} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 09/01/2024 - 10/01/2024

viernes, 20 de septiembre de 2024

¿NO VE DIOS MIS CAMINOS Y CUENTA TODOS MIS PASOS?

 

"Hice pacto con mis ojos; ¿Cómo, pues, había yo de mirar a una virgen? Porque ¿qué galardón me daría de arriba Dios, y qué heredad el Omnipotente desde las alturas? ¿No hay quebrantamiento para el impío, y extrañamiento para los que hacen iniquidad? ¿No ve él mis caminos, y cuenta todos mis pasos? "(Job 31:1-4).

 

         Ya hemos visto, en la anterior publicación, cómo Job había afirmado no ser lo que sus amigos querían hacerle creer que era; porque ellos opinaban que Job había sido rechazado por Dios. Entonces él había declarado haber vivido en santidad y perfección. Nuevamente vuelve a esta afirmación, y no sin motivos; porque le parecía una prueba muy gravosa ser considerado un hipócrita a pesar de haber andado en rectitud de corazón, y con simpleza delante de Dios. Además sin considerar su propia reputación, ni de lo que pensarían de él, porque Dios lo conocía. Es cierto, no debiera haberse andado como lo vemos aquí. Sin embargo, era bueno que conociera el final y el propósito de Dios para visitarlo de tal manera. Ahora, vamos a ver esto más plenamente al concluir el capítulo. Veamos ahora lo que dice aquí: Job quiere declarar que ha servido fielmente a Dios, y que ahora soporta males tan graves y tan excesivos, que estos no pueden ser por las ofensas que pudiera haber cometido, sin que existe otra razón oculta, conocida por Dios, pero que los hombres no pueden percibir ni juzgar. En primer lugar da testimonio de su integridad diciendo que ha hecho un pacto con sus ojos para no mirar incautamente a una hija viviente. Ahora bien, es una señal de gran perfección y realmente angelical en un hombre poder afirmar que nunca ha invitado el mal; porque ciertamente es posible que un hombre tenga alguna repentina y fugaz tentación y sin embargo, no le haga caso, rechazándola incluso y odiándola. En efecto, sería una gran virtud si un hombre pudiera tener todos sus sentidos bajo control, y ser exento de toda corrupción, de modo que no pueda ser engañado. Pero aquí Job va más allá. Y para comprenderlo mejor notemos que en la formación del pecado hay tres grados, incluso cuando el pecado en sí no es cometido. Santiago, hablando del pecado, usa la figura de un niño; porque dice (Santiago 1:14, 15 sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte) que la concupiscencia es concebida, y dio a luz pecado, y que el pecado es completado cuando se convierte en hecho, cuando la cosa es ejecutada. Ahora, digo, aunque no haya un hecho exterior, existen tres grados en un pecado.

El primero es una imaginación fugaz que la persona concibe cuando mira a algo; la asaltará aquí y allá en forma de una fantasía; o bien, aunque no vea nada, su mente es tan adicta al mal que será descamada hacia un lado y otro, y muchas fantasías vendrán a su mente. Ahora, es cierto que esto es malo. Pero no nos es imputado. Ahora existe el segundo grado, y es que, habiendo concebido una fantasía, de alguna manera somos debilitados y sentimos que nuestra voluntad es arrastrada hacia ella; y aunque no haya ni consentimiento ni acuerdo, sin embargo hay en nosotros algún punto desde el cual nos sentimos apelados. Ahora ese es un pecado grave, el que se ha concebido. Luego existe nuestra voluntad, el consentimiento, cuando nuestra voluntad ha cesado, sin detenernos, en la consumación del pecado si la oración para el mismo se presenta. Luego existe el tercer grado, y entonces el pecado es formado en nosotros, aunque exteriormente no sea ejecutado. Y esto es muy digno de ser notado; porque si bien el asunto nos podría parecer difícil, sin embargo no hay nadie, ni hombre ni mujer, que no entienda lo que acabo de decir, y que no lo experimente en sí mismo cada día. Por ejemplo, cuando somos afligidos nos vendrá a la imaginación esta pregunta, "¿Acaso se acuerda Dios de nosotros?" No hay nadie que podría afirmar que no concibe tales pensamientos; porque nuestra naturaleza es tan corrupta e inclinada al mal que es imposible que no tengamos semejantes temores. Ahora, ciertamente ya es pecaminoso cuando esto viene a nuestra mente, aunque pensemos, "Ahora qué? lo detesto, es una blasfemia pensar que Dios no tiene piedad de aquellos que lo invocan, que no quiere ayudar a aquellos que le buscan; es como si quisiéramos negar que él sigue gobernando al mundo." Entonces, cuando tales cosas vengan a nuestra mente, ellas son pecado y nosotros deberíamos llegar a la conclusión de decir, "Ciertamente, Señor, qué criaturas pobres y llenas de vanidad somos, el poder concebir cosas tan monstruosas." Luego, está el segundo grado, cuando el mal nos presiona, y el dolor es multiplicado, y llegamos a murmurar diciendo: "Ciertamente, ¿y si Dios pensara en mí, estaría yo languideciendo de esta manera? ¿No se ocuparía en ayudarme? Pero no lo hace, se oculta; entonces pareciera que me ha abandonado."

Es cuando disputamos así en nuestro interior, y tenemos este temor preguntando si Dios cuida no de nosotros que debemos entender lo que se nos declara, y recibir sus promesas, y ser fundamentados en ellas, diciendo, " No, pase lo que pasare, aun así tendré confianza en mi Dios, y mi refugio en él." Pero aunque finalmente tengamos esta seguridad y constancia, no obstante, si antes de llegar a ella estamos llenos de perplejidad, este es un pecado mayor que el primero y ya somos culpables delante de Dios tanto por la duda como por la incredulidad, puesto que somos capaces de recibir semejante tentación. Luego existe el tercer grado, cuando somos derrotados totalmente, y no sabemos sino decir, "Oh, desgracia, el mal ha triunfado, y Dios ha demorado demasiado en extenderme su mano. Aquí me veo a mí mismo, realmente desesperado." Cuando somos abrumados de tal manera que ya no podemos invocar a Dios, y cuando ya no sentimos que las promesas de Dios nos sostienen, haciéndonos regocijar, ese es entonces el tercer grado del mal; como cuando se ha concebido a una criatura, ya no queda otra cosa que hacer, sino dar a luz, aquí también no se necesita nada más sino consumar exteriormente el hecho.

Ahora llegamos a esta declaración de Job: "He hecho" dice, "un pacto, o convenio con mis ojos." Hemos dicho que esto es una señal de gran perfección. ¿Y por qué? Porque si una persona puede controlar su mirada, de manera de no concebir nada por el hecho de  mirar esto o aquello, lo cual le podría arrastrar al mal, y si demuestra tener auténtica castidad y honestidad, uno tiene que decir que tal persona es casi tan libre de toda corrupción como un ángel. Ahora, no en vano hace Job esta afirmación. Reconozcamos entonces, que en este mundo el fue preservado como un ángel de Dios. Es cierto que por naturaleza no era tal; y también, al decir que ha hecho un pacto, esto es posterior a los beneficios recibidos por causa del temor de Dios, de tal manera de haber puesto bajo su pie su mala concupiscencia, ganando esta victoria  sobre el corazón, de manera que es capaz de mantenerse bajo control, y sujeto, diciendo: "No codiciaré el mal deseándolo y anhelándolo. Ninguna parte dentro de mí podrá querer ofender a Dios, en cambio estaré aquí, controlando tanto mis miradas y mi boca y mis oídos." Esto es entonces, cómo Job hizo este pacto. No es que tuviera tal perfección en su naturaleza; era un hombre sujeto a pasiones iguales a nosotros, y sin lugar a duda, tuvo muchas tentaciones. Pero se comportó de tal manera que se acostumbró a andar en el temor de Dios hasta el punto de no concebir deseos malos. Entonces, tuvo un hábito, como se lo llama, es decir, se sentía deudor a ello, de modo de no seguir mirando de un lado al otro invitando sobre sí tal o cual cosa. En resumen, vemos aquí que Job no solamente quería declarar que había tratado de servir a Dios, sino que había hecho tal esfuerzo que había mordido y capturado todas las pasiones de su carne, el extremo de que ya no le costaba nada servir a Dios; porque no tenía las luchas que tenemos nosotros por causa de nuestra debilidad, e incluso por causa de la corrupción que hay en nosotros. Ahora bien, notemos que esto no fue por poder propio; por sí mismo no podría haber adquirido semejante perfección; fue necesario que Dios lo reformara de tal manera mediante su Santo Espíritu que al final fue realmente separado de la clase común de los hombres; porque no es sin causa que David presenta este pedido a Dios: "Aparta mis ojos, que no vean la vanidad;  Avívame en tu camino. " (Salmo 119:37). Si hubiera sido la obra de Job la que aquí defendía, no hay duda que también David hubiera podido adquirir semejante constancia, como es la de no concebir vanidad, y que sus ojos no fuesen seducidos o distraídos de ninguna manera imaginable.

