} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 08/01/2015 - 09/01/2015

domingo, 30 de agosto de 2015

QUE NADIE NOS ENGAÑE



Col 2:8  Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo.

Hay una filosofía que ejercita correctamente nuestras facultades de raciocinio: el estudio de las obras de Dios a través de su Palabra en la Biblia, que nos lleva al conocimiento de Dios y confirma nuestra fe en Él. Pero hay una filosofía que es vana y engañosa; y aunque complace las fantasías de los hombres, obstaculiza la fe de todos ellos: tales son las especulaciones curiosas sobre cosas que no trascienden o no nos interesan. Los que van por el camino del mundo se han apartado de seguir a Cristo. En Él tenemos la sustancia de todas las sombras de la ley ceremonial. Todos los defectos de la ley están compensados en el evangelio de Cristo por su sacrificio completo por el pecado, y por la revelación de la voluntad de Dios. Ser completo es estar equipado con todas las cosas necesarias para la salvación. Por esta sola palabra,  completo, se indica que tenemos todo lo requerido en Cristo.  En Él, no cuando miramos a Cristo como si estuviese lejos de nosotros, sino cuando tenemos a Cristo habitando y permaneciendo en nosotros. Cristo está en nosotros y nosotros en Él cuando por el poder del Espíritu, la fe obra en nuestros corazones por el Espíritu y somos unidos a nuestra Cabeza. La circuncisión del corazón, la crucifixión de la carne, la muerte y sepultación al pecado y al mundo, y la resurrección a la novedad de vida, simbolizadas en el bautismo, y por fe obrada en nuestros corazones, demuestran que nuestros pecados han sido perdonados, y que estamos completamente liberados de la maldición de la ley.
Por medio de Cristo somos resucitados los que estábamos muertos en el pecado. La muerte de Cristo fue la muerte de nuestros pecados; la resurrección de Cristo es la vivificación de nuestras almas. Cristo sacó del camino la ley de las ordenanzas que fue yugo para los judíos, y muro de separación para los gentiles. Las sombras huyeron cuando la sustancia se hizo presente. Como todo mortal soy culpable de muerte, por lo escrito en la ley, ¡qué espantosa es la situación de los impíos réprobos que pisotean la sangre del Hijo de Dios, que es lo único con que puede borrarse esta sentencia! Que nadie se perturbe con los juicios fanáticos relacionados a la carne o a las solemnidades judías. Apartar un tiempo para adorar y servir a Dios es un deber ineludible que no depende necesariamente del séptimo día de la semana, el día de reposo de los judíos. El primer día de la semana o el día del Señor es el tiempo que los cristianos guardan santo en memoria de la resurrección de Cristo. Todos los ritos judaicos eran sombra de las bendiciones del evangelio.

Pablo escribe contra cualquier filosofía de vida basada solo en ideas humanas. El mismo era un filósofo dotado, por lo tanto no condenaba la filosofía.
Filosofía es amor al conocimiento; amor a las ideas. Condenaba las enseñanzas que dan mayor crédito a la humanidad, no a Cristo, como la respuesta para los problemas de la vida, al grado que se conviertan en una falsa religión. Hay muchas propuestas del hombre para enfrentar los problemas que no toman en cuenta a Dios. Para resistir la herejía debemos  usar nuestra mente, fijar nuestros ojos en Cristo y estudiar la Biblia.
Cuando los hombres no podían hacer que la revelación aun pareciera hablar de los profundos misterios en los cuales ellos tenían curiosidad de escudriñar, entonces introdujeron la filosofía humana y las pretendidas tradiciones como ayuda, como si alguno trajese una lámpara al reloj del sol para averiguar la hora. Los maestros falsos se jactaban de una sabiduría superior en teoría, transmitida por tradición entre los iniciados; en la práctica prescribían el ascetismo, como si la materia y el cuerpo fuesen manantiales de maldad.   “Los rudimentos” o lecciones elementales “del mundo  tales como las ordenanzas legales; nuestras lecciones infantiles de tendencia judaica. Su jactanciosa “filosofía” superior no es sino tradición humana, un apego a lo carnal y mundano, y no a Cristo. Aunque nominalmente reconocían a Cristo, en espíritu le negaban por su doctrina.
Como hombre, Cristo no era simplemente semejante a la divinidad, sino en el sentido más completo era Dios no meramente como antes de su encarnación, sino ahora “corporalmente en Él” como el Verbo encarnado. Los creyentes, por su unión con Él, participamos de su plenitud de la naturaleza divina.
Donde los herejes prometen a través de medios dudosos progresos espirituales, en los que Cristo es relegado a un segundo plano, y negados los principios básicos del cristianismo, el progreso en la fe consiste en profundizar, no en descartar las verdades cristianas fundamentales. Lo que los falsos maestros llaman iluminación, cristianismo liberador, Pablo lo denomina los rudimentos del mundo.  

Dejemos que sea la Palabra de Dios, el Evangelio de Jesús quien ocupe todo el lugar en nuestras mentes. Las filosofías humanas del siglo XX  ateísmo, humanismo, relativismo, gnosticismo, son como las religiones del mundo, pensamientos humanos limitados que se vuelven como la neblina que se disipa cuando brilla el sol.

CURADOS Y SALVADOS POR FE EN JESUCRISTO



Juan 5:6  Cuando Jesús lo vio acostado, y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: ¿Quieres ser sano?
 7  Señor, le respondió el enfermo, no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo.
 8  Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda.
 9  Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo. Y era día de reposo aquel día.

Salmos 103:3  El es quien perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus dolencias;


En medio de la tranquilidad de la noche, cuando abunda el silencio, es más fácil escuchar la Voz de Dios en la Biblia. Cualquier sonido, por leve que éste sea se percibe con mayor claridad. Es en este momento, cuando aprovecho por la gracia de Dios, para estudiar y releer los versículos de cada hoja de este calendario. Quiero dar las gracias a Dios por esta bendición que supone profundizar para escarbar los tesoros de su Palabra para edificación personal en primer lugar; y para hacer participes a quien guste leer cada reflexiones diaria. 
Alguno de vosotros lo habrá experimentado en sus vidas y sabrá de lo que estoy hablando. El bien que recibimos produce sus efectos en nuestra vida y en la de aquellos que nos rodean. Los efectos son similares a las hondas que produce una piedrs al caer en el agua. ¿Podéis visionar como se extiende? Desde el interior al exterior. Así de este modo actúa la Palabra de Dios en la Biblia en nuestra alma, donde anidan nuestras emociones, sentimientos, actitudes, pensamientos, carácter y voluntad para cambiarlos, transformarlos y sujetarlosen obediencia a la Voluntad de Dios.
Por naturaleza todos los seres humanos somos impotentes en materias espirituales, ciegos, cojos y marchitos; pero la provisión plena para la curación de nuestra ceguera espiritual está hecha, si atendemos a ella. Por el perdón de pecado es quitado lo que nos impedía tener lo bueno, y somos restaurados al favor de Dios, que nos concede las cosas buenas. 
El cuerpo encuentra las tristes consecuencias del pecado de Adán; está sujeto a muchas enfermedades y también el alma. Sólo Cristo perdona todos nuestros pecados; Él solo es quien cura todas nuestras enfermedades. Y la persona que haya curado su pecado, tiene bien cimentada la seguridad de que es perdonada. Cuando Dios, por la gracia y consolación de su Espíritu, restaura al pecador caído de sus corrupciones, y lo llena de nuevo con vida y gozo, lo cual es una primicia de la vida y gozo eterno, se puede entonces decir que regresa a los días de su juventud.
Son muchas cosas por las que debemos alabar a Dios: perdona nuestras iniquidades, sana nuestras dolencias, nos rescata de la muerte, nos corona de favores y misericordias, sacia de bien nuestra boca y nos hace justicia y derecho. Recibimos todas estas cosas sin merecer ninguna de ellas. Por difícil que sea nuestra vida, siempre podremos contar sus bendiciones pasadas, presentes y futuras.
El Señor no sólo perdona nuestras iniquidades; también sana nuestras dolencias. Si bajo el pacto anterior la sanidad corporal fue incluida juntamente con los otros beneficios divinos, podemos descansar y regocijarnos en fe. La «gloria» del nuevo pacto excede por completo la del antiguo y debemos tener la certeza de que Dios, en Cristo, ha hecho suficiente provisión para nuestro bienestar.
La alabanza gozosa, en el nacido de nuevo, asciende desde un reconocimiento agradecido de las bendiciones personales hasta una celebración vibrante de los atributos divinos de gracia, especialmente acomodados a la flaqueza del hombre, y termina invitando a todas las criaturas a unirse en su canción y en su oración.
Cuando oramos a Dios servimos más al Señor que en ningún otro momento. Por medio de la oración hablando con Dios, el Señor cambia nuestra fortaleza natural por su fortaleza divina. Cuando dependemos de la oración estamos dependiendo de lo que Dios puede hacer. La oración es el mayor privilegio puesto a nuestra disposición para tener “hilo directo con Dios” por la mediación de su Hijo Jesucristo. Podemos hacer muchos más después de haber orado y poco o nada antes de hacerlo, pues durante la conversación con Dios estamos recibiendo su gracia que nos fortalece para salir de las situaciones. Por medio de la oración se previenen multitud de pecados que de otro modo nos harían estorbo.
Cuando confesamos nuestros pecados privados, personales deben realizarse en privado al Señor; cuando tenemos el corazón quebrantado, Dios entra en acción para restaurarnos, ser sanados física y espiritualmente.
La oración y la obediencia nos ayudan a caminar en el proceso de santificación, esa obra que el Señor comenzó en nosotros cuando fuimos sellados con su Espíritu Santo: es su visado para poder llegar a su presencia, a nuestra casa celestial; y vivir por toda la eternidad alabando y dando gloria a Dios.


