} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 11/01/2016 - 12/01/2016

sábado, 26 de noviembre de 2016

EVANGELIZACIÓN MUNDIAL


Sólo hay dos grupos de personas en el mundo: los que han escuchado y creído el evangelio de Jesús y aquellos que no. Los que han nacido de nuevo por fe en Jesucristo, y los que creen pueden salvarse por méritos propios. Si quienes lo hemos escuchado, y creído, rehúsamos proclamarlo, Dios recompensará a cada uno «de acuerdo con sus obras». Somos responsables por nuestra generación. Aunque la gente a menudo debate en cuanto a la suerte de aquellos que murieron sin escuchar el evangelio, este pasaje revela la importancia de alcanzar a aquellos que están vivos aún. Aquellos perdieron su oportunidad, su incredulidad los condenó al infierno.
Una orientación práctica, tomada de Hechos_13:36, podría enseñarnos: David sirvió a su generación por la voluntad divina. No podemos retornar a la pasada generación, tampoco alcanzar la próxima, pero sí servir a ésta. La única generación por la cual Dios nos hace responsables es la nuestra.(Salmos_2:8/Isaías_40:8-11).
Jehová es el gran Evangelizador o Portador de buenas nuevas. Después que Adán pecó, las palabras de Génesis 3:15 acerca de que habría una descendencia que aplastaría la cabeza de la serpiente fueron buenas nuevas, y supusieron una esperanza para la humanidad. (Romanos 8:20.) Al ampliar la promesa sobre la descendencia, Jehová Dios le declaró a Abrahán buenas nuevas. (Gálatas 3:8; Génesis 12:1-3.) En Isaías 52:7 se profetizó que alguien ‘traería buenas nuevas’ con respecto a la restauración de los judíos de Babilonia.
El apóstol Pablo cita este texto en conexión con la evangelización que efectuamos los cristianos. (Romanos 10:15.) El ángel Gabriel actuó como evangelizador cuando anunció a Zacarías las buenas nuevas del venidero nacimiento de Juan el Bautista, y a María las del nacimiento de Jesús. Otro ángel informó de la buena nueva a los pastores cuando Jesús nació. (Lucas 1:18-38; 2:10.) Juan el Bautista fue un evangelizador, pues se dice que “continuó declarando las buenas nuevas al pueblo”. (Lucas 3:18.) De hecho, todos los discípulos de Jesús participaron en el ministerio público de declarar las buenas nuevas, de modo que fueron evangelizadores. (Hechos 8:4.)

Misioneros evangelizadores especiales.
Aunque todos los cristianos recibimos la comisión de ser evangelizadores de las buenas nuevas y predicar a otras personas, esta palabra se usa de un modo especial en Efesios 4:8, 11, 12. En este pasaje, Pablo habla de las “dádivas en hombres” que Cristo entregó a la congregación cuando ascendió a los cielos: “Y dio algunos como apóstoles, algunos como profetas, algunos como evangelizadores, algunos como pastores y maestros para la edificación del cuerpo del Cristo”. El trabajo específico de estos evangelizadores era el de ser misioneros. Ellos a menudo abrirían nuevos campos en lugares donde no se había predicado antes. En la lista de Efesios 4:11 los evangelizadores preceden a los pastores y a los maestros, porque después que se han predicado las buenas nuevas y se han hecho discípulos, los pastores y los maestros continúan la obra de edificación.
Felipe es un ejemplo de alguien a quien se llama específicamente evangelizador. Después del Pentecostés, inició la obra en la ciudad de Samaria con gran éxito. Guiado por un ángel, Felipe le predicó las buenas nuevas acerca del Cristo a un eunuco etíope, a quien él mismo bautizó. Más tarde, el espíritu condujo a Felipe a predicar en Asdod y en todas las ciudades hasta llegar a Cesarea. (Hechos 8:5, 12, 14, 26-40.) Asimismo, Pablo trabajó de forma activa en la evangelización. (2Corintios 10:13-16.) También Timoteo fue un evangelizador o misionero. Cuando Pablo le dio su última exhortación, subrayó de manera especial la evangelización: “Tú, sin embargo, mantén tu juicio en todas las cosas, sufre el mal, haz la obra de evangelizador, efectúa tu ministerio plenamente”. Timoteo participaba con otros cristianos en la predicación de las buenas nuevas y, como era superintendente en Éfeso, también se dedicaba al pastoreo y la enseñanza. (2Timoteo 4:5; 1Timoteo 1:3.)

La evangelización en el “tiempo del fin”.

 La obra de evangelización más extensa de toda la historia tendría que efectuarse en el “tiempo del fin”, según la declaración de Jesús registrada en Mateo 24:14: “Estas buenas nuevas del reino se predicarán en toda la tierra habitada; y entonces vendrá el fin”. En la actualidad, las naciones tienen sus misioneros en el campo de la economía, la política, la medicina, etc.; sin embargo, a los cristianos se nos manda predicar el reino de Dios y hacer discípulos de Jesucristo. (2 Timoteo 4:2; 1 Corintios 9:16; 1 Pedro 1:12, 25; 4:17.) El ángel que vuela en medio del cielo con las buenas nuevas eternas hace la siguiente proclamación: “Teman a Dios y denle gloria, porque ha llegado la hora del juicio por él, de modo que adoren al que hizo el cielo y la tierra y el mar y las fuentes de las aguas”. (Apocalipsis 14:6, 7.)
 Estas son las buenas nuevas que el evangelizador o misionero cristiano debe llevar. Así como la Biblia habla de algunos cristianos, como Felipe, que fueron misioneros o evangelizadores en un sentido especial, en la actualidad algunos cristianos tal vez vayan a otros países para predicar en calidad de misioneros. (Hechos 21:8.) No obstante, todos los cristianos estamos comisionados y obligados a ser evangelizadores donde sea que nos encontremos, predicando las buenas nuevas a hombres de toda clase utilizando todos los medios que Dios nos pone a nuestro alcance. (Romanos 10:9, 10.)

¡Maranatha!

miércoles, 23 de noviembre de 2016

RECORDEMOS LOS PRIVILEGIOS DE LA VIDA CRISTIANA


(Estudio bíblico 23 noviembre 2016)

1 Juan 3:1  ¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a Él.
 2  Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.  (Versión la Biblia Pueblo de Dios)

