} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 2021

viernes, 31 de diciembre de 2021

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 7; 11-17


Capítulo 7; 11-17

 11  Aconteció después, que él iba a la ciudad que se llama Naín, e iban con él muchos de sus discípulos, y una gran multitud.

 12  Cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, he aquí que llevaban a enterrar a un difunto, hijo único de su madre, la cual era viuda; y había con ella mucha gente de la ciudad.

 13  Y cuando el Señor la vio, se compadeció de ella, y le dijo: No llores.

 14  Y acercándose, tocó el féretro; y los que lo llevaban se detuvieron. Y dijo: Joven, a ti te digo, levántate.

 15  Entonces se incorporó el que había muerto, y comenzó a hablar. Y lo dio a su madre.

 16  Y todos tuvieron miedo, y glorificaban a Dios, diciendo: Un gran profeta se ha levantado entre nosotros; y: Dios ha visitado a su pueblo.

 17  Y se extendió la fama de él por toda Judea, y por toda la región de alrededor.

  

         EL pasmoso acontecimiento descrito en estos versículos, se encuentra referido solamente en el Evangelio de S. Lucas. En este pasaje, como en el inmediatamente anterior, el que hace el relato es el médico Lucas. Es uno de los tres grandes milagros en  que nuestro Señor restituye la vida a los muertos, y, como la resurrección de Lázaro, y la de la hija del jefe de la congregación, se consideran con razón como  uno de los más grandes milagros que hizo sobre la tierra. En todos tres se nos deja ver el poder divino.- En cada uno vemos una prueba consoladora de que  el Príncipe de la Paz, es más fuerte que "el rey de los terrores," y que aunque la muerte, el postrer enemigo, es poderosa, no es tan poderosa como el  Protector del pecador.

En el versículo 15, la palabra para sentarse corresponde al término médico que se usa para estar sentado en la cama. Naín estaba a un día de camino de Cafamaún, entre Endor y Sunén, donde Eliseo había resucitado al hijo de otra madre (2Reyes 4:18-37 ). Hasta el día de hoy, a diez minutos andando desde Endor hay un cementerio de tumbas hechas en la roca.

En muchos sentidos ésta es la historia más bonita de los evangelios.

(i) Nos habla del dolor y de la angustia de la vida humana. La procesión fúnebre iría precedida por una banda de plañideros profesionales, con flautas y címbalos, lanzando sus gritos y lamentos en un verdadero frenesí; pero todo el dolor inmemorial del mundo se encierra en la austera frase «hijo único de una mujer viuda.» «Nunca se pasa del crepúsculo matutino al vespertino sin que se quiebre de dolor algún corazón.» Como dice Shelley en su lamento por Keats:

 Mientras los cielos estén azules y los campos verdes,

la tarde introduzca a la noche, y la noche espere al mañana;

un mes seguirá a otro con dolor

y un año a otro año con duelo.

 El poeta latino Virgilio dedica una frase inmortal a «las lágrimas de las cosas» -sunt lacrimae rerum. Vivimos en un mundo de corazones rotos.

No olvidemos jamás esta gran verdad. El mundo a nuestro derredor está lleno de pesares. Enfermedades, y dolores, y flaquezas, y pobreza, y trabajos, e  incomodidades, abundan por todas partes. Desde un extremo al otro del mundo, las historias de familia están llenas de lágrimas, duelo y dolor. ¿Y de dónde  proviene todo esto? El pecado es la fuente de donde mana. No habría habido lágrimas, ni ansiedades, ni enfermedades, ni muertes, ni funerales en la tierra, si  no hubiera habido pecado. Debemos sufrir con paciencia este estado de cosas. No podemos alterarlo. Demos gracias a Dios porque en el Evangelio se ofrece  el remedio, y porque esta vida no es el fin de nuestra existencia. Pero entre tanto, atribuyamos el mal a su verdadero origen: al pecado.

¡Cuánto no deberíamos aborrecer el pecado! En vez de amarlo, de apegarnos á el, de acariciarlo, y de disimular su fealdad, debemos aborrecerlo con  aversión implacable. El pecado es el azote y plaga de este mundo. No hagamos paz con él Hagámosle guerra sin tregua. Es "la cosa abominable que Dios  aborrece." Feliz aquel que ama a Dios, y puede decir: "Aborrezco lo malo." Rom_12:9.

Estos versículos nos enseñan así mismo cuan compasivo es el corazón de nuestro Señor Jesucristo. Su conducta en el entierro de Nain nos lo da a conocer.

A Jesús se le conmovió el corazón. No hay una palabra más fuerte en griego para la compasión que la que una y otra vez se aplica en los evangelios a Jesús (Mat_14:14 Y saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos. ; Mat_15:32 Y Jesús, llamando a sus discípulos, dijo: Tengo compasión de la gente, porque ya hace tres días que están conmigo, y no tienen qué comer; y enviarlos en ayunas no quiero, no sea que desmayen en el camino. ; Mat_20:34 Entonces Jesús, compadecido, les tocó los ojos, y en seguida recibieron la vista; y le siguieron.  ; Mar_1:41 Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio.  ; Mar_8:2 Tengo compasión de la gente, porque ya hace tres días que están conmigo, y no tienen qué comer).

Para el mundo antiguo esto tiene que haber sido sumamente sorprendente. La filosofía más noble de la antigüedad era el estoicismo, y los estoicos creían que la característica principal de Dios era la apatía, la incapacidad para sentir. Y lo razonaban diciendo que, si alguien puede hacer que otro esté triste o apesadumbrado, alegre o gozoso, eso quiere decir que, al menos por un momento, puede influir en el otro, es mayor que él. Ahora bien, nadie puede ser mayor que Dios; por tanto, nadie puede producirle a Dios un sentimiento; por tanto, Dios es incapaz de sentir.

Pero aquí se le presentaba al hombre antiguo la sorprendente idea de Uno que era el Hijo de Dios, cuyo corazón se conmovía  de piedad. La frase del profeta de que «en toda angustia de ellos Él fue angustiado» se cumple en el Hijo de Dios hecho « En toda angustia de ellos él fue angustiado, y el ángel de su faz los salvó; en su amor y en su clemencia los redimió, y los trajo, y los levantó todos los días de la antigüedadIsaías 63:9;   Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos.” Isaías 53:3   

Para muchos de nosotros esa es la Revelación más preciosa del Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Nuestro Señor Jesucristo nunca varía: es el mismo ayer, hoy, y siempre. Su corazón es aún tan tierno como cuando estaba en la tierra. Su compasión hacia  los que sufren es todavía tan fuerte como entonces. Tengamos esto presente, y sírvanos de consuelo. No hay amigo que pueda compararse a Cristo. En todos  nuestros días de tristeza, que deben necesariamente ser muchos, acudamos primeramente a Jesús, el Hijo de Dios, por consuelo. Él nunca nos abandonará,  nunca nos dejará burlados, nunca rehusará tomar interés en nuestros pesares. Aún vive Aquel que hizo rebosar de gozo el corazón de la viuda de Nain. Vive  aún para recibir a todos los cargados y agobiados que vengan á El con fe. Vive aún para consolar a los de corazón quebrantado, y ser un Amigo más  afectuoso que un hermano. Y vive para hacer algún día cosas mayores que estas: vive para aparecerse otra vez a los creyentes, para enjugar todas sus  lágrimas, y que no lloren más.

