} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 09/01/2017 - 10/01/2017

sábado, 30 de septiembre de 2017

30 Septiembre LA BUENA SEMILLA (Meditación)


Juan 6; 33
Respondió Jesús: Yo soy el pan de vida. Los que a mí vienen, nunca más tendrán hambre; los que en mí creen, no volverán a tener sed.

La provisión del maná se consideraba la obra cumbre de la vida de Moisés, y el Mesías no podría por menos de superarla. «Como fue el primer redentor, así será el Redentor final; como el primer redentor hizo que cayera maná del Cielo, así el postrer Redentor hará descender maná del Cielo.» «No encontraréis el maná en esta era, pero lo encontraréis en la era por venir.» «¿Para quiénes está preparado el maná? Para los justos de la era por venir. Todos los que crean serán dignos de comerlo.» 
Una vasija que contenía maná se había conservado en el arca del primer templo; y se creía que, cuando éste fue destruido, Jeremías lo había escondido, y lo sacaría a la luz otra vez cuando viniera el Mesías. En otras palabras: los judíos estaban desafiando a Jesús a que produjera el pan de Dios para justificar Sus pretensiones. No consideraban que el pan que habían comido los cinco mil era el pan de Dios en el sentido que ellos esperaban; procedía de panes terrenales y se había multiplicado como pan terrenal. El maná, creían, había sido otra cosa diferente, y sería la prueba definitiva.
La respuesta de Jesús era doble. En primer lugar, les recordó que no había sido Moisés el que les había dado el maná, sino Dios. Y en segundo lugar, les dijo que el maná no había sido el verdadero pan de Dios, sino sólo un símbolo. El pan de Dios era el Que había descendido del Cielo para dar a la Humanidad, no la simple satisfacción del hambre física, sino la vida. Jesús presentaba Sus credenciales de que la única verdadera satisfacción se encuentra en Él.

La gente come pan para saciar su hambre física y para mantener su vida física. Podemos saciar el hambre y mantener la vida espiritual únicamente mediante una adecuada relación con Jesucristo. Con razón decía que era el pan de vida. Pero el pan debe comerse para mantener la vida y a Cristo debe invitarse a entrar a nuestro diario andar para mantener la vida espiritual.

Juan 6; 35

 Respondió Jesús: Yo soy el pan de vida. Los que a mí vienen, nunca más tendrán hambre; los que en mí creen, no volverán a tener sed.

Jesús dijo, Yo soy la luz del mundo, Yo soy la puerta, Yo soy el buen pastor, Yo soy la resurrección y la vida, Yo soy el camino, la verdad y la vida, Yo soy la vid y vosotros los pámpanos. Cristo se entregó a sí mismo para satisfacer toda necesidad y todo deseo del alma.
Este versículo contiene una de las enseñanzas más sublimes sobre Jesús. En él encontramos dos grandes líneas de pensamiento que debemos tratar de analizar.
En primer lugar, ¿qué quería decir Jesús con: " Yo soy el pan de la vida»? No basta con tomarlo sencillamente como una frase bonita y poética. Vamos a analizarla paso a paso.
El pan sostiene la vida. Es algo sin lo cual la vida no puede proseguir. Pero, ¿qué es la vida? No cabe duda de que es mucho más que la mera existencia física. ¿Cuál es el sentido espiritual de la vida?  La vida verdadera es la nueva relación con Dios, esa relación de confianza y obediencia y amor que ya hemos considerado. Esa relación sólo es posible por medio de Jesucristo. Sin El no podemos entrar en ella. Es decir: sin Jesús puede que haya existencia, pero no vida. Por tanto, si Jesús es esencial a la vida, se Le puede describir como el pan de la vida. El hambre de la situación humana termina cuando conocemos a Cristo y, por medio de Él, a Dios. En Él el alma inquieta encuentra reposo; el corazón hambriento encuentra satisfacción.

En segundo lugar, este pasaje nos despliega las etapas de la vida cristiana.   Vemos a Jesús. Le vemos en las páginas del Nuevo Testamento, en la enseñanza de la Iglesia, a veces hasta cara a cara. Habiéndole visto, acudimos a Él. Le miramos, no como un héroe, no como el protagonista de un libro, sino como Alguien accesible. Creemos en Él. Es decir, Le aceptamos como la suprema autoridad acerca de Dios, de nosotros mismos y de la vida. Eso quiere decir que no acudimos a Él por mero interés, ni en igualdad de términos; sino, esencialmente, para someternos por amor. Este proceso nos da la vida. Es decir, nos pone en una nueva relación de amor con Dios, en la que Le conocemos como Amigo íntimo; ahora podemos sentirnos a gusto con el Que antes temíamos y no conocíamos. Esta posibilidad es gratuita y universal. La invitación es para todos los seres humanos. No tenemos más que aceptarlo, y ya es nuestro el pan de la vida. El único acceso a esta nueva relación con Dios es por medio de Jesús; sin Él nunca habría sido posible, y aparte de Él sigue siendo imposible. No hay investigación de la mente ni anhelo del corazón que pueda encontrar a Dios aparte de Jesús. Detrás de todo este proceso está Dios. Los que acuden a Jesús son los que Dios Le ha dado. Dios no se limita a proveer la meta; también mueve el corazón para que Le desee; también obra en el corazón para desarraigar la rebeldía y el orgullo que podrían obstaculizar la entrega total. No podríamos ni siquiera empezar a buscarle si no fuera porque Él ya nos ha encontrado. Queda ese algo tozudo en el corazón humano que nos hace seguir rehusando la invitación de Dios. En último análisis, lo único que puede frustrar el propósito de Dios es la oposición del corazón humano. La vida está ahí para que la tomemos... o para que la rechacemos.
Cuando la tomamos, suceden dos cosas. La primera es que entra en la vida una nueva satisfacción. El corazón humano encuentra lo que estaba buscando, y la vida deja de ser un mero vegetar para ser algo lleno a la vez de emoción y de paz. Y la segunda es que tenemos seguridad hasta más allá de la muerte. Aun el último día, cuando todo termine, estaremos a salvo. Como dijo un gran comentarista: " Cristo nos lleva al puerto en el que se acaban todos los peligros.» Esas son la grandeza y la gloria de las que nos privamos cuando rehusamos Su invitación.


 ¡Maranatha! ¡Sí, ven Señor Jesús!

viernes, 29 de septiembre de 2017

EL SEXTO SELLO


Apocalipsis 6; 12-17

12 Y vi, cuando abrió el sexto sello, sobrevenir un gran terremoto, y el sol se volvió negro como un tejido de crin; la luna, toda ella se volvió de sangre, 13 y los astros del cielo cayeron sobre la tierra, como una higuera, sacudida por fuerte viento, deja caer las brevas. 14 Y el cielo fue retirado como un libro que se enrolla, y todo monte e isla fueron removidos de su lugar.

    El sexto sello cambia la escena de regreso al mundo físico. Los primeros cinco juicios fueron dirigidos a regiones específicas, pero este juicio es universal. Todos tendrán miedo cuando la tierra misma sea sacudida.
Juan usa imágenes que eran muy familiares en la literatura apocalíptica. Los judíos creían que el fin del mundo la Tierra sería sacudida y habría catástrofes y cataclismos cósmicos. En esta descripción hay cinco elementos que aparecen repetidamente a través de la Biblia.

  Hay un terremoto. A la venida del Señor, la Tierra temblará (Amós 8:8)
La calamidad de las cinco primeras visiones de los sellos había sido causada por hombres, por lo cual quedó también limitada al hombre y a su mundo; en la sexta se extiende la calamidad a la naturaleza muerta y adopta al mismo tiempo dimensiones cósmicas. También en los evangelios semejantes catástrofes cósmicas preceden inmediatamente al juicio universal (Mateo_24:29), que sería de esperar con la apertura del séptimo sello. Como introducción al «gran día de la ira del Cordero»  traza el Apocalipsis un cuadro espeluznante, compuesto en general con motivos del Antiguo Testamento; en vísperas de su último día comienza la tierra a temblar, el sol se ensombrece como cubierto por un obscuro manto de luto, el claro cielo se vuelve negro (Isaías_50:3), sobre este fondo obscuro penden la luna llena roja como de sangre; el universo entero parece desintegrarse, las estrellas caen del punto en que están fijas en el cielo, como caen las hojas de la higuera sacudida por el vendaval de invierno ( Isaías_34:4). La sinfonía del cataclismo final, compuesta con representaciones tomadas de la idea del mundo de entonces termina con el derrumbamiento del firmamento entero, que se concibe como un hemisferio extendido por encima de la tierra, el cielo se enrolla como se enrollaba entonces un libro. También el caos en la tierra es de tales dimensiones que ya no es posible reconocer su superficie; ni siquiera las montañas, símbolo de estabilidad, ni las islas se hallan ya en su lugar. La desintegración de todos los órdenes del espacio vital del hombre enfrenta al género humano con el caos del cataclismo y le hace presentir su propia destrucción.

