} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 10/01/2016 - 11/01/2016

lunes, 31 de octubre de 2016

SIGUIENDO A CRISTO


Juan 21:18- 19  De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras.
 19  Esto dijo, dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió: Sígueme.

Estos versos tienen evidentemente un carácter de vaticinio, formulado después que el acontecimiento había tenido lugar. El acontecimiento no fue ni más ni menos que la muerte de Pedro. El vaticinio está formulado en un lenguaje metafórico, que contrapone juventud y ancianidad: el joven elige por sí mismo el camino de la vida, mientras que el anciano debe dejarse ceñir y guiar adonde no quiere. Esto puede haber sido una sentencia sapiencial, que el autor recoge aquí y declara mediante una aplicación a la muerte violenta de Pedro. Se trata de una de las poquísimas referencias del Nuevo Testamento a la muerte del apóstol en forma de martirio. El punto relevante es la violencia: serán otros los que dispongan de Pedro llevándole adonde él no querría ir. No es pues una mera predicción de la manera de su muerte, sino del honor que sería conferido a él por morir en nombre de su Señor. Y, en efecto, sin duda, esta predicción fué propuesta para sellar su triple restauración: “Sí, Simón, no sólo darás a comer a mis corderos y atenderás a mis ovejas, sino después de una larga carrera de tal servicio, serás contado digno de morir por el nombre del Señor Jesús.” Uniendo así esta predicción con la invitación a seguirlo, indicaría el evangelista el sentido más profundo en el cual fué entendido este llamamiento, de no acompañarlo meramente en aquel momento, sino de venir en pos de él “llevando su cruz


Según la tradición, Pedro fue ejecutado en Roma hacia el año 64, durante la persecución de los cristianos por Nerón. La leyenda asegura que fue crucificado con la cabeza abajo. Realmente nunca nos sorprenderá lo bastante el que la muerte de los apóstoles y de los discípulos dirigentes haya dejado tan escaso rastro en los escritos neotestamentarios, y eso que tales escritos, especialmente los evangelios y los Hechos de los apóstoles, aparecieron poco después. Según parece, la Iglesia primitiva no estuvo demasiado familiarizada con aquellos varones. Ciertamente que ello no se debió a impiedad. El fundamento debió estar más bien en que a través de la fe en Jesucristo se había logrado un nuevo planteamiento de las realidades fundamentales humanas que son la vida y la muerte; planteamiento radicalmente distinto del que testifican en general las pompas fúnebres de la antigüedad. A ello se sumó sin duda el temor a la opinión pública. Si, como lo hace el evangelio de Juan, se certificaba la presencia de la nueva vida en la fe y el amor, también la muerte había quedado efectivamente reducida a la impotencia en su significación para la fe. Lo decisivo era que la causa de Jesús seguía adelante. Justamente por ello la última palabra que Jesús dirige a Pedro tiene una resonancia para todos los lectores: «Tú, sígueme.» La continuidad de un cristianismo vivo no depende en definitiva de las personas, los cargos o las instituciones, que sólo desempeñan una función subordinada de servicio. Depende ante todo y sobre todo del seguimiento de Jesús. 

TESTIGOS DE CRISTO



Juan 21:20-24  Volviéndose Pedro, vio que les seguía el discípulo a quien amaba Jesús, el mismo que en la cena se había recostado al lado de él, y le había dicho: Señor, ¿quién es el que te ha de entregar?
 21  Cuando Pedro le vio, dijo a Jesús: Señor, ¿y qué de éste?
 22  Jesús le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú.
  23  Este dicho se extendió entonces entre los hermanos, que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti?
 24  Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas, y escribió estas cosas; y sabemos que su testimonio es verdadero.

Pedro preguntó a Jesús cómo moriría Juan. Jesús le contestó que no debía preocuparse por eso. Tendemos a comparar nuestra vida con otros, sea para racionalizar nuestro nivel de devoción a Cristo o para cuestionar la justicia de Dios. Jesús nos contesta en la forma que lo hizo a Pedro: "¿Qué a ti? ¡Sígueme tú!". El énfasis no descansa en la misteriosa referencia a la suerte del discípulo amado, sino en la individualización del llamamiento al discipulado. Las vías específicas varían de un individuo a otro, pero la demanda de obediencia es la misma para todos. Por el hecho de que Juan solo de los Doce sobrevivió la destrucción de Jerusalén, y así fue testigo de aquella serie de acontecimientos que pertenece a “los últimos días”, muchos intérpretes buenos creen que ésta es una predicción virtual del hecho, y no una mera suposición. Pero esto es muy dudoso, y parece más natural considerar que nuestro Señor no pensaba dar ninguna indicación positiva de la suerte de Juan, sino que era un asunto que pertenecía al Señor de los dos, quien lo revelaría o lo encubriría según creyera propio, y que le correspondía a Pedro prestar atención a sus asuntos propios. De acuerdo con esta interpretación, en el “sígueme ”, la palabra “tú” es enfática.

 La respuesta de Jesús, tal como aquí está formulada, tiene un tono de reconvención y autoridad. ¡El destino futuro del discípulo amado no le importa a Pedro para nada! Si la pregunta indaga el sentido del seguimiento, la respuesta que debe darse es evidentemente ésta: hay distintas maneras de seguir a Jesús. Una de esas maneras de seguimiento es la de Pedro, que, en razón de la violencia ajena, acabará con la muerte de martirio. Mas el otro, el discípulo amado, no está menos que Pedro en la vía del seguimiento de Jesús. Cuando Pedro se vuelve para mirarle, le ve siguiendo ya efectivamente a Jesús, por lo que nada más puede pedirse de él. Adónde los conducirá Jesús al uno y al otro, es algo que a Pedro no debe importarle, aun cuando el otro tal vez no sufra la muerte como mártir. Es perfectamente imaginable que el autor quisiera dar así una respuesta a una controversia. Pedro había sufrido el martirio como Jesús y seguramente como muchos otros discípulos. Y sin duda que con ello se había ganado un gran prestigio y veneración como seguidores radicales de Jesús, que habían llevado su cruz hasta la muerte. ¿No era, pues, la muerte de martirio la verdadera meta final, la corona victoriosa de una auténtica vida de discípulo? ¿Y cómo era que había discípulos de Jesús de la primera hora que habían alcanzado una gran longevidad sin sufrir la muerte de los mártires? O ¿cómo había cristianos en general que si estaban dispuestos a seguirle toda la vida, pero que no aspiraban abiertamente al martirio? La respuesta del autor es aquí decisiva: ambas maneras de seguimiento son adecuadas. Hay que dejar a Jesús que señale el camino a cada uno de los discípulos, pues lo que cuadra a unos no es adecuado para todos. La respuesta toma asimismo posición frente al problema que representaba el retraso de la parusía: “Si quiero que éste permanezca hasta que yo vuelva...”, se refiere a la parusía. De quererlo, Jesús tiene el poder de dejar que el discípulo viva hasta la parusía. La palabra comporta evidentemente una exageración; pero pudo haber circulado alguna vez entre el círculo joánico como una frase acerca del discípulo amado. Cuanto más anciano se iba haciendo, tanto más pudo haberse rumoreado: ¡A éste lo reserva Jesús hasta su regreso! ¡Presenciará la parusía!