A la compasión de Jesús añade Lucas el omnipotente poder de nuestro Señor Jesucristo. Jesús fue y tocó el féretro. No sería un ataúd, porque no se usaban entonces, sino una especie de espuerta suficientemente grande para llevar el cadáver a la tumba. Fue un momento dramático; como dice un gran comentarista, «Jesús reclamó para sí al que la muerte había asido como su presa.» Jesús no es sólo el Señor de la vida; es también el Señor de la muerte, porque la ha vencido y ha triunfado del sepulcro, y ha prometido que: Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis. (Juan_14:19).

  De esto no podemos pedir prueba más patente que el milagro ya  citado. Con unas pocas palabras vuelve a la vida a un hombre. Habla a un cadáver helado, y al momento este se torna en persona viviente. En un instante, en  un abrir y cerrar de ojos, las células del corazón, los pulmones, el cerebro, los sentidos, reinician sus operaciones y desempeñan sus funciones. Joven, a ti te digo, levántate  Ordenó Jesús,   “Esta voz fue una voz poderosa. Al instante se incorporó el muerto, y empezó a hablar.

Este gran milagro confirma la certeza de un hecho solemne: la resurrección universal. El mismo Jesús que resucitó entonces a un muerto, resucitará a todo el  género humano en el último día. " No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.” Juan_5:28-29. Cuando suene la trompeta y Cristo mande, no habrá lugar a negativa o fuga.

Todos tienen que comparecer ante su tribunal en sus propios cuerpos. Todos serán juzgados según sus obras.

Vemos, además, en este gran milagro un emblema viviente del poder de Cristo para dar vida a los muertos en el pecado. Porque como el Padre levanta a los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida. Juan_5:21. Él puede tornar a nueva vida almas ya muertas en vanidad mundana y en pecado. Él puede decir a corazones que ya parecen  corrompidos y sin vida: " Levantaos al arrepentimiento y vivid en el servicio de Dios." No desesperemos nunca del bien de alma alguna. Oremos por  nuestros hijos, y no nos desalentemos. Por mucho tiempo puede parecer que los jóvenes de ambos sexos están siguiendo el camino que conduce a la  perdición. Más continuemos orando. Quién puede decir que Aquel que encontró el entierro a las puertas de Nain, no pueda aún venir hacia nuestros hijos no  convertidos y decir con autoridad omnipotente, " A ti te digo, levántate." Para Cristo nada es imposible.

Antes de terminar este pasaje meditemos con solemnidad en lo que está anunciado para el último día. Se nos refiere que todos fueron sobrecogidos de temor  cuando fue resucitado el muchacho. ¿Cuáles serán pues las emociones del género humano cuando todos los muertos se levanten simultáneamente? El que no se haya convertido puede temer con razón la llegada de ese día, pues no está preparado para encontrar a Dios. Más el verdadero cristiano nada tiene que  temer; puede descender al sepulcro con calma y tranquilidad. Por la fe en Cristo ha sido justificado y santificado, y cuando resucite contemplará a Dios sin  temor.

jueves, 30 de diciembre de 2021

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 7; 1-10

 Capítulo 7; 1-10

 1  Después que hubo terminado todas sus palabras al pueblo que le oía, entró en Capernaum.

 2  Y el siervo de un centurión, a quien éste quería mucho, estaba enfermo y a punto de morir.

 3  Cuando el centurión oyó hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, rogándole que viniese y sanase a su siervo.

 4  Y ellos vinieron a Jesús y le rogaron con solicitud, diciéndole: Es digno de que le concedas esto;

 5  porque ama a nuestra nación, y nos edificó una sinagoga.

 6  Y Jesús fue con ellos. Pero cuando ya no estaban lejos de la casa, el centurión envió a él unos amigos, diciéndole: Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo;

 7  por lo que ni aun me tuve por digno de venir a ti; pero dí la palabra, y mi siervo será sano.

 8  Porque también yo soy hombre puesto bajo autoridad, y tengo soldados bajo mis órdenes; y digo a éste: Vé, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace.

 9  Al oír esto, Jesús se maravilló de él, y volviéndose, dijo a la gente que le seguía: Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe.

 10  Y al regresar a casa los que habían sido enviados, hallaron sano al siervo que había estado enfermo.     

 

         El personaje central de esta historia es un centurión romano. No era un hombre cualquiera.

Estos versículos describen la cura milagrosa de un enfermo. Un centurión u oficial del ejército Romano acude a nuestro Señor interesarlo en favor de su siervo,  y obtiene lo que pide. Milagro de curación mayor que este no se registra en ninguna parte de los Evangelios . Aun sin ver al paciente, que estaba moribundo,  tocarlo con la mano, ni mirarlo, nuestro Señor le restituye la salud por medio de una sola palabra. Habla, y el enfermo es curado. Manda, y la enfermedad  desaparece. No leemos de ningún profeta o apóstol, que obrara milagros de esta manera. He aquí el dedo de Dios.

Debemos de notar en estos versículos la bondad del centurión. Este rasgo de su carácter se manifiesta de tres modos distintos. Le vemos en el tratamiento  que da a su siervo: lo cuida tiernamente cuando está enfermo, y se esmera en que recobre la salud. Le vemos también en su cariño por el pueblo Judío. No lo  desprecia como otros gentiles lo hacían generalmente, pues los ancianos dan este testimonio importante: "él ama a nuestra nación." Le vemos finalmente en  la generosidad con que patrocinó la sinagoga de Capernaúm: no manifestó su amor para con Israel de palabra solamente, sino también con hechos. Los  mensajeros que envió a nuestro Señor apoyaron la petición diciendo: "Él nos edificó una sinagoga...

Ahora bien, ¿en dónde aprendió el centurión a ser bondadoso? ¿Cómo podemos explicarnos porqué uno que era pagano de nacimiento y soldado de  profesión manifestara tal carácter? Cualidades como estas no es probable que se adquiriesen entre los paganos ni que se formasen en la sociedad de un  campamento romano. La filosofía Griega y la Latina no las recomendaban. Los tribunos, cónsules, prefectos, y emperadores no podían fomentarlas. Ocurre  solamente una razón: el centurión era lo que era "por la gracia de Dios." El Espíritu había abierto los ojos de su entendimiento, y le cambió  el corazón. Su  discernimiento de las cosas divinas era sin duda muy oscuro. Sus opiniones religiosas se fundaban probablemente en un conocimiento imperfecto de las  Escrituras del Antiguo Testamento. Pero cualquiera que fuese la luz que hubiese recibido de lo alto, ella influyó en su vida, y uno de sus resultados fue la  bondad descrita en este pasaje.

Sírvanos de ejemplo la conducta del centurión. Como él, demos muestras de benevolencia a todos aquellos con quienes nos tratemos. Empeñémonos en  tener una mano dispuesta a socorrer, y un corazón inclinado a sentir, y una voluntad pronta a hacer bien a todo el mundo. Estemos dispuestos a llorar con los  que lloran, y a alegrarnos con los que están alegres. Este es un medio de hacer simpática nuestra religión, y de enaltecerla ante los ojos de los hombres. La  bondad es una virtud que todos pueden alcanzar; y por la cual nos hacemos semejantes a nuestro bendito Salvador. Si hay algún rasgo de su carácter más  notable que otro, es su bondad no interrumpida y su amor. El bondadoso será feliz y próspero aun en esta vida. La persona benéfica rara vez estará sin  amigos.

