} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 11/01/2015 - 12/01/2015

miércoles, 25 de noviembre de 2015

PENSANDO QUE ÉL ES EL JARDINERO (Predicación de Charles Spurgeon.)

Juan 20:15  Jesús le preguntó: -Mujer, ¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas? Ella creyó que era el jardinero y le dijo: -Señor, si usted lo sacó de la tumba, dígame dónde lo puso y yo iré por él. (PDT)


Hace como quince días estaba sentado en un huerto muy hermoso, rodeado por todos lados de todo tipo de flores que ostentaban su lozanía en deliciosa abundancia. Yo me protegía del calor del sol bajo las ramas suspendidas de un olivo, y paseaba mi mirada por las palmas y los plátanos, las rosas y las camelias, los naranjos y los áloes, las alhucemas y los heliotropos. El huerto estaba pletórico de color y belleza, de perfume y fecundidad. Sin duda el jardinero que había arreglado y diseñado y mantenido en orden ese precioso rincón, quienquiera que fuera, merecía un gran reconocimiento.

Eso pensaba cuando me vino la idea de meditar sobre la iglesia de Dios como un jardín, y suponer que el Señor Jesús es el jardinero, y luego pensar qué pasaría con toda certeza si así fuera. "Pensando que él era el jardinero", mi mente concibió un paraíso en el que todas las cosas dulces florecían y todas las cosas malas eran desarraigadas.

Si un obrero ordinario había producido en la tierra toda esa belleza que yo veía y disfrutaba, ¡cuánta belleza y gloria deberá producir con toda seguridad "Pensando que él era el jardinero"! Ustedes saben a Quién me estoy refiriendo; al que María Magdalena, según nuestro texto, confundió con un jardinero.

Por una sola vez vamos a seguir a una santa en su pista equivocada; y, sin embargo, nos encontraremos en el camino correcto. Ella estaba equivocada al "pensar que él era el jardinero"; pero si nosotros recibimos la enseñanza de Su Espíritu, no cometeremos ningún error si nos entregamos ahora a una quieta meditación sobre nuestro siempre bendito Señor, "pensando que él es el jardinero."

No es una suposición artificial, en verdad; pues si podemos cantar de corazón:
"Somos un huerto todo cercado,
Elegido y hecho una tierra especial,"


Entonces ese recinto necesita un jardinero. ¿Acaso no somos todos nosotros plantas sembradas por Su diestra? ¿Acaso no necesitamos todos que nos rieguen y nos cuiden mediante Su constante y gracioso cuidado? Él dice: "Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador", y esa perspectiva coincide.

Pero también cantamos, "Tenía mi amado una viña en una ladera fértil. La había cercado y despedregado y plantado de vides escogidas," es decir, actuaba como un hortelano. De esta manera Isaías nos ha enseñado a cantar un cántico al Bienamado tocante a Su viña.

Leímos hace unos momentos acerca de nuestro Señor, bajo estos términos, "Oh, tú que habitas en los huertos, los compañeros escuchan tu voz." ¿Con qué propósito habita en las viñas si no es para que pueda ver cómo prosperan las vides y para cuidar todas las plantas? La imagen, repito, está tan lejos de ser artificial, que está preñada de sugerencias y llena de útil enseñanza. No estamos yendo en contra de las armonías de la naturaleza cuando estamos "pensando que él es el jardinero."

La figura es también escritural; pues en una de Sus propias parábolas nuestro Señor se presenta como el viñador. Acabamos de leer esa parábola tan llena de advertencias. . . Cuando "un hombre" vino y vio que la higuera no producía fruto, le dijo al viñador: "Córtala; ¿para qué inutiliza también la tierra?" ¿Quién fue el que intervino entre ese árbol infructífero y el hacha, sino nuestro grandioso Intercesor y Mediador? Él es quien continuamente interviene respondiendo: "Déjala todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella, y la abone." En este caso, Él mismo se aplica el carácter del viñador, y no estamos equivocados cuando "pensamos que él es el jardinero."

Si queremos basarnos en un tipo, nuestro Señor toma el nombre de "el segundo Adán", y el primer Adán era hortelano. Moisés nos informa que el Señor Dios puso al hombre en el huerto de Edén para que lo labrara y lo guardase. El hombre, en su mejor estado, no debía vivir en este mundo en un paraíso de indolente lujuria, sino en un huerto de labor recompensada.

He aquí, la iglesia es el Edén de Cristo, regado por el río de vida, y es tan fértil que todo tipo de frutos son producidos para Dios; y Él, nuestro segundo Adán, recorre este Edén espiritual para labrarlo y guardarlo; y así, por medio de un tipo, vemos que estamos en lo correcto cuando "pensamos que él es el hortelano."

De la misma manera lo consideró Salomón cuando describió al Esposo real como bajando con Su esposa al huerto, cuando las flores brotaban sobre la tierra y la higuera había producido sus verdes higos; Él salió con Su amada para la preservación de los jardines, diciendo: "Cazadnos las zorras, las zorras pequeñas, que echan a perder las viñas; porque nuestras viñas están en cierne."

Ni la naturaleza, ni la Escritura, ni el tipo, ni el Cantar nos prohíben pensar en nuestro adorable Señor Jesús como alguien que cuida las flores y los frutos de Su iglesia. No erramos cuando hablamos de Él, "pensando que él es el jardinero."

Y así me quedé quieto, y me entregué al tren de pensamiento sugerido, que ahora repito para que lo escuchen, esperando que pueda abrir también muchos caminos de meditación para sus corazones. No procuro agotar un tema como este, sino únicamente pretendo indicarles hacia qué dónde pueden buscar un filón de precioso mineral.

I. "Pensando que él es el jardinero," tenemos aquí LA LLAVE DE MUCHAS MARAVILLAS en el huerto de Su iglesia.

La primera maravilla es que haya una iglesia en el mundo; que haya un huerto en flor en medio de un infecundo erial. El Señor ha hecho crecer al Edén de Su iglesia sobre una roca dura y pedernalina. ¿Cómo vino a parar aquí este oasis de vida en un desierto de muerte? ¿Cómo apareció la fe en medio de la incredulidad, y cómo vino la esperanza allí donde todo es un miedo servil y cómo apareció el amor donde abunda el odio? "Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno." ¿Por qué razón "somos de Dios" cuando todo lo demás está tapiado completamente por el demonio? ¿Cómo se formó un pueblo para Dios, separado, y santificado, y consagrado, y ordenado para producir fruto para Su nombre? De seguro no podría haber sido así del todo, si el hacerlo hubiera correspondido al hombre. Entendemos su existencia, "pensando que él es el jardinero," pero ninguna otra cosa podría explicarlo. Él puede hacer que florezca el abeto en vez del espino, y que florezca el mirto en lugar de la zarza; pero nadie más podría lograr un cambio así.

El huerto en el que yo estaba sentado había sido construido sobre la desnuda superficie de la roca, y casi toda la tierra con la que contaban sus macizos había sido transportada hasta allí, desde la costa ubicada abajo, mediante una ardua labor, y de esta manera crearon un terreno sobre la roca. No fue por causa de su propia naturaleza que el huerto se encontrara en un lugar así; sino que la pericia y el trabajo lo habían formado: de la misma manera la iglesia de Dios tuvo que ser construida por el Señor Jesús, que es el autor así como el perfeccionador de Su huerto.

Dolorosamente, con heridas manos, ha construido cada terraza, y ha diseñado cada rellano, y ha sembrado cada planta. Todas las plantas han tenido que ser regadas con Su sudor sangriento, y vigiladas con Sus ojos llenos de lágrimas: las huellas de los clavos en Sus manos, y la herida en Su costado son las señales de lo que le costó hacer un nuevo Paraíso. Él entregó Su vida para dar vida a cada planta que está en el huerto, y ninguna de ellas habría estado allí bajo ninguna otra teoría que "pensando que él es el jardinero."

Además, hay otra maravilla. ¿Por qué razón florece la iglesia de Dios en un clima así? Este presente mundo malvado es muy incompatible con el crecimiento de la gracia, y la iglesia no es capaz de resistir por sí sola las perversas influencias que la rodean. La iglesia contiene dentro de sí los elementos que tienden a su propio desorden y destrucción, si fuera dejada sola, de la misma manera que el huerto contiene en su suelo los gérmenes de una enmarañada maleza de hierbas malas. La mejor iglesia que Cristo haya tenido jamás en la tierra, apostataría de la verdad en unos cuantos años si fuera abandonada por el Espíritu de Dios.

El mundo no ayuda nunca a la iglesia; está completamente levantado en armas contra ella; no hay nada en el aire o en el suelo del mundo que fertilice a la iglesia en el más mínimo grado. ¿A qué se debe entonces que a pesar de todo esto, la iglesia sea un terreno hermoso para Dios, y que crezcan dulces especias en sus macizos, y bellas flores sean colocadas por la mano Divina en sus lindes? La permanencia y prosperidad de la iglesia sólo puede ser explicada por esto: "pensando que él es el jardinero."

Una fuerza todopoderosa es aplicada a la obra de sostener a un pueblo santo entre los hombres, una empresa que sería imposible de otra manera; la sabiduría omnipotente se pone en ejercicio sobre esta dificultad que de otra forma sería insuperable. Oigan la palabra del Señor y aprendan de esto la razón para el crecimiento de la iglesia aquí abajo. "Yo Jehová la guardo, cada momento la regaré; la guardaré de noche y de día, para que nadie la dañe." Esa es la explicación para la existencia hasta este momento de un pueblo espiritual en medio de una generación impía y perversa. Esta es la razón para una elección por gracia en medio del vicio circundante, y de la mundanalidad, y de la incredulidad. "Pensando que él es el jardinero," puedo ver la razón de la fecundidad, y la belleza, y la dulzura incluso en el centro del desierto del pecado.

