} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 07/01/2016 - 08/01/2016

sábado, 30 de julio de 2016

LA TERQUEDAD


El significado primario de las diversas palabras de los idiomas originales que transmiten la idea de terquedad es dureza o fuerza, especialmente con una mala connotación. A menudo implica negarse de manera deliberada a cumplir con la voluntad o los mandamientos de Dios. (Sl 78:8; 81:12; Isa 1:23; 65:2; Jer 3:17; 5:23; 7:23-26; 11:8; 18:12; Os 4:16; Hch 7:51.) En las Escrituras se destaca reiteradamente que los tercos tendrán un fin desastroso. (Dt 29:19, 20; Ne 9:29, 30; Pr 28:14; Isa 30:1; Jer 6:28-30; 9:13-16; 13:10; 16:12, 13; Da 5:20; Os 9:15; Zac 7:12; Ro 2:5.) Por ejemplo, la ley que Dios dio a Israel prescribía que había que lapidar al hijo terco y rebelde. (Dt 21:18, 20.)
En la relación que Jehová Dios ha mantenido con la humanidad, ha permitido con paciencia que determinadas personas y naciones continúen existiendo pese a merecer la muerte. (Gé 15:16; 2Pe 3:9.) Mientras que algunos respondieron favorablemente a esta concesión al hacerse acreedores de la misericordia (Jos 2:8-14; 6:22, 23; 9:3-15), otros se endurecieron aún más contra Jehová y contra su pueblo. (Dt 2:30-33; Jos 11:19, 20.) Como Jehová no impide que algunas personas se hagan testarudas, se dice que ‘deja que se obstinen’ o ‘endurezcan sus corazones’. Cuando finalmente ejecuta venganza sobre los tercos, demuestra su gran poder y hace que se reconozca su nombre.  
Un ejemplo que viene al caso es lo que Dios hizo con Faraón cuando este se negó a dejar que los israelitas partiesen de Egipto: Jehová envió diez plagas devastadoras sobre la tierra de Egipto. Cada vez que Faraón endurecía su corazón después de una plaga, Jehová demostraba aún más su gran poder por medio de otros actos milagrosos. (Éx 7:3-5, 14–11:10.) Por lo tanto, algunos de los egipcios llegaron a reconocer que Jehová era un Dios al que había que obedecer. Por ejemplo, cuando se anunció la séptima plaga, algunos de los siervos de Faraón hicieron que sus propios siervos y su ganado se refugiaran antes de que empezase la granizada destructiva. (Éx 9:20, 21.) Finalmente, después que Faraón dejó en libertad a los israelitas, su corazón volvió a hacerse obstinado y reunió sus fuerzas para ir tras ellos y vengarse (Éx 14:8, 9; 15:9), pero Jehová lo destruyó con todo su ejército en el mar Rojo. (Éx 14:27, 28; Sl 136:15.) Durante muchos años después de estos acontecimientos, a medida que la gente hablaba de lo que Jehová había hecho a los egipcios debido a su terquedad, el nombre de Dios se daba a conocer entre las naciones. (Éx 18:10, 11; Jos 2:10, 11; 9:9; 1Sa 6:6.)
Como Jehová advierte que juzgará a los tercos, la ejecución de ese juicio no puede atribuirse a otras causas o a una fuente distinta. Jehová les dijo a los obstinados israelitas mediante el profeta Isaías: “Debido a saber yo que tú eres duro y que tu cerviz es un tendón de hierro y tu frente es cobre, yo también seguí informándote desde aquel tiempo. Antes que viniera, te lo hice oír, para que no dijeras: ‘Mi propio ídolo las ha hecho, y mi propia imagen tallada y mi propia imagen fundida las han ordenado’”. (Isa 48:4, 5; Jer 44:16-23.)


¡Maranatha!

jueves, 28 de julio de 2016

EL PERDÓN


Es el acto de disculpar a un ofensor, sin guardarle resentimiento debido a su ofensa y renunciando a todo derecho de recompensa.
El verbo hebreo na·sá´, que a veces se traduce “perdonar”, también se emplea en las Escrituras con el sentido de “alzar” (Gé 45:19; Éx 6:8; 2Re 2:16) y ‘tomar’ (Gé 27:3; Nú 16:15). Sin embargo, su significado primario es ‘sacar’, “llevar”. (Gé 47:30; 1Re 2:26; Eze 44:12, 13.) En aquellos casos en los que na·sá´ se traduce apropiadamente “perdonar”, su sentido primario se halla implícito, como ocurre en relación con el macho cabrío para Azazel, que llevaba el pecado sobre sí fuera del campamento, igual que, según se predijo, haría Jesús con los pecados del pueblo. (Le 16:8, 10, 22; Isa 53:12.) Así que al sacar o llevar sobre sí los pecados del pueblo, era posible el perdón.
Si bien el verbo na·sá´ se refiere al perdón que tanto Dios como cualquier humano pueden otorgar (Gé 18:24, 26; 50:17), el verbo hebreo sa·láj (perdonar) se emplea exclusivamente con referencia al acto por el que se restablece al pecador al favor divino en respuesta a su súplica sincera por el perdón de sus pecados o a la oración de intercesión de otra persona. (Nú 14:19, 20; 1Re 8:30.)
  Este verbo griego aparece en diversos lugares de las Escrituras Griegas Cristianas, y se aplica al perdón de pecados que brindan tanto Dios como el hombre, lo que abarca la cancelación de deudas. (Mt 6:12, 14, 15; 18:32, 35.)
De acuerdo con la ley de Dios dada a la nación de Israel, para que a un hombre se le perdonasen sus pecados contra Dios o contra su prójimo, primero tenía que rectificar el mal, como prescribía la Ley, y luego, en la mayoría de los casos, presentar una ofrenda cruenta a Jehová. (Le 5:5–6:7.) De aquí el principio enunciado por Pablo: “Sí, casi todas las cosas son limpiadas con sangre según la Ley, y a menos que se derrame sangre no se efectúa ningún perdón”. (Heb 9:22.) No obstante, en realidad la sangre de los sacrificios de animales no podía quitar los pecados y dar a la persona una conciencia perfectamente limpia. (Heb 10:1-4; 9:9, 13, 14.) En cambio, el predicho nuevo pacto sí hacía posible un verdadero perdón, basado en el sacrificio de rescate de Jesucristo. (Jer 31:33, 34; Mt 26:28; 1Co 11:25; Ef 1:7.) Incluso cuando estuvo en la Tierra, Jesús demostró que tenía autoridad para perdonar pecados al sanar a un paralítico. (Mt 9:2-7.)
Jehová perdona “en gran manera”, según se indica en las ilustraciones de Jesús del hijo pródigo y del rey que perdonó una deuda de 10.000 talentos a un esclavo (60.000.000 de denarios (c. 40.000.000 de euros), mientras que ese esclavo no estaba dispuesto a perdonar a un coesclavo una deuda de simplemente 100 denarios (c. 70 euros.). (Isa 55:7; Lu 15:11-32; Mt 18:23-35.) No obstante, el perdón de Jehová no está impulsado por sentimentalismo, pues Él no deja que los hechos escandalosos queden sin castigo. (Sl 99:8; Éx 34:6, 7.) Josué advirtió a Israel que Jehová no perdonaría la apostasía. (Jos 24:19, 20; compárese con Isa 2:6-9.)
Dios tiene prescrita una manera de buscar y recibir su perdón. La persona debe admitir su pecado, reconocer que es una ofensa contra Dios, confesarlo sin reserva, sentir un profundo pesar en el corazón por el mal cometido y estar determinado a volverse de tal proceder. (Sl 32:5; 51:4; 1Jn 1:8, 9; 2Co 7:8-11.) Además, debe hacer lo que pueda para corregir el mal o el daño causado (Mt 5:23, 24), y ha de orar a Dios, pidiendo perdón sobre la base del sacrificio de rescate de Cristo.  
Por otra parte, es un requisito cristiano perdonar ofensas personales, sin importar la cantidad de veces que sea necesario. (Lu 17:3, 4; Ef 4:32; Col 3:13.) Dios no concede su perdón a los que rehúsan perdonar a otros (Mt 6:14, 15) ni a los que se oponen a Él o a Sus justos caminos deliberadamente. (Éx 34:6, 7.) Incluso cuando se cometen males serios en la congregación cristiana y se hace necesario ‘remover al hombre inicuo’, puede concedérsele el perdón al debido tiempo, si prueba que está verdaderamente arrepentido; entonces toda la congregación puede confirmarle su amor. (1Co 5:13; 2Co 2:6-11.) Sin embargo, no se requiere que los cristianos perdonen a los que practican el pecado de manera maliciosa, deliberada e impenitente. Estos se hacen enemigos de Dios. (Heb 10:26-31; Sl 139:21, 22.)
Es apropiado orar por el perdón de Dios en favor de otros, incluso de toda una congregación. Así lo hizo Moisés con respecto al pueblo de Israel, confesando el pecado de la nación y pidiendo perdón, y Jehová lo oyó favorablemente. (Nú 14:19, 20.) También Salomón oró en la dedicación del templo para que Jehová perdonase a Su pueblo cuando este pecara y se volviese de su mal proceder. (1Re 8:30, 33-40, 46-52.) Esdras representó a los judíos repatriados y confesó en público los pecados de estos. Su sincera oración y exhortación resultaron en que el pueblo tomara medidas con el fin de recibir el perdón de Jehová. (Esd 9:13–10:4, 10-19, 44.) Santiago animó al que estuviese enfermo espiritualmente a que mandase llamar a los ancianos de la congregación para que orasen sobre él, y “si hubiera cometido pecados, se le perdonará”. (Snt 5:14-16.)  

