} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 09/01/2024 - 10/01/2024

sábado, 28 de septiembre de 2024

LA INTEGRIDAD Y JUSTICIA DE JOB

 

 

"Si fue mi corazón engañado acerca de mujer, y si estuve acechando a la puerta de mi prójimo, muela para otro mi mujer, y sobre ella otros se encorven. Porque es maldad e iniquidad que han de castigar los jueces. Porque es fuego que devoraría hasta el Abadón, y consumiría toda mi hacienda. Si hubiera tenido en poco el derecho de mi siervo y de mi sierva, cuando ellos contendían conmigo, ¿Qué haría yo cuando Dios se levantase? Y cuando él preguntara, ¿qué le respondería yo? El que en el vientre mi hizo a mí, ¿no lo hizo a él? ¡Y no nos dispuso uno mismo en la matriz! (Job 31:9-15).

 

Aquí tenemos dos declaraciones de parte de Job, que son dignas de ser notadas. Una es que ha vivido en tanta castidad que delante de Dios es puro no habiendo tratado de seducir a ninguna mujer. La segunda es que no ha sido orgulloso ni cruel contra aquellos que le eran subordinados.

Y aunque fue puesto sobre sus semejantes, teniendo incluso poder sobre ellos, él se mostró humano y modesto. Ahora tenemos que recordar lo que se discutió anteriormente; es decir, que Job, al afirmar que anduvo rectamente delante de Dios y de haber conversado con los hombres sin hacer daño a nadie, no se refiere a un solo aspecto, sino que abarca a toda la ley de Dios, y de todas las cosas contenidas allí deduce cómo también nosotros tenemos que ser especialmente amonestados por ellas. Porque (como hemos demostrado) no es suficiente con que tratemos de cumplir nuestro deber con respecto a un solo artículo, si entre tanto omitimos todo el resto.

Porque Dios no quiere que las cosas que ha unido en su ley sean separadas o desarticuladas. Recordemos entonces lo que ya ha sido expuesto sobre esto.

Ahora sigamos el orden observado aquí por Job, hasta que el resto haya sido agregado. En cuanto a lo que dice del adulterio, el sentido es que él mismo está dispuesto a soportar la vergüenza de que su esposa sea expuesta a adúlteros si él ha intentado seducir a alguna mujer. "Que otros" dice, "se encorven sobre mi mujer," que ella sufra tal vileza, que yo también lo soporte con respecto a mí mismo; "si mi corazón ha sido seducido, o si estuve acechando" dice Job, "a la puerta de mi prójimo," es decir "si he estado espiando para hacer el mal." Luego declara por qué considera al adulterio algo tan horrible. "Porque es" dice, "maldad e iniquidad que han de castigar los jueces," es decir, "digno de ser condenado. Es fuego que devoraría, y que quitaría la raíz de mi sustento."

 Así es entonces, cómo Job fue guardado en castidad y no fue dado a la hediondez del adulterio; es que sabía que era una cosa detestable, y que Dios no lo soportaba. Ahora, en cuanto al castigo que menciona aquí, es el pago justo de fornicarios y adúlteros, es decir, así como hicieron a otros, lo mismo les sea hecho a ellos; y no es solamente en este pasaje que ello se menciona, sino que tenemos el ejemplo más notable en la persona de David; porque si bien fue un santo profeta, y un rey escogido de en medio de toda la humanidad, teniendo testimonio de que Dios lo halló conforme a su corazón; sin embargo, por haber declinado repentinamente, y por haberse adueñado de la mujer de otro, vemos el castigo que le sobrevino; la maldición de Dios le es declarada por el profeta Natán.

David había obrado con tal artimaña que pensó que su pecado no sería conocido por el mundo, y que sería librado de él puesto que no había reproche ni murmuración en contra suya; pero Dios vengó esa hipocresía y le dijo que si bien lo había hecho en secreto, su pecado tendría que ser publicado y él tendría que ser difamado, para que el pecado pudiera ser conocido por todos. ¿Y cómo? Es algo tremendo que su propio hijo viniera a causar el sonido de trompeta para reunir a la gente y para que las esposas del rey se vieran expuestas a toda vileza. Existe un incesto contrario a la naturaleza. Pero Dios declara que esto no ocurriría por casualidad.  "Soy yo," dice el Señor, "quien lo ha causado." Como diciendo, "Que ninguno considere a la persona de Absalón sin ir más al fondo. Es cierto que debe considerarse como algo detestable que haya violado así el orden de la naturaleza, pervirtiendo todo honor, y trayendo esta vergüenza a su padre; no obstante, fui yo quien estuvo obrando aquí, y no se debe suponer que esto haya ocurrido por accidente;  sino que soy yo quien lo ha hecho," dice el Señor.

Puesto que Dios no protegió a un profeta como él, un hombre investido de tal excelencia como la que hemos dicho, y que en toda su vida había andado en integridad, excepto por esta caída por causa de la mujer de Urías; si entonces Dios fue tan severo con David, a quien había elegido, ¿como va a proteger a adúlteros que convierten la seducción de mujeres ajenas en un negocio común, que están al acecho para triunfar en sus malvados proyectos? ¿No tendrían que sentir que hay un Juez en el cielo, que no permitirá que tal maldad quede sin ser castigada? Dios causa entonces una vergüenza similar para que vuelva sobre esas personas, solamente para que reconozcan que han recibido un salario justo, tal como lo han merecido, y para que aprendan a humillarse ellos mismos delante de Dios. Además, esta amenaza debería aplacar mejor las tentaciones de aquellos que tienen algún temor de Dios, oyendo que si abusan de las mujeres de otros, también será preciso que sus mujeres sean violadas, corrompidas, y que Dios levantará adúlteros que ejecutarán, por así decirlo, su justicia. Si una persona tiene alguna gota de temor de Dios, y un poco de razonamiento, ciertamente se mantendrá bajo control, oyendo tal amenaza mediante la cual Dios le extiende una advertencia.