Otro misterio es también aclarado por esta suposición. La maravilla es que hayamos sido colocados entre las plantas del Señor. ¿Por qué se nos permite crecer en el huerto de Su gracia? ¿Por qué yo, Señor? ¿Por qué yo? ¿Cómo es que hemos sido guardados aquí, y por qué se nos ha soportado nuestra esterilidad, cuando hace tiempo Dios pudo haber dicho: "Córtala; para qué inutiliza también la tierra?" ¿Quién otro podría haber tolerado tal descarrío como el nuestro? ¿Quién podría haber manifestado tal infinita paciencia? ¿Quién nos habría atendido con tanto cuidado? Y cuando ese cuidado fue tan ingratamente retribuido, ¿quién lo habría renovado por tanto tiempo, día a día, y habría persistido en sus propósitos de otorgar un amor ilimitado? ¿Quién habría podido hacer más por su viña? ¿Quién habría podido o hubiera querido hacer tanto?

Cualquier hombre común, provocado por nuestra ingratitud, se habría arrepentido de su buen propósito. ¡Nadie sino Dios podría haber tenido la paciencia con algunos de nosotros! Es una grandiosa maravilla que desde hace mucho tiempo no nos hubieran desechado como pámpanos de la vid que no llevan fruto; y que todavía se nos permita permanecer en el tronco, con la esperanza de que finalmente produciremos fruto. No sé por qué hayamos sido guardados, excepto por esta razón: "Pensando que él es el jardinero", pues Jesús es todo delicadeza y gracia, lento para usar el cuchillo, y tardo para aplicar el hacha, y tan esperanzado cuando simplemente mostramos un brote o dos, o, tal vez, cuando producimos una fresita amarga; tan esperanzado, digo, de que estos sean pronósticos alentadores de que pronto se presentará algo mejor. ¡Paciencia infinita! ¡Longanimidad inmensurable! ¿Dónde podrían encontrarse salvo en el pecho del Bienamado? De seguro el azadón nos ha dejado a muchos de nosotros simple y sencillamente por causa del hortelano, que es manso y humilde de corazón.

Queridos hermanos, hay una misericordia en relación a esta iglesia por la que a menudo le he dado gracias a Dios, es decir, que los males hayan permanecido alejados por tanto tiempo. Durante todo el período en que hemos estado juntos como pastor y pueblo, hace aproximadamente veintinueve años, hemos gozado de prosperidad ininterrumpida, yendo de poder en poder en la obra del Señor. ¡Ay!, hemos visto a muchas otras iglesias que eran tan esperanzadoras como la nuestra, desgarradas por trifulcas, abatidas por el deterioro, o vencidas por la herejía. Espero que no hayamos sido propensos a juzgar sus faltas severamente; pero debemos agradecer nuestro propio libramiento de los males que las han afligido. No sé cómo hemos sido guardados juntos en amor, ayudados para abundar en labor, y capacitados para permanecer firmes en la fe, a menos que sea porque una gracia especial ha vigilado sobre nosotros. Estamos llenos de fallas; no tenemos nada de qué jactarnos; y sin embargo, ninguna iglesia ha sido más divinamente favorecida: me sorprende que la bendición haya durado tanto tiempo, y no puedo llegar a comprenderlo excepto cuando recurro a "Pensando que él es el jardinero."

Yo no puedo atribuir nuestra prosperidad al pastor, definitivamente; ni siquiera a mis amados amigos, los ancianos y los diáconos; ni tampoco a los mejores de ustedes, a pesar de su ferviente amor y santo celo. Yo creo que se debe a que Jesús ha sido el jardinero, y ha cerrado la puerta cuando me temo que la he dejado abierta; y Él ha expulsado al jabalí del bosque justo cuando había entrado para arrancar a las plantas más débiles. Debe de haber estado rondando en las noches, para mantener alejados a los ladrones que merodeaban, y debe de haber estado aquí también, en el calor intenso del día, para proteger del resplandor de un sol demasiado brillante, a aquellos de nosotros que han prosperado en bienes del mundo.

¡Sí, Él ha estado con nosotros, bendito sea Su nombre! A esto se debe toda esta paz, y unidad y entusiasmo. Que no lo entristezcamos nunca para que no se aleje de nosotros; sino más bien, roguémosle diciendo: "Quédate con nosotros. Tú que habitas en los huertos, que este sea uno de los huertos en los que te dignas habitar hasta que despunte el día y las sombras huyan." Así, nuestra suposición es una llave para muchas maravillas.

II. Dejen correr su imaginación a la par de la mía, mientras digo que "Pensando que él es el jardinero" debería ser UN ALICIENTE PARA MUCHOS DEBERES.

Uno de los deberes de un cristiano es el gozo. Es una bendita religión la que, entre sus preceptos, ordena a los hombres que sean felices. Cuando el gozo se vuelve un deber, ¿quién querría descuidarlo? Ciertamente ayuda que cada plantita beba en la luz del sol cuando se susurra entre las flores que Jesús es el hortelano. "¡Oh" -dices- "yo soy una plantita de esas; yo no crezco bien; no produzco tanto follaje, ni hay en mí tantas flores como las hay en otras plantas alrededor de mí!" Es correcto que tengas una baja opinión de ti: tal vez inclinar tu cabeza sea una parte de tu belleza: muchas flores no habrían sido ni la mitad de hermosas si no hubieran practicado el arte de inclinar sus cabezas.

Pero, "Pensando que él es el jardinero", entonces Él es tan hortelano para ti como lo es para la palma más señorial de toda la heredad. En el huerto de Mentone justo frente a mí crecían el naranjo y el áloe, y otras de las plantas más exquisitas y más notables; pero sobre la pared, hacia mi izquierda, crecían flores comunes y saxífragas (1), y hierbitas como las que nos encontramos en nuestros propios pedregales.

Pero el jardinero había cuidado de todas ellas, tanto de las grandes como de las pequeñas; de hecho, había cientos de especímenes de los crecimientos más insignificantes, todos debidamente etiquetados y descritos. La saxífraga más pequeña podía decir: "Él es mi hortelano, tan verdaderamente, como lo es de la Gloria de Dijon o del Mariscal Neil."

¡Oh, débil hijo de Dios, el Señor te cuida! Tu Padre celestial alimenta a los cuervos y guía el vuelo de los gorriones: y, ¿no los cuidará más a ustedes, hombres de poca fe? Oh, plantitas, ustedes crecerán correctamente. Tal vez están creciendo hacia abajo en este momento, en vez de crecer hacia arriba. Recuerden que hay plantas en las que valoramos la raíz subterránea mucho más que la mata por encima de la tierra. Quizá no les corresponde crecer muy rápido; pueden ser arbustos de lento crecimiento por naturaleza, y no serían saludables si se convirtieran en madera. De todas maneras, que sea este su gozo, que están en el huerto del Señor, y, "Pensando que él es el jardinero," hará lo mejor para ustedes. No pueden estar en mejores manos.

Otro deber es el de valorar la presencia del Señor, y orar por ella. Siempre que despunta el día domingo debemos orar porque nuestro Bienamado venga a Su huerto y coma de sus frutos placenteros. ¿Qué podríamos hacer sin Él? Durante todo el día nuestro clamor debería subir a Él, "Oh Dios, considera, y visita esta viña que plantó tu diestra." Debemos agonizar con Él para que venga y se manifieste a nosotros como no lo hace con el mundo. Pues, ¿qué sería de un huerto si el hortelano no lo visitara nunca? ¿Cuál es la diferencia entre un huerto y el desierto si aquel a quien pertenece no levantara ni una azada ni una podadera en él? Así que esa es nuestra necesidad: que tengamos a Cristo con nosotros, "Pensando que él es el jardinero"; y que Cristo camine entre nuestros macizos y nuestros lindes es nuestra bienaventuranza, vigilando cada planta, poniéndola en su espaldera, cuidando de ella, llevándola a la madurez.

"Pensando que él es el jardinero", es bueno, pues por Él producimos nuestro fruto. Separados de Él nada somos; únicamente bajo Su cuidado podemos producir fruto. Acabemos con la confianza en el hombre, renunciemos a todos los intentos de testificar los hechos de Su presencia espiritual por rutina o lenguaje rimbombante, ritualismo o astucia. Debemos orar para que nuestro Señor esté siempre presente con nosotros, y mediante esa presencia haga que nuestro huerto crezca.

"Pensando que él es el hortelano", genera otro deber, que es, que cada uno de nosotros se entregue enteramente a Él. Una planta no sabe cómo debe ser tratada; no sabe cuándo debe ser regada o cuándo debe ser mantenida seca: un árbol frutal no es juez de cuándo necesita ser podado, o cavado o abonado. El talento y la sabiduría del huerto no radican en las flores y en los arbustos, sino en el jardinero.

Así pues, si ustedes y yo estamos aquí hoy con terquedad y juicio carnal respecto a nosotros, busquemos hacer todo eso a un lado para que podamos estar absolutamente a la disposición de nuestro Señor. Puede ser que no estén anuentes a ponerse implícitamente en la mano de algún simple hombre (sería una lástima que lo hicieran); pero, en verdad, tú que eres una planta sembrada por la diestra del Señor, tú te puedes poner indudablemente en Su amada mano.

"Pensando que es el hortelano" -puedes muy bien decir- "no tendré voluntad, ni deseo, ni capricho, ni camino, sino que quiero ser como nada en las manos de jardinero, para que Él sea para mí mi sabiduría y mi todo. Gentil hortelano, tu pobre planta se inclina ante Tu mano; edúcame como quieras. Pueden estar seguros que la felicidad es vecina del espíritu de completa sumisión a la voluntad de Dios, y será fácil ejercitar esa perfecta sumisión cuando pensemos que el Señor Jesús es el jardinero. Si el Señor lo ha hecho, ¿qué puede decir un santo?

Oh, tú que estás afligido, el Señor lo ha hecho: ¿quisieras que fuera de otra manera? Es más, ¿no estás agradecido porque así es, porque esa es Su voluntad, en cuyas manos está tu vida, y a quien pertenecen todos tus caminos? El deber de sumisión es muy claro "pensando que él es el hortelano."

Voy a mencionar un deber más, aunque se me vienen a la mente muchos más. "Pensando que él es el hortelano", entonces produzcamos fruto para Él. Esta mañana no me dirijo a personas que no sienten preocupación por servir a Dios o no. Yo creo que la mayoría de ustedes de veras desea glorificar a Dios; pues, habiendo sido salvados por gracia, sienten una santa ambición de anunciar las virtudes de aquel que los llamó de las tinieblas a Su luz admirable. Quieren llevar a otros a Cristo, porque ustedes mismos han sido llevados a la vida y a la libertad en Él.