¡Maranatha!





miércoles, 27 de julio de 2016

CÓMO ACERCARSE A DIOS


En las cortes del antiguo Oriente, una persona solo podía acercarse al monarca según la reglamentación establecida y con su permiso. En la mayoría de los casos, los que deseaban que el monarca les concediera una audiencia se ponían en contacto con un intermediario, quien los presentaba al gobernante y respondía de sus credenciales. Entrar en el patio interior del rey persa Asuero sin una invitación significaba la muerte; sin embargo, cuando la reina Ester se presentó ante el rey a riesgo de su vida, fue favorecida con su aprobación. (Est 4:11, 16; 5:1-3.) Las acciones y palabras de los hermanos de José ilustran el cuidado que se ejercía para no ofender a un rey, pues Judá le dijo a José: “Porque es lo mismo contigo que con Faraón”. (Gé 42:6; 43:15-26; 44:14, 18.) De modo que el acceso a la presencia de un gobernante terrestre, un simple hombre imperfecto, solía ser algo muy difícil de conseguir y un privilegio inusual.

Santidad de la presencia de Dios. 

Aunque Pablo declaró en Atenas que Dios “no está muy lejos de cada uno de nosotros” (Hch 17:27) y en toda Su Palabra, la Biblia, se muestra que Dios es realmente accesible, el que se le acerca debe reunir ciertos requisitos y tener Su permiso o aprobación. La visión que Daniel tuvo del majestuoso tribunal celestial del “Anciano de Días” ante el que el “hijo del hombre obtuvo acceso” y ‘fue presentado cerca, aun delante, de Aquel’, ilustra la dignidad, respeto y orden relacionados con la presencia del Gobernante Soberano del universo. (Da 7:9, 10, 13, 14;Jer 30:21.) Los textos de Job 1:6 y 2:1 indican que en determinadas ocasiones a los hijos angelicales de Dios se les invita a comparecer ante su presencia inmediata. El que Satanás estuviera entre ellos era solo por permiso divino.
El hombre también tendría que estar en comunicación con su Dios y Padre, pues fue hecho a la imagen y semejanza de su Creador, es decir, se le confirió una cierta medida de los atributos divinos, y además se le dio la responsabilidad de cuidar del planeta Tierra y la creación animal que lo habita. (Gé 1:26, 27.) Un ejemplo de esta comunicación se encuentra en Génesis 1:28-30; 2:16, 17.
Como criaturas perfectas y, por lo tanto, sin ningún sentimiento de culpabilidad ni conciencia de pecado, Adán y Eva podían acercarse a Dios para conversar con Él sin sentir la necesidad de disponer de un intercesor entre ellos y su Creador, del mismo modo que unos hijos se acercan a su padre. (Gé 1:31; 2:25.) Una vez que pecaron y se rebelaron contra Dios, perdieron esta relación con Él y se hicieron reos de la condenación a la muerte. (Gé 3:16-24.) No se dice si después del pecado intentaron acercarse de nuevo a Dios.

Mediante la fe, buenas obras y sacrificios.

 El relato de Caín y Abel y su modo de acercarse a Dios mediante ofrendas muestra que la fe y las buenas obras son requisitos previos para poder acercarse al Creador. Por ejemplo, a Caín se le privó de la aceptación divina hasta que ‘se dirigiera a hacer lo bueno’. (Gé 4:5-9; 1Jn 3:12; Heb 11:4.) Más tarde, en tiempo de Enós, se empezó a “invocar el nombre de Jehová”, pero parece que no fue una invocación sincera (Gé 4:26), pues el siguiente hombre de fe que se menciona después de Abel no fue Enós, sino Enoc, quien ‘andaba con Dios’, una indicación de que se acercó a Dios y de que Él le aprobó. (Gé 5:24; Heb 11:5.) La profecía de Enoc registrada en Judas 14, 15 muestra, no obstante, que este hombre de fe vivió en un tiempo de desenfrenada falta de respeto a Dios.  
El caminar de Noé, justo y exento de falta entre sus contemporáneos, le permitió acercarse a Dios y ser conservado con vida. (Gé 6:9-19.) Después del Diluvio, se acercó a Dios mediante un sacrificio, como lo hiciera Abel; fue bendecido por ello y se le informó de otros requisitos necesarios para conseguir la aprobación divina, así como del pacto de Dios con toda carne que garantizaba que no se volvería a producir un diluvio global. (Gé 8:20, 21; 9:1-11.) La expresión “Jehová, el Dios de Sem” parece dar a entender que este hijo de Noé consiguió una posición de mayor favor ante Dios que sus dos hermanos. (Gé 9:26, 27.)

El sacerdocio de Melquisedec.

 Aunque Noé ofició en el altar en favor de su familia, hasta el tiempo de Melquisedec no se menciona específicamente a ningún “sacerdote” que ayudara a los hombres a acercarse a Dios. Abrahán reconoció su sacerdocio, pues “le dio el décimo de todo”. (Gé 14:18-20.) En Hebreos 7:1-3, 15-17, 25 se presenta a Melquisedec como un tipo profético de Cristo Jesús.

Otros patriarcas se acercan a Dios.

Abrahán tuvo una relación con Dios que se destacó en especial por la fe, obediencia y modo respetuoso de acercarse a Él mediante altares y ofrendas (Gé 18:18, 19; 26:3-6; Heb 11:8-10, 17-19), por lo que se le llamó ‘amigo de Dios’. (Isa 41:8; 2Cr 20:7; Snt 2:23.) Llegó a tener una relación pactada con Él. (Gé 12:1-3, 7; 15:1, 5-21; 17:1-8.) Como señal de esta relación, se le dio la circuncisión, que durante un cierto período de tiempo fue un requisito para la aceptación divina. (Gé 17:9-14; Ro 4:11.) La posición de Abrahán le permitió hacer súplicas a favor de otras personas (Gé 20:7), aunque siempre manifestó un profundo respeto a Jehová o sus representantes. (Gé 17:3; 18:23-33.) Job, pariente lejano de Abrahán, actuó como sacerdote de su familia ofreciendo sacrificios quemados en su favor (Job 1:5); también oró por sus tres “compañeros”, y “Jehová aceptó el rostro de Job”. (Job 42:7-9.)
Isaac y Jacob, herederos de la promesa hecha a Abrahán, se acercaron a Dios invocando el “nombre de Jehová” con fe, construyendo altares y presentando ofrendas. (Heb 11:9, 20, 21; Gé 26:25; 31:54; 33:20.)
El ángel de Dios le dijo a Moisés que no se acercara a la zarza ardiente y que se quitara las sandalias porque estaba de pie en “suelo santo”. (Éx 3:5.) Como representante nombrado de Dios ante la nación de Israel, Moisés tuvo acceso especial a la presencia divina durante su vida y Jehová le habló “boca a boca”. (Nú 12:6-13; Éx 24:1, 2, 12-18; 34:30-35.) Al igual que Melquisedec, fue un tipo profético de Cristo Jesús. (Dt 18:15; Hch 3:20-23.)