Este pasaje deja bien claro que Juan tiene que haber llegado a una notable ancianidad; tiene que haber vivido una vida tan larga que se corrió la voz entre los cristianos de entonces que iba a seguir vivo hasta la Segunda Venida de Cristo. Ahora bien: de la misma manera que el pasaje anterior asignaba a Pedro su lugar correspondiente en el plan de Dios, este se lo asigna a Juan. Su misión especial sería la de ser testigo de Cristo. También en su caso los cristianos de entonces harían sus comparaciones. Mencionarían que Pablo había llegado al fin de la Tierra; que Pedro iba por acá y por allá pastoreando a los creyentes; y entonces se preguntarían cuál era la misión especial de Juan, que llegó a tal ancianidad en Éfeso que ya no podía llevar a cabo ninguna actividad. Aquí está la respuesta: Puede que Pablo fuera el pionero de Cristo; Pedro, el pastor de Cristo; pero Juan era el testigo de Cristo, el que podía decir: “Yo he vivido estas cosas, y sé que son verdad”
Hoy en día también la prueba definitiva del Cristianismo es la experiencia cristiana personal. Hoy también el cristiano es el que puede decir: “Yo conozco a Jesucristo, y sé que el Evangelio es verdad.”
Así que, en su final, este evangelio toma dos de las grandes figuras de la Iglesia, Pedro y Juan. A cada uno Jesús le asignó una misión. La de Pedro fue pastorear la grey de Cristo hasta dar su vida por Él. La de Juan fue ser testigo de la historia de Cristo, y alcanzar una bendita ancianidad para acabar muriendo en paz. Nada los hizo rivales en el honor y el prestigio, ni al uno superior al otro. Los dos fueron siervos de Cristo.
Que cada cual sirva a Cristo donde Cristo le ha puesto. Como le dijo Jesús a Pedro: "La tarea que Yo le doy a otro no es cosa tuya. Lo tuyo es seguirme” así nos lo dice a cada uno de nosotros. Nuestra gloria no depende de nuestra comparación con los demás, sino de servir a Cristo en la capacidad que Él nos ha asignado.

¡Maranatha! 


sábado, 29 de octubre de 2016

REALMENTE ¿AMAS A JESÚS?

   

Juan 21:15-17  Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Él le dijo: Apacienta mis corderos.
   Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas.
   Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas.

En esta escena junto al mar, Jesús condujo a Pedro a través de una experiencia que removería la nube de la negación. Pedro lo hizo tres veces. Tres veces le preguntó Jesús si lo amaba. Cuando Pedro contestó afirmativamente, Jesús entonces le dijo que debía apacentar a sus corderos. Una cosa es decir que ama a Jesús, pero otra es que la verdadera prueba radica en la disposición para servirle. Pedro se arrepintió y ahora Jesús le pide que dedique su vida. La vida de Pedro cambió cuando al fin supo quién era Jesús. Su ocupación cambió de pescador a evangelista, su identidad cambió de impetuosa a "roca" y su relación con Jesús cambió. Era perdonado y comprendió el significado de las palabras de Jesús acerca de su muerte y resurrección.

 Jesús preguntó a Pedro tres veces si lo amaba. La primera vez Jesús dijo: "¿Me amas más que éstos?" (en griego, se emplea la palabra ágape. Significa amor volitivo, autosacrificial). La segunda vez, Jesús se centra solo en Pedro y vuelve a emplear la palabra griega ágape. La tercera, Jesús usa la palabra griega fileo (que significa afecto, afinidad o amor filial) y en efecto le preguntaba: "¿Eres de veras mi amigo?" Siempre Pedro había respondido con la palabra fileo. Jesús no aceptó precipitadamente respuestas superficiales. Él sabe llegar a donde tiene que llegar. Pedro tuvo que enfrentar sus motivos y sentimientos verdaderos cuando Jesús lo confrontó. ¿Qué responderías si Jesús te preguntara: "¿Me amas?" ¿Realmente amas a Jesús? ¿Eres su amigo?

Nuestro Señor se dirigió a Pedro por su nombre original, como si hubiera dejado el de Pedro cuando lo negó. Ahora contestó: Tú sabes que te amo, pero sin declarar que ama a Jesús más que los otros. No debemos sorprendernos con que nuestra sinceridad sea cuestionada cuando nosotros mismos hemos hecho lo que la vuelve dudosa. Todo recuerdo de pecados pasados, aun de pecados perdonados, renueva la tristeza del penitente verdadero. Consciente de su sinceridad, Pedro apeló solemnemente a Cristo, que conoce todas las cosas, hasta los secretos de su corazón. Bueno es que nuestras caídas y errores nos vuelvan más humildes y alertas. La sinceridad de nuestro amor a Dios debe ser puesta a prueba. Y nos conviene rogar con oración perseverante y ferviente al Dios que escudriña los corazones, que nos examine y nos pruebe a ver si somos capaces de resistir esta prueba. Nadie que no ame al buen Pastor más que a toda ventaja u objeto terrenal, puede ser apto para apacentar las ovejas y los corderos de Cristo.
El gran interés de todo hombre bueno, cualquiera sea la muerte de que muera, es glorificar a Dios en ella, porque ¿cuál es nuestro objetivo principal sino este: morir por el Señor cuando lo pida?


viernes, 28 de octubre de 2016

EL CONOCIMIENTO


Básicamente,  se define como el saber que se consigue mediante la experiencia personal, la observación o el estudio. Vez tras vez, la Biblia anima a que se busque y atesore el conocimiento exacto, que valora más que el oro. (Pr 8:10; 20:15.) Jesús recalcó la importancia de llegar a un conocimiento verdadero de él y de su Padre, y los libros de las Escrituras Griegas Cristianas hablan en repetidas ocasiones del valor del conocimiento. (Jn 17:3; Flp 1:9; 2Pe 3:18.)