Este versículo, Juan se detiene todavía en el pensamiento de que «hemos nacido de Dios». Ahora, para expresarlo, se dice que somos «hijos de Dios». Pocos conceptos cristianos han quedado tan gastados como éste, por el lenguaje de la piedad, y se han visto desfigurados por una comprensión equivocada o minimizadora. Es necesario que tratemos de poner de nuevo al descubierto las dimensiones reales de este concepto. Y probablemente el autor tuvo ya que salir al paso de una interpretación equivocada y gnóstica pagana del concepto de «hijo de Dios». Juan empieza demandando que los nacidos de nuevo recuerden sus privilegios. Es un privilegio el que nos llamen los hijos de Dios. Hay algo importante hasta en el nombre.
 Así que el cristiano tiene el privilegio de ser llamado hijo de Dios. De la misma manera que el pertenecer a una gran escuela, a un gran regimiento, a una gran iglesia, a una gran familia es una inspiración para vivir dignamente, así también, y aún más, el llamarse con el nombre de la familia de Dios es algo que debe ayudar a mantener los pies en el buen camino, y a seguir adelante y hacia arriba.
Pero, como Juan señala, no se trata solamente de que se nos llame los hijos de Dios; somos los hijos de Dios.
Hay aquí algo que debemos notar. Es don de Dios el que una persona llegue a ser hija de Dios por naturaleza. Uno es criatura de Dios, pero por gracia llega a ser hijo de Dios. Hay dos palabras lingüísticamente relacionadas, pero semánticamente diferentes: paterno y paternal. Paterno describe una relación en la que un hombre es responsable de la existencia física de un hijo; y paternal describe una relación íntima amorosa. En el sentido de la paternidad, todos los seres humanos son hijos de Dios; pero en cuanto a la paternalidad, solo son hijos de Dios cuando Él inicia en Su gracia la relación con ellos, y ellos responden.

Hay dos imágenes, una en el Antiguo Testamento y la otra en el Nuevo, que presentan esta relación clara y gráficamente. En el Antiguo Testamento encontramos la idea del pacto. Israel es el pueblo del pacto con Dios; lo que esto quiere decir es que Dios, por propia iniciativa, se había acercado especialmente a Israel para ser exclusivamente su Dios, y que ellos fueran exclusivamente Su pueblo. Como parte integral del pacto, Dios dio la Ley a Israel, y la relación del pacto dependía de que Israel cumpliera la Ley.

En el Nuevo Testamento encontramos la idea de la adopción (Romanos 8:14-17;1Corintios 1:9;Gálatas 3:26). Aquí encontramos la idea de que por un deliberado hecho de adopción de parte de Dios el cristiano entra en Su familia.

Mientras que todos los hombres son hijos de Dios en el sentido de que Le deben la vida a Él, llegan a ser Sus hijos en el sentido íntimo y amoroso del término solamente por un acto de la gracia íntima de Dios y la respuesta de sus corazones.

Automáticamente surge la pregunta: Si los seres humanos reciben ese gran honor cuando se hacen cristianos, ¿por qué los desprecia tanto el mundo? La respuesta es que están experimentando simplemente lo que Jesucristo experimentó antes. Cuando Él vino al mundo, no Le reconocieron como el Hijo de Dios; el mundo prefería sus propias ideas, y Le rechazó. Lo mismo ha de sucederle a cualquier persona que decida libremente embarcarse en la empresa de Jesucristo.

A continuación, Juan comienza a recordarles a los suyos los privilegios de la vida cristiana. Pasa a presentarles lo que es en muchos sentidos una verdad todavía más tremenda: el gran hecho de que esta vida es solo el principio. Aquí muestra Juan el único agnosticismo verdadero. Tan grande es el futuro y su gloria que él ni siquiera se atreve a suponer cómo será, o a tratar de expresarlo con palabras, que serían por fuerza inadecuadas. Pero hay ciertas cosas que sí dice acerca de ese futuro.

a) Cuando Cristo aparezca en Su gloria, seremos como Él. Sin duda Juan tenía en mente el dicho de la antigua historia de la Creación de que el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:26). Ese era el propósito de Dios; y ese era el destino del hombre. No tenemos más que mirarnos al espejo para ver lo lejos que ha caído el hombre de ese destino. Pero Juan cree que en Cristo el hombre lo alcanzará por fin, y tendrá la imagen y la semejanza de Dios. Juan cree que solamente por medio de la obra de Cristo en el alma puede una persona llegar a la verdadera humanidad que Dios tenía previsto que alcanzara.

b)  Cuando Cristo aparezca, Le veremos y seremos como Él. La meta de todas las almas grandes ha sido siempre la visión de Dios. El fin de toda devoción es ver a Dios. Pero la visión beatífica no es para la satisfacción de la inteligencia; es para que lleguemos a ser como Él. Hay aquí una paradoja: no podemos llegar a ser como Dios a menos que Le veamos, y no podemos verle a menos que seamos puros de corazón, porque solamente los puros de corazón verán a Dios (Mateo 5:8). Para ver a Dios necesitamos la pureza que solamente Él puede dar. No hemos de pensar en esta visión de Dios como algo que solamente pueden disfrutar los grandes místicos. Existe en algún lugar la historia de un hombre pobre y sencillo que iba a menudo a orar al templo; siempre se ponía a orar de rodillas; pero alguien notó que, aunque estaba arrodillado en actitud de oración, nunca movía los labios ni parecía decir nada. Le preguntó qué estaba haciendo así de rodillas, y el hombre contestó: «Yo Le miro a Él, y Él me mira a mí." Esa es la visión de Dios en Cristo que puede tener al alma más sencilla; y el que mira suficientemente a Jesucristo llega a parecerse a Él.
«Haber nacido de Dios» y ser «hijo de Dios», según la comprensión joánica, no es algo que el hombre posea ya como criatura de Dios, sino que es un don absolutamente gratuito, un don que no se puede esperar ni cabe imaginar por parte del hombre. Tal vez lo que aquí se quiere decir con la expresión de «hijo de Dios», no aparece expresado con tanta claridad en ningún otro lugar como lo está en el prólogo del Evangelio de Juan: «A todos los que lo recibieron... les dio potestad de llegar a ser hijos de Dios». Para llegar a ser «hijo de Dios», es necesaria una «potestad» que ningún hombre tiene por sí mismo. Sólo puede tenerlo el Logos, el Hijo unigénito que está en el seno del Padre. Es muy significativo que el autor (a diferencia de Pablo) no aplique nunca a los cristianos, para decir que son «hijos» de Dios, la palabra griega que significa -por excelencia- «hijo» (uios). Esta palabra queda reservada para Cristo. Emplea otra palabra (teknon) para referirse a los cristianos. Con otros recursos que en el caso de Pablo, pero con el mismo énfasis, se nos hace ver aquí que la filiación única y singularísima de Cristo es el presupuesto necesario para que nosotros podamos ser «hijos (tekna) de Dios». Nosotros sólo podemos ser «hijos de Dios», sólo podemos «haber nacido de Dios», en cuanto participamos de la filiación del Hijo único. Puesto que «permanecemos en él» y cuando «permanecemos en él», no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que además lo somos. Estas escasas palabras que se añaden: "¡Y lo somos!», pueden ser un llamamiento más intenso a la reflexión acerca de lo que se nos ha dado: todo un estudio temático.

Pero el autor no orienta nuestra mirada solamente a lo que somos por gracia, sino que primordialmente la dirige hacia el que nos da esta gracia, este regalo, y hacia su amor. «Ved qué gran amor...» Un intenso ruego está brotando del fervor contenido de estas palabras: Sentimos cómo el autor quiere llevarnos a reflexionar sobre el amor que nos sustenta y eleva. Y esta reflexión sólo puede desembocar en gratitud.