Se recalca la importancia de acercarse a Dios del modo que Él aprueba.

Antes de establecer el pacto de la Ley, Jehová mandó a toda la nación de Israel que se santificara durante tres días y lavara sus mantos. Se fijaron límites en derredor para el pueblo, y nadie, ni hombre ni animal, podía tocar el monte Sinaí, bajo pena de muerte. (Éx 19:10-15.) Luego, Moisés “hizo que el pueblo saliera del campamento al encuentro del Dios verdadero”, lo situó al pie de la montaña y subió para recibir las cláusulas del pacto de la Ley en medio de truenos y relámpagos, humo y fuego, y sonidos de instrumento de viento. (Éx 19:16-20.) Se le ordenó que no dejara que ‘los sacerdotes y el pueblo se abrieran paso para subir a Jehová, para que no irrumpiera él contra ellos’. (Éx 19:21-25.) “Los sacerdotes” aquí mencionados eran, quizás, los principales de Israel, un varón de cada familia, que, como tales, ‘se acercaban con regularidad a Jehová’, al igual que hiciera Job, en favor de su familia.

Bajo el pacto de la Ley.

El pacto de la Ley incluía una provisión para que tanto los individuos como la nación en conjunto pudieran acercarse a Dios. Esta provisión consistía en un sacerdocio nombrado, unos sacrificios prescritos por la Ley y un tabernáculo, más tarde sustituido por un templo. Los descendientes del levita Aarón desempeñaron las funciones del sacerdocio en beneficio del pueblo. Ningún otro israelita, ni siquiera los levitas que no eran de la línea aarónica, podía acercarse al altar ni a los utensilios santos para efectuar tal servicio, bajo pena de muerte. (Le 2:8; Nú 3:10; 16:40; 17:12, 13; 18:2-4, 7.) Los sacerdotes tenían que satisfacer requisitos estrictos tanto en lo que tenía que ver con la limpieza física como ceremonial, y debían ponerse el atuendo aprobado cuando se acercaban al altar o al “lugar santo”. (Éx 28:40-43; 30:18-21; 40:32; Le 22:2, 3.) Cualquier falta de respeto o violación de las instrucciones divinas sobre el modo de acercarse al Dios Soberano incurría en la pena de muerte, como en el caso de dos de los hijos de Aarón. (Le 10:1-3, 8-11; 16:1.)
 Aarón y los que le sucedieron en el sumo sacerdocio eran los únicos a los que estaba permitido entrar en el Santísimo ante el arca del pacto, símbolo de la presencia de Jehová, y aun a ellos solo se les permitía una vez al año, en el Día de Expiación. (Le 16:2, 17.) En esta posición privilegiada Aarón prefiguró a Cristo Jesús como el Sumo Sacerdote de Dios. (Heb 8:1-6; 9:6, 7, 24.)
Durante la dedicación del templo de Jerusalén, el rey Salomón se acercó a Jehová en favor de la nación. Oró que Sus ojos resultaran estar abiertos día y noche hacia esa casa en la que Él había puesto Su nombre y que oyera las súplicas del rey, de la nación y también de los extranjeros que se unieran a Israel, de cualquiera que ‘orara hacia esa casa’. Todos podían tener acceso a Jehová, desde el rey hasta el más pequeño de la nación. (2Cr 6:19-42.)
En Israel, eran el rey, el sacerdote o el profeta quienes se acercaban a Dios para tratar cuestiones que afectaban a toda la nación. El Urim y el Tumim del sumo sacerdote se empleaban en ciertas ocasiones para determinar la instrucción divina. (1Sa 8:21, 22; 14:36-41; 1Re 18:36-45; Jer 42:1-3.) La violación de la ley de Dios sobre la manera apropiada de acercarse a Él incurría en castigo, como en el caso de Uzías (2Cr 26:16-20), y podía resultar en la privación total de comunicación con Dios, como fue el caso de Saúl. (1Sa 28:6; 1Cr 10:13.) El relato de Uzah, el hijo de Abinadab, ilustra que Jehová no permite ninguna frivolidad con respecto a su Soberana Presencia y los objetos relacionados con ella. Este hombre agarró el arca del pacto para que no volcara y como resultado, “la cólera de Jehová se encendió contra Uzah, y el Dios verdadero lo derribó allí por el acto irreverente”. (2Sa 6:3-7.)

El ritual y los sacrificios son insuficientes.

Aunque se ha alegado que la adoración a Jehová evolucionó del ritual y los sacrificios al requisito moral, los hechos muestran que no fue así. El simple ritual y los sacrificios en sí mismos nunca fueron suficientes, solo proveyeron una base legal simbólica para acercarse a Dios. (Heb 9:9, 10.) Jehová mismo era el que finalmente decidía a quién aceptar, por lo que el Salmo 65:4 dice: “Feliz es aquel a quien tú escoges y haces que se acerque, para que resida en tus patios”. Se recalcó de continuo la importancia de la fe, la justicia, el no ser culpable de derramamiento de sangre, la veracidad y la obediencia a la voluntad expresa de Dios, como requisitos para acercarse a Él, de modo que el que podría subir a la montaña de Jehová no sería el que simplemente llevara dones al Soberano Universal, sino “el inocente de manos y limpio de corazón”. (Sl 15:1-4; 24:3-6; 50:7-23; 119:169-171; Pr 3:32; 21:3; Os 6:6; Miq 6:6-8.) Cuando no existían esas cualidades, los sacrificios, los ayunos e incluso las oraciones se hacían detestables e inútiles a los ojos de Jehová. (Isa 1:11-17; 58:1-9; 29:13; Pr 15:8.) Si una persona cometía un mal, tenía que acercarse a Dios con un espíritu quebrantado y un corazón aplastado para que Él la aceptara. (Sl 51:16, 17.) Dios no podía aprobar el oficio sacerdotal si los sacerdotes despreciaban su nombre y ofrecían sacrificios inaceptables. (Mal 1:6-9.)
El acercarse a Dios también se describe como la comparecencia de uno mismo ante un tribunal y ante un juez para juicio. (Éx 22:8; Nú 5:16; Job 31:35-37; Isa 50:8.) En Isaías 41:1, 21, 22 Jehová dice a los grupos nacionales que se acerquen con sus causas polémicas y sus disputas para que Él los juzgue.

Base para acercarse a Dios bajo el nuevo pacto.