Ahora, es aquí que David confiesa que no podía tener ni adquirir esto sino por la pura gracia de Dios; consecuentemente, se deduce que Job no pudo hacer tal pacto por su propia libre voluntad, ( sugiere en abundancia los muchos errores del "libre albedrío.") diciendo que la razón dominaba de tal manera en él que podía obtener la victoria sobre todas sus pasiones; aquí, en cambio, intenta atribuir a Dios la alabanza por tal beneficio. No es entonces, para jactarse y magnificarse así mismo, como habiendo adquirido semejante beneficio, sino reconociendo que Dios lo había gobernado tan bien que en la presencia del mal ya no se sentía atraído por él.

Además, cuando Job habla de esta manera, notemos que por el contrario intenta decir si un hombre mira a una mujer o a una joven, y si es incitado al mal, esto ya es pecado delante de Dios. Aunque el acto exterior quizá no ocurra allí, aunque el hombre quizá no trate de corromper a una joven, ni de seducirla, aunque quizá todavía no tenga la intención de decir, "Yo quisiera," y aunque luego el hombre no tenga este deseo, sino que resiste la tentación a la cual es incitado, sin embargo, no deja de ofender a Dios. Este punto es digno de ser notado. En efecto, oímos la declaración de nuestro Señor Jesús, que no debemos pensar que seremos eximidos o absueltos delante de Dios por el simple hecho de habernos abstenido del adulterio corporal; sino que aquel, que simplemente haya mirado a una mujer, será juzgado como adúltero delante de Dios si, en efecto, la mirada ha sido carente de castidad.( Mateo 5:28, Pero yo os digo, "cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulterócon ella en su corazón.") Y lo que es peor (como ya lo he dicho) cuando la voluntad aún no ha sido fijada en ello, ya tenemos que confesar la falta delante de Dios a efectos de humillarnos a nosotros mismos.

Bien dicen los papistas que si un hombre consiente el mal, esto es, si lo desea de tal manera que está plenamente resuelto a cometerlo cuando la ocasión se le presente, en tal caso, confiesan ellos, el pecado es para condenación. Pero si el hombre tiene algún apetito malvado basta que no lo apruebe totalmente para que, según afirman los papistas,  no sea pecado; en ello hay una blasfemia execrable. Está dicho, "Amarás a tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu entendimiento y con todo tu fuerza."( Lucas 10:27  Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.) ¿Qué quiere decir "entendimiento y fuerza"? Dios no ha limitado el amor que le debemos, a nuestro corazón solamente, y a nuestros sentimientos; afirma en cambio, que nuestra mente y nuestros sentidos también tienen que estar aplicados a ello, y toda nuestra fuerza, es decir, todas nuestras facultades y poderes que tiene nuestra naturaleza. Ahora, si un hombre concibió algún mal, aunque no estuvo totalmente de acuerdo con él, y aunque sus sentimientos no estuvieron completamente entregados a él, les pregunto, ¿amará a Dios con todo su entendimiento? De ninguna manera. Aquel que tiene el mínimo deseo de corrupción en sí mismo, aunque el resto tienda a cumplir la ley, ¿podrá amar a Dios como debe hacerlo? Ciertamente, no. Porque el pecado no es sino la trasgresión de la ley de Dios.

Concluyamos entonces que todas las fantasías malvadas que tenemos cuando somos atraídos por el mal, son otros tantos pecados, y que estamos en deuda con Dios, y que él no solamente nos ha soportado con su infinita bondad, sino que perdona a los suyos, aunque ellos deben reconocer estas cosas como pecado; y todo aquel que se adula así mismo provoca la ira de Dios y completa el mal para su condenación. Porque al final, la hipocresía tendrá que ser descubierta y revelada para ser castigada con todo el resto. Entonces, aquellos que piensan no estar obligados y creen no ofender a Dios cuando son atraídos por el mal, no gana nada; no es para enmendar su conducta, porque esta hipocresía tiene que ser castigada gravemente. Recordemos entonces que si bien no consentimos el mal, sino que en realidad solo somos tentados, aunque haya  algún deseo al que resistimos; éste ya es una falta y una debilidad en nosotros. Si solamente concebimos algún deseo malo, ello ya es signo de corrupción en nuestra naturaleza. Y, en efecto, si el mal no habitara en nosotros, y si todavía no hubiéramos apartado de la rectitud e integridad que Dios puso en el primer hombre, es cierto que nuestra mirada sería mucho más pura y casta de lo que es; y todos nuestros sentidos, tales como oír, hablar, palpar, serían realmente puros y limpios; no habría corrupción en ellos. Y para que esto llegara a ser así pensemos bien lo que dice Moisés, que, cuando Satanás vino para seducir a Eva, y, consecuentemente a Adán, y ellos, habiéndole prestado atención, fueron corrompidos por la ambición de ser semejantes a Dios.

Dice que miraron al árbol de la sabiduría y del bien y del mal, y vieron que era deseable para adquirir conocimiento. ¿Qué, si no lo hubieran mirado? Y, ¿acaso no lo habían visto ya? Porque Dios les había dicho, "No coman del fruto que yo les he prohibido; porque tan pronto coman de él, les declaro que quedarán separados de mí, siendo condenados a morir." He aquí, entonces, Adán y Eva, que ya habían contemplado este árbol. Y ¿por qué es entonces que ahora Moisés lo cuenta como pecado? Es porque lo conocieron como algo deseable, es decir, pensando que era bueno comer de él, alentaron un apetito malo y perverso. ¿Y de dónde proviene? De su corazón corrompido, el que manchó, más y más sus miradas; como también un hombre tendrá manchada su vista por el hecho de beber, por causa de su intemperancia, el mal tiene que estar adentro; algo tiene que arder antes que se pierda la vista; o también como en un accidente, cuando un hombre pierde la vista, previamente habrá habido alguna catarata, o alguna cosa similar que con el correr del tiempo le privará de la vista. Así es con todas las miradas malvadas que son para ser condenadas; porque si no hubiera algún apetito malo, por el cual es infectado y corrompido el corazón, el ojo (como ya lo he dicho) en sí sería puro y limpio, de manera que podríamos contemplar las criaturas de Dios sin ser arrastrados a mal alguno.

 Pero ahora las cosas son tales que no sabríamos cómo abrir nuestros ojos, sin concebir algún deseo malo; no sabríamos cómo decir, "Esto es hermoso, aquello es bueno," sin ofender inmediatamente a nuestro Dios. ¿Acaso eso no es una gran perversidad? Entonces reconozcamos cuál es el pecado que reina en nosotros; cómo en efecto, ha tomado su posesión desde que Adán cometió la trasgresión, de tal modo que nuestra naturaleza ahora está tan corrompida que no sabríamos cómo mirar a algo que podríamos llamar hermoso y bueno sin ofender a Dios, en vez de ser invitados a amarle como debiéramos, y a alabarle por su bondad, y por tantos beneficios que no da aquí. Entonces, en lugar de glorificar a Dios y de ser motivados a amarle y servirle, no sabríamos cómo decir, "Esto es hermoso, esto es bueno," sin ser tentados, en efecto, impulsados, ya sea la avaricia o a otra voluptuosidad. En breve, todo lo hermoso debajo del cielo, y lo bueno, nos aparta de Dios, cuando tendría que acercarnos a él. ¿Acaso no es Dios fuente de toda belleza y bondad? Ahora bien es cierto que este apetito no tiene dominio, y tampoco debería tenerlo, sobre los hijos de Dios; pero hablo de aquello que es natural en el hombre hasta que Dios haya obrado en él. Es cierto que los creyentes no serán tan pervertidos, y sus sentidos no serán tan depravados como para ser siempre arrastrados al mal; sin embargo, siempre tendrán algún residuo de la infección que proviene de las entrañas maternas, esto es, tendrán puntos de contacto interior donde serán incitados al mal, aunque quizá lo odien y al principio lo rechacen. En efecto ¿quién es aquel que no concibe la fantasía de pensar que Dios no tiene cuidado de él tan pronto tiene que soportar algún mal? Y es una blasfemia, realmente execrable si consentimos con ella, y si nuestra atención es enfocada por algún breve tiempo en ello, aunque quizá no sea un asunto determinado por la voluntad.

Así vemos entonces, que si el hombre es invitado al mal, aunque no lo apruebe y rechace la tentación, y luche contra ella, sin embargo, no deja de ofender a Dios. ¿Y por qué? Porque es una trasgresión de la ley tal como lo hemos demostrado. Del mismo modo, necesariamente tiene que proceder de una fuente mala; porque el ojo en sí no será corrupto; no es allí donde comienza a producirse el pecado. ¿Adónde entonces? En la mente  del hombre y en su alma; porque ciertamente los malos sentimientos tienen que estar ocultos adentro, antes que el ojo tienda al mal y sea invitado a él. Y es por eso que he dicho que Job, al afirmar que se ha abstenido de todo mal y de toda mirada inmodesta, nos muestra que quienes están infectados por ella, no pueden excusarse delante de Dios diciendo que no tienen falta.

