} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 2011

viernes, 28 de octubre de 2011

PAZ CON DIOS

PAZ CON DIOS (1ª parte)
Hace algún tiempo que he abandonado mi deseo de seguir escribiendo, sobre lo único que realmente me mantiene en este camino de la vida, para proseguir victorioso hasta el final y alcanzar, si mi Señor Jesús así lo quiere, la gloria de la vida eterna.
Proseguiré, mientras el Espíritu Santo me permita con su ayuda seguir escribiendo, poniendo la atención sobre el mensaje de Salvación por Fe en Jesús, que se encuentra en la Biblia.
No es un secreto lo que voy a revelar si digo qué cuando Cristo entra en el corazón reclama ser Señor y Maestro. Requiere la rendición completa; exige tener el dominio sobre nuestras actividades intelectuales; demanda que nuestros cuerpos sean sujetos a Él y únicamente a Él; requiere nuestros talentos y nuestras aptitudes; demanda que toda nuestra obra y labor sean hechas en su nombre.

Hoy abundan aquellos que profesan ser cristianos, pero que dejarían de asistir al templo antes que renunciar al deseo de adquirir un nuevo refrigerador. Si se les diera la oportunidad de elegir entre un buen viaje o contribuir a la construcción de un local para la Escuela Dominical, sería fácil adivinar la decisión que tomarían. Hay millares que se llaman cristianos pero ponen en primer término el dinero y las cosas que proporcionan un alto nivel de vida, y en segundo lugar las cosas de Cristo.

Encontramos tiempo para ir al cine, para asistir a los campos de futbol, para ir de juerga con nuestros amigos, para buscar personas que creíamos importantes o que habían dejado una profunda huella en nuestra vida, buscamos su recuerdo, ansiando un pronto reencuentro, pasamos media vida tratando de localizarla y al fin cuando la hayamos el corazón late con misma emoción de la juventud. (En el nombre de mi Señor Jesús, ruego al Espíritu Santo sabiduría para superar este momento en mi vida, apartando a quién sea necesario del camino, que obstaculice e impida que prosiga a la meta final). La prueba del tiempo dedicado a este menester se pone de manifiesto dejando en un segundo plano, el tiempo dedicado para Dios. Podemos ahorrar tiempo y dinero para comprar una nueva casa o un televisor más potente pero nos parece oneroso el dar para el Señor. Todo esto es idolatría.

¡Urge un cambio¡ Con el dedo señalamos a los paganos y a los idólatras de antaño, cuando la única diferencia es que nuestras imágenes están hechas de brillante acero, y tienen termostatos y descongeladores, en vez de ojos incrustados en joyas. En lugar de oro sus superficies están cubiertas de porcelana fácil de limpiar, pero de todas maneras se adoran y pensamos que la vida sin ellas sería imposible. Jesús reclama el señorío sobre todas estas cosas. Él quiere que rindamos a Él toda nuestra vida social, nuestra vida familiar y nuestros negocios. Él debe ser el primero en todo lo que hagamos o pensemos, porque cuando realmente nos arrepentimos, volvemos a Dios en todos los sentidos.

Tenemos la advertencia de Cristo, que no nos recibirá en su reino hasta que estemos dispuestos a rendirle todo, hasta que estemos dispuestos a renunciar a todo el pecado de nuestras vidas. No digamos: “Renunciaré a algunos de mis pecados, pero me quedaré con otros”, “Viviré parte de mi vida para Jesús y parte para mis propios deseos”. Jesús exige una entrega cien por cien, y cuando esto se realiza, Él recompensa mil por uno. Pero no esperemos que Jesús reparta pequeños premios de quinientos por uno si hay una entrega del cincuenta por ciento. Dios no obra de esta manera para efectuar sus maravillas.

 Demanda un cambio total, una sumisión completa. Cuando hayamos resuelto renunciar al pecado entregando todo a Cristo, habremos dado otro paso que nos acerque hacia la paz con Dios.

lunes, 2 de mayo de 2011

EL ARREPENTIMIENTO (1ª parte)

“Habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepienta, que por noventa y nueve justos, que no necesitan arrepentimiento” S. Lucas 15:7.