Como base legal pictórica, el pacto de la Ley con sus sacrificios de animales señaló a una base superior para acercarse a Dios. (Heb 9:8-10; 10:1.) Esta vino por medio del nuevo pacto, gracias al cual todos ‘conocerían a Jehová, desde el menor de ellos aun hasta el mayor de ellos’. (Jer 31:31-34; Heb 7:19; 8:10-13.) En su calidad de único Mediador de ese nuevo pacto, Cristo Jesús llegó a ser “el camino”. Él dijo: “Nadie viene al Padre sino por mí”. (Jn 14:6, 13, 14.) La muerte de Cristo eliminó la barrera que separaba a los judíos de las naciones gentiles incircuncisas que no estaban incluidas en el pacto nacional de Dios con Israel, de modo que “mediante él nosotros, ambos pueblos, tenemos el acceso al Padre por un solo espíritu”. (Ef 2:11-19; Hch 10:35.) La fe en Dios como Aquel que es “remunerador de los que le buscan solícitamente”, y en el rescate, es el requisito previo para acercarse a Dios y para que Él nos reciba bondadosamente a través de Jesucristo. (Heb 11:6; 1Pe 3:18.) Los que se acercan a Dios mediante Cristo Jesús como su Sumo Sacerdote e Intercesor saben que “siempre está vivo para abogar por ellos” (Heb 7:25), y con confianza pueden ‘acercarse con franqueza de expresión al trono de la bondad inmerecida’. (Heb 4:14-16; Ef 3:12.) No se acercan con temor de ser condenados (Ro 8:33, 34), pero mantienen el temor piadoso y la reverencia que merece tal acercamiento a Dios, “el Juez de todos”. (Heb 12:18-24, 28, 29.)
El modo cristiano de acercarse a Dios exige sacrificios y ofrendas de índole espiritual. (1Pe 2:4, 5; Heb 13:15; Ro 12:1.) La Biblia dice que tanto los templos materiales como el oro, la plata y las imágenes de piedra no son de ningún beneficio para acercarse al Dios verdadero. (Hch 7:47-50; 17:24-29; compárese con Ef 2:20-22.) Los amigos del mundo son enemigos de Dios; Él se opone a los altivos, pero los humildes que tienen ‘manos limpias’ y ‘un corazón puro’ pueden ‘acercarse a Dios, y Él se acercará a ellos’. (Snt 4:4-8.)
Los cristianos ungidos llamados a la esperanza celestial tenemos un “camino de entrada al lugar santo por la sangre de Jesús”, y como conocemos bien al “gran sacerdote sobre la casa de Dios”, podemos ‘acercarnos con corazón sincero en la plena seguridad de la fe’. (Heb 10:19-22.)
En cuanto a la importancia de acercarse a Dios con confianza, el salmista hace un resumen apropiado de la cuestión con las palabras: “Porque, ¡mira!, los mismísimos que se mantienen alejados de ti perecerán. Ciertamente reducirás a silencio a todo el que, inmoralmente, te deja. Pero en cuanto a mí, el acercarme a Dios es bueno para mí. En el Señor Soberano Jehová he puesto mi refugio, para declarar todas tus obras”. (Sl 73:27, 28)


¡Maranatha!

martes, 26 de julio de 2016

LA ORACIÓN A DIOS


 Es la acción de dirigirse al Dios verdadero en actitud de adoración. El habla dirigida a Dios no tiene por qué ser oración, como se deduce del juicio en Edén y del caso de Caín. (Gé 3:8-13; 4:9-14.) La oración conlleva devoción, confianza, respeto y un sentido de dependencia de aquel a quien se dirige la oración. Las diversas palabras hebreas y griegas relacionadas con la oración transmiten ideas tales como pedir, solicitar, rogar, suplicar, instar con ruegos, implorar, buscar, inquirir, así como alabar, dar gracias y bendecir.
Por supuesto, las peticiones y las súplicas se pueden dirigir a los hombres, y a veces las palabras correspondientes a estas en los idiomas originales tienen este sentido (Gé 44:18; 50:17; Hch 25:11); sin embargo, la palabra española “oración”, usada en sentido religioso, no aplica a esos casos. A una persona se le puede “suplicar” o “implorar” que haga algo, pero eso no significa que se la vea como Dios. Por ejemplo, a una persona no se le haría una petición en silencio, ni se haría cuando dicha persona no estuviese visiblemente presente, como se hace al orar a Dios.

El “Oidor de la oración”.

Todo el registro bíblico muestra que las oraciones deben dirigirse a Jehová (Sl 5:1, 2; Mt 6:9), el “Oidor de la oración” (Sl 65:2; 66:19), que tiene poder para actuar a favor de los que le piden. (Mr 11:24; Ef 3:20.) Orar a dioses falsos y a sus imágenes idolátricas queda expuesto como una estupidez, puesto que los ídolos no tienen la capacidad de oír ni la de actuar, y los dioses a los que representan no merecen ser comparados con el Dios verdadero. (Jue 10:11-16; Sl 115:4, 6; Isa 45:20; 46:1, 2, 6, 7.) La prueba de divinidad que tuvo lugar en el monte Carmelo entre Jehová y Baal demostró la necedad de orar a deidades falsas. (1Re 18:21-39  comparémoslo con Jue 6:28-32.)
Aunque hay quien afirma que es propio orar a otros seres, como, por ejemplo, al Hijo de Dios, las Escrituras indican lo contrario. Es cierto que hay ocasiones, aunque raras, en las que se dirigen palabras al resucitado Jesucristo en los cielos. Cuando Esteban estaba a punto de morir, le suplicó a Jesús: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”. (Hch 7:59.) Sin embargo, el contexto muestra las circunstancias que dieron lugar a esa inusual expresión. En aquel momento Esteban tenía una visión de “Jesús de pie a la diestra de Dios”, y debió reaccionar como si estuviera personalmente ante él, sintiéndose libre de dirigir esta súplica a aquel a quien reconocía como cabeza de la congregación cristiana. (Hch 7:55, 56; Col 1:18.) De igual manera, en la conclusión de la Revelación, el apóstol Juan dice: “¡Amén! Ven, Señor Jesús”. (Rev 22:20.) No obstante, el contexto indica de nuevo que Juan había oído hablar a Jesús de su futura venida en una visión (Rev 1:10; 4:1, 2), y que con la expresión  citada demostró su deseo de que se produjera esa venida. (Rev 22:16, 20.) En ambos casos —tanto el de Esteban como el de Juan— la situación difiere poco de la conversación que este último tuvo con una criatura celestial en esta visión de Revelación. (Rev 7:13, 14; compárese con Hch 22:6-22.) No hay nada que indique que en otras circunstancias los discípulos cristianos se dirigiesen a Jesús después de su ascensión al cielo. Por ello, el apóstol Pablo escribe: “En todo, por oración y ruego junto con acción de gracias, dense a conocer sus peticiones a Dios”. (Flp 4:6.)
 Por medio de la sangre de Jesús, ofrecida a Dios en sacrificio, “tenemos denuedo respecto al camino de entrada al lugar santo”, es decir, denuedo para acercarnos a la presencia de Dios en oración, haciéndolo “con corazones sinceros en la plena seguridad de la fe”. (Heb 10:19-22.) Jesucristo, por lo tanto, es el único “camino” de reconciliación con Dios, el único medio para acercarse a Él en oración. (Jn 14:6; 15:16; 16:23, 24; 1Co 1:2; Ef 2:18.  