Y para que cada uno todavía saque provecho de este pasaje, y por el hecho de ver que Dios no puede permitir semejante maldad, aprendamos a orar de tal manera a él que pueda gobernarnos de modo que nuestros malos deseos puedan ser domados  y que esta malvada codicia no tenga dominio sobre nosotros y realmente no tenga ni acceso ni lugar allí. Con esto es suficiente para un ítem. Sin embargo, notemos qué más se dice acerca del crimen, para que no nos parezca extraño que Dios lo castigue tan severamente; porque siempre queremos medir los pecados con nuestras escalas, y traemos una balanza falsa, quisiéramos, si nos fuera posible, argumentar con Dios y acusarlo de excesiva severidad cuando castiga nuestros pecados.

Y por ese motivo he dicho que debemos observar bien lo que Job continúa diciendo,

"Porque es maldad," dice "demasiada grande, y una enormidad para ser condenada, es como un fuego que arde para devorar cada cosa a perdición." Esto significa que no debemos juzgar el adulterio conforme a la opinión común de los hombres que no hacen sino burlarse de él; porque vemos que hay chistes al respecto dando vueltas, y que muchas personas que desprecian a Dios y profanos que se mofan de ello. Se oirá esta blasfemia diabólica, "Es un pecado venial, por eso tiene que ser perdonado," y cosas similares; pero esto no ha comenzado hoy. Y también es por eso que Pablo, habiendo hablado del adulterio, dice (Efesios 5:6) "Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia…" Satanás ya había embriagado al mundo a tal extremo con cuentos sucios que el adulterio ya no era considerado tan detestable como tendría que ser. San Pablo dice que los hombres charlarán y se adularán mutuamente usando esas mofas en vano. ¿Y por qué? La ira de Dios seguirá de todos modos su curso habiendo mostrado desde siempre que el adulterio le era insoportable. En efecto, debiéramos notar, en primer lugar, que es para corromper nuestros cuerpos que debieran ser templos del Espíritu Santo. Otros pecados, dice San Pablo (I Corintios 6:18 Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca;) porque pareciera que los fornicarios y las fornicarias están dispuestos a la desgracia trayendo su inmundicia y vergüenza delante de Dios. Si supiéramos que por la fornicación se profana el templo de Dios y del Santo Espíritu; que con ella uno separa los miembros del cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, ¡oh! ciertamente que tendríamos mayor horror ante este pecado del que tenemos. Y luego, cuando el adulterio es unido a la fornicación  es para pervertir toda rectitud y equidad humana. Si uno roba los bienes de otro, el castigo será ejecutado, todo el mundo rechazará al ladrón, gritarán detrás de él, le golpearán en la cara; y el adulterio no es simple ratería; porque con él no se roba los bienes y el sustento de otro, uno roba el honor y todo lo demás, y no solamente a los que ya han nacido, sino a aquellos que aun no están formados en el vientre. Y luego, ¿No es el matrimonio un pacto sagrado, tal como lo llama el Señor en las escrituras? Si alguien en una venta ha falsificado el contrato, o si asume un título falso sobornando a algún falso testigo, habrá castigo y debe haber castigo.

Ahora aquí está el mayor de los contratos que se puede hacer en el mundo que es violado y falsificado. Se hace una declaración tan solemne de la fidelidad, afirmando que el esposo posee a la esposa y la esposa al marido; vienen aquí al templo como a la presencia de Dios, se le invocará para que sea Juez y declare si cada uno ha cumplido lo que promete; y todo ello será destruido, de manera entonces, si reconocemos estas cosas, es cierto que fornicarios y adúlteros no debieran ser tolerados como lo son; sino que cada uno debiera considerarlos un horror, ni siquiera debiera haber quien controle sus sentimientos contra ellos, nadie que no sea su juez; y esta declaración debiera ser para ley y regla; y cada vez que haya alguien tan malvado que no pueda ser retenido por el temor a Dios, por la religión, los tales debieran, de todos modos, tener miedo a esta amenaza; en resumen, es cierto que debiera haber mayor celo para cortar semejante mal de en medio de nosotros.

Con esto vemos entonces que existen muchos que profesan el evangelio pero apenas se preocupan por lo que se demuestra en contra de ellos; y aunque piensen "este es Dios el que habla," ello no los mueve. ¿Y por qué no? Porque Satanás los ha marcado; han sido arrastrados tan lejos que ya no tienen razón ni inteligencia en ellos. Y por eso recordemos tanto más la lección contenida aquí. Entonces, cuando dice, "Fornicación es una gran maldad y es iniquidad para ser condenada," cada uno se presente ante el juicio de Dios, y seamos sabios para conservarnos sin contaminación. Y puesto que esto es una virtud más que humana, y que seguramente es necesario que Dios obre para destruir todas las malvadas codicias oremos a él que por su Santo Espíritu pueda gobernarnos de tal manera que lleguemos a detestar este pecado, y que también siempre podamos tener ante nuestros ojos la venganza de la cual se habla aquí. Y aunque Dios tal vez no castigue a los fornicarios y adúlteros de la manera revelada aquí, sepamos que tiene diversos medios, de tal manera que no podremos escapar de su mano. Cuando un hombre haya seducido a la mujer de otro, si Dios no permite que la esposa del culpable caiga en semejante inmundicia (porque podría ocurrir que un hombre tenga una mujer virtuosa, y que Dios se apiade de ella, para que sea protegida, no sea abandonada al mal, aunque su esposo sea un hombre malvado), no por eso debe pensar el esposo, que tiene motivos para salir mejor; porque Dios sabe bien como encontrar otro medio de castigo. Reconozcamos entonces que tiene suficientes castigos en sus cofres, como se dice en el cántico de Moisés (Deuteronomio 32:34 ¿No tengo yo esto guardado conmigo, Sellado en mis tesoros?). Porque tiene azotes terribles que nos son desconocidos, y que puede exhibir cada vez que la parezca bien; anticipemos su juicio, y rindámosle temor y reverencia, viendo que nos concede la gracia de advertirnos antes que su mano venga sobre nosotros.

