} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 07/01/2018 - 08/01/2018

martes, 31 de julio de 2018

31 Julio: Meditando la Palabra de Dios en la Biblia.




Filipenses 2; 5-11

Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús,

   el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse,
   sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres;
   y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
   Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre,
   para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra;
   y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.



En muchos sentidos este es el pasaje más importante y conmovedor que Pablo escribió en todas sus cartas acerca de Jesús. Contiene uno de sus pensamientos favoritos. Su esencia se encuentra en la sencilla afirmación que hizo Pablo escribiendo a los corintios: Que Jesús, aunque era rico, por amor a nosotros se hizo pobre (2Co_8:9 ). Aquí esa misma idea se expresa en una plenitud sin paralelo. Pablo está exhortando a los Filipenses a que vivan en armonía, a que dejen a un lado sus discordias, a que se despojen de sus ambiciones personales y de su orgullo y de su deseo de sobresalir, y a que tengan en su corazón aquel deseo humilde, generoso, de servir que fue también la esencia de la vida de Jesús. Su exhortación final y suprema consiste en señalar al ejemplo de Cristo.
Este es un pasaje que debemos tratar de comprender plenamente, por lo mucho que contiene para despertarnos la mente a la meditación y el corazón a la adoración. Con este fin miraremos detenidamente algunas de sus palabras originales.
El griego es una lengua considerablemente más rica que el español. Muchas veces, cuando en español no tenemos más que una palabra para expresar una idea, en griego tenemos varias. En cierto sentido estas palabras son sinónimas; pero, como nos dicen los lingüistas, no existen en ninguna lengua palabras que quieran decir exactamente lo mismo y que se puedan usar indistintamente en todos los contextos. Eso es especialmente cierto en este pasaje. Cada una de las palabras que escogió Pablo meticulosamente nos muestran dos cosas: la realidad de la humanidad y la realidad de la divinidad de Jesucristo
  Siendo en forma de Dios - Él era por naturaleza en la misma forma de Dios. Dos palabras se escogieron cuidadosamente para mostrar la inalterable divinidad de Jesucristo. La palabra que la Reina-Valera traduce por siendo pertenece al verbo griego hypárjein, que no es la palabra corriente para ser. Describe lo que es una persona en su propia esencia y que no puede cambiarse. Describe esa parte de una persona que, en cualesquiera circunstancias, permanece inmutable. Así es que Pablo empieza diciendo que Jesús era esencial e inmutablemente Dios.
Luego pasa a decir que Jesús era en la forma de Dios. Hay dos palabras griegas para forma: morfé y sjéma. Tenemos que traducir las dos por forma porque no tenemos otro equivalente en español; pero no quieren decir la misma cosa. Morfé es la forma esencial que nunca cambia; sjéma es la fonna exterior que cambia con el tiempo y las circunstancias. Por ejemplo: la morfé de cualquier, ser humano es su humanidad, y eso no cambia; pero su sjéma está cambiando constantemente. Un bebé, un niño, un chico, un joven, un hombre adulto, un anciano siempre tienen la morfé de la humanidad; pero su sjéma exterior está cambiando todo el tiempo. Las rosas, los tulipanes, los crisantemos, las dalias, etc., tienen todas en común la morfé de flores; pero su sjéma es diferente. La aspirina y la penicilina tienen una morfé común de medicinas; pero tienen una sjéma diferente. La morfé no cambia nunca; la sjéma sí, continuamente. La palabra que usa Pablo para decir que Jesús es en la forma de Dios es morfé; es decir: Su esencia inalterable es la divinidad. Aunque Su sjéma exterior cambiara, seguía siendo de esencia divina.
Jesús no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse (Antigua versión: no tuvo por usurpación ser igual a Dios) - no consideró el existir en igualdad con Dios como algo a lo que tenía que aferrarse. La palabra para usurpación (rapiña en la Biblia del Oso), que hemos traducido por cosa a que aferrarse es harpagmós, que procede de un verbo que quiere decir agarrar, arrebatar. La frase puede querer decir una de dos cosas, que coinciden en el fondo. (a) Puede querer decir que Jesús no tuvo necesidad de arrebatar la igualdad con Dios, como trató de hacer el primer Adán, porque la tenía por naturaleza. (b) Puede querer decir que no Se aferró a la igualdad con Dios, como reteniéndola celosamente para Sí, sino se despojó de ella voluntariamente por amor a la humanidad. Comoquiera que lo tomemos, hace hincapié en la divinidad esencial de Jesús.
  Se despojó a Sí mismo (Antigua versión: se anonadó a sí mismo) - Se vació de Sí mismo. El verbo griego kenún quiere decir literalmente vaciar. Se puede usar de sacar el contenido de un contenedor hasta dejarlo vacío, o de derramar su contenido hasta que no queda nada dentro. Aquí usa. Pablo la palabra más gráfica posible para aclarar el sacrificio de la Encarnación. Jesús rindió de manera voluntaria la gloria de la divinidad para convertirse en un hombre. Se vació de Su divinidad para asumir Su humanidad. Es inútil preguntar cómo; no podemos más que permanecer henchidos de santo temor al contemplar por la fe al Que es Dios todopoderoso hambriento y cansado y en lágrimas. Aquí, en un último esfuerzo del lenguaje humano, se atesora la verdad salvadora de que el Que era rico Se hizo pobre por amor a nosotros.
Tomó la forma de siervo - asumió la forma de un esclavo. La palabra que usa Pablo aquí es otra vez morfé, que ya hemos visto que quiere decir la forma esencial. Pablo quiere decir que cuando Jesús Se hizo hombre no se limitó a representar un papel, sino la pura realidad. No fue como los dioses griegos, que a veces, según la mitología, se presentaban como hombres pero guardaban sus privilegios divinos. Jesús se hizo hombre de veras. Pero hay algo más aquí. Se hizo semejante a los hombres - haciéndose en todo como los hombres. La palabra que la Reina-Valera traduce por se hizo y nosotros por haciéndose es una parte del verbo griego guínesthai. Este verbo describe un estado que no es permanente. La idea es la de llegar a ser, hacerse, y describe una fase de cambio que es totalmente real, pero que pasa. Es decir: la condición humana de Jesús no era un estado Suyo permanente; fue absolutamente real, pero transitorio.
  Hallándose en la condición de hombre - Vino con una apariencia humana que todos podían reconocer. Pablo insiste en lo mismo. La palabra que la versión Reina-Valera traduce por condición, y que nosotros hemos traducido por apariencia es sjéma, que ya hemos visto que es una forma que cambia.
Los versículos 6-8 forman un pasaje muy breve; pero no hay otro pasaje en el Nuevo Testamento que nos presente la absoluta realidad de la divinidad y de la humanidad de Jesús de una manera tan conmovedora, ni de una manera tan viva el sacrificio que Él hizo cuando se despojó de Su divinidad y asumió Su humanidad. Cómo sucedió, no lo podemos decir; pero es el misterio de un amor tan grande que, aunque no lo podamos comprender plenamente, podemos experimentarlo benditamente, y adorarlo.