Aquellos a quienes Dios oye.
Gente “de toda carne” puede acercarse al “Oidor de la oración”, Jehová Dios. (Sl 65:2; Hch 15:17.) Incluso durante el período en que Israel era “propiedad particular” de Dios, su pueblo en relación de pacto con Él, los extranjeros podían acercarse a Jehová en oración reconociendo a Israel como el instrumento de Dios y al templo de Jerusalén como su lugar escogido para presentar los sacrificios.   Con la muerte de Cristo desapareció para siempre toda distinción entre judío y gentil. (Ef 2:11-16.)
En el hogar del romano Cornelio, Pedro reconoció que “Dios no es parcial, sino que, en toda nación, el que le teme y obra justicia le es acepto”. (Hch 10:34, 35.) De modo que el factor determinante es lo que hay en el corazón de la persona y lo que este le impulsa a hacer. (Sl 119:145; Lam 3:41.) Los que observan los mandamientos de Dios y hacen “las cosas que son gratas a sus ojos” tienen la seguridad de que sus “oídos” también están abiertos hacia ellos. (1Jn 3:22; Sl 10:17; Pr 15:8; 1Pe 3:12.)
Por el contrario, Dios no oye con favor a los que pasan por alto la Palabra y la ley de Dios, derraman sangre y practican otros actos inicuos; sus oraciones le son ‘detestables’. (Pr 15:29; 28:9; Isa 1:15; Miq 3:4.) Su misma oración puede ‘ser un pecado’. (Sl 109:3-7.) El rey Saúl perdió el favor de Dios debido a su derrotero presuntuoso y rebelde, y “aunque Saúl inquiría de Jehová, Jehová nunca le contestaba, ni por sueños ni por el Urim ni por los profetas”. (1Sa 28:6.) Jesús dijo que las personas hipócritas que intentaban atraer la atención a su devoción cuando oraban, ya habían recibido el “galardón completo” de los hombres, pero no de Dios. (Mt 6:5.) Los fariseos de apariencia piadosa hacían largas oraciones y se jactaban de tener una moralidad superior; sin embargo, Dios los condenaba debido a su derrotero hipócrita. (Mr 12:40; Lu 18:10-14.) Aunque de boca se acercaban a Él, su corazón estaba muy alejado de Dios y de su Palabra de verdad. (Mt 15:3-9; compárese con Isa 58:1-9.)
El ser humano ha de tener fe en Dios y en que Él es “remunerador de los que le buscan solícitamente” (Heb 11:6), acercándose a Él en la “plena seguridad de la fe”. (Heb 10:22, 38, 39.) Es esencial que todos reconozcamos nuestra condición pecaminosa, y si una persona ha cometido pecados graves, que “ablande el rostro de Jehová’ (1Sa 13:12), ablandando primero su propio corazón con arrepentimiento, humildad y contrición sinceros. (2Cr 34:26-28; Sl 51:16, 17; 119:58.) Entonces, es posible que Dios se deje rogar, le otorgue perdón y le oiga con favor (2Re 13:4; 2Cr 7:13, 14; 33:10-13; Snt 4:8-10); de ese modo ya no volverá a sentir que Dios ha ‘obstruido el acceso a él mismo con una masa de nubes, para que no pase la oración’. (Lam 3:40-44.) Aunque quizás Dios no retire por completo su oído, no obstante, si la persona no sigue su consejo, sus oraciones pueden ser “estorbadas”. (1Pe 3:7.) Los que buscan perdón deben perdonar a otros. (Mt 6:14, 15; Mr 11:25; Lu 11:4.)

¿Por qué asuntos es apropiado orar?
Las oraciones consisten básicamente en: confesión (2Cr 30:22), peticiones o solicitudes (Heb 5:7), expresiones de alabanza y acción de gracias (Sl 34:1; 92:1) y votos (1Sa 1:11; Ec 5:2-6). La oración que Jesús enseñó a sus discípulos era simplemente un modelo, pues ni Jesús ni sus discípulos se adhirieron rígidamente a esas palabras específicas en sus oraciones posteriores. (Mt 6:9-13.) Las primeras palabras de esta oración modelo se concentran en la cuestión de primera importancia: la santificación del nombre de Dios —que empezó a ser vituperado en la rebelión de Edén— y la realización de la voluntad divina por medio del Reino prometido, a la cabeza del cual está la descendencia prometida, el Mesías.   Tal oración requiere que el que ora esté claramente del lado de Dios en esa cuestión.
La parábola de Jesús registrada en Lucas 19:11-27 muestra que la ‘venida del Reino’ significa: su venida para ejecutar juicio, destruir a todos los opositores y aliviar y recompensar a todos aquellos que confían en él.   Por lo tanto, la siguiente expresión: “Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra”, no se refiere principalmente a que los seres humanos hagan la voluntad de Dios, sino, más bien, a que Dios mismo actúe en cumplimiento de su voluntad para la Tierra y sus habitantes, y manifieste el poder que tiene para llevar a cabo su propósito declarado. Por supuesto, el que ora también expresa de ese modo su preferencia por esa voluntad y su deseo de someterse a ella.   La solicitud de recibir el pan de cada día, perdón, protección contra la tentación y liberación del inicuo está relacionada con el deseo que tiene el que hace la súplica de continuar viviendo en el favor de Dios. Expresa este deseo por todos los que comparten su fe, no solo por sí mismo.  
Los asuntos mencionados en esa oración modelo son de importancia fundamental para todos los hombres de fe y expresan necesidades que todas las personas tienen en común. Por otra parte, el relato bíblico muestra que hay muchos otros asuntos que pueden afectar a las personas a mayor o menor grado o que pueden ser el resultado de circunstancias particulares; estos también son temas apropiados para incluir en oración. Aunque no se mencionan específicamente en la oración modelo de Jesús, sin embargo, están relacionados con los que esta presenta. Así pues, las oraciones personales prácticamente pueden abarcar toda faceta de la vida. (Jn 16:23, 24; Flp 4:6; 1Pe 5:7.)
Aunque todos desean correctamente que su conocimiento, entendimiento y sabiduría aumenten (Sl 119:33, 34; Snt 1:5), es posible que algunos lo necesiten de manera especial. Se puede pedir la guía de Dios en asuntos que tengan que ver con decisiones judiciales, como hizo Moisés (Éx 18:19, 26), o en el nombramiento de personas a puestos especiales de responsabilidad dentro del pueblo de Dios. (Nú 27:15-18; Lu 6:12, 13; Hch 1:24, 25; 6:5, 6.) O se puede pedir fortaleza y sabiduría para llevar a cabo ciertas asignaciones o para encararse a pruebas o peligros específicos. (Gé 32:9-12; Lu 3:21; Mt 26:36-44.) Los motivos para bendecir a Dios y darle gracias pueden variar según las propias experiencias personales. (1Co 7:7; 12:6, 7; 1Te 5:18.)
En 1 Timoteo 2:1, 2 el apóstol habla de oraciones “respecto a hombres de toda clase, respecto a reyes y a todos los que están en alto puesto”.