Y luego, si todavía somos tan indiferentes como para no sentir la amonestación que se nos da aquí, notemos que el Espíritu Santo repite esta amenaza cuando dice, "Es un fuego que devora a cada uno a perdición, es para cortar su sustento de raíz." Los hombres ciertamente tienen que ser más que brutos, si esto no los despierta al menos; porque no solamente se dice que "es maldad, un pecado que merece ser castigado"; sino que "es fuego que lo consume todo, que va directamente a la raíz, es una perdición extrema, no quedará sustento alguno que no sea raído."

Entonces, al oír que Dios nos amenaza de tal manera a efectos de que ira sea expuesta en forma terrible, ¿no deberíamos pensar, ahora o nunca, en nosotros? Y además, practiquemos esta doctrina de dos maneras, es decir, que cada uno la aproveche por propio derecho; y luego, tratemos también, tanto como nos sea posible, que cada uno, de acuerdo a su situación y vocación, de corregir este mal cuando lo encontremos en medio de la gente, a efectos de que seamos limpios de él. En cuanto al primero, que cada uno se examine a sí mismo, y que controle bien todos sus sentimientos, por temor a ser seducido. Ya hemos demostrado que no será suficiente que una persona sea impedida de cometer el acto, sino que debe guardar cuidadosamente sus ojos, de manera de no mirar a nadie sin la debida castidad. Porque aquel que haya mirado a la esposa de otro con una mala codicia, ya es juzgado delante de Dios como fornicario y adúltero. ¿Y qué ocurrirá entonces, si miramos al corazón, y si luego venimos para espiar y acechar a efectos de seducir a una mujer? Tanto más entonces, debemos ser vigilantes para mantener bajo control nuestras codicias, y en la medida en que estas sean intensas, que cada uno también piense en sí mismo, permanezcamos bajo control en el temor de Dios. Además, considerando una amenaza tan horrible que él proclama contra esto, tengamos el celo de corregir a los fornicarios cuando vemos que tienen dominio en nuestro medio; porque si los permitimos, y si son alimentados por nuestra indiferencia, seremos considerados ante Dios como aborregados y rufianes. No deben ser excusados; porque aquel que cierra un ojo, o es ciego y permite lo que hacen los fornicarios no puede ser exento delante de Dios de ser aborregado (como ya he dicho); y conforme a lo que hay en nosotros, no hacemos sino acumular leña para la ira de Dios. Si la casa de un fornicario tiene que ser consumida, y el fuego debiera devorar todo allí - y nosotros, por nuestra parte, no seguimos el consejo de no extinguirlo, motivando que los fornicarios no se pongan de moda en nuestro medio, y que sean algo común y permitido, el fuego tiene que ser encendido en toda la ciudad, y en todo el país, y tenemos que experimentar la maldición de Dios que nos socava por culpa de ellos y debiéramos ser enteramente consumidos.

Y en cuanto a lo que se dice aquí, refiriéndose especialmente a los jueces, los que tienen la responsabilidad y el oficio de castigar los pecados, que se miren cuidadosamente a sí mismos; porque serán doblemente aborregados y doblemente rufianes delante de Dios si permiten que los fornicarios pasen delante de sus ojos, y ellos los ocultan, sin tomar nota de ellos, dándose incluso por satisfechos ya que los mismos estarán cada vez más de moda. Esto es entonces lo que debemos notar de este pasaje.

Además, seamos instruidos para no ser retenidos solamente por el temor forzado de cometer el acto de fornicación; sino que viendo que Dios ha ejercido su gracia escogiéndonos a ser templos de su Santo Espíritu, y que nos ha acercado a sí mismo, oremos que quiera darnos la gracia de servirle en toda pureza, no solamente del cuerpo, sino también de la mente. Y puesto que estamos injertados en el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, y él nos ha unido a sí mismo como miembros suyos; estudiemos cómo evitarle la vergüenza de acercarnos contaminados con semejante suciedad.

Así es entonces, cómo los creyentes debieran ser inducidos a la castidad, no solamente por un temor forzado, sino reconociendo la gracia y el honor que Dios les ha hecho; así cómo estuvo dispuesto a acercarse a ellos, que entonces, también ellos no hagan sino pedir para acercarse a él por los medios de nuestro Señor Jesucristo. Suficiente con esto en cuanto a la declaración que Job hizo aquí contra los fornicarios.

 Vengamos ahora a la segunda declaración que Job presenta; es que no solamente no violó el derecho de otro, sino que incluso no usó de orgullo o crueldad hacia aquellos que le estaban sujetos.

Los siervos y las siervas de aquel tiempo no eran como los de hoy; no eran tenidos por contrato, como empleados, como personas pagadas; sino que eran esclavos toda su vida, de modo que eran poseídos como asnos y bueyes. Y esto es muy digno de ser notado; porque si bien, conforme al derecho humano, un señor podía tener dominio tanto sobre la muerte como sobre la vida de su servidumbre, no obstante, vemos la conducta de Job; es decir, se retuvo, y él mismo se impuso ley, puesto que sabía, que conforme a Dios aquellos que tienen tal señorío no deben abusar de él, no tienen que ser tiranos, no deben pisotear a criaturas razonables. Seguramente tenemos que notar entonces, cuál era la calidad y las condiciones de los siervos de aquel tiempo; porque esto es para reconocer mejor el humanitarismo de Job y la rectitud que practicó, no permitiéndose él mismo aquello que le hubiera sido permitido desde el punto de vista de los hombres; porque Job veía bien que, de acuerdo a Dios, ello no era lícito.