La fuente del conocimiento.
Jehová es en realidad la fuente principal del conocimiento. De Él proviene la vida, y la vida es esencial para poder adquirir cualquier tipo de conocimiento. (Sl 36:9; Hch 17:25, 28.) Además, Dios creó todas las cosas, de manera que el conocimiento humano se basa en el estudio de Sus obras. (Rev 4:11; Sl 19:1, 2.) Dios también inspiró su Palabra escrita, de la que el hombre puede aprender Su voluntad y propósitos. (2Ti 3:16, 17.) Por consiguiente, el punto de partida de todo conocimiento verdadero es Jehová, y aquel que busque tal conocimiento debe tenerle un temor reverente que le ayude a ejercer el cuidado necesario para no incurrir en su disfavor. Tal temor es el principio del conocimiento. (Pr 1:7.) Este temor piadoso coloca a la persona en vías de conseguir el conocimiento exacto, en tanto que los que no toman en cuenta a Dios, fácilmente pueden sacar conclusiones erróneas de lo que observan.
La Biblia asocia repetidas veces a Jehová con el conocimiento, llamándole un “Dios de conocimiento” y diciendo que es “perfecto en conocimiento”. (1Sa 2:3; Job 36:4; 37:14, 16.)
El papel que Jehová ha asignado a su Hijo en el desenvolvimiento de sus propósitos es de tal importancia que se puede decir de Jesús: “Cuidadosamente ocultados en él están todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento”. (Col 2:3.) A menos que una persona ejerza fe en Jesucristo como Hijo de Dios, no puede captar el verdadero significado de las Escrituras ni ver cómo progresan los propósitos de Dios en armonía con sus profecías.
El examen de las palabras hebreas y griegas que suelen traducirse “conocimiento” y la observación de la relación entre el conocimiento y conceptos como la sabiduría, el entendimiento, la capacidad de pensar y el discernimiento ayuda a apreciar más plenamente el significado y la importancia del conocimiento.

Significado del término.
 Varios sustantivos de las Escrituras Hebreas que se pueden traducir por la palabra “conocimiento” están relacionados con el verbo ya·dhá`, que significa “conocer (por habérsenos dicho)”, “conocer (por observación)”, “conocer (por familiaridad o experiencia personal)” o “ser experto, diestro”. El matiz exacto del término, y a menudo la manera de traducir cada una de las palabras, está en función del contexto. Por ejemplo, Dios dijo que ‘conocía’ a Abrahán, y, por lo tanto, estaba seguro de que aquel hombre de fe dirigiría correctamente a su prole. Jehová no quería decir simplemente que era consciente de la existencia de Abrahán, sino, más bien, que estaba bien familiarizado con él, pues había observado por muchos años ya su obediencia e interés en la adoración verdadera. (Gé 18:19; Gé 22:12)
Al igual que ocurre con el verbo ya·dhá` (conocer), la principal palabra hebrea que se vierte “conocimiento” (dá·`ath) conlleva la idea básica de conocer los hechos o tener información, pero a veces incluye más. Por ejemplo, Oseas 4:1, 6 dice que en cierta época no había “conocimiento de Dios” en Israel. Eso no significa que los israelitas no tenían conciencia de que Jehová era Dios y de que Él los había liberado y guiado en el pasado (Os 8:2); sin embargo, su proceder —práctica de asesinato, robo y adulterio— mostraba que rechazaban el conocimiento verdadero, pues no estaban actuando en armonía con él. (Os 4:2.)

Ya·dhá` a veces se refiere a la relación sexual, como en Génesis 4:17, donde muchos traductores optan por la traducción literal “conoció”, mientras que otros prefieren su sentido figurado y dicen que Caín “se unió”, “tuvo coito” o “tuvo relaciones”, con su esposa. El verbo griego gui·no·sko se usa de manera similar en Mateo 1:25 y Lucas 1:34.
Después que Adán y Eva comieron del fruto prohibido (Gé 2:17; 3:5, 6), Jehová le dijo a aquel que había estado con Él en su obra creativa (Jn 1:1-3): “Mira que el hombre ha llegado a ser como uno de nosotros al conocer lo bueno y lo malo”. (Gé 3:22.) Esto no significaba simplemente tener conocimiento de lo que era bueno y malo para ellos, pues el primer hombre y la primera mujer tenían tal conocimiento gracias a los mandatos que Dios les había dado. Además, las palabras de Dios registradas en Génesis 3:22 no podían referirse a que entonces supiesen lo que era malo por haberlo experimentado, pues Jehová dijo que habían llegado a ser como Él, y es obvio que Él no ha aprendido lo que es malo por experiencia. (Sl 92:14, 15.) Es evidente, pues, que Adán y Eva llegaron a conocer lo bueno y lo malo en un sentido especial: juzgarían por sí mismos qué era bueno y qué era malo. De manera idolátrica, estaban colocando su juicio por encima del de Dios, y por su proceder de desobediencia se convirtieron, por decirlo así, en una ley para sí mismos, en lugar de obedecer a Jehová, quien tiene el derecho y la sabiduría necesaria para determinar lo bueno y lo malo. Su conocimiento o norma independiente de lo bueno y lo malo no era como el de Jehová. Por el contrario, les condujo a la miseria. (Jer 10:23.)
En las Escrituras Griegas Cristianas aparecen dos palabras que comúnmente se traducen “conocimiento”: gno·sis y e·pí·gno·sis. Ambas están relacionadas con el verbo gui·no·sko, cuyo significado es “conocer; entender; percibir”. El uso que se hace de este verbo en la Biblia puede indicar una relación favorable entre la persona que conoce y aquel que es “conocido”. (1Co 8:3; 2Ti 2:19.) En las Escrituras Griegas Cristianas se presenta el conocimiento (gno·sis) como algo muy digno. Sin embargo, no se anima a ir en busca de todo lo que los hombres llaman “conocimiento”, porque existen filosofías y puntos de vista que son “falsamente [llamados] ‘conocimiento’”. (1Ti 6:20.) Se nos recomienda adquirir conocimiento de Dios y sus propósitos (2Pe 1:5), lo cual no supone un simple conocimiento de hechos, que aun personas ateas pueden llegar a tener, sino que implica devoción personal a Dios y Cristo. (Jn 17:3; 6:68, 69.) Mientras que el tener conocimiento (solo información) pudiera resultar en un sentimiento de superioridad, el conocer “el amor de Cristo que sobrepuja al conocimiento”, es decir, conocer este amor por experiencia imitando personalmente sus caminos amorosos, dará dirección saludable y equilibrada al uso de cualquier información conseguida. (Ef 3:19.)
El término e·pí·gno·sis, forma intensificada de gno·sis (e·pí, “sobre”; gno·sis, “conocimiento”), significa, como a menudo muestra el contexto, “conocimiento exacto o completo”. Así, Pablo habló de algunos que estaban aprendiendo (asimilando conocimiento), pero que, “sin embargo, nunca pueden llegar a un conocimiento exacto   de la verdad”. (2Ti 3:6, 7.) Oró por los de la congregación de Colosas —quienes sin duda tenían conocimiento de la voluntad de Dios, pues habían llegado a ser cristianos— para que se les llenase “del conocimiento exacto de su voluntad en toda sabiduría y comprensión espiritual”. (Col 1:9.) Todos los cristianos deberían buscar este conocimiento exacto (Ef 1:15-17; Flp 1:9; 1Ti 2:3, 4), ya que es importante para vestirse de la “nueva personalidad” y conseguir la paz. (Col 3:10; 2Pe 1:2.)