Debemos tener presente siempre que cuando Pablo pensaba y hablaba acerca de Jesús, su interés y su intención no eran nunca primordialmente intelectuales o especulativos, sino siempre prácticos. Para él la teología y la acción siempre iban juntas. Todo sistema de pensamiento debe convertirse por necesidad en una manera de vivir. En muchos sentidos este pasaje es uno de los vuelos más altos del pensamiento teológico del Nuevo Testamento; pero su intención era persuadir a los Filipenses para que vivieran una vida en la que la desunión, la discordia y la ambición personal no tuvieran lugar.
Así es que Pablo dice de Jesús que Se humilló a Sí mismo y Se hizo obediente hasta la muerte, hasta la muerte de cruz. La gran característica de la vida de Jesús fue la humildad, la obediencia y la renuncia a Sí mismo. No deseaba dominar a los hombres, sino servir a los hombres; no deseaba seguir Su propio camino, sino el de Dios; no deseaba exaltarse a Sí mismo, sino renunciar a toda Su gloria por amor a los hombres. Una y otra vez el Nuevo Testamento se muestra seguro de que es solamente el que se humilla el que será exaltado (Mat_23:12 ; Luc_14:11 ; Luc_18:14 ). Si la humildad, la obediencia y la autorrenuncia fueron las características supremas de la vida de Jesús, también deben ser las señales características del cristiano. El egoísmo, el buscar para uno mismo y el alardear de lo propio destruyen nuestra semejanza con El y nuestra relación con nuestros semejantes.
Pero la autorrenuncia de Jesucristo le condujo a una gloria aún mayor. Le aseguró que algún día, más tarde o más temprano, todas las criaturas del universo en el Cielo y en la Tierra y hasta en el infierno Le adorarán. Hay que fijarse con cuidado de dónde llega esa adoración. Viene del amor. Jesús Se ganó los corazones de las personas, no apabullándolas con manifestaciones de poder, sino mostrándoles un amor que no pudieron resistir. A la vista de esta Persona que Se despojó de Su gloria por los hombres y los amó hasta el punto de morir por ellos en la Cruz, los corazones humanos se derriten y se les quebranta toda resistencia. Cuando adoran a Jesucristo, caen a Sus pies maravillados de amor. No dicen: " No puedo resistir un poder semejante;» sino, con el himno: «Amor tan maravilloso, tan divino, demanda mi vida, mi alma, mi todo.» La adoración se basa, no en el temor, sino en el amor.
Además, Pablo dice que, como consecuencia de su amor sacrificial, Dios Le dio a Jesús el nombre que está por encima de todos los nombres. Una de las ideas características de la Biblia es que se da un nombre nuevo para señalar una etapa nueva en la vida de una persona. Abram fue llamado Abraham cuando recibió la promesa de Dios (Gen_17:5 ). Jacob pasó a llamarse Israel cuando Dios inició una nueva relación con él (Gen_32:28 ). La promesa del Cristo Resucitado tanto a Pérgamo como a Filadelfia es la de un nuevo nombre (Apoc_2:17 ; Apoc_3:12 ).
Entonces, ¿cuál es el nuevo nombre que Dios Le dio a Jesucristo? No podemos estar del todo seguros de lo que Pablo tenía en mente, pero lo más probable es que el nombre nuevo fuera Señor.
El gran título por el que se conocía a Jesús en la Iglesia Primitiva era Kyrios, Señor, que tiene una historia iluminadora.
(i) Empezó significando amo o propietario.
(ii) Se tomó como el título oficial de los emperadores Romanos.
(iii) Llegó a ser el título que se daba a los dioses paganos. Fue la traducción que dieron los judíos al tetragrámaton Jehová en la traducción al griego de sus Sagradas Escrituras. Así que, cuando los cristianos llamaban a Jesús Kyrios, Señor, Le reconocían como el Dueño y Propietario del universo; era el Rey de reyes y el Señor de señores, Rey y Señor por encima de toda realeza y señorío; Señor ante Quien los dioses paganos no eran más que ídolos mudos e impotentes. No era nada menos que divino.

¡Maranata! ¡Ven pronto mi Señor Jesús!

lunes, 30 de julio de 2018

CRISTO MANDÓ QUE HAYA ARREPENTIMIENTO




Charles H. Spurgeon (1834-1892)

“Arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15).

Nuestro  Señor Jesucristo comienza su ministerio anunciando sus mandatos principales. Surge del desierto recién ungido, como el novio sale de su cámara. Sus notas de amor son arrepentimiento y fe. Viene totalmente preparado para su misión, habiendo estado en el desierto, “tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Heb. 4:15)… Oíd, oh cielos, escuchad, oh tierra, porque el Mesías habla en la grandeza de su poder. Clama a los hijos de los hombres: “Arrepentíos, y creed en el evangelio”. Prestemos atención a estas palabras, las que, igual que su Autor, están llenas de gracia y de verdad.
Ante nosotros tenemos la suma y sustancia de la totalidad de las enseñanzas de Jesucristo, el Alfa y el Omega de todo su ministerio. Por salir de la boca de tal Ser, en tal momento, con un poder tan singular, démosles nuestra atención más seria. Dios nos ayude a obedecerlas desde lo más profundo de nuestro corazón.
Comenzaré diciendo que el evangelio que Cristo predicó fue claramente un mandato: “Arrepentíos, y creed en el evangelio”. Nuestro Señor condescendió a razonar con nosotros. En su gracia, su ministerio con frecuencia ponía en práctica el texto antiguo: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos” (Isa. 1:18). Persuade a los hombres con sus poderosos argumentos, los que debiera llevarlos a buscar la salvación de sus almas. Sí, llama a los hombres y oh, con cuánto amor los convence a ser sabios: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mat. 11:28). Ruega a los hombres. Se rebaja para ser, por así decir, un mendigo para sus propias criaturas pecadoras, rogándoles que vengan a él. Ciertamente, hace de esto la responsabilidad de sus siervos:
“Como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de
Cristo: Reconciliaos con Dios” (2 Cor. 5:20). No obstante, recordemos, que aunque condesciende a razonar, persuadir, llamar y rogar, el evangelio tiene en sí toda la dignidad y fuerza de un mandato. Si hemos de predicarlo en esta época como lo hizo Cristo, tenemos que hacerlo como un mandato de Dios, acompañado de una sanción divina que no debe descuidarse, so pena de poner el alma en infinito peligro… “Arrepentíos” es un mandato de Dios tanto como lo es “No hurtarás” (Éxo. 20:15). “Cree en el Señor Jesucristo” tiene tanta autoridad divina como “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Luc. 10:27).
¡No crean, oh, hombres, que el evangelio es algo opcional, que pueden optar por aceptarlo o no! ¡No sueñen, oh pecadores, que pueden despreciar la Palabra de lo Alto y no cargar con ninguna culpa! ¡No crean poder descuidarlo sin sufrir las consecuencias! Es justamente este descuido y desprecio de ustedes lo que llenará la medida de nuestra iniquidad. Por esto clamamos: “¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?” (Heb. 2:3). ¡Dios manda que se arrepientan! El mismo Dios ante quien el Sinaí tembló y se cubrió de humo, ese mismo Dios quien proclamó la Ley con sonido de trompeta, con relámpagos y truenos, nos habla a nosotros con más suavidad, sonido de trompeta, con truenos y relámpagos, nos habla con suavidad y tan divinamente, por medio de su Hijo unigénito, cuando nos dice: “Arrepentíos, y creed en el evangelio”…
Entonces, a todas las naciones sobre la tierra hagamos llegar este decreto de Dios. Oh hombres, Jehová quien nos hizo, nos dio aliento, él, a quien hemos ofendido, nos manda este día que nos arrepintamos y creamos en el evangelio.