Durante su última noche con sus discípulos, Jesús dijo en oración que no hacía petición respecto al mundo, sino respecto a los que Dios le había dado, y también dijo que ellos no eran parte del mundo, sino que este los odiaba. (Jn 17:9, 14.) Por lo tanto, parece ser que las oraciones cristianas respecto a los gobernantes del mundo se limitan a determinados aspectos. Las palabras que a continuación dijo el apóstol indican que tales oraciones son fundamentalmente a favor del pueblo de Dios, “a fin de que sigamos llevando una vida tranquila y quieta con plena devoción piadosa y seriedad”. (1Ti 2:2.) Hay ejemplos anteriores que ilustran este hecho, como la oración de Nehemías para que Dios lo ‘hiciese objeto de piedad’ delante del rey Artajerjes (Ne 1:11) y el mandato que Jehová dio a los israelitas en cuanto a ‘buscar la paz de la ciudad (Babilonia)’ en la que estarían exiliados, orando a favor de ella, pues ‘en la paz de ella resultaría haber paz para ellos mismos’. (Jer 29:7.)
De igual manera, los cristianos oraron con respecto a las amenazas de los gobernantes de su día (Hch 4:23-30), y sus oraciones a favor de Pedro cuando se hallaba encarcelado debieron incluir también a los oficiales que tenían autoridad para liberarlo. (Hch 12:5.) Asimismo, en armonía con el consejo de Cristo, oraron por sus perseguidores. (Mt 5:44)
Desde tiempos antiguos se le ha dado gracias a Dios por sus provisiones, como el alimento. (Dt 8:10-18;Mt 14:19; Hch 27:35; 1Co 10:30, 31.) Sin embargo, se debe agradecer la bondad de Dios con relación a “todo”, no solo a las bendiciones materiales. (1Te 5:17, 18; Ef 5:19, 20.)
En resumen, lo que rige el contenido de las oraciones es el conocimiento de la voluntad de Dios, puesto que el que suplica debe darse cuenta de que si quiere que su solicitud le sea otorgada, esta tiene que agradar a Dios. Sabiendo que los inicuos y los que no hacen caso de la Palabra de Dios no gozan de Su favor, es obvio que el que hace la súplica no puede solicitar lo que es contrario a la rectitud y a la voluntad revelada de Dios, que incluye las enseñanzas del Hijo de Dios y de sus discípulos inspirados. (Jn 15:7, 16.) Por lo tanto, lo que se dijo en cuanto a ‘pedir alguna cosa’ (Jn 16:23) no debe tomarse fuera del contexto. La expresión “alguna cosa” evidentemente no abarca lo que se sabe o hay motivo para creer que no agrada a Dios.
 Juan escribe: “Y esta es la confianza que tenemos para con él, que, no importa qué sea lo que pidamos conforme a su voluntad, él nos oye”. (1Jn 5:14; Snt 4:15.) Jesús les dijo a sus discípulos: “Si dos de ustedes sobre la tierra convienen acerca de cualquier cosa de importancia que soliciten, se les efectuará debido a mi Padre en el cielo”. (Mt 18:19.) Si bien es propio incluir en la oración cosas materiales, como el alimento, no lo son los deseos y ambiciones materialistas, según se indica en Mateo 6:19-34 y 1 Juan 2:15-17. Tampoco es correcto orar por aquellos a los que Dios condena. (Jer 7:16; 11:14.)
Romanos 8:26, 27 da a entender que en ciertas circunstancias el cristiano no sabría exactamente qué pedir; no obstante, Dios entiende sus ‘gemidos’ no expresados. El apóstol muestra que esto se debe al espíritu o fuerza activa de Dios. Hay que recordar que Dios inspiró las Escrituras por medio de su espíritu. (2Ti 3:16, 17; 2Pe 1:21.) En estas se incluyeron profecías y acontecimientos que prefiguraron las circunstancias que les sobrevendrían a sus siervos en tiempos posteriores, y mostraron cómo Dios los guiaría y les daría la ayuda que necesitaban. (Ro 15:4; 1Pe 1:6-12.) Es posible que el cristiano no se dé cuenta de que lo que pudiera haber pedido en oración (pero que no sabía cómo) ya estaba enunciado en la Palabra inspirada de Dios hasta después que haya recibido la ayuda necesaria. (1Co 2:9, 10.)

La respuesta a las oraciones.
Aunque en el pasado Dios mantuvo cierto grado de comunicación recíproca con algunas personas, eso no fue lo común, puesto que la mayor parte de las veces la limitó a representantes especiales, como Abrahán y Moisés. (Gé 15:1-5; Éx 3:11-15; Éx 20:19.) Incluso en esos casos, las palabras de Dios se transmitieron mediante ángeles, a excepción de cuando habló a su Hijo o acerca de Él mientras Este estuvo en la Tierra. ( Éx 3:2, 4; Gál 3:19.) Tampoco fueron frecuentes los mensajes entregados personalmente por ángeles materializados, como lo manifiesta el efecto perturbador que solían producir en aquellos que los recibían. (Jue 6:22; Lu 1:11, 12, 26-30.) De modo que en la mayoría de los casos, la respuesta a las oraciones se daba por medio de los profetas o concediendo la solicitud o rehusando otorgarla. Muchas veces la respuesta de Jehová a las oraciones se podía discernir claramente, como cuando libraba a Sus siervos de sus enemigos (2Cr 20:1-12, 21-24) o satisfacía sus necesidades físicas en tiempos de gran escasez. (Éx 15:22-25.) Pero no hay duda de que las respuestas más frecuentes no eran tan obvias, puesto que estaban relacionadas con dar fuerza moral y entendimiento para que la persona pudiera apegarse a un derrotero justo y desempeñar el trabajo que Dios le había asignado. (2Ti 4:17.) En particular en el caso del cristiano, la respuesta a las oraciones tenía que ver con asuntos principalmente espirituales, los cuales, aunque no son tan espectaculares como algunos actos poderosos de Dios en tiempos antiguos, son igualmente vitales. (Mt 9:36-38; Col 1:9; Heb 13:18; Snt 5:13.)
La oración aceptable debe dirigirse a la persona adecuada, Jehová Dios, tratar sobre asuntos apropiados, los que están en armonía con los propósitos declarados de Dios , hacerse de la manera debida por el medio nombrado por Dios, Cristo Jesús y con un buen motivo y un corazón limpio. (Snt 4:3-6.) Además de todo lo antedicho, es necesario persistir. Jesús dijo que se ‘siguiera pidiendo, buscando y tocando’, sin desistir. (Lu 11:5-10; 18:1-7.)
 Hizo surgir la cuestión de si hallaría sobre la Tierra fe en el poder de la oración durante su futura ‘llegada’. (Lu 18:8.) La aparente demora de Dios en contestar algunas oraciones no se debe a incapacidad ni a falta de deseo de ayudar, como prueban las Escrituras. (Mt 7:9-11; Snt 1:5, 17.) En algunos casos la respuesta debe esperar el ‘horario’ de Dios. (Lu 18:7; 1Pe 5:6; 2Pe 3:9; Rev 6:9-11.) No obstante, parece ser que el motivo principal es que así Dios deja que los que le piden demuestren la profundidad de su interés, la intensidad de su deseo y la autenticidad de su motivo. (Sl 55:17; 88:1, 13; Ro 1:9-11.) A veces deben ser como Jacob, que luchó mucho tiempo a fin de obtener una bendición. (Gé 32:24-26.)
De manera similar, aunque no se puede presionar a Jehová Dios para que actúe por la mera cantidad de suplicantes, Él advierte el grado de interés que muestran sus siervos en conjunto y actúa cuando colectivamente muestran profunda preocupación e interés unido. (Éx 2:23-25.) Cuando existe cierto grado de apatía, Dios puede retener su ayuda. En la reconstrucción del templo de Jerusalén, un proyecto que no recibió el apoyo necesario durante algún tiempo (Esd 4:4-7, 23, 24; Ag 1:2-12), hubo interrupciones y retrasos, mientras que más tarde Nehemías reconstruyó los muros de la ciudad con oración y buen apoyo en tan solo cincuenta y dos días. (Ne 2:17-20; 4:4-23; 6:15.)
 En la carta a la congregación corintia, Pablo habla de cómo Dios lo libró de la muerte, y dice: “Ustedes también pueden coadyuvar con su ruego por nosotros, a fin de que por muchos se den gracias a favor nuestro por lo que se nos da bondadosamente debido a muchos rostros vueltos hacia arriba en oración”.  
Se destaca con frecuencia el poder de la oración de intercesión, tanto individual como colectiva. Con respecto a ‘orar unos por otros’ Santiago dijo: “El ruego del hombre justo, cuando está en acción, tiene mucho vigor”. 
También se destaca la ‘súplica’ frecuente a Jehová, el Gobernante Soberano, sobre un tema de naturaleza personal. El que ora presenta razones de por qué cree que la petición es apropiada, de su motivo correcto y desinteresado, y de que hay otros factores que pesan más que sus propios intereses o consideraciones. Estos podrían ser la honra del propio nombre de Dios, el bien de su pueblo o también el efecto que pudiera tener en los observadores el que Dios actuara o se retuviera de hacerlo. Se puede apelar a la justicia de Dios y a su bondad amorosa, ya que Él es un Dios de misericordia. (Gé 18:22-33; 19:18-20; Éx 32:11-14; 2Re 20:1-5; Esd 8:21-23.)
 Cristo Jesús también ‘aboga’ por sus fieles seguidores. (Ro 8:33, 34.)