Debemos observar también en este pasaje la humildad del centurión. Manifiéstese en el mensaje verbal que envió a nuestro Señor cuando este estaba cerca  de su casa: "No soy digno de que entres debajo de mi techo; por lo cual ni aun me tuve por digno de venir a ti." Tales expresiones forman un contraste  sorprendente con el lenguaje que usaron, los ancianos de los judíos. "Digno es," dijeron, "de concederle esto." "No soy digno," dice el buen centurión, " de  que entres debajo de mi techo...

Humildad como esta es una de las pruebas más fuertes de que el Espíritu de Dios mora en el corazón. De ella no sabemos nada por naturaleza, porque todos nacemos soberbios. Convencernos de pecado, exponer nuestra propia vileza y corrupción, colocarnos en lugar que nos corresponde, hacernos sumisos y  abatidos, he aquí algunas de las principales obras que el Espíritu Santo realiza el corazón del hombre. Pocas expresiones de nuestro Señor son más  rechazadas como las que terminan la parábola del Fariseo y el publicano: "Cualquiera que se ensalza será humillado, y oí que se humilla será ensalzado."  Luc_18:14. Poseer grandes idas y hacer grandes obras por Dios, no es dado a todos los oyentes. Pero todos los creyentes deben procurar ser humildes.

Debemos notar además la fe del centurión. De ella tenemos una  prueba en la súplica que hizo a nuestro Señor: "Di tan solo la palabra, y mi criado será sano."  El cree superfluo que nuestro Señor vaya al lugar en que su criado yace moribundo. Considera al Señor ejerciendo sobre las enfermedades una autoridad tan  completa como la que él tenía sobre sus soldados, o como la del aperador Romano sobre él; confía en que una palabra de Jesús, bastase para expeler la  enfermedad; no quiere ver señal o milagro alguno; y expresa su convicción de que Jesús es Señor y Rey Todopoderoso, y de que las enfermedades, cual  siervos obedientes a órdenes, desaparecerán prontamente.

Fe como esta era, a la verdad, muy rara cuando el Señor Jesús estaba en la tierra. "Muéstranos una señal del cielo," fue lo que exigieron los despreciativos  Fariseos. Ver alguna cosa maravillosa fue el gran deseo del gentío que agolpado seguía a nuestro Señor. No hay que extrañar, pues estas palabras notables,  "Jesús se maravilló de él," y que dijera a las gentes, "Os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe." Ningunos debieran haber tenido una el vuelo a sus  altos pensamientos con algunas palabras oportunas "Muchos que son primeros serán últimos, y los últimos primeros...

¡Que verdad no encierran estas palabras aun aplicadas a los doce apóstoles! Entre los que oían a nuestro Señor se encontraba un hombre que por algún  tiempo pareció ser uno de los más preeminentes de los doce. Tenía a su cuidado el tesoro y guardaba lo que en él se ponía; y, sin embargo, ese hombre cayó  y tuvo un fin desastroso. Se llamaba Judas Iscariote. Por el contrario, entre los oyentes de nuestro Señor no se encontraba aquel día uno que en época  posterior hizo más por Cristo que todos los doce. Cuando nuestro Señor hablaba así era a un joven fariseo, que se educaba a los pies de Gamaliel, y que  por nada sentía tanto celo como por la ley. Y, sin embargo, ese joven al fin fue convertido a la fe do Cristo, no se quedó atrás de los principales de los  apóstoles, y trabajó más que todos. Su nombre era Saulo. Con razón dijo nuestro Señor, "los primeros serán últimos, y los último  primeros...

¡Que verdaderas son esas palabras, cuando las aplicamos a la historia de las iglesias cristianas! Hubo un tiempo que el Asia Menor, la Grecia, y el África  Septentrional estaban llenas de cristianos, mientras que la Europa y la América eran países paganos. Mil setecientos años han producido un gran cambio.

Las iglesias de África y de Asia se han hundido en una ruina completa, al mismo tiempo que las iglesias de Europa y de América están trabajando en  extender por el mundo el Evangelio. Con razón pudo decir nuestro Señor que "los primeros serán los últimos, y los últimos primeros...

¡Cuán verdaderas parecen estas palabras a los creyentes, cuando registran sus pasadas vidas y recuerdan todo lo que han visto desde el día de su conversión!  Cuantos empezaron a servir a Cristo en la misma época que ellos y al parecer marcharon bien por algún tiempo. ¿Pero en donde se encuentran ahora? El  mundo ha cautivado a uno; falsas doctrinas han extraviado a otro; un matrimonio malo ha echado a perder a un tercero; y pocos son los creyentes que no  puedan recordar muchos casos parecidos. Pocos son los que al fin no descubren que "los últimos son a menudo los primeros, y los primeros últimos...

Aprendamos a pedir en nuestras oraciones humildad al leer llaman buenas colocaciones son con frecuencia las que arruinan por toda la eternidad a los que  las obtienen.

Todos los centuriones que aparecen en el Nuevo Testamento eran personas respetables (Luc_23:47  Cuando el centurión vio lo que había acontecido, dio gloria a Dios, diciendo: Verdaderamente este hombre era justo.; Hchs _10:22 Ellos dijeron: Cornelio el centurión, varón justo y temeroso de Dios, y que tiene buen testimonio en toda la nación de los judíos, ha recibido instrucciones de un santo ángel, de hacerte venir a su casa para oír tus palabras.; Hchs_22:26 Cuando el centurión oyó esto, fue y dio aviso al tribuno, diciendo: ¿Qué vas a hacer? Porque este hombre es ciudadano romano.; Hchs_23:17Pablo, llamando a uno de los centuriones, dijo: Lleva a este joven ante el tribuno, porque tiene cierto aviso que darle. ; Hchs_23:23-24 Y llamando a dos centuriones, mandó que preparasen para la hora tercera de la noche doscientos soldados, setenta jinetes y doscientos lanceros, para que fuesen hasta Cesarea; 24  y que preparasen cabalgaduras en que poniendo a Pablo, le llevasen en salvo a Félix el gobernador.; Hchs_24:23 Y mandó al centurión que se custodiase a Pablo, pero que se le concediese alguna libertad, y que no impidiese a ninguno de los suyos servirle o venir a él.; Hchs_27:43 Pero el centurión, queriendo salvar a Pablo, les impidió este intento, y mandó que los que pudiesen nadar se echasen los primeros, y saliesen a tierra;).

El historiador Polibio nos describe las cualidades de un centurión: «Debe ser, más que un militar temerario, uno que es capaz de mandar a la tropa, firme en la acción y de confianza; no demasiado dispuesto a entrar en combate, pero cuando es necesario debe estarlo a defender su posición y a morir en su puesto.» El centurión tenía que ser un hombre especial, o no habría podido conservar su puesto.

 Tenía una actitud muy poco corriente con su esclavo. Amaba a su esclavo, y habría hecho lo que fuera necesario para salvarle la vida. La ley romana definía al esclavo como una herramienta viva; no tenía derechos; su amo le podía maltratar y matar si quería. Un escritor romano recomienda a los terratenientes que pasen revista a sus aperos todos los años, y que tiren los que ya están, rotos o inservibles, y que hagan lo mismo con los esclavos. Era corriente abandonar a los esclavos para que se murieran cuando ya no rendían en el trabajo. Pero la actitud de este centurión era fuera de lo corriente.