Ahora notemos las palabras que usa: "Si yo he rehusado, " dice, "el derecho de mi siervo y de mi sierva, cuando ellos contendían conmigo." Porque la palabra que usa aquí significa "pelear," "debatir" y "tener alguna diferencia," o "juicio." Con esto Job indica que aunque podría haberles cerrado la boca a sus siervos y siervas, y aunque podía haberlos golpeado cada vez que le hubiera parecido bien, de manera que ninguno se habría irritado contra él. Sin embargo, les dio libertad para presentar sus casos; como al estar él enojado, si había excusas razonables, sus siervos y siervas podían debatir francamente sus casos y demostrar su derecho, de manera que Job no los oprimiera por la fuerza. Vemos entonces que no tenía ni orgullo ni crueldad. Ahora declara más plenamente de qué manera pudo controlar sus pasiones, al extremo de ser tan humano de soportar a sus inferiores; "porque," dice, "el que los ha hecho a ellos también me ha hecho a mí, todos hemos sido formados de Uno."

 Esto podría interpretarse como que hemos sido formados en un mismo vientre, es decir, que todos somos descendientes de Adán, todos somos de la misma naturaleza; pero el significado tiene que ser llevado aún más lejos. Entonces, Job considera dos cosas al soportar a sus siervos y siervas. La primera es que tenemos un Creador común, que todos descendemos de Dios; y luego, que hay una misma naturaleza, de manera que tenemos que llegar a la conclusión de que todos los hombres, aunque tal vez sean de baja condición y despreciados de acuerdo al mundo, sin embargo, tienen hermandad con nosotros.

Porque aquel que no condesciende a reconocer a un hombre como a su hermano tiene que convertirse él mismo en buey, o león, u oso, o alguna otra bestia salvaje, y tiene que renunciar a la imagen de Dios que está impresa en todos nosotros. Estas son las dos razones presentadas aquí por Job.

Consecuentemente su conclusión es, "¿Qué haría yo cuando Dios me visitara? ¿No se levantaría contra mí? ¿Podría yo existir delante de su rostro?" Cuando él me llame a rendir cuentas de toda mi vida, ¿cómo podría responder si yo no hubiera sido humano con mis siervos?"

Este es un pasaje que implica una doctrina grande y muy útil, siempre y cuando sepamos aprovecharla. Porque si tenemos que ser humanos hacia nuestros inferiores, de modo que, teniendo los medios para oprimirlos, tengamos que imponernos ley y medida y gobernarnos a nosotros mismos, ¿cuánto más hacia aquellos que son iguales a nosotros? Porque pareciera que si alguien me es sujeto, me tendría que ser lícito usar de tal autoridad, que él no pueda hablar, y que yo pudiera hacerle cualquier cosa. Como vemos que los hombres actualmente se convencen ellos mismos de ser mucho más de lo que realmente son; y si Dios les da alguna porción de autoridad, ellos la aumentarán de tal manera que no habrá ni fin ni medios. No obstante, debiéramos proteger a aquellos que son inferiores a nosotros, y sobre los cuales hemos sido puestos. ¿Qué pasará entonces cuando tengamos que ver con nuestros iguales o superiores? Un señor será condenado delante de Dios si ha oprimido a su siervo con violencia, si él mismo se ha levantado con tal presunción y arrogancia que ya no permite a su siervo mantener un buen argumento; ¿y qué pasará si el siervo es rebelde contra su señor? ¿Qué pasará si un hijo se levanta contra su padre, o un súbdito contra su superior? Es cierto, esto es menos soportable.

Entonces vemos aquí una doctrina general y común; es que en primer lugar aquellos que han sido elevados a alguna dignidad debieran reconocer que Dios no los ha puesto allí para aflojar las riendas, para molestar a otros y para mantenerlos bajo sus pies; sin que ellos siempre tengan que mantenerse en humildad y modestia. Suficiente con esto para un ítem. Porque la autoridad que existe entre los hombres debiera ser valorada de tal manera que aquel que sirve y es pequeño, no por eso sea despreciado. Es cierto que un hombre quisiera tener una sierva en su casa, y no hay sierva más noble que ella; entonces, un hombre quisiera ser oído y obedecido solamente en su casa. Ahora vemos, sin embargo, que un señor no tendrá tal dominio sobre sus siervos y siervas que no tenga la obligación de escucharlos pacíficamente cuando se les ha hecho daño. Entonces, si un hombre en su casa privada debiera usar de tal humanitarismo hacia los que le son inferiores, ¿qué será de aquellos que tienen la autoridad de la justicia?

Porque no tiene dominio sobre sus siervos y siervas como los señores. Existe una autoridad y una preeminencia honorable pero no es para dominar de tal manera a otros, que éstos estén en servidumbre; al contrario, que los reyes y príncipes no se adulen a sí mismos dando la impresión de que el mundo ha sido creado para ellos, porque ellos han sido creados para la multitud.