Ahora, que Jesús sea el jardinero les debe servir de estímulo para que produzcan fruto. Allí donde han producido un racimo, produzcan un ciento, "pensando que él es el jardinero." Si Él debe recibir la honra, entonces laboren para hacer todo aquello que le dará gran renombre. Si nuestro estado espiritual fuera atribuible a nosotros, o a nuestro ministro, o a algunos otros compañeros cristianos, podríamos sentir que no estamos bajo una gran necesidad de ser fructíferos; pero si Jesús es el hortelano, y debe llevarse la reprobación o la honra por lo que producimos, entonces, usemos cada gota de savia y forcemos cada fibra, para que, hasta el máximo de lo que nuestra condición humana sea capaz, produzcamos una abundante retribución al trabajo de nuestro Señor. Bajo tal tutela y cuidado debemos convertirnos en eminentes escolares. ¿Nos ha cultivado Cristo? Oh, no seamos nunca la causa de que el mundo piense ruinmente de nuestro Señor.

Los estudiantes sienten que su alma mater merece grandes cosas de ellos, así que se esfuerzan para lograr que su universidad obtenga renombre. Y así, puesto que Jesús es tutor y universidad para nosotros, debemos sentir que estamos obligados a reflejar crédito a tan grandioso Maestro, a Nombre tan divino. No sé cómo expresarlo, pero en verdad debemos hacer algo digno de tal Señor. Cada pequeña flor del huerto del Señor debe llevar sus más relucientes tintes, y exhalar su más raro perfume, porque Jesús la cuida. Lo mejor de todo el bien posible debe ser ofrecido por cada planta del huerto de nuestro Padre, pensando que Jesús es el hortelano.

Suficiente, entonces, en cuanto a esos dos puntos: una llave de muchas maravillas, y un acicate para el cumplimiento de muchos deberes.

III. En tercer lugar, he encontrado en esta suposición UN ALIVIO PARA TODA RESPONSABILIDAD ABRUMADORA. Cada uno de nosotros tiene una obra asignada por Dios, y si la hace correctamente, no puede hacerla sin esmero. La primera cosa que hace cuando despierta, es que pregunta, "¿cómo está prosperando la obra?", y el último pensamiento en la noche es, "¿qué puedo hacer para cumplir mi llamamiento?" Algunas veces la ansiedad turba sus sueños, y suspira, "¡Oh, Señor, prospérame ahora!"

¿Cómo está prosperando el huerto que es nuestra obligación cuidar? ¿Se nos quebranta el corazón porque nada parece prosperar? ¿Es una mala estación? O, ¿está el suelo improductivo y hambriento? Es un bendito alivio para un cuidado excesivo si caemos en el hábito de "pensar que Él es el hortelano."

Si Jesús es el Dios y Señor de todas las cosas, no me corresponde a mí mantener a la iglesia en orden. Yo no soy responsable por el crecimiento de cada cristiano, ni por los errores de cada rebelde, ni por las faltas en la vida de cada profesante. Esta carga no debe recaer sobre mí, para no ser aplastado por ella. "Pensando que él es el jardinero", entonces, la iglesia goza de un mejor cuidado que el mío; el huerto goza de una mejor atención de la que recibiría de los vigilantes más cuidadosos, aunque por la noche la helada devorara las plantas y durante el día el calor las calcinara. "Pensando que él es el jardinero," entonces todo saldrá bien a la larga.

El que guarda a Israel no se adormecerá ni dormirá; no necesitamos ni inquietarnos ni abatirnos. Yo les ruego a todos los obreros denodados, que se están deprimiendo, que consideren esto un poco. Ustedes ven que les corresponde trabajar bajo el Señor Jesús; pero no les corresponde a ustedes asumir en sus almas la ansiedad de su oficio como si ustedes tuviesen que aguantar Sus cargas. El asistente del jardinero, el obrero del huerto, no necesita inquietarse por todo el huerto como si todo le correspondiera a él. No, no; que no ponga demasiadas cargas sobre él. Yo te ruego que limites tu ansiedad de acuerdo a los hechos del caso.

Así, tú tienes un grupo de jóvenes a tu alrededor, y estás vigilando sus almas como alguien que tiene que rendir cuentas. Eso está bien; pero no debes estar preocupado ni abrumado; pues, después de todo, la salvación y la preservación de esas almas no está en tus manos, sino que descansan en Uno muchísimo más capaz que tú. Sólo piensa que el Señor es el hortelano. Yo sé que es así en los asuntos de la providencia.

Un cierto hombre de Dios, en tiempos turbulentos, se volvió bastante incapaz de cumplir con su deber porque asumía todos los males de la época; se deprimió y se turbó, y se subió a bordo de un barco queriendo abandonar el país, porque estaba entrando en un estado que él ya no podía soportar. Entonces alguien le dijo: "señor Whitelock, ¿es usted el administrador de todo el mundo?" No, no llegaba a tanto. "¿Acaso Dios no lo sacó adelante bastante bien antes de que usted naciera, y no cree que lo hará bastante bien cuando usted haya muerto?" Esa reflexión ayudó a aliviar la mente de aquel buen hombre, que regresó para cumplir con su deber.

De esta manera quiero que perciban el límite de su responsabilidad: ustedes no son el jardinero mismo; ustedes no son sino ayudantes del hortelano, responsables de hacer los mandados, y cavar un poco, o barrer los senderos. El huerto está muy bien administrado, aunque ustedes no sean sus administradores.

A la vez que nos alivia de la ansiedad, nos hace trabajar para Cristo con deleite, porque si el huerto pareciera no pagarnos por nuestra molestia, nos decimos a nosotros mismos: "después de todo no es mi huerto. 'Pensando que él es el jardinero', estoy más que dispuesto a trabajar sobre un pedazo de roca estéril, o atar una vieja rama seca, o cavar en un césped indigno; pues, me basta que agrade a Jesús; entonces la obra es beneficiosa al máximo por esa sola razón. No me corresponde a mí cuestionar la sabiduría de mi tarea, sino poner manos a la obra en el nombre de mi Dios y Señor. 'Pensando que él es el jardinero', quita la pesada responsabilidad de mis hombros, y mi trabajo se vuelve agradable y deleitoso."

Al tratar con las almas de los hombres, nos encontramos con casos que son extremadamente difíciles. Algunas personas son tan tímidas y temerosas que no sabes cómo consolarlas; otras son tan veloces y presuntuosas, que difícilmente encuentras cómo ayudarlas. Unas cuantas personas son tan dobles que no puedes entenderlas, y otras son tan inconstantes que no puedes sostenerlas.

Algunas flores desconciertan al hortelano ordinario: nos encontramos con plantas que están cubiertas de espinas, y cuando tratas de enderezarlas, hieren la mano que les brinda ayuda. Estas extrañas vegetaciones te crearían un gran embrollo si tú fueras el jardinero; pero "Pensando que él es el jardinero", tienes la dicha de poder recurrir a Él constantemente, diciendo: "Buen Señor, no entiendo a esta singular criatura; es una planta tan extraña como yo mismo. Oh, que Tú quisieras manejarla, o decirme cómo hacerlo. Te he venido a hablar de ella."

Nuestro problema es que tenemos constantemente tantas plantas que cuidar, que no tenemos el tiempo de cultivar a ninguna de la mejor manera, pues tenemos cincuenta más que necesitan atención simultánea; y entonces, antes de haber terminado con la regadera, tenemos que tomar el azadón y el rastrillo y la pala, y nos quedamos desconcertados con todos estos cuidados multitudinarios, al igual que Pablo lo estaba cuando dijo: "Lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias." Ah, entonces es algo bendito hacer lo poco que podamos hacer y dejar el resto a Jesús, "Pensando que él es el jardinero."

En la iglesia de Dios hay una disciplina que no podemos ejercer. No creo que sea la mitad de difícil ejercer disciplina como lo es no poder ejercerla cuando sientes que debería ejercerse. Los siervos del padre de familia estaban perplejos cuando no podían arrancar la cizaña. "¿No sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, tiene cizaña?" "Un enemigo ha hecho esto." "¿Quieres, pues, que vayamos y la arranquemos?" Él les dijo: "No, no sea que al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo."

Esto aflige al ministro cristiano, que no pueda quitar la mala hierba perniciosa y estorbosa. Sí, pero "Pensando que él es el jardinero", y que es Su voluntad que esa mala hierba permanezca, ¿qué tenemos que hacer, ustedes y yo, sino guardar silencio? Él tiene una disciplina más certera y segura que la nuestra, y en el tiempo señalado la cizaña lo sabrá. 'Con nuestra paciencia ganaremos nuestras almas.'

Y luego, además, tenemos el problema de la sucesión que no podemos evitar. Unas plantas se marchitarán, y otras tendrán que ser colocadas en sus lugares correspondientes o el huerto podría despoblarse; y nosotros no sabemos dónde encontrar flores de renuevo. Nos preguntamos: "Cuando aquel hombre de allá muera, ¿quién lo sustituirá?"

Esa es una pregunta que he escuchado muchas veces, al punto de estar cansado de ella. ¿Quién vendrá a ocupar el lugar de ese hombre? Esperemos a que se haya ido y necesite sustitución. ¿Por qué vender el abrigo de ese hombre cuando todavía puede usarlo? Somos propensos a pensar que cuando esta raza de buenos hermanos se extinga, nadie se levantará que sea digno de desatar las correas de su calzado.

Bien, amigo, yo podría suponer muchísimas cosas, pero esta mañana mi texto es "Pensando que él es el jardinero," y bajo esa suposición yo espero que el Señor tenga otras plantas en reserva que todavía no has visto, y esas plantas encajarán en nuestros lugares cuando se vacíen, y el Señor mantendrá la verdadera sucesión apostólica hasta el día de Su segunda venida.

En todo tiempo de tinieblas y congoja, cuando el corazón se abate y los espíritus declinan y pensamos que la iglesia de Dios ha llegado a su fin, debemos recordar esto, "Pensando que él es el jardinero", y esperemos ver cosas mayores y mejores que estas. A nosotros no se nos ocurre qué decir, pero Él apenas está comenzando a obrar: nosotros nos encontramos estupefactos, pero Él no lo estará nunca; por tanto, esperemos y quedémonos tranquilos, "Pensando que él es el jardinero."