Tiene que haber tenido más que un interés superficial para construir una sinagoga. Es verdad que los Romanos consideraban que la religión era buena para mantener a la gente en orden; la consideraban como el opio del pueblo. Augusto recomendaba que se construyeran sinagogas por esa razón. El historiador Gibbon dice en una frase famosa: " Todas las formas de religión que existían en el Imperio Romano, la gente las consideraba como igualmente verdaderas; los filósofos, como igualmente falsas, y los magistrados como igualmente útiles.» Pero este centurión no era un administrador cínico, sino un hombre sinceramente religioso.

miércoles, 29 de diciembre de 2021

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 6; 46-49


Capítulo 6; 46-49

  46  ¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?

 47  Todo aquel que viene a mí, y oye mis palabras y las hace, os indicaré a quién es semejante.

 48  Semejante es al hombre que al edificar una casa, cavó y ahondó y puso el fundamento sobre la roca; y cuando vino una inundación, el río dio con ímpetu contra aquella casa, pero no la pudo mover, porque estaba fundada sobre la roca.

 49  Mas el que oyó y no hizo, semejante es al hombre que edificó su casa sobre tierra, sin fundamento; contra la cual el río dio con ímpetu, y luego cayó, y fue grande la ruina de aquella casa.

      

             Se ha dicho con mucha verdad, que ningún sermón debiera concluir sin hacer alguna aplicación dirigida a las conciencias de los que lo oyen.

El pasaje que tenemos a la vista ofrece un ejemplo de esta regla, y confirma su exactitud. Es la conclusión solemne y penetrante, del discurso más solemne.

Observemos en estos versículos cuan antiguo y común es el pecado de no practicar y cumplir lo que se dice y se promete. Escrito está que nuestro Señor  dijo: " ¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que digo?" El mismo Hijo de Dios fue seguido de muchos que pretendían tributarle honor  llamándolo, Señor, y que sin embargo no cumplían Sus mandamientos. El mal que nuestro Señor denuncia en estos versículos ha afligido en todos tiempos  la iglesia de Dios. Había existido seiscientos años antes del nacimiento de nuestro Señor, en el tiempo de Ezequiel: " Y vendrán a ti como viene el pueblo, y estarán delante de ti como pueblo mío, y oirán tus palabras, y no las pondrán por obra; antes hacen halagos con sus bocas, y el corazón de ellos anda en pos de su avaricia Ezeq. 33:31. Existió también en la primitiva iglesia de Cristo en los días de Santiago. Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.Stg_1:22. Es un mal que nunca ha cesado de prevalecer en toda la Cristiandad. Es  una plaga destructora de las almas, que está arrastrando continuamente por el camino ancho de la perdición multitud de oyentes del Evangelio. El pecado  que no se pone máscara para ocultar su fealdad, y la incredulidad declarada abiertamente arruinan sin duda a millares; más el pecado de que venimos  hablando arruina a millares de millares.

Persuadámonos que ningún pecado indica tanta imbecilidad e insensatez. El sentido común basta para enseñarnos que el nombre y la forma del Cristianismo  de nada nos aprovechan, en tanto que nuestros corazones permanezcan aferrados al pecado, y en tanto que llevemos una vida anticristiana. Debe sentarse  como principio fijo en nuestra religión, que la obediencia es la única prueba perfecta de la fe que salva, y que las protestas de los labios son peor que  inútiles, si no van acompañadas con la santificación de la vida. El hombre en cuyo corazón mora de veras el Espíritu Santo, jamás se contentará con estarse  quieto, y sin hacer nada que demuestre su amor hacia Cristo.

Para tener una idea más completa de esta parábola tenemos que leer también la versión de Mateo (7:24-27). En la versión de Lucas parece que la crecida del agua no viene a cuento; tal vez es porque Lucas no era natural de Palestina, y no tenía una idea muy clara de la escena; mientras que Mateo, que sí era de Palestina, la conocía muy bien. En verano, muchos valles presentan el lecho arenoso totalmente seco; pero en invierno, después de las lluvias de septiembre, vuelve el torrente con toda su fuerza. Puede ser que alguien que estaba buscando dónde hacerse la casa vio ese espacio libre y se decidió a construir en él, descubriendo para su mal cuando llegó la época de las lluvias que el río también volvía a su cauce, y se llevaba la casa. Un hombre sensato habría buscado la roca, para lo cual habría tenido que realizar más trabajo; pero, cuando llegara el invierno, se vería que no había sido en vano, porque la casa permanecería segura en su sitio. En cualquiera de las dos versiones queda clara la enseñanza de que es importante que nuestra vida tenga una cimentación firme. Y la única que lo es de verdad es la obediencia a las enseñanzas de Jesús.

Notemos en segundo lugar, en estos versículos, cuan a lo vivo nos pinta nuestro Señor la religión del hombre que no solamente oye la palabra de Cristo, sino  que también cumple su voluntad. Lo compara a uno que, "edificando una casa, cavó, y ahondó, y puso el fundamento sobre roca...

Su religión puede costar mucho a ese hombre. Como la casa edificada sobre la roca, puede acarrearle penas, trabajos y abnegación; pues tiene que desechar  el orgullo y la presunción, mortificar la carne rebelde, revestirse del amor y humildad de Cristo, cargar la cruz diariamente, y dar por perdidas todas las cosas  por amor de Cristo--todo esto es en verdad difícil. Pero a semejanza de la casa edificada sobre la roca, tal fe se sostendrá firme. El torrente de las  aflicciones puede dar contra ella impetuosamente, y las avenidas de las persecuciones pueden agolparse alrededor de sus paredes, más no caerá jamás. El  Cristianismo en que los hechos están en armonía con las buenas palabras es un edificio sólido, inmóvil.

Observemos, finalmente, en estos versículos, que cuadro tan melancólico bosqueja nuestro Señor del hombre que oye las palabras de Cristo, pero no las  observa. Lo compara a uno que edificó su casa sobre tierra sin fundamento.

Un hombre semejante puede parecer al principio muy religioso. Tal vez un ojo inexperto no descubra diferencia alguna entre su religión y la del cristiano  verdadero. Ambos asisten acaso al culto en la misma iglesia; observan las mismas reglas, profesan la misma fe. La apariencia exterior de la casa edificada en  la roca, y la de la casa sin ningún fundamento sólido, pueden ser casi lo mismo. Pero los padecimientos y las aflicciones son pruebas que el que profesa  meramente una religión exterior no puede resistir. Cuando la tormenta y la tempestad dan contra la casa que no tiene fundamento, las paredes que se  levantaban tan orgullosas en días serenos y bonancibles, caen al suelo inevitablemente. El Cristianismo que consiste solamente en oír las lecciones de la  religión, y no en practicarlas, es un edificio que tiene que derrumbarse. ¡Grande, en verdad, será la ruina! No hay pérdida igual a la pérdida de un alma.

Este es un pasaje de la Escritura que debe despertar en nuestras mentes pensamientos muy solemnes. Los cuadros que presenta son de cosas que están  pasando diariamente a nuestro rededor. Por todos lados veremos a millares de personas construyendo, para la eternidad edificios fundados sobre una  conformidad externa a las doctrinas del Cristianismo; esforzándose en amparar sus almas bajo vanos refugios; y contentándose con una mera apariencia de  santidad. ¡Pocos son en verdad los que edifican sobre la roca, y grande es el ridículo y la persecución que tienen que sufrir! Muchos los que edifican sobre  arena, y enormes son los chascos y reveses que experimentan como único fruto de su trabajo. Ciertamente, si jamás hubiera habido prueba de que el hombre  es un ser caído e ignorante de las materias espirituales, la tendríamos en el hecho que muchos de los que reciben el bautismo en cada generación, persisten  en fabricar sobre tierra deleznable.