En consecuencia, aprendamos a mantenernos en guardia, a no adularnos a nosotros mismos, como ya lo he mencionado. Digo, estemos en guardia, porque qué difícil es, ¿no cierto? controlar de tal manera nuestros ojos que no seamos tentados por ninguna mala concupiscencia a deseo desordenado. Al ver los bienes del mundo no seamos tocados por la avaricia. Al ver las cosas confortables, las delicias y las voluptuosidades que hay aquí y allá, no seamos inducidos a querer que Dios nos las dé. Cuando miramos a uno y otro lado no haya adulterio, ni ambición, ni avaricia, ni ninguna otra cosa que se nos pueda meter debajo de la piel. Es imposible, o al menos no sin gran dificultad, y más allá de todos nuestros recursos; de manera que es prácticamente imposible que abramos nuestros ojos sin concebir alguna ofensa contra Dios. Puesto que es así, aprendamos a estar alerta; porque nosotros mismos no podemos perfeccionarnos como para que ya no se encuentre ninguna falla en nosotros, y que ya no tengamos que buscar nuestro refugio en la remisión de nuestros pecados.

Concluyamos entonces que tenemos que luchar valientemente, viendo que somos tan corruptos que de ninguna manera podemos usar nuestros sentidos, ni aplicarlos a ninguna cosa sin que haya algún resto de la mala corrupción que desagrada a Dios. Esto es, entonces, lo que debería invitarnos a ser diligentes.

Y luego, en segundo lugar, aprendamos también a humillarnos, viendo que el mal quiere hacernos dormir mediante la hipocresía, a efectos de que no reconozcamos nuestras faltas y para que así se agrave el mal. Miremos entonces a nuestro propio interior, y habiendo examinado nuestras imperfecciones, gimamos delante de Dios: "Oh, Señor, tú me has concedido la gracia de querer avanzar en mi servicio a ti. Yo me esfuerzo, yo anhelo, yo resisto todas mis ¡pasiones, lucho conmigo mismo; sin embargo, no soy recto delante de ti; Señor, se encuentran muchas fallas en mí.

Así es cómo los creyentes, habiendo trabajado duramente, y habiéndose esforzado más allá de todos sus recursos, siempre deben mantener su afecto, para poder condenarse ellos mismos ante la existencia de algún vicio mezclado con el bien que Dios les da para hacer; que puedan aprender a condenarse ellos mismos delante de él y luego humillarse a efectos de obtener gracia. Estos son entonces los puntos que tenemos que notar de este pasaje.

 Ahora, aunque quizá tengamos fantasías que entran a nuestra mente, tanto de noche como de mañana, y aunque por ellas debiéramos percibir que existe una asombrosa corrupción en nuestra naturaleza, no por ello debemos perder el coraje, sino que hemos de seguir caminando; oremos a Dios que, si él ha comenzado a compelimos, que continúe y añada el poder de su Espíritu Santo. De esa manera debemos pedirlo, y sentir que ya hay algo peor en nosotros que nuestros malos sentimientos; juntemos ambas cosas, y que sean pisoteadas de tal manera que nunca más puedan levantarse. Y cuando el maligno venga a aguijonearnos para invitarnos al mal, no permitamos que triunfe sobre nosotros, en cambio, siempre tengamos en alto nuestros sentidos; resumiendo, dejemos que el Espíritu de Dios gobierne de tal manera nuestros corazones que, aunque existan los malos deseos éstos estén realmente bajo control, verdaderamente encadenados; que no se puedan levantar, que no puedan arrastrarnos de un lado a otro, sino que siempre sigamos firmes, y resueltos a decir, "Nuestro Dios tiene que gobernarnos, y nosotros debemos seguir su santa voluntad.”

Así es entonces, cómo en medio de nuestras malvadas fantasías tenemos que tomar coraje para andar siempre honorablemente, sabiendo que el buen Dios nos sostendrá; no es que vamos a negar lo existencia de tantos pecados, sino que los mismos nos han sido perdonados.

Y este el punto en el cual diferimos de los papistas. Los papistas afirman que las malas concupiscencias no son pecados siempre y cuando uno las resista; esa es una blasfemia execrable. Es como decir, "Dios tiene que renunciar a sí mismo y trastornar su ley." Y esta opinión no solamente es pasajera de parte de alguna gente sencilla e ignorante, sino que es una convicción que captura a grandes doctores en sus escuelas, o mejor dicho, en sus sinagogas diabólicas.

 Nosotros, por el contrario, decimos que estos son otros tantos pecados, pero que no nos son imputados por Dios puesto que él los borra mediante su bondad y gratuita misericordia, por medio de nuestro Señor Jesucristo en quien creemos; y teniendo semejante consuelo debiéramos esforzarnos tanto más, como ya lo he dicho.

Además, Job muestra claramente que sabía cuál era esta ofensa, y que hubiera sido culpable si hubiera mirado inmodestamente, porque añade, "Qué galardón me daría el Dios de arriba, y qué heredad el Omnipotente de las alturas?” Ahora Job muestra aquí que no está hablando de un auto-perfeccionamiento delante de los hombres, ni de adquirir una reputación por la fuerza y la santidad (como hacen aquellos que solamente quieren ser reconocidos aquí abajo), sino que tiene sus ojos fijados en Dios, y que habla como en su presencia, y le pide que sea testigo y Juez. Y a ese punto también tenemos que llegar nosotros; porque (como se ha discutido anteriormente) mientras queramos que nuestra vida sea aprobada por los hombres, estaremos llenos de mentiras, subterfugios y astucias; de manera que ello nos llevará a disfrazar lo blanco y cambiarlo en negro, y de hacer que la virtud sea pecado y viceversa. Así lo haremos cuando tratemos de ser aprobados por los hombres. Y así, todo aquel que quiera andar en rectitud, y tener la integridad que aquí menciona Job, ¡oh! ciertamente tendrá que recapacitar sobre sí mismo y no andar más aquí abajo diciendo, "¿Quién me hallará en falta?" No, eso tiene que ser eliminado, y la persona en cuestión tiene que presentarse delante de Dios diciendo, "Ahora bien, ¿quién soy? Es con Dios con quien tengo que tratar; cuando haya satisfecho a todos los hombres de la tierra, aun no habré ganado nada; todos tenemos que callarnos la boca, porque Dios no se complace con rostros hermosos, hermosos disfraces, apariencias, o cosas semejantes. El mira el corazón, sondea los pensamientos y descubre todo cuanto está oculto por las sombras." Siendo esto así, seamos constreñidos a andar en integridad y rectitud. Pero al contrario, nos distraemos aquí y allá, estamos sujetos a inventar subterfugios, y mediante hermosos desfiles adelantar nuestro mejor pie; y cuando ya no podemos hacer nada mejor nos cubrimos con hojas como nuestro padre Adán. Por eso, notemos bien la lección que se nos muestra aquí a todos los creyentes; es decir, cuando queramos andar adecuadamente, no sólo tenemos que hacerlo delante de los hombres, nuestros ojos no tienen que centrarse solamente en ellos; sino que tenemos que contemplar al Juez celestial, y tenemos que saber que es a él a quien tenemos que responder y rendir cuentas.

Suficiente con esto. Además (como ya lo hemos mencionado) aquí Job sabía que Dios no soporta miradas inmodestas sin castigarlas. ¿Y por qué no? Porque ellas son otras tantas ofensas.

Luego agrega, "La iniquidad será cortada." Con lo cual muestra que aquel que tenga ojos entregados a la vanidad, aunque no esté totalmente de acuerdo con ella, no obstante es condenado como pecador y malvado delante de Dios. Recordemos lo que se dijo del tiempo de Job; porque si bien no sabemos si vivió antes de la ley (La entrega de la ley por parte de Dios y el registro de la ley por parte de Moisés.) o no, de todos modos vivió antes de los profetas y, como ya hemos declarado, es mencionado como un hombre de la antigüedad.

Entonces aquí está Job, procedente de un tiempo cuando Dios aún no había dado una doctrina totalmente amplia, o una luz tal como la que hemos tenido desde entonces; porque los profetas clarificaron en gran manera aquello que era oscuro en la ley. Job vivió antes; cuando solamente existía algo así como una pequeña chispa si consideramos la doctrina que ha existido desde ese entonces. Sin embargo, sabía bien que no debía ser atraído por un deseo mal sin ser culpable delante de Dios.