Hemos visto ya que Jesús exigía la conversión. También que los tres elementos de la conversión son: el arrepentimiento, la fe y la regeneración. Puede discutirse el orden en que éstos se presentan, pero por regla general, tienen lugar al mismo tiempo. Conscientes o inconscientes de ellos, en el momento crítico de la conversión, estos tres ocurren simultáneamente.
Si el arrepentimiento pudiera describirse con una palabra, emplearía la palabra renunciar. ¿Renunciar a qué? La respuesta también puede darse con una palabra pecado. La Biblia enseña que el pecado es la transgresión de la ley; el pecado es la negación de la autoridad de Dios y rechazar obedecerle. El pecado es ese principio malo que surgió en el Edén cuando Adán y Eva fueron tentados y cayeron. Desde aquel desastre, este veneno mortal ha afectado a todos los hombres, de tal manera que “todos pecaron y no hay justo, ni aun uno”. El pecado ha roto nuestra relación con Dios y, como consecuencia, ha perturbado nuestra relación de unos con otros y aun con nosotros mismos.
De ninguna manera podemos tener paz con Dios, ni paz los unos con los otros, ni aun paz dentro de nosotros mismos, hasta que hagamos algo “con esa cosa abominable que Dios aborrece”. No solamente se nos ha dicho que tenemos que renunciar al principio del pecado, sino que también hemos de renunciar a los pecados, en plural. Hemos de renunciar al “mundo, a la carne y al diablo”. No puede haber objeciones, regateo, compromiso o vacilación. Cristo exige la renunciación absoluta.
Pero aquí también interviene el principio del amor, porque cuando amas completa y absolutamente a Jesucristo, no has de querer hacer las cosas que Él aborrece y odia. Automáticamente renunciarás a todos los pecados de tu vida cuando por fe te entregues a Él. Por eso el arrepentimiento y la fe van unidos. No puedes tener arrepentimiento sin una fe salvadora, y no puedes tener fe salvadora sin un arrepentimiento genuino.
Desgraciadamente, la palabra “arrepentimiento” se omite hoy en los púlpitos. Carece por completo de popularidad. El primer sermón que Jesucristo predicó fue:
”¡Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado¡” (S. Mateo 4:17)
Esa fue la voz de Dios hablando por medio de su Hijo. Jesús vino con un corazón lleno de amor y de comprensión, pero inmediatamente empezó a señalar con dedo de fuego el delito y los pecados del hombre. Exhortó a los hombres a reconocer su culpa y a apartarse de su impiedad. Dijo que era necesario el arrepentimiento, antes de que Él pudiera otorgar su amor, su gracia y su misericordia a las almas. Jamás disculpó la iniquidad. Insistió en la urgencia del juicio personal, propio, y en el completo arrepentimiento. Insistió en la necesidad de una nueva actitud antes de que Él pudiese revelar el amor de Dios.
Un grupo de personas vino a Jesús un día y le contaron también de ciertos galileos cuya sangre había mezclado Pilato con los sacrificios, mientras sus legiones romanas ponían fin a la insurrección judía. Relataron también cómo la caída de la torre en Siloé había matado a muchos. En contestación Jesús dijo: “¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. (S. Lucas 13:2 y 3). En otras palabras, Jesús dijo que ya sea que los hombres mueran por violencias, accidentes o de muerte natural, su destino es el mismo; a menos que se hayan vuelto a Dios arrepentidos, están perdidos.
Sabemos que la salvación depende completamente de la gracia de Dios. Sabemos que los sacrificios, ritos u obras de la ley jamás han podido salvar ni siquiera a un alma. La Biblia dice que ante Dios nadie es justificado por la ley, y, así, afirma: “Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá” (Romanos 1:17). La salvación, el perdón y la justificación dependen absolutamente de la obra expiatoria de Cristo. Sin embargo, para que el sacrificio de Cristo en la cruz sea eficaz para cualquier individuo de cualquier época, esa persona debe arrepentirse de su pecado y aceptar a Cristo por fe.
“Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres. Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quién designó(Jesús), dando fe a todos con haberle levantado de los muertos”(Hechos.17:29,30,31)
Es una orden, es un mandato de Dios: ¡Arrepiéntete, o perecerás¡ ¿Te has arrepentido? ¿Estás seguro de ello?

domingo, 1 de mayo de 2011

LA CONVERSIÓN (3)