Todo el libro de los Salmos consiste en oraciones y canciones de alabanza a Jehová, cuyo contenido ilustra lo que debería ser la oración. Entre muchas oraciones notables se cuentan las de Jacob (Gé 32:9-12), Moisés (Dt 9:25-29), Job (Job 1:21), Ana (1Sa 2:1-10), David (2Sa 7:18-29; 1Cr 29:10-19), Salomón (1Re 3:6-9; 8:22-61), Asá (2Cr 14:11), Josafat (2Cr 20:5-12), Elías (1Re 18:36, 37), Jonás (Jon 2:1-9), Ezequías (2Re 19:15-19), Jeremías (Jer 20:7-12; el libro de Lamentaciones), Daniel (Da 9:3-21), Esdras (Esd 9:6-15), Nehemías (Ne 1:4-11), ciertos levitas (Ne 9:5-38), Habacuc (Hab 3:1-19), Jesús (Jn 17:1-26; Mr 14:36) y los discípulos de Jesús (Hch 4:24-30).  

ESCOGIDOS POR JESÚS



Juan 15:11-17

-Os he dicho estas cosas para que tengáis Mi alegría, y vuestra alegría llegue al colmo. Aquí tenéis Mis instrucciones: Que os améis los unos a los otros como os he amado Yo. Nadie puede llegar en su amor más allá de dar la vida por un amigo: vosotros sois Mis amigos, si hacéis lo que Yo os mando. No digo que sois Mis esclavos, porque un esclavo no sabe lo que su señor tiene entre manos; digo que sois Mis amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he recibido de Mi Padre. No habéis sido vosotros los que Me habéis escogido a Mí, sino que he sido Yo el Que os he escogido a vosotros, y os he comisionado para que salgáis a producir fruto, y del que permanece. Así lo he hecho para que el Padre os dé todo lo que Le pidáis en Mi nombre. Estas son Mis instrucciones: que os améis los unos a los otros.

La idea clave de este pasaje es lo que dice Jesús de que no han sido Sus discípulos los que Le han escogido a Él, sino Él a Sus discípulos. No hemos sido nosotros los que hemos escogido a Dios, sino Dios Quien, en Su gracia, Se ha acercado a nosotros con la llamada y la invitación de Su amor.
De este pasaje podemos sacar una lista de las cosas para las que Jesús nos ha escogido y llamado.
Nos ha escogido para la alegría.
 Por muy difícil que sea el camino cristiano es, tanto por su recorrido como por su destino, un camino de alegría. Siempre hay alegría en hacer lo que es debido. El cristiano es una persona alegre, un sonriente caballero de Cristo. Un cristiano lúgubre es una contradicción en términos; y nada ha producido más daño al Cristianismo en toda su historia que su identificación con las togas negras y las caras largas. Es verdad que el cristiano es un pecador, pero un pecador redimido; y de ahí su alegría. ¿Cómo puede dejar de ser feliz una persona que camina por los senderos de la vida con Jesús?
Nos ha escogido para el amor.
Jesús nos envía al mundo para que nos amemos los unos a los otros. A veces vivimos como si se nos hubiera echado al mundo para competir, o para discutir, o hasta para pelearnos los unos con los otros. Pero el cristiano ha de vivir de tal manera que muestre lo que quiere decir amar a sus semejantes. Aquí Jesús hace otra de Sus grandes proclamas. Si Le preguntáramos: "¿Qué derecho tienes Tú a exigirnos que nos amemos unos a otros?» Su respuesta sería: «Nadie puede llegar a mostrar más amor que dando la vida por sus amigos: y eso es lo que Yo he hecho.» Muchos les han dicho a los demás que se amaran, cuando toda la vida de los que lo decían era una demostración de que eso era lo último que hacían o harían ellos. Jesús nos dejó un mandamiento que El mismo fue el primero en cumplir. Por eso nos dice: «Como Yo os he amado.»
Jesús nos ha llamado para que seamos Sus amigos.
Dijo a los Suyos que ya no los iba a llamar más esclavos, sino amigos. Ahora bien: ese dicho sería aún más glorioso para los que Se lo oyeron por primera vez que para nosotros. Dulos, el esclavo, el siervo de Dios, no era un título vergonzoso, sino del mayor honor. Moisés fue dulos de Dios (Deu_34:5 ); y lo mismo Josué (Jos_24:29 ), y David (Sal_89:20 ). Era un título que Pablo se sentía orgulloso de usar (Tit_1:1 ), lo mismo que Santiago (Stg_1:1 ). Los más grandes del pasado tenían a gala el ser duloi (plural), esclavos de Dios. Y Jesús dice: «Yo tengo algo todavía mejor para vosotros: ya no vais a ser esclavos, sino amigos.» Cristo, desde que vino al mundo, nos ofrece una confianza con Dios que ni los mayores del pasado se atrevieron a soñar.
La idea de ser amigo de Dios tiene su trasfondo. Abraham fue el amigo de Dios (Isa_41:8 . Jesús nos llama para que seamos Sus amigos y los amigos de Dios. Ese es un ofrecimiento tremendo. Quiere decir que ya no tenemos que mirar a Dios anhelantemente desde lejos. No somos como los esclavos, que no tienen el menor derecho a entrar a la presencia de su amo; ni como las multitudes, que sólo consiguen vislumbrar al rey cuando pasa en alguna ocasión especial. Jesús nos ha introducido en esta intimidad con Dios, Que ya no es para nosotros un extraño inasequible, sino nuestro Amigo íntimo.

 Jesús no nos escogió sólo para otorgarnos una serie de privilegios tremendos.
Nos llamó para que fuéramos Sus socios. Un esclavo no puede ser nunca un socio; la ley griega le definía como una herramienta viva. Su amo no compartía con él sus pensamientos. El esclavo tenía que hacer lo que se le mandara, sin discusión ni demora. Pero Jesús dijo: «Vosotros no sois Mis esclavos, sino Mis socios. Os he dicho todo lo que hay, lo que estoy tratando de hacer y por qué. Os he dicho todo lo que Dios Me ha dicho.» Jesús nos ha hecho el honor de hacernos Sus socios en Su obra. Nos ha comunicado Su pensamiento, y nos ha abierto Su corazón. La gran opción que se nos presenta es aceptar. o rehusar colaborar con Jesús en la obra de llevarle el mundo a Dios.
 Jesús nos escogió como Sus embajadores.
 «Yo os he escogido dijo, para enviaros.» No nos ha escogido para que vivamos una vida retirada del mundo, sino para que Le representemos en el mundo.   Jesús nos escogió, primero, para que viniéramos a Él, y luego, para que saliéramos al mundo. Y ese debe ser el esquema y ritmo diario de nuestra vida.
  Jesús nos escogió para que fuéramos Su publicidad.
Nos escogió para que nos pusiéramos a dar fruto, y un fruto que resistiera la prueba del tiempo. La manera de extender el Cristianismo es siendo cristianos. La manera de traer a otros a la fe cristiana es mostrarles el fruto de la vida cristiana. Jesús nos envía, no a hacer cristianos a base de discutir, y menos a base de meter miedo, sino atrayéndolos con nuestro ejemplo; viviendo de tal manera que el fruto sea tan maravilloso que otros lo quieran para sí mismos.