En la segunda mitad del v. 1, se siente más aún la grandeza de lo que se nos ha dado graciosamente, al verlo sobre el trasfondo de la incomprensión por parte del "mundo»: «Por esto el mundo no nos conoce, porque no lo conoció a él (a Cristo).» Quien acepta agradecido el hecho de que por el amor, incomprensiblemente grande, del Padre ha llegado a ser «hijo de Dios», ha de aceptar también con decisión la extrañeza que el «mundo» adopte frente a él (el «mundo» entendido en el sentido de 2,15-17, como el campo de fuerza del maligno, que se opone al amor). No es posible, al mismo tiempo, aceptar al amor obsequiado graciosamente por el Padre y al «amor al mundo» (2,15). El «mundo» no nos «conoce», no nos puede acoger en su comunión como si le perteneciéramos a él, como tampoco conoció a Jesús, y por tanto lo aborreció (Juan 15:-16).


El motivo de la expectación de la salvación ha llegado aquí a su punto culminante. La magnitud de lo que se nos ha dado gratuitamente, no la alcanzaríamos, si ahora el horizonte no se ampliara inmensamente. El «haber nacido de Dios» y el ser «hijos de Dios», son cosas que traen consecuencias que todavía no pueden verse.

Esto significa que es inminente una transformación insospechada.

Ahora bien, según el v. 2b, ¿a quién seremos semejantes? ¿A Dios o a Cristo? Y por las palabras "porque lo veremos tal como es», ¿se está significando una visión de Dios o una visión de Cristo? Otra vez nos hallamos ante la dificultad que surge por expresiones que, aparentemente, son tan ambiguas. La cuestión está mal planteada y no responde al pensamiento joánico.

Utilicemos, en primer lugar, como comparación, el texto de Juan 17:24: «y así contemplen mi gloria». Jesús quiere que los suyos estén allá donde él está, es decir, junto al Padre (véase: Juan 14:2s: Jesús va a prepararles "moradas en casa del Padre»: he ahí una manera joánica de expresar que los discípulos han de «contemplar» al Padre. Pero, ¿por qué, entonces, la acentuación de la visión de Cristo en 17,24?

En un lugar de los discursos de despedida se expresa un principio que es central para la comprensión joánica de la mediación de Jesús (Juan 14:9): "EI que me ha visto a mí, ha visto al Padre.» 69 Este principio o ley del camino que conduce hacia el Padre, tiene aplicación también para la consumación: esta visión de 17,24 es la consumación de la visión de fe.

Hay que tener en cuenta, además, que los discípulos -según 17,24- han de contemplar la «gloria» de Jesús: el esplendor de su unión de amor con el Padre o el amor eterno del Padre, que envuelve a Jesús y lo hace una sola cosa con el Padre.

Pues bien, 1Juan 3:2 expresa exactamente la misma realidad objetiva que Juan 17:24. El hecho de que 1Jn no ponga en claro, de manera aparente o real, si se trata de una visión del Padre o de una visión de Jesús, procede quizás de que el principio de Juan 14:9 hace que para el autor no sea esencial la distinción precisa (tanto aquí como también en otros lugares). Sin embargo, el giro «tal como (él) es» habla en favor de que aquí se trate últimamente de una visión de Dios. Este giro se acomoda mejor a Dios, que todavía está completamente oculto, que a Cristo (Juan 1:18: «A Dios nadie lo ha visto jamás»).

Esta visión de Cristo y de Dios, en la consumación, es, por su esencia, más que un proceso intelectual. En efecto, esta visión nos trasformará. Objetivamente, el autor se acerca mucho al anuncio paulino de la «nueva creación» (2 Corintios 5:17), aunque las imágenes y expresiones sean distintas.

Para el cristiano es esencial que sepa y esté embebido de que lo propio todavía no ha llegado. En el caso de Pablo, esta convicción se halla expresada en más lugares que en el caso de Juan. Pero nuestro lugar de la 1Jn no deja nada que desear en cuanto a claridad. No es inferior en nada al conocimiento paulino de que la consumación no ha llegado todavía.

Es típico cómo Pablo y Juan expresan este conocimiento de que todavía no ha llegado lo propio. Pablo utiliza más la categoría de la creación: la consumación es «nueva creación», y consiste -por cierto- en la resurrección de los muertos, en la resurrección para la gloria como participación en la gloria de la resurrecci6n de Cristo. Según la carta a los Romanos esperamos todavía la "adopción filial» (Romanos 8:23). Juan utiliza más la categoría de la revelación: la consumación no consiste ya en creer, en la fe que la revelación suscita aquí en la tierra, sino que consiste en ver, en la reacción ante la revelación consumada. También Pablo utiliza la imagen de la visión (1 Corintios 13:32); pero en él predomina la categoría de la creación.

Tanto en 2,22-24 como en 3,2, vemos que la comunión con Dios queda instaurada por la comunión con Cristo: en 2,22-24 por la confesión de fe en Cristo -por la comunión, en la fe, con Cristo-; en 3,2 por la comunión con Cristo por medio de la visión, por la visión de Cristo.

Todavía no se ha manifestado qué seremos. He ahí una de las frases que hay que retener. Si este signo no preside todos nuestros pensamientos y palabras sobre la filiación divina, entonces queda ésta desfigurada hasta tal punto, que se hace increíble. Para nosotros los cristianos es esencial, o -lo que es lo mismo- no podremos comprendernos a nosotros mismos como cristianos, si no sabemos y no estamos empapados de que lo mejor no ha llegado todavía, que nuestra existencia cristiana actual está abierta para un cumplimiento, frente al cual lo que ya poseemos, puede parecer desproporcionadamente pequeño.

No hay prejuicio que tan profundamente esté enraizado y que tanto dañe a la esperanza cristiana como la opinión de que la vida de la consumación, el llegar al descanso en la gloria, es cosa aburrida en comparación del apasionado compromiso que puede hacer tan preciosa esta vida actual. El pasaje de 1Jn 3:2, con su manera contenida de expresarse, explica -en contraste con esto- que lo futuro (lo que todavía no se ha manifestado) habrá de ser algo que, por su energía de fascinación, ha de eclipsar toda la vida embelesadora y palpitante que hay en la creación actual. Y lo expone así sencillamente, porque la riqueza de Dios en realidad, aun con este «verlo tal como es», no se agotará nunca. Ya que esta visión y «ser semejantes a él» será siempre algo incesantemente nuevo.
     Todavía debemos notar otra cosa. Juan está pensando aquí en términos de la Segunda Venida de Cristo. Puede ser que podamos pensar en los mismos términos; o puede ser que no podamos creer tan literalmente en la Venida de Cristo en gloria. Sea como fuere, vendrá para cada uno de nosotros el día cuando veamos a Cristo y contemplemos Su gloria. Aquí hay siempre un velo de sentido y tiempo, pero el día llegará cuando también el velo se rasgará. Esa es la esperanza cristiana, y la inefable perspectiva de la vida cristiana.



lunes, 21 de noviembre de 2016

PERMANECIENDO EN CRISTO

 (Estudio bíblico 21 noviembre 2016)

1 Juan 2:24-29

24 Lo que desde el principio habéis oído, procurad que permanezca en vosotros. Si en vosotros permanece lo que habéis oído desde el principio, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre. 25 Y ésta es la promesa que Él nos hizo, la vida eterna. 26 Os escribo esto a propósito de los que pretenden extraviaros. 27 La unción que de Él habéis recibido perdura en vosotros, y no necesitáis que nadie os enseñe, porque, como la unción os lo enseña todo y es verídica y no mentirosa, permanecéis en El, según que os enseñó. 28 Ahora, pues, hijitos, permaneced en El, para que, cuando apareciere, tengamos confianza y no seamos confundidos por El en su venida.