¿Sobre qué cimiento estamos edificando nosotros? Esta es, al cabo, la pregunta que nos concierne. ¿Estamos edificando sobre la roca, o sobre la arena?  Gústanos oír el Evangelio; aceptamos todas sus doctrinas cardinales; y convenimos en todo lo que dice de Cristo y del Espíritu Santo, de la justificación y  santificación, del arrepentimiento y de la fe, de la conversión y santidad, de la Biblia y de la oración; pero ¿qué estamos haciendo? ¿Cuál  es   la historia  diaria y práctica de nuestra vida, en público y en privado, en el seno de la familia y en contacto con el mundo? ¿Puede decirse que nosotros no solamente  oímos las palabras de Cristo, sino que también las cumplimos? La hora se acerca, y pronto llegará, en que se nos hagan preguntas como estas, y nosotros tendremos que contestarlas, ya nos gusten o no. Á la hora de la  angustia y del desamparo, de la enfermedad y de la muerte, se revelará si estamos sobre la roca, o sobre la arena. Acordémonos de esto con tiempo; no nos  engañemos con nuestras almas. Procuremos creer y vivir, oír la voz de Cristo, y seguirle de tal manera que cuando sobrevengan las avenidas, y los torrentes  den contra nosotros, nuestro edificio permanezca inmóvil.

martes, 28 de diciembre de 2021

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 6; 43-45

Capítulo 6; 43-45

 43  No es buen árbol el que da malos frutos, ni árbol malo el que da buen fruto.

 44  Porque cada árbol se conoce por su fruto; pues no se cosechan higos de los espinos, ni de las zarzas se vendimian uvas.

 45  El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca.

 

             Los versículos 43 y 44 nos recuerdan que no se puede juzgar a nadie más que por sus obras. Se le decía a un maestro: " No puedo oír lo que me dices porque estoy escuchando lo que haces.» Enseñar y predicar es impartir " verdad por medio de la personalidad.» Las palabras bonitas no pueden tomar el lugar de las buenas obras. Eso viene muy a cuento hoy en día. Tenemos miedo de ideologías y de sectas extrañas; pero debemos darnos cuenta de que no las derrotaremos escribiendo libros o celebrando congresos; la única manera de demostrar la superioridad del Evangelio es mostrando en nuestras vidas que es el único poder que puede producir hombres y mujeres mejores.

Versículo 45. Jesús nos recuerda que las palabras que afloran a nuestros labios son en última instancia el producto de nuestro corazón. Nadie puede hablar de Dios con sentido a menos que tenga en el corazón el Espíritu de Dios. Nada revela el estado de un corazón humano tanto como lo que dice cuando no está midiendo cuidadosamente las palabras; cuando dice lo primero que se le ocurre. Si preguntamos dónde está un sitio, alguien nos dirá que está cerca de tal iglesia; otro, que está cerca de tal cine; otro, que está cerca de tal campo de fútbol; otro, que está cerca de tal bar. La respuesta a una pregunta casual muestra a menudo hacia dónde se vuelven naturalmente los pensamientos de una persona, y cuáles son sus intereses. Lo que decimos nos delata.

Parece que el objeto principal que nuestro Señor se propuso fue imprimir en el ánimo de los ministros y maestros la importancia de que sus hechos estén en  armonía con sus principios. El pasaje es una solemne amonestación para que no contradigamos con nuestra vida lo que decimos con nuestros labios. El  predicador jamás se granjeará la atención y el respeto de los cristianos si no practica lo que predica. La ordenación, los grados universitarios, los títulos  pomposos, y las protestas ruidosas de pureza de doctrina, jamás ayudarán a los oficiantes del culto a predicar de una manera edificante, si sus oyentes los ven  entregados a hábitos inmorales.

Pero sobre este punto pudieran decirse otras cosas de aplicación general. Esta es una lección que muchas otras personas, además de los ministros, deben  aprovechar. Toda cabeza de familia, todos los amos de casa, todos los padres, todos los maestros de escuelas, todos los ayos, todos los institutores--deben  acordarse con frecuencia de esta enseñanza. Todos ellos deben ver en las palabras de nuestro Señor la lección importante de que nada influye tanto  en los demás como el ser consecuente con nuestras palabras. Imploro a Dios que nadie olvide esta lección.

Aprendemos en estos versículos que hay solo una prueba satisfactoria de la religiosidad del hombre. Esta prueba es su conducta.

Las palabras de nuestro Señor sobre este punto son claras e inequívocas. Hace uso del símil del árbol, y establece el principio general, "Cada árbol por su  fruto es conocido." Pero nuestro Señor no se detiene ahí. Sigue adelante para enseñar que la conducta de un hombre es el índice del estado de su corazón. Los frutos, en las Escrituras y en la fraseología judía, se toman por obras de cualquier tipo. "Las obras de un hombre", dice alguien, "son la lengua de su corazón, y dicen honestamente si es interiormente corrupto o puro". Por estas obras puedes distinguir (επιγνωσεσθε) estos lobos hambrientos de los verdaderos pastores. El juicio que se forma de un hombre por su conducta general es seguro: si el juicio no es favorable a la persona, es culpa suya, ya que usted tiene su opinión de él por sus obras, es decir, la confesión de su propio corazón.

Los judíos, los griegos y los romanos, todos usaban la idea de que a un árbol se le juzga por sus frutos. Un proverbio decía: «Como la raíz, así el fruto.» Epicteto había de decir más adelante: "¿Cómo podrá una cepa no crecer como tal sino como un olivo; o, cómo podrá un olivo no crecer como tal sino como una vid?» (Epicteto, Discursos 2:20). Séneca declaraba que el bien no puede crecer del mal como tampoco puede salir una higuera de una aceituna.

Pero todavía hay aquí más de lo que parece a simple vista. «Seguro que no se cosechan uvas en los espinos,» decía Jesús. Hay una clase de espino, el espino cerval, que produce unas bayas pequeñas y negras que parecen uvas pequeñas. «Ni higos en los cardos.» Hay una especie de cardo que tiene una flor que por lo menos a cierta distancia, se podría tomar por un higo chumbo.

. La verdadera prueba de cualquier enseñanza es: ¿Fortalece a una persona para sobrellevar las cargas de la vida, y para recorrer el camino del deber? Como el espino solo puede producir espinas, no uvas; y el cardo, no higos, sino espinas; de modo que un corazón no regenerado producirá frutos de degeneración. Así como sabemos perfectamente que un buen árbol no producirá malos frutos y que el árbol malo no producirá buenos frutos, sabemos que la profesión de piedad, mientras que la vida es impía, es impostura, hipocresía y engaño. Un hombre no puede ser santo y pecador al mismo tiempo. Recordemos que así como el buen árbol significa un buen corazón, y el buen fruto, una vida santa, y que todo corazón es naturalmente vicioso; así que no hay nadie más que Dios que pueda arrancar el árbol vicioso, crear un buen corazón, plantar, cultivar, regar y hacerlo continuamente fructífero en justicia y verdadera santidad.