Sé que a algunos hermanos no les gustará esto, pero no lo puedo remediar. Nunca seré esclavo de ningún sistema, porque el Señor me ha librado de esta esclavitud de hierro. Ahora soy el siervo gozoso de la verdad que nos hace libres. Ya sea que ofenda o agrade, con la ayuda de Dios predicaré cada verdad que voy aprendiendo de la Palabra. Sé que si algo hay escrito en la Biblia, está escrito como con un rayo del sol: Dios en Cristo manda a los hombres que se arrepientan y crean el evangelio. Es una de las pruebas más tristes de la depravación total del hombre el que no quiera obedecer este mandato, sino que desprecia a Cristo y de este modo hace que su condenación sea peor que la condenación de Sodoma y Gomorra…
Aunque el evangelio es un mandato, es un mandato de dos partes que se explican por sí mismas. “Arrepentíos, y creed en el evangelio”. Conozco algunos muy excelentes hermanos —Dios quisiera que hubiera más como ellos en su celo y su amor— quienes, en su celo por predicar una fe sencilla en Cristo, han tenido un poco de dificultad en cuanto al asunto del arrepentimiento. Conozco a algunos que han tratado de superar la dificultad suavizando la dureza aparente de la palabra arrepentimiento, explicándola según su equivalente griego más común, palabra que aparece en el original de mi texto y significa “cambiar de idea”. Aparentemente interpretan el arrepentimiento como algo menos importante de lo que nosotros usualmente concebimos, dicen que es, de hecho, un mero cambiar de idea. Ahora bien, sugiero a aquellos queridos hermanos que el Espíritu Santo nunca predica el arrepentimiento como algo insignificante. El cambio de idea o comprensión del que habla el evangelio es una obra muy profunda y seria, y no debe ser menoscabado de manera alguna.
Además, existe otra palabra que también se usa en el griego original para significar arrepentimiento, aunque con menos frecuencia, lo admito.
No obstante, es usada. Significa “un cuidado posterior”, que incluye algo más de tristeza y ansiedad que lo que significa cambiar de idea. Tiene que haber tristeza por el pecado y aborrecimiento hacia él en el verdadero arrepentimiento, de no ser así leemos la Biblia con poco provecho…
Arrepentirse significa cambiar de idea. Pero es un cambio total en la comprensión y en todo lo que hay en la mente, de modo que incluye una iluminación, sí, una iluminación del Espíritu Santo. Creo que incluye un descubrimiento de la iniquidad y un aborrecimiento por ella, sin lo cual no puede haber un arrepentimiento auténtico. Opino que no debemos subestimar al arrepentimiento. Es una gracia bendita de Dios el Espíritu
Santo, y es absolutamente necesaria para salvación.
El mandato es muy fácil de entender. Consideremos, primero, el arrepentimiento. Es bastante seguro que sea cual sea el arrepentimiento aquí mencionado, es un arrepentimiento totalmente enlazado con la fe.
Por lo tanto, obtenemos la explicación de qué debe ser el arrepentimiento por su vínculo con el próximo mandato: “creed en el evangelio”…
Recuerden, entonces, que ningún arrepentimiento es digno de tener que no sea totalmente consecuente con la fe en Cristo. Un santo anciano en su lecho de enfermo usó esta notable expresión: “Señor, húndeme en el arrepentimiento tan bajo como el infierno, pero” —y aquí va lo hermoso— “elévame en fe tan alto como el cielo”. Ahora bien, ¡el arrepentimiento que hunde al hombre tan bajo como el infierno de nada vale si no está la fe que también lo eleva tan alto como el cielo! Los dos son totalmente consecuentes, el uno con el otro. Alguien puede sentir desprecio y abominación por sí mismo, y a la vez, saber que Cristo puede salvarlo y lo ha salvado. De hecho, así es como viven los verdaderos cristianos. Se arrepienten tan amargamente por el pecado como si supieran que deberían ser condenados por él, pero se regocijan tanto en Cristo como si el pecado no fuera nada.


¡Oh, qué bendición es saber dónde se encuentran estas dos líneas, el desnudarnos de arrepentimiento y vestirnos de fe! El arrepentimiento que expulsa el pecado como un inquilino malvado y la fe que da entrada a Cristo como el único Soberano del corazón; el arrepentimiento que purga el alma de las obras muertas y la fe que llena el alma con obras vivientes; el arrepentimiento que tira abajo y la fe que levanta; el arrepentimiento que desparrama las piedras y la fe que agrupa las piedras; el arrepentimiento que establece un tiempo para llorar y la fe que ofrece un tiempo para danzar. Estas dos cosas unidas componen la obra de gracia interior por medio de la cual las almas de los hombres son salvas. Sea pues declarado como una gran verdad, escrita muy claramente en nuestro texto: el arrepentimiento que tenemos que predicar es uno conectado con la fe.
Siendo así, podemos predicar a una el arrepentimiento y la fe sin ninguna
dificultad…
Esto me lleva a la segunda mitad del mandato, el cual es: “Creed en el evangelio”. Fe significa confianza en Cristo. Ahora bien, debo volver a recalcar que algunos han predicado tan bien y tan completamente esta confianza en Cristo que no puedo menos que admirar su fidelidad y bendecir a Dios por ellos. No obstante, hay una dificultad y un peligro.
Puede ser que en la predicación de una simple confianza en Cristo como el medio de salvación, dejen de recordar al pecador que ninguna fe puede ser auténtica a menos que esté íntimamente consistente con el arrepentimiento de pecados del pasado. Me parece a mí que mi texto indica que: Ningún arrepentimiento es verdadero si no se compromete con la fe; ninguna fe es verdadera si no está relacionada con un arrepentimiento honesto y sincero debido a los pecados del pasado. Por lo tanto, queridos amigos, aquellos que tienen una fe que permite que no tomen en serio los pecados cometidos en el pasado, tienen la fe de los demonios, no la fe de los escogidos de Dios… Los hombres que tienen una fe que los deja vivir de manera despreocupada en el presente, que dicen:
“Bueno, soy salvo simplemente por fe”, y luego se sientan con los ebrios, o están parados en el bar con los bebedores de bebidas fuertes, o andan con compañías mundanas y disfrutan de los placeres y las lascivias de la carne, los tales son mentirosos; no tienen la fe que salva el alma. Tienen una hipocresía engañadora, no tienen una fe que los lleve al cielo.
Y luego, hay otros que tienen una fe que no los lleva a aborrecer el pecado. Observan los pecados de otros sin ningún tipo de vergüenza. Es cierto que no harían lo que otros hacen, pero pueden divertirse viendo lo que hacen. Disfrutan de los vicios de otros, se ríen de los chistes profanos y sonríen ante su vocabulario burdo. No corren del pecado como de una serpiente, no lo detestan como al asesino de su mejor amigo. No, juegan con él. Lo excusan. Cometen en privado lo que en público condenan.
Llaman pequeños errores o defectos a las ofensas graves. En los negocios, se encojen de hombros cuando ven desviaciones de lo recto y las consideran meramente cosas del trabajo, la realidad siendo que tienen una fe que se sienta codo a codo con el pecado, y comen y beben en la misma mesa con la impiedad. ¡Oh! Si alguno de ustedes tiene una fe así, pido a Dios que la transforme de principio a fin. ¡No les sirve para nada! Cuanto antes sean limpiados de ella, mejor será para ustedes, porque cuando este fundamento arenoso sea arrasado por la corriente, quizá comiencen a edificar sobre la Roca.
Mis queridos amigos, quiero ser sincero en cuanto a la condición de sus almas, y, aplicar el bisturí al corazón de cada uno. ¿En qué consiste el arrepentimiento de ustedes? ¿Tienen un arrepentimiento que los lleva de mirarse a sí mismos a mirar a Cristo únicamente? Por otro lado, ¿tienen esa fe que los lleva al verdadero arrepentimiento? ¿A odiar la idea misma del pecado? ¿De tal modo que al ídolo más querido que han conocido, sea lo que sea, lo quieran destronar para poder adorar a Cristo y únicamente a Cristo? Estén seguros de que nada de esto les servirá al final. Un arrepentimiento y una fe de cualquier otro tipo pueden satisfacerles ahora, tal como a los niños les satisface una golosina. Pero cuando estén en su lecho de muerte y vean la realidad de las cosas, se sentirán compelidos a decir que son falsos y un refugio de mentiras. Encontrarán que han sido meramente tapados con cal, que se han dicho a sí mismos: “Paz, Paz”, cuando no había nada de paz. Nuevamente lo repito con las palabras de Cristo: “Arrepentíos, y creed en el evangelio”. Confíen en Cristo para que los salve, laméntense de que necesitan ser salvos, y lloren porque esta necesidad ha expuesto al Salvador a la vergüenza, a sufrimientos espantosos y a una muerte terrible.