La conversión requiere de tres aspectos, dos de ellos activos y uno pasivo. En la conversión activa, están incluidos el arrepentimiento y la fe. El arrepentimiento es la conversión vista desde su punto de partida, el abandono de la vida anterior. La fe indica el punto objetivo de conversión, el volver a Dios. El tercero, que es pasivo, lo llamamos el nuevo nacimiento, la regeneración.
Bien, para alcanzar la gloria, Jesús, dijo que el hombre tiene que convertirse. No lo digo yo ¡lo dijo Jesús¡ Esta no es la opinión de un hombre, ¡es la declaración de Dios¡ Jesús dijo: "De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entrareis en el Reino de los Cielos" (San Mateo 18:3)
La verdadera conversión abarca toda la mente, todos los afectos y toda la voluntad.
Ha habido miles de personas que han sido convertidas intelectualmente a Cristo. Creen la Biblia entera, creen todo a cerca de Jesús pero nunca han sido convertidas a él.
En el segundo capítulo del Evangelio de San Juan, se encuentra una descripción de los centenares de personas que seguían a Jesús al principio de su ministerio. Se dice que muchos de ellos creyeron en Él. Sin embargo Jesús no se fió de ellos, porque conocía los corazones de todos los hombres. ¿Por qué no se fió Jesús de ellos? Sabía que creían solamente con la cabeza, y no con el corazón.
Hay una gran diferencia entre la conversión intelectual y la conversión total que salva el alma. Seguramente que debe haber un cambio en tu pensar y en tu aceptación intelectual de Cristo.
Millares de personas han tenido alguna forma de experiencia emocional que consideran como conversión, pero nunca han sido realmente convertidas a Cristo.
Cristo exige un cambio en la forma de vivir, y si tu vida no se halla en conformidad con tu experiencia, entonces tienes mucha razón en dudar de tu conversión. Ciertamente, hay un cambio en las emociones cuando te entregas a Cristo; un cambio en el cual están incluidos el odio y el amor, porque comenzarás a odiar el pecado y amar la justicia. Tus afectos sufrirán una transformación. Tu devoción a Cristo no conocerá límites. Tu amor por Él no podrá describirse.
Pero aun cuando aceptes a Cristo intelectualmente, y tengas una experiencia emocional de Él, todavía esto no es suficiente. ¡Es necesario la conversión de la voluntad¡ Debe haber esa determinación de obedecer y seguir a Cristo. Tu voluntad tiene que ser supeditada a la voluntad de Dios. El yo tendrá que ser clavado en la cruz. El único deseo que tendrás será el de agradar a Cristo.
En el momento de la conversión mientras estás al pie de la cruz, el Espíritu Santo te hará reconocer que eres pecador, y dirigirás tu fe hacia Cristo que murió en tu lugar. Tienes que abrir tu corazón y dejarle entrar. En ese momento preciso, el Espíritu Santo efectúa el milagro del nuevo nacimiento, y realmente pasas a ser una nueva criatura. Se implanta la naturaleza divina. Llegas a ser partícipe de la misma vida de Dios, por Jesucristo, mediante el Espíritu Santo que mora en tu corazón.
La conversión es tan sencilla, que el niño más pequeño puede ser convertido; pero también es tan profunda, que los teólogos a través de la historia han estudiado la profundidad de su significado. Dios ha hecho el camino de la salvación tan claro que los insensatos no yerren en él. Ninguna persona será jamás excluida del Reino de Dios porque no tuviese la capacidad de comprender. Los ricos y los pobres, los sabios y los ignorantes, todos pueden ser convertidos.
En resumen, la conversión significa simplemente cambiar. Cuando una persona se convierte, puede continuar queriendo lo que antes quería, pero habrá un cambio de razones por las cuales quererlo. Un convertido puede abandonar los objetos anteriores de sus afectos; puede aun apartarse de sus compañeros mundanos, no porque los desprecie –muchos de ellos serán honestos y amables- sino porque para él hay más atractivo en el compañerismo con los cristianos ya que le une a ellos el mismo sentimiento espiritual.
También habrá un cambio de corazón con respecto a Dios. Donde antes existía indiferencia para Dios, temor constante, miedo y oposición, hay ahora un estado de reverencia completa, de confianza, de obediencia y de devoción. Habrá un temor reverencial a Dios, una gratitud constante a Él, una dependencia de Él y una nueva lealtad. Antes de la conversión, el individuo puede haber agradado a la carne, la cultura y los intereses intelectuales o la ganancia de dinero le eran de primordial y suma importancia. Ahora,la justicia y la santidad del corazón y el vivir la vida cristiana serán colocados por encima de todos los demás intereses, pues el agradar a Cristo será la única cosa de verdadera importancia. En otras palabras, la conversión significa un cambio radical en la vida del individuo.

lunes, 18 de abril de 2011

LA CONVERSIÓN (1ª Parte)

“Si no os volviereis y fuereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” San Mateo 18:3