15 Los reyes de la tierra, los magnates, los jefes militares, los ricos, los poderosos y todos, esclavos y libres, se ocultaron en las cavernas y en los riscos de los montes. 16 Y dicen a los montes y a los riscos: «Caed sobre nosotros y ocultadnos de la presencia del que está sentado sobre el trono y de la ira del Cordero.» 17 Porque llegó el gran día de su ira. ¿Y quién puede tenerse en pie?


El Apóstol Juan nos presenta a hombres de todas clases y condición el número siete indica totalidad, desde los reyes, magnates, tribunos, ricos y poderosos hasta los siervos y libres, huyendo de los cataclismos para esconderse en las cavernas de los montes. Esto era frecuente en Palestina en tiempo de invasiones enemigas y de guerras   Y lo mismo dice Jesucristo en el Evangelio cuando habla de la caída de Jerusalén y de la gran tribulación. El apostrofe que dirigen los impíos a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros y ocultadnos de la cara. del Cordero, nos recuerda las palabras que Cristo dirigió a las piadosas mujeres de Jerusalén, que se lamentaban de su suerte, cuando iba camino del Calvario: “Entonces dirán a los montes: Caed sobre nosotros, y a los collados: Ocultadnos.”   Los malvados tienen conciencia de su culpabilidad, y, antes de comparecer ante la faz irritada del Cordero, prefieren desaparecer para siempre. Porque ha llegado el día terrible de su ira, y nadie podrá mantenerse en pie en su presencia. El manso Cordero se ha convertido en fiero León para los enemigos de Dios. La vista del Redentor inmolado será lo que más terror ha de causar a la humanidad ingrata. Los enemigos de Dios se sentirán llenos de espanto, y tendrán que reconocer la soberanía y la omnipotencia divinas, manifestadas en esas convulsiones cósmicas. El día grande de la ira del Señor es el paralelo del gran día de Yahvé, del cual nos hablan frecuentemente los profetas. Ese día será un día terrible, un día de tinieblas y oscuridad, en el que se oscurecerá el sol y la luna, y las estrellas caerán del cielo, y el universo entero se conmoverá. Todas estas imágenes sirven para dar realce a la intervención divina en favor de su Iglesia y en contra de los enemigos de ella.
El significado esencial de la escena descrita por San Juan es que los enemigos de Dios serán obligados a reconocer, en las diversas épocas de la historia, los signos precursores del gran día de Dios, del gran juicio del Señor. Y tendrán que constatar que no siempre podrán escapar a la justicia divina
El terror pánico que se ha apoderado de los hombres cuando han visto su mundo desquiciado y hecho astillas, domina a todos sin excepción; se enumeran doce grupos (símbolo de la totalidad), desde la más alta clase social hasta el estrato más bajo de la sociedad. La sensación de impotencia frente a una naturaleza, cuyas leyes habían explorado y a la que de esta manera creían tener, en cierto modo, sujeta en sus manos, lleva a los hombres a una franca desesperación; todo orgullo se ha desplomado en un terror sin remedio. Tratan de escapar, pero no hay escondrijo para su mala conciencia y para ocultarse de los ojos del Cordero que viene a juzgar; el día de su ira pondrá de manifiesto que el Salvador del mundo es también su juez.
Tal como lo vio Juan en su visión, el tiempo del fin había de ser de terror universal. Aquí está también manejando imágenes que les resultarían familiares a todos los que conocieran el Antiguo Testamento y los últimos escritos judíos. Cuando llegara el Día del Señor, todo el mundo estaría aterrado; angustias y dolores se apoderarían de ellos como de la mujer de parto; y se asombraría cada cual de su compañero (Isaías_13:6-8). Entonces, hasta los valientes gritarían de terror (Sofonías_1:14). Temblarían todos los habitantes de la Tierra (Joel_2:1). Estarían aterrados; no tendrían adónde huir ni dónde esconderse; las criaturas de la Tierra temblarían de miedo. Dios Se presentaría como testigo contra Su pueblo pecador (Miqueas_1:1-4). Sería como fuego purificador, ¿y quién podría soportar el tiempo de Su venida? (Malaquias_3:1-3). El Día del Señor sería grande y terrible, ¿y quién podría soportarlo? (Joel_2:11). La gente le diría a los montes: " ¡Cubridnos!» y a los collados: " ¡Caed sobre nosotros!» (Oseas_10:8), palabras que citó Jesús cuando iba de camino hacia la Cruz (Lucas_23:30).
Este pasaje tiene dos cosas significativas que decir acerca de este terror:
  Es universal.
El versículo 15 menciona a los reyes, los capitanes, los grandes, los ricos, los fuertes, los esclavos y los libres. Se ha hecho notar que estas siete palabras incluyen " toda la gama de la sociedad humana.» Nadie estará exento del juicio de Dios. Los grandes puede que fueran los gobernadores Romanos que persiguieron a la Iglesia; los capitanes, las autoridades militares. Por muy grandes que fueran eran hombres, y por mucho poder que manejaran estaban sujetos al juicio de Dios. Por muy rica que sea una persona, por muy fuerte, por muy libre que se considere, por muy insignificante que fuera un esclavo, no escaparía al juicio de Dios.
 Cuando llega el Día del Señor, Juan ve a la gente buscando dónde esconderse.
 Aquí tenemos la gran verdad de que el primer instinto del pecado es esconderse. En el Jardín del Edén, Adán y Eva trataron de esconderse (Genesis_3:8).   Lo que más temen los pecadores no es la muerte sino la presencia reveladora de Dios al otro lado.  Lo terrible del pecado es que convierte al hombre en un fugitivo de Dios; y lo supremo de la obra de Jesucristo es que pone al hombre en una relación con Dios en la que ya no necesita esconderse, sabiendo que puede confiarse al amor y la misericordia de Dios.
  Notemos una última cosa. De lo que huye la gente es de la ira del Cordero.
Aquí tenemos una paradoja; no asociamos fácilmente la ira con el Cordero, sino más bien la benignidad y la amabilidad. Pero la ira de Dios es la ira del amor, que no trata de destruir, sino que hasta en la indignación trata de salvar al que ama.
Al ver a Dios sentado en el trono, todos los seres humanos, grandes y pequeños, se aterrorizarán y clamarán que las montañas caigan sobre ellos de modo que no tengan que enfrentarse al juicio del Cordero. Esta vívida escena no tiene la intención de asustar a los creyentes. Para ellos, el Cordero es un Salvador tierno. Pero los generales, emperadores o reyes que antes no mostraron temor de Dios y con orgullo ostentaron su incredulidad, hallarán que estaban equivocados, y en aquel día deben enfrentarse a la ira de Dios. 

       Las visiones de los sellos hacen tabla rasa de la utopía de que el progreso de la humanidad significa a la vez progreso en lo humano, que paralelamente a él corre un proceso progresivo de humanización. Las imágenes de la apertura de los sellos han descubierto por el contrario el progresivo proceso de maduración del mal en la historia y el correspondiente crecimiento del caos y de la anarquía. Luego, al fin, la desintegración incluso del orden de la naturaleza indica al hombre aterrorizado lo que él mismo ha causado al abandonar los órdenes que habían sido confiados a su responsabilidad, con ello ha minado las bases de su misma existencia. Lo que de su mundo se ofrece todavía a sus ojos pasmados es el espantoso vacío de la nada, que no deja ya ninguna salida más que la ruina y el fin de todo. La enorme angustia existencial que por esto asalta a todos, está expresada de manera impresionante con la psicosis de fuga y de búsqueda de un escondrijo; en la total inconsistencia del hombre en medio de un mundo que él creía haberse apropiado y puesto a su disposición, vuelve a mostrársele con tenue resplandor la conciencia de la responsabilidad moral, pero sólo ya como miedo del juicio.
Una generación de la humanidad será la última; lo que ésta experimentará exteriormente se anuncia aquí sólo en figuras simbólicas; no sabemos por tanto cómo será la realidad; ahora bien, el objetivo de la pintura apocalíptica es éste: poner drásticamente ante los ojos el estado interior y la reacción de aquellos últimos hombres ante el juicio final de Dios. Las catástrofes en la historia y en la naturaleza referidas en las visiones de los sellos se interpretan finalmente en el sentido de que son un anuncio de la «ira del Cordero», del día de su juicio.