viernes, 28 de agosto de 2015

SIN FE NO PODEMOS OBEDECER A DIOS

Hebreos 11:8  Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba 9  Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; 10  porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.


Tu que lees esta reflexión matutina sobre este versículo del día de hoy ¿Recuerdas lo que sentías cuando eras niño y se acercaba tu cumpleaños? Te sentías emocionado y ansioso. Tenías la certeza de que recibirías regalos y otros obsequios. Pero algunas cosas serían una sorpresa. Los cumpleaños combinan seguridad y expectación. ¡Así es también con la fe! La fe es la convicción basada en las experiencias pasadas de que, con toda seguridad, Dios nos dará nuevas sorpresas. La fe es obedecer a Dios sin hacer preguntas; ¡si Dios lo dice, obedezco!.
Dos palabras describen nuestra fe: confianza y certeza. Estas dos cualidades necesitan un punto inicial y final seguros. El punto inicial de la fe es creer en el carácter de Dios: El es quien dice ser que es. El punto final es creer en las promesas de Dios: El hará lo que dice. Cuando creemos que Dios cumplirá sus promesas, a pesar de que todavía no las vemos hechas realidad, mostramos verdadera fe genuina.
Dios habló y se creó de la nada el universo; declaró que sería y fue. Nuestra fe está puesta en el Dios que creó el universo con su palabra. La Palabra de Dios tiene un poder impresionante. Cuando El habla, ¿oímos y respondemos? ¿Cómo podemos prepararnos mejor para responder a su palabra?
A menudo somos llamados a dejar las conexiones, los intereses y las comodidades del mundo. Si somos herederos de la fe de Abraham debemos obedecer y seguir adelante aunque no sepamos qué nos pasará; y seremos hallados en el camino del deber buscando el cumplimiento de las promesas de Dios. La prueba de la fe de Abraham fue que él simplemente obedeciera con plenitud el llamado de Dios. Sara recibió la promesa como promesa de Dios; estando convencida de aquello, ella juzgaba verdaderamente que Él podría y querría cumplir. Abraham demostró su fe al obedecer a Dios y dejar su casa en Ur, peregrinando hacia tierras desconocidas, al vivir largos años en la tierra prometida como un extranjero en habitaciones temporales y al aguardar allí pacientemente su legado permanente.
Muchos que tienen parte en las promesas no reciben pronto las cosas prometidas. La fe puede aferrarse a las bendiciones desde una gran distancia; puede hacerlas presentes; puede amarlas y regocijarse en ellas, aunque sean extrañas; como santos cuyo hogar es el cielo; como peregrinos que viajan hacia su hogar. Por fe ellos vencieron los terrores de la muerte y dieron un adiós jubiloso a este mundo y a todos sus beneficios y cruces. 
Los que una vez fuimos llamados y sacados, verdadera y salvíficamente, del estado pecaminoso, no nos interesa retornar a aquel estado anterior. Todos los creyentes verdaderos deseamos la herencia celestial; y mientras más fuerte sea la fe, más fervientes serán nuestros deseos.
A pesar de la maldad de nuestra naturaleza, de nuestra vileza por el pecado y de la pobreza de nuestra condición, Dios no se avergüenza de ser llamado el Dios de todos los creyentes verdaderos; tal es su misericordia, tal es su amor por nosotros. Que nunca nos avergoncemos de ser llamados su pueblo, ni de ninguno de los que son verdaderamente así, por más que seamos despreciados en el mundo. Por sobre todo, que nos cuidemos de no ser una vergüenza ni reproche para nuestro Dios.
Nuestro deber es eliminar nuestras dudas y temores mirando, como hizo Abraham, al poder omnipotente de Dios. La mejor forma de disfrutar de nuestras bendiciones es darlas a Dios; entonces Él nos devolverá en la mejor forma para nosotros. Miremos hasta qué punto nuestra fe ha causado una obediencia semejante, cuando hemos sido llamados a actos menores de abnegación o a hacer sacrificios más pequeños en nuestro deber. ¿Hemos entregado lo que se nos pidió, creyendo plenamente en el Señor?


jueves, 27 de agosto de 2015

LA PALABRA DE DIOS PERMANECE PARA SIEMPRE


Isaias 24:20  Temblará la tierra como un ebrio, y será removida como una choza; y se agravará sobre ella su pecado, y caerá, y nunca más se levantará.

