuda. Aunque la mesa era frugal, bastaba para vivir. No hay indicación alguna de que Dios les proveyera de variación en su régimen durante a muchos días”, ni de que el profeta estuviera descontento de comer lo mismo durante tanto tiempo. Ahí es donde obtenemos el primer reflejo de la manera en que se comportó en el círculo familiar. Tenemos en él un ejemplo bendito M precepto divino: “Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto.” (I Timoteo 6:8). ¿De dónde procede este contentamiento? Del corazón sumiso y pacífico que descansa en Dios, sujeto a Su voluntad soberana, satisfecho con la porción que Él se complace en designarnos, y viendo Su mano tanto en el proveer como en el rehusar. “Y la tinaja de la harina no escaseó, ni menguó la botija del aceite”. Ciertamente, la viuda no tenía motivo de queja de la prueba severa en que había sido puesta su fe. Dios, que envió Su siervo a morar con ella, le pagó bien por su manutención al proveer a su familia de alimentos mientras sus vecinos perecían de hambre, y al concederle la compañía y la instrucción de Su siervo. ¿Quién sabe la bendición que report6 a su alma la conversación edificante de Elías, y la eficacia de sus oraciones? Tenía una disposición humana y generosa, pronta a remediar la miseria de otros, y a socorrer las necesidades de los siervos de Dios; y su liberalidad le fue restituida cien veces. Dios muestra misericordia al misericordioso. “Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado a Su nombre, habiendo asistido y asistiendo aún a los santos” (Hebreos 6:10). "Y la tinaja de la harina no escaseó, ni menguó la botija del aceite”. Tratemos de mirar más arriba, no sea que nos perdamos el hermoso tipo que aquí se encuentra. La "harina” es, en verdad, una figura de Cristo escogida divinamente; “el grano de trigo” que murió (Juan 12-24), molido entre las ruedas del juicio de Dios a fin de ser "Pan de Vida” para nosotros. Esto se ve claramente en los -primeros capítulos de Levítico, donde tenemos las cinco grandes ofrendas establecidas para Israel, las cuales representan la persona y la obra del Redentor; la ofrenda de “flor de harina" (Levítico 2) representa las perfecciones de Su humanidad. Está igualmente claro que el “aceite” es un emblema del Espíritu Santo en su operación de unción, de iluminación y de sustento. Buscar en las Escrituras las referencias simbólicas al "aceite” es uno de los métodos de estudio más benditos. De la manera que la familia de Sarepta se sostenía, no con harina sola, o con aceite, sino con las dos cosas en conjunción, asimismo el creyente se sostiene espiritualmente de Cristo y del Espíritu Santo. No podríamos alimentarnos de Cristo, es más, nunca sentiríamos la necesidad de hacerlo, si no fuera por la influencia de gracia del Espíritu de Dios. El Uno es tan indispensable para nosotros como el Otro: Cristo por nosotros, el Espíritu en nosotros; el Uno defendiendo nuestra causa en lo alto, el Otro ministrándonos aquí abajo. El Espíritu está para dar testimonio” de Cristo (Juan 15:26), es más, para “glorificarle” (Juan 16:14), y es por ello que añadió el Salvador: “El tomará de lo mío, y os lo hará saber”. ¿No es ésta la razón de que la “harina” (por tres veces) se mencione primero en el símbolo? Tampoco es éste el único pasaje en el que vemos los dos tipos combinados; en las hermosas prefiguraciones del Antiguo Testamento, leemos una y otra vez acerca del aceite usado junto con la sangre (Éxodo 29:21; Levítico 14:14, etc.). “Y la tinaja de la harina no escaseó, ni menguó la botija del aceite.” Había un aumento constante de la reserva de ambos según la poderosa virtud de Dios obrando un continuo milagro; ¿no hay un paralelo estrecho entre esto y la multiplicación sobrenatural por el Salvador de los cinco panes de cebada y los dos pececillos, mientras los discípulos los repartían y la multitud los comía (Mateo 14:19, 20)?

Pero, de nuevo pasemos la vista del tipo al Antitipo. La comida siguió sin disminuir, la provisión intacta; y la harina señalaba a Cristo, el alimentador de nuestras almas. La provisión que Dios ha hecho para sus hijos en el Señor Jesús permanece a través de los siglos; podernos ir a É1 una y otra vez y, aunque recibamos de Él “gracia por gracia”, su “plenitud” (Juan 1:16) permanece igual “ayer, y hoy, y por los siglos”. “Ni menguó la botija del aceiten prefiguraba la gran verdad de que el Espíritu Santo está con nosotros hasta el fin de nuestro peregrinaje (Efesios 4:30). Pero señalemos de nuevo que Dios no dio una nueva tinaja de harina y una nueva botija de aceite a la familia de Sarepta, ni llenó las viejas hasta el borde. Hay en esto otra importante lección para nosotros. Dios les dio lo suficiente para su uso diario, pero no provisión para un año entero, ni siquiera para una semana por adelantado. De la misma manera, no podemos acumular gracia para usarla en el futuro. Tenemos que ir constantemente a Cristo en busca de nueva provisión. A los Israelitas les estaba expresamente prohibido guardar el maná: tenían que salir a recogerlo nuevo cada mañana. No podemos procurar para nuestra alma, en el día del Señor, suficiente sustento para toda la semana, sino que debemos alimentarnos por la Palabra de Dios cada mañana. Así, también, aunque hayamos sido regenerados por el Espíritu de una vez y para siempre, con todo, Él renueva nuestro hombre interior "de día en día” (II Corintios 4:16). “Conforme a la palabra de Jehová que habla dicho por Elías” (v. 16). Esto ilustraba y demostraba un principio vital: ninguna palabra suya caerá en tierra, sino que "todas las cosas que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde el siglo” (Hechos 3:21) se cumplirán verdaderamente. Ello es solemne y bendito. Solemne por cuanto las amenazas de la Sagrada Escritura no Son en vano, sino los avisos fieles del que no puede mentir. Así como la declaración de Elías: "No habrá lluvia ni roció en estos años, sino por mi palabra” (v. l), se cumplió al pie de la letra, así también, el Altísimo cumplirá todos los juicios que ha anunciado contra el impío. Bendito, por cuanto, así como la harina y el aceite no le faltaron a la viuda según Su palabra dicha por Elías, así también, todas las promesas hechas a sus santos tendrán perfecto cumplimiento. La veracidad intachable, la fidelidad inmutable y el poder absoluto de Dios en el cumplimiento de su Palabra son los fundamentos sólidos en los cuales puede descansar con seguridad la fe del creyente.

miércoles, 29 de junio de 2022

LA VIDA DE ELIAS VII

 

 

  “Y fue a él palabra de Jehová, diciendo: Levántate, vete a Sarepta de Sidón, y allí morarás; he aquí Yo he mandado allí a una mujer viuda que se sustente” (I Reyes 17:8,9).