 Y ahora nosotros, ¡cuán culpables seremos teniendo el Sol de Justicia que resplandece sobre nosotros como en pleno mediodía! He aquí Jesucristo, con su evangelio nos ha traído una luz tan grande que no tenemos excusa. Si decimos, "Yo no lo entiendo, para mí es demasiado alto y demasiado profundo," ¿con qué derecho lo haríamos? Acaso no tenemos una doctrina suficientemente amplia, puesto que la voluntad de Dios nos ha sido tan plenamente manifestada? ¿Cómo, entonces, tendremos excusa si no reconocemos lo que reconoció Job? Y en esto se ve la venganza de Dios, es decir, cuan horrenda es sobre el papado, puesto que esas bestias se han atrevido a negar que el hombre peque al ser tentado así al mal teniendo puntos internos de contacto y concibiendo malos deseos, siempre y cuando no consienta totalmente con ellos. Y Job que no tenía una doctrina costosa (como ya lo hemos declarado) sin embargo, esto lo sabía muy bien. De modo entonces, mirémonos atentamente a nosotros mismos, y a que Dios nos ha concedido la gracia y el privilegio de hacernos conocer su verdad mucho mejor de lo que fue en aquel tiempo; seamos vigilantes, y tan pronto abramos nuestros ojos, tan pronto experimentemos alguna vanidad en nosotros, algún deseo malo, reconozcamos "

¡Oh¡ Existe pecado oculto en el interior, hemos ofendido a nuestro Dios, y nuestros ojos ya están contaminados con ellos; al aparecer el mal afuera, al existir chispas, ¿acaso son hechas sin fuego?" Entonces debemos aprender a condenarnos a nosotros mismos; en efecto, si no fuera por la misericordia de Dios seriamos destruidos por él; porque esa es la porción de nuestra herencia que nos ha sido preparada desde arriba. Es cierto que los hombres podrán justificarnos; pero  nosotros tenemos que aparecer delante de Dios quien juzgará de manera totalmente distinta.

Y Job dice especialmente, "Desde arriba, desde el cielo." Esta palabra se repite, pero no es lenguaje superfluo. ¿Y por qué no? Tácitamente hace una comparación entre el juicio de Dios y las opiniones que nosotros podríamos tener respecto de los hombres. Entonces, aquí hay hombres que podrían justificarnos por todo, y nuestra hediondez y nuestra pobreza no sería reconocida; nuestra reputación sería realmente como la de pequeños ángeles y, consecuentemente, supondríamos que no se halla falta en nosotros. Ahora, ¿de qué nos ha aprovechado? De nada en absoluto; porque aquí está Job quien nos llama desde las alturas. Muy bien, es cierto que aquí abajo los pecadores podrán ser absueltos, y serán fácilmente aprobados por los hombres; (porque aparentemente sólo se ven virtudes), ¿pero en las alturas? Allí está Dios quien trastornará todas las opiniones vanas que habrán reinado por un tiempo. Y así, aprendamos que tantas veces como seamos culpables habiendo sido atraídos a malas concupiscencias, también el pago nos ha sido preparado en el cielo, es decir, desde las alturas, a menos que el buen Dios nos proteja y use de su paternal bondad con nosotros. Esto entonces es lo que tenemos que recordar a efectos de magnificar la bondad de nuestro Dios, viendo que nos castiga severamente, y también para ser incitados a pedirle perdón por todas nuestras faltas de cada día.

Ahora, además se dice, "¿No hay quebrantamiento para el impío, y extrañamiento para los que hacen iniquidad? ¿No ve él mis caminos, y cuenta todos mis pasos? Aquí Job expresa con mayor claridad la porción y la herencia de la que ha hablado; y es para afligirnos más, hasta el fondo del alma, con la convicción de nuestros pecados. Es cierto que no insiste en cada cosa de la cual habla en la ley, y no usa tantas palabras; sin embargo, el Espíritu Santo nos ha dado aquí, por medio de su boca una instrucción general. Porque cuando alguien nos habla de los juicios de Dios, y de los castigos que envía sobre los pecadores, nosotros somos tan lerdos que ello apenas nos mueve. Es necesario entonces que nuestro Señor nos despierte, y nos haga más sensibles con respecto de su terrible ira; es algo horrible tenerla así dirigida contra nosotros. Por eso es entonces que Job agrega la declaración que está contenida aquí, "¿No será cortado el inicuo, y no será afligido el malvado?" ¿Qué significa este "ser cortado?" Es que los malvados merecen ser exterminados, que Dios los arroje al infierno, que los destruya completamente, como también la palabra implica algo más que salario o herencia. Porque los hombres (como ya he dicho) se hacen creer ellos mismos que escaparán con un castigo leve; como cuando un criminal es detenido en la prisión, sabiendo que merece la horca, él mismo se hace creer que "Quizá escape con los azotes, quizá sea desterrado." De esa manera digo, los hombres no reconocen la ira de Dios tal como es; no reconocen el castigo que se merecen, puesto que no piensan en la muerte eterna.

 Vemos entonces, cómo Job, no sin causa, habiendo hablado de la porción que está  preparada en las alturas para todos los malvados, agrega que se trata de una separación y turbación para arrojarlos al infierno. Ahora con esto reconozcamos que el Espíritu de Dios nos amonesta por nuestra indiferencia. Si con el golpe estuviéramos atentos a los juicios de Dios, dispuestos realmente a sentir nuestras faltas, no tendríamos necesidad de que el presentara dos veces la proposición; sería suficiente habernos advertido con una simple palabra. Pero el Espíritu Santo, habiendo hablado de la porción que Dios prepara para todos los que desprecian su ley, agrega "separando." Porque somos como brutos, y cuando alguien se limita a declararnos una cosa, nosotros no la comprendemos; estamos preocupados con semejantes estupideces que si Dios nos golpea rudamente todavía no sentimos los golpes de su mano. Y entonces, ¿cómo hemos de estar afligidos por las advertencias que él nos hace? Es cierto que si se limitara a hablar, no seríamos tocados ni abatidos en nosotros mismos, viendo que por los golpes de su mano todavía no somos suficientemente humillados. Entonces, notemos bien que aquí se amonesta nuestra indiferencia y estupidez. Por lo tanto, estemos despiertos cuando Dios nos invita tan cuidadosamente, y seamos más instruidos para pensar en nosotros mismos. Eso es lo que tenemos que observar en este versículo.

Ahora, en conclusión, cuando Job dice, "¿No ve él mis caminos y cuenta todos mis pasos?” Notemos bien que se aplica a sí mismo la doctrina que ha presentado en términos generales. Porque había dicho, "¿Qué galardón, o cuál es la porción de Dios en lo alto, y qué heredad es la del Omnipotente de los cielos?" Así Job había hablado de todos; pero ahora aplica esta doctrina a su propio uso, y declara con qué propósito había hablado así. Entonces, cada vez que los juicios de Dios nos vengan a la memoria, ya sea que nos sean propuestos por los hombres y que leamos de ellas, tengamos la prudencia de reflexionar sobre nosotros mismos, y que cada uno mire a su propia persona. Porque los juicios de Dios no tienen que quedar como sepultados, sin que jamás se hable de ellos; sino que cada uno debe aplicarlos a sí mismo y a su uso particular. Esto es entonces, lo que tenemos que notar cuando Job, habiendo discutido la doctrina en general, se acerca más y más para mirar a su propia persona. "Dios" dice, "sondea y conoce mis caminos."

Es decir, puesto que Dios es Juez de todos los hombres, ninguno puede escapar de su mano. "Dios," dice, "¿acaso no conoce todos mis caminos, acaso no cuenta todos mis pasos?" Con esto es suficiente para el primer punto.

En cuanto al segundo, notemos también el estilo que usa Job, diciendo que Dios mira sus caminos y pasos, y que los cuenta. Es para expresar que Dios no los cuenta solamente desde lejos, y que no solamente mira lo aparente aquí abajo; sino que mira cuidadosamente para notar y marcar todas nuestras obras; efectivamente, y no se trata de una mirada confusa; su mirada no confunde; él mira a efectos de contar, para enumerar cada cosa, de manera que nada se le escape, de no olvidar nada. Ahora (les pregunto) ¿No es para nosotros ocasión de reconocer mejor nuestros caminos, y contar nuestros pasos, al ver que Dios tiene presentes todas las cosas? ¿Por qué es que los hombres apenas reconocen una centésima parte de sus pecados? En efecto, una persona cometerá cien veces al día la misma falta, y escasamente pensará una vez en ella. ¿Cuál es la causa de esto? Es porque pensamos que Dios no nos observa desde arriba, no reconocemos que ante su mirada no se puede ocultar nada y que no olvida ninguna de nuestras obras y ninguno de nuestros pensamientos. Entonces procedamos a pesar bien las palabras contenidas aquí, es decir, que Dios conoce nuestros caminos y cuenta nuestros pasos, lo que quiere decir, que el número de ellos ya está establecido para él, que incluso hasta el último detalle tiene que venir a cuenta. Esto es lo que ganarán aquellos que con mentiras y adulaciones habrán cubierto sus malas obras; pues todas ellas tendrán que venir a la luz. ¿Qué queda entonces? Debiéramos pensar en nosotros mismos más cuidadosamente de lo que hemos estado acostumbrados a  hacerlo, y siempre debiéramos estar alertos, a efectos de no ser sorprendidos por las emboscadas desde las cuales somos atacados de todas partes; y viendo que estamos sujetos a caer en tantos pecados de los cuales nuestra naturaleza está llena, examinémonos bien para estar disgustados con ellos, y sentirnos culpables delante de Dios; incluso gimamos nuestras confesiones con David (Salmo 119:12 Bendito tú, oh Jehová; Enséñame tus estatutos.) reconociendo que es imposible que todas nuestras faltas nos sean conocidas. No obstante, oremos al buen Dios que, cuando haya identificado en nosotros las faltas y los pecados que nosotros mismos no podemos ver, se complazca en borrarlos por su misericordia; y que de esta manera no tengamos otra seguridad de nuestra salvación sino la de saber que él nos recibe a misericordia en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, y que también tenemos el lavamiento mediante el cual somos purgados, esto es, la sangre que ha derramado para nuestra redención.