Marcos 13:31  El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

Los creyentes podemos ser empujados a las partes más remotas de la tierra, pero estaremos cantando, no suspirando. Quizás nos deprimamos por el mal que nos rodea. En esos momentos necesitamos asirnos de las promesas de Dios para el futuro y anhelar cantar alabanzas para El cuando restaure el cielo y la tierra.
Inestables, inciertas son todas estas cosas. Los mundanos piensan habitar en la tierra como en un palacio, como en un castillo; pero será quitada como una cabaña, como un alojamiento dispuesto para una noche. Caerá y no se volverá a levantar, pero habrá cielos y tierra nuevos en que nada habitará sino la justicia.
El pecado es una carga para toda la creación; es una carga pesada bajo la cual ahora gime, y al fin se hundirá. Dios visitará a los elevados que están hinchados en su grandeza, que se piensan fuera del alcance del peligro, por su orgullo y crueldad. Nosotros no juzguemos nada antes de tiempo, aunque algunos serán visitados. Nadie de este mundo estará seguro aunque su condición sea siempre próspera; ni nadie tiene que desesperarse aunque su condición sea muy deplorable. Dios será glorificado en todo esto.
Pero el misterio de la Providencia aún no está terminado. La ruina de los enemigos del Redentor debe dar lugar a su Reino y, entonces, el Sol de Justicia aparecerá en plena gloria. Felices los que aceptan la advertencia que hay en la sentencia contra otros; todo pecador impenitente se hundirá bajo su transgresión y no subirá más, mientras los creyentes disfrutaremos de bendición eterna.
Nuestro Señor Jesús, cuando ascendió a lo alto, dejó algo para que todos nacidos de nuevo hagamos. Siempre debemos estar vigilantes esperando su regreso. Esto se aplica a la venida de Cristo a nosotros en nuestra muerte y también al juicio general. No sabemos si nuestro Señor vendrá en los días de la juventud, en la edad mediana o en la vejez, pero, tan pronto como nacemos, empezamos a morir y, por tanto, debemos esperar la muerte. Nuestro gran afán debe ser que, cuando venga el Señor, no nos halle confiados, dándonos el gusto en comodidad y pereza, despreocupados de nuestra obra y del deber. A todos nos dice: Velad, para que seáis hallados en paz, sin mancha e irreprensibles. Esperar por el regreso del Señor no significa especular ociosamente acerca de cuánto falta para su venida, ni proponer fechas que el Padre no ha revelado. Tampoco nos da licencia para descuidar nuestras responsabilidades terrenales, y dejar de preocuparnos por hacer valer la autoridad del reino en la vida cotidiana.
El cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán: Esta es la expresión más fuerte de la autoridad divina con que Jesús hablaba; no como Moisés o Pablo habrían podido decir de su propia inspiración, porque semejante lenguaje sería incongruente en alguna boca meramente humana.
En la actualidad, muchos temen la destrucción nuclear. Jesús nos dice, sin embargo, que si bien podemos estar seguros que la tierra pasará, la verdad de sus palabras jamás se cambiará ni abolirá. Dios y su Palabra proveen la única estabilidad en este mundo inestable.
¡Cuán miopes somos al gastar tanto de nuestro tiempo aprendiendo cosas de este mundo temporal y acumulando sus posesiones, mientras descuidamos la Biblia y sus verdades eternas!

miércoles, 26 de agosto de 2015

¿CÓMO SE TRASMITE EL PECADO?

Lucas 5:32  No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento.
Romanos 5:12  Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.


No sólo exaltemos al Señor con nuestros labios, sino démosle el trono de nuestro corazón por medio de la obediencia; y mientras le adoramos en su trono de la gracia, nunca olvidemos que Él es Santo. La santidad de Dios es terriblemente aterradora para los pecadores, pero un consuelo maravilloso para los que hemos nacido de nuevo por fe en Jesucristo. Todos debemos reverenciar el grande y admirable nombre de Dios debido a que simboliza su naturaleza, persona y reputación. Sin embargo, el nombre de Dios se ha usado tan a menudo en conversaciones vulgares, que hemos perdido de vista su santidad. Cuán fácil es, en la vida diaria, tratar a Dios a la ligera. Si le llamamos Padre, vivamos de acuerdo con la dignidad del nombre de la familia. Reverenciemos el nombre de Dios tanto en nuestras palabras como en nuestra vida diaria.
Dios es perfecto en moral y está separado de la gente y del pecado. No tiene debilidades ni defectos. Para los pecadores, esto es aterrador debido a que todas sus deficiencias y maldades están al descubierto con la luz de su santidad. Dios no puede tolerar, pasar por alto, ni disculpar al pecado. Para los creyentes, la santidad de Dios nos consuela porque, cuando lo adoramos, salimos del lodo del pecado. En la medida que creemos en El, somos santificados.
Dios es Santo por su grandeza exaltada y sublime, por sus justos juicios y en su misericordia al responder a las oraciones de sus santos sin comprometer su justicia. Su santidad nos produce exclamaciones de alabanza y expresiones de intimidad y afecto al Señor. Estas definen el ambiente en el cual la verdadera adoración se lleva a cabo. Además, la adoración íntima y personal se acentúa por el diálogo en espíritu de oración. 
Aunque Dios perdona, el pecado deja secuelas, para que los seres humanos no olvidemos qué ofensivo es éste para Dios y qué dañino para la humanidad.
Fue un prodigio de la gracia de Cristo que llamara a un publicano para que fuese su discípulo y seguidor. Fue un prodigio de su gracia que el llamado fuese hecho tan eficazmente. Fue un prodigio de su gracia que viniera a llamarnos a nosotros pecadores al arrepentimiento y que nos asegure el perdón. Fue un prodigio de su gracia que soportara con tanta paciencia la contradicción de pecadores contra sí mismo y contra sus discípulos. 
El Señor prepara gradualmente a su pueblo para las pruebas por medio de la paciencie; debemos imitar su ejemplo al tratar con los débiles en la fe o con el creyente en tentación.
Los fariseos cubrían su pecado con respetabilidad. Se presentaban en público con apariencia de buenos, al hacer buenas acciones y señalar los pecados de otros. Jesús decidió invertir su tiempo, no con estos líderes religiosos justos, según ellos, sino con gente consciente de su pecado y que no era lo bastante buena para Dios. Para llegar a Dios, cada uno de nosotros debe arrepentirse; y para hacerlo, debe reconocer su pecado.
¿Cómo pueden declararnos culpables por algo que Adán hizo miles de años atrás? Muchos piensan que no es justo que Dios nos juzgue por el pecado de Adán. Sin embargo confirmamos nuestra solidaridad con Adán cada vez que pecamos. Estamos hechos del mismo material, con tendencia a rebelarnos, y los pecados que cometemos nos condenan. Debido a que somos pecadores, no necesitamos imparcialidad sino misericordia.
Adán peca, su naturaleza se vuelve culpable y corrupta y así pasa a sus hijos, nosotros. Así todos pecamos en él. La muerte es por el pecado, porque la muerte es la paga del pecado. Entonces entró toda esa miseria que es la suerte debida al pecado: la muerte temporal, espiritual, y eterna. Si Adán no hubiera pecado no hubiera muerto, pero la sentencia de muerte fue dictada como sobre un criminal; pasó a todos los hombres como una enfermedad infecciosa de la que nadie escapa. Como prueba de nuestra unión con Adán, y de nuestra parte en aquella primera transgresión, vemos que el pecado prevaleció en el mundo por mucho tiempo antes que se diera la ley de Moisés. La muerte reinó ese largo tiempo, no sólo sobre los adultos que pecaban voluntariamente, sino también sobre multitud de infantes, cosa que muestra que ellos habían caído bajo la condena en Adán, y que el pecado de Adán se extendió a toda su posteridad. Era una figura o tipo del que iba a venir como Garantía del nuevo pacto para todos los que estemos emparentados con Él. La desobediencia de Adán trajo el pecado a toda la raza humana, resultando en muerte física y espiritual para todos. Así la muerte alcanza a todo individuo de la familia humana, como la pena que a él mismo le corresponde “Así también por un hombre entró la justicia en el mundo, y por la justicia, la vida.” El acto de un hombre introdujo el pecado en el mundo y la pena de muerte sobre la raza humana. Por otro lado, la obediencia de un hombre contradijo este hecho y puso la justicia y la vida eterna a disposición de la humanidad. Adán representó a toda la humanidad atrapada por el pecado y la muerte. Jesucristo representa a una nueva humanidad caracterizada por la justicia y la vida. Recibimos las consecuencias del acto de Adán al nacer, y las del sacrificio de Cristo a través de la obediencia y la fe.
Si tú que lees esto aún estás en pecado, arrepiéntete y recibe a Jesucristo como Salvador y Señor para recibir el regalo de la salvación.


martes, 25 de agosto de 2015

AMEMOS LA PALABRA DE DIOS


Salmos 10:14  Tú lo has visto; porque miras el trabajo y la vejación, para dar la recompensa con tu mano;  A ti se acoge el desvalido;  Tú eres el amparo del huérfano.  15  Quebranta tú el brazo del inicuo,  Y persigue la maldad del malo hasta que no halles ninguna.  16  Jehová es Rey eternamente y para siempre;  De su tierra han perecido las naciones.  17 El deseo de los humildes oíste, oh Jehová;  Tú dispones su corazón, y haces atento tu oído,