¿Acaso los principados y reinos no fueron establecidos por Dios para el bien común? No era solamente para poner a dos o tres de ellos encima de otros. De ninguna manera; en cambio, es para que haya un poco de orden en la humanidad y un poco de buena conducta. Entonces, los reyes y príncipes debieran considerar cómo conducir a sus subordinados, a efectos de no pisotearlos, y para no ejercer tiranía sobre ellos; porque serán mucho menos excusables que los amos cuando haya tratado cruelmente a sus siervos y siervas. Entonces es algo tanto menos permitido a aquellos que son llamados para administrar justicia, a aquellos que están puestos como siervos de Dios para administrar el derecho a cada uno. Si se olvidan o si son descarriados por el orgullo, Dios seguramente tendrá que castigarlos con mucha mayor severidad que a los amos que hicieron alguna violencia o algún daño a sus hermanos subordinados. Además, ¿es esa la forma en que aquellos que tienen alguna autoridad se erguirán? ¿Qué de aquellos que son de la misma condición? ¿Cómo ha de vivir cada uno con su pariente y con su prójimo? Si una persona se levanta por sí misma cuando debiera reconocer la igualdad de aquellos que la acompañan, de manera de embestirlos como un toro (les pregunto), ¿no es necesario que semejante orgullo sea subyugado? Y si un hombre, sin tener más que repentino coraje, quiere usurpar tal autoridad para con sus semejantes, de manera que solamente los mirará con desdeño, al extremo de creer que todo el mundo debe temblar ante su mirada, ¿no será necesario que Dios ponga su mano sobre semejante bravata?

De modo entonces, notemos este pasaje; porque no es solamente para instruir a los amos en la modestia y el comportamiento humano, sino para todos en general, y por una razón muy grande. Y mientras seguimos viendo que Dios quiere que aquellos que son inferiores sufran y soporten a los que tienen autoridad sobre ellos; ciertamente cada uno tiene que considerar su estado y vocación y tenemos que aprender a conformarnos a tal modestia que un amo no oprima a sus siervos, que el siervo no se enoje contra su amo; sino que cada uno sea consciente de su tarea, de manera que Dios pueda ser servido en grado supremo. Eso es lo que tenemos que notar de este pasaje. Ahora, para estar más convencidos, si tal vez fuimos tan crueles en nuestra mente que hayamos querido usurpar más de lo que correspondía, sepamos que seremos condenados no solamente por la boca de Dios y de sus profetas, si en nosotros se ha mostrado esa crueldad y si hemos sido crueles con nuestros subordinados; pero, en tal caso, será necesario que los paganos, en el juicio final, sean nuestros jueces. Y he dicho que, de acuerdo a las leyes humanas, en aquel tiempo un amo tenía ese poder sobre la muerte y la vida de sus siervos. ¿Qué es lo que los paganos dijeron al respecto? "Tenemos que usar a nuestros siervos como a mercenarios, es decir, como a personas que hemos contratado, y que nos deben sujeción."  Entonces, si personas incrédulas que vivieron en el pasado tuvieron este sentido de humanidad, de que cada uno tenía que imponerse la ley, aunque tuviesen licencia de hacer lo que bien les pareciera con sus siervos, les pregunto, ¿qué excusa habrá para nosotros que fuimos iluminados por la palabra de Dios si no tenemos por lo menos la misma consideración? Entonces notemos que si Dios nos eleva a cierta autoridad es para probar nuestra modestia; y si él nos da siervos y siervas, sujetos a nosotros, es para ejercitarnos en nuestra actitud humana y en la rectitud que aquí se mencionan.

Y que podamos mostrar que si Dios nos da alguna gracia especial, la cual nos extiende de su parte, nosotros, por ese medio, somos motivados a usarla con sobriedad. Y si Aquel que tiene todo el poder sobre nosotros, sin embargo, nos protege, es para que le sigamos voluntariamente como hijos suyos; y que, anhelando ser semejantes a él seamos humanos los unos con los otros.

Además, sepamos que este poder es totalmente perverso cuando un hombre, al amparo de su autoridad quiere erguirse cruelmente sobre otros; es, afirmo, la señal de una naturaleza totalmente maligna cuando un hombre quiere elevarse así sobre otros por causa de su crédito. Al contrario, los de naturaleza benigna y amorosa ciertamente siempre serán considerados con sus subalternos; ellos mismos se pondrán límites, y tanto más cuando Dios les da autoridad. No se trata de una obligación impuesta desde afuera como en el caso de algunos que actúan como perros; cuando no pueden hacer otra cosa se echan y usan todo tipo de adulaciones, pero luego, cuando se han levantado, saltan hacia adelante mostrando que no tenían ninguna modestia, sino que eran de naturaleza abyecta la cual se considera villana y detestable. Y esto debería inducirnos tanto más a la modestia que el Espíritu Santo nos exige en este pasaje. Pero lo principal es que observaremos bien las dos razones que ya hemos mencionado, es decir (1) que tenemos un Creador del cual todos provenimos, y (2) que todos somos de la misma naturaleza.