 La verdad les había sido predicada desde el principio y les trajo a la comunión con Dios. El versículo 22 habla de negar al Padre y al Hijo; el 23 de confesar a ellos; y éste, el 24, de permanecer en ellos.
Estos cristianos habían escuchado el evangelio, al parecer de Juan mismo. Sabían que Cristo era el Hijo de Dios, que murió por sus pecados y que resucitó para darles nueva vida, y que regresaría para establecer su Reino en forma completa. Pero ahora estaban infiltrados por los maestros que negaban las doctrinas fundamentales de la fe cristiana, y algunos de los creyentes estaban en peligro de sucumbir a los argumentos falsos. Juan los anima a aferrarse a la verdad cristiana que escucharon desde el principio de su andar con Cristo. Es más importante crecer en nuestro conocimiento del Señor que depender de nuestra comprensión obtenida mediante un cuidadoso estudio, y enseñar esas verdades a los demás. Sin embargo, por mucho que sepamos, nunca debemos abandonar las verdades fundamentales acerca de Cristo. Jesucristo siempre será el Hijo de Dios, y su sacrificio por nuestros pecados es permanente. No hay verdad que pueda contradecir estas enseñanzas bíblicas.
Mantenerse constantemente junto a la verdad de Cristo, la cual habían recibido de los apóstoles; 2) la unción del Espíritu Santo, cuyo poder iluminador les ayudaría a distinguir la verdad del error. Recibir conocimiento espiritual bajo la dirección del Espíritu Santo es conocer la verdad de una forma que las enseñanzas humanas no pueden proveer. El pasaje no es un argumento en contra del ministerio de la enseñanza (Rom 12:7; Efe 4:11), sino un énfasis que sólo el Espíritu Santo es capaz de traer revelación al corazón humano (Efe 1:17-18).

  Se permanece en Cristo no sólo por la fe, sino también por la obediencia.
 La verdad de Cristo que permanece en nosotros es el medio de separarse del pecado y unirse al Hijo de Dios, Juan 15; 3, 4. ¡Cuánto valor debemos dar a la verdad del evangelio! Por él se asegura la promesa de la vida eterna. La promesa que hace Dios es adecuada a su propia grandeza, poder y bondad; es la vida eterna.
El Espíritu de verdad no mentirá; y enseña todas las cosas de la presente dispensación, todas las cosas necesarias para nuestro conocimiento de Dios en Cristo, y su gloria en el evangelio.
El apóstol repite la amable palabra, “hijitos “que denota su afecto. Él persuade por amor. Los privilegios del evangelio obligan a los deberes del evangelio; y los ungidos por el Señor Jesús permanecen con Él. La nueva naturaleza espiritual es del Señor Cristo. El que es constante en la práctica de la religión en las épocas de prueba, demuestra que es nacido de lo alto, del Señor Cristo. Entonces, cuidémonos de sostener con injusticia la verdad, recordando que sólo son nacidos de Dios los que llevan su santa imagen y andan en sus caminos más justos.
Para ser cristiano es indispensable permanecer en "lo oído desde el principio" y en la confesión adecuada de la fe. Jesús es el Cristo. Lo que han oído los fieles desde el principio es la doctrina tradicional de la fe enseñada por los apóstoles. Esa doctrina ha de permanecer en ellos. Porque la fidelidad a la enseñanza es condición esencial para permanecer en el Hijo y en el Padre, para conservar la gracia y la comunión vital con Dios.  La palabra de Cristo es una realidad tan sublime, que el permanecer en ella nos procura el bien supremo que es la forma más perfecta de comunión con Dios. Esta vida, coronamiento en la gloria de la unión comenzada sobre la tierra, es presentada como el objeto del mensaje de Jesús. Porque su conocimiento implica el conocimiento de toda la revelación hecha por el Verbo encarnado.
Juan está exhortando a los suyos para que permanezcan en las cosas que han aprendido; porque así permanecerán en Cristo. El gran interés de este pasaje se encuentra en una expresión que Juan ha usado ya. En el versículo 20 ya ha hablado de la unción que los suyos han recibido del Santo y por medio de la Cual todos ellos están equipados con conocimiento. Aquí habla de la unción que ellos han recibido y que les enseña todas las cosas. ¿Qué pensamiento hay detrás de esta palabra, unción? Tendremos que remontarnos considerablemente en el pensamiento hebreo para descubrirlo.
En la práctica y el pensamiento Hebreos la unción se relacionaba con tres clases de personas.  
 Los sacerdotes eran ungidos. La prescripción ritual dice: «Luego tomarás el aceite de la unción, lo derramarás sobre su cabeza y le ungirás» (Exo 29:7; Lev 16:32).
Los reyes eran ungidos. Samuel ungió a Saúl como rey de la nación (1Sa 9:16; 1Sa 10:1). Más tarde Samuel también ungió a David como rey (1Sa 16:3; 1Sa 16:12). A Elías se le ordenó que ungiera a Hazael y a Jehú (1Re 19:15 s). La unción equivalía a la coronación.
Los profetas eran ungidos. A Elías se le mandó que ungiera a Eliseo como sucesor suyo (1Re 19:16). El Señor había ungido al Profeta para que diera buenas nuevas a la nación (Isa 61:1).

Así es que aquí encontramos la primera cosa significativa. En los días antiguos, el recibir la unción había sido el privilegio de unos pocos escogidos: los sacerdotes, los reyes y los profetas; pero ahora es el privilegio de todos los cristianos, por muy humildes que sean. Así es que la unción representa el privilegio que tiene el cristiano en Jesucristo.

Al sumo sacerdote se le llamaba el ungido; pero el supremo Ungido era el Mesías (Mesías es la palabra hebrea que quiere decir el Ungido, lo mismo que Jristós en griego). Así es que Jesús fue el Ungido en grado superlativo. Entonces surgió la cuestión: ¿Cuándo fue ungido Jesús? La respuesta que ha dado siempre la Iglesia es que en Su bautismo Jesús fue ungido con el Espíritu Santo (Hec 10:38).

En el mundo griego también se conocía y practicaba la unción. Era una de las ceremonias de iniciación en las religiones misteriosas que pretendían ofrecer al hombre un conocimiento especial de Dios. Sabemos que por lo menos algunos de los falsos maestros pretendían tener una unción especial que les aportaba un conocimiento especial de Dios. Hipólito nos dice que esos falsos maestros decían: " Nosotros somos los únicos entre todos los cristianos que completamos el misterio en el tercer portal y somos allí ungidos con una unción inefable.» La respuesta de Juan es que es el cristiano normal y corriente el que tiene la única verdadera unción, la unción que da Jesús.
   Toda enseñanza debe pasar la prueba del testimonio del Espíritu Santo en nuestro corazón.