De un sermón predicado el domingo por la mañana del 13 de julio, 1862,
en el Tabernáculo Metropolitano, Newington.

Charles H. Spurgeon (1834-1892): la colección de sus sermones llena 63 tomos y contiene entre 20 y 25 millones de palabras, la serie de libros más grandes de un solo autor en la historia del cristianismo.  

30 Julio: Meditando la Palabra de Dios en la Biblia.




 Mateo 18; 3
y Jesús dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos

Los discípulos Le preguntaron a Jesús quién era el más grande en el Reino del Cielo. Jesús percibiendo los pensamientos de sus corazones, llamando Jesús a un niño (lo opuesto de los dignatarios que los apóstoles querían llegar a ser),  y dijo que a menos que ellos se volvieran y llegaran a ser como ese niño, no entrarían en el Reino de ninguna manera. Porque hacerse como niños significa humillarse y los que no quieren humillarse y someterse a la voluntad de Cristo no entrarán en el reino.  No solamente no seréis grandes en el reino, ni siquiera entraréis en el reino. No hay “cristianos humildes” como si hubiera otros cristianos no humildes. Todo cristiano es humilde, pues si alguno no es humilde, no es cristiano.

La pregunta de los discípulos era: «¿Quién será -el más grande en el Reino del Cielo?» Y el mismo hecho de que hicieran esa pregunta mostraba que no tenían ni idea de lo que era el Reino del Cielo. Jesús dijo: "A menos que os volváis.» Estaba advirtiéndoles que iban en un sentido totalmente equivocado, alejándose en lugar de acercarse al Reino del Cielo. En la vida, todo depende de lo que una persona se proponga; si su meta es el cumplimiento de una ambición personal, la adquisición de poder personal, el disfrutar de prestigio personal, la exaltación del yo, se está proponiendo lo contrario del Reino del Cielo; porque ser ciudadano del Reino quiere decir olvidarse completamente de uno mismo, borrar el yo, consumir el yo en una vida que se propone el servicio y no el poder. Mientras uno considere su persona como la cosa más importante del mundo, está de espaldas al Reino; si quiere alcanzar el Reino debe darse la vuelta y encaminarse en sentido opuesto.
Un niño tiene muchas cualidades encantadoras: la capacidad de maravillarse, hasta que llega a dar por sentada la maravilla del mundo; la capacidad de perdonar y olvidar, hasta cuando los mayores y aun sus padres le tratan injustamente, como sucede con tanta frecuencia; la inocencia, que,  lleva consigo el que un niño no tiene más que aprender, y no que desaprender; solo que hacer, no que deshacer. Sin duda Jesús estaba pensando en estas cosas; pero, con ser tan maravillosas, no eran las principales en Su mente. El niño tiene tres grandes cualidades que le hacen el símbolo de los ciudadanos del Reino.
(i) Lo primero y principal es la cualidad que es la clave de todo el pasaje: la humildad del niño. Un niño no quiere pretender; más bien prefiere pasar inadvertido. No desea ser prominente; prefiere más bien quedar en la sombra. Solo cuando ya va creciendo y empieza a iniciarse en un mundo competitivo, con su lucha feroz y competencia por premios y primeros lugares, es cuando deja atrás su humildad instintiva.
(ii) Tenemos la dependencia del niño. Para el niño, un estado de dependencia es completamente natural. Nunca cree que puede enfrentarse solo con la vida. Está contento con ser totalmente dependiente de los que le quieren y cuidan. Si aceptáramos el hecho de nuestra dependencia de Dios, entrarían en nuestras vidas una nueva fuerza y una nueva paz.
(iii) Está la confianza del niño. El niño es instintivamente dependiente, e instintivamente también confía en sus padres para la provisión de sus necesidades. Cuando éramos niños, no podíamos comprar nuestros alimentos ni nuestra ropa, ni mantener nuestra casa; sin embargo, nunca dudábamos de que podríamos vestirnos y alimentarnos, y que encontraríamos protección y calor y comodidad esperándonos cuando volviéramos a casa. Cuando éramos niños, salíamos de viaje sin dinero para pagar el billete, sin idea de cómo llegaríamos a nuestro destino; y sin embargo nunca se nos ocurría dudar de que nuestros padres nos llevaran y nos trajeran de vuelta a salvo.
La humildad de un niño es el modelo del comportamiento del cristiano con sus semejantes, y la dependencia y la confianza del niño son el ejemplo de la actitud del cristiano para con Dios, el Padre de todos.

1 Pedro 2; 2
 Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación,

Un bebé tiene gran deseo de alimentarse con la leche. ¡No hay que forzarle! Así debe ser todo cristiano hacia la alimentación y la nutrición de la Palabra de Dios. No solamente los hombres, sino las mujeres también, en la casa como en la congregación, deben siempre procurar alimentarse con la Palabra de Dios.
Aquí Pedro no implica que sus lectores eran conversos recientes. El punto es que, como el infante desea fuertemente la leche, así también nosotros, todos los cristianos, debemos tener ansias de saber más de la Biblia. Ningún cristiano se puede quedar como está, así es que Pedro exhorta a los suyos a romper con todo lo malo, y afirmar el corazón en todo lo que puede alimentar de veras la vida espiritual.


La leche literal nutre el cuerpo; la Palabra de Dios es "leche espiritual" porque se dirige a la razón, a la mente, al alma, al espíritu del hombre. Es leche espiritual. Pedro, al usar la figura de "leche", no hace contraste con lo que Pablo dice en Heb_5:12-14, al decir "leche" y "alimento sólido". Pedro nada más enfatiza el gran deseo que todo cristiano debe sentir hacia lo que le alimenta espiritualmente.
         La Palabra de Dios es pura, no contaminada ni adulterada. Por eso es saludable. Las doctrinas de los hombres (herejías), aunque reclaman basarse en las Sagradas Escrituras, las adulteran, porque añaden a ellas.   Pro_30:5-6; Apo_22:18-19  No es necesario instar al niño para que tome la leche; él llora si no se le da. Tal es el deseo fuerte, dice Pedro, que el cristiano debe tener con el fin de crecer (normalmente) en la vida cristiana.
Este alimento de la Palabra no está adulterado (ádolos). Es decir, no tiene ni la más ligera mezcla de nada malo. Ádolos es casi un término técnico para describir el grano totalmente limpio de polvo y paja, o cualquier cosa que lo pueda dañar. En toda sabiduría humana hay algo de mezcla de cosas inútiles o dañinas; sólo la Palabra de Dios es totalmente buena.

El cristiano debe anhelar esta leche de la Palabra; anhelar es epipothein, que es una palabra robusta. Es la que se usa para el ciervo que brama de sed por las corrientes de las aguas (Sal_42:1 ), o para el salmista que desea la Salvación del Señor (Sal_119:174 ). Para el sincero cristiano, el estudio de la Palabra de Dios no es un trabajo, sino un deleite, porque sabe que allí encontrará su corazón el alimento que anhela.
¡Maranata! ¡Ven pronto mi Señor Jesús!

domingo, 29 de julio de 2018

LOS PURITANOS. ARREPENTIMIENTO O FE: ¿CUÁL VIENE PRIMERO?




John Murray (1898-1975)

¿Cual viene primero? ¿Fe o arrepentimiento? Es una pregunta innecesaria, e insistir que uno es anterior al otro es en vano. No existe una prioridad. La fe que es para salvación es una fe penitente y el arrepentimiento que es para vida es un arrepentimiento que cree… La interdependencia de fe y arrepentimiento puede notarse enseguida cuando recordamos que la fe es fe en Cristo para salvación de los pecados. Pero si se dirige la fe hacia la salvación del pecado, tiene que haber aborrecimiento por el pecado y el anhelo de ser salvo de él. Tal aborrecimiento del pecado involucra arrepentimiento, que esencialmente consiste en volvernos del pecado hacia Dios. Lo recalco, si recordamos que el arrepentimiento es volvernos del pecado hacia Dios, el volvernos hacia
Dios implica fe en la misericordia de Dios tal como fue revelada en Cristo.
Es imposible desenredar la fe del arrepentimiento. La fe salvadora está saturada de arrepentimiento y el arrepentimiento está saturado de fe. La regeneración se expresa conforme practicamos la fe y el arrepentimiento.
El arrepentimiento consiste esencialmente de un cambio en el corazón, en la mente y en la voluntad. El cambio en el corazón, en la mente y en la voluntad se refiere principalmente a cuatro cosas. Es un cambio en la mente respecto a Dios, respecto a nosotros mismos, respecto al pecado y respecto a la justicia. Sin la regeneración, nuestro pensamiento acerca de Dios, de nosotros mismos, del pecado y de la justicia se encuentra radicalmente pervertido. La regeneración cambia nuestro corazón y nuestra mente. Los renueva radicalmente. Por lo tanto, sucede un cambio radical en nuestros pensamientos y sentimientos. Las cosas viejas pasaron y todas son hechas nuevas. Es muy importante observar que la fe que es para salvación es una fe que va acompañada por el cambio en los pensamientos y en las actitudes.
Con demasiada frecuencia en los círculos evangélicos, particularmente en la evangelización popular, lo trascendental del cambio que la fe simboliza no es comprendido ni apreciado. Existen dos errores. Uno es poner la fe fuera del contexto que le da significado. El otro es pensar en la fe en términos de una simple decisión y una, por cierto, bastante barata. Estos errores se relacionan íntimamente y se condicionan mutuamente. El énfasis sobre el arrepentimiento y sobre el cambio profundo de pensamiento y sentimientos que esto involucra es precisamente lo que se necesita para corregir este concepto de la fe, que empobrece y destruye el alma. La naturaleza del arrepentimiento sirve para acentuar la urgencia de las cuestiones en juego en la demanda del evangelio, el apartarse del pecado que la aceptación del evangelio significa, y la totalmente nueva manera de ver las cosas que la fe del evangelio imparte.
No hemos de pensar en el arrepentimiento como algo que consiste meramente de un cambio general en la manera de pensar. Es muy particular y concreto. Y como es un cambio en la manera de pensar con respecto al pecado, es un cambio en la manera de pensar con respecto a pecados en particular, pecados en toda la particularidad e individualidad que tienen nuestros pecados. Nos es muy fácil hablar del pecado, de censurarlos, y censurar los pecados particulares de otros, y a la vez no estar arrepentidos de nuestros propios pecados en particular. La prueba del arrepentimiento es la autenticidad y firmeza de nuestro arrepentimiento con respecto a nuestros propios pecados, pecados caracterizados por lo peculiarmente insoportable que nos resultan ser. El arrepentimiento, en el caso de los tesalonicenses, se manifestó en el hecho de que se apartaron de los ídolos para servir al Dios viviente. Era su idolatría lo que caracterizaba la evidencia de su enemistad con Dios, y era el arrepentimiento de esta enemistad la prueba de la autenticidad de su fe y esperanza (1 Tes. 1:9-10).
El evangelio no es solo que por gracia somos salvos por medio de la fe, sino que es también el evangelio de arrepentimiento. Cuando Jesús, después de su resurrección, abrió el entendimiento de sus discípulos a fin de que pudieran comprender las Escrituras, les dijo: “Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones” (Luc. 24:46-47). Cuando Pedro predicó a las multitudes en Pentecostés, se sintieron constreñidos a decir: “Varones hermanos, ¿qué haremos?” Pedro respondió: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados” (Hch. 2:37-38). Más adelante, de igual manera, Pedro interpretó la exaltación de Cristo como una exaltación en la capacidad de “Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados” (Hch. 5:31). ¿Puede haber algo que certifique con más claridad que el evangelio es el evangelio del arrepentimiento más que el hecho de que el ministerio celestial de Jesús como Salvador consiste en dispensar arrepentimiento para perdón de los pecados? Por lo tanto, Pablo, cuando dio un informe de su propio ministerio a los ancianos de Éfeso, dijo que había testificado “a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hch. 20:21). Y el escritor de la epístola a los Hebreos indica que “el arrepentimiento de obras muertas” es uno de los primeros principios de la doctrina de Cristo (Heb. 6:1). No puede ser de otra manera. La vida nueva en Cristo Jesús significa que las ataduras que nos amarran al dominio del pecado han sido rotas. El creyente está muerto al pecado por el cuerpo de Cristo, el viejo hombre ha sido crucificado para que el cuerpo del pecado sea destruido, y de allí en adelante no sirve al pecado (Rom. 6:2, 6). Esta ruptura con el pasado queda registrada conscientemente al volverse del pecado a Dios “con total propósito de y procurando una nueva obediencia”…
El arrepentimiento es lo que describe la respuesta de volverse del pecado a Dios. Este es su carácter específico tal como es el carácter específico de la fe recibir a Cristo y confiar exclusivamente en él para salvación. El arrepentimiento nos recuerda que si la fe que profesamos es una fe que nos permite andar en los caminos de este mundo corrupto de hoy, en la lascivia de la carne, la lascivia de la vista y la vanagloria de la vida y en la comunión con las obras de tinieblas, entonces nuestra fe es una burla y un engaño. La fe verdadera está saturada de arrepentimiento. Y así como la fe no es solo un acto momentáneo, sino una actitud permanente de fe y confianza en el Salvador, así también el arrepentimiento resulta en una contrición constante. El espíritu quebrantado y el corazón contrito son señales permanentes del alma creyente… la sangre de Cristo es el lavabo del limpiamiento inicial, pero es también la fuente a la cual el creyente tiene que recurrir continuamente. Es en la cruz de Cristo que el arrepentimiento tiene su comienzo; es en la cruz de Cristo que tiene que seguir revelando sus sentimientos en las lágrimas de confesión y contrición.





LOS PURITANOS: SEIS INGREDIENTES DEL ARREPENTIMIENTO



Querido lector: Ojalá sea de gran bendición para tu vida el estudio de estos temas espirituales publicados por creyentes cuya integridad y fidelidad a Dios y a Su Palabra en la Biblia, ha quedado plasmada en todo el legado que han dejado para nosotros. Estaría bien que en nuestras congregaciones se impartieran estas enseñanzas como hacían los Puritanos. ¿Estás de acuerdo?


Thomas Watson (c. 1620-1686)

EL arrepentimiento es una gracia del Espíritu de Dios por la cual el pecador es interiormente humillado y visiblemente reformado.
Para aclararlo más ampliamente, sepa que el arrepentimiento es un medicamento espiritual compuesto de seis ingredientes especiales… si uno de ellos falta, pierde su virtud.

INGREDIENTE 1: VER EL PECADO.

La primera parte del remedio de Cristo es el ungüento para los ojos (Hch. 26:18). Es lo más admirable que se nota en el arrepentimiento del pródigo: “Y volviendo en sí” (Luc. 15:17). Se vio a sí mismo como un pecador y nada más que un pecador.
Antes de que el hombre pueda venir a Cristo, tiene que primero volver en sí. Salomón, en su descripción del arrepentimiento considera esto como el primer ingrediente: “Si se convirtieren” (1 Rey. 8:47). El hombre tiene que primero reconocer y considerar cuál es su pecado y conocer la plaga de su corazón antes de poder ser debidamente humillado por él. La primera creación de Dios fue la luz. De igual modo, lo primero que sucede en el arrepentido es la iluminación: “Más ahora sois luz en el Señor” (Ef. 5:8).
El ojo se hizo para ver al igual que para llorar. Hay que primero ver el pecado antes de poder llorar por él. Por eso, digo que donde no se ve el pecado, no puede haber arrepentimiento. Muchos que pueden ver faltas en otros no ven ninguna en ellos mismos… Están cegados por un velo de ignorancia y soberbia. Por ello, no ven el alma deformada que tienen. El diablo hace con ellos lo que el halconero hace con el halcón: los ciega y se los lleva tapados al infierno…

INGREDIENTE 2: SENTIR DOLOR POR EL PECADO.

“Me contristaré por mi pecado” (Sal. 38:18). Ambrosio1 llama al dolor o contrición la amargura del alma. La palabra hebrea para estar contristado significa “tener un alma, por así decir, crucificada”. Esto debe ser parte del verdadero arrepentimiento: “Y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán” (Zac. 12:10), como si sintieran los clavos de la cruz en sus costados. El que una mujer espere dar luz a un hijo sin dolores es igual a que uno espere tener arrepentimiento sin dolor. Desconfíe del que puede creer sin dudar, desconfíe del que se arrepiente sin dolor… Este dolor por el pecado no es superficial: es una agonía santa. Es lo que las Escrituras llaman quebrantamiento del corazón: “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado” (Sal. 51:17); y un corazón rasgado: “Rasgad vuestro corazón” (Joel 2:13). Las expresiones herirse el muslo (Jer. 31:19), golpearse el pecho (Luc. 18:13), vestir cilicio (Isa. 22:12), arrancarse el pelo de la cabeza (Esd. 9:3), son todas señales exteriores de dolor interior. Este dolor es:
 (1) Para hacer inestimable a Cristo. ¡Oh qué deseable es un Salvador para el alma atribulada! Ahora Cristo es ciertamente Cristo, y la misericordia es ciertamente misericordia. Hasta que el corazón esté lleno de remordimiento después de haber pecado, no puede ser apto para Cristo. ¡Cuán bienvenido es el médico para el hombre cuyas heridas están sangrando!  

 (2) Para ahuyentar al pecado. El pecado produce dolor, y el dolor mata al pecado… Lo salado de las lágrimas mata el gusano de la conciencia.


 (3) Para abrir el camino al verdadero consuelo. “Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán” (Sal. 126:5). El arrepentido adquiere una siembra regada de lágrimas, pero también una cosecha deliciosa. El arrepentimiento desintegra los abscesos del pecado y entonces el alma descansa… El que Dios agite el alma por el pecado es como el agitar del estanque por parte del ángel (Juan 5:4), lo cual abría el camino para la curación.
Pero no todo dolor es evidencia verdadera del arrepentimiento… ¿De qué se trata este arrepentimiento piadoso? Tiene seis requisitos:

1. El auténtico dolor piadoso es interno. Es interno por dos razones:
(1) Tiene que ver con un dolor en el corazón. El dolor de los hipócritas se nota en sus rostros: “Demudan sus rostros” (Mat. 6:16). Ponen cara de afligidos, pero su dolor no pasa de allí, así como el rocío sobre una hoja no penetra hasta la raíz. El arrepentimiento de Acab era una demostración externa. Rasgó sus vestiduras pero no su espíritu (1 Rey. 21:27). El dolor piadoso es profundo, como una vena que sangra por dentro. El corazón sangra por el pecado: “se compungieron de corazón” (Hch. 2:37). Como el corazón es el principal responsable del pecado, así también debe ser el dolor.
(2) Es un dolor por los pecados del corazón, los primeros brotes y apariciones del pecado. Pablo se entristeció por la ley en sus miembros (Rom. 7:23). El verdadero doliente llora por las muestras de orgullo y concupiscencia.
Sufre por la “raíz de amargura” aunque nunca se manifieste en una acción. El hombre malo puede sentirse mal por los pecados desvergonzados; el verdadero convertido se lamenta por los pecados del corazón.

2. El dolor piadoso es honesto. Es un dolor por la ofensa más bien que por el castigo. La Ley de Dios ha sido quebrantada, su amor maltratado. Esto deshace en lágrimas al alma. El hombre puede lamentarse, pero no arrepentirse. El ladrón se lamenta cuando lo apresan, no porque haya robado sino porque tiene que pagar por su culpa… Por otro lado, el dolor piadoso es principalmente por haber pecado contra Dios, de modo que aun si no tuviere conciencia que lo molestara, ni el diablo que lo acusara, ni infierno que lo castigara, su alma todavía estaría atribulada por la falta cometida contra Dios… ¡Oh que no ofendiera yo a un Dios tan bueno, que no afligiera a mi Consolador! ¡Esto me destroza el corazón…!

3. El dolor piadoso es uno que confía. Está entremezclado con la fe… El dolor espiritual hunde el corazón si la polea de la fe no lo levanta. Así como nuestro pecado está siempre delante de nosotros, debe estar también la promesa de Dios siempre delante de nosotros…

4. El dolor piadoso es un dolor grande. “En aquel día habrá gran llanto..., como el llanto de Hadadrimón” (Zac. 12:11). Dos soles se pusieron el día que murió Josías3, y hubo gran llanto fúnebre. A este extremo tiene que hervir el dolor por el pecado…

5. El dolor piadoso en algunos casos va acompañado de restitución. Quien haya cometido una falta contra la propiedad de otros por medio de tratos injustos y fraudulentos debe conscientemente hacer restitución. Hay una ley específica para esto: “Y compensará enteramente el daño, y añadirá sobre ello la quinta parte, y lo dará a aquel contra quien pecó” (Núm. 5:7).
Por ello, Zaqueo hizo restitución: “Si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadriplicado” (Luc. 19:8).