 A los que creemos en la Palabra de Dios, que el Rey de reyes se acerca, los cristianos estamos llamados a un rumbo decidido y a confesar denodadamente a Cristo y su verdad ante nuestros congéneres. Sea lo que sea que tengamos que soportar, el desprecio del hombre, de corta duración, debe soportarse más que la vergüenza que es eterna.
Nadie que haya rechazado a Dios podrá sobrevivir el día de su ira, pero los que pertenecemos a Cristo recibiremos una recompensa y no un castigo. ¿Perteneces a Cristo? Si es así, no tienes por qué temer a esos últimos días.


¡Maranatha!

29 Septiembre LA BUENA SEMILLA (Meditación)


Lucas 22; 44
Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.”

 Jamás ningún ser humano ha llegado a experimentar “una extrema tensión emocional y angustia”, como la de Jesús;  y estaba en tal agonía aun después de ser fortalecido por un ángel; oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.   Es cierto que la palabra como se usa para comparar una cosa con otra y así se usa en muchos textos, pero autoridades médicas reconocen que bajo circunstancias de “extrema tensión emocional y angustia” la sangre puede salir del cuerpo como sudor. Si no había sangre en el sudor de Jesús, ¿por qué el médico Lucas compara el sudor, que en sí puede ser gotas, con sangre? Jesús dijo que su alma estaba triste “hasta la muerte” (Mateo_26:38) y la agonía descrita por Lucas puede resultar en muerte.
Lo que le oprime no es el temor de la muerte, sino la ansiedad por la victoria. De este combate decisivo depende la salud del mundo. El combate es duro. Después de la tentación se retiró Satán por algún tiempo. Ahora, en cambio, vuelve a apretarle de nuevo para desviarlo de su camino, que le ha sido indicado por el Padre.

Recogiendo todas sus fuerzas, derribando todas las resistencias, da Jesús un «sí» a la voluntad del Padre. El esfuerzo hace que salga el sudor por los poros. Su sudor caía hasta la tierra como gotas de sangre.
Pasajes como estos son sumamente instructivos, y nos persuaden a ser humildes. Cuando aún los apóstoles se condujeron  de esta manera, el cristiano debe estar alerta, no sea que de repente caiga en tentación. También nos hacen conformar con  la muerte, y desear la glorificación del cuerpo, pues solo será cuando eso suceda que podremos servir a' Dios día y noche  sin sentir cansancio.
Debemos orar también para ser capacitados para resistir hasta derramar nuestra sangre en la lucha contra el pecado, si alguna vez se nos llama a eso.
¡La próxima vez que en tu imaginación te detengas a deleitarte en algún pecado favorito, piensa en sus efectos como los que ves aquí! Mira sus terribles efectos en el huerto de Getsemaní y desea profundamente odiar y abandonar a ese enemigo, con la ayuda de Dios, y rescatar pecadores por los cuales el Redentor oró, agonizó y sangró.

Salmo 22; 1, 11
1 “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor?
11 No te alejes de mí, porque la angustia está cerca;
Porque no hay quien ayude.”


David hizo una descripción sorprendentemente acertada del sufrimiento que el Mesías soportaría cientos de años más tarde. Es obvio que David estaba pasando por una gran prueba, pero en medio de su sufrimiento, al igual que el Mesías venidero, obtuvo la victoria. Jesús, el Mesías, citó este versículo cuando estaba colgado de la cruz llevando la carga de nuestros pecados (Mateo_27:46). No era una queja, sino una apelación urgente a Dios.
En este salmo, el Espíritu de Cristo que estaba en los profetas testifica clara y plenamente de los sufrimientos de Cristo y la gloria que seguiría.
Tenemos un doloroso lamento porque Dios se ha retirado. Esto se puede aplicar a cualquier hijo de Dios, aplastado, abrumado con pena y terror. Las deserciones espirituales son las aflicciones más dolorosas de los santos; pero hasta su queja por estas cargas es una señal de vida espiritual y del ejercicio de los sentidos espirituales. Clamar: ¿Dios mío por qué estoy enfermo? ¿Por qué estoy pobre?, tiene sabor a descontento y mundanalidad. Pero: ¿Por qué me has abandonado? es el lenguaje de un corazón que ata su felicidad al favor de Dios.
Esto debe aplicarse a Cristo. Con las primeras palabras de esta queja derramó su alma ante Dios cuando estaba en la cruz. Siendo verdadero hombre, Cristo sintió una indisposición natural a pasar a través de tan grandes dolores, pero prevalecieron su celo y amor. Cristo declara la santidad de Dios, su Padre celestial, en sus sufrimientos más agudos; sí, los declara como prueba de aquello por lo cual sería perpetuamente alabado por su Israel, más que por todas las otras liberaciones que recibieron. Nunca nadie que esperó en ti, fue avergonzado de su esperanza; nunca nadie que te buscó, te buscó en vano.
Aquí hay un lamento por el desprecio y oprobio de los hombres. El Salvador habla del estado de rechazo al cual estaba reducido. La historia de los sufrimientos de Cristo y de su nacimiento explica esta profecía.
Tenemos el sufrimiento de Cristo, y a Cristo orando; en ellos somos dirigidos a buscar cruces y, bajo ellas, mirar a Dios. Se describe la forma misma de la muerte de Cristo, aunque no era la usada por los judíos. Ellos horadaron sus manos y sus pies, al clavarlos en el madero maldito, y todo su cuerpo fue dejado colgando para que sufriera los dolores y torturas más severos. Su fuerza natural falló, siendo consumida por el fuego de la ira divina que hizo presa de su espíritu. ¿Quién puede, entonces, resistir la ira de Dios? O, ¿quién conoce su fuerza? La vida del pecador fue abandonada, y la vida del Sacrificio debe ser su redención. Cuando fue crucificado, nuestro Señor Jesús fue desvestido para que pudiera revestirnos con la túnica de su justicia. Así estaba escrito, en consecuencia, correspondía que Cristo así sufriera. Que todo esto confirme nuestra fe en Él como el verdadero Mesías, y estimule nuestro amor por Él como nuestro mejor amigo, que nos amó y sufrió todo esto por nosotros.
En su agonía Cristo oró, oró fervorosamente que la copa pudiese pasar de Él. Cuando no podemos regocijarnos en Dios como nuestro cántico, permanezcamos en Él como nuestra fortaleza; y recibamos consuelo de los apoyos espirituales, cuando no podemos tener deleites espirituales.
Pide ser librado de la ira divina. Él que ha librado, debe librar y librará. Debemos pensar en los sufrimientos y la resurrección de Cristo hasta que sintamos en nuestra alma el poder de su resurrección y la participación en sus padecimientos.


¡Maranatha! ¡Sí, ven Señor Jesús!

jueves, 28 de septiembre de 2017

28 Septiembre LA BUENA SEMILLA (Meditación)


1 Juan 1; 9
Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.”

La palabra griega para decir “confieso” es una compuesta de dos partes: jomologueo. “Jomo” = mismo; “lego” = digo. Confesar, pues, significa decir lo mismo (que Dios dice en cuanto al pecado). Es, pues, admitir la acusación de Dios y que Dios tiene razón en cuanto al pecador acusado. Esto requiere un corazón “contrito y humillado” (Salmo_51:17)
Desde luego la confesión bíblica es hecha a Dios por nuestro Abogado, Jesucristo (1Timoteo_2:5; Hebreos_7:25), y no por ningún ser humano.

 “Si confesamos” es decir, si continuamos confesando nuestros pecados al pecar en lugar de negar que tenemos pecado. El cristiano no vive en el pecado, pero admite que a veces peca, y siempre, arrepentido, confiesa sus pecados, y Dios por la sangre de Cristo le perdona.