    Notemos con cuidado la relación entre estos dos versículos. La significancia espiritual de la misma será aparente para el lector al decir lo siguiente: nuestras acciones han de estar reguladas por la Palabra de Dios para que nuestras almas puedan ser alimentadas y fortalecidas. Esta fue una de las lecciones más importantes enseñadas a Israel en el desierto: su comida y su bebida sólo podían obtenerse siguiendo el sendero de la obediencia (Números 9:18-23 18  Al mandato de Jehová los hijos de Israel partían, y al mandato de Jehová acampaban; todos los días que la nube estaba sobre el tabernáculo, permanecían acampados. 19  Cuando la nube se detenía sobre el tabernáculo muchos días, entonces los hijos de Israel guardaban la ordenanza de Jehová, y no partían. 20  Y cuando la nube estaba sobre el tabernáculo pocos días, al mandato de Jehová acampaban, y al mandato de Jehová partían. 21  Y cuando la nube se detenía desde la tarde hasta la mañana, o cuando a la mañana la nube se levantaba, ellos partían; o si había estado un día, y a la noche la nube se levantaba, entonces partían. 22  O si dos días, o un mes, o un año, mientras la nube se detenía sobre el tabernáculo permaneciendo sobre él, los hijos de Israel seguían acampados, y no se movían; mas cuando ella se alzaba, ellos partían. 23  Al mandato de Jehová acampaban, y al mandato de Jehová partían, guardando la ordenanza de Jehová como Jehová lo había dicho por medio de Moisés.; obsérvese las veces que se cita “el mandato”, “la ordenanza” y "el dicho de Jehová” en este pasaje).

Al pueblo de Dios de la antigüedad no le estaba permitido tener sus propios planes; el Señor lo disponía todo, tanto cuando habían de viajar, como cuando habían de acampar. Si se hubieran negado a seguir la nube, no habría habido para ellos maná. Lo mismo sucedía a Elías, ya que Dios ha fijado la misma regla para sus ministros y para aquellos a los cuales ministran: han de hacer lo que predican, o ¡ay de ellos! El profeta no podía tener voluntad propia ni decir cuánto tiempo iba a estar en Querit ni adonde iría después. La Palabra de Jehová lo disponía todo, y obedeciéndola obtenía su sustento. Qué verdad más escrutadora e importante hay en esto para todo cristiano: la senda de la obediencia es la única que contiene bendición y riqueza. ¿No descubrimos en este punto la causa de nuestra flaqueza y la explicación de nuestra falta de fruto? ¿No es debido a nuestra propia voluntad indomable el que nuestra alma perezca y nuestra fe sea débil? ¿No es debido a nuestra poca abnegación, a que no hemos tomado la cruz, a que no seguimos a Cristo, que seamos tan débiles e infelices? Nada contribuye tanto a la salud y al gozo de nuestras almas como la sujeción a la voluntad de Aquél a quien hemos de dar cuentas. Y el predicador, lo mismo que el cristiano corriente, ha de atenerse a este principio. El predicador ha de andar por el sendero de la obediencia si quiere ser usado por el que es Santo.

Si Elías hubiera observado una conducta insubordinada, y hubiera tratado de agradarse a sí mismo, ¿cómo podría haber dicho después con tanta certeza en el monte Carmelo: “Si Jehová es Dios, seguidle”? Como observábamos en el capítulo anterior, la correlación del “servicio” es la obediencia. Las dos cosas están unidas indisolublemente; en el momento en que dejo de obedecer a mi Maestro, dejo de ser su “siervo”. A propósito de ello, no olvidemos que uno de los títulos más nobles de nuestro Rey era el de “Siervo de Jehová". Ninguno de nosotros puede aspirar a alcanzar un fin más noble que el que inspiraba su corazón: "Vengo a hacer tu voluntad, Dios mío". Digamos, empero, con toda franqueza, que la senda de la obediencia a Dios está lejos de ser fácil para nuestra naturaleza; exige la diaria negación del yo, y por lo tanto sólo puede seguirse con los ojos fijos constantemente en el Señor, y con la conciencia sujeta a su Palabra. Es verdad que en guardar sus mandamientos '“Tu siervo es además amonestado con ellos; En guardarlos hay grande galardón.” (Salmo 19:11), por cuanto el Señor no será deudor al hombre; no obstante, requiere dejar a un lado la razón carnal, e ir a Querit para ser alimentado por los cuervos; ¿cómo puede entender esto el intelecto orgulloso? Y, ahora, se le mandaba viajar a una ciudad lejana y pagana, y -ser sostenido por una viuda solitaria -y a punto de morir de hambre. Sí, tu que lees esto, la senda de la fe es totalmente contraria a lo que llamamos “sentido común”, Y si tú sufres la misma dolencia espiritual que el que esto escribe, a menudo encuentras más difícil crucificar la razón que repudiar los trapos inmundos de la justicia propia.

"Entonces él se levantó, y se fue a Sarepta. Y como llegó a la puerta de la ciudad, he aquí una mujer viuda que estaba allí cogiendo serojas” (I Reyes 17;10).

Era tan pobre que no tenía leña ni servidor que se la fuera a buscar. ¿Qué estímulo debía encontrar Elías en tales apariencias? Ninguno, por cierto; más bien parecía todo calculado para llenarle de dudas y temores, si es que se fijaba en las circunstancias externas.

Y él la llamó, y dijole: Ruégote que me traigas una poca de agua en un vaso, para que beba. Y yendo ella para traérsela, él la volvió a llamar, y díjole: Ruégote que me traigas también un bocado de pan en tu mano. Y ella respondió: Vive Jehová Dios tuyo que no tengo pan cocido; que solamente un puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una botija; y ahora cogía dos serojas, para entrarme y aderezarlo para mí, y para mi hijo, y que lo comamos, y nos muramos” (I Reyes 17:10-12); ¡eso era lo que esperaba al profeta al llegar al destino divinamente designado!

Ponte en su lugar, querido lector; ¿no hubieras pensado que era una perspectiva sombría e inquietante? Empero, Elías “no confería con carne y sangre", y, por tanto, no se desanimó por lo que parecía una situación poco prometedora. Por el contrario, su corazón se sostenía en la Palabra inmutable del que no puede mentir. La confianza de Elías descansaba, no en las circunstancias favorables, ni en el “hermoso parecer”, sino en la fidelidad del Dios vivo; por lo tanto, su fe no necesitaba la ayuda de las cosas que le rodeaban. Las apariencias podían ser oscuras y funestas, pero el ojo de la fe atravesaba las negras nubes y vela, más allá, la faz sonriente de su provisor. El Dios de Elías era el Todopoderoso, para el que todo es posible. “He mandado allí a una mujer viuda que te sustente; eso era lo que sostenía su corazón. ¿En qué se sostiene el tuyo.? ¿Estás en paz en este mundo mudable? ¿Has hecho tuyas Sus promesas ciertas? “Espera en Jehová, y haz bien; vivirás en la tierra, y en verdad serás alimentado” (Salmo 37:3). “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto no temeremos aunque la tierra sea removida” (Salmo 46:1,2). Mas, volvamos a las circunstancias externas que se presentaban ante Elías al acercarse a Sarepta. “Como llegó a la puerta de la ciudad, he aquí una mujer viuda que estaba allí cogiendo serojas”. Dios había dicho a su siervo que fuera allí, y le había prometido que una viuda le sustentaría; pero no le había informado del nombre de la mujer, de donde se hallaba su casa, ni del modo de reconocerla. Confió en que Dios le daría más luz al llegar allí; y no sufrió ninguna decepción al respecto. Toda incertidumbre acerca de la identidad de la persona que había de ampararle desapareció al instante. Aparentemente este encuentro fue casual por cuanto no existía cita alguna entre ellos. “He aquí (considera y admira) una mujer viuda que estaba allí”; ve cómo el Señor en su providencia rige todas las circunstancias para que esta mujer en particular pueda estar a la puerta de la ciudad en el mismo momento que llegue el profeta. ¡He aquí que Elías acude como con el propósito de encontrarla; con todo, no la conocía, ni ella a él. Tenía toda la apariencia de ser casual, empero estaba decretado y preparado por Dios para cumplir la palabra que había dado al profeta.

