} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: NO JUZGUÉIS PARA QUE NO SEÁIS JUZGADOS

miércoles, 9 de septiembre de 2020

NO JUZGUÉIS PARA QUE NO SEÁIS JUZGADOS

 

Mat 7:1  El juzgar a los demás

Mat 7; 1 No juzguéis, para que no seáis juzgados.

Mat 7:2  Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido.

Mat 7:3  ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?

Mat 7:4  ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo?

Mat 7:5  ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano.

Mat 7:6  No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen.

 

Este pasaje comienza con una enseñanza inicial temática: “No juzguéis para no ser juzgados.”

De los versículos que quedan citados los primeros forman uno de aquellos pasajes de la Escritura de los cuales han abusado los enemigos de la religión  verdadera, forzando su significado y haciendo de ellos una aplicación errada. Acontece a veces que se apretan tanto las palabras de la Biblia que no producen  bálsamo sino veneno. Nuestro Señor no quiso decir que fuera reprensible un juicio desfavorable acerca de la conducta o las opiniones de los demás, pues es claro que estamos en el  deber de examinarlo todo y formar conceptos decididos. Ni tampoco quiere decir que sea malo reprobar los pecados y faltas de los demás en tanto que  nosotros no seamos perfectos. Esa interpretación estaría en contradicción con otros pasajes de la Escritura; haría de todo punto imposible improbar el error;  privaría a todos de ejercer las funciones del magistrado; la tierra quedaría abandonada en manos de los perversos; y la herejía y los atentados estarían al orden  del día.

Lo que nuestro Señor se propuso condenar fue la murmuración y la costumbre de poner faltas. Esa inclinación a culpar a los demás por ofensas baladíes, o por  asuntos de ninguna significación; ese hábito de pronunciar juicios precipitados; esa propensión a ver con lente de aumento los extravíos y debilidades de  nuestros prójimos --he aquí lo que nuestro Señor prohibió. Esa era una falta muy común entre los fariseos, y ha prevalecido desde aquel entonces hasta  nuestros días. Todos debemos guardarnos de incurrir en ella. Con respecto a los demás debemos creerlo y esperarlo todo y no apresurarnos a censurar. Esto es  lo que nos dicta la caridad cristiana. 1 Cor. 13.7.

El juicio al que se refiere no es el judicial, necesario a la sociedad y a la Iglesia, y que Cristo reconoce en el Evangelio (Mat_22:21; Mat_18:17.18); ni a la corrección fraterna, que supone un juicio, al menos desfavorable, de la conducta externa, y que Cristo manda ejercer (Mat_18:15-17); ni a reconocer las faltas de nuestras “deudas” (Mat_5:12), en las que manda perdonar; ni a las faltas evidentes, que no admiten excusa, pues Cristo no manda imposibles. Se trata del juicio fácil y pronto con que se condena al prójimo.

El verbo χρίνω, lo mismo puede significar “juzgar” que “condenar”. Este es preferentemente aquí su sentido. En esta forma oriental y extremista se formula la prohibición en absoluto. Está redactada en forma “sapiencial,” lo que admite, justificadamente, excepciones. Este “juicio condenatorio” está formulado con la amplitud “sapiencial” a que afecta el tema. Por eso, no se limita a una condenación externa, puede serlo igualmente interna. La valoración moral afecta a ambos. En este contexto del Sermón se valoran en cristiano todas las actitudes de los temas tratados.

Así, se condena el pecado interno: “deseándola  en su corazón” (Mat_5:28, etc.). En la forma “para que no seáis condenados” (ίνα μη χριθητε), el ινα puede tener sentido final o consecutivo. Acaso abarque a ambos.

No se trata de una regla de prudencia social, no juzgar para no ser juzgados, conforme a la sentencia del gran rabino Hillel: “Para juzgar a tu prójimo, espera a que estés en su lugar”; ni porque incluso puede traerle a él benevolencia; Cristo no mira, propiamente, a dar normas para hacer más llevadera la vida social; incluso este “juicio” humano pudo haber sido interno, en cuyo caso no serían juzgados. Cristo está exponiendo un aspecto moral: la conducta y superioridad de la Ley cristiana sobre la judía.

 

El sujeto por el que “seréis juzgados” es Dios. Todo el contexto del sermón lleva a esto: Dios es el que “premia.” Dios sujeto es algo claro. Pero también la literatura rabínica arrojó luz sobre este punto. Son citados numerosos casos análogos en los que, dándose en forma impersonal, el sujeto que ha de suplirse, puesto, como en Mt, en tercera persona de plural, es Dios.

Dios “juzgará/condenará” a los seres humanos con la “medida” con que éstos se juzguen y condenen entre sí. Esta fórmula, que “aplica a los seres humanos la medida de la cual ellos se sirven,” aparece también en el Talmud. Debía de ser fórmula proverbial. En éste es la “ley del talión.” Rabí Eleazar decía: “En la olla en que vosotros hayáis cocido a los otros, vosotros seréis cocidos, a su vez (por Dios), “y con el celemín de que tú te sirvas para medir, se medirá para ti.”

Si esta formulación suponía la “ley del talión,” en el caso de Cristo no tiene el mismo valor de adecuación. No es que en Dios no haya justicia estricta, sino que la medida a la que Cristo alude es la medida de la semejanza y de la proporción. Si no se condena al prójimo, tampoco Dios nos condenará a nosotros. Y si se perdona, el perdón, como se lee en Lc, la medida que se usará con nosotros, será “una medida  colmada, rebosante, será derramada en vuestro seno” (Luc_6:38). Es análogo a la petición del Padre: si los hombres perdonan, Dios también perdona; pero, por parte de Dios, esta medida de perdón es “rebosante.”