2Tesalonicenses 2:16  Y el mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza por gracia,

Dios nos prepara el corazón para orar, enciende deseos piadosos, fortalece nuestra fe más santa, fija los pensamientos y suscita el afecto y luego en su gracia acepta la oración. La preparación del corazón es del Señor, y debemos buscarlo a Él en medio del sufrimiento, por el cuál, todo nacido de nuevo cultiva la paciencia tan necesaria para saber esperar en el Señor.
Cuando te encuentres pobre, afligido, perseguido o tentado recuerda que Satanás es el príncipe de este mundo y que es el padre de todo lo impío. 
Los hijos de Dios no podemos esperar bondad, verdad o justicia de las personas que crucifican cada día al Señor de la gloria. Pero este Jesús, una vez sufriente, reina ahora como Rey sobre toda la tierra, y de su dominio no habrá fin. Consagrémonos a Él, confiando humildemente en su misericordia. Él rescatará al creyente de toda tentación, y romperá el brazo de todo malvado opresor, y herirá dentro de poco a Satanás bajo nuestros pies. Pero solo en el cielo será eliminado todo pecado y tentación, aunque en esta vida cada nacido de nuevo probemos anticipadamente un bocado de nuestra liberación.
Dios ve y toma nota de cada mala acción, escucha nuestras súplicas y consuela nuestros corazones. La presencia de Dios siempre está con nosotros. Podemos enfrentarnos a los malvados porque no los enfrentamos solos. Dios está de nuestro lado.
Es fútil pensar que Dios hará caso omiso del pecado, por longánime que sea; pues Él escudriña y ve todas las maldades, que caerán bajo su castigo providencial. A veces el malvado no puede ser sujetado por el justo en la sociedad y sale airoso de la justicia del hombre, la confianza en la justicia divina se convierte en nuestra única esperanza.
Podemos y debemos dirigir nuestras oraciones no sólo a Dios Padre por medio de nuestro Señor Jesucristo, sino también a nuestro Señor Jesucristo mismo. Debemos orar en su nombre a Dios, no sólo como su Padre sino como nuestro Padre en Él y por medio de Él. Manantial y fuente de todo el bien que tenemos o esperamos es el amor de Dios en Cristo Jesús. Hay buenas razones para grandes bendiciones, para los nacidos de nuevo por una buena esperanza por medio de la gracia. La gracia y la misericordia gratuita de Dios son lo que nosotros esperamos y en las que fundamos nuestras esperanzas, y no algún valor o mérito propio nuestro. Mientras más placer tengamos en la palabra, las obras y los caminos de Dios, más probablemente seremos preservados en ellas, pero si vacilamos en la fe y si tenemos una mente que duda, vacilando y tropezando en nuestro deber, no es raro que seamos extraños a los goces de la fe.
Debemos mantenernos aferrados y obedientes a la verdad de las enseñanzas de Cristo porque nuestras vidas dependen de eso.
¡Nunca olvidemos  la realidad de su vida y amor!



lunes, 24 de agosto de 2015

OBEDECIENDO EN SABIDURÍA

Efesios 6:4  Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor.

Proverbios 6:20  Guarda, hijo mío, el mandamiento de tu padre, no dejes la enseñanza de tu madre;

Dios nos ha dado a los padres la responsabilidad de criar a los hijos; esta no es la responsabilidad de los abuelos, de las escuelas, del estado, de grupos juveniles, ni de los compañeros y amigos. Aun cuando cada uno de estos grupos pudiera ejercer influencia sobre los niños, en última instancia, el deber y la responsabilidad descansan sobre nosotros, los padres y, particularmente, sobre el padre, a quien Dios ha designado «cabeza» de la familia, a fin de que la dirija. Se necesitan dos cosas para la apropiada enseñanza de los hijos: una actitud correcta y un fundamento correcto, la Palabra de Dios en la Biblia. Una atmósfera permeada con crítica destructiva, condenas, falsas expectativas, sarcasmo, intimidación y temor, «provocará a ira al niño». En una atmósfera semejante, no se podrá ofrecer enseñanza sana alguna.
La alternativa positiva sería una atmósfera rica en ternura, entusiasmo, afecto y amor. En una atmósfera así, los padres podemos edificar las vidas de nuestros hijos sobre el precioso fundamento del conocimiento de la Palabra de Dios en la Biblia.Estas orientaciones son para la familia que está en el Señor, y no se espera que funcionen fuera del círculo familiar del creyente
Hay una diferencia entre obedecer y honrar. Obedecer significa cumplir lo ordenado; honrar significa mostrar respeto y amor. Los hijos no están obligados a desobedecer a Dios en obediencia a sus padres. A los hijos adultos no se les pide que se subordinen a padres dominantes. Los hijos obedecerán hasta que dejen de estar bajo el cuidado de sus padres, pero la responsabilidad de honrarlos es para siempre. Al ser injustos, inflexibles o severos, los padres están en constante peligro de provocar o amargar a sus hijos. Al crecer en un ambiente así, el hijo pudiera adquirir un espíritu de desaliento y rebeldía.
El gran deber de los hijos es obedecer a sus padres. Nosotros también somos hijos. La obediencia comprende la reverencia interna y los actos externos, y en toda época la prosperidad ha acompañado a los que se distinguen por obedecer a sus padres.
El deber de los padres es ser pacientes. No seamos impacientes ni usemos severidades irracionales. Tratemos a nuestros hijos con prudencia y sabiduría; convenciendolos en sus juicios y obrando en la razón de ellos. Criandolos bien; bajo la corrección apropiada y compasiva, y en el conocimiento del deber que Dios exige. Este deber es frecuentemente descuidado hasta entre los que profesan el evangelio. La apelación a tomar seriamente lo que enseñan los padres, en sus mandamientos y reprensiones hay guía.
Muchos ponen a sus hijos en contra de la religión, pero esto no excusa la desobediencia de los hijos aunque lamentablemente pueda ocasionarla. Dios solo puede cambiar el corazón, pero Él da su bendición a las buenas lecciones y ejemplos de los padres, y responde sus oraciones. Pero no deben esperar la bendición de Dios los que tienen como afán principal que sus hijos sean ricos y realizados, sin importar lo que suceda con sus almas.
La Palabra de Dios tiene algo que decirnos sobre todas las ocasiones de nuestra vida en este mundo. Que la reprensión fiel nunca nos incomode, porque es para vida. Es natural y bueno para los niños, a medida que maduran, ir independizándose poco a poco de nosotros, sus padres. Sin embargo, los adultos jóvenes, deben cuidarse de no tener oídos sordos a las enseñanzas recibidas, de rechazar su consejo cuando más lo necesitan. Si luchamos con una decisión o buscamos un consejo, analícemoslo con nuestros guías, los padres o con otros adultos mayores que nos conozcan bien. Los años de experiencia que nos llevan de ventaja pueden haberles dado la sabiduría que buscamos.

Cuando consideremos cuánto abunda el pecado, cuán odioso es el adulterio en su propia naturaleza, qué mala consecuencia trae, y cuán ciertamente destruye la vida espiritual en el alma, no nos asombra que las advertencias en su contra sean repetidas tan a menudo. El mandamiento y la enseñanza evita la entrada del mal, dando buenos pensamientos, aun en los sueños
Recordemos a quien voluntariamente se hizo nuestro fiador cuando nosotros éramos extraños y enemigos, ¿y los cristianos, con las perspectivas, motivos y ejemplos que tenemos, seremos perezosos y negligentes? ¿Descuidaremos lo que agrada a Dios y lo que Él recompensa bondadosamente? Vigilemos muy de cerca cada sentido por el cual puede entrar veneno a nuestras mentes o afectos.

domingo, 23 de agosto de 2015

JUZGANDO CON AMOR

Santiago 4:12  Uno solo es el dador de la ley, que puede salvar y perder; pero tú, ¿quién eres para que juzgues a otro?