La confesión tiene el propósito de librarnos para que disfrutemos de la comunión con Cristo. Esto debiera darnos tranquilidad de conciencia y calmar nuestras inquietudes. Pero muchos cristianos no entienden cómo funciona eso. Se sienten tan culpables que confiesan los mismos pecados una y otra vez, y luego se preguntan si habrían olvidado algo. Otros cristianos creen que Dios perdona cuando uno confiesa sus pecados, pero si mueren con pecados no perdonados podrían estar perdido para siempre. Estos cristianos no entienden que Dios quiere perdonarnos. Permitió que su Hijo amado muriera a fin de ofrecernos su perdón. Cuando acudimos a Cristo, El nos perdona todos los pecados cometidos o que alguna vez cometeremos. No necesitamos confesar los pecados del pasado otra vez y no necesitamos temer que nos echará fuera si nuestra vida no está perfectamente limpia. Desde luego que deseamos confesar nuestros pecados en forma continua, pero no porque pensemos que las faltas que cometemos nos harán perder nuestra salvación. Nuestra relación con Cristo es segura. Sin embargo, debemos confesar nuestros pecados para que podamos disfrutar al máximo de nuestra comunión y gozo con El.
La verdadera confesión también implica la decisión de no seguir pecando. No confesamos genuinamente nuestros pecados delante de Dios si planeamos cometer el pecado otra vez y buscamos un perdón temporal. Debemos orar pidiendo fortaleza para derrotar la tentación la próxima vez que aparezca.


Siendo Dios fiel, cumplirá sin falta con su promesa de perdonarle al hermano pecador que confiesa sus pecados (Salmo_143:1). Dios es fiel en su promesa de misericordia y justo en aplicar el perdón que obtiene el sacrificio de Cristo en la cruz.

Si Dios nos ha perdonado nuestros pecados por la muerte de Cristo, ¿por qué debemos confesar nuestros pecados? Al admitir nuestro pecado y recibir la limpieza de Cristo:
  Acordamos con Dios en que nuestro pecado es de veras pecado y que deseamos abandonarlo.
Nos aseguramos de no ocultarle nuestros pecados, y en consecuencia no ocultarlos de nosotros mismos.
 Reconocemos nuestra tendencia a pecar y nuestra dependencia de su poder para vencer el pecado.
La verdadera confesión también implica la decisión de no seguir pecando. No confesamos genuinamente nuestros pecados delante de Dios si planeamos cometer el pecado otra vez y buscamos un perdón temporal. Debemos orar pidiendo fortaleza para derrotar la tentación la próxima vez que aparezca.

 Hay personas que dicen que no tienen pecado. Eso puede querer decir una de dos cosas.

Puede que describa al hombre que dice que no tiene responsabilidad por su pecado. Es bastante fácil encontrar excusas tras las cuales uno trata de esconderse. Podemos echarle las culpas de nuestros pecados a nuestra herencia biológica, a las circunstancias, a nuestro temperamento, a nuestra condición física, pero eso es sólo una excusa para no afrontar nuestra situación.

Podemos pretender que fue otro el que nos indujo a pecar, y nos descarrió. Es característico de la naturaleza humana el tratar de sacudirse la responsabilidad por el pecado. O puede que describa al hombre que pretende que puede cometer pecado sin sufrir las consecuencias.

Juan insiste en que, cuando una persona ha pecado, sus excusas y justificaciones son irrelevantes. La única actitud que nos permite hacer frente a la situación es la confesión humilde y penitente a Dios y, si es necesario, a los hombres.

A continuación dice Juan una cosa alucinante. Dice que podemos depender de que Dios, en Su justicia, nos perdone si confesamos nuestros pecados. A primera vista habríamos pensado que Dios, en Su justicia, estaría más dispuesto a castigar que a perdonar. Pero el hecho es que Dios, porque es justo, nunca quebranta Su palabra; y la Escritura está llena de promesas de misericordia para con la persona que acude a Dios con un corazón arrepentido. Dios ha prometido no despreciar nunca el corazón contrito, y no va a quebrantar Su palabra. Si confesamos nuestros pecados con humildad y arrepentimiento, Él nos perdonará. El mismo hecho de presentar excusas y de tratar de autojustificarnos nos excluye de recibir el perdón, porque nos excluimos del arrepentimiento; el mismo hecho de la confesión humilde es el que abre la puerta para el perdón, porque solamente el que tiene un corazón arrepentido puede reclamar las promesas de Dios.

  Hay personas que dicen que realmente no han pecado. Esa actitud no es ni mucho menos tan infrecuente como podríamos pensar. Incontables personas no creen realmente que han pecado, y hasta se ofenden de que se las llame pecadoras. Su equivocación es que creen que el pecado es sólo la clase de cosa que sale en los periódicos. Olvidan que pecado es hamartía, que quiere decir literalmente no dar en el blanco. Dejar de ser tan buen padre, madre, esposo, esposa, hijo, hija, obrero, persona como podríamos ser es pecar; y eso nos incluye a todos.

En cualquier caso, el que dice que no ha pecado está realmente nada menos que dejando a Dios por mentiroso, porque, según las Escrituras, Dios ha dicho claramente que todos hemos pecado.

Así es que Juan condena al que pretende estar tan avanzado en el conocimiento y en la vida espiritual que el pecado ha dejado de afectarle. Condena al que se exime de la responsabilidad por su pecado, o que mantiene que el pecado no le afecta lo más mínimo. Condena al que ni siquiera se ha dado cuenta de que es un pecador. La esencia de la vida cristiana es, en primer lugar, darnos cuenta de nuestro pecado; y, seguidamente, acudir a Dios para recibir ese perdón que puede borrar el pasado y esa limpieza que puede hacer nuevo el futuro.

 No entender esta enseñanza llega a producir muchas frustraciones, sobre todo en los recién convertidos. La falta de un ministerio para discipular a los nacidos de nuevo, puede generar muchas dudas y dejar estancada espiritualmente a una persona. Lo digo por experiencia personal. Tras tocar “fondo” por el peso del pasado, he visto la mano del Señor como me sacado de allí, y guiado para andar en su senda a la Luz de la Palabra de Dios en la Biblia. Y lo mejor de todo es que el pasado, se ha esfumado, ya no me atormenta.  No soy perfecto ni mucho menos; cometo errores, tropiezo, y es imposible no pecar, pero sé que mi Señor Jesucristo me perdona.
En las últimas horas, he visto como la muerte angustia a los religiosos, no saben, no les enseña ni garantiza nada su religión. ¡Si eres bueno, talvez…! ¡Si haces buenas obras,…tal vez!
Pero que distinta es nuestra actitud, los que hemos nacido de nuevo por gracia de Dios por fe en Jesucristo, recibimos la garantía, el sello del Espíritu Santo que nos asegura ir a la presencia de Dios.

¡Maranatha! ¡Sí, ven Señor Jesús!


miércoles, 27 de septiembre de 2017

EL QUINTO SELLO


Apocalipsis 6; 9-11
9 Y cuando abrió el quinto sello, vi al pie del altar las almas de los degollados por causa de la palabra de Dios y del testimonio que tenían.

  El Cordero abre el quinto sello, y así revela el reposo gozado por las almas de los mártires, y la razón por qué hay una demora en su venganza. La sala del trono del Omnipotente se transforma en un templo celestial con un altar, contrapartida del altar de los holocaustos en el templo de Jerusalén, a cuyo pie se derramaba la sangre de los animales sacrificados en señal de que su vida había sido ofrecida a Dios. El altar representa el altar del sacrificio en el templo donde se ofrecían los animales para expiar nuestros pecados. En lugar de la sangre de los animales al pie del altar, Juan vio las almas de los mártires que habían muerto por predicar el evangelio. A estos mártires se les había dicho que muchos más perderían la vida por su fe en Cristo. Al tener que afrontar la guerra, la hambruna, la persecución y la muerte, los cristianos serán llamados a permanecer firmes por lo que creen. Solamente los que permanezcan firmes hasta el fin serán premiados por Dios (Marcos_13:13).
Por eso ve Juan a los mártires cristianos al pie del altar celestial, porque los que han sido asesinados por la Palabra de Dios y por el testimonio son personas sacrificadas.
Dice Levítico_17:11, "Porque la vida de la carne en la sangre está". El hombre tiene alma; los Testigos de Jehová enseñan lo contrario. En la sangre está la vida de la carne, pero el alma es otra cosa. Ellos habían sido muertos porque defendían el evangelio de Cristo. Su sangre había sido derramada. Murieron, pues la vida de la carne en la sangre está. Pero ¡no dejaron de existir! ¡No fueron aniquilados y olvidados! Juan vio sus almas, y oyó sus voces y lo que decían.
            Ellos se refirieron a los que "moran en la tierra", porque ellos estaban en el Hades, donde moran las almas hasta la resurrección. ¡Estaban conscientes! La muerte del cuerpo no es el fin de la existencia de uno, porque el hombre es más que cuerpo y respiración. Este pasaje es un golpe de muerte a la doctrina del materialismo de que el alma "duerme" y por eso no siente ni sabe nada.