IV. En cuarto lugar, quiero que noten que esta suposición les traerá LA LIBERACIÓN DE MUCHOS TEMORES SOMBRÍOS. Yo caminé por el jardín, y vi un lugar donde todo el sendero estaba cubierto de hojas y ramas quebradas, y piedras, y vi la tierra removida sobre los macizos de flores y las raíces estaban expuestas al aire: todo se encontraba en desorden. ¿Habría andado algún perro divirtiéndose por allí? O, ¿algún niño maldoso habría estado haciendo travesuras? Si fuera así, habría sido una lástima. Pero no, en uno o dos minutos, vi que regresaba el hortelano, y percibí que él había estado causando todo este desorden. Había estado cortando, y cavando y macheteando, y desordenando; y todo lo había hecho por el bien del huerto.

Puede ser que les haya sucedido a algunos de ustedes que han sido sustancialmente podados últimamente, y en sus asuntos domésticos las cosas no han mostrado un buen estado como ustedes habrían deseado: puede ser que en la iglesia hayamos visto algunas malas hierbas arrancadas, y ramas estériles chapodadas, de tal forma que todo esté en déshabillé (en traje de casa). Bien, si el Señor lo ha hecho, nuestros temores sombríos son infundados. "Pensando que él es el jardinero," todo está bien.

Comentaba esto con un amigo mío, y le decía: "Pensando que él es el jardinero", entonces la serpiente la pasará muy mal. Pensando que Adán es el hortelano, entonces la serpiente entra y tiene una conversación con su esposa, y de allí brota el mal; pero pensando que Jesús es el hortelano, ay de ti, serpiente: recibirás un golpe en la cabeza en menos de medio minuto si te presentas dentro de los límites. Así que, si tememos que el diablo entre en medio de nosotros, debemos suplicar siempre en oración que no haya espacio para el demonio, porque el Señor Jesucristo lo llena todo, y mantiene alejado al adversario.

Otras criaturas además de serpientes se cuelan en los huertos; orugas y gorgojos, y todo tipo de criaturas destructoras están listas a devorar a nuestras iglesias. ¿Cómo podemos mantenerlas alejadas? La pared más alta no podría ahuyentarlas: sólo hay una protección, que es, "Pensando que él es el jardinero." Así está escrito: "Reprenderé también por vosotros al devorador, y no os destruirá el fruto de la tierra, ni vuestra vid en el campo será estéril, dice Jehová de los ejércitos."

A veces me inquieta la pregunta, ¿Qué pasaría si las raíces de amargura brotaran entre nosotros para turbarnos? Todos somos criaturas tan falibles. Suponiendo que algún hermano permitiera que la semilla de la discordia creciera en su pecho, entonces podría haber una hermana en cuyo corazón podría brotar esa semilla, y desde allí las semillas volarían a otra hermana, y serían esparcidas por todos lados hasta que los hermanos y hermanas llevaran todos amargura y ajenjo en sus corazones. ¿Quién podría impedir esto? Únicamente el Señor Jesús por Su Espíritu. Él puede mantener alejado este mal, "Pensando que Él es el hortelano." La raíz que produce ajenjo crecerá muy poco allí donde Jesús está. Habita con nosotros, Señor, como una iglesia y pueblo: por Tu Santo Espíritu reside con nosotros y en nosotros, y no te separes nunca de nosotros, y entonces no brotará ninguna raíz de amargura que nos turbe.

Luego viene otro temor. Supongan que las aguas vivas del Espíritu de Dios no vinieran a regar el huerto, ¿qué pasaría entonces? Nosotros no podemos hacer que fluyan, pues el Espíritu es un soberano, y Él fluye por donde quiere. Ah, pero el Espíritu de Dios estará en nuestro huerto, "Pensando que nuestro Señor es el hortelano." No debemos tener miedo de que no seamos regados cuando Jesús toma a Su cargo el hacerlo. "Yo derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida." Pero, ¿qué pasaría si la luz del sol de Su amor no brillara en el huerto? ¿Qué pasaría si los frutos no maduraran nunca, si no hubiera paz, ni gozo en el Señor? Eso no puede suceder, "Pensando que él es el jardinero"; pues Su rostro es el sol, y Su faz esparce esos rayos que dan salud, y calor nutritivo, y esas influencias perfeccionadoras que son necesarias para la maduración de los santos en toda la dulzura de la gracia para la gloria de Dios.

Así, "Pensando que él es el jardinero" al fin de este año, arrojo lejos mis dudas y temores, y los invito a que lleven a la iglesia en su corazón para hacer lo mismo. Todo está bien en la causa de Cristo porque está en Sus manos. Él no fallará ni se desalentará. La voluntad de Jehová será en Su mano prosperada.

V. En quinto lugar, hay UNA ADVERTENCIA PARA LOS INDOLENTES, "Pensando que él es el jardinero." En esta gran congregación muchos son para la iglesia lo que la mala hierba es para el huerto. No son plantados por Dios; no es están creciendo bajo Sus cuidados y no están produciendo ningún fruto para Su gloria.

Mi querido amigo, he procurado a menudo alcanzarte, influir en ti, pero no puedo hacerlo. Ten cuidado; pues uno de estos días, "Pensando que él es el jardinero", Él vendrá a ti, y sabrás lo que esta palabra significa: "Toda planta que no plantó mi Padre celestial, será desarraigada." Tengan mucho cuidado, se los ruego.

Otros entre nosotros son como los pámpanos de la vid que no dan fruto. A menudo hemos hablado muy severamente a estos, diciéndoles la verdad honesta en un lenguaje inconfundible, y sin embargo, no hemos tocado sus conciencias. Ah, pero "Pensando que él es el jardinero," Él cumplirá esta frase: "Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará." Él te descubrirá, aunque nosotros no podamos hacerlo. Quiera Dios que antes de que este año acabe, ustedes se vuelvan al Señor con pleno propósito de corazón; de tal forma que, en vez de ser una mala hierba, se vuelvan una preciosa flor; que en vez de ser un palo seco, sean un pámpano de la vid lleno savia y muy fructífero.

Que el Señor nos conceda esto; pero si alguien aquí necesita la advertencia, yo le suplico que abra su corazón de inmediato. "Pensando que él es el jardinero", no hay forma de escapar a Su ojo; no habrá quien rescate de Su mano. Así como "Limpiará su era,. . ., y quemará la paja en fuego que nunca se apagará," así limpiará completamente Su huerto y echará fuera toda cosa indigna.

VI. Otro conjunto de pensamientos puede muy bien presentarse como UN TIRO DE GRACIA PARA LOS QUE SE QUEJAN, "Pensando que él es el jardinero." Algunos de nosotros hemos sido conducidos a sufrir mucho dolor físico, que a menudo muerde los espíritus, y abate el corazón: otros han sufrido fuertes pérdidas temporales, y no han tenido éxito en el negocio, sino, al contrario, han tenido que soportar privación, y tal vez incluso penurias. ¿Están prestos a quejarse del Señor por todo esto? Yo les ruego que no lo hagan. Admitan en su mente la suposición del texto en este día. El Señor ha estado podándolos agudamente, cortando las mejores ramas, y ustedes parecen ser una cosa despreciada, que es constantemente atormentada con el cuchillo.

Sí, pero "Pensando que él es el jardinero", supongan que su amante Señor ha obrado todo esto, que de Su propia mano ha venido todo su dolor, cada corte, cada incisión, y cada poda: ¿acaso no altera esto el caso? ¿Acaso no lo ha hecho el Señor? Bien, entonces, pon tu dedo en tu labio y calla, hasta que seas capaz de decir de todo corazón: "Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito." Estoy persuadido de que el Señor no ha hecho nada fuera de lugar a nadie de Su pueblo; que ningún hijo Suyo podría quejarse justamente porque haya sido azotado con demasiada severidad; y que ningún pámpano de la vid podría declarar verdaderamente que haya sido podado de manera innecesaria.

No; lo que el Señor ha hecho es lo mejor que se podía hacer, y exactamente aquello que ustedes y yo, si poseyéramos infinita sabiduría y amor, habríamos deseado que se nos hiciera; por tanto, ahoguemos cada pensamiento de murmuración, y digamos, "el Señor lo ha hecho", y alegrémonos.

Me dirijo en especial a aquellos que han sufrido una pérdida sensible. Difícilmente podría expresarles cuán extraño me siento en este momento cuando mi sermón revive un recuerdo tan dulce salpicado con suma amargura. Yo estaba sentado con mi amigo y secretario en aquel huerto hace algunos quince años, y entonces gozábamos de perfecta salud, y nos regocijábamos en la bondad del Señor. Regresamos a casa, y cinco días después yo fui herido con un dolor que me incapacitó; y peor, mucho peor que eso, él tuvo que sufrir la pérdida de su esposa. Nos dijimos el uno al otro cuando estábamos sentados allí, leyendo la palabra de Dios y meditando. "¡Cuán felices somos! ¿Nos atreveríamos a pensar que somos tan felices? ¿No debe terminar muy pronto todo esto?" Poco imaginaba que tendría que decir por él: "ay, hermano mío, tú estás muy abatido, pues te ha sido arrebatado el deleite de tus ojos."

Pero he aquí nuestro consuelo: el Señor lo ha hecho. La rosa más hermosa del jardín ha partido. ¿Quién se la llevó? El jardinero vino por aquí y la cortó. Él la plantó y la cuidó, y ahora se la ha llevado. ¿Acaso no es esto muy natural? ¿Lloraría alguien por esa causa? No; todo el mundo sabe que es correcto y de acuerdo al orden de la naturaleza, que Él venga y recoja lo mejor del huerto. Si estás tremendamente turbado por la pérdida de tu ser amado, calma tu dolor cuando pienses que Él es el jardinero.

¿Besar la mano que te trajo tal dolor? Amado hermano, recuerda que la próxima vez que el Señor venga a tu lugar del huerto, -y podría hacerlo la próxima semana-, sólo recogerá Sus propias flores, y ¿evitarías que lo hiciera si pudieras?