Mateo 7:1  No juzguéis, para que no seáis juzgados.


Cristo no prohíbe la crítica, ni la expresión de opiniones, ni que condenemos lo que está mal hecho. Lo que prohíbe es la censura implacable que pasa por alto las faltas propias mientras se asume el papel de supremo juez de los pecados de los demás.
Jesús dice que debemos examinar nuestras motivaciones y conductas en vez de criticar a los demás. Lo que nos molesta en otros son con frecuencia los hábitos que no nos gustan en nosotros mismos. Nuestros malos hábitos y moldes de conducta indómitos son los que queremos cambiar en otros. ¿Si vemos fácil magnificar las faltas de otros y no fijarnos en las nuestras? Si estamos a punto de criticar a alguien, veamos si no merecemos la misma crítica. Júzguemonos primero y luego perdonemos con amor a nuestro prójimo y ayúdemoslo.
La declaración de Jesús "No juzguéis" se refiere a la crítica y actitud de juicio con que se derriba a otros a fin de ponerse encima uno mismo. No es una condenación de cualquier crítica, sino un llamado a discernir antes de ser negativo. Jesús mandó a desenmascarar a los falsos maestros. Pablo enseñó claramente que debiéramos ejercitar disciplina en la iglesia y confiar en que Dios tendrá la última palabra. “Juzgar” aquí no quiere decir exactamente pronunciar juicio condenatorio, ni se refiere al acto sencillo de juzgar, ya sea en un sentido favorable o en un sentido contrario. El contexto da a entender claramente que lo que aquí se condena es aquella disposición de mirar desfavorablemente el carácter y las acciones de otras personas, la que nos lleva invariablemente a pronunciar contra ellos juicios temerarios, injustos y desagradables. Sin duda alguna, aquí se habla de los juicios así pronunciados; pero lo que el Señor está atacando, es el espíritu de donde saltan tales juicios. Con tal de que evitemos este espíritu desagradable, no sólo somos autorizados para juzgar sobre el carácter y las obras de algún hermano, sino que en el ejercicio de las necesarias distinciones nos vemos obligados a hacerlo para nuestro gobierno propio. Es sólo la violación de la ley del amor que se practica al juzgar severamente, lo que aquí se condena. Y el argumento contra ello: “para que no seáis juzgados” confirma esto: “para que vuestro carácter y actos no sean atacados con la misma severidad”; es decir en el gran día. 
El juicio severo que hayamos pronunciado contra otros, se volverá contra nosotros en el día cuando Dios ha de juzgar los secretos íntimos de los hombres por medio de Jesucristo. Pero, como en muchos otros casos, el hecho de juzgar severamente recibe aun aquí en la tierra su propio castigo bajo la administración divina. Nos retiramos del contacto directo con aquellas personas que sistemáticamente pronuncian juicios severos contra otros, pensando naturalmente que seremos nosotros las próximas víctimas, y nos sentimos impelidos en defensa propia, cuando somos expuestos a la censura, a devolver al atacante sus propias censuras. Hay juicios que son legítimos y que Dios los ordena, pero aquí se condena una actitud de crítica y de creerse perfecto.
Nuestros labios deben estar gobernados por la ley de la bondad, la verdad y la justicia. Los cristianos somos hermanos. Quebrantar los mandamientos de Dios es hablar mal de ellos y juzgarlos, como si nos pusieran una restricción demasiado grande. Tenemos la ley de Dios, que es regla para todo; no presumamos de poner nuestras propias nociones y opiniones como regla a los que nos rodean, y tengamos cuidado de no ser condenados por el Señor.
El que juzga a otro para condenarlo es culpable de asumir las prerrogativas que sólo pertenecen a Dios. Hay uno solo que es a la vez Legislador y Juez, es decir el que puede salvar y destruir”. Vale decir que Dios solo es Legislador y Juez, porque Él solo puede ejecutar sus sentencias; nuestra incapacidad en este respecto demuestra nuestra presunción al tratar de obrar como jueces, como si fuésemos dioses.
Aquí hay una buena regla para los que juzgan: primero refórmate a ti mismo.


sábado, 22 de agosto de 2015

EL REGALO DE LA SALVACIÓN

Romanos 1:17  Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá  
Efesios 2:8  Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;
 9  no por obras, para que nadie se gloríe.

Cuando alguien nos da un regalo, diríamos acaso: "¡Qué lindo es!, ¿cuánto le debo?" No, la respuesta apropiada es: "Gracias". Con cuánta frecuencia los cristianos, aun después de habérsenos dado (regalado) la salvación, nos sentimos obligados a hacer algo para llegar hasta Dios. Debido a que nuestra salvación e incluso nuestra fe son regalos, debiéramos responder con gratitud, alabanza y regocijo.
Llegamos a ser cristianos mediante el don inmerecido de Dios, no como el resultado de algún esfuerzo, habilidad, elección sabia o acto de servicio a otros de nuestra parte. Sin embargo, como gratitud por este regalo, buscamos servir y ayudar a otros con cariño, amor y benevolencia y no simplemente para agradarnos a nosotros mismos. Si bien ninguna acción u "obra" nos puede ayudar para obtener la salvación, la intención de Dios es que nuestra salvación resulte en obras de servicio. No somos salvos solo para nuestro beneficio, sino para el de El, para glorificarle y edificar la Iglesia.
El pecado es la muerte del alma. Un hombre muerto en delitos y pecados no siente deseos por los placeres espirituales. Cuando miramos un cadáver, da una sensación espantosa. El espíritu que nunca muere se ha ido, y nada ha dejado sino las ruinas de un hombre. Pero si viéramos bien las cosas, deberíamos sentirnos mucho más afectados con el pensamiento de un alma muerta, un espíritu perdido y caído.
El estado de pecado es el estado de conformidad con este mundo. Los hombres impíos son esclavos de Satanás que es el autor de esa disposición carnal orgullosa que hay en los hombres impíos; él reina en los corazones de los hombres. 
De la Palabra de Dios en la Biblia queda claro que si los hombres han sido más dados a la iniquidad espiritual o sensual, todos los hombres, siendo naturalmente hijos de desobediencia, son también por naturaleza hijos de ira. Entonces, ¡cuánta razón tienen los pecadores para procurar fervorosamente la gracia que los hará hijos de Dios y herederos de la gloria, habiendo sido hijos de ira! 
El amor eterno o la buena voluntad de Dios para con sus criaturas es la fuente de donde fluyen todas sus misericordias para nosotros; ese amor de Dios es amor grande, y su misericordia es misericordia rica. Todo pecador convertido es un pecador salvado; librado del pecado y de la ira. La gracia que salva es la bondad y el favor libre e inmerecido de Dios; Él salva, no por las obras de la ley, sino por la fe en Cristo Jesús.
La gracia en el alma es vida nueva en el alma. Un pecador regenerado llega a ser un ser viviente; vive una vida de santidad, siendo nacido de Dios: vive, siendo librado de la culpa del pecado, por la gracia que perdona y justifica. Los pecadores se revuelcan en el polvo; las almas santificadas se sientan en los lugares celestiales, levantadas por sobre este mundo por la gracia de Cristo.
La bondad de Dios al convertir y salvar pecadores aquí y ahora, estimula a los demás a esperar, en el futuro, en su gracia y misericordia. Nuestra fe, nuestra conversión, y nuestra salvación eterna no son por las obras, para que ningún hombre se jacte. Estas cosas no suceden por algo que nosotros hagamos, por tanto, toda jactancia queda excluida. Todo es regalo libre de Dios y efecto de ser vivificado por su poder. Fue su propósito para lo cual nos preparó bendiciéndonos con el conocimiento de su voluntad, y su Espíritu Santo produce tal cambio en nosotros que glorificaremos a Dios por nuestra buena conversación y perseverancia en la santidad. Nadie puede abusar de esta doctrina apoyándose en la Escritura, ni la acusa de ninguna tendencia al mal. Todos los que así hacen, no tienen excusa.