  Cristo había prometido enviar al Espíritu Santo para enseñar a sus discípulos y para recordarles todas las cosas que Jesús les había enseñado (Jn 14:26). Como resultado, los cristianos tienen al Espíritu Santo en ellos  para evitar que se desvíen. Además, tienen la Palabra inspirada de Dios, que puede revelar las enseñanzas cuestionables. Para permanecer en la verdad de Cristo debemos seguir su Palabra y su Espíritu. Permitamos que el Espíritu Santo nos ayude a distinguir la verdad del error.  Jn 3:6; Hech 1:5 y Efe 1:13-14.

  Cristo vive (permanece) en nosotros por medio del Espíritu Santo, y además nosotros vivimos en Cristo. Eso significa que ponemos nuestra absoluta confianza en El, dependemos de El para dirección y fortaleza, y vivimos como Él quiere que vivamos. Eso significa que nuestra relación con Él es personal y vivificante. Juan usó la misma idea en Juan 15, donde habla de Cristo como la vid y de sus seguidores como los pámpanos.
 Los cristianos, a los cuales se dirige Juan, no necesitan que nadie les enseñe, porque la unción que de Él han recibido les enseña todo (v.27). El apóstol se refiere a los falsos maestros de los que ha hablado. Los fieles no tienen necesidad que ninguno de esos falsos doctores les instruya.   Gracias a la enseñanza dada por la unción de una manera siempre presente y actual, los cristianos pueden permanecer en Cristo.
Este magisterio interior del Espíritu Santo infunde en las almas la luz de la fe   da a los cristianos el gusto y la inteligencia de la verdad revelada y confiere un conocimiento especial de Dios, una verdadera iluminación que introduce al alma en el secreto de los misterios divinos. De este magisterio interior nos hablan ya en el Antiguo Testamento Isaías  y Jeremías, y en el Nuevo Testamento, San Juan  y San Pablo.
Juan ha escrito estas cosas a los fieles a propósito de los herejes para que estén siempre en guardia contra las insidias y los engaños de los falsos maestros. Porque si bien están fuera de la Iglesia, permanecen siendo un peligro continuo, ya que tratan de hacer prosélitos. Estos herejes seductores no se limitan a defender sus falsas doctrinas, sino que se esfuerzan por arrastrar a otros a ellas.
Cristo es el que ha dado a los fieles la unción del Espíritu, que les enseña todo. Y el Espíritu Santo, a su vez, es el que conduce los cristianos a la comunión con Cristo y los conserva en ella. El apóstol concluye esta sección insistiendo en su exhortación a permanecer unidos a Cristo. La expresión ahora puede ser una conclusión lógica de lo que precede o una alusión a la parusía, de la que va a hablar. Juan invita a los fieles a permanecer en Cristo. El motivo por el cual les invita a permanecer en Él es para estar preparados para el día de la Segunda Venida de Jesucristo. El Señor se manifestó ya una primera vez al venir al mundo para redimirnos. Esta primera manifestación ha sido, sobre todo, revelación del amor de Dios. Pero habrá otra manifestación gloriosa al final de los tiempos. Será la parusía, la segunda venida de Cristo como Señor y como Juez para dar a cada uno según sus obras. Sin embargo, en esta última manifestación, por muy terrible que sea, se mostrará el amor misericordioso de Dios, que nos debe infundir confianza  en esa hora suprema. Permaneciendo en Cristo, se posee una feliz confianza; no se siente temor de ser confundido cuando aparezca como Juez supremo. El término designa la libertad llena de confianza con la que el creyente debe presentarse ante Cristo Juez. La idea que tiene Juan de la parusía es una concepción casi filial y llena de confianza del juicio final.

Juan exhorta a los suyos a permanecer constantemente en Cristo para que cuando Él vuelva en poder y gloria no tengan que acobardarse ante Él avergonzados. Con mucho la mejor manera de estar preparados para la venida de Cristo es vivir con Él todos los días. Si lo hacemos así, Su Venida no será ninguna sorpresa terrible, sino simplemente la entrada en una presencia más próxima de Alguien con Quien hemos vivido largo tiempo.

Aunque tengamos dudas y dificultades acerca de la Segunda Venida física de Cristo, esto sigue siendo cierto: que para cualquier persona la vida llegará algún día a su fin. La cita con Dios llega a todos para que nos levantemos y digamos adiós a este mundo. Si no hemos pensado nunca en Dios, y si Jesús no ha sido para nosotros más que una memoria imprecisa y distante, la Suya será como una llamada a un viaje terrible a un lugar desconocido; pero si hemos vivido conscientemente en la presencia de Cristo y día a día hemos andado y hablado con Dios, esa será una llamada para volver a casa y entrar a una presencia más íntima con Uno que no es un extraño, sino un Amigo.

 En el versículo 29 Juan vuelve al pensamiento que no está nunca lejos de su mente. La única manera en que una persona puede demostrar que permanece en Cristo es por la integridad de su vida. Lo que una persona profese ser lo probará o desmentirá su manera de vivir.

  La prueba visible de ser cristiano es su conducta recta. Muchas personas hacen cosas buenas pero no tienen su fe puesta en Jesucristo. Otros afirman que tienen fe pero rara vez producen buenas obras. Un déficit, ya sea en la fe o en la conducta recta, será motivo de vergüenza cuando Cristo vuelva. Debido a que la verdadera fe siempre produce buenas obras, los que afirman que tienen fe y los que viven constantemente de forma recta son verdaderos creyentes. Las buenas obras no producen salvación (Efe 2:8-9) pero son necesarias para probar que la verdadera fe está en realidad presente (Sant 2:14-17).


¡Maranatha! 


sábado, 19 de noviembre de 2016

LA MENTIRA RADICAL



(Estudio bíblico 19 noviembre 2016)

1 Juan 2:22-23

¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Ungido de Dios? El Anticristo es el que niega al Padre y al Hijo. El que niegue al Hijo, tampoco tiene al Padre; y el que reconozca al Hijo, tiene también al Padre.

Como ha dicho alguien, negar que Jesús es el Cristo es la mentira capital, la mentira p0r excelencia, la mentira más grande de todas las mentiras.
Juan dice que, el que niegue al Hijo, tampoco tiene al Padre. Lo que se encuentra tras este dicho es lo siguiente. Los falsos maestros presentaban su postura diciendo: «Puede ser que tengamos ideas diferentes de las vuestras acerca de Jesús; pero vosotros y nosotros tenemos la misma doctrina acerca de Dios." La respuesta de Juan es que esa es una postura imposible; ninguna persona puede negar al Hijo si pretende tener al Padre; o negar al Padre si pretende tener al Hijo. ¿Cómo llega a esta conclusión?