Atributos relacionados.
En la Biblia con frecuencia se vincula el conocimiento con otras cualidades, tales como la sabiduría, el entendimiento, el discernimiento y la capacidad de pensar. (Pr 2:1-6, 10, 11.) Cuando se captan las diferencias básicas existentes entre estos términos, se entienden mejor muchos textos. Sin embargo, hay que partir de la base de que a los términos originales no siempre les corresponden las mismas palabras en español. Tanto el marco como el uso del vocablo afectan su sentido. No obstante, es posible advertir ciertas diferencias apreciables cuando se examinan las referencias bíblicas al conocimiento, la sabiduría, el entendimiento, el discernimiento y la capacidad de pensar.

La sabiduría.
Es la capacidad de poner por obra, usar o aplicar de manera provechosa lo que se ha aprendido en la Palabra de Dios en la Biblia. Pudiera darse el caso de que alguien tuviera considerable conocimiento, pero no supiera cómo usarlo por falta de sabiduría. Jesús relacionó la sabiduría con las obras cuando dijo: “La sabiduría queda probada justa por sus obras”. (Mt 11:19.) Salomón pidió y recibió de Dios no solo conocimiento, sino también sabiduría. (2Cr 1:10; 1Re 4:29-34.) En el caso de dos mujeres que reclamaban el mismo niño, Salomón, conocedor del apego de una madre por su hijo, demostró su sabiduría usando este conocimiento para zanjar la disputa. (1Re 3:16-28.) “La sabiduría es la cosa principal”, pues sin ella, el conocimiento es de poco valor. (Pr 4:7; 15:2.) Jehová abunda tanto en conocimiento como en sabiduría y provee ambas cosas. (Ro 11:33; Snt 1:5.)

El entendimiento.
Es la facultad de discernir cómo se relacionan entre sí las partes o aspectos de un asunto y de ver la cuestión en su totalidad, no solo los hechos aislados. El verbo raíz hebreo bin tiene el significado básico de “separar” o “distinguir”, y a menudo se traduce “entender” o “discernir”. Lo mismo sucede con el término griego sy·ní·e·mi. Por esa razón, Hechos 28:26 (citando de Isa 6:9, 10) especifica que los judíos oyeron pero no entendieron, es decir, no relacionaron los hechos presentados por Pablo con lo que las Escrituras decían, y debido a eso no captaron el cuadro general de modo que tuviera sentido para ellos. Cuando Proverbios 9:10 dice que el “conocimiento del Santísimo es lo que el entendimiento es”, muestra que entender de verdad un asunto implica apreciar su relación con Dios y sus propósitos. Debido a que una persona con entendimiento puede ir añadiendo nueva información a lo que ya conoce, al “entendido el conocimiento es cosa fácil”. (Pr 14:6.) El conocimiento y el entendimiento están relacionados entre sí, y hay que procurar hallarlos. (Pr 2:5; 18:15.)

Discernimiento. La palabra hebrea que con frecuencia se traduce “discernimiento” (tevu·náh) está relacionada con la palabra bi·náh, traducida “entendimiento”. Ambas aparecen en Proverbios 2:3, donde dice : “Si clamas por el entendimiento y alzas tu voz por el discernimiento [...]”. Al igual que el entendimiento, el discernimiento implica ver o reconocer un asunto, pero resalta el llegar a distinguir los aspectos o componentes del mismo, sopesando y evaluando cada uno a la luz de los demás. La persona que compagina el conocimiento y el discernimiento controla lo que dice y es sereno de espíritu. (Pr 17:27.) El que se opone a Jehová manifiesta falta de discernimiento. (Pr 21:30.) Dios da discernimiento (talento para discernir o una comprensión más profunda) por medio de su Hijo. (2Ti 2:1, 7)

Capacidad de pensar.
El conocimiento también está relacionado con lo que a veces se traduce “capacidad de pensar” (heb. mezim·máh). La palabra hebrea puede usarse tanto en sentido desfavorable (ideas, estratagemas, proyectos malos) como favorable (perspicacia, sagacidad). (Sl 10:2; Pr 1:4.) Por consiguiente, la mente y los pensamientos pueden dirigirse hacia un fin loable y recto, o justamente lo contrario. Prestando buena atención a cómo hace Jehová las cosas e inclinando los oídos a cada uno de los aspectos de su voluntad y propósitos, se salvaguarda la propia capacidad de pensar y se la dirige hacia lo que es correcto. (Pr 5:1, 2.) Cuando la capacidad de pensar se ejerce apropiadamente, en armonía con la sabiduría y el conocimiento divinos, protege a la persona de verse entrampada en tentaciones inmorales. (Pr 2:10-12.)