Reconocemos que hay un principio natural que nos empuja hacia el plano animal, que ofusca el razonamiento, mina la conciencia y paraliza la voluntad. Estamos condenados por nuestros propios actos.
Dios es un Dios santo y justo que no puede tolerar el pecado. El pecado separa de Dios y acarrea su ira sobre el alma humana. El hombre ha perdido el sentido moral, intelectual y espiritual que Dios le dio, porque ha perdido a Dios. No hallará a Dios hasta que encuentre el camino hacia Él.
El camino hacia Dios no es un camino intelectual ni moral. No podemos llegarnos a Dios por la inteligencia, porque nuestros pensamientos humanos están en desacuerdo con los pensamientos divinos, pues la mente carnal está en enemistad con Dios. No podemos abrirnos paso hasta Dios mediante la oración, porque el hombre es espiritualmente rebelde a la presencia de Dios. No podemos abrirnos paso hasta Dios por la moral, porque nuestro carácter está corrompido por el pecado.
Surge entonces una pregunta, entonces ¿qué haré? ¿Por dónde empezaré? ¿Cuál es el camino hacia Dios? Hay solamente un camino hacia Él. Jesús dijo: “Si no os volvierais y fueseis como niños no entraréis en el reino de los cielos”. Así, Jesús demandó una conversión. Es por ahí por donde debe empezarse. Es de ahí de donde hay que partir.
¡Hay que convertirse¡.
Muchas personas confunden la conversión con la observancia de la ley. La Ley de Moisés se expone en términos precisos en la Biblia y su propósito es claro. En ningún tiempo fue ofrecida como una panacea para los males del mundo. Más bien, fue dada como el diagnóstico de esos males; esboza la razón de nuestra dificultad, pero no el remedio. La Biblia dice: “Empero sabemos que todo lo que la ley dice, a los que están en la ley lo dice, para que toda boca se tape, y que todo el mundo se sujete a Dios”. (Romanos 3:19) La ley no salva sino manifiesta el pecado. La Biblia dice:” Por la ley es el conocimiento del pecado”. (Romanos 3:20) La ley es un espejo moral, condena, pero no convierte; exige, pero no cambia; señala, pero no ofrece misericordia. En la ley no hay vida, sino muerte, pues la declaración de la ley era: “Tú morirás”.
Hay quienes dicen que su religión es el Sermón del Monte. Pero todavía no ha nacido el hombre o la mujer que haya vivido conforme al Sermón del Monte. La Biblia declara que todos han pecado y están destituidos de la gloria de Dios.
Otros pretenden vivir según la “regla de oro”, que consiste en tratar a los demás como quisiéramos ser tratados, pero ellos también se ilusionan creyendo alcanzarlo, pues ¡ay, ¡nuestras acciones hablan con mayor elocuencia que nuestras palabras. Es verdad que, conforme a toda apariencia, podemos tratar a nuestros prójimos de forma caritativa, regocijándonos del bien que les sucede y simpatizando con sus desgracias, pero los pensamientos secretos de nuestros corazones son, a menudo, bien diferentes de las palabras que surgen de nuestros labios.
Una de las más grandes tentaciones del hombre es la de engañarse a si mismo. Llega hasta tratar de esconderse así mismo sus propios motivos y sentimientos secretos. Nos gusta dar una impresión de magnanimidad, agradándonos que los demás piensen que somos generosos y justos. Pero, si nos examinamos más de cerca, si discernimos el mecanismo escondido de nuestro corazón como Dios lo hace, pronto nos daremos cuenta de que nuestra bondad y nuestra comprensión no subsisten sino mientras nada nos cuestan, o cuando nuestros prójimos están de acuerdo con nuestras ideas y nuestras actitudes.
Cuando Jesús enunció la regla de oro, no la limitó diciendo, por ejemplo: Sed buenos con vuestros prójimos mientras estén de acuerdo con vosotros, mientras vuestras amabilidades y vuestras simpatías no os causen ninguna dificultad. ¡No¡ Jesús dijo: “ Poneos en su lugar y preguntaos si os gustaría que se os criticase, que se hablase mal de vosotros, que se os acusara más o menos justamente...
Lo que Jesús pide de nosotros no es fácil: es, por el contrario, tan difícil que la mayoría de las personas ni intentan siquiera ponerlo en práctica. Y todos conocemos el daño, los dolores, los sufrimientos inauditos que provoca constantemente la inobservancia de esta regla.
Examinad vuestras intenciones ocultas antes de decidir si estáis por encima de todo reproche, y si vivís de tal manera que no tenéis necesidad de convertiros. Mirad en vuestro propio corazón, sin temor, honradamente, antes de pretender que la conversión religiosa es buena para los demás, pero en verdad, superflua para vosotros.
Pero ¿Qué es la conversión? ¿Qué quiere decir conversión? ¿Cuáles son sus efectos? ¿Por qué es necesario convertirse para ir al cielo?
El concepto de la conversión ciertamente no es desconocido en nuestra sociedad. Se ha explicado variadamente como “arrepentirse, ser regenerado, recibir la gracia, experimentar la religión y obtener la seguridad de la salvación”.
La conversión puede adquirir muchas formas diferentes. La manera como se realiza, depende en gran parte del individuo; de su carácter, de su estabilidad emocional, del ambiente en que vive, de las condiciones previas y de su manera de vivir. La conversión puede ocurrir después de una gran crisis en la vida de la persona; puede presentarse cuando todos los valores anteriores han sido destruidos, cuando se ha perdido la ilusión de poder por las posesiones materiales o perdido las cosas amadas. El hombre o la mujer que ha estado centralizando toda la atención en ganancias materiales, en el prestigio social o en los negocios, o ha entregado todos los afectos a una persona, experimenta un estado desolador cuando se le quita la cosa que ha dado valor a su vida.
En estos momentos trágicos, mientras el individuo carece de toda su potencia humana, cuando el ser querido se ha ido más allá del sonido de la voz, reconoce cuan solitario se encuentra en realidad. En ese momento, el Espíritu Santo puede hacer que las vendas de este mundo caigan de sus ojos y, por vez primera, vea claramente. Reconoce que Dios es la única fuente de verdadero poder y el único manantial eterno de amor y compañerismo.
Otras veces, la conversión puede ocurrir en la misma cima de poder y prosperidad personal, cuando todo va bien y las misericordias abundantes de Dios han sido otorgadas. La misma bondad de Dios puede impulsar a reconocer que todo lo debemos a Él; así, pues, la misma bondad del Creador conduce al arrepentimiento, a la conversión, a la regeneración.
La conversión puede ser tan repentina y dramática como la de los paganos que transfieren sus afectos a fe de los ídolos labrados en piedra y madera, a la Persona de Jesucristo.

viernes, 8 de abril de 2011

LA JUSTIFICACIÓN 4

LA JUSTIFICACIÓN 4.