Lector mío, no hay evento en este mundo, por grande o pequeño que sea, que suceda por casualidad. “Conozco, oh Jehová, que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es ordenar sus pasos” (Jeremías 10:23). Qué bendito es tener la seguridad de qué “por Jehová son ordenados los pasos del hombre, Y él aprueba su camino. ” (Salmo 37:23). Es incredulidad total desasociar de Dios los hechos ordinarios de la vida. Todas las circunstancias y experiencias que nos rodean están dirigidas por el Señor, por cuanto “de Él y por É1, y en É1, son todas las cosas. A Él sea gloria por siglos. Amén” (Romanos 11:36). Cultiva el hábito santo de ver la mano de Dios en todo lo que te sucede. “Como llegó a la puerta de la ciudad, he aquí una mujer viuda que estaba allí”. Cómo ilustra esto una vez más un principio acerca del cual hemos llamado la atención del lector con frecuencia, esto es, que cuando Dios obra, siempre lo hace de manera doble. Si Jacob envía a sus hijos a Egipto en busca de comida en el tiempo de escasez, José es movido a dársela. Si los espías de Israel penetran en Jericó, hay una Rahab esperándoles para cobijarles. Si Mardoqueo pide al Señor que libre a su pueblo amenazado, Asuero es vencido por el insomnio, obligado a buscar en los libros de las memorias, y a favorecer a Mardoqueo y sus compatriotas. Si el eunuco etíope desea entender la Palabra de Dios, Felipe es enviado a interpretársela. Si Cornelio ora pidiendo conocimiento del Evangelio, Pedro es enviado a predicarle. Elías no había recibido insinuación alguna acerca del lugar donde vivía esa viuda, pero la providencia divina ordenó sus pasos para que la encontrara a la entrada de la ciudad. ¡Qué estímulo hay para nuestra fe en estos ejemplos! Así pues, ahí estaba la viuda; mas, ¿cómo había de conocer Elías que era la que Dios había aparejado para recibirle? Había de probarla, como el siervo de Abraham hizo con Rebeca cuando fue enviado a buscar esposa para Isaac; Eliezer oró: “Sea, pues, que la moza a quien yo dijere: Baja tu cántaro... y ella respondiere: Bebe, y también daré de beber a tus camellos; que sea ésta la que Tú has destinado para tu siervo Isaac” (Génesis 24:14). Rebeca apareció y cumplió estas condiciones. Lo mismo en este caso; Elías prueba a esa mujer para ver si es amable y benévola: "Ruégote que me traigas una poca de agua en un vaso, para que beba. Así como Eliezer consideró que sólo alguien lleno de bondad estaría capacitado para ser la compañera del hijo de su amo, asi también Elías estaba convencido que sólo una persona liberal estaría dispuesta a sostenerle en tiempo de hambre y sequía. “La llamó, y díjole: Ruégote que me traigas una poca de agua en un vaso, para que beba”. Obsérvese el porte cortés y respetuoso de Elías. El ser un profeta de Jehová no le autorizaba a tratar a esa pobre viuda de manera altanera y despótica. En vez de mandar, dijo: “Ruégote”. Qué reproche se contiene aquí para los que son orgullosos y entremetidos. Todo el mundo merece cortesía; “sed amigables” (I Pedro 3:8) es uno de los preceptos divinos dados a los creyentes. Y, qué prueba más severa a la que Elías sometió a esta pobre mujer: ¡traerle agua para beber! Con todo, no puso objeciones ni le pidió precio por lo que había venido a ser un lujo costoso; no, ni siquiera a pesar de que Elías era un extraño para ella, perteneciente a otra raza. Admiremos el poder persuasivo de Dios, quien puede producir actos bondadosos en el corazón humano en beneficio de sus siervos. “Y yendo ella para traérsela.” Sí, dejó de coger serojas para sí y, ante la petición de este extraño, se encaminó a buscar el agua. Aprendamos a imitarla en esto, y estemos siempre preparados a hacer favores a nuestros semejantes. Si no tenemos con qué dar al necesitado, deberíamos estar dispuestos a trabajar por ellos (Efesios 4:28). Un vaso de agua fría, aunque no nos cueste más que el trabajo de ir a buscarlo, no quedará sin recompensa. “Y yendo ella para traérsela, él la volvió a llamar, y dijole: Ruégote que me traigas también un bocado de pan en tu mano” (I Reyes 17; 11). El profeta lo pidió con el propósito de probarla aún más -y qué prueba: compartir con él su última comida-, y para preparar el camino para la conversación que Seguirla. “Ruégote que me traigas también un bocado de pan en tu mano.” ¡Qué petición más egoísta debía parecer! Qué probable era que la naturaleza humana reprochara tal demanda hecha a una mujer de tan escasos recursos. Empero en realidad era Dios quien le salía al encuentro a la hora de su necesidad más aguda. “Empero Jehová esperará para tener piedad de vosotros, y por tanto será ensalzado teniendo de vosotros misericordia: porque Jehová es Dios de juicio; bienaventurados todos los que le esperan” (Isaías 30:18). Pero esa viuda había de ser probada primeramente, como después otra mujer gentil fue probada por el Señor encarnado (Mateo 15). El Señor supliría en verdad todas sus necesidades; mas, ¿confiaría ella en Él? A menudo, Él permite que las cosas lleguen a lo peor, antes de que haya una mejora. “Espera para tener piedad”. ¿Por qué? Para hacernos llegar al fin de nosotros mismos y de nuestros recursos, hasta que todo parezca perdido y nos desesperemos, a fin de que podamos discernir más claramente su mano liberadora. “Y ella respondió: Vive Jehová Dios tuyo, que no tengo pan cocido; que solamente un puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una botija; y ahora cogía dos serojas, para entrarme y aderezarlo para mi y para mi hijo, y que lo comamos, y nos muramos” (I Reyes 17;12). Los efectos de la terrible hambre y sequía de Palestina se hicieron sentir también en los países adyacentes. En relación con el hecho de que se encontrara “aceite” en poder de esa viuda de Sarepta en Sidón, J.J. Blunt, en su obra admirable "Las coincidencias involuntarias del Antiguo y del Nuevo Testamento”, tiene un capitulo provechoso. Pone de relieve que, en la distribuci6n de la tierra de Canaán, Sidón tocó en suerte a Aser (Josué 19: 28). Seguidamente menciona Deuteronomio 33, y recuerda al lector que, cuando Moisés bendijo las doce tribus, dijo: "Bendito Aser en hijos; agradable será a sus hermanos, y mojará en aceite su pie” (v. 24), indicando la fertilidad de aquella región y la naturaleza de su principal producto. Así, después de un largo periodo de escasez, podía encontrarse allí aceite. De ahí que, al comparar las diferentes partes de la Escritura, veamos su armonía perfecta. “Y ahora cogía dos serojas, para entrarme y aderezarlo para mí y para mi hijo, y que lo comamos, y nos muramos.” ¡Pobre mujer; reducida al último extremo, sin nada más que la muerte dolorosa ante ella. El suyo era el lenguaje, de la razón camal, y no el de la fe; de la incredulidad, y no de la confianza en el Dios vivo; si, lo más natural en aquellas circunstancias- Todavía no sabía nada de aquellas palabras dirigidas a Elías: “Yo he mandado allí a una mujer viuda que te sustente”? (v. 9). No, ella creía que había llegado el fin. Oh, lector, cuánto mejor es Dios que nuestros temores. Los hebreos incrédulos imaginaban que morirían de hambre en el desierto, pero no fue así. David dijo en una ocasión en su corazón: "Al fin seré muerto algún día por la mano de Saúl(I Samuel 27:1), pero no fue así. Los apóstoles creían que se hundirían en el mar tormentoso, pero no fue así. “Y ella respondió: Vive Jehová Dios tuyo, que no tengo pan cocido; que solamente un puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una botija; y ahora cogía dos serojas, para entrarme y aderezarlo para mi y para mi hijo, y que lo comamos, y nos muramos” ( I Reyes 17. 12). Para la vista natural, para la razón humana, parecía imposible que pudiera socorrer a nadie. En la miseria más abyecta, el fin de sus provisiones estaba a la vista. Y sus ojos no estaban puestos en Dios (¡como tampoco los nuestros lo están hasta que el Espíritu obra en nosotros!), sino en la tinaja, y ésta ahora le faltaba; en consecuencia, no había nada ante ella sino la muerte. La incredulidad y la muerte están unidas inseparablemente. La confianza de esa mujer estaba puesta en la tinaja y la botija, y aparte de éstas no tenla esperanza. Su alma no conocía nada de la bendición de la comunión con Dios, el único que puede librar de la muerte (Salmo 68:20). Todavía no podía creer “en esperanza contra esperanza” (Romanos 4:18). Vacilante cosa es la esperanza que no descansa en nada mejor que en una tinaja de harina. ¡Cuán dados somos todos nosotros a apoyarnos en algo tan despreciable como una tinaja de harina! Y mientras así lo hacemos, nuestras esperanzas sólo pueden ser limitadas y evanescentes. Con todo, recordemos por otro lado que la medida más pequeña de harina en las manos de Dios es, por la fe, tan suficiente y eficaz como “los millares de animales en los collados”. Pero, cuan raramente está la fe en práctica saludable, Demasiado a menudo somos como los discípulos cuando, en la presencia de la multitud hambrienta, exclamaron: “Un muchacho está aquí que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos; mas, ¿qué es esto entre tantos?” (Juan 6:9); éste es el lenguaje de la incredulidad. La fe no se ocupa de las dificultades, sino de Aquél para quien todo es posible. La fe no se ocupa de las circunstancias, sino del Dios de las circunstancias. Así era para con Elías, como veremos cuando consideremos la secuela inmediata. Y qué prueba para la fe de Elías eran las palabras lastimeras de la pobre viuda. Considera la situación que se presentaba ante sus ojos. Una viuda y su hijo muriendo de hambre; unas pocas serojas, un puñado de harina y un poco de aceite, era todo lo que existía entre ellos y la muerte. A pesar de esto, Dios le habla dicho: "Yo he mandado allí a una mujer viuda que te sustente”. Cuántos exclamarán: ¡Qué profundamente misterioso, qué experiencia más dura para el profeta! Si tenía que ayudarla, en lugar de convertirse en una carga para ella. Ah, pero, como Abraham antes de él, "tampoco en la promesa de Dios dudó con desconfianza; antes fue esforzado en fe”. Sabía que el Señor de cielos y tierra habla decretado que ella tenía que sustentarle, y aunque no hubiera habido harina ni aceite, ello no habría desalentado su espíritu ni le habría disuadido. Oh, lector querido, si conoces algo experimentalmente de la bondad, el poder y la fidelidad de Dios, no dejes que tu confianza en Él vacile, no importa cuáles sean las apariencias. “Ahora cogía dos serojas, para entrarme y aderezarlo para, mí y para mi hijo, y que lo comamos, y nos muramos.” Notemos bien que esa mujer no dejó de hacer lo que era su responsabilidad. Fue activa hasta el fin, haciendo uso de los medios a su alcance. En vez de dejarse llevar por la desesperación, y de sentarse retorciéndose las manos, estaba ocupada recogiendo serojas para la que creía plenamente sería su última comida. Este detalle no carece de importancia, sino que merece que lo consideremos detenidamente. La ociosidad nunca está justificada, y en la necesidad urgente menos que nunca; no, cuanto más desesperada es la situación, mayor es la necesidad de afanarnos. Dejarse llevar del desaliento nunca produce bien alguno. Cumple con tu obligación hasta el fin, aunque sea preparando tu última comida. La viuda fue recompensada abundantemente por su laboriosidad. Fue mientras andaba por el sendero del deber (¡el deber casero!) que Dios, por su siervo, le salió al encuentro y la bendijo.