También a la descripción del «comienzo del doloroso alumbramiento»  sigue la predicción de graves persecuciones (Mateo_24:9). Como «el testigo fiel y veraz» (Mateo_3:14) llevó a cabo en la cruz la entrega total al Padre, así las víctimas de la persecución, por la virtud del sacrificio de su Señor y como imitación de sus sentimientos y de su fidelidad, entregaron su vida por Dios. Por eso están también ahora, como el Cordero, en el santuario del cielo, en la proximidad de Dios.
Y se le dio a cada uno de ellos una túnica blanca, y se les dijo que descansaran todavía otro poco hasta que se completara el número de sus consiervos y hermanos que habían de ser muertos.

Al romperse el quinto sello se presenta la visión de las almas de los que han muerto por la fe.
Jesús no dejó a Sus seguidores en la menor duda en cuanto a los sufrimientos y el martirio que serían llamados a sufrir. «Entonces os entregarán a tribulación, os matarán y seréis odiados por todos por causa de Mi nombre» (Mateo_24:9; Marcos_13:9-13; Lucas_21:12; Lucas_21:18). Llegaría el día en que los que mataran a los cristianos creerían que estaban prestándole un servicio a Dios (Juan_16:2).
La idea de un altar en el Cielo se encuentra más de una vez en Apocalipsis (8:5; 14:18). No era ni mucho menos una idea nueva. Cuando se hizo el mobiliario del Tabernáculo, cada pieza se hizo conforme al modelo que Dios poseía y le mostró a Moisés (Exodo_25:9; Exodo_25:40 ; Numeros_8:4 ; Hebreos_8:5 ; Hebreos_9:23). Los que escribieron acerca del Tabernáculo y del Templo estaban convencidos de que el modelo de todas las cosas santas existía en el Cielo.
Las almas de los que habían sido ajusticiados estaban allí, debajo del altar. La imagen está tomada directamente del ritual de los sacrificios del Templo. Para un judío, lo más santo de cualquier sacrificio era la sangre, porque la sangre se identificaba con la vida, y la vida pertenecía a Dios (Levítico 17: 11 -14). Por esa razón, se estipulaba específica la ofrenda de la sangre.
" Echará el resto de la sangre del becerro al pie del altar del holocausto» (Levítico_4:7). Es decir: la sangre se ofrecía al pie del altar.
Esto nos da el sentido de este pasaje. Las almas de los mártires están debajo del altar. Es decir: su sangre vital se ha derramado como una ofrenda a Dios. La idea de que la vida de los mártires es un sacrificio ofrecido a Dios estaba en la mente de Pablo. Dice que se regocijará si es ofrecido en el sacrificio y el servicio de la fe de los Filipenses (Filipenses_2:17). "Yo ya estoy a punto de ser sacrificado,» le dice a Timoteo (2 Timoteo_4:6).
En tiempos de los Macabeos los judíos sufrieron terriblemente a causa de su fe. Hubo una madre cuyos siete hijos fueron amenazados de muerte por su lealtad a la fe judía. Ella los animó a no ceder, y les recordó que Abraham no se había negado a ofrecer a Isaac. Les dijo que, cuando llegaran a la gloria, tenían que decirle a Abraham que él había construido un altar de sacrificio, pero la madre de ellos había construido siete. En el judaísmo posterior se decía que el arcángel Miguel sacrificaba en el altar del Cielo las almas de los íntegros y de los que habían sido fieles en el estudio de la Ley. Cuando Ignacio de Antioquía iba de camino a Roma para sufrir el martirio, pedía en oración ser hallado digno de ser un sacrificio para Dios.
Hay aquí una verdad grande y alentadora. Cuando una persona buena muere por causa de la bondad, puede que parezca una tragedia, o el desperdicio de una vida noble, o la acción de los malos, y por supuesto que puede que sea todas esas cosas; pero cada vida que se ofrece por el bien y por la verdad y por Dios es a fin de cuentas más que cualquiera de esas cosas: es una ofrenda que se hace a Dios.
Hay tres cosas en esta sección que debemos notar:

  Tenemos el grito eterno de los justos dolientes
«¿Hasta cuándo?" Este era el grito del salmista. ¿Hasta cuándo se les iba a permitir a los paganos afligir al justo pueblo de Dios? ¿Hasta cuándo se les iba a consentir burlarse de Su pueblo preguntándole dónde estaba su Dios y qué estaba haciendo? (Salmo_79:5-10). Lo que debemos recordar es que cuando los santos de Dios lanzaron este grito estaban sorprendidos ante la aparente inactividad de Dios, pero no tenían la menor duda de que Él habría de intervenir definitivamente para vindicar a los justos.

  Tenemos aquí una actitud que nos es fácil criticar.
 Los santos deseaban de hecho ver que sus perseguidores recibían su justo castigo. Nos es difícil comprender la idea de que parte del gozo del Cielo fuera ver el castigo de los pecadores en el Infierno.  
  Tertuliano  había de burlarse de los paganos con su amor a los espectáculos, y decirles que el espectáculo que esperaban los cristianos con más ilusión era ver a sus perseguidores retorcerse en el Infierno:

Os encantan los espectáculos; pero esperad el mayor de todos los espectáculos, el juicio final y eterno del universo. ¡Cómo admiraré, cómo me reiré, cómo me regocijaré, cómo celebraré cuando contemple a tantos monarcas orgullosos, y supuestos dioses, gimiendo en el más profundo abismo de tinieblas; a tantos magistrados que persiguieron el nombre del Señor, retorciéndose en llamas más feroces que las que ellos encendieron contra los cristianos; a tantos filósofos sabihondos tostándose en rojas llamas con sus ilusos discípulos; a tantos poetas célebres temblando ante el tribunal, no de Minus, sino de Cristo; a tantos actores, más a tono en la expresión de sus propios sufrimientos; a tantos bailarines haciendo cabriolas en las llamas.

Es fácil sentir asco ante el espíritu de venganza que podía escribir cosas así; pero debemos recordar por lo que pasaron aquellos hombres: la agonía de las llamas, la arena del circo con sus fieras, las torturas sádicas que tuvieron que sufrir. Solo tenemos derecho a criticarlo si hemos pasado por la misma agonía.
  Los mártires deben descansar en paz un poco más de tiempo hasta que se complete su número.
Los judíos tenían la convicción de que el drama de la Historia se tenía que representar hasta su final antes de que llegara el fin. Dios no intervendría hasta que la medida señalada se hubiera alcanzado. Se tenía que completar el número de los justos que habían de ser ofrecidos. El Mesías no vendría hasta que hubieran nacido todas las almas que hubieren de nacer.   «Te suplicamos que sea Tu voluntad ¡Oh Señor! en Tu generosa bondad que se cumpla en breve el número de Tus elegidos y se apresure la venida de Tu Reino.» Es una idea curiosa, pero conlleva la de que toda la Historia está en las manos de Dios, y de que en ella y a través de toda ella Dios está cumpliendo Su propósito hacia un fin indudable.

10 Y clamaron con gran voz, diciendo: «¿Hasta cuándo, oh Soberano, santo y veraz, estarás sin juzgar y sin vengar nuestra sangre de los moradores de la tierra?» 11 Y se les dio a cada uno una túnica blanca, y se les dijo que estuvieran tranquilos todavía un poco de tiempo, hasta que se completase el número de sus consiervos y de sus hermanos, que iban a ser muertos como ellos.