La historia no termina con Cristo crucificado, de cuyo costado, manos y pies fluye sangre. Vemos como le bajan y colocan cuidadosamente en una tumba. Una gran piedra cubre la puerta del sepulcro. Los soldados hacen guardia. Todo el sábado, sus seguidores se hallan reunidos tristes en el Aposento Alto. Dos ya están en camino hacia Emmaus. El miedo se ha adueñado de todos. Temprano, esa primera mañana de Pascua, María, María Magdalena y Salomé van a la tumba para ungir el cuerpo. Al llegar se asustan al hallar que la tumba está vacía. Un ángel de pie, a la entrada pregunta: ¿A quién buscáis?” Y ellas contestan: “Buscamos a Jesús el Nazareno”. Y luego, el ángel da las más grandes y gloriosas noticias que oídos han escuchado: “No está aquí, ha RESUCITADO”.
De esta gran verdad depende todo el plan redentor de Dios. Sin la resurrección, no hay salvación. Muchas veces Cristo profetizó su resurrección. En una ocasión dijo:” Porque como estuvo Jonás en el vientre de la ballena tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches” ¡Así, como lo predijo, resucitó¡
Hay ciertas leyes de evidencia que se aplican para el establecimiento de cualquier suceso histórico. Debe haber documentación del suceso consabido, relatada por testigos contemporáneos dignos de confianza. Hay más evidencia de que Cristo resucitó de los muertos, que de que Julio Cesar vivió o de que Alejandro el Grande muriese a los treinta y tres años. Es difícil entender por qué ciertos historiadores aceptan miles de hechos, por los cuales pueden producir sólo fragmentos de evidencia; pero, a pesar de la evidencia preponderante de la resurrección de Jesucristo, dan un vistazo escéptico y sostienen sus dudas intelectuales. La dificultad con ellos está en que no quieren creer.
Su visión espiritual está cegada y se hallan tan absolutamente predispuestos, en contra, que no pueden aceptar, únicamente por el testimonio bíblico, el hecho glorioso de la Resurrección de Cristo.
La Resurrección de Cristo significa:
1º Que Cristo era Dios. Era lo que aseguró ser. Cristo era la Divinidad encarnada.
2º Que Dios había aceptado la obra expiatoria de Cristo en la cruz, que era necesaria para nuestra salvación. “El cual fue entregado por nuestros delitos, y resucitado para nuestra justificación”
3º Asegura a la humanidad un juicio justo.
4º Garantiza que al fin, nuestros cuerpos también resucitarán. Las Escrituras enseñan que, como cristianos, aunque nuestros cuerpos vayan a la tumba, serán resucitados en el gran día de la Resurrección. Entonces la muerte será sorbida en victoria. Como resultado de la resurrección de Cristo, el aguijón de la muerte ya no existe, y Cristo tiene las llaves de la muerte. El dice: “Yo soy el que vivo, y he sido muerto; y he aquí que vivo por siglos de siglos. Amén. Y tengo las llaves del infierno y de la muerte”. Cristo prometió: “Porque Yo vivo, vosotros también viviréis.
5º Significa que la muerte está abolida. El poder de la muerte ha sido quebrantado y quitado el temor de la muerte. Ahora podemos decir con el Salmista: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal; porque Tú estarás conmigo: Tu vara y tu cayado me infundirán aliento”.
Como resultado de la Resurrección de Cristo, Pablo esperaba la muerte con muchos deseos. Dijo:”Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia”.
Sin la Resurrección de Cristo, no podía haber esperanza para el futuro. La Biblia promete que algún día estaremos cara acara con Cristo resucitado y que tendremos cuerpos semejantes al suyo.
En presencia estar de Cristo
Ver su rostro, ¿qué será
Cuando al fin en pleno gozo
Mi alma le contemplará?
¡Cara a cara espero verle
Más allá del cielo azul;
Cara a cara en plena gloria
He de ver a mi Jesús.