Dios justifica al hombre creyente, no por el mérito de su creencia, sino por el mérito de Aquel en quien cree”. La iniciación, así como también el crecimiento de la fe, es de parte del Espíritu de Dios, no por la propuesta externa de la palabra, sino por la iluminación interna en el alma. Sin embargo, “la fe” viene por los medios de los cuales el hombre tiene que valerse: “la fe es por el oír; y el oír por la palabra de Dios” y la oración, aunque la bendición es completamente de parte de Dios. La gracia es la base sobre la cual Dios salva al pecador, y la fe es el medio por el cual los creyentes recibimos la salvación.
Tú que lees esto ojalá que el Espíritu Santo te enseñe tu situación y arrepentido acudas a los pies de Cristo para rendirte ante Él.

 

CURADOS PARA SIEMPRE

 Juan 3:14  Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto,(A) así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado,
 15  para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.


Jesucristo vino a salvarnos sanándonos, como los hijos de Israel, picados por serpientes ardientes fueron curados y vivieron al mirar a la serpiente de bronce. Cuando los israelitas vagaban por el desierto, Dios envió una plaga de serpientes para castigarlos por su actitud rebelde.
Los sentenciados a muerte por causa de la mordedura de serpientes podían curarse al obedecer a Dios y mirar a la serpiente de bronce que se levantó, creyendo que El podría sanarlos si lo hacían. El veneno de las serpientes ardientes, corriendo por las venas de los israelitas rebeldes, estaba extendiendo la muerte por el campamento, emblema vivo de la condición perecedera de los hombres a causa del pecado. En ambos casos el remedio fue provisto divinamente, la manera de curación asombrosamente se parecía a la de la enfermedad. Mordidos por serpientes, por serpiente son sanados. Mordidos por “serpientes ardientes”, serpientes probablemente, de cuero con pintas coloradas, el instrumento de curación es una serpiente de bronce o cobre, que tenía a la distancia la misma apariencia. 
Así en la redención, como por el hombre vino la muerte, por el Hombre también viene la vida: Hombre también “en semejanza de carne de pecado”, no diferenciándose en nada externo y aparente de aquellos que, llenos del veneno de la serpiente, estaban por perecer. Pero así como la serpiente levantada no tenía nada del veneno del cual la gente que era mordida por serpientes estaba muriendo, así mientras toda la familia humana estaba pereciendo por la mortal herida inflingida por la vieja serpiente, “el Segundo Hombre”, que subió por encima de la humanidad con “salud en sus alas”, era sin mancha ni arruga, o cosa semejante. En ambos casos el remedio es exhibido visiblemente; en el un caso sobre un palo alto, en el otro sobre la cruz, para “atraer a sí todos los hombres”. En ambos casos se efectúa la curación dirigiéndose el ojo al Remedio levantado; en el un caso el ojo corporal, en el otro la mirada del alma que “cree en Él”, como en aquella proclamación antigua: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra”. Los dos métodos son tropiezos a la razón humana. 
¿Qué podría ser más improbable a un israelita pensador que el que el veneno mortífero saliese de su cuerpo simplemente mediante una mirada a un reptil de bronce? Semejante tropiezo a los judíos y a los griegos locura era la fe en el Nazareno crucificado como un modo de liberación de la perdición eterna. Sin embargo, en ambos casos es igualmente racional y bien fundada la autoridad para esperar una curación. Así como la serpiente de bronce fué la ordenanza de Dios para la curación de todo israelita que era mordido por la serpiente, así lo es Cristo para la salvación de cada pecador; sin embargo la una era ordenanza puramente arbitraria, la otra divinamente adaptada a las complicadas dolencias del hombre. En ambos casos es igual la eficacia. Así como una simple mirada a la serpiente, por distante y débil que fuera, traía la curación instantánea, así una fe real en el Señor Jesús, por más trémula, por más distante que sea, siempre que sea real la fe, trae sanidad segura e instantánea al alma que está por perecer. De la misma manera, son iguales los resultados de la desobediencia en ambos casos. Sin duda, muchos de los israelitas que fueron mordidos, aun cuando su caso era doloroso, se pusieron a razonar antes que obedecer, y a reflexionar sobre lo absurdo que era esperar que la mordedura de una serpiente viva fuese sanada con sólo mirar un pedazo de metal en forma de serpiente, y reflexionarlo hasta morir.
Mirar a Jesús en busca de salvación tiene los mismos efectos. Dios nos preparó este modo de ser salvos de los efectos mortíferos de la "mordedura" del pecado. Podemos ver en esto la naturaleza mortal y destructora del pecado. Podemos preguntar a conciencias vivificadas, preguntemos a pecadores condenados, quienes dirán que, por encantadoras que sean las seducciones del pecado, al final muerde como serpiente. Vemos también el único remedio poderoso contra esta enfermedad fatal. Cristo nos es propuesto claramente en el evangelio. Aquel a quien ofendimos es nuestra Paz, y la manera de solicitar la curación es creer. Si alguien hasta ahora toma livianamente la enfermedad del pecado o el método de curación de Cristo, y no recibe a Cristo en las condiciones que Él pone, su ruina pende sobre su cabeza. Él dijo: Mirad y sed salvos, mirad y vivid; alzad los ojos de la fe a Cristo crucificado. Mientras no tengamos la gracia para hacer esto, no seremos curados, sino seguiremos heridos por los aguijones de Satanás, y en estado moribundo.
Jesucristo vino a salvarnos perdonándonos, para que no muriéramos por la sentencia de la ley. He aquí el evangelio, la verdadera, la buena nueva. He aquí al amor de Dios al dar a su Hijo por el mundo. Tanto amó Dios al mundo, tan verdaderamente, tan ricamente. 
¡Mirad y maravillaos, que el gran Dios ame a un mundo tan indigno! 
Aquí, también, está el gran deber del evangelio: creer en Jesucristo. Habiéndolo dado Dios para que fuera nuestro Profeta, Sacerdote y Rey, nosotros debemos darnos para ser gobernados y enseñados, y salvados por Él. He aquí el gran beneficio del evangelio, que quienquiera que crea en Cristo no perecerá mas tendrá vida eterna. Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, y de ese modo, lo salvaba. No podía ser salvado sino por medio de Él; en ningún otro hay salvación.
De todo esto se muestra la dicha del creyente verdadero: el que cree en Cristo no es condenado. Aunque ha sido un gran pecador, no se le trata según lo que merecen sus pecados.

lunes, 17 de agosto de 2015

REFLEXIÓN DEL DÍA. 17 AGOSTO

Romanos 5:20  Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia;
 21  para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro.