Sabían que la Justicia Divina les vengaría, pero no entendían por qué se demoraba. La razón se les dio en el versículo siguiente.
            No pedían venganza personal, sino que viniera el día de la justicia de Dios cuando los malos serán castigados. Sabían que a Dios le toca la venganza (Romanos_12:19; Lucas_18:7-8). En un gran clamor de oración se constituyen ante Dios en abogados de sus hermanos perseguidos en la tierra. En ellos, la Iglesia maltratada y atormentada por «los moradores de la tierra» -frase estereotipada que en el Apocalipsis significa a los impíos-, la Iglesia de los mártires, clama al Omnipotente, cuya esencia es santidad y fidelidad, por la pronta liberación prometida de la injusticia y de la maldad de este tiempo del mundo, mediante la manifestación de su gloria ante todo el mundo; este grito de oración implora, por tanto, en el fondo lo mismo que el clamor nostálgico con que cierra el Apocalipsis: «¡Ven, Señor Jesús!» (Mateo_22:20). No una sed de satisfacción por ansia de venganza, sino el hambre de la justicia y del triunfo de la verdad, de la consumación del reino de Dios, resuena en la oración de los mártires, que ellos presentan a Dios, recordando los sufrimientos de sus hermanos sobre la tierra («Venga tu reino»).
Podemos desear justicia inmediata, como lo hicieron estos mártires, pero debemos ser pacientes. Dios obra en su debido tiempo, y El promete justicia. Ningún sufrimiento por causa del reino de Dios es un esfuerzo perdido.
A la pregunta « ¿Hasta cuándo?» reciben una doble respuesta. La primera, que afecta a ellos mismos, se expresa en una acción simbólica con la entrega de una túnica blanca; en otras palabras: ellos mismos reciben ya participación en la gloria del Señor junto al trono de Dios. A continuación, tocante a la situación apurada de sus hermanos, se les informa de que todavía no se ha alcanzado el número de mártires prefijado; primero debe realizarse el plan de la sabiduría, justicia y bondad eterna; entonces habrá llegado el momento que aguarda y ansía la Iglesia con sus mártires. El martirio de los fieles contribuye a completar la Iglesia y acelera así la hora de la consumación del mundo. Es esencial a la Iglesia, en tanto vive en la tierra, ver su existencia puesta ininterrumpidamente en cuestión por el mundo. Sabe que en conjunto ni debe contar con el favor del mundo ni está mortalmente amenazada por su repudio; como el salmista, profesa impasible su confianza en el Omnipotente: «En tus manos está mi suerte»   Lucas_18:5).


¡Maranatha!

LOS CUATRO PRIMEROS SELLOS


Apocalipsis 6; 1-8

1 Y vi cuando el Cordero abrió el primero de los siete sellos, y oí a uno de los cuatro seres vivientes que decía como con voz de trueno: «Ven.» 2 Y miré, y apareció un caballo blanco, y el que lo montaba llevaba un arco, y se le dio una corona y salió vencedor y para vencer.

        Los cuatro primeros sellos forman un grupo coherente formado con un motivo homogéneo, los llamados «cuatro jinetes del Apocalipsis»; también su encargo, insinuado con diferentes colores y arreos, representa un todo en sí. Los cuadros trazados en forma concisa y acertada toman sus elementos de las visiones nocturnas del profeta Zacarías (Zacarías_1:8-10; Zacarías_6:1-8), aunque combinados en diseños autónomos. El fondo sobre el que transcurre el hecho es el cuadro desarrollado en la visión introductoria. El Cordero va abriendo un sello tras otro. El transcurso del acontecer que con ello viene desencadenado lo pone en marcha en cada caso uno de los cuatro seres vivientes con una orden de mando como un trueno; ninguna calamidad viene de Dios, sino del ámbito de las fuerzas creadas; la omnipotencia soberana de Dios y del Cordero sobre todo acontecer se notifica en este cuadro mediante un silencio mayestático.

   Muchos ven al jinete sobre el caballo blanco como un símbolo del poder político internacional bajo la forma de la conquista militar. Otros ven en el jinete del caballo blanco a Cristo, moviéndose triunfalmente en medio de su Iglesia durante los agónicos acontecimientos que se aproximan, venciendo a través de la tribulación y para vencer finalmente sobre todo. El jinete que monta el caballo blanco recuerda a primera vista el jinete del Logos. Cristo abre el primer sello. El primer sello representa a Cristo en su obra conquistadora por medio del evangelio (Zacarías_19:11-13); al igual que éste, aparece como triunfador; la corona que se le entrega simboliza, como se explica expresamente, el triunfador invencible; como modelo del cuadro pudo servir el jinete armado de arco, como se lo conocía en las tropas de choque de los persas, que no habían sido nunca derrotadas definitivamente por los romanos.
Cuando cada uno de los siete sellos se cortaba y abría, un nuevo terror caía sobre la Tierra. El primer terror se simboliza bajo la forma de un caballo blanco con su jinete. ¿Qué o a quién representan? Se han sugerido dos explicaciones, una de las cuales no puede ser acertada.
  Se ha sugerido que el jinete del caballo blanco es el mismo Cristo victorioso. A esta conclusión se llega porque algunos comentadores conectan esta figura con la de Apocalipsis 19:11 s, que nos presenta un caballo blanco sobre el que cabalga Uno llamado Fiel y Verdadero y coronado con muchas coronas. Que es el Cristo victorioso.  
Aquí la corona es stéfanos, que es la corona del vencedor, mientras que la de Apocalipsis 19 es diádéma, la corona real. El pasaje que estamos estudiando presenta un ¡ay! tras otro y un desastre tras otro; una presentación del Cristo victorioso estaría aquí fuera de lugar. Esta imagen nos habla, no de la venida del Cristo victorioso sino de la de los terrores de la ira de Dios.
 Los dispensacionalistas ven en el v. 1 el comienzo de la gran tribulación, y al jinete del caballo blanco  v. 2  como un contrincante de Cristo que cabalga para ganarse la adulación y la sumisión del mundo.  No cabe duda que el caballo blanco y su jinete representan la conquista de la guerra.
Cuando un general romano celebraba un triunfo, es decir, cuando desfilaba por las calles de Roma con su ejército y sus cautivos y su botín después de una gran victoria, eran caballos blancos, el símbolo de la victoria, los que estaban uncidos a su carroza.
Pero como ya hemos dicho en la introducción a este pasaje, Juan reviste sus predicciones del futuro con imágenes del presente que sus lectores podían reconocer. El jinete del caballo blanco llevaba en la mano un arco. En el Antiguo Testamento el arco siempre representa poder militar, como ha seguido sucediendo en España hasta recientemente. En la derrota final de Babilonia, sus valientes serían llevados cautivos, y sus arcos quebrados -es decir, su poder militar sería destruido Jeremías_51:56). «Aquel día quebraré el arco de Israel en el valle de Jezreel» Oseas_1:5). Dios quiebra el arco, destroza la lanza e incendia los carros; es decir: no Le puede resistir ningún poder militar humano Salmo_46:9). El arco, entonces, siempre representaría un poder militar. Pero hay una figura en particular que los Romanos y todos los habitantes de Asia reconocerían al instante. El único enemigo que temían los Romanos era el poder de Partia. Los partos habitaban en las fronteras del lejano Oriente del Imperio Romano, y eran el azote de Roma. El año 62 d C. tuvo lugar un acontecimiento sin precedentes: un ejército romano había sometido a Vologeso, el rey de los partos. Los partos montaban caballos blancos, y eran los arqueros más famosos de la antigüedad. «Disparar la flecha del parto» sigue siendo en muchas lenguas el golpe final, irresistible y devastador, que alude tal vez a la habilidad de los jinetes partos de acribillar al enemigo disparando sus arcos por encima del hombro cuando fingían una retirada.
Así es que el caballo blanco y su jinete con arco representan el militarismo y la conquista.
Aquí tenemos algo que los hombres han tardado mucho en aprender. La conquista militar se ha representado como una gran hazaña; pero es siempre una tragedia. Cuando Eurípides quería describir la guerra en el teatro, no se traía un ejército con sus banderas, sino a una anciana encorvada y aturdida que llevaba de la mano a un niño llorando porque había perdido a sus padres. Durante la Guerra Civil española contó un reportero cómo se había dado cuenta de pronto de lo que era la guerra: estaba en una ciudad española en la que las partes contendientes llevaban a cabo una guerra de guerrillas. Vio andando por una acera a un chiquillo, que sin duda se había perdido, aturdido y aterrado, arrastrando un juguete que había perdido las ruedas. De pronto resonó el disparo de un fusil, y el niño cayó al suelo, muerto. Eso es la guerra. El primero de los trágicos terrores de los tiempos terribles, Juan coloca al caballo blanco con su jinete con arco, la visión de la tragedia de la conquista militarista.