 

domingo, 26 de junio de 2022

CARTA DEL APOSTOL PABLO A LOS ROMANOS CAPÍTULO 8; 12-17

 

 

 

Romanos 8; 12-17

 12  Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne;

 13  porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.

 14  Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.

 15  Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!

 16  El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.

 17  Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.  

 

           Pablo nos presenta otra gran alegoría de las suyas, con las que nos describe la nueva relación que tenemos los cristianos con Dios. Dice que el cristiano es adoptado como hijo en la familia de Dios. Para entender la profundidad del sentido de este pasaje tenemos que saber algo de lo seria y complicada que era la adopción entre los Romanos.

Lo que hacía de la adopción un asunto tan complicado y difícil era la patria potestas romana; es decir, la autoridad del padre sobre toda la familia. El padre tenía poder para disponer absolutamente de la familia; y, en los primeros tiempos, hasta de vida o muerte. En relación con su padre, un hijo nunca alcanzaba la mayoría de edad; siempre estaba bajo la patria potestas, y era propiedad absoluta de su padre, que podía disponer de él como quisiera. Ya se comprende que esto convertía la adopción por otra familia en un paso difícil y serio. Por la adopción, una persona pasaba de estar bajo una patria potestas a estar bajo otra.

Tenía dos etapas. La primera se llamaba mancipatio, y se llevaba a cabo mediante una venta simulada en la que se usaban simbólicamente unas monedas y una balanza. El simbolismo de la venta se llevaba a cabo tres veces: el padre hacía como que vendía a su hijo dos veces, y otras dos volvía a comprarlo; pero la tercera vez ya no le compraba, por lo cual se consideraba que quedaba rota la patria potestas. Luego seguía la ceremonia de vindicatio. El padre adoptante se dirigía al praetor, uno de los magistrados Romanos, y presentaba el caso legal para la transferencia a su patria potestas de la persona que iba a adoptar. Cuando todo esto se completaba, quedaba consumada la adopción. No cabe duda de que era un proceso sumamente serio e impresionante.

Pero aún nos interesan más para comprender la alegoría de Pablo las consecuencias de la adopción. Las principales eran cuatro:

(i) La persona adoptada perdía todos los derechos que le hubieran correspondido en su vieja familia, y adquiría todos los de un hijo legítimo de la nueva familia. En el sentido legal más estricto, adquiría un nuevo padre.

 (ii) Automáticamente quedaba constituido heredero de las propiedades de su nuevo padre. Aunque después le nacieran a éste otros hijos, eso no afectaba a sus derechos. Sería inalienablemente coheredero con ellos.

 (iii) Para la ley, la vida anterior de la persona adoptada se borraba completamente. Por ejemplo: si tenía deudas, quedaban canceladas. Se le consideraba una nueva persona que empezaba una vida nueva sin la menor vinculación con el pasado.

(iv) Para la ley era hijo de su nuevo padre en todos los sentidos. La historia de Roma contaba un caso que dejaba bien claro hasta qué punto esto era verdad. El emperador Claudio adoptó a Nerón para que le sucediera en el trono. No eran parientes antes. Claudio ya tenía una hija, Octavia. Para consolidar la alianza Nerón se quería casar con ella; no había entre ellos ningún lazo de consanguinidad; sin embargo, para la ley eran hermanos, así es que no se podían casar a menos que el senado romano dictara una ley especial.