 Jesús nos escogió para que fuéramos miembros privilegiados de la familia de Dios.
Nos escogió para que el Padre nos diera todo lo que Le pidiéramos en Su nombre. Aquí nos encontramos otra vez ante uno de esos grandes dichos acerca de la oración que debemos entender rectamente. Si lo pensamos superficialmente, suena como si el cristiano pudiera pedir lo que le diera la gana, y recibirlo. No nos vendrá mal aclarar el significado . El Nuevo Testamento establece ciertas leyes sobre la oración.
(a)   La oración tiene que hacerse con fe (Stg_5:15 ).
Está claro que Dios no se compromete a contestar cuando la oración no es más que un formulismo, una repetición rutinaria de cosas que no se sienten, un cumplimiento -«cumplo y miento» religioso. Cuando la oración es de pena no puede ser efectiva. No tiene sentido pedirle a Dios que nos cambie si no creemos que es posible cambiar. Para pedir con efectividad hay que tener una fe inalterable en el amor todopoderoso de Dios.
(b)   La oración tiene que hacerse en el nombre de Cristo.
 No podemos pedir cosas que sabemos que Jesús no aprueba. No podemos pedir que se nos entregue alguna persona o cosa prohibida; no podemos pedir que se haga realidad alguna ambición personal cuando eso supone que alguien tenga que sufrir por ello. No podemos pedir la venganza de nuestros enemigos en el nombre de Uno Que es amor. Siempre que tratemos de convertir la oración en algo que nos permita realizar nuestras ambiciones y satisfacer nuestros deseos tiene que ser ineficaz por fuerza, porque no es oración.
(c)    La oración debe incluir siempre: «Hágase Tu voluntad."
 Cuando oramos debemos empezar por darnos cuenta de que nunca sabemos más que Dios. La esencia de la oración no es pedirle a Dios: «Cambia Tu voluntad», sino «Haz Tu voluntad.» A menudo, la oración auténtica debe ser, no que Dios nos envíe las cosas que nosotros queremos, sino que nos capacite para aceptar lo que Él quiera enviarnos.
(d)   La oración nunca debe ser egoísta.
 Casi de pasada, Jesús dijo una cosa muy esclarecedora. Dijo que, si dos personas estuvieran de acuerdo en pedir algo en Su nombre, se les concedería (Mat_18:19 ). No debemos tomar esto con un literalismo mecánico, porque entonces querría decir que, si podemos hacer que muchas personas se pongan de acuerdo en lo que van a pedir, lo conseguirían. Lo que quiere decir es que nadie debe orar pensando exclusivamente en sus propias necesidades y preferencias. Para poner un ejemplo muy simple: el que va de vacaciones puede que pida que no llueva, cuando el granjero está pidiendo lluvia. Cuando oramos, debemos preguntarnos, no sólo si lo que pedimos es para nuestro bien, sino si lo es también para los demás. La tentación que nos puede asaltar cuando oramos es no tener en cuenta absolutamente a nadie más que a nosotros mismos.
Jesús nos ha escogido para que seamos miembros privilegiados de la familia de Dios. Podemos y debemos llevarle todo a Dios en oración; pero, cuando lo hayamos hecho, debemos aceptar la respuesta que Dios nos envíe en Su perfecta sabiduría y perfecto amor. Y cuanto más amemos a Dios, tanto más fácil nos resultará.


¡Maranatha!

lunes, 25 de julio de 2016

SEGÚN S. MATEO 4; 1-25


  
El primer evento que S. Mateo refiere del ministerio de nuestro Señor después de su bautismo, es su tentación. Este es un punto profundo y misterioso. Hay  mucho en esta narración que no podemos explicar. Pero por encima se presentan lecciones prácticas y sencillas, que haremos bien en considerar.
Aprendamos en primer lugar, que enemigo tan real y poderoso tenemos en el diablo. En su malignidad asalta aún al mismo Jesús. Tres veces ataca de diversos  modos al Hijo de Dios.
Fue el diablo quien al principio trajo el pecado al mundo. El fue quien hizo padecer a Job, engañó a David y causó a Pedro una grave caída. La Biblia le  llama, "asesino, mentiroso, y león rugidor." En su enemistad contra nuestras almas, jamás duerme. Por cerca de 6,000 años ha estado ocupado en arruinar  hombres y mujeres, para arrastrarlos al infierno. Su astucia y artería sobrepujan a la inteligencia del hombre y a menudo se presenta como "un ángel de luz.
Velemos y oremos diariamente contra sus maquinaciones. El es nuestro más cruel enemigo, y aunque invisible, no descansa en su malignidad y designios  contra nuestras almas. Guardémonos con escrupulosidad de bufonadas y chanzas relativamente al diablo: lo cual es por desgracia común. Recordemos todos  los días, que si queremos salvarnos, debemos no solamente crucificar la carne, y vencer al mundo, sino también "resistir al diablo".
Aprendamos, en segundo lugar, que no debemos considerar las tentaciones como una cosa extraña. "El discípulo no es más que su maestro, ni el criado que su  amo". Si Satanás se acercó a Cristo, se acercará también a los cristianos.
Sería conveniente que todos los creyentes recordaran esto, porque están demasiado propensos a olvidarlo. Descubren frecuentemente malos pensamientos  surgiendo en sus mentes, los cuales pueden decir con verdad que aborrecen. Dudas, cuestiones, fantasía pecaminosas les son sugeridas, contra las cuales sus  almas se rebelan. Pero que estas cosas no destruyan su paz interior, ni los priven de sus consuelos. Recuerden que hay un diablo y no se admiren de hallarle  cerca de ellos. Ser tentados por él no es en sí mismo pecado. Ceder a la tentación y abrigarla en nuestros corazones, es lo que debemos temer.
Aprendamos además, que la gran arma que debemos emplear para resistir a Satanás es la Biblia. Tres veces el gran enemigo presentó tentaciones a nuestro  Señor. Tres veces sus ofertas fueron rechazadas, sirviendo en cada caso como arma para hacerlo así la Palabra de Dios. "Está escrito," le dijo Jesús a Satanás.
He aquí una razón entre muchas, porque deberíamos ser asiduos lectores de las Santas Escrituras. La Biblia es la espada del Espíritu. Nunca libraremos una  buena batalla, si no hacemos uso de la Biblia como nuestra arma principal. La Escritura es lámpara que guía nuestros pasos. Si no viajamos con su luz, nunca  seguiremos rectamente en el camino real del cielo. Bien pueden temerse que nosotros no se lea suficientemente la Biblia. No basta poseerla. Debemos leerla  realmente y acompañar su lectura con fervientes oraciones. No nos hará ningún bien si yace sin leerse en nuestros estantes. Debemos familiarizarnos con su  contenido y atesorar sus verdades en nuestra memoria. La inteligencia de la Biblia nunca se adquiere por intuición. Se adquiere leyéndola con regularidad  todos los días, y pidiendo el auxilio del Espíritu Santo en la oración. Lo que está relacionado con el bien de nuestras almas merece toda nuestra aplicación.
Para ese bien es de suma importancia que nos familiaricemos con lo que nos dice Dios en su santa Palabra.
Aprendamos, finalmente, cuán tierna es la compasión de nuestro Señor Jesucristo. "Porque en cuanto él mismo padeció, siendo tentado, es poderoso para  también socorrer a los que son tentados" Heb.2.18
 Esta verdad no puede menos que ser valiosísima para todos los verdaderos creyentes, pues encierra en sí un caudal de consuelo. Si, los cristianos tenemos en el  cielo un Bienhechor que nos considera en todas nuestras tentaciones y toma parte, por decirlo así, en todas nuestras agonías espirituales. ¿Nos tienta alguna vez Satanás a que desconfiemos de la bondad y protección de Dios? Jesús fue tentado así. ¿Nos vemos tentados a abusar de la misericordia de Dios y a lanzarnos en peligros sin  necesidad? Así también fue tentado Jesús. ¿Nos vemos tentados a cometer en lo secreto algún grave pecado a fin de obtener algún bien aparente? Jesús se vio  tentado de esa manera. ¿O se nos procura inducir a que aceptemos una aplicación errada de las Escrituras como excusa para obrar mal? En iguales circunstancias  se vio Jesús. Por lo tanto, El, y solo El, puede satisfacer las necesidades de la humanidad. Que acudamos, pues, a implorar su auxilio todos los pecadores y le expongamos todos nuestros pesares. A ninguna voz cierra Él los oídos: a todos compadece.
Le plugo a Dios que todos los hombres supieran por experiencia propia lo que es estar bajo el amparo de su Salvador  compasivo. Nada hay que pueda compararse a ese estado en este mundo indiferente y engañoso. Los que buscan la  felicidad en las comodidades y goces de esta vida y miran con desdén la vida cristiana que la Biblia nos enseña, no saben de  cuantos consuelos y de cuenta dicha se están privando.

¡Maranatha!