Ahora bien, esta figura simbólica difícilmente puede referirse a Cristo; en efecto, Cristo está ya representado en el cuadro por el Cordero que abre los sellos, y además Cristo no podría aparecer nunca obedeciendo a la orden de una criatura (uno de los seres vivientes). Apenas si puede tampoco tratarse de la marcha triunfal del Evangelio por el mundo, que según Marcos_13:8 tendrá lugar antes del fin. El grupo de los jinetes, estructurado sin duda alguna como una unidad coherente y por tanto concebido como tal, quedaría desarticulado si uno de los cuatro jinetes no debiera considerarse como portador de calamidad al igual que los tres otros entre las tribulaciones del tiempo final; Mateo_24:6 menciona, en primer lugar, la guerra; también aquí está seguramente significada por el primer jinete. Eventualmente en la imagen del jinete que va en cabeza podría haberse incorporado también la figura más importante del acontecer escatológico: el Anticristo, bajo cuya dirección victoriosa se hallan las confusiones y extravíos que preceden al fin. La idea surge naturalmente por dos razones: En el apocalipsis sinóptico se halla al comienzo mismo, inmediatamente antes del anuncio de guerras, la puesta en guardia contra los falsos Mesías; además, también el color blanco y la corona de vencedor encajarían bien en el cuadro, puesto que en el Apocalipsis se describe generalmente al Anticristo como una tentativa de imitación de Cristo y en el tiempo final sale victorioso hasta que el Señor que retorna acaba por desarmarlo.

En este primer cuadro, que muestra en acción poderes hostiles a Dios y, por tanto, también contrarios a la creación, aparece también por primera vez la fórmula «le fue dada», que se repite como un estereotipo en análogas descripciones. En esta forma pasiva hay que sobrentender como sujeto agente a Dios; esta perífrasis en forma pasiva se había desarrollado en el judaísmo para evitar mencionar el nombre de Dios.

Juan recuerda constantemente con esta fórmula que, contrariamente a la impresión externa que a veces se impone, el poder del mal no puede tener manifestación ni eficacia alguna por su cuenta y sólo puede entrar en acción cuando, y mientras, Dios lo permite.

3 Y cuando abrió el segundo sello oí al segundo ser viviente que decía: «Ven.» 4 Y salió otro caballo, rojo, y al que lo montaba se le dio el poder de quitar la paz de la tierra y de hacer que se degollaran unos a otros; y se le dio una gran espada.

El Cordero abre el segundo sello. El segundo ser viviente decía lo mismo que el primero.   
            La obra salvadora de Cristo es seguida por la obra destructora de Satanás. El segundo sello representa matanza y mortandad de gente. Dondequiera que vaya Cristo, viene en seguida la persecución. El segundo jinete viene claramente caracterizado por sus distintivos como mensajero de infortunio. El rojo, color de la sangre y del fuego, es en el Apocalipsis el signo indicador de los poderes hostiles a Dios. Su instrumento es la espada y su obra es la guerra, que por el tenor de las palabras («se degollaron unos a otros») parece entenderse más bien como guerra civil (Mateo_24:7), que en comparación con las guerras entre las naciones -simbolizadas por el primer jinete- es generalmente más cruel y asoladora; en este sentido la acción del segundo factor de infortunio implica una graduación con respecto al primero. Tanto las guerras exteriores como las del interior (revueltas, subversiones violentas) tienen su fuerza motriz en el mal, por lo cual ningún enfrentamiento sangriento podrá ser nunca cohonestado con una designación como «guerra santa», ni se le podrá nunca añadir el calificativo de «religioso».
Y cuando abrió el segundo sello le oí decir al segundo ser viviente: «¡Adelante!» Y salió al frente otro caballo de color rojo de sangre, y al que lo montaba se le permitió despojar de paz a la Tierra y hacer que los hombres se mataran .entre sí, y se le dio una gran espada.
El jinete sobre el caballo bermejo es el símbolo de la guerra civil y el conflicto violento. La función del segundo caballo y su jinete es despojar de la paz a la Tierra. Representan esa rivalidad destructiva que pone a las personas y a las naciones unas contra otras en un caos de trágica destrucción. Esto tiene dos trasfondos.
  Juan estaba escribiendo en un tiempo en el que la guerra de aniquilación mutua estaba diezmando el mundo. En los treinta años antes del reinado de Herodes el Grande, 67 a 37 a C., solamente en Palestina no menos de 100,000 hombres perecieron en revoluciones fracasadas. En el año 61 d C. se suscitó una rebelión en relación con el nombre de la reina Boadicea. Los romanos la aplastaron. Boadicea se quitó la vida, y perecieron 150,000 hombres.
  En las figuras judías del fin del mundo, uno de los elementos esenciales es la desintegración completa de todas las relaciones humanas: " Cada uno peleará contra su hermano, y cada uno contra su prójimo; ciudad contra ciudad y reino contra reino» (lsaías 19:2). «Cada uno llegará a las manos con su compañero, y se levantarán las manos unos contra otros» (Zacarías_14:13). Se asesinarán unos a otros desde el amanecer hasta el ocaso. El amigo le hará la guerra a su amigo; los amigos se atacarán repentinamente mutuamente (Esdras_5:9; Esdras_6:24). Algunos caerán en el combate, otros morirán de angustia, y a otros los destruirán los suyos. Muchos se inflamarán de ira para hacer daño a muchos, y levantarán a todos los hombres para derramar sangre, y todos acabarán por perecer juntos.
La visión del fin describía un tiempo en el que se destruirían todas las relaciones humanas y el mundo sería un caldero hirviente de odios crueles.
Sigue siendo verdad que una nación en la que hay divisiones entre las personas y las clases sociales y el odio se basa en ambiciones competitivas y deseos egoístas está condenado a desaparecer; y el mundo en el que las naciones pelean a muerte las unas con las otras se apresura a su final.


5 Y cuando abrió el tercer sello, oí al tercer ser viviente que decía: «Ven.» Y miré; y apareció un caballo negro, y el que lo montaba tenía una balanza en la mano. 6 Y oí como una voz en medio de los cuatro seres vivientes que decía: «Una medida de trigo por un denario, y tres medidas de cebada por un denario. Pero el aceite y el vino no los dañes.»