VII. "Pensando que él es el jardinero," entonces hay UNA PERSPECTIVA PARA EL ESPERANZADO. "Pensando que él es el jardinero," entonces espero ver en el huerto donde Él obra, la mejor prosperidad posible: no espero ver ninguna flor seca, ni árbol sin fruto: espero ver que el fruto más rico y más exótico, acompañado de las flores más hermosas, sean presentados diariamente al grandioso Propietario del jardín. Esperemos eso en esta iglesia, y oremos por ello. Oh, si sólo tuviéramos fe, veríamos grandes cosas. Nuestra incredulidad es la que limita a Dios. Creamos grandes cosas provenientes de la obra de Cristo por Su Espíritu en medio de los corazones de Su pueblo, y no nos veremos desilusionados.

Entonces, queridos amigos, "Pensando que él es el jardinero," podemos esperar un trato divino de indecible preciosidad. Regresen al Edén por un minuto. Cuando Adán era el hortelano, ¿qué pasó? El Señor Dios paseaba en el huerto, al aire del día. Pero, "Pensando que ÉL es el jardinero," entonces tendremos al Señor Dios habitando entre nosotros, y revelándose en toda la gloria de Su poder, y en la plenitud de Su corazón Paternal; conduciéndonos a conocerle, para que seamos llenos de toda la plenitud de Dios. ¡Qué gozo es esto!

Otro pensamiento más. "Pensando que él es el jardinero," y que Dios viene y se pasea entre los árboles del huerto, entonces yo espero que Él se llevará el huerto completo arriba con Él a cielos más hermosos; pues Él resucitó y Su pueblo debe resucitar con Él. Yo espero un bendito transplante de todas estas flores de aquí abajo a una atmósfera más clara arriba, lejos de todo este humo y niebla y humedad, hacia arriba, donde el sol nunca se nubla, donde las flores no se secan, donde los frutos no se pudren. Oh, qué gloria gozaremos entonces allá arriba, sobre colinas de especias en el huerto de Dios.

"Pensando que él es el jardinero", qué huerto formará arriba, y cómo creceremos ustedes y yo allí, desarrollándonos más allá de lo imaginable. "Aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es." Puesto que Él es el autor y consumador de nuestra fe, ¡a qué perfección nos conducirá, y a qué gloria nos llevará! ¡Oh, que seamos encontrados en Él! ¡Que Dios nos conceda que así sea! Ser plantas de Su huerto, "Pensando que él es el jardinero," es todo el cielo que pudiéramos desear.

 

 

viernes, 20 de noviembre de 2015

NOS BENEFICIAMOS MÁS DE LA MEDITACIÓN QUE DE LA AUDICIÓN


“Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.” Santiago 1:22-25.

Santiago no es dado a especulaciones. Esta máxima, “Por sus frutos los conoceréis,” parece haberse posesionado de su mente y siempre está exigiendo una santidad práctica. No está satisfecho con los capullos del escuchar sino que requiere los frutos de la obediencia.
No voy a hablar de manera muy extensa, aunque sí espero hablar con mucho denuedo, de dos clases de oidores: la primera, la clase que no es bienaventurada, y la segunda, la clase que, conforme al texto, es bienaventurada en lo que hace.
I.         Primero, LA CLASE QUE NO ES BIENAVENTURADA.
Son oidores, pero son descritos como oidores que no son bienaventurados. Ellos oyen: algunos de ellos lo hacen con bastante regularidad y otros muy de vez en cuando, sólo para pasar el rato; y oyen con considerable atención, porque aprecian una buena charla. Tal vez estén interesados en doctrina ya que cuentan con algún pequeño conocimiento del sistema cristiano, y a ellos les gusta discutir algunos puntos de ese sistema. Además, ansían poder decir que oyeron predicar a alguien que se ha vuelto famoso. Pero no se les ha ocurrido poner en práctica lo que oyen. Han oído un sermón sobre el arrepentimiento, pero no se han arrepentido. Han oído el clamor del Evangelio diciendo: “¡Cree!,” pero no han creído. Ellos saben que aquel que cree es purificado de sus antiguos pecados pero no han experimentado ninguna purificación, sino que siguen siendo como eran. Ahora, si me estoy dirigiendo a algunos de ellos, permítanme que les diga: es claro que ustedes no son bienaventurados y no podrán serlo.
Debemos rumiar, igual que el ganado, si queremos obtener nutrimento del alimento espiritual; pero pocos hacen esto. Es una gran misericordia para nosotros, considerando la cantidad de sinsentido que hay en el mundo, que tengamos dos oídos de manera que dejemos entrar a las palabras ociosas por un oído y las dejemos salir por el otro; pero es una gran lástima que usemos esos dos oídos de esa misma manera con respecto a la palabra de Dios.
Dale alojamiento, querido amigo. No permitas que el Evangelio entre por un oído y salga por el otro. ¿Que cómo has de evitarlo? Pues bien, déjalo que entre por los dos oídos. Que tenga dos caminos de entrada directamente hacia el alma, y cierra tus oídos una vez que la verdad haya entrado completamente, y fuérzala a permanecer en la cámara de tu alma.
 Cuánta bendición recibirían los hombres si se llevaran la palabra a casa con ellos, si desarmaran el texto, lo sopesaran, lo consideraran y oraran pidiendo una aplicación personal de esa palabra. Entonces se volverían espiritualmente sabios por la enseñanza del Espíritu Santo. Pero, ay, son oidores irreflexivos. Se ven en el espejo y se van.
David, en el Salmo ciento tres habla de aquellos que se acuerdan de los mandamientos del Señor para ponerlos por obra, y esa es la mejor memoria. Procuren tenerla.
He descrito así a ciertos oidores, y me temo que tenemos a muchos de esos en todas las congregaciones; oidores que admiran, oidores que son afectuosos, oidores apegados, pero que todo el tiempo son oidores carentes de bienaventuranza porque no son hacedores de la obra.
Nos hemos preguntado cómo es posible que no confesaran nunca ser seguidores de Cristo, pero sospechamos que no han hecho nunca esa confesión porque no sería verdadera; y sin embargo, son muy buenos, muy benevolentes, son útiles para la buena causa y sus vidas son muy rectas y encomiables, pero nos aflige que no sean cristianos resueltos.
Una cosa les falta: no tienen fe en Cristo. Me sorprende verdaderamente ver cómo algunos de ustedes pueden favorecer tanto todo lo que tenga que ver con las cosas divinas, y no obstante, no tienen ninguna participación en el buen tesoro.
No puedo entenderlos a ustedes; todo está listo, y han sido invitados y persuadidos a venir, y sin embargo, se contentan con perecer de hambre. Yo les ruego que reflexionen y le pido al Espíritu de Dios que los haga hacedores de la palabra, y no únicamente oidores, pues se engañan a ustedes mismos.
Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.”