Eso es lo que está pensando Pablo aquí. Y usa además otra figura de la adopción romana: dice que el Espíritu de Dios da testimonio a nuestro espíritu de que somos de veras hijos de Dios. La ceremonia de adopción se llevaba a cabo en presencia de siete testigos. Supongamos que el padre adoptante muriera, y se pusiera en duda el derecho a la herencia del hijo adoptivo; uno o más de los siete testigos se personaría y juraría que la adopción había sido genuina. Así quedaba garantizado el derecho de la persona adoptada. En nuestro caso, dice Pablo, es el mismo Espíritu Santo el que da testimonio de que Dios nos ha adoptado como sus hijos.

Vemos que todos los pasos de la adopción romana tenían un significado concreto para Pablo como ejemplo de nuestra adopción en la familia de Dios. Hubo un tiempo en el que estábamos bajo el control absoluto de nuestra naturaleza humana pecadora; pero Dios, en su misericordia, nos ha tomado como su exclusiva posesión. El pasado ya no tiene ningún derecho sobre nosotros; Dios es el único que tiene derecho absoluto. El pasado está cancelado, y las deudas borradas; empezamos una vida nueva con Dios, y somos herederos de todo lo que es suyo. Ahora somos coherederos con Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios. Lo que Cristo hereda, nosotros lo heredamos también. Si Cristo tuvo que sufrir, nosotros también heredamos ese sufrimiento; pero como Cristo resucitó a la vida y a la gloria, nosotros también heredamos esa vida y gloria.

En esta alegoría de Pablo, cuando una persona llega a ser cristiana entra en la familia de Dios. No había hecho nada para merecerlo; Dios, el gran Padre, en su maravilloso amor, ha tomado al perdido, indigente, desahuciado y endeudado pecador, y le ha adoptado en su familia, de forma que sus deudas han quedado canceladas, y hereda la gloria.

LA VIDA DE ELÍAS VI


 

 "El que creyere, no se apresure" (Isaías 28:16).

Seguir esta regla en todos los múltiples detalles de nuestra vida es sabiduría y bienestar, nunca más necesario al pueblo de Dios que en esta loca generación de velocidad y prisas. Podemos aplicarla con el mayor provecho a nuestra lectura y estudio de la Palabra de Dios. No es tanto la cantidad de tiempo que pasamos con las Escrituras, como la medida en que, con oración, meditamos sobre lo que está ante nosotros para aplicarlo en nuestra vida, lo que determina mayormente el grado en que el alma se beneficia de la misma. Nos perdemos mucho al pasar demasiado deprisa de un versículo al siguiente, al dejar de imaginarnos vividamente los detalles que tenemos ante nosotros, y al no esforzarnos en descubrir las lecciones prácticas que pueden sacarse de los hechos históricos. Es poniéndonos en el caso de aquel del cual estamos leyendo, y pensando qué hubiésemos hecho probablemente en tales circunstancias, que recibimos la máxima ayuda. Se nos ofrece una ilustración de lo que decimos en el párrafo anterior, en la etapa de la vida de Elías a la que hemos llegado. Al acabar el capitulo precedente llegamos al punto en que sucedió que "pasados algunos días, secóse el arroyo”; no tengamos demasiada prisa en dirigir nuestra atención a lo que sigue, antes por el contrario, deberíamos esforzarnos en imaginar la situación del profeta, y meditar sobre la prueba con la que se enfrentaba. Imaginemos al tisbita en su humilde retiro. El agua del arroyo disminuía día a día; ¿decrecían también las esperanzas? ¿Se hicieron más débiles y menos frecuentes sus cantos de alabanza a medida que el arroyuelo se deslizaba con menos ruido sobre su lecho rocoso? ¿Dejó el arpa colgada de los sauces al sumirse en pensamientos ansiosos y al caminar de un lado a otro? No hay nada en la Escritura que nos haga pensar tal cosa. Dios conserva en perfecta paz a aquel cuya mente descansa en Él. Sí, pero para eso el corazón debe confiar firmemente en Él. Éste es el punto importante: ¿confiamos en el Señor en circunstancias difíciles, o sólo cuando son favorables? Es de temer que, si hubiésemos estado allí, junto al arroyo seco, nuestras mentes se habrían llenado de confusión, y, en lugar de esperar pacientemente en el Señor, nos habríamos impacientado, y habríamos discurrido y preguntado a nosotros mismos qué hacer. Y una mañana, Elías despertó y comprobó que el arroyo se había secado del todo, y que el suministro para su sustento estaba completamente cortado. ¿Qué había de hacer, entonces? ¿Había de permanecer allí y perecer?; porque no podía esperar vivir por mucho tiempo sin nada que beber. ¿No sería mejor tomar las cosas por su mano y hacer lo que pudiera? ¿No sería mejor desandar lo andado y arriesgarse a sufrir la venganza de Acab y Jezabel que permanecer donde estaba y morir de sed? ¿Podemos dudar de que Satanás le acosara con tales tentaciones en la hora de la prueba? El Señor le había ordenado: “Escóndete en el arroyo de Querit”, añadiendo: “Yo he mandado a los cuervos que te den allí de comer”; y es notorio y bendito observar que permaneció allí incluso después de que el suministro de agua hubiera cesado. El profeta no movió su morada hasta que recibió instrucciones definidas del Señor en este sentido. Así fue con Israel en la antigüedad en el desierto, cuando se dirigían a la tierra prometida: “Al mandato de Jehová los hijos de Israel se partían; y al mandato de Jehová asentaban el campo; todos los días que la nube estaba sobre el tabernáculo, ellos estaban quedos. Y cuando la nube se detenía sobre el tabernáculo muchos días, entonces los hijos de Israel guardaban la ordenanza de Jehová, y no partían. Y cuando sucedía que la nube estaba sobre el tabernáculo pocos días, al dicho de Jehová alojaban, y al dicho de Jehová partían. Y cuando era que la nube se detenía desde la tarde hasta la mañana, cuando a la mañana la nube se levantaba, ellos partían; o si había estado el día, y la noche la nube se levantaba, entonces partían. 0 si dos días, o un mes, o un año... los hijos de Israel se estaban acampados, y no movían" (Números 9:18-22). Y esto está escrito expresamente para nuestra instrucción y consuelo; así pues, debemos recordarlo si queremos ser sabios y felices.

 “Y fue a él palabra de Jehová, diciendo: Levántate, vete a Sarepta” (I Reyes 17:8,9). Si el profeta se hubiera permitido trazar esquemas carnales, ¿no hubiera mostrado esto claramente la inutilidad y lo innecesario de los tales? Dios no había “olvidado tener misericordia”, ni dejarla a su siervo sin la dirección y guía necesarias cuando había llegado la hora de concederlas. De qué modo tan claro debería esto hablar a nuestros corazones, llenos como están de nuestros propios planes y designios. En vez de atender al precepto: "Alma mía, en Dios solamente reposa”, ingeniamos algún medio de salirnos de las dificultades, y entonces pedimos al Señor que lo prospere. Si Samuel no llega cuando le esperamos, tratamos de forzar las cosas (I Samuel 13:12). Notemos debidamente, sin embargo, que antes de que la palabra de Dios llegara de nuevo a Elías, su fe y su paciencia habían sido puestas a prueba. Al ir a Querit, el profeta había actuado bajo las órdenes divinas, y por lo tanto, estaba bajo el cuidado especial de Dios. Así pues, ¿podía venirle mal alguno teniendo tal guardián? Había de permanecer, pues, donde estaba hasta que Dios le dirigiera a dejar aquel lugar, por desagradables que se volvieran las condiciones. Así es en lo que se refiere a nosotros. Cuando está claro que Dios nos ha puesto donde estamos, allí debemos “quedarnos” (I Corintios 7:20), aun cuando nuestra permanencia se vea llena de dificultades y peligros aparentes. Si, por otra parte, Elías hubiera dejado Querit por su propia voluntad, ¿cómo hubiera podido esperar que el Señor estuviera con él proveyéndole en sus necesidades y librándole de sus enemigos? Esta verdad tiene la misma vigencia para nosotros en nuestros días.