Llega a ella porque nadie que acepte la enseñanza del Nuevo Testamento puede llegar a otra. Es la enseñanza consecuente del Nuevo Testamento, y es lo que Jesús dice acerca de Sí mismo: que, aparte de Él, nadie puede conocer a Dios. Jesús dijo claramente que nadie conoce al Padre excepto el Hijo, y aquel a quien el Hijo le revele ese conocimiento (Mat_11:27 ; Luc_10:22 ). Jesús dijo: «El que cree en Mí, no cree sólo en Mí, -sino también en el Que Me envió; y el que Me vea Mí, ve al Que Me envió» (Jua_12:44 s). Cuando, hacia el fin de Su vida, Felipe dijo que se conformaban con que Jesús les mostrara al Padre, la respuesta de Jesús fue: "El que Me ha visto, ha visto al Padre» (Jua_14:6-9 ). Es a través de Jesús como se llega a conocer a Dios; es en Jesús donde se puede uno acercar a Dios. Si Le negamos a Jesús el derecho a hablar, si negamos Su conocimiento especial y su relación especial con Dios, no podemos seguir teniendo confianza en lo que Él dice. Sus palabras no pasarían de ser las suposiciones que podría hacer cualquier hombre bueno y grande. Aparte de Jesús no tenemos ningún conocimiento seguro de Dios; negarle a Él es al mismo tiempo perder todo contacto con Dios.

Jesús afirma que la reacción que se tenga con Él es la misma que se tiene con Dios, y que de ella depende el destino en el tiempo y en la eternidad. Jesús dijo: "A cualquiera que Me confiese delante de los hombres, Yo también le confesaré delante de Mi Padre que está en el Cielo; y a cualquiera que Me niegue delante de los hombres, Yo también le negaré delante de Mi Padre Que está en el Cielo» (Mat_10:32 s).

Negar a Jesús es estar separado de Dios, porque nuestra relación con Dios depende de nuestra reacción a Jesús. Negar a Jesús es sin duda la mentira capital, porque es perder totalmente la fe y el conocimiento que Él solo hace posible. La mentira que esparcen los anticristos es la afirmación de que Jesús no es el Cristo. Niegan, por lo tanto, la divinidad de Jesucristo, la filiación divina de Cristo. Bastantes autores ven aquí una alusión probable al error de los ebionitas, herejes gnósticos que concebían a Cristo como un eón que descendió sobre el hombre Jesús en el bautismo y que lo abandonó en el momento de la pasión. En cuyo caso el que habría muerto y resucitado sería tan sólo el hombre Jesús. De donde se deduce que esta herejía negaba la divinidad de Cristo y la redención. Negar que Jesús es el Cristo es lo mismo que negar que es el Hijo de Dios. Y negar al Hijo es también negar al Padre, por la correlación existente entre la filiación y la paternidad y porque el Hijo es la revelación del Padre. El Hijo es inseparable del Padre. Y “nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelárselo.” En cambio, el que conoce y confiesa al Hijo está en íntima comunión con el Padre, y tiene en sí al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Una vez que Cristo vino al mundo, no hay comunión posible con Dios sino a través del Hijo. Jesucristo es el único camino que conduce realmente a los fieles a la verdadera unión con Dios.”

Podemos decir que hay tres confesiones de Jesús en el Nuevo Testamento. Está la confesión de que Él es el Hijo de Dios (Mat_16:16 ; Jua_9:35-38 ); está la confesión de que Él es el Señor (Flp_2:11 ); y está la confesión de que Él es el Mesías (1Jn_2:22 ). La esencia de cada una de ellas es la afirmación de que Jesús tiene una relación única con Dios. Y negar esa relación es negar la certeza de que todo lo que Jesús dijo acerca de Dios es verdad. La fe cristiana depende de la relación única de Jesús con Dios. Juan, por tanto, tiene razón: el que niegue al Hijo, también ha perdido al Padre.



viernes, 18 de noviembre de 2016

VENDRÁ COMO LADRÓN EN LA NOCHE (1 Tes 5; 1-11)


No conseguiremos entender las imágenes que encontramos en el Nuevo Testamento de la Segunda Venida a menos que recordemos que tienen el trasfondo del Antiguo Testamento. La concepción del Día del Señor es muy corriente en el Antiguo Testamento; y todas las figuras y la trama del Día del Señor se han aplicado a la Segunda Venida.
Para los judíos, la historia del tiempo se dividía en dos edades. Estaba esta edad presente, que era total e incurablemente mala; y la edad por venir, que sería la edad de oro de Dios. Entre las dos estaba el Día del Señor, que sería un día terrible en el que un mundo sería destruido y otro nacería.
La espera del fin constituye la melodía de fondo de toda la carta. Pero la consideración de la parusía de Cristo tiene consecuencias para la vida cristiana. En medio de toda nuestra incertidumbre en torno al fin, una cosa es cierta: nadie conoce «el día ni la hora» (Mat_25:13). Nadie puede, pues, decir: «Mi amo va a tardar» (Mat_24:48). La incertidumbre de la hora nos obliga a vigilar. Y nadie puede decir tampoco: «El día del Señor ya está ahí» (2Te_2:2). La incertidumbre de la hora nos exige que seamos sobrios.

  NADIE CONOCE EL DÍA NI LA HORA (2Te_5:1-3).

1 Acerca de los tiempos y momentos, hermanos, no necesitáis que os escribamos. 2 Vosotros mismos sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá como ladrón en la noche.

Los apóstoles en esta imagen siguen la parábola de su Señor, expresando cómo la venida de Cristo tomará de sorpresa a la humanidad (Mat_24:43; 2Pe_3:10). “La noche es siempre cuando hay una tranquila indiferencia”. “A la media noche” (para algunas partes de la tierra será noche literal), Mat_25:6. El ladrón no sólo no da ningún aviso de su venida, sino que toma toda precaución para evitar que lo sepa la familia. Así nuestro Señor (Apo_16:15). Señales precederán la venida para confirmar la paciente esperanza del creyente vigilante; pero la venida finalmente será repentina (Luc _21:25-32, Luc _21:35). «Si el dueño de la casa hubiera sabido a qué hora iba a llegar el ladrón, no le habría dejado perforar las paredes de su casa» (Luc 12;39). Pero ya se sabe que un ladrón llega siempre cuando menos se le espera. Así sucederá con el advenimiento de Cristo. Sobre el momento en que se producirá el fin sólo sabemos una cosa con certeza, que por desgracia es tal que fácilmente se olvida: sabemos, sin necesidad de que se nos explique nada más, que el Señor llegará de repente, cuando menos se le espere. Nadie sabe cuándo, pero puede llegar cualquier día. Toda nuestra certeza es ésta: la hora es incierta. Hemos de ser conscientes de esta incertidumbre y tomarla en serio.
Muchas de las más terribles descripciones del Antiguo Testamento se refieren al Día del Señor (Isa_22:5; Isa_13:9 ; Sof_1:14-16 ; Amo_5:18 ; Jer_30:7 ; Mal_4:1 ; Joe_2:31 ). Sus principales características son las siguientes.
(i)                Se produciría repentina e inesperadamente.
(ii)     Implicaría un cataclismo cósmico en el que el universo sería sacudido desde sus cimientos.
(iii)         Sería un tiempo de juicio.