II.      Segundo   LA CLASE QUE ES BIENAVENTURADA

Notemos que este oidor que es bienaventurado es, antes que nada, un oyente atento, ávido y humilde. Noten la expresión. Él no mira sobre la superficie de la ley de la libertad y sigue adelante, sino que mira en ella. Se trata de la misma palabra que es utilizada en el pasaje, “cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles,” y la palabra griega pareciera implicar algo así como encorvarse para mirar muy atentamente en el interior de algo. Así sucede con el oidor que obtiene la bendición. Oye el Evangelio y dice: “Voy a mirar en esto. Hay algo aquí que merece la atención.” Se encorva y se convierte en un niñito para poder aprender.
Explora como lo hacen los hombres que están buscando diamantes u oro. “Voy a ver en el interior de esto,” dice.  
No será por falta de examen que lo deje escapar.” Tal individuo oye con mucha atención y aplicación, abriendo su alma a las influencias de la verdad y deseando sentir su santo poder para poner en práctica sus divinos mandamientos. Así debe ser un oyente: un oidor atento cuyos sentidos están despiertos para recibir y retener todo lo que pueda aprenderse. Está implícito, también, que es un oidor reflexivo, estudioso y escrutador: mira en la perfecta ley.
Pregunta a todos aquellos que se supone que saben. Le gusta juntarse con cristianos experimentados para oír acerca de sus experiencias. A él le encanta acomodar lo espiritual a lo espiritual, analizar minuciosamente un texto y ver qué relación guarda con otro texto y con sus propios componentes, pues pone mucho empeño cuando oye la palabra.
Hay, queridos amigos, tal como lo he dicho antes, muchos oyentes son demasiado superficiales; escuchan lo que se dice, y allí termina todo, pues nunca buscan la médula de los huesos. El oyente que obtiene una bendición primero pone toda la atención de su corazón, y posteriormente mantiene su corazón saturado con la verdad gracias a un denodado y diligente estudio escrutador de ella, y así, mediante la enseñanza del Espíritu, descubre cuál es la mente de Dios para su alma. Luego este oyente sigue adelante. Mirando tan fijamente descubre que el Evangelio es una ley de libertad: y ciertamente lo es.
Bienaventurada es la condición de quienes están libres de la ley de Moisés y están bajo la ley de Cristo, quien emancipa al alma de toda forma de esclavitud. No hay ningún gozo como el gozo del perdón, no hay liberación como la liberación de la esclavitud del pecado, no hay libertad como la libertad de la santidad, la libertad de acercarse a Dios.
Quien escucha el Evangelio rectamente pronto descubre que hay algo en él que quitará cada grillete de su alma. Mira, y mira, y al fin ama esa perfecta ley de libertad que libera a su alma para correr en el camino de los mandamientos de Dios. Ojalá que todos ustedes lo entendieran, y tuvieran una participación en sus beneficios. Este es el hombre que es bendecido mientras oye. Pero se agrega que persevera en ella. Si tú oyes el Evangelio y no te bendice, óyelo de nuevo. Si has leído la palabra de Dios y no te ha salvado, léela de nuevo. Ella es capaz de salvar tu alma.
¿Has estado escudriñando a lo largo de un libro agraciado y sincero, y no pareció adecuarse a tu caso? Prueba otro.
Oh, si los hombres buscaran la salvación como buscan un tesoro oculto no les tomaría mucho tiempo antes de que la encontraran.
Yo recuerdo, cuando estaba buscando a Cristo, cómo leí el libro de Religión o Cristo con una avidez tal como la que mostraba cuando siendo un muchacho yo leía algún cuento divertido pues devoraba cada página ávidamente.   Leí cada página, y absorbí cada palabra, aunque el libro fue sumamente amargo para mí. Yo necesitaba a Cristo, y si podía encontrarlo, y encontrar la vida eterna por medio de Él, no me importaba con cuánta frecuencia mis ojos se cansaran por falta de sueño por la lectura.
Oh, si llegan a esto: que tienen que tener a Jesús, lo tendrán. Si su alma es conducida a sentir que van a buscar en todo el cielo y en toda la tierra, si fuera necesario, pero que van a encontrar al Salvador, ese Salvador pronto se aparecerá ante ustedes. El oyente que busca la salvación “mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad,” y persevera en ella.
Por último, se agrega que este hombre no es un oyente olvidadizo, sino un hacedor de la palabra, y que será bienaventurado en lo que hace. ¿Se le indica que ore? Él ora de la mejor  manera que puede.
 ¿Se le ordena que se arrepienta? Entonces le pide a Dios que lo capacite para arrepentirse. ¿Se le ordena que crea? Él dice: “Señor, creo; ayuda mi incredulidad.” Pone en práctica todo lo que oye. Yo desearía que tuviéramos miles de oyentes de esa clase.
Me acuerdo haber leído acerca de cierto individuo que oyó que hay que dar a Dios el diezmo de nuestros ingresos. “Bien”—dijo él—“eso está bien, y yo lo haré”; y guardó su promesa. Oyó que Daniel se acercaba a Dios en oración tres veces al día. Ese hombre dijo: “eso está bien; yo lo haré”; y practicó un triple acercamiento al trono de la gracia cada día.
 Cada vez que oía algo que era excelente lo convertía en una regla y lo ponía en práctica de inmediato. Formó así hábitos santos y un noble carácter, y se convirtió en un bienaventurado oidor de la palabra.
Queridos amigos, nuestro texto no dice que tal hombre es bienaventurado por el acto, sino dice que tal hombre es bienaventurado en el acto. Aquel que hace lo que Dios le indica no es bienaventurado por ello, sino que es bienaventurado en ello. El feliz resultado nos llegará en el acto de obediencia. Que Dios les conceda la gracia de que, a partir de ahora, siempre que el Evangelio sea predicado, con la energía que el Espíritu de Dios infunde en ustedes sean movidos a decir: “yo lo haré.
No voy a soñar al respecto, o a hablar al respecto, o a preguntar al respecto, o a decir: yo lo haré, sin hacerlo, sino que ahora, de inmediato, realizaré el acto que ha sido ordenado.”
Concluyo con esta sugerencia práctica. Para algunos de ustedes que me oyen en este día, la porción restante de su vida es corta. Están cubiertos de cabellos grises y, de acuerdo al curso de la naturaleza, pronto habrán de estar delante de su Juez. ¿No sería bueno que pensaran acerca del otro mundo y consideraran cómo van a comparecer delante de su Señor en el último gran día?
El Evangelio dice: “Cree en el Señor Jesucristo,” lo que en otras palabras significa, “Confía en Él.” Arrepiéntete; confiesa tu pecado, abandónalo y mira a Cristo para quedar limpio.
Ese es el camino de la salvación, “El que creyere y fuere bautizado, será salvo.”
Tú sabes todo acerca del camino de la vida. Te estoy contando una historia que has oído miles de veces, pero la pregunta es, ¿cuándo vas a hacerlo? “Pronto, amigo,” dices tú.
 ¿Pero no estabas aquí cuando este Tabernáculo fue inaugurado? “Sí,” respondes, “creo que sí.” En aquel entonces dijiste: “pronto,” y ahora dices: “pronto.” Creo que dirás: “pronto” hasta que esa palabra “pronto” se encuentre con esta pesada sentencia, “Demasiado tarde, demasiado tarde; no puedes entrar ahora.”
Pon cuidado para que este no sea tu caso antes de que este día haya concluido. Algunos hombres mueren de pronto.  
 Viendo que la vida es tan precaria, ¿no sería lo mejor que buscaras inmediatamente al Señor mientras puede ser hallado, y que lo invoques mientras está cerca?
Yo sugeriría que no comenzaras a chismear y a hablar en el camino de regreso a casa, sino que te quedaras a solas un poco de tiempo tranquilamente.
¿Respondes que no tienes ningún lugar donde puedas estar a solas? Eso no es cierto, pues puedes encontrar un lugar u otro.
  Hay muchos lugares que pueden ser tan buen lugar como la falda de una montaña si tu corazón desea una soledad real.
Me temo que algunos  no piensan nunca. En cuanto a pensar, si sus cerebros fueran suprimidos, muchos  vivirían sin ellos casi tan bien como lo hacen ahora. Los cerebros de algunas personas son útiles únicamente como un tipo de sal que las protege de que se echen a perder por la muerte.
 La gran mayoría de la gente piensa poco, con la excepción de este pensamiento: “¿qué comeremos, y qué beberemos?”
Te ruego que pienses un poco. Haz una pausa y considera lo que Dios el Señor pone ante ti. Sé un hacedor de la obra. Haz lo que Dios te ordena.
Si te pide que te arrepientas, arrepiéntete; si te pide que creas, cree; si te pide que ores, ora; si te pide que aceptes Su gracia, con la ayuda de Dios, hazlo.

Oh, que lo hagas de inmediato, y para el Señor será la alabanza por los siglos de los siglos. Amén