 Vamos a considerar ahora la otra provisión de gracia que el Señor hizo para su siervo en su retiro. “Y fue a él palabra de Jehová”.

Cuán a menudo ha llegado hasta nosotros su Palabra -a veces directamente, a veces por alguno de sus siervos-, y nos hemos negado impíamente a obedecerla. Si no en palabras, nuestros caminos han sido como los de los judíos rebeldes, quienes respondieron a la amonestación afectuosa de jeremías: "La palabra que nos has hablado en nombre de Jehová, no oímos de ti” (44:16). En otras ocasiones hemos sido como aquellos de los que se nos habla en Ezequiel 33:31,32: "Se estarán delante de ti como mi pueblo, y oirán tus palabras, y no las pondrán por obra; antes hacen halagos con sus bocas, y el corazón dé ellos anda en pos de su avaricia. Y he aquí que tú eres a ellos como cantor de amores, gracioso de voz y que canta bien; y oirán tus palabras, mas no las pondrán por obra”. ¿Por qué? Porque la Palabra de Dios choca con nuestra voluntad perversa y requiere lo que es contrario a nuestras inclinaciones naturales. "Y fue a él palabra de Jehová, diciendo: Levántate, vete a Sarepta de Sidón, y allí morarás” (ys. 8,9). Eso significa que Elías había de ser disciplinado con más pruebas y humillaciones.

Primeramente, el nombre del lugar al cual Dios le ordenaba ir es profundamente sugestivo, por cuanto “Sarepta” significa “refinar”, y procede de una raíz que significa “crisol”, es decir, el lugar donde se funden los metales. Allí aguardaba a Elías, no sólo una nueva prueba para su fe, sino el refinamiento de la misma, porque la misión del crisol es separar la escoria del oro puro. La experiencia que aguardaba al profeta era dura y desagradable para la carne y la sangre, por cuanto ir de Querit a Sarepta requería un viaje de ciento veinte kilometros a través del desierto. Al lugar de la purificación no se llega fácilmente, e implica todo lo que naturalmente rehuimos. Debe observarse, también, que Sarepta estaba en “Sidón”, es decir, en el territorio de los gentiles, fuera de Palestina. El Señor hizo énfasis en este detalle (en el primer sermón que se conoce de Él) como una de las primeras señales del favor que Dios se proponía extender a los gentiles, diciendo: “Muchas viudas habla en Israel” en aquellos días (Lucas 4:25,26), que podían (o no) haber recibido y socorrido al profeta; pero a ninguna de ellas fue enviado. ¡Qué reproche más severo para la nación escogida! Pero lo que es todavía más notable es el hecho de que “Sidón” fuera el lugar de donde procedía Jezabel, la mujer impla que había corrompido a Israel (I Reyes 16: 31). ¡Los caminos de Dios son sobremanera extraños; sin embargo, son ordenados con sabiduría infinita! Como decía Matthew Henry: "Para mostrar a Jezabel la impotencia de su maldad, Dios encontró un escondite para su siervo en su mismísima tierra”. Es igualmente notable observar la singular persona que Dios seleccionó para cobijar a Elías. No era un rico mercader, ni uno de los hombres principales de Sidón, sino una pobre -viuda -sola y necesitada quien fue predispuesta y capacitada para atenderle. Éste es, generalmente, el modo de obrar de Dios; Él usa y honra a "lo necio y lo flaco del mundo” para su gloria. Al comentar acerca de los “cuervos” que llevaban pan y carne al profeta mientras permanecía junto al arroyo, hicimos notar la soberanía de Dios y lo extraño de los instrumentos que le plugo usar. La misma verdad se ilustra aquí: una pobre viuda! ¡Una gentil! ¡Viviendo en Sidón, la tierra de Jezabel! No es extraño, pues, tú que lees esto, que el proceder de Dios para contigo haya sido totalmente opuesto a lo que tú habías esperado. El Señor es ley en sí mismo, y lo que pide de nosotros es confianza implícita y sumisión sin reserva. "He aquí Yo he mandado allí a una mujer viuda que te sustente” (v. 9). La necesidad del hombre es la oportunidad de Dios: cuando Querit se seque se abrirá Sarepta. Cómo debería enseñarnos esto a abstenernos de abrigar cuidados e inquietudes acerca del futuro. Recuerda,  que el día de mañana traerá consigo el Dios de mañana. “No temas, que Yo soy contigo; no desmayes, que Yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Isaías 41:10); haz de estas promesas seguras y ciertas el sostén de tu alma, ya que son la Palabra del que no puede mentir; haz de ellas la respuesta a toda pregunta incrédula y a toda difamación perniciosa del diablo. Fíjate que una vez más, Dios envió a Elías, no a un río, sino a un arroyo”; no a alguna persona rica y de grandes recursos, sino a una pobre viuda de escasos medios. El Señor quería que su siervo siguiera dependiendo de É1 y de Su poder y bondad como hasta entonces.  Ésta era, en verdad, una prueba severa para Elías, no sólo al tener que emprender un largo viaje por el desierto, sino, también al tener que hacer frente a una experiencia totalmente contraria a sus sentimientos, su educación religiosa y sus inclinaciones espirituales: tener que depender de una mujer gentil en una ciudad pagana. Se requería de él que dejara la tierra de sus padres y morara en el cuartel general del culto a Baal. Midamos debidamente el peso de la verdad de que el plan de Dios para Elías demandaba de él obediencia incuestionable. Los que quieren andar con Dios, no sólo han de confiar en Él de manera implícita sino que han de estar, también, dispuestos a regirse enteramente por su Palabra. Nuestra fe, no sólo ha de ser educada por medio de una gran variedad de providencias, sino que, además, nuestra obediencia ha de serlo por los mandamientos divinos. Es en vano suponer que podemos disfrutar de la sonrisa de  Jehová, a menos que nos sujetemos a sus preceptos. “Ciertamente, el obedecer es mejor que los sacrificios; y el prestar atención que el sebo de los carneros” (1 Samuel 15:22). Así que somos desobedientes, nuestra comunión con Dios queda rota, y el castigo viene a ser nuestra porción.

Elías debía ir y morar en Sarepta. Pero, ¿cómo podía subsistir, si no conocía a nadie en aquel lugar? El mismo que le había dado la orden, habla hecho los preparativos para su recepción y sustento. “He aquí Yo he mandado allí a una mujer viuda que te sustente”. Ello no quiere decir necesariamente que el Señor hubiera hecho saber sus planes a ésta; lo que siguió muestra claramente que no fue así. Más bien hemos de entender estas palabras como significando que Dios, en su consejo, lo había designado y lo efectuaría por su providencia; compárese con "Yo he mandado a los cuervos que te den de comer” (v. 4). Cuando Dios llama a alguno de sus hijos a ir a un lugar determinado, puede estar seguro de que  ha hecho provisión plena en su predeterminado propósito. Dios dispuso secretamente que esta viuda recibiera y sustentara a Su siervo.