domingo, 3 de abril de 2011

LA JUSTIFICACIÓN 3

Su muerte fue profetizada con siglos de antelación. Primeramente, como hemos visto, en el Edén; luego en la historia profética. Abraham previó su muerte en el sacrificio del cordero. El pueblo de Israel simbolizó su muerte en los sacrificios expiatorios. Cada vez que la sangre era derramada sobre un altar judío, representaba al Cordero de Dios, que algún día había de venir para quitar el pecado. David profetizó su muerte detalladamente en algunos de los salmos proféticos. Isaías dedicó capítulos enteros de su Libro a predecir los detalles de su muerte.
Jesucristo dijo que tenía poder para entregar su vida al manifestar: “El buen pastor su vida da por las ovejas”. Otra vez dijo: “Así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en Él creyere, no se pierda, sino que tenga vida eterna” Jesucristo hizo frente a la posibilidad de la cruz mucho tiempo ha en la eternidad. Durante todos los siglos que precedieron a su nacimiento, Él sabía que el día de su muerte se acercaba rápidamente. Cuando nació de una virgen, la cruz arrojaba sombras en su camino. Se vistió de cuerpo humano para poder morir. Desde la cuna hasta la cruz, el morir fue su propósito.
Sufrió como nadie jamás ha sufrido; la velada en Gethsemaní iluminada por las antorchas flameantes, el beso del traidor, la aprehensión, el juicio ante el pontífice, la espera en el palacio del gobernador romano, el viaje al palacio de Herodes, las bofetadas de los brutales soldados de Herodes, las escenas aterradoras mientras Pilato trató de salvarle al tiempo que los sacerdotes y la plebe pedían a gritos su sangre, los azotes, las multitudes rugientes, el camino desde Jerusalén al Gólgota, los clavos en las manos, en los pies, la corona de espinas sobre la frente , los gritos sarcásticos y burlescos de los ladrones a ambos lados:”Tú has salvado a otros, ahora sálvate a ti mismo.”
Estaba débil y agotado al llegar allí. Había sido azotado. Estaba agotado físicamente. Pero cuando Cristo murió, murió voluntariamente, escogió el momento preciso para expirar.
Allí estaba colgado desnudo entre el cielo y la tierra. No expresó ninguna queja ni súplica, sino solamente una frase, por la cual nos hizo saber en dos palabras algo del terrible dolor físico que sufría cuando dijo:” Sed tengo.” Perdía la sangre. Dios exige la muerte del pecador o de un sustituto. ¡¡Cristo fue el sustituto¡¡ No fueron los clavos los que le sujetaron a la Cruz, fueron los lazos del amor los que le retuvieron más fuertemente que cualquier clavo que los hombres pudieran forjar. “Mas Dios encarece su amor para con nosotros, porque siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.”
¡¡Por ti¡¡ Por mí¡¡ Llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero. Contémplalo en la cruz, cómo inclina su rostro bendito, y en el espantoso abandono de Dios, se acumulan en su corazón las consecuencias del pecado del mundo. Observa cómo al aceptarlas, te da la oportunidad de salvación, que Él no necesita para Sí, pero en cambio la ofrece a aquellos cuyo lugar ha tomado. Abrumados ante este sufrimiento, conociendo nuestra propia incapacidad de comprender o explicar, y anonadados por su grandeza y majestad, escuchemos las palabras que pronuncian sus labios:”Consumado es.”
El verdadero sufrimiento de Jesucristo no fue de orden físico. Muchos antes que Él habían muerto, muchos habían sido martirizados. El terrible sufrimiento de Jesucristo fue de carácter espiritual. Abarcó hasta la última consecuencia del pecado y entró en la más intensa amargura cuando Dios le volvió las espaldas, y escondió el rostro de tal manera que Cristo clamó a gran voz:”Dios mío, Dios mío ¿porqué me has desamparado?”Sólo en la hora suprema de la historia de la humanidad Cristo pronunció estas palabras. Fueron pronunciadas para que el hombre supiera cuántas cosas le son inaccesibles. Si al llevar el pecado en su propio cuerpo, creó meritos que no necesitaba para sí, entonces, ¿para quién fueron creados esos méritos?
Cómo fue consumado aquello en lo profundo de las tinieblas, nunca lo sabrá el hombre. Pero yo sé una cosa: que Él llevó mis pecados en su cuerpo sobre el madero. Que estuvo donde yo debí estar. Que los tormentos del infierno que me correspondían fueron amontonados sobre Él, y que yo puedo ir al cielo y apropiarme lo que no era mío, sino únicamente suyo. “Todos los tipos, ofrendas, sombras y símbolos del Antiguo Testamento se cumplieron. Los sacerdotes sólo tenían que entrar una vez al año en el Lugar Santísimo. El sacrificio por excelencia es expiatorio, sustitutivo, redentor, y de la manera que está establecido a los hombres que mueran una vez y después el juicio; así también Cristo fue ofrecido para agotar los pecados para agotar los pecados de muchos.
Dios dice ahora que ha sido establecida la base de la redención: todo lo que el pecador culpable tiene que hacer, es creer en el Hijo y así será salvo.“ Porque de tala manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”
En la Cruz de Cristo veo tres cosas: Primera, una descripción de la profundidad del pecado del hombre. No culpemos a los que crucificaron a Cristo. Tú y yo somos igualmente culpables. No fueron los judíos ni los soldados romanos los que le crucificaron; fueron tus pecados y los míos lo que hizo necesario que Él se ofreciera en sacrificio.
Segunda: el amor insondable de Dios. Si en alguna ocasión dudas del amor de Dios, contempla la cruz, porque allí encontrarás la máxima expresión del amor de Dios.
Tercera: el único camino para la salvación. Jesús dijo:”Yo soy el camino, y la verdad, y la vida, nadie viene al Padre sino por Mí”.

lunes, 28 de marzo de 2011

CARTA DE AGRADECIMIENTO A DIOS

Me dirijo a todos los hermanos con fe en Nuestro Señor Jesucristo como Salvador y Redentor nuestro, alabado sea por los siglos de los siglos.
A mis hermanos en la fe de Jesús deseo hacerles participes de un acontecimiento acaecido hace meses, en el cual, sólo la intervención Divina puede explicar que saliera ileso de lo acontecido. Este es el relato: Ese día estaba realizando la poda o desmochado de un árbol, labor habitual desde hace 20 años, a una altura, según el atestado del accidente, de 9 metros. Seguí el proceso acostumbrado, corte de seguridad y de caída. Pero en el último momento, una repentina ráfaga de aire en la copa del árbol desvió la dirección de caída y se me vino encima el resto del árbol de seis metros, precipitándome al suelo con la moto sierra encendida.
El tiempo de la caída se me antojaba demasiado largo, caía cual pluma se balancea en el aire y entonces escuché clara y nítida aquella voz que me dijo:-“¡Hijo mío, no tengas miedo, nada malo te va a pasar, estoy contigo, sólo vas a sentir dolor¡ y entonces quise hablarle y fue cuando impactó mi cuerpo contra la dureza de la tierra. La moto sierra se clavó encendida a unos palmos de mis piernas, el tronco había caído en mi pecho; desperté como de un sueño al chocar contra el duro elemento y aullé de dolor. Recordaba las palabras escuchadas y dando gracias a Dios en el nombre de mi Señor Jesucristo, conseguí aliviarlo. A cada intento de moverme, veía las estrellas, pero mal como pude conseguí acercarme a la moto sierra encendida, apagarla para hacerme oír y pedir auxilio. La casa más cercana estaba a más de cien metros y a esa hora las tres y media de la tarde no habría nadie. Mi celular estaba en la furgoneta por lo que no tuve otra opción más que ir reptando hacia ella. Con lágrimas de dolor y agotado por el esfuerzo conseguí alcanzarla, pero al intentar incorporarme para abrir la puerta sentí que me mareaba del dolor, en un último intento lo conseguí y tras llamar a Protección Civil se puso en marcha todo el protocolo para estos casos.
Los quince kilómetros que me separaban del Hospital Universitario de Santiago de Compostela se hicieron interminables; el dolor, unido a estar acostado en una tabla de precipitados, a cada bache o curva era insoportable. Sé que en un momento perdí la consciencia, y sólo escuchaba ¡¡dale caña que este se nos va¡¡ y yo en mi interior, confiando en lo mis oídos habían escuchado.
Fui sometido a todo tipo de pruebas de diagnostico en las veinticuatro horas que permanecí en el centro hospitalario y salvo una leve hematuria todos los resultados fueron favorables.
Nadie se creía el relato de los hechos, pero al reparar en el atestado de la guardia civil se dieron cuenta que mi versión era cierta.
Siendo el más miserable de los pecadores el Padre Eterno en el nombre de mi Señor Jesucristo me ha dado una nueva vida, otra oportunidad más para seguir realizando lo que humildemente puedo trasmitir a través de estas líneas en mi blog.