Precaución al conseguir conocimiento.
 Salomón al parecer le atribuyó al conocimiento una influencia negativa cuando dijo: “Porque en la abundancia de sabiduría hay abundancia de irritación, de modo que el que aumenta el conocimiento aumenta el dolor”. (Ec 1:18.) Este punto de vista parece contrario a lo que la Biblia suele decir del conocimiento. Sin embargo, en este pasaje Salomón subraya de nuevo la vanidad de los esfuerzos humanos en todos los asuntos que no tienen que ver con llevar a cabo los mandatos de Dios. (Ec 1:13, 14.) Así, un hombre puede conseguir conocimiento y sabiduría en muchos campos, o explorar en profundidad uno en concreto, y el conocimiento y la sabiduría adquiridos pueden ser apropiados en sí mismos, aunque no estén directamente relacionados con el propósito declarado de Dios. Sin embargo, el tener más conocimiento y sabiduría puede hacer que se tenga más conciencia de lo limitadas que son las oportunidades de emplear el  conocimiento y la sabiduría debido a la fugacidad de la vida, los problemas existentes y las malas condiciones que presenta la sociedad humana imperfecta. Esto aflige, causa irritación y un doloroso sentido de frustración. (Ro 8:20-22; Ec 12:13, 14) Del mismo modo, el conocimiento obtenido por ‘aplicarse a muchos libros’ le será “fatigoso a la carne”, a menos que se ponga al servicio del cumplimiento de los mandatos de Dios. (Ec 12:12.)




jueves, 27 de octubre de 2016

¿ANDAMOS COMO CRISTIANOS?

  (Estudio bíblico familiar 27/10/2016)

1 Juan 2:6  El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo.

Los creyentes sabremos cuan  llenos de él (Jesús) está nuestro corazón (Juan 20:15). “Así como él anduvo” cuando estuvo en la tierra, especialmente con respecto al amor. Juan se deleita en referirse a Cristo como al hombre modelo, con las palabras, “así como él”. “No es su caminar sobre la mar, sino su caminar ordinario, el que se nos manda imitar.” Se refiere a la jactancia de los gnósticos que reclamaban permanecer en Dios solamente por medio de su profesado conocimiento. La profesión de permanecer en Dios demanda la manera de vida que Cristo nos dejó como ejemplo. Indica estar unido con Dios por medio de vivir de día en día conforme a la vida ejemplar de Jesús. El que confiesa que está en Cristo, está obligado a caminar según el modelo de Cristo. «Como Cristo caminó»: ¿Qué se nos quiere decir con ello? ¿Se nos quiere indicar una multitud de conductas ejemplares? ¡No! Tan sólo una.   Cristo entregó su vida, nos amó hasta el extremo, hasta la consumación. Quien dice que «permanece en él», que tiene comunión con Cristo, debe realizar el amor, tal como Cristo lo realizó.  
¿Cómo podemos estar seguros de que pertenecemos a Cristo? Este pasaje menciona dos modos de saberlo: si hacemos lo que Cristo dice y vivimos como Cristo quiere. ¿Y qué quiere Cristo que hagamos? Juan responde en el 3.23 "que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros". La fe cristiana verdadera se traduce en una conducta afectuosa; esa es la razón por la que Juan dice que nuestra conducta nos otorga la seguridad de que pertenecemos a Cristo. La obediencia a los mandamientos prueba nuestro conocimiento de Dios. El amor genuino a Dios y una verdadera relación con él, deben evidenciarse en la lealtad que le profesamos.
  "Andar como El anduvo" o vivir como vivió Cristo no significa escoger doce discípulos, realizar grandes milagros y ser crucificado. No podemos tratar de imitar la vida de Cristo, porque mucho de ella tuvo que ver con su identidad como Hijo de Dios, su misión especial al morir por el pecado y el contexto cultural del primer siglo del mundo romano. Para vivir hoy como Cristo vivió en el primer siglo, debemos seguir su ejemplo de total obediencia a Dios y de servicio afectuoso a las personas.
El cristiano que permanezca en Cristo y Cristo en él podrá ir transformándose y uniéndose de modo tan íntimo a Dios como los sarmientos están unidos a la vid. Pero para conseguir esta permanencia en Cristo ha de imitarlo — andar como El anduvo — lo más exactamente posible. Según esto, la imitación de Cristo, criterio de la comunión con Dios, corresponde a la práctica de los mandamientos, criterio del conocimiento y del verdadero amor de Dios.
La imitación de Cristo nos impone a los cristianos la práctica del amor fraterno. No es una misión fácil, pero contamos con la presencia del Espíritu Santo con el cual fuimos sellados y que nos capacita para andar en obediencia a la Palabra de Dios en la Biblia para ser imitadores siguiendo las huellas de Jesús como hombre.



miércoles, 26 de octubre de 2016

NEHEMÍAS Y LA “MISIÓN IMPOSIBLE”



Dios se dedica a trabajar por medio de su pueblo para lograr tareas que parecen imposibles. A menudo Dios moldea a ciertas personas con características especiales, experiencias y capacitación que los preparan para los propósitos de Dios. Y por lo general, las personas no tienen idea de lo que Dios tiene guardado para ellas. Dios preparó a Nehemías para utilizarlo en llevar a cabo una de las tareas "imposibles" de la Biblia.
Nehemías era un hombre común que estaba en una posición única. Se encontraba seguro y próspero como copero del rey persa, Artajerjes. Nehemías tenía poco poder, pero mucha influencia. El rey confiaba en él. Además era un hombre de Dios y le preocupaba el destino de Jerusalén.
Setenta años antes, Zorobabel se las había arreglado para reconstruir el templo de Dios. Trece años habían pasado desde que Esdras había regresado a Jerusalén y ayudado al pueblo con sus necesidades espirituales. Ahora requerían de Nehemías. El muro de Jerusalén seguía en ruinas, y la noticia destrozó su corazón. Al hablar con Dios, un plan comenzó a tomar forma en la mente de Nehemías sobre su propio papel en la reconstrucción del muro de la ciudad. Gustosamente dejó la seguridad de su casa y de su trabajo en Persia para seguir a Dios en una misión "imposible". Y el resto es historia.
Desde el principio y hasta el final, Nehemías oró a Dios pidiendo ayuda. Nunca dudó en pedir que Dios lo recordara, y cerró su autobiografía con estas palabras: "Acuérdate de mí, Dios mío, para bien". A lo largo de la tarea "imposible", Nehemías mostró una capacidad de liderazgo poco común. El muro alrededor de Jerusalén fue reconstruido en un tiempo récord, a pesar de la oposición. Incluso los enemigos de Israel tuvieron que reconocer de mala gana y con temor que Dios estaba con aquellos constructores. No sólo eso, sino que Dios obró por medio de Nehemías para llevar un despertar espiritual al pueblo de Judá.