Como es natural, los autores del Nuevo Testamento identificaron para todos los propósitos el Día del Señor con la Segunda Venida de Jesucristo. Haremos bien en tener presente que estas son lo que podríamos llamar figuras tradicionales
Naturalmente, se quería saber cuándo llegaría ese Día. El mismo Jesús había dicho claramente que nadie sabía el día ni la hora cuando se produciría, ni siquiera Él mismo, sino sólo el Padre (Mar_13:32 ; Mat_24:36 ; Hec_1:7 ). Pero aquello no hizo que algunos dejaran de especular, como se sigue haciendo, aunque es casi blasfemo el buscar conocimientos que no poseía Jesús. De esas especulaciones Pablo tiene dos cosas que decir.
Ratifica que la llegada de ese Día será repentina. Vendrá como ladrón en la noche. Pero también insiste en que eso no es razón para que nos pille desapercibidos. Será sólo a los que vivan en las tinieblas y cuyas obras sean malas a los que los sorprenda desprevenidos. El cristiano vive a la luz; y no importa cuándo se produzca ese Día, si está vigilante y sobrio le encontrará preparado. Andando o durmiendo, el cristiano ya vive con Cristo, y por tanto está siempre preparado.
Nadie sabe cuándo le llamará Dios, y hay ciertas cosas que no se deben dejar para el último momento. Ya es demasiado tarde para preparar un examen cuando se le presenta el tema a desarrollar. Ya es tarde para asegurar la casa cuando ha empezado a derrumbarse  Si una llamada llega repentinamente, no tiene por qué pillarnos desprevenidos. La persona que ha vivido toda la vida con Cristo está siempre dispuesta para entrar a Su más íntima presencia.


3 Cuando la gente esté hablando de paz y seguridad, caerá de repente sobre ellos la calamidad, algo así como los dolores de parto sobre una mujer encinta, y no habrá manera de escapar.

El día del Señor caerá de repente, con todo su horror, sobre aquellos que viven despreocupados, en paz y seguridad. Caerá de repente sobre ellos como una gran calamidad, como un gran dolor. El Hijo del hombre vendrá cuando todos estén ocupados, como en los días de Noé, que «todos comían y bebían, tomaban marido, tomaban mujer...», y como en los días de Lot, que «comían y bebían, compraban y vendían, plantaban y edificaban...» (Luc_17:26-30). Les sucederá a muchos lo que a aquel insensato que se decía a sí mismo: «Alma mía, ya tienes muchos bienes almacenados para muchos años; ahora descansa, come, bebe y pasarlo bien» (Luc 12;16-20). Se nos advierte del peligro que representa vivir despreocupados, «en paz», y acostarnos con «seguridad». La incertidumbre incluye una gracia: la llamada a estar siempre preparados. La incertidumbre nos aconseja estar siempre preparados.

  HIJOS DE LA LUZ (Luc_5:4-5).

4 Vosotros, hermanos, no estáis en las tinieblas, para que el día os coja de sorpresa como un ladrón. 5a Todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día.

En el sur, la claridad del día llega de repente. Así sucederá también en el día del Señor. Ya mientras viven en la tiniebla de la tierra, los cristianos estamos marcados por la luz del día futuro de Cristo. Tenemos ya en nosotros algo de esa luz de Cristo, algo de aquello que es propio del día futuro del Señor. Quien vive en la luz, es también él luz. Dios nos libertó ya «del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor» (Col_1:13); por eso puede Pablo decir más tarde, con toda claridad: «En otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor: proceded, pues, como hijos de la luz» (Efe  05; 08). El final no puede sorprender ni encontrar sin preparar a aquellos que, como hijos de la luz e hijos del día, estamos ya circuncidados por la luz del Señor futuro y vivimos esperando con nostalgia encontrarnos con Él. Vivir en la luz significa, ante todo, mantener los ojos fijos en el futuro, velar y proceder sobriamente. Sin esta luz de la esperanza, la vida queda envuelta en la tiniebla de este mundo, y el hombre sucumbe ante las «obras de las tinieblas» (Efe_5:11).

  CONSECUENCIAS MORALES (Efe 5:5b-8).

  Vigilancia y sobriedad

5b No somos de la noche ni de las tinieblas. 6 Por tanto, no durmamos, como los demás, antes bien velemos y seamos sobrios.

Quien no sabe nada del día de Cristo vive en tinieblas y como quien duerme. Los infieles, dormidos y envueltos en sus sueños, pasan de largo ante la verdadera realidad de esta vida. Quien no conoce nada del fin del mundo y no sabe nada de la segunda venida de Cristo, no puede tampoco conocer el mundo. Puesto que ha llegado la mañana, hemos de velar. La luz del Señor, que viene, a iluminarnos, nos despierta y nos llama a estar alerta. Quien mira con fe hacia el Señor, que viene, permanece en vela y puede mantener su sobriedad ante la realidad del mundo. Quien sabe cuál es la meta de la creación y de la historia, puede obrar como conviene a la creación y a la historia. Quien conoce cuál es la meta de su vida, puede disponer todas las cosas como es debido, porque ve con claridad cuál es el factor realmente importante a la hora de dar cuenta de su vida. La exigencia fundamental, pues, que la hora en que vivimos impone a los cristianos es ésta: estar siempre preparados listos para partir, mantenernos siempre en vela, con sobriedad.

7 Porque los que duermen, de noche duermen, y los que se embriagan, de noche se embriagan. 8a Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios...

Este versículo ha de entenderse en sentido literal. La noche es cuando duermen los que duermen, y cuando los borrachones se emborrachan. Dormir de día da a entender grande indolencia; emborracharse de día, grande desvergüenza. Ahora en sentido espiritual: “Nosotras los cristianos profesamos ser gente del día, no gente de la noche; por lo tanto, nuestro trabajo debería ser trabajo del día, no de la noche; nuestra conducta tal que soporte el ojo del día, y tal que no necesite el velo de la noche”.
En la antigüedad, los festines eran casi siempre nocturnos; de día, no es tan fácil embriagarse . El día exige sobriedad: «Andemos con decencia, como durante el día: no en comilonas y borracheras, no en deshonestidades y disoluciones, no en contiendas y envidias...» (Rom 13; 13).
He aquí un retrato perfecto del desenfreno de los festines de la antigüedad. Pero no es a esta sobriedad a la que aquí alude Pablo. Los hombres sobrios vemos las cosas objetivamente, tales como son. No perseguimos fantasías ni nos embriagamos construyendo castillos en el aire. Quien conoce a Cristo no sucumbe a estas cosas. Está inmunizado contra ese idealismo que vuelve la espalda a la realidad, que crea una cortina de humo y de confusión en torno a la realidad del mundo. Quien conoce a Cristo, que es la realidad de todas las realidades, se mantiene siempre en una postura de sobrio realismo.