Todos los corazones están en las manos del Señor, y Él los inclina hacia donde quiere. Puede inclinarlos a mostrar favor y a obrar con benevolencia hacia nosotros, aunque les seamos completamente desconocidos. Muchas veces, en diferentes partes del mundo, ésta ha sido la experiencia del creyente genuino. El hecho de que Dios llamara a Elías a ir a Sarepta constituía, no sólo una prueba para su fe y obediencia, sino también para su humildad. Era llamado a recibir caridad de manos de una viuda solitaria. Qué humillante para el amor propio depender de una de las más pobres entre las pobres. ¡Qué vergonzoso para la confianza y la suficiencia propias aceptar ayuda de una que parecía no tener con qué suplir sus más urgentes necesidades! Para que nos inclinemos a lo que repugna a nuestras tendencias naturales, las circunstancias han de ser en verdad apremiantes. Más de una vez en el pasado sentimos tener que recibir favores y ayuda de los que tenían pocos bienes de este mundo, pero fuimos consolados por las palabras: “Y algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y de enfermedades... y otras muchas que servían de sus haciendas” (Lucas 8:2,3). La palabra “viuda” nos habla de debilidad y soledad; Israel estaba viudo en aquel tiempo, y por, tanto, Elías era compelido a sentirlo en su propia alma. “Entonces él se levantó, y se fue a Sarepta” (v. 10). En esto, Elías dio prueba de ser verdaderamente el siervo de Dios, porque el camino del siervo es la senda de la obediencia; el que abandona ese camino deja de ser siervo. El siervo y la obediencia están ligados de manera inseparable, como el obrero y su trabajo.

Hoy en día, hay creyentes en muchos púlpitos que hablan de su servicio por Cristo como si Él necesitara su asistencia, como si su causa no pudiera prosperar a menos que ellos la fomenten y promuevan, como si el arca santa hubiera de caer inevitablemente al suelo si sus manos impías no la sostuviesen. Esto es un error, un serio error; el producto del orgullo que Satanás alimenta. Lo que necesitamos mucho es servir a Cristo, someternos a su yugo, rendirnos a su voluntad, sujetarnos a sus mandamientos. Todo “servicio” que no sea andar en sus preceptos es invención humana, espíritu carnal, “fuego extraño”.

"Entonces él se levantó, y se fue a Sarepta. ¿Cómo puedo ministrar las cosas santas de Dios si no ando por el camino de la obediencia? Los judíos contemporáneos de Pablo se consideraban muy importantes, empero no rendían gloria a Dios. “Confías que eres guía de los ciegos, luz de los que están en tinieblas, enseñador de los que no saben” (Romanos 2:19,20). Así pues, el apóstol le pone a prueba: “Tú pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? ¿Tú, que predicas que no se ha de hurtar, hurtas? (v. 21).

El principio aquí enunciado es escrutador y de amplia aplicación. Cada uno de los que predicamos el Evangelio deberíamos medirnos diligentemente a nosotros mismos por él. Tú que predicas que Dios ama la verdad en lo íntimo, ¿eres fiel a tus palabras? Tú que enseñas que debemos procurar lo bueno delante de todos los hombres, ¿tienes deudas por pagar? Tú que exhortas a los creyentes a orar sin cesar, ¿pasas mucho tiempo en el lugar secreto? Si no es así, no te sorprendas si tus sermones tienen poco efecto. De la paz pastoril de Galaad a la prueba exigente de confrontarse al rey; de la presencia de Acab a la soledad de Querit; del, arroyo seco a Sarepta. Las conmociones y desplazamientos de la Providencia son necesarios para que nuestra vida espiritual prospere. “Quieto estuvo Moab desde su mocedad, y sobre sus heces ha estado él reposado, y no fue trasegado de vaso en vaso” (Jeremías 48:11). La figura usada aquí es muy sugestiva. Moab se había aletargado y vuelto blando porque había tenido paz por largo tiempo. Se habla estropeado como el zumo de uva sin refinar. Dios estaba trasegando a Elías “de vaso en vaso” para que la espuma flotara y pudiera ser quitada. El agitar nuestro nido, el cambio constante de las circunstancias que nos rodean, no son experiencias agradables, pero son indispensables para impedir que "reposemos sobre nuestras heces”. Pero, lejos de reconocer los designios misericordiosos del Purificador, cuán a menudo somos enojadizos, y murmuramos cuando nos trasiega de vaso en vaso. “Entonces él se levantó y se fue a Sarepta”. No puso inconvenientes, sino que hizo lo que se le mandaba. No puso dilaciones, sino que emprendió su largo y desagradable camino en seguida. Estaba tan presto a ir a pie como lo hubiera estado si Dios le hubiera proporcionado una carroza. Estaba tan presto a cruzar un desierto como lo habría estado para dirigirse, si Dios se lo hubiera ordenado, a un jardín exuberante y frondoso. Estaba tan dispuesto a pedir socorro a una viuda gentil, como si Dios le hubiera dicho que regresara entre sus amigos en Galaad. Para la razón carnal, puede parecer que ponía la cabeza en la boca del león  que se encaminaba hacia un peligro cierto al ir a Sidón, donde los agentes de Jezabel serían numerosos. Pero, porque Dios se lo había mandado, era justo que obedeciera (y erróneo no hacerlo), y por tanto, podía contar con la protección divina. Nótese bien que el Señor no dio a Elías más información acerca de su futura residencia y sustento sino que sería en Sarepta y en casa de una viuda.

En tiempo de escasez deberíamos estar profundamente agradecidos al Señor de que provea por nosotros, y contentarnos dejando en sus manos el modo de hacerlo. Si el Señor se compromete a guiarnos en el viaje de nuestra vida, debe bastarnos el que lo haga paso a paso. Es raro que nos revele mucho por anticipado. En la mayoría de los casos sabemos poco o nada de antemano. ¿Cómo puede ser de otro modo si andamos por fee? Debemos confiar en Él implícitamente para el desarrollo pleno de su plan para nosotros. Pero, sí andamos de verdad con Dios, ajustando nuestros caminos a su Palabra, Él hará que las cosas sean gradualmente más claras. Su providencia aclarará nuestras dificultades, y lo que ahora no sabemos lo sabremos más adelante. Éste fue el caso de Elías.

martes, 21 de junio de 2022

CARTA DEL APOSTOL PABLO A LOS ROMANOS CAPÍTULO 8;5-11

 

 

 

Romanos 8; 5-11

 

   5  Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu.

 6  Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz.

 7  Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden;

 8  y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.

 9  Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.

 10  Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia.

 11  Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.

 

           Pablo espera que los cristianos vivan normalmente en las cosas del Espíritu. Esto supone santidad, no sólo en la conducta y las palabras, sino también en los pensamientos que se albergan en nuestra mente cada momento del día.

           Pablo está presentando el contraste entre dos clases de vida: (i) La vida que está dominada por la naturaleza humana pecadora, cuyo centro es el yo, cuya única ley es el propio deseo, que se apodera de lo que quiere en cuanto puede. Personas diferentes describirán esa vida de forma diferente. Puede estar controlada por las pasiones, por la lujuria, por el orgullo o por la ambición. Se caracteriza por estar absorta en las cosas en las que pone su delicia la naturaleza humana sin Cristo.

(ii) Y la vida controlada por el Espíritu de Dios. Como los seres vivos necesitan el aire para vivir, así el cristiano vive en Cristo. De la misma manera que está en nosotros el aire que respiramos, así también Cristo. El cristiano no tiene una mente propia; su mente es la de Cristo (1Corintios_2:16). No tiene deseos propios: la voluntad de Cristo es su única ley. Está gobernado por el Espíritu, controlado por Cristo, centrado en Dios.