"De la abundancia del corazón habla la boca." Estos dos dichos son sumamente importantes. Ambos deben atesorarse con las máximas principales de  nuestro Cristianismo.

Que sea pues un principio fijo de nuestra fe, que cuando una persona no produce fruto alguno del Espíritu, no tiene el Espíritu en su corazón.

Rechacemos como error nefasto la idea común de que todos los que han sido bautizados han experimentado el renacimiento, y que todos los miembros de la  iglesia poseen el Espíritu Santo. Una pregunta sencilla debe servirnos de regla. ¿Qué fruto produce ese hombre? ¿Se arrepiente? ¿Cree de corazón en Jesús?  ¿Vive una vida recta? ¿Vence al mundo? Resultados semejantes a estos son los que la Escritura llama "frutos." Cuando hay carencia de estos "frutos," es una  blasfemia decir que uno tiene el Espíritu de Dios en su corazón. El inmaduro llama fruto al activismo y asistencia  en la congregación. Craso error. Un banco lleva 50 o 100 años en una iglesia y no deja de ser banco.

Que sea también principio fijo que cuando la conducta de alguno es, en general, irreligiosa, de ahí debe inferirse que carece de la gracia divina y no se ha  convertido. No nos dejemos llevar de la opinión común, que nadie puede saber cosa alguna acerca del estado del corazón de otro, y que aunque algunos  estén viviendo inicuamente tienen en el fondo buen corazón. Estas opiniones están diametralmente opuestas a la enseñanza de nuestro Señor. ¿Es el carácter  de la conversación de aquel hombre, carnal, mundano, irreligioso, impío, o profano? Deduzcamos de ahí que así es también su corazón. Cuando la lengua,  generalmente hablando, es mala, es absurdo, no menos que contrario a la Escritura, decir que su corazón es puro.

Concluyamos este pasaje haciendo un examen minucioso de nuestra propia vida y apliquémoslo para determinar el estado de nuestro corazón para con Dios.

¿Qué frutos está produciendo nuestra vida? ¿Son o no frutos del Espíritu? ¿Qué testimonio dan nuestras palabras con respecto al estado de nuestros  corazones? ¿Conversamos como hombres cuyos corazones son "justos en la presencia de Dios"? No hay modo de evadir la doctrina sentada por nuestro Señor en este pasaje. La conducta es la piedra de toque del carácter. Las palabras son el índice del estado del corazón.

lunes, 27 de diciembre de 2021

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 6; 37-42

 Capítulo 6; 37-42

 37  No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados.

 38  Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir.

 39  Y les decía una parábola: ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo?

 40  El discípulo no es superior a su maestro; mas todo el que fuere perfeccionado, será como su maestro.

 41  ¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?

 42  ¿O cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, déjame sacar la paja que está en tu ojo, no mirando tú la viga que está en el ojo tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja que está en el ojo de tu hermano.

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          El término griego “juzgar” es la raíz etimológica de la palabra inglesa/española “criticar”. Parece señalar un espíritu crítico, analítico y autosuficiente, que juzga con mayor severidad a los demás que a sí mismo. Enfatiza un tipo de pecado sobre otros. Perdonas sus propias faltas, pero no las de los demás (II Samuel 12:1-9  Jehová envió a Natán a David; y viniendo a él, le dijo: Había dos hombres en una ciudad, el uno rico, y el otro pobre. 2  El rico tenía numerosas ovejas y vacas; 3  pero el pobre no tenía más que una sola corderita, que él había comprado y criado, y que había crecido con él y con sus hijos juntamente, comiendo de su bocado y bebiendo de su vaso, y durmiendo en su seno; y la tenía como a una hija. 4  Y vino uno de camino al hombre rico; y éste no quiso tomar de sus ovejas y de sus vacas, para guisar para el caminante que había venido a él, sino que tomó la oveja de aquel hombre pobre, y la preparó para aquel que había venido a él. 5  Entonces se encendió el furor de David en gran manera contra aquel hombre, y dijo a Natán: Vive Jehová, que el que tal hizo es digno de muerte. 6  Y debe pagar la cordera con cuatro tantos, porque hizo tal cosa, y no tuvo misericordia. 7  Entonces dijo Natán a David: Tú eres aquel hombre. Así ha dicho Jehová, Dios de Israel: Yo te ungí por rey sobre Israel, y te libré de la mano de Saúl, 8  y te di la casa de tu señor, y las mujeres de tu señor en tu seno; además te di la casa de Israel y de Judá; y si esto fuera poco, te habría añadido mucho más. 9  ¿Por qué, pues, tuviste en poco la palabra de Jehová, haciendo lo malo delante de sus ojos? A Urías heteo heriste a espada, y tomaste por mujer a su mujer, y a él lo mataste con la espada de los hijos de Amón.).

Los cristianos tienen la tendencia a ser críticos uno del otro. Este versículo se cita frecuentemente para probar que no deben juzgarse entre sí; pero Mateo 7:5-6, 15; I Corintios 5:1-12; I Juan 4:1-6 demuestran que Jesús asumió que los creyentes debían evaluarse espiritualmente unos a otros. La actitud y los motivos son la clave ( Gálatas 6:1; Romanos 2:1-11; 14:1-23; Santiago 4:11-12).

¿DEBEN LOS CRISTIANOS JUZGARSE EL UNO AL OTRO?

 Este asunto debe ser abordado desde dos puntos de vista: En primer lugar, los cristianos son exhortados a no jugarse el uno al otro (Mateo 7:1-5; Lucas 6:37, 42; Romanos 2:1-11; Santiago 4:11-12). Sin embargo, también son exhortados a evaluar a sus líderes (Mateo 7:6, 15-16; I Corintios 14:29; I Tesalonicenses 5:21; I Timoteo 3:1-13; I Juan 4:1-6).

Algunos criterios para una buena evaluación que pueden ser útiles:

1. La evaluación debe tener como objetivo certificar (I Juan 4:1 Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo. “prueba”, con la intención de aprobar).

2. La evaluación debe ser hecha con humildad y amabilidad (Gálatas 6:1 Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado.).

3. La evaluación no debe enfocarse en asuntos de preferencia personal (Romanos 14:1-23; I Corintios 8:1-13; 10:23-33).

4. La evaluación debe identificar a aquellos líderes que consideran que “no hay lugar para la crítica” dentro de la Iglesia y la comunidad (I Timoteo 3 ).

              Cuando Jesús hablaba así, como lo hizo tan frecuentemente en el Sermón del Monte, estaba usando palabras e ideas familiares en los pensamientos elevados de los judíos. Muchas veces los rabinos habían advertido del peligro de juzgar a los demás. "El que juzga a su prójimo favorablemente –decían será juzgado favorablemente por Dios.» Establecían que había seis grandes buenas obras que le daban crédito a una persona en este mundo y provecho en el mundo venidero: el estudio, el visitar a los enfermos, la hospitalidad, la práctica de la oración, la educación de niños en la Ley, y el pensar siempre lo mejor de los demás. Los judíos sabían que la benevolencia en el juicio es, además de un gesto sumamente simpático, nada menos que un deber sagrado.

Uno habría creído que éste sería un mandamiento fácil de obedecer, porque la Historia está alfombrada de recuerdos de los más sorprendentes errores de juicio. Ha habido tantos que se habría podido pensar que esto sería una advertencia para no juzgar en absoluto.