domingo, 27 de marzo de 2011

LA JUSTIFICACIÓN 2

Pero ¿lo haría? Para realizarlo, sería necesario venir a la tierra; tendría que tomar la forma de siervo; tendría que hallarse en la condición de hombre; tendría que humanizarse y ser obediente hasta la muerte. Tendría que luchar contra el pecado; tendría que encontrar y vencer a Satanás, el enemigo del alma del Hombre; tendría que comprar la libertad de los pecadores, romper las cadenas y poner en libertad a los cautivos, pagando el precio, que sería su propia sangre. Tendría que ser despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores y experimentado en quebranto. Tendría que ser herido por Dios y separado de Él; tendría que ser herido por las rebeliones y molido por los pecados de los hombres; tendría que reconciliar al hombre con Dios. Sería el gran Mediador de la historia, el Sustituto, el Cordero que iba a morir en lugar del hombre pecador. Tendría que hacer voluntariamente todo esto.
Y, gracias sean dadas a Dios, ¡esto es exactamente lo que sucedió¡ Contemplando desde el cielo, vio nuestra tierra condenada, sentenciada, maldita, destinada al infierno. Nos vio a ti y a mí, cayendo bajo la carga del pecado, atados con sus cadenas y sogas. Y tomó su decisión. Las huestes angélicas se inclinaron con humildad y temor reverencial, mientras el Príncipe de príncipes y Señor de señores del cielo, que podía lanzar mundos al espacio con sólo su palabra, atravesó la bóveda del cielo y en una noche judaica, mientras las estrellas cantaban y los coros de ángeles prorrumpían en alabanzas, ÉL descendió, se humilló, ¡y se hizo hombre¡

(Fue como si yo, mientras caminara por un sendero pisara un hormiguero. Podría observar las hormigas y decirles: “Siento mucho haber pisado vuestro hormiguero, he destruido vuestra casa, todo está en confusión. Me gustaría deciros que os amo, que no lo hice con intención, que me agradaría ayudaros.”
Pero me dirás:-Eso es absurdo, imposible, ¡las hormigas no pueden entender tu idioma¡-
¡¡Exactamente¡¡ Que maravilloso seria entonces si pudiera transformarme en hormiga unos instantes y en su propio idioma expresarles mi amor hacia ellas.)