Estas dos vidas van en sentidos diametralmente opuestos. La vida dominada por los deseos y las actividades de la naturaleza humana pecadora se dirige a la muerte. En el sentido más literal, no tiene futuro, porque se va alejando más y más de Dios. Y aquí está la gran distinción entre judíos y cristianos genuinos: los primeros son según la carne - están bajo el poder del principio carnal y rebelde; y en consecuencia mente, gusto, las cosas de la carne - las cosas que pertenecen meramente a la vida presente; sin gusto por las cosas espirituales y eternas. El permitir que las cosas del mundo dominen totalmente la vida conduce a la extinción, es un suicidio espiritual. Al vivir así uno se incapacita cada vez más para estar en la presencia de Dios. Se vuelve resentido contra la Ley y el control de Dios. No piensa en Dios como su amigo, sino como su enemigo.

La vida gobernada por el Espíritu, centrada en Cristo y orientada hacia Dios, se va acercando día a día al Cielo aun cuando sigue en la Tierra. Es una vida que es una marcha tan regular hacia Dios que la transición final de la muerte no es más que un paso más en el camino. Como Enoc, de quien se nos dice que su vida era un caminar con Dios, y Dios le tomó; o, como lo contó un niño,   se daba paseos con Dios, hasta que un día no volvió» (Genesis_5:24 ).

Los que hemos sido regenerados, que somos nacidos del Espíritu por la Gracia de Dios, siendo redimidos de la influencia y ley de la mente carnal;  disfrutamos de las cosas del Espíritu, formando una mente espiritual y pasamos por las cosas temporales, para no perder las cosas que son eternas. Y esto, que en estos tiempos apostólicos distinguió entre el judío carnal y el creyente espiritual en Cristo, es la gran marca de distinción entre el cristiano nominal y el cristiano real ahora. El primero tiene una mente terrenal y vive para este mundo; el último tiene una mente espiritual y vive para el mundo venidero.

Cuando Pablo acababa de decir esto, se le ocurrió una objeción: «Tú dices que una persona controlada por el Espíritu va de camino a la vida; pero el hecho es que todos tenemos que morir. ¿Qué quieres decir?» Y Pablo contesta: «Todos los seres humanos mueren porque están involucrados en la situación humana. Cuando entró en el mundo el pecado, le siguió la muerte como una consecuencia natural. Por tanto, es inevitable que los seres humanos mueran; pero los que están controlados por el Espíritu y tienen a Cristo en el corazón mueren para resucitar.» El pensamiento fundamental de Pablo es que el cristiano está indisolublemente unido a Cristo. Vivir bajo la influencia de la mente carnal es vivir en el estado de condenación, y por lo tanto sujeto a la muerte eterna: mientras que, por el contrario, el que es de mente espiritual tiene la vida y la paz de Dios en su alma, y está en plena perspectiva de la vida eterna. Ahora bien, Cristo murió y resucitó; y el que es uno con Cristo es uno con el Conquistador de la muerte y participa de Su victoria. La persona controlada por el Espíritu y unida a Cristo va de camino a la vida; la muerte no es más que un interludio inevitable que hay que pasar en el camino.  

  ¿Se ha preguntado alguna vez si es cristiano de verdad o no? Cristiano es todo el que tiene el Espíritu de Dios morando en El. Si usted ha confiado sinceramente en Cristo como Salvador y lo ha reconocido como Señor, el Espíritu Santo ha entrado a su vida y ya es cristiano. Uno no sabe que ha recibido el Espíritu Santo porque haya sentido ciertas emociones, sino porque Jesús lo ha prometido. Cuando el Espíritu Santo obra en nosotros, creemos que Jesús es el Hijo de Dios y que la vida eterna se obtiene a través de Él (1Juan_5:5); empezamos a actuar bajo la dirección de Cristo (Romanos_8:5; Galatas_5:22-23); encontramos ayuda en los problemas cotidianos y en la oración (Romanos_8:26-27); podemos servir a Dios y hacer su voluntad (Hechos_1:8; Romanos_12:6ss); y somos parte del plan de Dios para la edificación de su Iglesia (Efesios_4:12-13). 

 

 Este es el criterio por el cual podéis juzgar del estado de gracia en que os halláis. Si Cristo mora en vuestros corazones por la fe, el cuerpo está muerto a causa del pecado, en referencia al pecado; los miembros de vuestro cuerpo no hacen más la obra del pecado que el cuerpo de un hombre muerto no hace las funciones de la vida natural. O el apóstol puede querer decir que aunque, a causa del pecado, la vida del hombre se pierde; y la sentencia, polvo eres, y en polvo te convertirás, debe cumplirse sobre todo ser humano, hasta el juicio del gran día; sin embargo, siendo sus almas vivificadas por el Espíritu de Cristo que mora en ellos, el cual los capacita para vivir una vida de justicia, reciben la plena seguridad de que sus cuerpos, que ahora están condenados a muerte a causa del pecado, serán resucitados de nuevo a una vida de justicia y gloria inmortal. Si un hombre no está influenciado por el espíritu manso, puro y santo del Señor Jesús, si no está conforme a su imagen, si su vida no se asemeja a la del Salvador, es un extraño a la religión. Ninguna prueba podría aplicarse más fácilmente, y ninguna es más decisiva. No importa qué más pueda tener. Puede ser ruidoso en sus profesiones, afable en su temperamento, audaz en su celo o activo en la promoción de los intereses de su propia denominación en la iglesia; pero si no tiene el temperamento del Salvador, y no manifiesta su Espíritu, es como metal que resuena o címbalo que retiñe.

¡Esta es una conclusión terrible! Lector, ponlo en serio.

 Aunque el cuerpo va a morir a causa del primer pecado que entró en el mundo, el espíritu es vida y continuará viviendo para siempre, a través de esa justicia que introdujo el segundo Adán.   El creyente no es librado de la muerte temporal. Sin embargo, hay dos cosas que bien pueden reconciliarlo con la idea de dejar a un lado por un tiempo el tabernáculo de barro. El “cuerpo mortal”, aunque ahora muera, no está destinado a permanecer para siempre bajo el dominio de la muerte, sino que será resucitado incorruptible y glorioso, por el poder del mismo Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos. Mientras tanto, “el espíritu, o alma, es vida, a causa de la justicia”. En consecuencia de esa justicia inmaculada, de la que tanto había dicho Pablo en la parte anterior de esta epístola, las almas de los creyentes, desde ahora, gozan de la vida espiritual, que resultará en vida y gloria eternas.

El creyente no es librado de la muerte temporal. Sin embargo, hay dos cosas que bien pueden reconciliarlo con la idea de dejar a un lado por un tiempo el tabernáculo de barro. El “cuerpo mortal”, aunque ahora muera, no está destinado a permanecer para siempre bajo el dominio de la muerte, sino que será resucitado incorruptible y glorioso, por el poder del mismo Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos. Mientras tanto, “el espíritu, o alma, es vida, a causa de la justicia”. En consecuencia de esa justicia inmaculada, de la que tanto había dicho Pablo en la parte anterior de esta epístola, las almas de los creyentes, desde ahora, gozan de la vida espiritual, que resultará en vida y gloria eternas.

  El que aquí recibe la gracia y el Espíritu de Cristo, y continúa viviendo bajo su influencia una vida de obediencia a la voluntad divina, tendrá una resurrección a la vida eterna; y la resurrección de Cristo será el modelo según el cual serán resucitado.

En aquellos que han confiado en Cristo van a morir porque ellos viven en un mundo caído. Sin embargo, debido a la justicia que viene por la fe en Cristo ellos ya tienen vida eterna.