Como pecador, separado de Dios, veo la Ley desde abajo, similar a una escalera que debe subirse para llegar a Dios. Quizás haya intentado subirla en más de una oportunidad, solo para caer al piso cada vez que alcanzaba uno o dos peldaños. O a lo mejor me parecía tan abrumadora la escarpada escalera que nunca me decidí siquiera a iniciar su ascenso. En cualquier caso, ¡qué alivio poder ver a Jesús con los brazos abiertos ofreciéndome pasar por encima de la escalera de la Ley y llevarme directamente a Dios!
Una vez que Jesús nos eleva hasta la presencia de Dios, somos libres para obedecer: por amor, no por necesidad, y mediante el poder de Dios, no el nuestro. Sabemos que si nos tambaleamos, no caeremos al suelo. Los brazos amorosos de Cristo no nos dejarán caer y nos sostendrán.
Por Cristo y su justicia tenemos más privilegios, y más grandes que los que perdimos por la ofensa de Adán. La ley moral mostraba que eran pecaminosos muchos pensamientos, temperamentos, palabras y acciones, de modo que así se multiplicaban las transgresiones. No fue que se hiciera abundar más el pecado, sino dejando al descubierto su pecaminosidad, como al dejar que entre una luz más clara a una habitación, deja al descubierto el polvo y la suciedad que había ahí desde antes, pero que no se veían. El pecado de Adán, y el efecto de la corrupción en nosotros, son la abundancia de aquella ofensa que se volvió evidente al entrar la ley. Los terrores de la ley endulzan más aun los consuelos del evangelio. Así, pues, Dios Espíritu Santo nos entregó una verdad más importante, llena de consuelo, apta para nuestra necesidad de pecadores. Por más cosas que alguien pueda tener por encima de otro, cada hombre es un pecador contra Dios, está condenado por la ley y necesita perdón. No puede hacerse de una mezcla de pecado y santidad esa justicia que es para justificar. No puede haber derecho a la recompensa eterna sin la justicia pura e inmaculada: esperémosla ni más ni menos que de la justicia de Cristo.
La vida como un estado de gozo en el favor de Dios, de completa comunión con él, y de voluntaria sujeción a Él se mancha desde el momento en que el pecado tiene contacto con la criatura; en aquel sentido, la amenaza de que: “En el día que comieres de él de cierto morirás,” se puso en efecto inmediato en el caso de Adán cuando cayó, y desde entonces estuvo “muerto mientras vivía.” Y en esta condición ha vivido toda su descendencia desde su nacimiento. La separación del alma y el cuerpo en la muerte temporal lleva “la destrucción” del pecador a otro grado más, poniendo fin a su conexión con aquel mundo del cual extraía una existencia placentera mas no bendecida, e introduciéndole en la presencia del Juez primeramente como un alma desincorporada, pero al fin en el cuerpo también, en una condición perdurable para ser castigado y éste es el estado final, con eterna destrucción de la presencia del Señor, y de la gloria de su poder.” Esta extinción final en alma y cuerpo de todo lo que constituye la vida, pero con un eterno conocimiento de una existencia manchada es, en un sentido más amplio y más terrible, “¡LA MUERTE!” 
Sólo la gracia de Dios manifestada por su Hijo brinda un conocimiento perpetuo de la VIDA.


domingo, 16 de agosto de 2015

NUEVOS EN CRISTO



 2 Corintios 5:17  De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.
1 Juan 4:19  Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.
  
Los cristianos somos nuevas criaturas desde nuestro interior. El Espíritu Santo nos da vida nueva y ya no seremos los mismos jamás. No hemos sido reformados, rehabilitados o reeducados; hemos nacido de nuevo, somos una nueva creación, viviendo en unión vital con Cristo. Convertirnos no es meramente dar la vuelta a una hoja nueva, sino empezar una vida nueva bajo un nuevo Maestro. Así como Cristo ha entrado en su nueva vida celestial mediante su resurrección y ascensión, así todos los que estamos “en Cristo”, es decir, unidos a Él por fe como el pámpano está en la vid, somos nuevas criaturas. La transformación llevada a cabo en la vida del pecador, que ahora está en Cristo, es ejemplo de una nueva creación. Esta “novedad” se ve tanto en el cambio de perspectiva en cuanto a los demás  como en el cambio de una vida centrada en uno mismo a una vida de interés en otros. Nuestra relación con Cristo modifica todos los aspectos de la vida.

El hombre renovado actúa sobre la base de principios nuevos, por reglas nuevas, con finalidades nuevas y con compañía nueva, la de Cristo. El creyente es creado de nuevo; su corazón no es sólo enderezado; le es dado un corazón nuevo. Es hechura de Dios, creado en Cristo Jesús para buenas obras. Aunque es el mismo como hombre, ha cambiado su carácter y conducta. Estas palabras deben significar más que una reforma superficial. El hombre que antes no veía belleza en el Salvador para desearlo, ahora le ama por sobre todas las cosas.
El corazón del que no está regenerado está lleno de enemistad contra Dios, y Dios está justamente ofendido con él. Pero puede haber reconciliación. Nuestro Dios ofendido nos ha reconciliado consigo por Jesucristo.
Por la inspiración de Dios fueron escritas las Escrituras, que son la palabra de reconciliación; mostrando que había sido hecha la paz por la cruz, y cómo podemos interesarnos en ella. Aunque no puede perder por la guerra ni ganar por la paz, aun así Dios ruega a los pecadores que echen a un lado su enemistad, y acepten la salvación que Él ofrece. Cristo no conoció pecado. Fue hecho pecado; no pecador, sino pecado, una ofrenda por el pecado, un sacrificio por el pecado. El objetivo y la intención de todo esto era que nosotros pudiésemos ser hechos justicia de Dios en Él, pudiésemos ser justificados gratuitamente por la gracia de Dios por medio de la redención que es en Cristo Jesús.
Poseer el amor de Dios produce confianza en Él y amor por los creyentes. Aquel que conoce este amor no teme enfrentar a Dios en el juicio.  Se comparan posiciones, no caracteres. Jesús complace a Dios siendo su Hijo, y nosotros somos hijos de Dios aceptables a Él.

  El amor de Dios es la fuente de todo amor humano, y se esparce como el fuego. Al amar a sus hijos, El enciende una llama en sus corazones. Como respuesta, ellos aman a otros, los que son aceptados por el amor de Dios por medio de ellos.
El verdadero amor a Dios asegura a los creyentes del amor de Dios por ellos. El amor nos enseña a sufrir por Él y con Él; por tanto, podemos confiar que también seremos glorificados con Él.
Debemos distinguir entre el temor de Dios y tenerle miedo; el temor de Dios comprende alta consideración y veneración por Dios. La obediencia y las buenas obras hechas a partir del principio del amor, no son como el esfuerzo servil de uno que trabaja sin voluntad por miedo a la ira del amo. Son como las de un hijo obediente que sirve a un padre amado que beneficia a sus hermanos y las hace voluntariamente. Señal de que nuestro amor dista mucho de ser perfecto si son muchas nuestras dudas, temores y aprensiones de Dios. Que el cielo y la tierra se asombren por Su amor. Él envió Su palabra a invitar a los pecadores a participar de esta gran salvación. Que ellos tengan el consuelo del cambio feliz obrado en ellos mientras le dan a Él la gloria.
El amor de Dios en Cristo, en los corazones de los cristianos por el Espíritu de adopción, es la prueba grande de la conversión. Esta debe ser probada por sus efectos en nuestros temperamentos, y en nuestras conductas para con los hermanos. Si un hombre dice amar a Dios y, sin embargo, se permite ira o venganza, o muestra una disposición egoísta, el tal por sus hechos niega lo que dice creer. Pero si es evidente que nuestra enemistad natural está cambiada en afecto y gratitud, bendigamos el nombre de nuestro Dios por este sello y primicia de dicha eterna. Entonces nos diferenciamos de los profesos falsos que pretenden amar a Dios a quien no han visto pero odian a sus hermanos a los que han visto.


sábado, 15 de agosto de 2015

LOS DOS CAMINOS DE LA VIDA


Mateo 7:13  Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella;
 14  porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.