martes, 10 de noviembre de 2015

MI NUEVA VIDA EN CRISTO

Nací en 1961 en una aldea del interior de la provincia de Orense en el seno de una familia humilde, cuya religión católico romana regía sus modestas vidas. 
Mi deseo de servir a Jesús comenzó muy temprano en mi vida ya desde muy niño. Después en mi compromiso como catequista; como Presidente provincial de Juventudes Marianas Vicencianas; o en el Centro Vocacional de los Paules en Salamanca. Siempre me entregué con sinceridad y de forma genuina en aquella vida religiosa. Asistir a la iglesia llenaba un hueco en mi vida, pero yo sentía que me faltaba algo. Había muchas preguntas que quedaban sin respuestas; en especial, la más importante de todas: ¿Cómo debía comportarme para morir e ir al cielo, con Dios? No hallaba respuesta alguna por ningún lado.
 La vida de los religiosos, monjas y sacerdotes que despertó mi curiosidad. Sin embargo, su vibrante fe no encajaba con mi enfoque lógico y racional. Seguí buscando respuesta para llenar aquél vacío que embargaba mi alma.
Durante mucho tiempo, pensé que bastaba con “ser bueno”; con “hacer buenas obras”, con “ser una persona moral” o con servir a los demás. Ahora comprendo que todas estas cosas son importantes, pero que ninguna de ellas es transformadora. No son lo mismo que llegar espiritualmente a conocer a Jesús. Eso sólo sucede cuando entramos en una relación personal y transformadora con Jesucristo.
(El por qué estoy compartiendo mi historia, es muy simple: Quiero ayudar a otros para que lleguen a ese punto decisivo para conocer a Cristo como Salvador y Señor; para que el nombre de Dios sea glorificado por cada alma rescatada de las garras del poder del pecado.)
 Hasta qué el Señor me abrió los ojos mientras vestía la imagen de una virgen, y pude ver con horror qué estaba adorando. No era más que un trozo tosco de madera, con un rostro y manos muy logrado , pero qué ni oía, ni veía, ni hablaba.
  En mi peregrinar espiritual comencé a leer sobre el Islám, y filosofías orientales. Pero desencantado de todas ellas, me resigné a mi destino.
Sin saberlo entonces, los planes de Dios para mi vida, se estaban llevando a cabo de una forma imperceptible para mí después de haber abandonado aquella vida religiosa.
Inicialmente, hubo un período de preparación, durante el cual Dios me estaba atrayendo hacia Él. Me mostraba Su bondad Su amor. Permitía que pasara por dificultades. Me llevaba hasta el punto más extremo de mis propios recursos. Pero tenía en mente una meta.   Era llevarme a un punto en el que pudiera confiar en Él y entregarme a Su cuidado.
Fue una noche lejos de España, en un pueblo llamado Shilbrug-Dorf de Zurich, Suiza, (donde había llegado con un contrato anual de estudiante  para trabajar y aprender alemán) cuando tuve el encuentro con Jesús; fue allí donde Él me encontró, perdido y cargado de pecados.
 Aquella noche de enero de 1984, ya en la madrugada, sintonicé una emisora de habla hispana; y un programa, La Voz de Salvación. Me dejé caer en la cama, y así mirando al techo escuchaba como la voz de aquel locutor me presentaba el Plan de Salvación a través de Jesucristo El Hijo de Dios.
Hasta entonces nunca había escuchado que la salvación y el perdón de mis pecados se recibían sólo por Fe en Jesucristo. Aquello produjo un shok en mi mente, en mi alma y en mi corazón; y creí. Caí de rodillas en medio de la habitación. Recuerdo como si fuera ahora aquel instante. Todo el peso de mis pecados los tomó Cristo, y me libró de la muerte eterna. Toda la pesada carga sobre mi alma desapareció. Me levanté del suelo, salvado, nacido de nuevo por fe en Jesucristo.
A partir de ese punto comenzó una relación nueva, con un compromiso profundo. Puedo decir que Él ha hecho todo lo posible para cumplir con el compromiso que adquirió conmigo en el momento en que yo me comprometí con Él. Durante años, estuve buscando y luchando. Para mí, el camino fue pedregoso y lleno de caidas. 
En aquella transición crítica en mi vida, comprendí muy poco el profundo cambio que se estaba produciendo.
 Ahora, gracias a lo que he aprendido de la Biblia, de enseñanzas sólidas, las circunstancias de la vida, tengo una comprensión mucho mejor de la forma en que una persona entra y sale de esa relación vital.
Todo tiene un comienzo.
El nuestro comienza en el Génesis, el primer libro de la Biblia. La palabra “Génesis” significa “comienzo”. Allí vemos cómo eran las cosas cuando Adán, el primer hombre, caminaba de cerca a Dios. Dios lo amaba profundamente, y Adán respondía con un cálido afecto a ese amor. Ambos sentían un profundo deleite en la franqueza, la confianza y la compañía que experimentaban en aquella relación mutua.
El trabajo era distinto a lo que es hoy. Era productivo y daba satisfacción; estaba libre de estrés, ansiedad, corrupción o fallas éticas.
Pero, lamentablemente, el Paraíso duró poco. Lo que sucedió entonces ha tocado la vida de cada uno de nosotros.
En la Biblia se nos dice que la humanidad heredó un defecto fatal cuando Adán cedió ante la tentación y se rebeló contra Dios. La raíz de todo aquello era que había decidido caminar por su cuenta, abandonando el extraordinario vínculo que había tenido con Dios al principio. A partir de este punto, incluyendo a los propios hijos de Adán y Eva, la naturaleza del ser humano ha estado dominada por la violencia, la codicia, los celos, el odio y la rebelión. La Biblia le da a todo esto el nombre de pecado. Su consecuencia: la muerte.
El Antiguo Testamento es un relato sobre la lucha del ser humano contra el pecado y sus consecuencias. Dios estableció unos métodos temporales para sustituir esta naturaleza caída, pero esos métodos no hacían nada que pudiera cambiar esa naturaleza. Seguía siendo la misma. Tampoco ha mejorado con el paso del tiempo, el aumento de la educación, los descubrimientos científicos ni la prosperidad económica. La naturaleza básica o “caída” del ser humano no ha sufrido alteración alguna desde los tiempos de Adán.
Poco después de entrar el pecado en la raza humana a través de Adán, Dios predijo la venida de uno que remediaría aquel defecto fatal. Entonces identificó a un pueblo, el hebreo, como la familia de la cual saldría esa persona. Durante centenares de años, los profetas hebreos fueron haciendo revelaciones acerca de aquél que restauraría aquella relación que había sido quebrantada
 Y en el Nuevo Testamento.
Nació un profeta incomparable llamado Juan. Éste, Juan el Bautista, llamó al pueblo a arrepentirse, o a cambiar su forma de vivir, y a recibir el perdón de sus pecados.
Miles de personas respondieron y fueron bautizadas como evidencia de que se habían apartado de su manera profana de vivir.
Juan vino para prepararle el camino a Aquél que traería consigo la restauración plena. Él llevó al pueblo tan lejos como pudo. Pero afirmó con toda claridad que, por iniciativa divina, lo seguiría otro, Jesús, que iría a la raíz del problema: la misma naturaleza pecaminosa.
Cuando las personas se arrepentían de sus pecados como respuesta a la predicación de Juan el Bautista, su corazón quedaba preparado para tratar con el pecado, que era el verdadero problema. La verdadera importancia de Jesús, el representante perfecto de Dios en forma humana, es que Él, y solo Él, tenía las credenciales necesarias para lidiar con la raíz.
En cierto sentido, Jesús era como Adán y Eva. Ambos hombres habían nacido libres del defecto del pecado. Ambos fueron tentados, y eran capaces de pecar. Pero aquí es donde ambos tomaron direcciones radicalmente distintas. Mientras que Adán sucumbió ante la tentación, Jesús no lo hizo. Llevó una vida perfecta, y sirvió como ejemplo impecable de la forma en que debe vivir el ser humano.
Ahora bien, más que su vida, son su muerte y su resurrección las que forman la base de nuestra transformación personal. Puesto que es tan vital que entendamos la exclusividad y el alcance de lo que Jesús logró, ahora veremos este momento tan decisivo en la historia. Como un autor lo describió, es “la mayor historia que se haya contado jamás”.
Como ya hemos visto, en el principio Dios creó al ser humano. Casi de inmediato, el ser humano cayó en rebelión.
 Luego, después de miles de años de preparación, en el momento preciso, Dios hizo que por obra del Espíritu Santo fuera embarazada una joven virgen llamada María, quien estaba comprometida con un carpintero llamado José. El hijo que nació de ella era el propio Hijo de Dios.
Siendo joven, Jesús trabajó en la carpintería de su padre. Aunque se enfrentó a las tentaciones a las que nos enfrentamos todos, creció sin pecado alguno.
Cuando tenía alrededor de treinta años de edad, dejó su oficio para comenzar a proclamar el mensaje del Reino de su Padre celestial. Decenas de miles lo siguieron, un gran número fueron sanados, e incluso hubo muertos que fueron resucitados.
Los líderes religiosos y del gobierno lo consideraron una amenaza. Por eso, colaboraron para disponer su muerte, basados en falsas acusaciones. Jesús fue traicionado, arrestado, juzgado, azotado y clavado a una cruz. Su sentencia de muerte por crucifixión era la destinada a los criminales comunes. Él no se defendió, sino que fue voluntariamente, aunque habría podido llamar a un inmenso número de ángeles para que lo rescataran. En palabras del profeta Isaías, fue como el cordero que va al matadero. Y murió.
En la cruz, Jesús dijo: “Todo se ha cumplido”.
Éste es el punto más dramático de toda la historia, porque Jesús no se estaba refiriendo sólo a su vida, sino también al problema del pecado.

Él se había convertido en el remedio de Dios. Gracias a su obediencia, había satisfecho la exigencia de Dios como “el sacrificio perfecto por el pecado”. Por eso el cristianismo, despojado de la cruz, no es cristianismo.
Jesús fue puesto en la sepultura de un influyente líder judío. Sellaron la tumba. Tres días más tarde, para perplejidad hasta de sus seguidores más cercanos, resucitó de entre los muertos. Sus discípulos encontraron la tumba vacía, y se sintieron sacudidos hasta lo más profundo de su ser.
Pero Jesús se les apareció a ellos, y después a centenares más. Los consoló y tranquilizó, afirmándoles que aquellos increíbles sucesos habían estado en el centro mismo de los propósitos de Dios.
Después de cuarenta días, subió al cielo, donde se reunió con Dios, su Padre. Entonces el Padre le concedió a su Hijo el honor más alto y supremo de ser cabeza de todo lo que hay en la tierra y en los cielos. Así, Jesús fue hecho tanto Señor como Cristo, posiciones que sigue teniendo hoy. “Señor” se refiere a dominio. “Cristo” se refiere a su capacidad para salvar. Él, y sólo Él, se convirtió en el Salvador de la humanidad.
Desde su lugar de autoridad, Jesús nos invita a convertirnos en seguidores suyos; en nuevas criaturas.
¿Quién puede decir que esto no es algo totalmente asombroso? No estoy seguro de que la mente humana tan limitada, lo pueda captar por completo. ¿Qué clase de amor es éste, el que un padre sacrifique a su único hijo?
Sin embargo, esto sucedió, y muy literalmente, por una razón central y majestuosa: para que usted que lee esto, y yo podamos restablecer la clase de relación personal con Dios que Él quería que existiera desde el principio. Él fue quien hizo posible que volviéramos a estar en su presencia. Así se convirtió en la respuesta a la pregunta más importante de la vida. Gracias a ÉL, en estos momentos está leyendo esto, y el Espíritu Santo le está mostrando que Jesús es el Camino, y la Verdad, y la Vida; y que usted necesita para recibir la Salvación por fe en Cristo para poder estar un día en la presencia de Dios y vivir en la eternidad, alabando, adorando y glorificando a Dios. De lo contrario, amigo mío, usted si no acepta, ni cree en Jesucristo pasará la eternidad lamentándose de no haber tomado la decisión correcta.
Antes de continuar leyendo, pregúntese: ¿Quién puede ofrecerle el regalo de la Salvación, mas que Dios a través de su Hijo Jesucristo?
Yo responderá por usted:  SÓLO CRISTO.
 La consumación y la razón de ser de nuestra vida.
Hasta este momento, he tratado de dejar establecidas dos ideas básicas. La primera es la forma en que nuestra vida fue corrompida con el pecado que heredamos. La segunda es que Jesús vino como remedio a esa situación. Según la Biblia, estos hechos son una realidad.
Ahora, quiero que pensemos en la relación que hay entre esas dos realidades, y la posibilidad de que edifiquemos sobre ellas para ser transformados personalmente.
La clave para podernos apropiar de estas verdades consiste en creerlas y aplicarlas a nosotros mismos.
El verbo “creer” tiene el mismo significado que “tener fe en…”.
 Veamos más de cerca el concepto de creer, tal como se usa en la Biblia, puesto que en el Nuevo Testamento encontramos este verbo usado cerca de doscientas cincuenta veces.
En primer lugar, lo que no es creer.
Creer no es pensar de manera positiva ni alimentar unas esperanzas infundadas. No tiene que ver con tratar de ganarse una relación con Dios. No tiene que ver con las buenas obras, ni con el simple hecho de ser “una buena persona”. No nos convertimos en creyentes sólo porque estemos afiliados a una institución religiosa, o porque sigamos una tradición, ni porque hayamos nacido en una familia cristiana.
Para creer hace falta un objeto de nuestra fe. Creer es colocar nuestra confianza en alguien o algo. Es una palabra de acción. Implica tomar una decisión consciente. Decidimos creer o decidimos no creer. Ambas implican una decisión.
En su significado bíblico, creer es algo que compromete no sólo nuestra mente, sino también la profundidad de nuestro corazón, y no sólo nuestra mente. Cuando creemos, enlazamos las realidades mencionadas anteriormente con el compromiso de anclar nuestra esperanza en la persona de Jesús.
Cuando creemos, estamos respondiendo de manera positiva al amor que Dios nos tiene. Ese amor es tan profundo y tan amplio, que proporciona todo el contexto para todo lo que Él ha hecho por nosotros, y todo lo que Él espera de nosotros. Jesús quiere apasionadamente que estemos completos en nuestra relación con Él.
Aquí están los elementos claves por medio de los cuales nos llegamos a reconciliar con el Padre. Todos y cada uno de ellos tienen una importancia vital. Si uno solo de ellos estuviera ausente, podría impedir que nuestra relación fuera completa.
Nuestra condición:
Lo primero que necesitamos comprender es que estamos separados de Dios. El abismo que nos separa de Él es ancho y profundo. Heredamos por nacimiento un defecto fatal que nos imposibilita acercarnos a Dios. Como consecuencia, hemos vivido independientes de Él. La Biblia destaca esta realidad tan desoladora: “Pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios”. Si no podemos aceptar el hecho de que el pecado nos separa de Dios, nunca llegaremos espiritualmente a casa, porque no sentiremos la necesidad de un Salvador.
El remedio de Dios:
En segundo lugar, necesitamos tener una comprensión muy clara de quién es Jesús, y qué ha hecho Él por nosotros, para poder poner en Él nuestra fe con toda confianza. Jesús fue quien cerró la brecha que nos separaba de Dios. En palabras del apóstol Juan: “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Jesús no sólo era un buen hombre, un gran maestro o un inspirado profeta. Él vino a la tierra como el Cristo y el Hijo de Dios. Nació de una mujer virgen. Llevó una vida sin pecado. Murió. Fue sepultado. Resucitó al tercer día. Ascendió a los cielos, y allí se convirtió en Señor y Cristo.
La muerte y resurrección de Jesús a favor nuestro satisfizo las exigencias de Dios: una provisión completa para eliminar nuestro pecado. Este Jesús, y sólo Él, reúne las cualidades para ser el remedio de mis pecados y los suyos.
Nuestra respuesta: arrepentirnos y creer.
El arrepentimiento personal es vital en el proceso de transformación. La palabra “arrepentimiento” significa literalmente “un cambio en la manera de pensar”. Consiste en decirle al Padre: “Quiero acercarme a ti y apartarme de la vida que he llevado independientemente de ti. Te pido perdón por lo que he sido y lo que he hecho, y quiero cambiar de manera permanente. Recibo tu perdón por mis pecados”.
En este punto, son muchos los que experimentamos una notable “purificación” de cosas que se habían ido acumulando toda una vida, todas ellas capaces de degradar el alma y el espíritu de una persona. Sintamos o no el perdón de Dios, si nos arrepentimos, podemos tener la seguridad total de que somos perdonados. Nuestra confianza se basa en lo que Dios nos ha prometido, y no en lo que nosotros sintamos.
Llegamos a una relación personal con el Señor cuando tomamos la mayor decisión de la vida: el punto decisivo del que hablamos antes. Esa decisión consiste en creer que Jesús es el Hijo de Dios, el que murió por nuestros pecados, fue sepultado y resucitó de entre los muertos, y recibirlo por Salvador y Señor.
Cuando creemos de esta forma, nos convertimos en hijos de Dios. Está prometido expresamente en el evangelio de Juan: “Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios” (Juan 1:12).
¿Quiere recibir a Jesucristo como Salvador y Señor? Si quiere hacerlo, puede hacer una oración como ésta:
“Jesús, te necesito. Me arrepiento de la vida que he llevado alejado de ti. Te doy gracias por morir por mí en la cruz para pagar por el castigo de mis pecados. Creo que tú eres el Hijo de Dios, y ahora te recibo como mi Salvador y Señor. Consagro mi vida a seguirte.”
¿Hizo esta oración?
¿Le parece este transformador paso increíblemente simple? Es lamentable que se haya oscurecido tanto el concepto de acudir a Jesús de esta forma, y se haya envuelto en tantas ideas y palabras innecesarias, que se les ha robado a muchos la maravillosa sencillez de esta verdad. Es muy importante que eso no nos suceda a nosotros.
La transformación personal tiene por resultado una naturaleza totalmente nueva. Esa naturaleza reemplaza a la antigua, que había estado corrompida desde el principio. El apóstol Pablo lo describe de esta manera: “Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!” (2 Corintios 5:17).
 Pensemos en otros términos que se usan en la Biblia para describir el contraste total que existe entre lo viejo y lo nuevo. Cuando alguien se convierte en creyente, sale de las tinieblas para pasar a la luz (Hechos 26:18); sale de la esclavitud para pasar a la libertad (Romanos 8:21); sale de la muerte para entrar en la vida (Romanos 6:13).