Esto es entonces lo que tenemos que considerar, para aplastar todo el orgullo y crueldad que hay en nosotros cuando seamos incitados por ellos. Entonces, si un hombre tiene casa, y si Dios le ha dado sirvientes y siervas, y si es tentado a erguirse demasiado y de usar de excesiva severidad, que busque el remedio que aquí nos es declarado. ¿Cómo? Cuando yo trate cruelmente a mis siervos, quitándoles el pan de la boca, de modo que no se atrevan a comer una migaja sin que yo rezongue, oprimiéndolos más de lo necesario; en resumen, si me muestro cruel con ellos ¿con quién estoy luchando? Es cierto que son míos; sin embargo no los ha creado y formado Dios? ¿No tenemos un Maestro común en el cielo? Esto es lo que sostiene Pablo (Efesios 6:9 Y vosotros, amos, haced con ellos lo mismo, dejando las amenazas, sabiendo que el Señor de ellos y vuestro está en los cielos, y que para él no hay acepción de personas.) cuando exhorta a los amos a proteger a sus criados: "Amigos míos" dice, "aunque ustedes sean superiores a ellos, no obstante, tienen un Amo en los cielos; porque aquellos que son puestos en alto no por eso dejan de estar sujetos; porque Dios está sobre ellos. Entonces, consideren que tendrán que rendirle cuentas a Aquel que les ha dado los sirvientes." Teniendo esta consideración, ¿acaso no estamos obligados a guardar nuestros límites? Porque, ¿acaso tenemos estas cosas por nosotros mismos? ¿De qué manera llegamos a esa superioridad que cada uno tiene en su lugar? ¿Acaso no es como un bien que Dios ha puesto en nuestras manos? No debemos entonces ser sabios y usarlo según su voluntad? Incluso los paganos han sabido qué decir cuando quisieron establecer dominios soberanos: "Bien, es cierto que los reyes están hechos para temor y espanto, sin embargo, no pueden huir de la mano del Juez celestial; hay un Dios que está encima de ellos." Si esto se dice de príncipes que tienen una superioridad soberana, ¿qué de aquellos que son de clase menor, como los amos y la servidumbre? Y, además (como he dicho) reconozcamos que "tenemos todos un Creador común." Cuando seamos capaces de tener en cuenta que todos provenimos de un mismo Dios, tenemos que llegar a la conclusión cierta, de que no podemos oprimir a nuestro prójimo sin ofender a Dios. Entonces, que ninguno se levante en vanidad; (como dice Salomón en Proverbios 14:31 El que oprime al pobre afrenta a su Hacedor;  Mas el que tiene misericordia del pobre, lo honra. y 17:5 El que escarnece al pobre afrenta a su Hacedor; Y el que se alegra de la calamidad no quedará sin castigo.), que aquel que burla al ciego o al pobre, desprecia a su Hacedor. Allí hay un pobre hombre al que he despreciado, y de esa manera lo he avergonzado; es cierto que en primera instancia la ofensa va dirigida a un hombre mortal, pero Dios lo pone delante suyo y toma la ofensa como dirigida a su propia persona.

Esto es entonces, lo que Job, o mejor dicho, el Espíritu Santo quiso hacer notar en este pasaje, diciendo que quien ha creado al amo también ha creado al siervo. De manera que, cuando seamos tocados por la vana presunción de apreciarnos más que a otros, queriendo tener tal dominio que los demás debieran cada uno obedecer nuestro juicio; que cada uno debiera arrojarse a nuestros pies, para que nosotros estemos en boca de todos; cuando ello ocurra reflexionemos así: "Aunque yo sea amo, Dios me ha hecho siervo; Dios lo ha formado a él, tanto como a mí." Pensar de esa manera será para subyugar la presunción que hubo en nosotros, para que toda altivez sea reprimida.

También debiéramos tener la segunda consideración que se menciona aquí, es decir, que somos de una misma naturaleza. Porque, en verdad, Dios ciertamente ha formado a las bestias brutas, los árboles y otras cosas; pero a los hombres no los ha formado como a bestias, les ha dado inteligencia imprimiendo su imagen en ellos. Por otra parte, no puedo mirar a un hombre sin verme a mí mismo como en un espejo. Puesto entonces, que Dios ha establecido esa unión entre nosotros (les pregunto) el que trate de romperla, ¿no se está separando a sí mismo de la humanidad? ¿Acaso no sería digno de ser enviado de vuelta a los perros por no reconocer la naturaleza que Dios ha puesto en todos nosotros? ¿Pero qué? Muy pocas personas piensan en estas cosas; al contrario, se verá que cuando una persona es puesta solamente un punto más arriba ya pensará que no pertenece más a la gente común. Y tanto más hemos de notar cuidadosamente esta doctrina viendo que Job, en una época que todavía no disponía de la luz que tenemos ahora, sabía que por ser todos creados por el mismo Dios, puesto que a todos nos ha puesto en la misma categoría, debería corregirse el orgullo que hay en los hombres y toda ferocidad y altivez; les pregunto, ¿qué excusa tenemos si ahora Dios se declara a sí mismo como nuestro Padre? No solamente dice ser el Creador de la humanidad, de pobres y ricos, de siervos y amos, sino que él mismo se nombra nuestro Padre; entonces tenemos que tener hermandad entre nosotros a menos que queramos renunciar a la gracia de Dios, y separarnos nosotros mismos de su casa, en la que somos sus siervos. Vemos en qué extremo Jesucristo, el Señor de gloria, se humilló a sí mismo haciéndose siervo de siervos; así también nosotros tenemos una herencia común a la cual somos llamados, como lo dice San Pablo (Romanos 8:17 Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.). Entonces, siendo así aprendamos a humillarnos, y sabiendo que el orgullo y la crueldad nos cerrarán la puerta del paraíso seamos bondadosos y humanos hacia aquellos sobre quienes tenemos autoridad, puesto que el Señor los posee como a hijos. Y llevémonos de tal manera con ellos que Dios pueda ser glorificado por todos, por grandes y chicos, y sigamos un orden tal que cada uno pueda ser consciente de su deber, conforme a su vocación, y rindamos todo homenaje al gran Señor y Maestro, que es el Juez de todos nosotros.