La puerta a la vida eterna es "estrecha". Algunas personas toman a mal que Jesús sea la puerta, el único camino de acceso a Dios. Pero Jesús es el Hijo de Dios. ¿Por qué habríamos de buscar otro camino o por qué querríamos una forma de abordar a Dios hecha a medida?
 Esto no significa que sea difícil ser cristiano, sino entender que es sólo por fe en Jesucristo y no por obras. Significa que hay muchas maneras de vivir la vida, pero un solo camino para vivir eternamente con Dios. Creer en Jesús es el único camino al cielo, porque solo El murió por nuestros pecados y nos hizo justos delante de Dios. Vivir a su manera puede no ser fácil, pero es bueno y correcto. Hay multitudes de personas que nunca haran frente a tomar la decisión aceptar a Cristo; pero es necesario hacerlo, pues de otro modo seran fatales las consecuencias. Esto dividiría en dos clases a todos los que escuchan hablar de los dos caminos, los muchos, que seguirán el camino de la comodidad y de la indulgencia propia, termine aquel camino donde termine; y los pocos, que, empeñados sobre todo en su seguridad eterna, tomamos el camino que a ella conduce.  
  “Porfiad a entrar por la puerta angosta” porque ancha es la puerta y fácilmente se entra y espacioso el camino por el cual se transita fácilmente que lleva a la perdición, y así seducidos muchos son los que entran por ella.   Porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida. En otras palabras, todo el trayecto es tan difícil como el primer paso. Esto expresa la dificultad del primer paso acertado en la fe, pues implica un triunfo sobre nuestras inclinaciones naturales.  Lo que recomienda el camino ancho es la facilidad con que es transitado, y la abundancia de acompañantes que han de hallarse en él. Es como navegar con viento lindo y marea favorable. Porque las inclinaciones naturales no son contrariadas, y los temores del resultado, si no son fácilmente acallados, con el tiempo son eficazmente dominados. La única desventaja de este camino es su fin: “lleva a la perdición”. Lo dice el gran Maestro, y lo dice “como quien tiene autoridad”. A la aparente injusticia o severidad de este castigo, el Maestro nunca hace referencia. El deja que saquemos la inferencia de que tal curso termina justa, natural y necesariamente así. Pero sea que los hombres vean esto o no, aquí el Señor asienta la ley del reino, y la deja con nosotros. En cuanto al camino angosto, la desventaja de él consiste en su estrechez y soledad. El primer paso en este camino encierra una revolución en todos nuestros propósitos y planes para la vida, y una rendición de todo lo que es caro a la inclinación natural, mientras que todo lo que sigue no es sino una repetición del primer gran acto de sacrificio propio por obediencia a Cristo. No hay que extrañar, pues, que pocos lo hallen y pocos sean hallados en él. Pero este camino tiene una ventaja: “lleva a la vida”. Muchos toman “la puerta” aquí, no por el primer paso en la fe, sino por el último; pues las puertas no se abren a los caminos, mas los caminos terminan en las puertas, que conducen a una mansión. Pero como esto haría que las palabras de nuestro Señor tuviesen una forma invertida y antinatural, por eso creo es correcto entenderlo así.   El Señor en seguida procede a advertir a sus oyentes de que los predicadores de cosas halagüeñas, quienes son los verdaderos herederos y representantes de los falsos profetas de antaño, serían bastante numerosos en el reino nuevo.
Cristo vino a enseñarnos, no sólo lo que tenemos que saber y creer, sino lo que tenemos que hacer; no sólo para con Dios, sino para con los hombres; no sólo para con los que son de nuestro partido y denominación, sino para con los hombres en general, con todos aquellos que nos relacionemos. Debemos hacer a nuestro prójimo lo que nosotros mismos reconocemos que es bueno y razonable. En nuestros tratos con los hombres debemos ponernos en el mismo caso y en las circunstancias que aquellos con quienes nos relacionamos, y actuar en conformidad con ello.
No hay sino dos caminos: el correcto y el errado, el bueno y el malo; el camino al cielo y el camino al infierno; todos vamos caminando por uno u otro: no hay un lugar intermedio en el más allá; no hay un camino neutro. Todos los hijos de los hombres somos santos o pecadores, buenos o malos.
Fijaos en que el camino del pecado y de los pecadores que la puerta es ancha y está abierta. Podéis entrar por esta puerta con todas las lujurias que la rodean; no frena apetitos ni pasiones. Es un camino ancho; hay muchas sendas en este; hay opciones de caminos pecaminosos. Hay multitudes en este camino. Pero, ¿qué provecho hay en estar dispuesto a irse al infierno con los demás, porque ellos no irán al cielo con nosotros? El camino a la vida eterna es angosto. No estamos en el cielo tan pronto como pasamos por la puerta angosta. Hay que negar el yo, mantener el cuerpo bajo control, y mortificar las corrupciones. Hay que resistir las tentaciones diarias; hay que cumplir los deberes. Debemos velar en todas las cosas y andar con cuidado; y tenemos que pasar por mucha tribulación. No obstante, este camino nos invita a todos; lleva a la vida; al consuelo presente en el favor de Dios, que es la vida del alma; a la bendición eterna, cuya esperanza al final de nuestro camino debe facilitarnos todas las dificultades del camino. Esta simple declaración de Cristo ha sido descartada por muchos que se han dado el trabajo de hacerla desparecer con explicaciones pero, en todas la épocas el discípulo verdadero de Cristo ha sido mirado como una personalidad singular, que no está de moda; y todos los que se pusieron del lado de la gran mayoría, se han ido por el camino ancho a la destrucción. Si servimos a Dios, debemos ser firmes en nuestra FE.  
¿Podemos oír a menudo sobre la puerta estrecha y el camino angosto y que son pocos los que los hallan, sin dolernos por nosotros mismos o sin considerar si entramos al camino angosto y cuál es el avance que estamos haciendo ahí?


¡GRACIAS POR TU PALABRA SEÑOR!

La Palabra de Dios en la Biblia debe ser la fuente y base de nuestra sabiduría, enseñanza, amonestación y alabanza.
Mientras estemos en este mundo, donde hay tanta corrupción en nuestros corazones, a veces surgirán contiendas, pero nuestro deber es perdonarnos unos a otros imitando el perdón por cual somos salvados. Que la paz de Dios reine en nuestros corazones; es la obra de Cristo en todos los que le pertenecemos. La acción de gracias a Dios ayuda a hacernos agradables ante todos los hombres. El evangelio es la palabra de Cristo que da vida. Muchos tienen la palabra, pero habita pobremente en ellos; no tiene poder sobre ellos. El alma prospera cuando estamos llenos de las Escrituras y de la gracia de Cristo. Cuando cantamos salmos debemos ser afectados por lo que cantamos. Hagamos todo en el nombre del Señor Jesús, y dependiendo con fe en Él, sea lo que sea en que estemos ocupados. A los que hacen todo en el nombre de Cristo nunca les faltará tema para dar gracias a Dios, al Padre.
Me fascina leer que los cristianos primitivos tuvieron acceso al Antiguo Testamento y lo usaron con libertad, no teniendo a su alcance el Nuevo Testamento ni ningún otro libro cristiano para estudiar. Sus historias y enseñanzas acerca de Cristo fueron memorizadas y transmitidas de persona a persona. Algunas veces se le puso música, por lo que esta vino a ser una parte importante en la adoración y educación cristianas.
El papel de los cánticos en la adoración como un medio de alcanzar lo que manifiesta el corazón, para ser continuamente llenos con el Espíritu. Pero la mejor adoración es nuestra obediencia de corazón en la vida diaria. Es en la soledad del día a día cuando nuestra actitud refleja nuestra obediencia.
Debemos ser lumbreras en medio de la oscuridad de la noche, sólo en la negrura destacamos. No hay ninguna estrella que brille cuando sale el Sol. Todas se ocultan en señal de adoración. Pero como en el firmamento, en la vida espiritual hay cuerpos opacos, asteroides fríos que por un momento pueden recibir la luz del Sol, pero continúan vagando en la noche oscura.
Que la gracia de Dios y su misericordia por medio de su Hijo Jesucristo borre nuestras transgresiones y desobediencia; sin su ayuda diaria sería imposible obedecer.