miércoles, 18 de septiembre de 2024

LA MAJESTAD DE DIOS

 

"Respondió Bildad,  el suhita,  y dijo: "El señorío y el temor están con él,   que hace la paz en las alturas. ¿No son incontables sus ejércitos?   ¿Sobre quién no está su luz? ¿Cómo,  pues,  se justificará el hombre delante de Dios?   ¿Cómo será puro el que nace de mujer?  Si ni aun la misma luna es resplandeciente  ni las estrellas son puras delante de sus ojos, ¿cuánto menos el hombre,  ese gusano,  ese gusano que es el hijo de hombre?"

 (Job 25:1-6). RV1995

 

         Puesto que somos tan dados a valorarnos a nosotros mismos, y que esta necedad se debe a que no pensamos en Dios y en la naturaleza de su majestad, tenemos aquí una advertencia buena y muy útil, de que toda vez que seamos tentados a atribuirnos alguna gloria a nosotros mismos, debiéramos volver nuestra atención a Dios y comprender su naturaleza, la naturaleza de su virtud y poder, la naturaleza de su justicia, la naturaleza de toda su gloria. Seguramente entonces se silenciaría nuestro cacareo; porque en vez de estar inflados de orgullo e intoxicados con la presunción, la sola consideración de Dios sería suficiente para derrumbarnos de tal manera de ser turbados en nuestro interior. Esto es entonces, por qué el Espíritu Santo nos da ahora, por medio de Bildad esta amonestación. La amonestación es que seguramente tiene que haber señorío soberano en Dios, y nosotros tenemos que sobrecogernos al pensar en él, viendo el orden que él ha puesto en el cielo y a través del mundo; y sepamos que, así como nada de lo nuestro puede tener valor para él, las estrellas que brillan para él son oscuras. Siendo esto así, ¿qué les queda a los hombres? Ahora (como toda sopa) ellos no son sino gusano y putrefacción. ¿Y si quieren gloriarse más que las estrellas, de qué valdrá? ¿No es su necedad demasiado grande? Vemos entonces a qué fin tienden las proposiciones contenidas aquí, esto es, puesto que los hombres, mirando aquí abajo, no pueden humillarse, Dios les presenta su majestad, para que sepan que ya no es asunto de valer algo; porque todo aquel que a sí mismo se exalta delante de Dios tiene que ser totalmente humillado.

Aquí Bildad, a efectos de hacernos sentir cómo debiéramos temer y respetar a Dios dice, "El hace paz en sus alturas," es decir, dispone de tal manera el orden del cielo que allí se ve un gobierno apacible y bien llevado. Esto podría referirse a los ángeles; en nuestra oración decimos "Sea hecha tu voluntad en la tierra como en los cielos," lo cual indica que Dios es escasamente obedecido aquí abajo; ello se debe a la rebelión que hay en los hombres, como también estamos leños y cebados con muchas codicias que no pueden ser reconciliadas con su justicia. De manera  entonces, pedimos que así como los ángeles se conforman en todo y por todo, él también quiera reformarnos a nosotros, y corregir los malos deseos que hay en nuestra naturaleza; quiera obrar de tal manera que su reino y dominio sea apacible aquí abajo. Entonces uno podría referir este pasaje a lo que allí se dice de los ángeles; pero sin dudas Bildad tenía otra intención, es decir, en cuanto a todo el plan que debemos percibir en el orden del cielo. Entonces, aunque el sol sea como un cuerpo infinito desde nuestro punto de vista, y aunque su movimiento sea rápido, y aparentemente debiera confundirlo todo, sin embargo, nadie sabría cómo ajustar un reloj a ese ritmo; es imposible. Lo mismo vemos en la luna, y en todas las estrellas; porque aunque el número de ellas es infinito, sin embargo, no hay confusión, sino que cada una de ellas está perfectamente ordenada como posible.

Entonces, no es sin causa que aquí Bildad diga, "Dios hace paz en sus alturas." Entonces vemos su reino no solamente en sus criaturas celestiales, sino que desde las alturas regula el orden del mundo, que a pesar de la confusión reinante aquí en las cosas, las que están revueltas, y con muchos cambios y problemas; no obstante, Dios no deja de llevar todas las cosas a un fin tal como él lo ha ordenado y deliberado en sí mismo. Es cierto, si volvemos nuestra mirada hacia abajo, no podemos ver este señorío tan apacible como el que aquí se nos declara. Pero si contemplamos la providencia de Dios, es cierto que en medio de los problemas y todas las revoluciones del mundo conoceremos que Dios gobierna todas las cosas según su beneplácito.

Ahora vemos la implicancia de las palabras, "Dios hace paz en sus alturas," es decir, mantiene bajo control a todas sus criaturas, de manera que aunque se vean algunos cambios no obstante no deja de gobernar por su consejo. Puesto que esto es así, concluyamos que es totalmente correcto que en él haya poder y señorío, y que ello nos asombre; es decir, que debemos rendirle homenaje como a aquel que gobierna, y debiéramos tener temor y respeto y debiéramos reconocerlo con toda reverencia como Maestro y Señor del cielo y de la tierra. Ahora, al principio parecería que esta proposición era superflua; pero cuando hayamos evaluado bien lo que acabamos de discutir, seguramente veremos que no es sin causa que aquí Bildad destaque el gobierno y dominio que Dios tiene en todo el mundo. Porque esta palabra saldrá rápidamente de la boca, y demasiado rápido hablamos de Dios; sin embargo, no concebimos su majestad; lo reducimos casi a la estatura de un ídolo. Ciertamente, es algo que no confesaríamos, incluso nos horrorizaríamos de hacer semejante confesión; sin embargo, no le reconocemos a Dios el poder que le corresponde, y que debiéramos sentir que hay en él. Porque charlamos acerca de su majestad, y su nombre saldrá de nuestros labios como burlándonos, la mayoría de las veces hablamos con escarnio de él; se ve que los hombres no podrían ser más profanos, y sin embargo, ante la mención del nombre de Dios debiera doblarse toda rodilla y temblar toda criatura; nosotros, en cambio, tenemos la audacia de no rendirle ninguna reverencia ni humildad. En resumen, los hombres no reconocen la majestad de Dios y no comprenden su virtud como para humillarse delante de él y estarle sujetos como debieran. Es necesario entonces, que cuando alguien nos hable de Dios, que sea una persona capacitada, es decir, que experimentemos a Dios como Dios es. Y es por eso que las Santas Escrituras tantas veces le atribuyen títulos, no estando satisfechas con simplemente nombrarlo; le asignan títulos como: "Todopoderoso," "Omnisciente," "Totalmente Justo," "El único inmortal," diciendo luego que él ha creado todas las cosas, y que él las gobierna. ¿Con qué propósito se dice esto si no es para despertar a los hombres que son demasiado estúpidos y que no honran a Dios de acuerdo a la dignidad que tiene? En resumen, todas las veces que las escrituras honran a Dios es para reprochar nuestra ingratitud y estupidez evidenciada en que no le rendimos lo que le debemos, y que según nuestras posibilidades le robamos poder y gloria; por lo menos debemos considerarlo como lo que es, adorarlo y humillarnos a nosotros mismos delante de él, y exaltarlo y magnificarlo como él lo merece.

Aprendamos además que cuando aquí se dice, "Dios hace paz en sus alturas," y que él gobierna al mundo visible que todos tienen que ponerse del lado suyo, aunque tal vez haya alguna contumacia y rebelión, reconociendo que él no fracasa en ejecutar su consejo; cuando oímos esto debiéramos dejar de dormir y de jugar con Dios como hemos estado acostumbrados a hacerlo; debiéramos en cambio, temblar ante su majestad; y sobre todas las cosas, volvamos a la conclusión que se hace aquí, es decir que hay dominio soberano y temor hacia él; entonces no solamente debiéramos estar sujetos a él sino temblar con todo temor, para que Dios sea temido de tal manera que no tengamos la necia valentía o, más bien, la locura de oponernos a él, y de disputar contra lo que hace, o de murmurar como si hubiese alguna falla en sus obras. Por este motivo es que aquí todos se callan para que, siendo despojados de su maldita presunción, puedan aprender a temblar en la presencia de Dios y reconocer que es a él a quien deben todo homenaje.