El pensamiento se matiza al progresar. En este tribunal privado, celoso e inapelable que el hombre lleva dentro de sí para los demás, se le exige, para practicar rectamente su justicia, que se cite antes a sí mismo al tribunal para juzgarse y condenarse en él. Que, antes de ver “la paja” en el ojo ajeno, vea que en el suyo hay una “viga.”

La imagen está tomada del medio ambiente. Sobre 279 (d.C.) contaba rabí Yohanam: “Se decía a uno: 'Quita la astilla de tu ojo'. Y él respondía: Ύ tú quita la viga del tuyo.”

El pensamiento de Cristo está matizado de ironía; no sólo es ver la “paja” en el ojo ajeno, sin ver la “viga” en el suyo, sino que es ofrecerse a quitársela al otro, quedándose tranquilo con la suya.

Estos contrastes acusan en el que así obra, no sólo falta de decoro moral, sino falta de celo por obrar el bien. Pues éste exige comenzar por uno propio.

Cristo llama “hipócrita” al que así obra. En general, podía tener un valor moral en el evangelio “etizado” de Mt. Pero se encuadra en un contexto general. En Mt es un término casi técnico para denominar a los fariseos (Mat_6:2.5.16). Y era un tema demasiado candente en aquel medio en el que los “fariseos despreciaban a los demás,” teniéndose ellos por los solos hombres “justos” (Mat_5:28).

Y Cristo expone, ante este cuadro, cuál ha de ser la doctrina de la perfección cristiana. Es un pasaje adelantado por Mt, pues aún no había comenzado el contacto y denunciación de Cristo contra los fariseos, y ahora aparece aplicado y “etizado” a su grupo.

En el Talmud se encuentra la recomendación de “no entregar a un goy (no judío) las palabras de la Ley”; y también la de no “poner las cosas santas en los lugares impuros.”

La primera parte de esta sentencia evangélica: “no deis lo santo a los perros,” toma su imagen de las cosas que se relacionan con el templo y el sacrificio (Lev_22:14; Exo_22:30); la segunda, en paralelismo sinónimo, dice “no echar las perlas a los puercos.” La perla era considerada como “el principio y culmen de todas las cosas de precio.”  Lo que pasa por lo más precioso y refinado no se puede echar — extremismo oriental — a lo más inmundo. Pues se añade: “no sea que las pisoteen con sus pies y, revolviéndose, os destrocen.” El puerco tiene por ansia el hartarse. Por instinto se tira a cuanto le echen; si son perlas, al ver que aquello no se come, enfurecido, puede revolverse y abalanzarse sobre los que le echaron esto y “destrozarlos.” La estampa es realista, pero ¿cuál es su interpretación? Todo depende de saber si es una alegoría (Metáfora) o una simple comparación (parábola).

En la antigüedad se lo interpretó alegóricamente. Los “perros” eran los malos cristianos provenientes de la infidelidad, que volvían al vómito (Pro_26:11; 2Pe_2:21.22); los otros eran los paganos, que estaban en la inmundicia de su alejamiento de la fe.

También lo interpretaba alegóricamente Crisóstomo. Otras veces lo “santo” se interpretó de la Mesa del Señor. Pero a la hora del sermón de la Montaña no se iba a expresar, metafóricamente, ni la Mesa ni, concretamente, los demás misterios de la fe cristiana. No hay base teológica para una interpretación alegórica concreta. La solución ha de venir valorando el género literario a que pertenece este versículo, ya que falta su contexto histórico preciso.

Es una sentencia “sapiencial,” por lo que enuncia un principio general sin concreciones inmediatas. Por eso su interpretación supondrá una comparación metafórica que, por enunciar un principio general, rebasa, en su intento directo, las concreciones específicas. Debe de ser una recomendación propia a los apóstoles y discípulos. Lo “santo” que no debe ser arrojado a los animales, debe de ser, en este contexto del sermón, la doctrina del reino. Por un cierto “paralelismo” con el no “juzgar” ligeramente, esta sentencia debe de referirse a la prudencia que se ha de tener para no entregar ni confiar la gran doctrina del Reino — o en los grados que no convenga — a quienes en lugar de recibirla no harían sino profanarla: los verdaderamente indignos, cínicos e incrédulos.

Cuando en la primitiva Iglesia se observaba la “ley del arcano” con los catecúmenos y profanos; o cuando los cristianos, en la persecución de Diocleciano, prefirieron el martirio a entregar a los paganos las Santas Escrituras, estaban respondiendo al “espíritu” de esta sentencia, ya que, aun “sapiencialmente,” debió de tener un objetivo histórico amplio, directo, sin que aún esté plenamente precisado.

No se quiere decir con esto que la doctrina del reino no haya de ser enseñada por el “apóstol,” pues Cristo mandó predicarlo a todas las gentes” (Mat_28:19), lo mismo que vaticinó persecuciones por causa suya, incluso con el martirio (Mat_10:17-22.33; Mat_24:9). En estos pasajes se anuncia la universalidad del reino; en esta otra sentencia, la prudencia en la enseñanza y entrega del mismo.

Fue esta oposición la que hizo pensar a algunos críticos que este pasaje no fuese original de Cristo, sino insertado en Mt, y de origen de un sector exclusivista de judeocristianos. Pero no tiene la cerrazón esenia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario