Capítulo 7; 11-17
11
Aconteció después, que él iba a la ciudad que se llama Naín, e iban con
él muchos de sus discípulos, y una gran multitud.
12
Cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, he aquí que llevaban a
enterrar a un difunto, hijo único de su madre, la cual era viuda; y había con
ella mucha gente de la ciudad.
13 Y
cuando el Señor la vio, se compadeció de ella, y le dijo: No llores.
14 Y
acercándose, tocó el féretro; y los que lo llevaban se detuvieron. Y dijo:
Joven, a ti te digo, levántate.
15
Entonces se incorporó el que había muerto, y comenzó a hablar. Y lo dio
a su madre.
16 Y
todos tuvieron miedo, y glorificaban a Dios, diciendo: Un gran profeta se ha
levantado entre nosotros; y: Dios ha visitado a su pueblo.
17 Y se
extendió la fama de él por toda Judea, y por toda la región de alrededor.
EL pasmoso acontecimiento descrito en estos versículos, se encuentra
referido solamente en el Evangelio de S. Lucas. En este pasaje, como en el inmediatamente anterior, el que hace el
relato es el médico Lucas. Es uno de los tres grandes milagros en que nuestro Señor restituye la vida a los
muertos, y, como la resurrección de Lázaro, y la de la hija del jefe de la
congregación, se consideran con razón como
uno de los más grandes milagros que hizo sobre la tierra. En todos tres
se nos deja ver el poder divino.- En cada uno vemos una prueba consoladora de
que el Príncipe de la Paz, es más fuerte
que "el rey de los terrores," y que aunque la muerte, el postrer
enemigo, es poderosa, no es tan poderosa como el Protector del pecador.
En el versículo 15, la palabra para sentarse
corresponde al término médico que se usa para estar sentado en la cama. Naín
estaba a un día de camino de Cafamaún, entre Endor y Sunén, donde Eliseo había
resucitado al hijo de otra madre (2Reyes 4:18-37 ). Hasta el día de hoy, a diez
minutos andando desde Endor hay un cementerio de tumbas hechas en la roca.
En muchos sentidos ésta es la historia más
bonita de los evangelios.
(i) Nos habla del dolor y de la angustia de la
vida humana. La procesión fúnebre iría precedida por una banda de plañideros
profesionales, con flautas y címbalos, lanzando sus gritos y lamentos en un
verdadero frenesí; pero todo el dolor inmemorial del mundo se encierra en la
austera frase «hijo único de una mujer viuda.» «Nunca se pasa del crepúsculo
matutino al vespertino sin que se quiebre de dolor algún corazón.» Como dice
Shelley en su lamento por Keats:
la tarde introduzca a la noche, y la noche
espere al mañana;
un mes seguirá a otro con dolor
y un año a otro año con duelo.
No olvidemos jamás esta gran verdad. El mundo a
nuestro derredor está lleno de pesares. Enfermedades, y dolores, y flaquezas, y
pobreza, y trabajos, e incomodidades,
abundan por todas partes. Desde un extremo al otro del mundo, las historias de
familia están llenas de lágrimas, duelo y dolor. ¿Y de dónde proviene todo esto? El pecado es la fuente de
donde mana. No habría habido lágrimas, ni ansiedades, ni enfermedades, ni
muertes, ni funerales en la tierra, si
no hubiera habido pecado. Debemos sufrir con paciencia este estado de
cosas. No podemos alterarlo. Demos gracias a Dios porque en el Evangelio se
ofrece el remedio, y porque esta vida no
es el fin de nuestra existencia. Pero entre tanto, atribuyamos el mal a su
verdadero origen: al pecado.
¡Cuánto no deberíamos aborrecer el pecado! En
vez de amarlo, de apegarnos á el, de acariciarlo, y de disimular su fealdad,
debemos aborrecerlo con aversión
implacable. El pecado es el azote y plaga de este mundo. No hagamos paz con él
Hagámosle guerra sin tregua. Es "la cosa abominable que Dios aborrece." Feliz aquel que ama a Dios, y
puede decir: "Aborrezco lo malo." Rom_12:9.
Estos versículos nos enseñan así mismo cuan
compasivo es el corazón de nuestro Señor Jesucristo. Su conducta en el entierro
de Nain nos lo da a conocer.
A Jesús se le conmovió el corazón. No hay una
palabra más fuerte en griego para la compasión que la que una y otra vez se
aplica en los evangelios a Jesús (Mat_14:14 Y saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de
ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos. ; Mat_15:32 Y Jesús, llamando a sus discípulos, dijo: Tengo compasión de la
gente, porque ya hace tres días que están conmigo, y no tienen qué comer; y
enviarlos en ayunas no quiero, no sea que desmayen en el camino. ; Mat_20:34 Entonces Jesús, compadecido, les
tocó los ojos, y en seguida recibieron la vista; y le siguieron. ; Mar_1:41 Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó,
y le dijo: Quiero, sé limpio. ; Mar_8:2 Tengo compasión de la
gente, porque ya hace tres días que están conmigo, y no tienen qué comer).