Esto es exactamente lo que hizo Cristo. Vino para revelar a Dios a los hombres. Él es quien dijo que Dios nos ama y se interesa por nosotros. Nos habló de la misericordia, de la paciencia y de la gracia de Dios. Nos prometió la vida eterna.
Y a un más que eso, Jesucristo participó de carne y sangre para poder morir. “Él apareció para quitar nuestros pecados, Cristo vino a este mundo para dar su vida en rescate de muchos”. El único propósito al venir al mundo, fue ofrecer su vida en sacrificio por los pecados de los hombres. Vino para morir y la sombra de la muerte se extendió como un velo de luto a lo largo de los treinta y tres años de su vida terrenal.
La noche que nació Jesús, Satanás tembló. Procuró matarlo aun antes de su nacimiento. Cuando el decreto de Herodes que ordenaba matar a todos los niños, su único propósito era de asegurarse la muerte de Jesús.
En todos los días de su vida sobre la tierra, ni una vez cometió pecado. Fue el único hombre que vivió sin pecado. El enemigo le perseguía día y noche, pero nunca halló pecado en Él. Era sin mancha y sin contaminación.
El Señor Jesús llevó una vida humilde, se humilló a Si mismo, no recibió ningún honor de los hombres, nació en un estable, fue criado en una aldea insignificante de Nazaret, se hizo carpintero. Reunió en su derredor a un humilde grupo de pescadores. Anduvo entre los hombres como hombre, no había pretensión en Él ni ninguna ambición. Se humillaba como ningún otro hombre se ha humillado. Cada palabra que habló era históricamente cierta, científicamente cierta, éticamente verdadera. No había fallo en los conceptos morales y en las frases de Jesucristo. Su visión moral era totalmente correcta, correcta en la época en que vivió y correcta a través de las posteriores. Profetizó muchas cosas que todavía pertenecen al futuro. Habló con tanta sencillez que las masas le escuchaban de buena gana. Él sabía y por eso habló con serena autoridad. Su palabra era profunda pero a la vez, clara, poderosa y fácil de comprender. Sus frases estaban llenas de sencillez y esplendor, confundían a sus enemigos. Trataba de los grandes problemas de la vida de tal forma que los sencillos auditorios podían entenderle con facilidad.
El Señor Jesús sanó a los enfermos, a los cojos, y los ciegos; sanó a los leprosos y resucitó a los muertos; expulsó a los demonios, apaciguo los elementos naturales, dio paz, gozo y esperanza a las multitudes que le seguían.
Nunca demostró señal alguna de temor, nunca anduvo deprisa, para Él no hubo accidentes. Se movió con precisión y coordinación perfectas. Su porte era de lo más elevado, no titubeaba ni se preocupaba por su Obra.
Compareció ante Pilato y con tranquilidad le dijo:-“Ninguna potestad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba”-. Dijo a la gente temerosa que tenia legiones de ángeles bajo su mando.
Se acercó a la cruz con dignidad y calma, con certeza y serenidad, sabiendo que cumpliría la profecía escrita acerca de Él ochocientos años antes -“Angustiado Él y afligido, no abrió su boca, como cordero fue llevado al matadero”-
Marchó serena y majestuosamente hacia la misión que había venido a realizar. Vino a apaciguar la ira de Dios. Vino a conquistar al demonio para siempre, vino para triunfar sobre el infierno y sobre la muerte.

Continuara...

sábado, 26 de marzo de 2011

LA JUSTIFICACIÓN 1

Me han planteado una pregunta: ¿Cómo puede Dios ser justo y, al mismo tiempo justificar al pecador?
Debe recordarse que la palabra justificar quiere decir ~librar al alma de toda culpa~. La justificación es mucha más que el perdón, pues el pecado tiene que eliminarse y aparecer como si nunca hubiera existido. El hombre tiene que ser restaurado de tal manera que no quede vestigio de mancha o culpa, reinstalado a la posición que ocupaba antes de caer del favor divino.
Durante siglos, los hombres, en su ceguera, han tratado de volver al Edén, pero nunca han podido alcanzar la meta. Han probado muchas sendas, pero todo en vano. Por la historia, sabemos que el primer intento de la humanidad para organizarse en Sociedad de Naciones, terminó en la confusión de lenguas de la Torre de Babel. Los hombres siempre han fallado siempre que han intentado actuar sin Dios.
Puesto que cada hombre tiene que llevar sus propios pecados, se excluye toda posibilidad de acudir a los recursos humanos ya que todo el mundo está contaminado de la misma enfermedad.
La única solución era que un inocente se ofreciera morir física y espiritualmente ante Dios. Pero, ¿dónde encontrar este inocente? No había ninguno en la tierra porque la Biblia dice: “Todos pecaron”. Había sólo una posibilidad. El mismo Hijo de Dios era la única personalidad en el Universo con capacidad para llevar en su propio cuerpo los pecados del mundo. Es posible que Gabriel hubiera podido venir para morir por una persona, pero únicamente el Hijo de Dios era infinito y, por lo tanto, capaz de morir en lugar de todos.
La Biblia enseña la Trinidad divina. Éste es un misterio que nunca comprenderemos. La Biblia no enseña que hay tres Dioses, sino que hay un Dios. Sin embargo este Dios se expresa en tres Personas: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.
La segunda Persona de esta Trinidad es el Hijo de Dios, Jesucristo. Él es consustancial con el Padre. No es un Hijo de Dios, sino el Hijo de Dios. Es el eterno Hijo de Dios, el Salvador viviente, Dios manifestado en carne.
La Biblia enseña que Jesucristo no tuvo principio. Nunca fue creado. La Biblia enseña que los cielos, los millares de estrellas y los soles ardientes fueron creados por Él. La tierra fue creada por su dedo. El nacimiento de Jesucristo, que celebramos durante la Navidad, no fue su principio. Su origen está oculto en aquel mismo misterio que nos frustra cuando investigamos el principio de Dios. La Biblia nos dice solamente: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el verbo era Dios”.
La Biblia nos enseña: “El cual es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda criatura. Porque por Él fueron creadas todas las cosas que están en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por ÉL y para ÉL. Y Él es antes de todas las cosas, y por Él todas las cosas subsisten”.
Esta última expresión indica que Él sostiene todas las cosas. En otras palabras, el Universo entero se desintegraría en billones de átomos si no fuera por el poder de cohesión de Jesucristo. La Biblia otra vez dice:” Y Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra; y los cielos son obras de tus manos. Ellos perecerán; mas Tú eres permanente; y todos ellos se envejecerán como una vestidura; y como un vestido los envolverás, y serán mudados; empero Tú eres el mismo, y tus años no acabarán”
Otra vez dijo Jesús de Sí mismo: “Yo soy el Alpha y la Omega, el primero y el último”
Él y sólo Él, tenía el poder y la capacidad de volver al hombre a Dios.


Continuará...