 

Una y otra vez, hombres y mujeres que han llegado a ser famosos han sido tratados como nulidades. En su autobiografía, Gilbert Frankau cuenta que, en tiempos de la Reina Victoria, la casa de su madre tenía un salón donde se reunían las personas más brillantes. Su madre se encargaba de programar el entretenimiento de sus huéspedes. Una vez contrató a una joven soprano australiana. Después que cantó, la madre de Frankau dijo: "¡Qué voz tan horrible! ¡Habría que ponerle un bozal para que no volviera a cantar más!» La joven soprano era Nellie Melba.

El propio Gilbert Frankau estaba montando una comedia. Mandó buscar en una agencia teatral un joven actor que hiciera el papel principal. El joven fue sometido a una entrevista y a una prueba. Después, Gilbert Frankau le dijo por teléfono al agente: «Este hombre no vale para nada. No sabe actuar, y nunca podrá actuar, y lo mejor que puedes hacer es decirle que se busque otra profesión para no morirse de hambre. Por cierto, dime otra vez su nombre para que lo tache de mi lista.» El actor era Ronald Colman, que llegó a ser uno de los más famosos actores de cine de todos los tiempos.

Una y otra vez ha habido personas que han cometido los más flagrantes errores morales de juicio. Collie Knox cuenta lo que les sucedió a él y a un amigo. Él había quedado malherido en un accidente aéreo mientras servía en las fuerzas aéreas británicas. Su amigo había recibido una condecoración en el palacio de Buckingham por su valor. Iban vestidos corrientemente y estaban comiendo juntos en un famoso restaurante de Londres, cuando llegó una chica y le dio a cada uno una pluma blanca -el emblema de la cobardía.

Será difícil encontrar alguien que no haya sido culpable de algún grave juicio erróneo; o que lo haya sufrido de otras personas. Y sin embargo, lo raro es que no habrá otro mandamiento de Jesús que se olvide o quebrante con más frecuencia.

 

Hay tres grandes razones para no juzgar a nadie.

(i) Nunca conocemos totalmente los hechos o a la persona.

Hace mucho, el famoso rabí Hillel dijo: «No juzgues a nadie hasta que hayas estado tú en sus mismas circunstancias o situación." Nadie conoce la fuerza de la tentaciones de otro. Uno que tenga un temperamento plácido y equilibrado no sabe nada de las tentaciones de otro que tenga un genio explosivo y unas pasiones volcánicas. Una persona que se haya criado en un buen hogar y en círculos cristianos no sabe nada de las tentaciones de la que se ha criado en una chabola, o entre gente del hampa. Un hombre que haya tenido buenos padres no sabe nada de las tentaciones del que ha recibido de los suyos un mal ejemplo y una mala herencia. El hecho es que, si supiéramos lo que algunas personas tienen que pasar, en vez de condenarlas, nos admiraría el que hubieran conseguido ser tan buenas como son.

Y todavía conocemos menos a la persona total. En un cúmulo de circunstancias, una persona puede ser vulgar y desagradable, mientras que en otro entorno esa misma persona sería una torre de gracia y fortaleza. Mark Rutherford nos presenta en una de sus novelas a un hombre que se casó por segunda vez. Su mujer también había estado casada antes, y tenía una hija adolescente. La hija parecía una criatura desagradable, sin una pizca de atractivo. El hombre no la podía entender. Entonces, inesperadamente, la madre se puso enferma. Inmediatamente se produjo una transformación en la hija. Se convirtió en una perfecta enfermera, la encarnación del servicio y de la devoción incansable. Su hosquedad se iluminó repentinamente con un fulgor radiante, y apareció en ella una persona que nadie habría soñado que estuviera allí.

Hay una clase de cristal, el espato de labrador que, a primera vista está turbio y sin brillo; pero si se va moviendo poco a poco, se llega de pronto a una posición en la que la luz le penetra de cierta manera y centellea con una belleza casi deslumbrante. Hay personas que son así. Pueden resultar antipáticas simplemente porque no las conocemos del todo. Hay algo bueno en todo el mundo. Nuestro deber es no condenar ni juzgar por lo que aparece a la superficie, sino buscar la belleza interior. Eso es lo que querríamos que los demás hicieran con nosotros, y lo que debemos hacer con ellos.

(ii) A todos nos es prácticamente imposible el ser estrictamente imparciales en nuestros juicios. Una y otra vez presentamos reacciones instintivas e irracionales con la gente.

Se dice que a veces, cuando los griegos tenían un juicio particularmente importante y difícil, lo tenían a oscuras para que ni el juez ni el jurado pudieran ver a la persona que juzgaban, para que no fueran influenciados nada más que por los Hechos del caso.

Montaigne tiene una historia macabra en uno de sus ensayos. Hubo un juez persa que había dado un veredicto parcial bajo la influencia del soborno. Cuando el rey Cambises descubrió lo que había sucedido, mandó ejecutar al juez. Luego mandó que le quitaran la piel al cadáver para conservarla; y tapizó con ella el sillón en que se sentaban los Jueces en el tribunal para dictar sentencia, para que les recordara que no debían permitir nunca que ningún prejuicio o consideración personal, y menos el cohecho, afectara jamás sus veredictos.

Sólo una persona totalmente imparcial tendría derecho a juzgar. No le es posible a la naturaleza humana ser completamente imparcial. Sólo Dios puede juzgar.

(iii) Pero fue Jesús Quien estableció la razón suprema por la que no debemos juzgar a los demás. Nadie es lo bastante bueno para juzgar a otro. Jesús hace la caricatura de un hombre que tiene una viga metida en un ojo, que se ofrece para quitarle una mota de polvo que tiene otro en el ojo. El humor de esa escena provocaría una carcajada que grabaría la lección indeleblemente. ¿Y por qué miras la paja? Καρφος podría traducirse como astilla: porque astilla tiene una analogía con la viga, pero la mota no. Preferiría esta palabra (que ha sido adoptada por algunos eruditos) con la autoridad de Hesiquio, quien es un anfitrión en tales asuntos; Καρφος, κεραια ξυλου λεπτη, Karphos es una delgada pieza de madera, una astilla. A menudo sucede que las fallas que consideramos como la primera enormidad en otros son, para nuestras propias iniquidades, como una astilla cuando se compara con una gran viga. Por un lado, el amor propio nos ciega a nosotros mismos; y, por el otro, la envidia y la malicia nos dan una mirada penetrante hacia los demás. Cuando tengamos tanto celo por corregirnos a nosotros mismos, como tengamos la inclinación de reprender y corregir a los demás, conoceremos nuestros propios defectos mejor que ahora los de nuestro prójimo. 

Sólo uno que no tuviera ninguna falta tendría derecho a buscarles a los demás las suyas. Nadie tiene derecho de criticar a otro a menos que por lo menos esté preparado a intentar hacer mejor lo que critica. En todos los partidos de fútbol o del deporte que sea están las gradas llenas de críticos violentos que harían un pobre papel si bajaran al terreno de juego. Todas las asociaciones y todas las iglesias están llenas de personas dispuestas a criticar desde sus puestos, y aun sillones, de miembros, pero que no están dispuestos a asumir ninguna responsabilidad. El mundo está lleno de personas que reclaman su derecho a criticarlo todo y a mantener su independencia cuando se trata de arrimar el hombro.