DESDE EL INICIO DE LA REFORMA HASTA LA MUERTE DE MARÍA ESTUARDO XLI (2)

 

El Dr. Sampson se sentó en la convocatoria de 1562 y suscribió los Artículos de Religión. Habiendo terminado esto, muchos miembros eruditos de la cámara baja presentaron a la cámara un documento de solicitudes, principalmente relacionadas con cuestiones de disciplina, en las que deseaban una concesión en una serie de detalles importantes. Su nombre está entre los que se suscribieron.} Mientras la convocación discutía el tema de la disciplina, el prolocutor, con el Dr. Sampson y el Dr. Day, presentaron a la cámara alta un libro llamado Catechismus pucrorum; aque todos los miembros de la cámara baja habían dado su consentimiento por unanimidad. Dejaron el libro a sus señorías; pero allí, por desgracia, permaneció sin más aviso. Después, conociendo en la corte sus escrúpulos y objeciones contra los hábitos y ceremonias prescritos, el secretario Cecil lo instó a conformarse, añadiendo: "Que ofendió por su desobediencia, y que la obediencia era mejor que el sacrificio". A esto, Sansón, en una carta a esta honorable persona, respondió: <'Que en la ley, Dios mandó que todos los ídolos fueran destruidos, con todas las ceremonias que les pertenecían; prohibiendo tanto las ceremonias, como los ídolos mismos. Que los reyes piadosos de los judíos trataron con los ídolos, la idolatría y las dependencias correspondientes. Que el Señor amenazó con castigar a los que guardaren tales ceremonias y modas, en tiempo de reforma. Que Cristo no se comunicó en ninguna tradición ideada por los fariseos; pero los reprendió, y advirtió a los apóstoles que les hicieran caso. Por lo tanto, todas las ceremonias ideadas y usadas por papistas idólatras deben ser rechazadas, destruidas y prohibidas. Y aunque los hombres en autoridad ordenen lo contrario, sin embargo, el que así sigue la mente de Dios en su palabra, da la obediencia que es major que el sacrificio". Observó además: "Que la conducta de los cristianos primitivos, al rechazar tales cosas, estaba libre de culpa. Que prescribir una cierta vestimenta uniforme para los ministros, surgió del estado corrupto de la iglesia. Que todas las reformas deben enmarcarse de acuerdo con el estado original y puro de la iglesia.—^Que si la reforma no admitía esto, sino que determinaba lo contrario, no podía ver cómo esto debería obligar a él, que sabía y deseaba una mayor pureza .—Que estas fueron solo algunas de las razones que lo obligaron a hacer lo que hizo.—Y que así como no impuso restricciones a otros, sino que los dejó al Señor, así él deseaba ser dejado de la misma manera.”

 

En el año 1564, el Dr. Sampson y su muy estimado amigo, el Dr. Humphrey, fueron citados ante la alta comisión, en Lambeth, un relato de lo cual se da en otro placet Después de ser acosado durante algún tiempo, Humphrey, finalmente, obtuvo una tolerancia; pero Sampson sufrió privaciones y fue expulsado de la universidad. Los procedimientos de los comisionados fueron bastante severos, incluso en opinión del Dr. Heylin; quien añade, «que estaba dignamente privado, y que, por esta severidad,los puritanos encontraron lo que podían esperar.” Sin embargo, algunos de los abogados eruditos cuestionaron la legalidad de su privación y opinaron que los comisionados estaban involucrados en un premunire. De hecho, Sampson fue privado no solo de su decanato, sino pero de su libertad también, y se mantuvo durante algún tiempo en un estado de confinamiento: no fue capaz, sin muchos problemas, de procurar su liberación.   Fue sucedido en el decanato de Christ-church por el Dr. Thomas Godwin, después Obispo de Bath y WeUs.

 

En el año 1573, nuestro erudito teólogo sufrió una parálisis mortal en un lado; y habiendo disfrutado, durante algún tiempo, de la conferencia en el Whittington College de Londres, por la que recibió diez libras esterlinas al año, la entregó a manos de sus patrocinadores. Fue en obsequio de la compañía de tejedores, a quienes recomendó al señor Edward Deering, a quien eligieron para su sucesor; pero este ser divino silenciado por su inconformidad, el arzobispo Parker rechazó rotundamente su asignación. El Sr. Deering era un hombre de gran erudición, piedad ejemplar y excelente predicador; y siendo el beneficio muy pequeño, refleja no poco la severidad de este prelado.

 

En marzo de este año, el Dr. Sampson envió una carta, escrita por otra persona, al Lord Tesorero Burleigh, dando a entender que Ghd se había complacido en quitarle el uso de la mitad de sus miembros, aunque no de sus sentidos; que fue la ocasión de usar la mano de otro. Y aunque esta enfermedad era para él como el mensajero de la muerte, dio gracias a Dios porque estaba listo para partir en paz. De hecho, se vio obligado, antes de que su padre celestial lo llamara a casa, a molestar a su señoría una vez más. Él, por lo tanto, le solicitó fervientemente que usara sus máximos esfuerzos para promover la necesaria reforma de la iglesia, y aquí recomendó las instrucciones del libro de Bucer sobre el Reino de Cristo. "Mi señor", dijo él, "aunque la doctrina del evangelio se predique en la iglesia de Inglaterra,de la iglesia, como está señalado en el evangelio, aún falta. Tanto la doctrina como el gobierno, según lo establecido por Cristo, son buenos; y han de estar unidos, y no separados. Es una deformidad ver una iglesia que profesa el evangelio de Cristo, gobernada por esos cánones y costumbres por los cuales el anticristo gobierna su sinagoga. Martin Bucer escribió un libro al rey Eduardo sobre este tema, titulado De Regno Christi.Allí verán lo que le falta al reino de Cristo, en la iglesia de Inglaterra. Señor mío, os suplico que leáis este fiel y breve epítome del libro que os he enviado; y te suplico que lo pongas en serio. Es la causa de Jesucristo y de su iglesia, y concierne mucho a las almas de los hombres. Emplee su máximo esfuerzo para que, como Cristo nos enseña en la iglesia de Inglaterra, él también pueda gobernarnos y gobernarnos , incluso por las leyes de su reino. Ayuda, vado mío, en esta buena obra del Señor tu Dios. Al hacerlo, serviréis al que es Rey de reyes, y él reconocerá vuestro buen servicio, cuando todos los reyes y señores comparezcan ante él. Mi buen señor, use su bienestar de su iglesia. No puede emplear su autoridad en una causa mejor".* A este consejo, el tesorero devolvió una respuesta cristiana, diciendo: "que aprobaba mucho lo que se le pedía, pero no podía hacer todo lo que recomendaba". El Dr. Sampson, también, le devolvió una muy apropiada respuesta privada, recordándole cuánto hizo al comienzo de la reforma; que su voluntad y su poder no disminuyeron, sino que aumentaron; y que, al ver que otros buscaban una reforma al detener tanto la predicación como el gobierno, el estado de la iglesia estaba ahora tan necesitado de su ayuda como siempre.