En realidad, el nuevo creyente ha pasado por un segundo nacimiento. El primero fue un nacimiento natural, que vino unido a una naturaleza caída. El segundo es un nacimiento espiritual, libre de este defecto básico. Es un comienzo totalmente nuevo. Nos convertimos en una nueva persona.
Jesús dice: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna” (Juan 3:36). Hay algo del mismo cielo, vivo, activo e imperecedero, que habita en el nuevo creyente.
Para mí, éste es el mayor milagro que nos podríamos imaginar jamás, llegar realmente a la moradade nuestro Padre en los cielos,  con todo lo que esto significa en esta vida y en la eternidad.
La Palabra de Dios en la Biblia nos ayuda a comprender la magnitud del cambio experimentado por el nuevo creyente: “El nuevo carácter, siendo finito, sigue teniendo la posibilidad de cometer errores, y de hecho los comete, pero no es ésa la realidad más importante. La realidad verdaderamente importante es que todos los poderes de la persona son empleados de una forma nueva, y que sus movimientos son dignificados por una nueva dirección. Es un planeta errante que se vuelve estable en sus movimientos porque ha entrado en una nueva órbita”.
Ahora comprendo que esto es lo que me sucedió a mí en aquel momento en el cual le entregué mi vida a Cristo. Yo había sido un planeta errante, pero gracias a la generosidad, la paciencia y la misericordia de un Padre amoroso, mi vida se estabilizó. Fui llevado a una nueva órbita: recibido y convertido en un miembro de la familia de Dios.
Una vez se haya sentado una fundación espiritual sólida, podemos crecer en la nueva vida que Dios nos ha prometido. La Biblia le llama a esto “madurar en Cristo”. Y como yo mismo puedo dar fe, es un proceso diario, que dura toda la vida.
El propósito de Dios es que los nuevos creyentes nos convirtamos en personas distintas. Estamos “en proceso de construcción”. Estamos siendo transformados desde adentro hacia afuera. El arquitecto principal de estos cambios es Dios mismo. Como un Padre amoroso que es, Él acude a nuestro lado para dirigir personalmente nuestro crecimiento.
Por lo que he experimentado, y he podido observar en otros, surgen unos nuevos patrones de conducta drásticamente nuevos. Cambian los hábitos dañinos. Las actitudes, los pensamientos y la manera de hablar pasan a un nuevo nivel. Las motivaciones son sometidas a escrutinio. Nos preguntamos: “¿Por qué habré hecho eso?” Dios nos enseña a comportarnos de manera diferente, y nosotros seguimos adelante.
El proceso continúa. El egoísmo cede el lugar al servicio. Las relaciones con los demás son restauradas. Disminuyen la amargura, la envidia, los celos y los odios a medida que aumenta el amor. Experimentamos una nueva dimensión del gozo. No de un día para otro, pero sí de manera constante y progresiva. Se producen unos ajustes profundos. Entonces nos damos cuenta de que es cierto: somos realmente unas criaturas nuevas, porque Cristo está viviendo en nosotros.
Muy pronto, estos cambios internos se vuelven visibles. El nuevo creyente quiere reunirse con otros que también tienen su fe puesta en Cristo. No estamos solos. Así se forman nuevos lazos de confianza, amor y respeto mutuo.
La Biblia, la Palabra inspirada de Dios para nosotros, se convierte en una nueva amiga, ahora más relevante y comprensible. Nos encontramos con el Espíritu Santo, la presencia de Jesús mismo que habita en nosotros. Descubrimos que Él es un guía increíble, si le damos acceso.
Ahora bien, nuestra nueva relación trae consigo unas restricciones necesarias. No se trata de que “todo sea permitido”, porque vemos que nuestro Dios es un Dios santo. Lo debemos honrar, reverenciar y obedecer. Cuando aceptamos las elevadas normas que Él ha establecido para nosotros, comprendemos que son para beneficio nuestro. De hecho, todo cuanto Él nos proporciona y hace por nosotros, es para nuestro propio bien.
Nuestra nueva vida en Cristo no es una vida de éxitos continuos. Hay nuevos desafíos. Los viejos hábitos y las viejas relaciones no cambian con facilidad. Surgen los conflictos. Hasta hay fuerzas espirituales que se nos oponen. Dudamos. Nos desalentamos.
Sin embargo, las cosas son distintas. No estamos solos. Hemos entrado en una alianza nueva y viva con Jesucristo. Él nos guía. Nosotros lo seguimos. Nuestra fe está puesta sobre un fundamento nuevo, y ese fundamento es Cristo. Las palabras que Él nos dirige son maravillosas y tranquilizadoras: “Nunca te dejaré; jamás te abandonaré” (Hebreos 13:5).
Con el tiempo, esa vida transformada causa un impacto en todo lo que somos y hacemos.
Tal vez haya estado muy lejos del Señor, errando por doctrinas falsas que me alejaron de la senda segura del Evangelio de Jesús, como lo estuve yo hace años, viviendo de un modo incierto con respecto al propósito de la vida, a su final, a la eternidad. Pero déjeme decirle que dondequiera que se encuentre, una vez puesto un fundamento sólido, la aventura de crecer y vivir en Cristo no termina nunca.
El próximo paso lo tiene que dar usted. Lo exhorto a aceptar el reto, a aceptar a Jesús como Salvador y Señor de su vida. Si estos pensamientos y estas palabras son oportunos, le ruego que reflexione sobre ellos y, con la ayuda de Dios, tome una decisión porque el arrebatamiento de la Iglesia de Cristo está muy cerca.
Usted que lee esto le digo delante de Dios, que hoy conozco en quien creo, por fe sé que Cristo está ahí todos los días de mi vida, sienta o no lo sienta; porque mi salvación y relación con Él no depende de mis emociones, sino de sus promesas. Jesucristo es mi Salvador, mi Señor y mi Rey; reina en mi vida, para transformarla según el diseño que tiene para mi. Por eso me someto al proceso sea cual sea porque al final redundará para bien en mi vida.
Ojalá que todo esto que ha leído sea de bendición para su vida, para mostrar lo que Dios Padre en el nombre de Jesús, con la guía del Espíritu Santo por el poder de la Palabra de Dios en la Biblia está llevando a cabo en mi vida; y si usted quiere podrá hacer en su vida.
¡MARANATHA! ¡¡SI, VEN SEÑOR JESÚS!!