  Estar armados

8b ...revistiéndonos con la coraza de la fe y del amor, y con el yelmo de la esperanza de la salvación.

Cuando llega el día hemos de estar, además, vestidos como conviene: «Mirad que vengo como ladrón. Bienaventurado el que está velando y guardando sus vestidos...» (Apo_16:15). Pero no basta estar vestidos y ceñidos. Estamos en tiempo de guerra y, por tanto, hay que armarse, pues «ha pasado la noche y llega el día. Desechemos, pues, las obras de la tiniebla y vistámonos con las armas de la luz» (Rom_13:12). «Vestíos la armadura de Dios, para poder resistir contra las asechanzas del diablo. Porque no va nuestra lucha contra carne y sangre... Por tanto, tomad las armas de Dios para poder resistir en el día malo...» (Efesios 6; 11).

En tiempo de asedio hay que usar armas defensivas: coraza y yelmo. Una comunidad asediada debe defenderse. ¿Qué es lo que protege, apoya y da fuerzas a una comunidad asediada y en peligro? Ya sabemos qué es lo que Pablo considera más importante en la vida de la comunidad: La fe, la esperanza y el amor son las tres gracias preeminentes (1Co_13:13). No sólo tenemos que estar despiertos y sobrios, sino también armados; no sólo vigilantes, sino también defendidos. La armadura aquí es sólo defensiva; en Efe_6:13-17, es también ofensiva. Aquí, pues, la referencia se hace a los medios cristianos de ser guardados para no ser sorprendidos por el día del Señor como ladrón en la noche. La cota y el yelmo defienden dos partes vitales, el corazón y la cabeza respectivamente. “Con tener bien la cabeza y el corazón, el hombre entero está bien.”. La cabeza necesita ser guardada del error; el corazón, del pecado. En lugar de “la cota de justicia” de Efe_6:14, tenemos aquí “la cota de la fe y del amor”; porque la justicia que es imputada al hombre para justificación, es “la fe que obra por la caridad” (Rom_4:3, Rom_4:22-24; Gal_5:6). La fe, como el motivo dentro, y el amor, manifestado en hechos exteriores, constituyen la perfección de la justicia. En Efe_6:17 el yelmo es “la salvación”; aquí, “la esperanza de la salvación”. En un aspecto, la “salvación” es una posesión presente (Jn_3:36; Jn_5:24; 1Jn_5:13); en otro, es asunto de la esperanza (Rom_8:24-25). Nuestra Cabeza primeramente llevó “la cota de justicia” y “el yelmo de salvación”, para que nosotros, por unión con Cristo, recibamos ambos.

  FUNDAMENTO DE LA EXHORTACION DE PABLO  

9 Porque Dios no nos ha destinado a un castigo, sino a alcanzar la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo, 10a que murió por nosotros...

Los cristianos no tenemos que temer el castigo del final de los tiempos, porque el Señor, que ha de volver, nos librará de él, arrebatándonos a su encuentro de un modo admirable. Los cristianos sabemos que también a nosotros puede alcanzarnos el castigo de Dios, pues «ha llegado el tiempo de comenzar el juicio por la casa de Dios» (1Pe_4:17). Sin embargo, quien vive su vida con fe amorosa y espera en el Señor no sufrirá el castigo de Dios, la reprobación eterna. Los cristianos podemos tener confianza en alcanzar la salvación final. Tenemos razones para suponer que estamos destinados a la salvación (1Pe_1:4; 1Pe_2:12). Esto nos da una enorme confianza, que ninguna desgracia terrena puede minar.
El hecho de ser “puestos” por Dios de su gracia, “por Jesucristo” (Efe_1:5), quita toda pretensión de que seamos capaces de “adquirir” la salvación por medios nuestros. Cristo “adquirió (así es el griego por “ganó”) la iglesia (y su salvación) por su propia sangre” (Hec_20:28); se dice que cada miembro es “puesto” por Dios “para la adquisición de salvación”. En el sentido primario, Dios hace la obra; en el sentido secundario, el hombre la hace.
¿En qué se apoya esta confianza? No cabe duda de que está íntimamente relacionada con el hecho de vivir con fe, caridad y esperanza, de estar armados y de velar con sobriedad (1Pe_5:1-8). Pero esta confianza no se apoya en sí misma; se apoya sólo en Cristo. Él es quien nos salvará en el momento de su advenimiento y quien nos trae la salvación. ¿Cómo lo sabemos? Sabemos que nos ama, pues ha entregado su vida por nosotros, ha muerto por nosotros. «¿Quién se atreverá a condenarnos? Jesucristo, que murió por nosotros, más aún, que fue resucitado y que está sentado a la derecha de Dios Padre, es el que intercede a favor nuestro» . Nuestra confianza en alcanzar la salvación se apoya en una base sólida: en el amor de Cristo. Si ha muerto por nosotros, no hay duda de que pondrá también todo su empeño en salvarnos.

Quien ha comprendido el amor de Jesús, amor hasta la muerte, hace de Él la realidad fundamental de su vida: «Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me ha amado y se ha entregado por mí» (Gal_2:20).

10b ...para que, ya nos coja despiertos o dormidos, lleguemos a vivir en compañía suya.

Pablo vuelve de nuevo a lo que había dicho: los cristianos que ya hemos muerto no seremos menos que los demás, ni seremos excluidos de la salvación. ¿En qué consiste la salvación eterna? En vivir junto a Cristo, en una unión y una comunión íntimas con Cristo. Él es el cielo y la vida. La bienaventuranza eterna consiste en vivir en comunión con Él. A aquel cuyo amor está centrado totalmente en Cristo, no es necesario decirle nada más sobre la salvación futura...

  EXHORTACIÓN FINAL   

11 Por lo tanto, consolaos mutuamente y edificaos unos a otros, como ya lo estáis haciendo.

En la edificación de la Iglesia, lo primordial es la Palabra. «Según la gracia de Dios que me ha sido dada, yo, como buen arquitecto, he puesto el fundamento. Otro levanta sobre él el edificio. Pero mire cada cual cómo edifica... el fuego verificará la calidad de la obra de cada uno» (1Co_3:10-13). No es posible edificar la Iglesia con una palabra que es «paja» o «caña». Hay palabras vacías y discursos que destruyen y dejan tras sí un montón de escombros. La palabra debe ser de «edificación», aprovechar (Mat_12:36 s). Las palabras de consuelo son las que pueden edificar; son capaces de despertar la esperanza y dar confianza para la eternidad futura. Los cristianos viven de esas palabras de esperanza. Uno debe decir a otro lo que nos espera, y éste debe contárselo a los demás. Cuando en una comunidad sucede esto, se construye realmente comunidad, la cual edifica como casa de Dios. La perspectiva de la salvación futura da consuelo. La promesa de comunión eterna de amor con Cristo da aliento en medio de la tristeza y del cansancio. Quien, con esperanza, «tiene ánimo y levanta la cabeza» (Luc_21:28), queda a salvo de las flechas del desaliento y del veneno de la desesperanza, con los cuales el maligno intenta dañar continuamente la vida de la fe y de la gracia.