Quizá nsotros no tengamos las habilidades únicas de Nehemías o nos sintanos que estámos en una posición donde no podemos hacer nada grande para Dios, pero hay dos formas en las que podemos serle útil.
(1) Hablemos con Dios. Recibámoslo en nuestros pensamientos y abramos nuestro ser a El: manifestémosle nuestras preocupaciones, sentimientos y sueños.
 (2) Caminemos con Dios. Pongamos en práctica lo que aprendemos en la Biblia. Quizá Dios tenga una misión "imposible" que quiere hacer por medio de nosotros.

Puntos fuertes y logros de Nehemías:
--         Fue un hombre emprendedor, de perseverancia y oración
--         Fue un brillante proyectista, organizador y motivador
--         Bajo su liderazgo, se construyó el muro alrededor de Jerusalén en cincuenta y dos días
--         Como líder político, guio a la nación a una reforma religiosa y a un despertar espiritual
--         Mantenía la calma bajo la presión de la oposición
--         Era capaz de ser muy sincero con su pueblo cuando pecaban
Lecciones de su vida:
--         El primer paso en cualquier empresa es la oración
--         Las personas que están bajo la dirección de Dios pueden lograr tareas imposibles
--         Hay dos partes en el servicio verdadero a Dios: hablar con Él, y caminar con El


"Entonces les declaré cómo la mano de mi Dios había sido buena sobre mí, y asimismo las palabras que el rey me había dicho. Y dijeron: Levantémonos y edifiquemos. Así esforzaron sus manos para bien" (Nehemías 2:18).




domingo, 23 de octubre de 2016

OBEDIENCIA ESPIRITUAL (Estudio bíblico familiar 23/10/2016)


1Juan 2:4  El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; 5  pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él.

Puesto que no se puede «conocer» a Dios sin guardar sus «mandamientos», aquel a quien se refiere este versículo, es un «mentiroso». También esta palabra tenía una resonancia más profunda de la que tiene hoy día en nuestro lenguaje habitual. En efecto, «verdad» -en sentido joánico- es la realidad de Dios que se revela. Frente a esto, la mentira es la construcción de un mundo engañoso, de una realidad ficticia, la revelación del maligno, el antagonista de Dios. Al servicio de este antagonista se halla el hombre que afirma que posee el conocimiento de Dios y, sin embargo, rehúsa prestar obediencia a los mandamientos de Dios y de Cristo.
«En éste verdaderamente se ha perfeccionado el amor de Dios». Por primera vez en esta carta, cuyo gran tema es el amor, surge este concepto, que es su concepto más central. Ahora bien, ¿qué es lo que se quiere significar aquí por el «amor de Dios»? ¿Se habla del amor nuestro hacia Dios o del amor de Dios hacia nosotros? ¿Y qué quiere decir que este amor «se ha perfeccionado» en nosotros? Una excelente ayuda para comprender nuestro versículo, nos la proporciona el pasaje de 1Juan 4:12: «Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros.» Por el contexto del capítulo no hay duda de que su «amor» es el amor que Dios nos mostró en la entrega de su Hijo, amor que es él mismo en divina plenitud, y que él nos comunica a nosotros, a fin de que siga dimanando y siga actuando en forma de amor fraterno.
Pero ¿hasta qué punto el amor “se ha perfeccionado” en nosotros? ¿En cuánto en ese amor se agotan las posibilidades humanas de amar?
Es que no habla de un conocimiento abstracto, frío y superficial, sino de un «conocimiento interno», cálido y penetrante, de una verdadera comunión vital de nuestra inteligencia con la mente y la verdad de Dios.

 Juan pone en conexión el conocimiento de Dios y la práctica de los mandamientos. Otro tanto hace Santiago   al hablar de la unión de la fe y de las obras, y San Pablo, cuando nos dice que lo que tiene valor en la vida cristiana es la fe actuada por la caridad. Son conceptos equivalentes, que sirven para distinguir al verdadero fiel del hereje, del cual va a hablar. La enseñanza de San Juan contra los gnósticos es clara: el conocimiento meramente especulativo de Dios que no lleve consigo la práctica de los preceptos, no vale nada. No hay conocimiento verdadero de Dios ni comunión íntima con El si no conformamos nuestra voluntad con la de Él. La obediencia a los mandamientos divinos nos demostrará que conocemos verdaderamente a Dios.
El que pretenda conocer a Dios sin observar sus mandamientos es un mentiroso   Es de la misma calaña que aquel que camina en las tinieblas y, sin embargo, se cree en comunión con Dios. El apóstol seguramente se refiere a los falsos doctores, que se gloriaban de su ciencia, pero descuidaban los deberes más sagrados de la vida cristiana. Con la disculpa de la libertad alcanzada por la iluminación de la gnosis, daban rienda suelta a sus pasiones más bajas. Su moral era prácticamente el libertinaje y la rebelión contra los preceptos evangélicos. Por eso, el apóstol los trata de embusteros, porque su gnosis es falsa, ya que no poseen la gracia divina, que es la única que capacita para el verdadero conocimiento de Dios. “El verdadero conocimiento termina en el amor; y este amor se realiza de una manera perfecta en la práctica de los mandamientos. La obediencia a la palabra de Dios supone una serie de actos y de esfuerzos por los cuales el amor se afirma y se perfecciona”. Este amor es el que los fieles tienen por Dios y no el amor que Dios tiene por los hombres. A no ser que Juan hable del amor de Dios en un sentido más alto, comprendiendo ambos aspectos, ya que la caridad “se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo (amor increado de Dios) que nos ha sido dado.”
Por contraste, el amor de Dios ha sido perfeccionado en el hombre que guarda su palabra. Juan no pretende reducir el cristianismo a una forma de legalismo. Significa que Dios se reveló en Cristo, quien es su palabra, y que su venida es un desafío a todo nuestro estilo de vida. Se nos desafía a dejar el egoísmo y tomar nuestra cruz; nada menos satisfará. Como consecuencia del cabría esperar algo en el sentido de que el hombre obediente sea verídico o cuente con la verdad de Dios. Pero en lugar de ello resulta que el amor de Dios está en él, y no solamente en él, sino perfeccionado. El amor (gr. agape) es uno de los conceptos cumbres de esta carta. Este hecho es muy significativo dado lo reducido del libro. Juan ve el amor, principalmente, en la divina auto entrega de Cristo, pero el término también puede significar la respuesta del hombre a lo que Dios ha hecho; quizá ambos conceptos estén aquí. Y esta respuesta la vivimos en la medida de nuestra obediencia porque el amor se deleita en cumplir la voluntad de Dios.