Nadie tiene derecho a criticar a otro si no está dispuesto a ponerse en la misma situación. No hay nadie que sea suficientemente bueno para tener derecho a criticar a otros. Cómo actuamos con los demás es la evidencia de nuestra relación con Dios. Cosechemos lo que sembramos.

Tenemos de sobra que hacer para poner en orden cada uno su propia vida sin ponernos a ordenar criticonamente las de los demás. Haríamos bien en concentrarnos en nuestros propios defectos, y dejarle a Dios los de los demás. “¡Cuán grande es la bondad de Dios, al estar tan dispuesto a poner nuestro juicio en nuestras propias manos como para comprometerse a no entrar en juicio con nosotros, siempre que no usurpamos el derecho que le pertenece únicamente a él en referencia a otros! "

No condenéis - “La misericordia nos inclinará siempre a no condenar sin misericordia a aquellos cuyas faltas son ciertas y visibles; atenuarlos, disimularlos y disculparlos tanto como podamos sin perjuicio de la verdad y la justicia; y estar lejos de agravar, divulgar o incluso desear que sean castigados ”.

Perdonar: la misericordia y la compasión que Dios recomienda se extienden al perdón de todas las heridas que hemos recibido o podemos recibir. Imitar en esto la misericordia de Dios no es un mero consejo; ya que se propone como un medio necesario, para recibir misericordia. Lo que el hombre tiene que perdonar en el hombre es casi nada: la deuda del hombre con Dios es infinita. ¡Y quién actúa en este asunto como si quisiera recibir misericordia de la mano de Dios! El espíritu de venganza está igualmente desprovisto de fe y razón.

La caridad cristiana no tendrá dificultad en dar lo que la verdad eterna promete restaurar. Démosle, no por mera generosidad humana, ni por vanidad, ni por interés, sino por amor a Dios, si queremos que le rinda cuentas. No existe la verdadera generosidad pura y simple, sino sólo en Dios; porque no hay nadie más que Él que no se beneficia de sus dones, y porque se compromete a pagar estas deudas de sus criaturas con un interés excesivo. Tan grande es la bondad de Dios, que, cuando pudo habernos ordenado absolutamente que le demos a nuestro prójimo, se permite invitarnos a este deber con la perspectiva de una recompensa, e imputarnos eso como un desierto que ha recibido  un derecho a exigirnos por el título de su soberanía sobre nuestras personas y propiedades.

Los hombres viven en tal estado de unión social que hace necesaria la ayuda mutua; y como el interés propio, el orgullo y otras pasiones corruptas se mezclan normalmente en su comercio, no pueden dejar de ofenderse unos a otros. En la sociedad civil, los hombres deben, para saborear un poco de tranquilidad, decidir llevar algo de sus vecinos; deben sufrir, perdonar y renunciar a muchas cosas; sin hacer lo cual deben vivir en tal estado de continua agitación que hará que la vida misma sea insoportable. Sin este espíritu de generosidad y perdón no habrá nada en la sociedad civil, e incluso en las congregaciones cristianas, sino divisiones, malas conjeturas, discursos injuriosos, ultrajes, ira, venganza y, en una palabra, una total disolución del cuerpo místico de Cristo. Por lo tanto, nuestro interés en ambos mundos nos llama en voz alta a Dar y Perdonar.

Casi todas las naciones antiguas vestían ropas largas, anchas y sueltas; y cuando estaban a punto de llevar cualquier cosa que sus manos no pudieran contener, usaban un pliegue de su túnica casi de la misma manera que las mujeres aquí usan sus delantales. La frase aparece continuamente en los mejores y más puros escritores griegos. El siguiente ejemplo de Herodoto, b. vi., puede ser suficiente para mostrar la corrección de la interpretación dada anteriormente y para exponer la naturaleza ridícula de la codicia. “Cuando Creso le había prometido a Alcmeón todo el oro que pudiera llevar sobre su cuerpo de una vez, para mejorar la generosidad del rey de la mejor manera, se puso una túnica muy ancha, (κιθωνα μεγαν), dejando un gran espacio en el seno, κολπον βαθυν, y se basó en los buskins más grandes que pudo encontrar. Siendo conducido al tesoro, se sentó sobre un gran montón de oro, y primero llenó los buskins alrededor de sus piernas con todo el oro que pudieron contener, y habiendo llenado todo su seno, κολπον, cargó su cabello con lingotes, y se metió varios pedazos en la boca, salió del tesoro, etc. " ¡Qué figura tan ridícula debe haber portado este pobre pecador, tan cargado de oro y de amor al dinero! Vemos muchos otros ejemplos en   Salm_129: 7 De la cual no llenó el segador su mano, Ni sus brazos el que hace gavillas.; Pro_6: 27 ¿Tomará el hombre fuego en su seno  Sin que sus vestidos ardan?  ; Pro_17: 23 El impío toma soborno del seno Para pervertir las sendas de la justicia..

La misma medida que medís, se os volverá a medir - Las mismas palabras que encontramos en el Targum de Jerusalén en Gen_38: 26. Entonces Judá los reconoció, y dijo: Más justa es ella que yo, por cuanto no la he dado a Sela mi hijo. Y nunca más la conoció.  Nuestro Señor, por tanto, establece una máxima que ellos mismos permitieron.

¿Pueden los ciegos guiar a los ciegos? - Esto parece haber sido un proverbio general, y significa que un hombre no puede enseñar lo que no comprende. Esto es estrictamente cierto en asuntos espirituales. Un hombre que no está iluminado desde arriba es completamente incapaz de juzgar sobre las cosas espirituales y completamente incapaz de ser un guía para los demás. ¿Es posible que una persona envuelta en la más densa oscuridad se atreva a juzgar el estado de los demás o intente conducirlos por ese camino que ignora por completo? Si lo hace, ¿no debe ser temerario su juicio y necedad su enseñanza? - ¿Y no pone en peligro su propia alma, y corre el riesgo de caer él mismo en el foso de la perdición, junto con los desdichados objetos de su instrucción religiosa?

Cada uno que sea perfecto - O, bien instruido, κατηρτισμενος: - de καταρτιζω, para ajustar, adaptar, tejer, restaurar o ensamblar. Los escritores médicos griegos utilizan el sustantivo para significar la reducción de un miembro luxado o desarticulado. A veces significa reparar, y en este sentido se aplica a redes rotas, Mat_4: 21; Pasando de allí, vio a otros dos hermanos, Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano, en la barca con Zebedeo su padre, que remendaban sus redes; y los llamó.  Mar_1: 19; Pasando de allí un poco más adelante, vio a Jacobo hijo de Zebedeo, y a Juan su hermano, también ellos en la barca, que remendaban las redes. pero en este lugar, y en Heb_13: 21  os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.; 2Ti_3: 17, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.  significa instrucción e información completas. Todo aquel que esté completamente instruido en las cosas divinas, que tenga el corazón unido a Dios, cuyos temperamentos y pasiones desordenados sean purificados y restaurados a la armonía y el orden; todo aquel que tiene en él la mente que estaba en Cristo, aunque no puede estar arriba, será como su maestro: santo, inocente, sin mancha y apartado de los pecadores.

“El discípulo que comprende perfectamente las reglas y ve el ejemplo de su maestro, pensará que es su deber seguir exactamente sus pasos, hacer y sufrir en ocasiones similares, como lo hizo su maestro: y así será como su maestro. "