Es por eso que Bildad agrega; "¿Tienen sus ejércitos número? Sobre quién no está su luz?"

Cuando dice que sus ejércitos no tienen número es para indicar que los hombres ciertamente tienen que ser más que fanáticos cuando pretenden oponerse así a Dios queriendo hacerle guerra. Es cierto que no lo confesarán; sin embargo, es imposible murmurar contra Dios, y oponerse a sus juicios sin enojarse por lo que hace, y sin hacerle la guerra. Y ¿por qué? Porque, ¿en qué consiste el dominio y señorío que tiene sobre nosotros? Es cuando no solamente reconocemos su poder, sino su bondad e infinita sabiduría, su justicia, su misericordia, sus juicios; cuando hayamos hecho esto lo estaremos glorificando. Entonces, cuando los hombres no hallan razón en lo que Dios hace, cuando lo acusan de crueldad, o con impaciencia se enojan contra él, o se escandalizan por lo que hace; no hay duda que tratan de robarle su divina gloria; y esto no puede hacerse sin luchar contra él. Entonces, si no glorificamos a Dios en su justicia, en su bondad, en su poder, en su infinita sabiduría, es como si tuviéramos una actitud de desafío hacia él, de levantamiento contra él. Ahora bien, ¿de quién proviene el hombre mortal? Aquí dice, "Los ejércitos de Dios son innumerables." Ahí están todos los ángeles del paraíso, armados para mantener el honor de aquel que los ha formado y creado; todas las criaturas están dispuestas a vengar su majestad tan asaltada por nosotros, que no somos sino gusano y corrupción. Notemos bien con qué propósito se habla aquí de los ejércitos y regimientos de Dios; es para que nosotros sepamos que, comoquiera y dondequiera que presumen murmurar contra Dios y blasfemar contra su justicia, tendrán como enemigos mortales a tantos ángeles como ángeles hay en el cielo.

Ahora bien, sabemos que el número de ellos es infinito. Ellos también deben saber que todas las criaturas están armadas para ir contra ellos; porque ¿con qué fin es que Dios ha creado todas las cosas, si no es para que su gloria pueda brillar en ellos? Ahora bien, si los hombres se sujetan a Dios por propio placer, y rinden a Dios el honor que él se merece; lo dicho aquí de sus ejércitos y regimientos no será para atemorizar, sino más bien para que se regocijen. En efecto, cuando las escrituras nos narran que Dios tiene muchos millones de ángeles alrededor suyo, listos para hacer lo que él les mande, ¿a qué propósito lleva esto, sino para que reconozcamos que cuando Dios nos haya recibido en su gracia, aunque fuésemos sitiados de todas partes, él es suficientemente poderoso para mantenernos bien protegidos aquí abajo? Entonces, cuando los hombres exhiban todo su poder, pensarán en esto y aquello para arruinarnos; y cuando el mismo diablo se levante contra nosotros, no tenemos que temer. ¿Por qué no? Porque Dios tiene sus ejércitos celestiales para protegernos; como está dicho, "Ángeles acampan alrededor de los que temen a Dios," en Salmo 34:7 y luego, él ha ordenado a sus ángeles guiarnos de tal modo que el fiel no tropiece.

Vemos entonces cómo la infinita multitud de ángeles tiene el propósito de confortarnos o de asegurarnos que Dios proveerá para nosotros en tiempo de necesidad y que él tiene con qué hacerlo. Pero aunque los creyentes descansen en Dios y con toda humildad de los ángeles, también es cierto que aquellos que se rebelan, todos los orgullosos, todos los rebeldes debieran ser atemorizados por él, debieran reconocer que oponiéndose así a Dios, también se las tendrán que ver con muchos enemigos, que todo el poder de los ángeles se volverá contra ellos para aplastarlos, que igualmente todas las criaturas estarán para defender la gloria de aquel por cuya virtud existen.

De modo que recordemos bien la palabra dicha aquí, "Los ejércitos de Dios son innumerables." Sobre esa base debiéramos reconocer que es en vano que los hombres conspiren contra nosotros; porque cuando hayan juntado a todos sus ejércitos, aun así no serán más fuertes; Dios siempre tendrá victoria sobre ellos. Entonces, ya no seamos engañados, viendo que estamos bien acompañados, que habrá mucho pueblo que se parece a nosotros. ¿Y por qué no? En un momento todos podemos ser confundidos por la mano de Dios, y por su poder. Y entonces, aunque él solo sea suficiente para nuestra salvación o nuestra perdición, todavía le quedan sus ejércitos que están preparados y equipados con un armamento incomprensible para nosotros, a los cuales preparará contra nosotros cuando bien le parezca. Temamos entonces, y aprendamos (como he dicho) a no inflarnos al ver que el mundo está de nuestra parte y que habrá gran poder para protegernos; todo ello no nos servirá de nada contra el poder de Dios que nos es declarado aquí. Ahora, con esto se puede ver cuán ciego puede ser la incredulidad de los hombres; porque debemos escoger, o bien que los ángeles del paraíso nos tengan bajo su cuidado, y que ellos velen por nosotros, y que sean ministros de salvación; o bien, que sean nuestros adversarios, y adversarios de muerte. He aquí Dios usando semejante bondad y gracia hacia nosotros que ordena que sus ángeles nos sirvan (como lo dice Salmo 91:11 Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, Que te guarden en todos tus caminos); quiere que seamos advertidos por ellos, y además dice que constituyen sus poderes, como si extendieran su mano sobre nosotros a efectos de poder protegernos. /.Cuál es la consecuencia entonces, del hecho de ser guiados por los ángeles, y de ser protegidos de todo mal? No podemos escoger semejante bien; aquí se nos lo ofrece, sólo nos resta aceptarlo. ¿Pero nosotros, qué hacemos? Por mucho que debamos recibirlo como un don de Dios, nos acercamos a él desafiando la majestad de Dios provocando a sus ángeles y hostigándolos para nuestra perdición y confusión. ¿No será entonces que estamos totalmente privados de razón, y que el diablo realmente nos ha embrujado, puesto que preferimos tener a los ángeles como enemigos en vez de tenerlos como ministros de nuestra salvación; puesto que ellos están listos para ayudarnos y guiarnos, siempre y cuando seamos miembros de nuestro Señor Jesucristo y que lo honremos como a nuestra cabeza? Entonces, aprendamos que cada vez que se nos hable de Dios, a no pensar que él es como algo muerto, sino de pensar en su gloria tal como aquí nos es declarada. Y puesto que somos demasiado estúpidos, recordemos que Dios tiene a sus ejércitos, y que tiene un número infinito de ángeles que están dispuestos a ejecutar sus mandamientos, y que todas sus criaturas le obedecen, lo que también es totalmente razonable.

Consecuentemente, cuando se dice, "La luz de Dios está sobre todos," ello se interpreta como que Dios derrama sus dones sobre sus criaturas para que alguna chispa de bondad y sabiduría sea percibida para que alguna chispa de bondad y sabiduría sea percibida en todas partes; si bien ella ha sido designada especialmente para los hombres, porque también es allí donde la luz de Dios es percibida, como dice en el primer capítulo de San Juan, ya que desde el principio Dios no solamente dio vida a las criaturas, sino que les dio vida para mantenerlas en ella; ciertamente, por el poder de su palabra; pero en cuanto a los hombres, les dio luz a su vida.

Entonces todas las criaturas existen porque siempre reciben vida de nuestro Señor Jesucristo, la palabra eterna de Dios; pero tenemos una vida más noble y más exquisita que la de las bestias o de los árboles o de los frutos de la tierra. ¿Por qué es así? Nosotros tenemos inteligencia y razón.

De manera entonces, que la luz de Dios brilla sobre los hombres; y si estamos sujetos así y obligados hacia Dios, ¿acaso no somos tanto más culpables, si hacemos que esta luz se desvanezca? Es muy cierto, porque debemos recordar lo que dice el apóstol San Pablo en Hechos 17:27 (para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros.) que cuando vengamos palpando a ciegas, buscándolo a él, no obstante, la gloria de Dios será experimentada. ¿Cómo es eso? El habita en nosotros, no necesitamos buscarlo lejos, es en él que vivimos y nos movemos y tenemos el poder para ser. Así es entonces, cómo es expuesto este pasaje: es que Dios, habiéndonos hecho partícipes de su luz nos ha comprometido tanto consigo mismo que nosotros seríamos más que ingratos si tratamos de aniquilar su gloria, y si no le rendimos lo que es suyo. ¿Y por qué? El hombre no puede moverse si no experimenta que Dios habita en él; es de él que tenemos la vida, y es también él a quien tenemos que agradecer que nos haya hecho criaturas razonables más bien que bestias brutas. ¿Porque a qué se debe que somos más valiosos que bueyes y asnos, excepto porque a Dios le agradó preferirnos? De manera entonces que esta luz por la cual Dios nos ilumina es para nosotros semejante ocasión para exaltar su gloria y sujetarnos bajo su mano.