Para el mundo antiguo esto tiene que haber
sido sumamente sorprendente. La filosofía más noble de la antigüedad era el
estoicismo, y los estoicos creían que la característica principal de Dios era
la apatía, la incapacidad para sentir. Y lo razonaban diciendo que, si alguien
puede hacer que otro esté triste o apesadumbrado, alegre o gozoso, eso quiere
decir que, al menos por un momento, puede influir en el otro, es mayor que él.
Ahora bien, nadie puede ser mayor que Dios; por tanto, nadie puede producirle a
Dios un sentimiento; por tanto, Dios es incapaz de sentir.
Pero aquí se le presentaba al hombre antiguo
la sorprendente idea de Uno que era el Hijo de Dios, cuyo corazón se conmovía de piedad. La frase del profeta de que «en
toda angustia de ellos Él fue angustiado» se cumple en el Hijo de Dios hecho «
En toda angustia de ellos él fue
angustiado, y el ángel de su faz los salvó; en su amor y en su clemencia los
redimió, y los trajo, y los levantó todos los días de la antigüedad.» Isaías 63:9; “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores,
experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue
menospreciado, y no lo estimamos.” Isaías 53:3
Para muchos de nosotros esa es la Revelación
más preciosa del Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Nuestro Señor Jesucristo nunca varía: es el mismo ayer, hoy, y siempre.
Su corazón es aún tan tierno como cuando estaba en la tierra. Su compasión
hacia los que sufren es todavía tan
fuerte como entonces. Tengamos esto presente, y sírvanos de consuelo. No hay amigo que pueda
compararse a Cristo. En todos nuestros
días de tristeza, que deben necesariamente ser muchos, acudamos primeramente a
Jesús, el Hijo de Dios, por consuelo. Él nunca nos abandonará, nunca nos dejará burlados, nunca rehusará
tomar interés en nuestros pesares. Aún vive Aquel que hizo rebosar de gozo el
corazón de la viuda de Nain. Vive aún
para recibir a todos los cargados y agobiados que vengan á El con fe. Vive aún
para consolar a los de corazón quebrantado, y ser un Amigo más afectuoso que un hermano. Y vive para hacer
algún día cosas mayores que estas: vive para aparecerse otra vez a los
creyentes, para enjugar todas sus
lágrimas, y que no lloren más.
A la compasión de Jesús añade Lucas el
omnipotente poder de nuestro Señor Jesucristo. Jesús fue y tocó el féretro. No
sería un ataúd, porque no se usaban entonces, sino una especie de espuerta suficientemente
grande para llevar el cadáver a la tumba. Fue un momento dramático; como dice
un gran comentarista, «Jesús reclamó para sí al que la muerte había asido como
su presa.» Jesús no es sólo el Señor de la vida; es también el Señor de la
muerte, porque la ha vencido y ha triunfado del sepulcro, y ha prometido que: Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me
veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis. (Juan_14:19).
De esto no podemos pedir prueba más patente
que el milagro ya citado. Con unas pocas
palabras vuelve a la vida a un hombre. Habla a un cadáver helado, y al momento
este se torna en persona viviente. En un instante, en un abrir y cerrar de ojos, las células del
corazón, los pulmones, el cerebro, los sentidos, reinician sus operaciones y
desempeñan sus funciones. Joven, a ti te digo,
levántate Ordenó Jesús, “Esta
voz fue una voz poderosa. Al instante se incorporó el muerto, y empezó a
hablar.
Este gran milagro confirma la certeza de un
hecho solemne: la resurrección universal. El mismo Jesús que resucitó entonces a
un muerto, resucitará a todo el género
humano en el último día. " No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos
los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno,
saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de
condenación.” Juan_5:28-29. Cuando suene la trompeta y Cristo
mande, no habrá lugar a negativa o fuga.
Todos tienen que comparecer ante su tribunal
en sus propios cuerpos. Todos serán juzgados según sus obras.
Vemos, además, en este gran milagro un emblema
viviente del poder de Cristo para dar vida a los muertos en el pecado. Porque como el Padre levanta a los muertos, y les da vida,
así también el Hijo a los que quiere da vida. Juan_5:21.
Él puede tornar a nueva vida almas ya muertas en vanidad mundana y en pecado. Él
puede decir a corazones que ya parecen
corrompidos y sin vida: " Levantaos al arrepentimiento y vivid en
el servicio de Dios." No desesperemos nunca del bien de alma alguna.
Oremos por nuestros hijos, y no nos
desalentemos. Por mucho tiempo puede parecer que los jóvenes de ambos sexos
están siguiendo el camino que conduce a la
perdición. Más continuemos orando. Quién puede decir que Aquel que
encontró el entierro a las puertas de Nain, no pueda aún venir hacia nuestros
hijos no convertidos y decir con autoridad
omnipotente, " A ti te digo,
levántate." Para Cristo nada es imposible.
Antes de terminar este pasaje meditemos con
solemnidad en lo que está anunciado para el último día. Se nos refiere que
todos fueron sobrecogidos de temor
cuando fue resucitado el muchacho. ¿Cuáles serán pues las emociones del
género humano cuando todos los muertos se levanten simultáneamente? El que no
se haya convertido puede temer con razón la llegada de ese día, pues no está
preparado para encontrar a Dios. Más el verdadero cristiano nada tiene que temer; puede descender al sepulcro con calma
y tranquilidad. Por la fe en Cristo ha sido justificado y santificado, y cuando
resucite contemplará a Dios sin temor.