6. El dolor piadoso es duradero. No tiene que ver con derramar unas pocas lágrimas por emoción. Algunos lloran a mares durante un sermón, pero es como el chaparrón de primavera, pronto pasa o como abrir una llave de agua que pronto uno cierra. El verdadero dolor tiene que ser habitual. Oh cristiano, la enfermedad de su alma es crónica y con frecuencia recurrente.
Por lo tanto, usted tiene que aplicarse continuamente curaciones por medio del arrepentimiento. Tal es el dolor que es para con Dios, verdaderamente “piadoso”.

INGREDIENTE 3: CONFESIÓN DEL PECADO.

 El dolor es una pasión tan intensa que tiene que desahogarse. Se desahoga por los ojos con el llanto y por la boca con la confesión: “Y estando en pie, confesaron sus pecados” (Neh. 9:2). Gregory Nazianzen llama a la confesión “un bálsamo para el alma herida”.
La confesión es una acusación hacia uno mismo “Yo pequé” (2 Sam. 24:17)… Y lo cierto es que por medio de esta autoacusación prevenimos la acusación de Satanás. En nuestras confesiones nos acusamos de orgullo, infidelidad, pasión, de modo que cuando Satanás, llamado el acusador de los hermanos, ponga estas cosas a nuestra cuenta, Dios dirá: “Ellos mismos ya se han acusado. Por lo tanto, Satanás, tus cargos no corresponden, tus acusaciones llegan demasiado tarde”… Y escuche lo que dice el apóstol Pablo: “Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados” (1 Cor. 11:31).
Pero, ¿acaso hombres malvados como Judas y Saúl no confesaron su pecado? Sí, pero la suya no fue una confesión auténtica. Para que la confesión de pecado sea correcta y genuina, estos… tienen que cumplir estos requisitos:
1. La confesión tiene que ser voluntaria. Tiene que brotar como el agua de un manantial, libremente. La confesión del malvado es arrancada a la fuerza, como en el caso de las torturas. Cuando una chispa de la ira de
Dios penetra en su conciencia o si teme la muerte, entonces confiesa…
Pero la verdadera confesión brota de los labios como mirra del árbol o miel del panal, libremente…

2. La confesión tiene que ser por compunción. El corazón tiene que sentirla profundamente. Las confesiones del hombre natural pasan por él como el agua por un caño. No lo afectan para nada. En cambio, la confesión auténtica deja en el hombre las marcas del corazón herido. David sentía un peso en su alma cuando confesó sus pecados. “Como carga pesada se han agravado sobre mí” (Sal. 38:4). Una cosa es confesar el pecado y otra es sentirlo.

3. La confesión tiene que ser sincera. Nuestro corazón tiene que acompañar nuestras confesiones. El hipócrita confiesa su pecado pero lo ama, igualmente, el ladrón confiesa lo que robó, pero la encanta hacerlo.
Cuántos confiesan orgullo y codicia con la boca pero los saborean debajo de la lengua como a la miel… Un buen cristiano es más honesto. Su corazón se mantiene a ritmo con su boca. Está convencido  de los pecados que confiesa y aborrece los pecados de los que está convencido.

4. En la confesión auténtica, el hombre especifica los pecados. El hombre malo reconoce que es un pecador en general. Confiesa el pecado al mayoreo. El convertido auténtico reconoce sus pecados específicos. Es como el herido que acude al médico y le muestra cada una de sus heridas:
“Aquí tengo un tajo en la cabeza, allí me dispararon en el brazo”. Del mismo modo el pecador atribulado confiesa las diversas condiciones desordenadas, las enfermedades, de su alma.

5. El verdadero doliente confiesa el pecado desde su origen. Admite la contaminación de su naturaleza. Lo pecaminoso de nuestra naturaleza no es solo falta de lo bueno, sino una infusión de maldad… Nuestra naturaleza es un abismo y semillero de toda maldad, desde la cual provienen esos escándalos que infectan al mundo. Es esta depravación de la naturaleza lo que envenena nuestras cosas sagradas. Es esto lo que trae los juicios de Dios y causa que al nacer nazcamos sin nuestras misericordias. ¡Oh, confiese el pecado desde su origen!...

INGREDIENTE 4: VERGÜENZA POR EL PECADO.

 El cuarto ingrediente del arrepentimiento es la vergüenza: “Avergüéncense de sus pecados” (Eze. 43:10). El rubor es el color de la virtud. Cuando el corazón está negro por el pecado, la gracia hace que el rostro se sonroje: “Avergonzado estoy para levantar, oh Dios mío, mi rostro a ti” (Esd. 9:6). El hijo pródigo arrepentido estaba tan avergonzado de sus excesos que no se sentía merecedor de ser llamado hijo (Luc. 15:21). El arrepentimiento causa una timidez generada por la vergüenza. Si la sangre de Cristo no estuviera en el corazón del pecador, no aparecería tanta sangre en el rostro. Existen… consideraciones sobre el pecado que pueden causar vergüenza:
(1) Cada pecado nos hace culpables, y la culpabilidad por lo general produce vergüenza.
(2) En cada pecado, hay mucha ingratitud; y eso es motivo de vergüenza. Abusar de la bondad de un Dios tan bueno, ¡cuánta vergüenza nos da!... Ser ingratos es un pecado tan grande que Dios mismo se sorprende de él (Isa. 1:2).
(3) El pecado nos ha desnudado, y eso puede generar vergüenza. El pecado nos ha despojado de nuestro lino blanco de santidad. Nos ha desnudado y deformado ante la vista de Dios, lo cual puede causar que nos sonrojemos…
(4) Nuestros pecados han avergonzado a Cristo ¿y no debiéramos nosotros estar avergonzados? Él se vistió de púrpura, ¿y no se ruborizarán nuestras mejillas?...
(5) Lo que puede hacernos sonrojar es que los pecados que cometemos son peores que los pecados de los paganos. Actuamos en contra de más luz.
(6) Nuestros pecados son peores que los pecados de los demonios. Los ángeles caídos nunca pecaron contra la sangre de Cristo. Cristo no murió por ellos… Ciertamente si hemos pecado más que los demonios, esto nos hará ruborizar.

INGREDIENTE 5: ODIO POR EL PECADO.

El quinto ingrediente del arrepentimiento es el odio por el pecado. Los “Schoolmen*” se distinguían por un odio doble: odio por las abominaciones y odio por la enemistad.
Primero, hay odio o aborrecimiento por las abominaciones: “Y os avergonzaréis de vosotros mismos por vuestras iniquidades” (Eze. 36:31).
El arrepentido auténtico es un aborrecedor del pecado. Si alguien detesta aquello que le descompone el estómago, mucho más detestará aquello que le descompone la conciencia. Aborrecer el pecado representa más que meramente dejarlo… Cristo nunca es amado hasta que uno aborrece el pecado. Nunca se anhela el cielo hasta que uno aborrece el pecado…
Segundo, hay odio por la enemistad. No hay mejor manera de descubrir la vida que por medio del movimiento. Los ojos se mueven, el pulso late. Así que para descubrir el arrepentimiento no hay mejor señal que una antipatía santa contra el pecado… El arrepentimiento firme comienza en el amor de Dios y termina en el odio por el pecado.

¿Cómo puede reconocerse el verdadero odio por el pecado?

1. Cuando el espíritu del hombre se opone al pecado. No solo la boca se expresa contra el pecado, sino que también lo aborrece el corazón, de modo que no importa lo atractivo que parezca el pecado, lo encontramos detestable, tal como detestamos el retrato de alguien que aborrecemos mortalmente, por más hermoso que se haya dibujado… No importa que el diablo cocine y aderece el pecado con placeres y ventajas, el arrepentido auténtico con un aborrecimiento secreto por él se siente disgustado por él y no se mezclará con él.
2. El verdadero odio por el pecado es universal. El verdadero odio por el pecado es universal de dos maneras: con respecto a las facultades y al objeto. (1) El odio es universal con respecto a las facultades; es decir, que hay una antipatía por el pecado no solo mental, sino también de la voluntad y los sentimientos. Muchos están convencidos de que el pecado es una cosa vil y mentalmente tienen una aversión por él. No obstante gustan de su dulzura y se complacen secretamente en él. En estos casos se manifiesta en una aversión mental por el pecado y a la vez en un amor por él; mientras que el verdadero arrepentimiento, el odio por el pecado está en todas las facultades, no solo en la parte intelectual, sino principalmente en la voluntad: “Lo que aborrezco, eso hago” (Rom. 7:15). Pablo no estaba libre de pecado, no obstante estaba en contra de él.
(2) El odio es universal con respecto al objeto. El que aborrece un pecado aborrece todos… El hipócrita aborrece algunos pecados que pueden arruinar su reputación, pero el verdadero convertido aborrece todos los pecados, los pecados que le producen ganancias, los pecados por sus debilidades y los primeros indicios de corrupción. Pablo odiaba la propensión a pecar (Rom. 7:23).
3. El verdadero odio contra el pecado es contra el pecado en todas sus formas.
El corazón santo detesta el pecado por su contaminación intrínseca. El pecado deja una mancha en el alma. La persona regenerada aborrece el pecado no solo por la maldición, sino también por lo contagioso. Aborrece esta serpiente no solo por su picadura, sino también por su veneno.
Aborrece el pecado no solo por el infierno, sino como el infierno.
4. El verdadero odio es implacable. Nunca volverá a reconciliarse con el pecado. El enojo puede reconciliarse, pero el aborrecimiento, no…
5. Donde hay verdadero odio, no solo nos oponemos al pecado en nosotros mismos sino también en los demás. La iglesia en Éfeso no podía tolerar a los malos (Apoc. 2:2). Pablo censuró tremendamente a Pedro por su duplicidad aunque él era un Apóstol. Cristo, en un disgusto justificado, echó con azotes a los cambistas del templo (Juan 2:15). No toleraba que hicieran del templo una casa de cambio. Nehemías reprendió a los nobles por su usura (Neh. 5:7) y su profanación del día de reposo (Neh. 13:17). El que odia el pecado no lo tolera en su familia: “No habitará dentro de mi casa el que hace fraude” (Sal. 101:7). ¡Qué vergüenza el que las autoridades puedan demostrar mucho entusiasmo por sus pasiones, pero nada de heroísmo para reprimir la corrupción! Los que no sienten antipatía por el pecado desconocen el arrepentimiento. El pecado es en ellos lo que el veneno es en una serpiente, el cual, siendo parte de su naturaleza, les brinda placer.
¡Qué lejos están del arrepentimiento los que, en lugar de odiar el pecado, lo aman! Para el fiel, el pecado es como una espina en el ojo; para los malos, es como una corona sobre su cabeza: “...Habiendo hecho tantas abominaciones… ¿Puedes gloriarte de eso?” (Jer. 11:15). Amar el pecado es peor que cometerlo. Un hombre bueno puede caer en una acción pecaminosa sin darse cuenta, pero amar el pecado es el colmo. ¿Qué hace que a un porcino le encante revolcarse en el fango? ¿Qué hace que el diablo ame aquello que se opone a Dios? Amar el pecado demuestra que la voluntad está en pecado; y cuanto más de la voluntad está en pecado, más grande el pecado. La obstinación lo convierte en un pecado que no puede ser purgado por medio de un sacrificio (Heb. 10:26). ¡Oh, cuántos hay que aman el fruto prohibido! Aman sus juramentos y adulterios; aman el pecado y aborrecen la reprensión… Así que los que aman el pecado, los que se aferran a aquello que les significa la muerte, los que juegan con la condenación, “está[n] lleno[s]… de insensatez en su corazón” (Ecl. 9:3).
Nos persuade a demostrar nuestro arrepentimiento por medio de un odio implacable por el pecado...

INGREDIENTE 6: DEJAR EL PECADO.

 El sexto ingrediente del arrepentimiento es dejar el pecado… Este dejar el pecado se llama dejar el mal camino (Isa. 55:7), tal como el hombre deja la compañía de un ladrón o adivino. Se llama echar lejos el pecado (Job 11:14), tal como Pablo echó la víbora en el fuego (Hch. 28:5). Morir al pecado es la vida de arrepentimiento. El mismo día que el cristiano deja el pecado, tiene que aplicar una abstinencia perpetua. La vista tiene que abstenerse de miradas impuras. Los oídos tienen que abstenerse de escuchar calumnias. La lengua tiene que abstenerse de jurar. Las manos tienen que abstenerse de los sobornos. Los pies tienen que abstenerse del sendero de la ramera. Y el alma tiene que abstenerse del amor al mal. Este dejar el pecado implica un cambio importante… Dejar el pecado es tan visible que los demás lo notan. Por eso se le llama pasar de la oscuridad a la luz (Ef. 5:8). Pablo, después de haber visto la visión celestial, cambió tanto que todos estaban atónitos ante el cambio (Hch. 9:21). El arrepentimiento convirtió al carcelero en enfermero y médico (Hch. 16:33). Este tomó a los apóstoles, les lavó las heridas y les dio de comer. El barco puede estar yendo hacia el este; pero viene un viento que lo hace girar para el oeste. De la misma manera, el hombre puede haber estado rumbo al infierno antes de que soplara el viento del Espíritu que le cambió el curso y causó que se dirigiera rumbo al cielo… Así de visible es el cambio que el arrepentimiento produce en la persona, como si fuera otra el alma que mora en el mismo cuerpo. Para que el dejar el pecado sea legítimo tiene que reunir estas condiciones:
1. Tiene que, de todo corazón, dejar el pecado. El corazón es el primum vivens, lo primero que vive, y tiene que ser el primum vertens, lo primero que se transforma. El corazón es aquello por lo que el diablo más se esfuerza por dominar… En la religión, el corazón lo es todo. Si el corazón no deja el pecado, no es más que una mentira… Dios exige que todo el corazón deje el pecado. El verdadero arrepentimiento no puede tener ninguna reserva o prisioneros.
2. Tiene que ser dejar todo pecado. “Deje el impío su camino” (Isa. 55:7).
El que se ha arrepentido verdaderamente deja el camino del pecado.
Abandona cada pecado… Aquel que esconde a un rebelde en su casa es un traidor de la nación, y el que practica un pecado es un traidor hipócrita.
3. Tiene que ser dejar el pecado sobre un fundamento espiritual. El hombre puede refrenarse de cometer un pecado y, no obstante, no dejar el pecado de un modo correcto. Los actos pecaminosos pueden refrenarse por temor o designio, pero el arrepentido auténtico deja de pecar sobre la base de principios religiosos, específicamente, el amor a Dios… Tres hombres se preguntaban unos a otros qué los había impulsado a dejar el pecado. El primero respondió: “Pienso en los gozos del cielo”, el segundo dijo:
“Pienso en los tormentos del infierno”, pero el tercero dijo: “Pienso en el amor de Dios, y eso me hace abandonarlos. ¿Cómo podría yo ofender al Dios de amor?”

*Schoolmen – una sucesión de teólogos y escritores de la Edad Media que enseñaban lógica, metafísica y teología, como Tomás de Aquino.