Este es un significado que está implícito en el pasaje que además contiene una buena doctrina. Pero cuando cada cosa es adecuadamente considerada, Bildad no quiere indicar meramente que Dios ha derramado su luz sobre nosotros para darnos inteligencia y razón; muestra, en cambio, que no podemos huir de su presencia, que tenemos que andar delante de él, y que él ve todas las cosas, y que él realmente tiene sus ojos sobre nosotros. Así es entonces, como la luz de Dios es derramada sobre los hombres; y es en la misma medida que no podemos ocultarnos de su presencia. Y es siguiendo la proposición que nos ha expuesto. Porque, como Bildad dijo, Dios tiene a sus ángeles; están equipados para su servicio, son semejantes a grandes ejércitos. Ahora también agrega que para nosotros será en vano, que no seremos capaces de huir de la presencia de Dios. Es cierto que saltamos como sapos, y que imaginamos ser como caballos desbocados; pero al final tenemos que someternos a Dios. ¿Y por qué? porque su luz brilla de tal manera sobre nosotros que no podemos huir de él, como podríamos hacerlo si estuviéramos tratando con un hombre mortal. Aprendamos entonces que esa debe ser nuestra conclusión cuando somos tentados a semejante atrevimiento como es el de pensar que podemos escapar de la mano de Dios. ¿En verdad? ¿Y adonde iremos? Porque sabemos que su poder es derramado en todas partes, y que su mirada escudriñadora es infinita. Cuando hayamos entrado a las profundidades de la tierra, aun allí no dejará de vernos y de tomar nota de lo que hacemos.

Nosotros, entonces, seríamos más que necios si nos levantamos contra Dios, sabiendo que será en vano trastornar y mezclar las cosas, y planificar muchos proyectos y conspiraciones. Porque todo ello de nada aprovechará puesto que somos observados siempre por él y por su ojo avizor.

Ahora bien, esta es una doctrina suficientemente común en las Santas Escrituras; pero apenas la recordamos, puesto que es escasamente practicada, al menos por nosotros. Y siendo esto así, si nos viniera a la memoria, que Dios nos ve, y que todo cuanto hacemos y decimos es anotado por él, les pregunto, ¿no debiéramos andar con más temor y cuidado del que tenemos comúnmente?

Pero, ¿qué es lo que hacemos? Solamente tenemos miedo de los hombres; con tal que aquí abajo no tengamos testigos contra nosotros, estamos satisfechos. Y este es el motivo por el cual los hombres sueltan las riendas de sus malvadas codicias; es decir, porque el Espíritu de Dios no tiene dominio en sus vidas, y les parece muy bien haber concebido cosas execrables y haberlas hecho, puesto que nadie los amonesta. Entonces, hay muy poco de la ley de Dios delante de sus ojos. Porque si tuvieran esta luz en mente, es cierto que la misma reprimiría la totalidad de sus malos deseos, los purgaría de todas sus fantasías con las cuales están inflados. En efecto, si estamos avergonzados delante de los hombres, ¡cuánto más deberíamos ser movidos por aquel que es el Juez de todos! Porque si los hombres nos juzgan, no lo hacen en su propia autoridad, ni en su propio nombre; es solamente para aprobar el juicio de Dios, puesto que solamente tiene él esa competencia. Ahora aquí está Dios que nos ve; sin embargo, no le rendimos ninguna reverencia; no nos preocupa provocar su ira contra nosotros. ¿Cómo es posible? De modo entonces, cuando hayamos aprendido bien esta lección, de que Dios ha derramado su luz sobre nosotros, ciertamente será un buen motivo para hacernos andar en toda pureza de conciencia, no solamente corrigiendo las faltas que cometemos exteriormente hacia los hombres, sino todo el mal que está oculto en nuestro interior, y toda hipocresía. Esto es entonces, lo que tenemos que recordar de esta palabra.

Ahora Bildad, habiendo hablado de esta manera, agrega, "¿Qué justicia, entonces, se atribuirá al hombre comparado con Dios? " Palabra por palabra esto es, "con Dios. ¿Y cómo será limpio el que nace de mujer?" Esto es como un auténtico comparendo dirigido hacia nosotros, para mostrarnos que somos muy necios estimándonos a nosotros mismos, y haciendo creer que tenemos alguna justicia o poder en nosotros, algo que sea digno de alabanza. Un ladrón que está en medio del bosque no temerá ni la justicia ni ninguna otra cosa. Es cierto que siempre llevará un temor; como ya se ha visto antes, Dios ha grabado sobre el corazón de los hombres tal sentimiento hacia sus pecados que ellos tienen que juzgarse y condenarse a sí mismos. A pesar de ello los malhechores están tan contentos que no les importa ahorcar a cuanto caminante encuentren si lo pueden atrapar. Sin embargo, cuando ven que su tiempo se acaba, cuando ven que su pago está listo ya no tienen ese valor, ya no tienen esa furia con la cual fueron embrutecidos. Así es con nosotros; porque mientras no sabemos que tenemos que rendir cuentas a Dios, y mientras no comprendemos su infinito poder, y el señorío que tiene en sí mismo, existe tal presunción en nosotros que no nos cuesta nada magnificarnos por encima de las nubes; y si se menciona justicia en cuanto a nosotros, no tardamos en hallarla, nuestros vicios nos son virtudes.

Así es como los hombres, antes de haber sido convocados delante de él, y traídos por la fuerza, están tan ebrios de su coraje que no pueden reconocerse tal como son. Porque si se reconocieran, ya no habría ocasión de apreciarse a sí mismos. Es por eso que ahora Bildad dice de manera especial, "¿Cómo se justificará el hombre mortal delante de Dios?" Esta palabra tiene mucho peso, es como si dijera, "Muy bien, mientras los hombres están entre ellos, serán plenamente capaces de juzgar sus virtudes, cada uno de ellos dirá, ’Yo, yo soy un buen hombre’ y aún se estimará mucho más que otros cuando se trate de ponderase en la balanza. ’Y este fulano tiene tal defecto, tiene tal y cual vicio.'" Sabemos perfectamente bien cómo despreciar a otros echándolos por tierra que es una maravilla; y sin embargo, no queremos confesar nuestras propias debilidades, nos cubrimos todo lo que podemos. Y si existe una pequeña gota de virtud (al menos así parece; porque todo ello no es sino humo, como pronto veremos), ¡oh! queremos que Dios nos tenga en tanta estima y que nos precie tanto, que debiera robarse a sí mismo para recompensarnos. Esta es, entonces, la arrogancia de los hombres, en efecto, mientras ellos se consideran entre sí. Pero cuando hemos venido ante Dios y reconocemos lo que somos, y cuando inquirimos en nuestro interior para examinar nuestra vida, siendo aterrados por su majestad, que no nos permite enredarnos en nuestra hipocresía y mentiras, entonces olvidamos todas estas necias jactancias por las cuales estuvimos engañados por un tiempo. Y aprendamos así, siguiendo lo que aquí se nos declara, que cuando seamos tentados con orgullo, y cuando supongamos tener alguna virtud con la cual estimarnos grandemente a nosotros mismos, aprendamos, digo, a presentarnos delante de Dios, y no esperemos que él nos arrastre a su presencia, sino que cada uno cumpla este oficio consigo mismo; porque aquí está nuestro Señor quien nos muestra el procedimiento que debemos seguir. El hombre entonces, siempre imaginará tener, no sé qué, con lo cual magnificarse a sí mismo; pero para corregir esta necedad y arrogancia dejemos que solamente se pregunte, "¿Quién eres?" Ahora bien, para saber quiénes somos, vengamos a Dios. Porque el hombre nunca se reconocerá mientras esté encerrado en sí mismo, o mientras se compara a sí mismo con sus semejantes; pero es cuando hayamos elevado nuestros ojos y reconozcamos que debemos venir ante el trono de aquel que conoce a cada uno, que no es como los hombres mortales que están contentos con trozos de deshecho, y ante quien no podemos presentar nuestras cáscaras externas, que son todas esas cosas que no sirven para nada, que aquí se precian tanto. Entonces, cuando hayamos conocido que todo ello se desvanece delante de Dios, entonces aprenderemos a tomar nuestro lugar, y a no ser elevados con semejante orgullo.

¿Cómo, entonces, puede el hombre ser justificado? O ¿Con qué, será justificado el hombre ante Dios? Aunque esta no es una conclusión de las premisas de Bildad, sin embargo, la pregunta es de la mayor importancia para el hombre. Ni Bildad ni ninguno de sus compañeros podían responderla; la doctrina de la redención por medio de la sangre de la cruz era conocida entonces sólo a través de tipos y sombras. Nosotros que vivimos en la dispensación del Evangelio, podemos responder fácilmente a la pregunta, ¿Con qué será justificado el hombre miserable ante Dios? - Respuesta. Presentando, por fe, al trono de la justicia divina, la ofrenda sacrificial del Señor Jesucristo; y confiando absolutamente en ella, como siendo una expiación y sacrificio pleno, suficiente y completo por sus pecados, y por la salvación de un mundo perdido.