martes, 18 de octubre de 2016

LAS BUENAS NUEVAS SEGÚN JUAN

   
El último relato de los cuatro que se escribieron sobre la vida y ministerio terrestres de Jesucristo.

  Aunque el libro no menciona a su escritor, se ha reconocido casi universalmente que lo escribió el apóstol Juan. Así se aceptó desde el principio, con la excepción de un pequeño grupo del siglo II que consideró heterodoxas las doctrinas del libro y por ese motivo no lo atribuyó a Juan. Hasta el advenimiento de la “crítica” moderna no se volvió a cuestionar la autoría de Juan.
Las pruebas que ofrece el propio evangelio de que su escritor fue el apóstol Juan, el hijo de Zebedeo, son tantas y tan contundentes que silencian cualquier argumento en su contra. Aunque a continuación solo presentamos unas cuantas, el lector atento de este evangelio hallará muchas más. Entre ellas destacamos las siguientes:

1º) Es evidente que el escritor del libro era judío, como lo muestra su familiaridad con las opiniones judías. (Juan 1:21; 6:14; 7:40; 12:34.)

2) Su profundo conocimiento del país indica que era oriundo de la tierra de Palestina. Los detalles mencionados respecto a ciertos lugares muestran que los conocía personalmente. Se refirió a “Betania, al otro lado del Jordán” (Juan 1:28) y ‘Betania cerca de Jerusalén’ (Juan 11:18). Escribió que había un jardín en el lugar donde se fijó en un madero a Cristo, y una tumba conmemorativa nueva en él (19:41); que Jesús “habló en la tesorería mientras enseñaba en el templo” (Juan 8:20), y que “era invierno y Jesús estaba andando por el templo, en la columnata de Salomón” (Juan 10:22, 23).

3) El propio testimonio del escritor, así como los detalles de su narración, muestra que fue un testigo ocular. Da el nombre de los que dijeron o hicieron ciertas cosas (Juan 1:40; 6:5, 7; 12:21; 14:5, 8, 22; 18:10); precisa la hora en que ocurrieron los acontecimientos (Juan 4:6, 52; 6:16; 13:30; 18:28; 19:14; 20:1; 21:4), e indica las cantidades exactas en sus relatos (Juan 1:35; 2:6; 4:18; 5:5; 6:9, 19; 19:23; 21:8, 11).

4) El escritor era un apóstol. Nadie que no lo fuera podía haber sido testigo ocular de tantos sucesos del ministerio de Jesús. Además, su profundo conocimiento de la manera de pensar de Jesús, sus sentimientos y sus razones para determinadas acciones revelan que era uno del grupo de doce que acompañaban a Jesús durante su ministerio. Por ejemplo, nos dice que Jesús le formuló a Felipe una pregunta para probarlo, “porque él mismo sabía lo que iba a hacer”. (Juan 6:5, 6.) Jesús sabía “en sí mismo que sus discípulos murmuraban” (6:61). Sabía “todas las cosas que iban a sobrevenirle” (Juan 18:4). “Gimió en el espíritu y se perturbó”. El escritor también estaba familiarizado con los pensamientos e impresiones de los apóstoles, algunos de los cuales estaban equivocados y fueron corregidos más tarde (Juan 2:21, 22; 11:13; 12:16; 13:28; 20:9; 21:4).

5) Además, se dice que el escritor era el “discípulo a quien Jesús amaba”. (Juan 21:20, 24.) De modo que era uno de los tres apóstoles más íntimos a los que Jesús mantuvo más cerca de él en varias ocasiones, como en la transfiguración (Marcos  9:2) y en el momento de su angustia en el jardín de Getsemaní. (Mateo 26:36, 37.) De estos tres apóstoles, hay que descartar como escritor a Santiago, porque Herodes Agripa I le dio muerte alrededor del año 44 E.C. No hay ningún indicio de que este evangelio se escribiese en una fecha tan temprana. Pedro está excluido debido a que su nombre se menciona junto al del “discípulo a quien Jesús amaba”. (Juan 21:20, 21.)

  La congregación cristiana primitiva aceptó como canónico el evangelio de Juan. Aparece en casi todos los catálogos antiguos, y su autenticidad nunca se ha cuestionado. Tanto las epístolas de Ignacio de Antioquía (c. 110 E.C.) como los escritos de Justino Mártir, de una generación posterior, contienen claros indicios de haber utilizado el evangelio de Juan. Se encuentra en todos los códices más importantes de las Escrituras Griegas Cristianas: el Sinaítico, el Vaticano, el Alejandrino, el Ephraemi, el de Beza, el de Washington I y el Koridethiano, así como en todas las versiones primitivas. Un fragmento de este evangelio que contiene parte del capítulo 18 de Juan está en el Papiro 457 de John Rylands (P52), perteneciente a la primera mitad del siglo II. También se hallan partes de los capítulos 10 y 11 en el Papiro de Chester Beatty núm. 1 (P45), y en el Papiro de Bodmer núm. 2 (P66), de principios del siglo III, se encuentra una gran parte del libro.