El tercer jinete en caballo negro va casi siempre en el séquito del primero y del segundo, la guerra; aquí simboliza el hambre (Mateo_24:7) y sus consecuencias, la mortandad en masa (el color negro). La balanza con que se deben pesar las raciones pinta drásticamente la penuria de alimentos, y la indicación de los precios del trigo y de la cebada, necesarios para la fabricación del pan, significa la carestía. Un denario era entonces el jornal de un día. Los perjuicios causados por el jinete portador de calamidad se restringe a la cosecha de primavera; los frutos de otoño, el aceite y el vino , se exceptúan expresamente. A las posibilidades de aniquilamiento por el tercer jinete pone explícitamente límites el poder supremo, al que él debe obedecer.
Nos ayudará a entender la idea que subyace bajo este pasaje el recordar que Juan se refiere, no al fin del mundo, sino a las señales y acontecimientos que lo precederán. Así es que aquí el caballo negro y su jinete representan el hambre, una hambruna severa y de graves consecuencias, pero que no es tan extrema como para matar. Hay trigo -aun precio prohibitivo; y no son afectados ni el vino ni el aceite.
Las tres cosechas principales de Palestina eran los cereales, el aceite y el vino, que son las que se mencionan siempre cuando se habla del producto de la tierra (Deuteronomio_7:13; Deuteronomio_11:14; Deuteronomio_28:51; Oseas_2:8; Oseas_2:22). El jinete del caballo llevaba en la mano una romana. En el Antiguo Testamento, la frase comer pan al peso indica la mayor escasez. Dios amenaza que, si el pueblo es desobediente, " os devolverán el pan (que os hayan horneado) al peso» (Levitico_26:26). Dios amenaza a Ezequiel: " Quebrantaré el sustento de pan en Jerusalén; comerán el pan por peso y con angustia» (Ezequiel_4:16).
No era extraño que hubiera aceite y vino cuando faltaban los cereales. El olivo y la vid tienen las raíces más profundas que el trigo, y pueden resistir una sequía que destruye los cereales. Cuando Jacob tuvo que mandar a sus hijos a Egipto por trigo en los días del hambre de tiempos de José, todavía podía mandar frutos escogidos de la tierra (Genesis_43:11). Pero es cierto que una situación en la que no faltaran el aceite y el vino pero el pan estuviera prohibitivamente caro sería la equivalente a una en la que hubiera lujos abundantes pero escaseara lo más necesario.
Podemos ver la gravedad de la escasez por la afirmación de la voz de entre los cuatro seres vivientes. Una medida de trigo o tres de cebada costaban un denarius. La medida era un joinix, que equivalía a un litro, y que se definía corrientemente en el mundo antiguo como la ración diaria de un hombre. Un denarius era el jornal de un obrero, que solo se podría comparar con el de los países más pobres. Normalmente un denarius era el precio de entre ocho y dieciséis medidas de trigo, y tres o cuatro veces más de cebada. Lo que Juan está pronosticando es una situación en la que todo el jornal de un obrero se necesitaría para comprar lo absolutamente necesario para su subsistencia personal, sin que quedara nada para las otras necesidades de la vida o para la familia. Si en vez de trigo compraba cebada podía arreglárselas para darle algo a su mujer y familia, pero no le quedaría para comprar ninguna otra cosa.
Podemos ver que, aunque Juan estaba hablando de las señales que precederían al tiempo del fin, estaba pintándolas realmente en términos de situaciones históricas que muchos reconocerían. Había habido hambres desesperadas en tiempos de Nerón que no habían afectado al lujo de los ricos. Hubo una ocasión en que llegó un barco de Alejandría a Italia. El gentío hambriento creyó que era un barco de trigo, porque todos los barcos de trigo procedían de Alejandría, y se amotinaron cuando descubrieron que el cargamento no era trigo sino una clase especial de arena del Delta del Nilo para extenderla en el circo para el espectáculo de los gladiadores. Este pasaje tiene un eco sorprendente en ciertos sucesos del reinado de Domiciano, por el tiempo en que estaba escribiendo Juan. Hubo una escasez muy seria de grano y un exceso de vino. Domiciano adoptó la medida drástica de decretar que no se plantaran nuevas viñas y que se desarraigaran la mitad de las ya existentes en las provincias. En consecuencia de ese edicto, los de la provincia de Asia, que era donde vivía Juan, estuvieron a punto de rebelarse, porque sus viñas eran una de sus fuentes principales de ingresos. En vista de la reacción violenta del pueblo de Asia, Domiciano rescindió el edicto y mandó que se procesara a los que dejaran de cultivar sus viñas. Aquí tenemos una situación en que escaseó el trigo y sin embargo estaba prohibido reducir la producción de vino y aceite.
Así es que esta descripción del hambre coincidía con la del lujo. Siempre ha habido algo trágicamente lamentable en una situación en la que algunos tienen demasiado y otros carecen de lo más esencial. Eso es siempre una señal de que la sociedad en la que se da está abocada a la ruina.
Hay otro detalle interesante que se ha sugerido que hay en este pasaje. Es de entre los cuatro seres vivientes de donde viene la voz hablando de los precios de hambre. Ya hemos visto que los cuatro seres vivientes puede que simbolicen lo mejor de la naturaleza; y se puede tomar esto como la protesta de la naturaleza contra el hambre en la sociedad. Lo trágico es casi siempre que la naturaleza produce bastante; y más de lo necesario, pero que hay muchas personas a las que nunca llega la abundancia. Es como si Juan indicara simbólicamente que la misma naturaleza protesta cuando sus dones se usan de manera egoísta e irresponsable contribuyendo al lujo de los pocos y a la estrechez de los más.


7 Y cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente que decía: «Ven.» 8 Y miré, y apareció un caballo bayo, y el que montaba sobre él tenía por nombre «la muerte», y le acompañaba el Hades. Se les dio potestad sobre la cuarta parte de la tierra para matar con espada, con hambre o con peste y con las fieras de la tierra.

El cuarto jinete, un caballo bayo (amarillento, color de cadáver) viene designado por su nombre, thanatos. En realidad esta palabra griega puede significar, además de «muerte», también «peste», o en general «epidemia»; aquí se ha de entender probablemente en este último sentido; en efecto, la muerte es el acompañamiento de los cuatro jinetes; un punto de apoyo para admitir este último significado se halla también en la circunstancia de que el final del vers. 8 está tomado literalmente de Ezequiel 14:21: «...mis cuatro terribles azotes: la espada, el hambre, las bestias feroces y la peste». Como al tercer jinete, también al cuarto se le fija la medida que no puede rebasar.
Al considerar este pasaje debemos seguir teniendo presente que no trata del fin del mundo sino de las señales que lo precederán. Por eso es la cuarta parte de la Tierra la que está implicada en la muerte y el desastre. Se trata de un tiempo terrible, pero todavía no ha llegado el momento de la destrucción total.
La descripción es sombría. El caballo tiene un color pálido. La palabra original es jlórós, que quiere decir pálido en el sentido de lívido, y se usa de un rostro lívido de terror. El pasaje se complica por el hecho de que la palabra griega thánatos se usa con un doble sentido. En el versículo 8 quiere decir tanto muerte como peste.
Juan estaba escribiendo en un tiempo en el que el hambre y la peste devastaban el mundo; pero en este caso está pensando en términos del Antiguo Testamento, que habla más de una vez de «los cuatro juicios terribles.» Ezequiel oyó decir a Dios que se acerca el tiempo en que Él mandará Sus «cuatro juicios terribles contra Jerusalén» -espada, hambre, fieras y peste (Ezequiel_14:21).
En Levítico hay un pasaje que habla de los castigos que Dios mandará sobre Su pueblo a causa de su desobediencia. Las fieras les arrebatarán a sus hijos y destruirán su ganado y los reducirán en número. La espada vengará su infidelidad al pacto. Cuando se reúnan en sus ciudades, se encontrarán con la peste. Les quebrantará el sustento del pan, y cuando coman no se saciarán Levítico_26:21-26
 Aquí Juan está usando un cuadro tradicional de lo que sucede cuando Dios lanza Su ira sobre Su pueblo desobediente. Tras él se encuentra la verdad permanente de que ninguna persona o nación puede escapar las consecuencias de su propio pecado.


La impresión de horror del último jinete viene reforzada todavía por su acompañamiento, el Hades, la mansión de los muertos; éste, como ave de rapiña, aguarda el botín que le ha de tocar en la secuela de los jinetes. La visión de los cuatro portadores de infortunio termina así en un cuadro semejante a las representaciones medievales de las llamadas danzas de la muerte.

Por lo demás, los jinetes apocalípticos no están tratados en esta visión como precursores del próximo fin del mundo, como tampoco en los desarrollos análogos del apocalipsis sinóptico «el comienzo del doloroso alumbramiento» se entiende como indicio del fin que se acerca. En todo el tiempo que va de la ascensión del Señor a su segunda venida, el tiempo final, estos factores y poderes de desolación llevan adelante su obra de destrucción en la historia. Es significativo que en la visión aparezcan por orden de un ser creado y no por orden de Dios. La perversión terrestre, la voluntad de dominio político y económico, el odio y la envidia por necesidad y por orgullo los sacan constantemente a la palestra. No Dios, sino el mundo mismo impide la realización del paraíso en la tierra. Si también los creyentes son afectados por toda calamidad, saben, sin embargo, que Dios domina como Señor sobre todo tiempo y sobre todo lo que en él sucede; esta certeza significa, además, que todas las pruebas les vienen asignadas por Dios como preparación para la salvación (Romanos_8:28).

  El período del cuarto sello es uno de gran carnicería y devastación, que destruye lo que pueda traer felicidad a la vida, asolando las vidas espirituales de los hombres. Así, pues, el misterio de iniquidad fue completado, y su poder extendidos sobre las vidas y las conciencias de los hombres. No se puede discernir las fechas exactas de estos cuatro sellos, porque los cambios fueron graduales.
Dios les dio poder, esto es, los hizo instrumentos de su ira o de juicios: todas las calamidades públicas están bajo su mando; sólo avanzan cuando Dios las manda y no van más allá de lo que Él permite.
A los cuatro jinetes se les ha dado poder sobre la cuarta parte de la tierra. Esto indica que Dios aún está limitando su juicio; todavía no se ha completado. Con estos juicios todavía hay tiempo para que los incrédulos se vuelvan a Cristo y se aparten del pecado. En este caso, el castigo limitado no solo muestra la ira de Dios sobre el pecado, sino también su amor misericordioso al darles a los pecadores otra oportunidad de que se vuelvan a El antes que ejecute el juicio final.



¡Maranatha!