Y es por eso que se dice, "hombre" ciertamente, "aquel que es nacido de mujer, ¿cómo se justificará con respecto de Dios?" ¿Cómo, o con qué será limpio el que nace de mujer? - Respuesta. Recibiendo la gracia o influencia celestial comunicada por el poder y la energía del Espíritu eterno, que aplica al corazón la eficacia de la sangre que limpia de toda maldad. Ésta, y sólo ésta, es la manera en que un pecador, cuando está verdaderamente arrepentido, puede ser justificado ante Dios; y en la que un creyente, convencido de que el pecado mora en él, puede ser santificado y limpiado de toda maldad. Éste es el único medio de justificación y santificación, sin el cual no puede haber glorificación. Y estas dos grandes obras, que constituyen toda la salvación, han sido obtenidas para un mundo perdido por la encarnación, pasión, muerte y resurrección del Señor Jesucristo, quien fue entregado por nuestras transgresiones y resucitó para nuestra justificación; a quien sea la gloria y el imperio ahora y por los siglos de los siglos. ¡Amén!

Sin embargo, puesto que no existe nada más difícil, que hacer razonar a los hombres, y lograr que sean totalmente despojados de su vana confianza, por la cual son engañados, Bildad agrega aquí, "He aquí que ni aun la misma luna será resplandeciente, ni las estrellas son limpias delante de sus ojos; ¿Cuánto menos el hombre, que es un gusano, y el hijo del hombre, también gusano." Es cierto que esta palabra puede ser expuesta de diversas maneras, es decir, como que Dios no va a brillar tan lejos como la luna; o bien que no extenderá su tabernáculo, es decir, que no se digna a acercarlo; y que las estrellas no son puras, es decir, todas las criaturas en las cuales no obstante vemos gran nobleza, realmente tendrían que ser removidas por Dios; que existe una distancia demasiado grande. Y esto se dice especialmente porque las criaturas en las alturas son más excelentes que aquellas aquí abajo. Pero aunque fuera así, allí está Dios que está tan distante de ambos, tanto de la luna como de las estrellas, que existe una distancia infinita. ¿De qué manera entonces hemos de acercarnos a él? Ahora este significado es suficientemente útil; en efecto, ya sea que se lo interprete como "brillar" o como "extender su tabernáculo," es todo lo mismo. En resumen, Bildad quiere indicar que si el Señor quisiera llamar ante su presencia sus criaturas, no hallaría más luz en la luna, y las estrellas quedarían oscuras; y, sin embargo, ellas son las que iluminan el mundo; de modo que todas las cosas tendrán que ser aniquiladas cuando se presente la majestad de Dios. Ahora los hombres se agradan y se glorifican ellos mismos. ¿A donde están alas con las que podamos ascender tan alto para tomar la luna entre nuestros dientes (como ellos dicen) o para escalar las estrellas? Sin embargo, cuando suponemos que no tenemos absolutamente nada en nosotros mismos y que Dios se presenta, todo tiene que ser tragado, y transformado a nada, por su gloria Incomprensible. Ahora vemos dónde están los hombres cuando quieren glorificarse ellos mismos. Ciertamente digo, Satanás tiene que haberlos embrujado totalmente; porque es como si volaran por encima de las estrellas. ¿Y están suficientemente equipados para ello? Cuando los hombres quieren escalar solamente cuatro escalones, es para quebrarse la nuca, luego para despedazarse sus nervios. Ahora bien, siempre que suponemos que tenemos algo para glorificarnos a nosotros mismos, damos semejante salto que es como para quebrar la nuca de los hombres y de los ángeles por así decirlo. Entonces, ¿no es que somos (como ya lo he dicho) más que locos? Esta es la intención de Bildad.

Además, hay algunos que exponen esto como que son las eclipses de la luna, pero tal interpretación de ninguna manera puede ser garantizada; porque el sentido es más simple, es decir: las criaturas más nobles, y que incluso parecen tener algo de divinidad no son nada cuando se las compara con Dios; todo esto tiene que ser reducido a nada y que solamente permanezca Dios en su perfección; y nosotros tenemos que reconocer que no hay ni justicia ni poder, ni sabiduría, sino solamente en él; todo el resto no es más que mera vanidad. Es cierto, sin embargo, que la experiencia muestra que el sol no es oscuro, ni las estrellas. Sí, verdaderamente, con respecto de nosotros. Entonces tenemos que notar que la luz que tienen deben tomarla prestada de otra parte.

Son como pequeñas chispas que Dios muestra de su gloria. Entonces, ni el sol, ni la luna, ni las estrellas pueden glorificarse por derecho propio. Incluso si Dios se les opusiera esta luz tendría que ser oscurecida con todo el resto. Porque si ante el sol el aspecto de las estrellas nos parece oscuro, les pregunto ¿qué será respecto de la infinita luz de Dios? Ahora vemos la intención de Bildad. En efecto, en cuanto a la luna dice que no habrá luz; las estrellas no tendrán pureza delante de Dios. Es como si dijera: "Ciertamente vemos la luz derramada en todo el mundo; tenemos nuestros ojos que la reciben y se regocijan e ella; sin embargo, todo ello no es nada delante de Dios, incluso en cuanto al cuerpo de la luna y de las estrellas del cielo, todo ello" dice Bildad, "será oscurecido y se desvanecerá al ser comparado con la gloria de Dios."

Y ahora venimos a los hombres, ¿Qué son? ¿Qué pueden hacer? ¿Qué poder tienen? ¿De qué se pueden jactar? No son sino gusano y pudrición; y, sin embargo, se quieren justificar en ello? Solamente nos resta practicar esta doctrina y aplicarla a nuestro uso. Aquí se nos muestra que al venir delante de Dios, no hay nada digno de alabanza que podamos traer. Entonces aquí se declara a los hombres despojados de todo bien, sin una sola gota de justicia por la cual podrían mejorar ellos mismos; no les queda sino aceptar su condenación sabiendo que solamente encierran todo tipo de pobreza y miseria. Ahora bien, si esta doctrina fuese bien conocida por los hombres no tendríamos tantos combates y disputas con los papistas como los que tenemos.

Porque quienes están del lado de ellos se precian de su libre voluntad; como si los hombres tuvieran algún poder para disponer de sí mismos delante de Dios. Es cierto, sin lugar a dudas, confesarán que somos débiles, y que no podemos hacer nada sin la ayuda de Dios, y sin ser preparados por la gracia de su Espíritu Santo. ¿Pero qué? Mientras tanto atribuyen algunas capacidades a los hombres; y entonces se consideran cooperadores con Dios para ayudarle en su gracia, para trabajar en común; en resumen, son sus compañeros. Y entonces, ¿cuál es el fundamento que ellos ponen? Ellos mismos tienen que atribuirse esto y aquello de manera que ya no será asunto sino de magnificar a los hombres en sus poderes y méritos. Porque si bien siempre confiesan que necesitamos de la piedad de Dios y que él tiene que ser misericordioso con nosotros, ¡oh! sin embargo, levantan viento en su interior de manera de inflarse; es decir que se embriagan con estas doctrinas diabólicas haciendo creer que tienen más mérito, y que Dios los acepta conforme porque pueden ser dignos de su gracia, y que él siempre tiene en cuenta sus virtudes. Así es entonces, en el papado. "Y entonces" dirán, "si fallamos, ¡oh! tenemos nuestras obras que sobreabundan; podemos satisfacer a Dios respecto de nuestros pecados; y aunque le hayamos ofendido, y aunque sabemos que perdonará nuestras faltas, no obstante, podemos presentarle algunas satisfacciones; y esta es la forma de reconciliarnos con él." Ahora, si esto que se nos muestra aquí por Bildad, y lo que hemos visto previamente hubiera sido mejor conocido, todas estas disputas se vencerían. Para los papistas, les es fácil juzgar, así rápidamente, la justicia de los hombres, sus méritos, sus satisfacciones y su libre voluntad. ¿Y por qué? Porque no tienen en cuenta a Dios, porque están dormidos en su vana creencia, la cual han concebido ellos mismos para justificar a los hombres con su propio poder. Sin embargo, debiéramos notar bien este pasaje. Notemos entonces, para concluir, cuando podamos convocar nuestras conciencias delante de Dios, será para humillarnos, y de tal manera que ya no será cuestión de presumir nada con respecto de nosotros mismos; en cambio, reconoceremos que somos solamente gusano y pudrición, que en nosotros solamente hay infección y toda clase de hediondez. ¿Qué queda, entonces? Aprendamos adonde depositar toda nuestra confianza cada vez que se nos hable de los medios de nuestra salvación, es decir, que siendo recibidos por nuestro Dios mediante su pura bondad, él nos purga y limpia con su Santo Espíritu de todas nuestras manchas, y nos lava en la sangre de nuestro Señor Jesucristo, la cual ha derramado para purgarnos, dejándonos tan puros y limpios que podemos existir ante su rostro.