Cuándo y dónde se escribió.
Por lo general se cree que Juan había sido libertado del exilio en la isla de Patmos y estaba en Éfeso o cerca de allí, a unos 100 Km. de Patmos, cuando escribió su evangelio, alrededor del año 98 E.C. El emperador romano Nerva (96-98 E.C.) hizo volver a muchos de los exiliados a finales del reinado de su predecesor Domiciano, entre los que puede que haya estado Juan. En la revelación que Juan recibió en Patmos, Éfeso era una de las congregaciones a las que se le mandó que escribiera.
Juan había llegado a una edad muy avanzada, probablemente tenía unos noventa o cien años cuando escribió su evangelio. Sin duda estaba familiarizado con los otros tres relatos de la vida y el ministerio terrestre de Jesús, así como con los Hechos de Apóstoles y las cartas escritas por Pablo, Pedro, Santiago y Judas. Había tenido oportunidad de ver completamente revelada la doctrina cristiana y había observado los efectos que su predicación había producido en todas las naciones. También había presenciado la aparición del “hombre del desafuero”. (2Tesalonicenses 2:3.) Había sido testigo de muchas de las profecías de Jesús que ya se habían cumplido, especialmente la de la destrucción de Jerusalén y el fin de aquel sistema de cosas judío.

El propósito del evangelio de Juan.
 Juan, inspirado por el Espíritu Santo, fue selectivo al escoger lo que debía contener su crónica, porque, como él dice, “por supuesto, Jesús también ejecutó muchas otras señales delante de los discípulos, que no están escritas en este rollo”. Además, añadió: “Hay, de hecho, muchas otras cosas también que Jesús hizo, que, si se escribieran alguna vez en todo detalle, supongo que el mundo mismo no podría contener los rollos que se escribieran”. (Juan 20:30; 21:25.)
Con esto presente, Juan declara el propósito por el que escribió su registro bajo inspiración divina, en el que omite buena parte de lo que se había escrito antes: “Pero estas han sido escritas para que ustedes crean que Jesús es el Cristo el Hijo de Dios, y que, a causa de creer, tengan vida por medio de su nombre”. (Juan 20:31.)
Juan resaltó el hecho de que su narración era real y verdadera, que había acontecido (Juan 1:14; 21:24). Su evangelio es un complemento valioso al canon bíblico como testimonio presencial verdadero del último apóstol de Jesucristo que quedaba vivo.

Difundido extensamente.
 Las buenas nuevas según Juan ha sido la parte de toda la Biblia más publicada. Se han impreso y distribuidos millares de ejemplares de este evangelio por separado, además de hallarse incluido en los ejemplares de la Biblia completa.

Valor.
En armonía con la Revelación, en la que Jesucristo dice que Él es “el principio de la creación por Dios” (Apoc 3:14), Juan señala que el Hijo estaba “en el principio” con Dios y que “todas las cosas vinieron a existir por medio de él”. (Juan 1:1-3.) Por todo el evangelio subraya la intimidad de este Hijo unigénito de Dios con su Padre, y cita muchas de las declaraciones de Jesús que revelan dicha intimidad. A lo largo de todo el libro se destaca la relación Padre-Hijo, la sumisión del Hijo y la adoración de este a Jehová como su Dios. (Juan 20:17.) Esta intimidad hizo posible que el Hijo revelara al Padre como nadie más podía hacerlo y como ningún siervo de Dios del pasado había logrado hacerlo. Juan destaca el amor y el afecto del Padre al Hijo y a aquellos que llegan a ser hijos de Dios al ejercer fe en el Hijo.
Se presenta a Jesucristo como el medio que Dios tiene para bendecir a la humanidad y el único camino para acercarse a Él. Se le revela como aquel por medio de quien viene la bondad inmerecida y la verdad. (Juan 1:17.) Juan también le llama “el Cordero de Dios” (1:29), “el Hijo unigénito de Dios” (3:18), “el novio” (3:29), “el verdadero pan del cielo” (6:32), “el pan de Dios” (6:33), “el pan de la vida” (6:35), “el pan vivo” (6:51), “la luz del mundo” (8:12), “el Hijo del hombre” (9:35), “la puerta” del aprisco (10:9), “el pastor excelente” (10:11), “la resurrección y la vida” (11:25), “el camino y la verdad y la vida” (14:6) y “la vid verdadera” (15:1).
Se subraya la posición de Jesucristo como rey (Juan 1:49; 12:13; 18:33), su autoridad como juez (5:27) y la facultad de resucitar concedida por su Padre (5:28, 29; 11:25). Juan revela el papel de Cristo al enviar el espíritu santo como “ayudante” para recordar, dar testimonio de Jesús y enseñar (Juan 14:26; 15:26; 16:14, 15). Pero Juan no deja que el lector pierda de vista el hecho de que ese espíritu en realidad emana de Dios y es enviado con su autorización. Jesús mismo hizo patente que el espíritu santo no podía ser enviado de este modo como ayudante a menos que él mismo fuese primero al Padre, quien es mayor que él (16:7; 14:28). Luego sus discípulos harían obras incluso mayores, debido a que Cristo estaría de nuevo con su Padre y contestaría las peticiones solicitadas en su nombre, todo ello para que el Padre fuese glorificado (14:12-14).

Juan también pone de manifiesto que Jesucristo es el sacrificio por el que se rescataría a la humanidad. (Juan 3:16; 15:13.) Su título “Hijo del hombre” nos recuerda que estaba estrechamente relacionado con el hombre cuando se hizo carne, era pariente del hombre; por esta razón, como se prefiguró en la Ley, actuó como recomprador y vengador de la sangre. (Levítico 25:25; Números 35:19.) Cristo les dijo a sus discípulos que el gobernante de este mundo no tenía dominio sobre él, sino que él había vencido al mundo y, como resultado, el mundo estaba juzgado y su gobernante sería echado fuera. (Juan 12:31; 14:30.) A los seguidores de Jesús se les anima a que venzan al mundo manteniendo lealtad e integridad a Dios como hizo Jesús. (Juan 16:33.) Eso armoniza con la revelación que Juan había recibido, en la que Cristo repite la necesidad de vencer y promete ricas recompensas celestiales a su lado para los que estén en unión con Él. (Apoc 2:7, 11, 17, 26; 3:5, 12, 21.)