1 Así que, hermanos, os ruego por las
misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo,
santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.
2 No os conforméis a este siglo, sino
transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que
comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.
Aquí tenemos a Pablo siguiendo su esquema habitual de escribir a sus
amigos: siempre termina sus cartas con consejos prácticos. Su mente se zambulle
en el infinito, pero nunca se pierde en él; siempre termina con los pies
firmemente plantados en la tierra. Puede debatirse con los problemas más
profundos de la teología; pero siempre acaba con las demandas éticas que
gobiernan la vida de todo el mundo.
«Presentadle a Dios vuestro cuerpo» -dice. No hay exigencia más
característicamente cristiana. Ya hemos visto que eso es lo que nunca diría un
griego. Para él, lo que importaba era el espíritu; el cuerpo no era más que una
prisión, algo despreciable y vergonzoso. Pero el cristiano sabe que su cuerpo
pertenece a Dios tanto como su alma, y que puede servir a Dios tanto con su
cuerpo como con su mente o su espíritu.
El cuerpo es el templo del Espíritu Santo y el instrumento con el que
hace Su obra. Después de todo, el gran hecho de la Encarnación quiere decir
básicamente que Dios no desdeñó asumir un cuerpo humano, vivir en él y obrar
por medio de él. Tomad el caso de una iglesia o catedral: se construye para dar
culto a Dios; pero tiene que diseñarla la mente de un arquitecto; tienen que
construirla obreros y artesanos, y sólo entonces llega a ser un templo en el
que la gente se reúne para dar culto a Dios. Es un producto de la mente y del
cuerpo y del espíritu del hombre. Recibimos diariamente del Señor los frutos de su misericordia. Presentémonos; todo lo que somos, todo lo que tenemos, todo lo que hacemos, porque después de todo, ¿Qué tanto es en comparación con las grandes riquezas que recibimos? Es aceptable a Dios: un culto racional, por el cual somos capaces y estamos preparados para dar razón, y lo entendemos. La conversión y la santificación son la renovación de la mente; cambio, no de la sustancia, sino de las cualidades del alma. El progreso en la santificación, morir más y más al pecado, y vivir más y más para la justicia, es llevar a cabo esta obra renovadora, hasta que es perfeccionada en la gloria. El gran enemigo de esta renovación es conformarse a este mundo.
Dice Pablo: «Tomad todas las tareas que tenéis que hacer todos los días:
el trabajo ordinario de la tienda, la fábrica, los astilleros, la mina... y
ofrecédselo a Dios como un acto de culto.» La palabra del versículo 1 que hemos
traducido por culto con la versión Reina-Valera tiene una historia interesante.
Es latreía, el nombre correspondiente al verbo latréuein. En su origen, latréuein quería decir trabajar por la paga o el
sueldo. Era la palabra que se usaba para un trabajador que daba su tiempo y esfuerzo
a un contratista a cambio de un salario. No era el trabajo de un esclavo, sino
una actividad voluntaria. De ahí pasó a
significar servir en general; pero también aquello a lo que
una persona dedica toda su vida. Por ejemplo: de un artista se decía que estaba latréuein kallei, que quiere decir dedicar
la vida al servicio de la belleza. En ese sentido ya se acercaba al de dedicarse
o dedicar la vida. Por último,
llegó a ser la palabra característica del servicio de los dioses. En la Biblia
siempre se refiere al servicio y al culto a Dios.
Aquí tenemos un hecho muy significativo: el verdadero culto es ofrecerle a
Dios nuestro cuerpo y todo lo que hacemos con él todos los días. El verdadero
culto a Dios no es ofrecerle una liturgia, por muy noble que sea, o un ritual,
ni siquiera el más solemne. El verdadero culto es ofrecerle a Dios nuestra vida
cotidiana; no algo que hay que hacer en la iglesia, sino algo que ve todo el mundo,
porque somos el templo del Dios vivo. Uno puede que diga: «Voy a la iglesia a dar culto a Dios»; pero debería
también decir: «Voy a la fábrica, la tienda, la oficina, la escuela, el garaje,
la mina, el astillero, el campo, el jardín o la cocina, a dar culto a Dios.»
Esto no quiere decir precisamente estar cantando himnos o pensando en Dios o
" dando testimonio» mientras se trabaja, lo cual tal vez nos restaría
concentración en lo que estamos haciendo; sino hacer lo que se espera de
nosotros lo mejor posible, como si fuera -¡como que es!- para la gloria de
Dios.
Esto, sigue diciendo Pablo, exige un cambio radical. No debemos adoptar
las formas del mundo; sino transformarnos, es decir, adquirir una nueva manera
de vivir. Para expresar esta verdad Pablo usa dos palabras griegas casi
intraducibles, que requieren frases para transmitir su sentido. La palabra que
usa para amoldarnos al mundo es sysjématízesthai,
de
la raíz sjéma -de donde viene la palabra española y casi internacional esquema-, que quiere decir
forma exterior que cambia de año en año y
casi de día en día. El sjéma de una persona
no es el mismo cuando tiene 17 años que
cuando tiene 70; ni cuando sale del trabajo que cuando está de fiesta. Está
cambiando constantemente. Por eso dice Pablo: "No tratéis de estar siempre
a tono con todas las modas de este mundo; no seáis "camaleones",
tomando siempre el color del ambiente.»
La palabra que usa para transformaos de una manera distinta a la
del mundo es metamorfústhai, de la raíz morfé, que quiere decir
la naturaleza esencial e inalterable de algo. Una persona no tiene el mismo
sjéma a los 17 que a los 70 años, pero sí la misma morfé; con el mono no tiene el mismo sjéma que vestido de ceremonia, pero tiene la misma morfé; cambia su aspecto exterior, pero sigue siendo la misma
persona. Así, dice Pablo, para dar culto y
servir a Dios tenemos que experimentar un cambio, no de aspecto, sino de
personalidad. ¿En qué consiste ese cambio? Pablo diría que, por nosotros
mismos, vivimos kata sarka, dominados por la naturaleza humana en su nivel más bajo; en Cristo vivimos kata Jriston o kata Pneuma, bajo el control
de Cristo o del Espíritu. El cristiano es una persona
que ha cambiado en su esencia: ahora vive, no una vida egocéntrica, sino
Cristocéntrica.
Esto debe ocurrir, dice Pablo, por la renovación de la mentalidad. La
palabra que usa para renovación es anakainósis. En griego hay
dos palabras para nuevo: neós y kainós.
Neós se refiere al tiempo, y kainós al carácter y la
naturaleza. Un lápiz recién fabricado es neós; pero una persona que era antes pecadora y ahora está llegando a ser santa es kainós. Cuando Cristo entra en la vida de un hombre, éste es un nuevo hombre; tiene
una mentalidad diferente, porque tiene la mente de Cristo.
Cuando Cristo llega a ser el
centro de nuestra vida es cuando podemos presentarle a Dios el culto verdadero,
que consiste en ofrecerle cada momento y cada acción.