 

 

viernes, 20 de septiembre de 2024

¿NO VE DIOS MIS CAMINOS Y CUENTA TODOS MIS PASOS?

 

"Hice pacto con mis ojos; ¿Cómo, pues, había yo de mirar a una virgen? Porque ¿qué galardón me daría de arriba Dios, y qué heredad el Omnipotente desde las alturas? ¿No hay quebrantamiento para el impío, y extrañamiento para los que hacen iniquidad? ¿No ve él mis caminos, y cuenta todos mis pasos? "(Job 31:1-4).

 

         Ya hemos visto, en la anterior publicación, cómo Job había afirmado no ser lo que sus amigos querían hacerle creer que era; porque ellos opinaban que Job había sido rechazado por Dios. Entonces él había declarado haber vivido en santidad y perfección. Nuevamente vuelve a esta afirmación, y no sin motivos; porque le parecía una prueba muy gravosa ser considerado un hipócrita a pesar de haber andado en rectitud de corazón, y con simpleza delante de Dios. Además sin considerar su propia reputación, ni de lo que pensarían de él, porque Dios lo conocía. Es cierto, no debiera haberse andado como lo vemos aquí. Sin embargo, era bueno que conociera el final y el propósito de Dios para visitarlo de tal manera. Ahora, vamos a ver esto más plenamente al concluir el capítulo. Veamos ahora lo que dice aquí: Job quiere declarar que ha servido fielmente a Dios, y que ahora soporta males tan graves y tan excesivos, que estos no pueden ser por las ofensas que pudiera haber cometido, sin que existe otra razón oculta, conocida por Dios, pero que los hombres no pueden percibir ni juzgar. En primer lugar da testimonio de su integridad diciendo que ha hecho un pacto con sus ojos para no mirar incautamente a una hija viviente. Ahora bien, es una señal de gran perfección y realmente angelical en un hombre poder afirmar que nunca ha invitado el mal; porque ciertamente es posible que un hombre tenga alguna repentina y fugaz tentación y sin embargo, no le haga caso, rechazándola incluso y odiándola. En efecto, sería una gran virtud si un hombre pudiera tener todos sus sentidos bajo control, y ser exento de toda corrupción, de modo que no pueda ser engañado. Pero aquí Job va más allá. Y para comprenderlo mejor notemos que en la formación del pecado hay tres grados, incluso cuando el pecado en sí no es cometido. Santiago, hablando del pecado, usa la figura de un niño; porque dice (Santiago 1:14, 15 sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte) que la concupiscencia es concebida, y dio a luz pecado, y que el pecado es completado cuando se convierte en hecho, cuando la cosa es ejecutada. Ahora, digo, aunque no haya un hecho exterior, existen tres grados en un pecado.

El primero es una imaginación fugaz que la persona concibe cuando mira a algo; la asaltará aquí y allá en forma de una fantasía; o bien, aunque no vea nada, su mente es tan adicta al mal que será descamada hacia un lado y otro, y muchas fantasías vendrán a su mente. Ahora, es cierto que esto es malo. Pero no nos es imputado. Ahora existe el segundo grado, y es que, habiendo concebido una fantasía, de alguna manera somos debilitados y sentimos que nuestra voluntad es arrastrada hacia ella; y aunque no haya ni consentimiento ni acuerdo, sin embargo hay en nosotros algún punto desde el cual nos sentimos apelados. Ahora ese es un pecado grave, el que se ha concebido. Luego existe nuestra voluntad, el consentimiento, cuando nuestra voluntad ha cesado, sin detenernos, en la consumación del pecado si la oración para el mismo se presenta. Luego existe el tercer grado, y entonces el pecado es formado en nosotros, aunque exteriormente no sea ejecutado. Y esto es muy digno de ser notado; porque si bien el asunto nos podría parecer difícil, sin embargo no hay nadie, ni hombre ni mujer, que no entienda lo que acabo de decir, y que no lo experimente en sí mismo cada día. Por ejemplo, cuando somos afligidos nos vendrá a la imaginación esta pregunta, "¿Acaso se acuerda Dios de nosotros?" No hay nadie que podría afirmar que no concibe tales pensamientos; porque nuestra naturaleza es tan corrupta e inclinada al mal que es imposible que no tengamos semejantes temores. Ahora, ciertamente ya es pecaminoso cuando esto viene a nuestra mente, aunque pensemos, "Ahora qué? lo detesto, es una blasfemia pensar que Dios no tiene piedad de aquellos que lo invocan, que no quiere ayudar a aquellos que le buscan; es como si quisiéramos negar que él sigue gobernando al mundo." Entonces, cuando tales cosas vengan a nuestra mente, ellas son pecado y nosotros deberíamos llegar a la conclusión de decir, "Ciertamente, Señor, qué criaturas pobres y llenas de vanidad somos, el poder concebir cosas tan monstruosas." Luego, está el segundo grado, cuando el mal nos presiona, y el dolor es multiplicado, y llegamos a murmurar diciendo: "Ciertamente, ¿y si Dios pensara en mí, estaría yo languideciendo de esta manera? ¿No se ocuparía en ayudarme? Pero no lo hace, se oculta; entonces pareciera que me ha abandonado."

Es cuando disputamos así en nuestro interior, y tenemos este temor preguntando si Dios cuida no de nosotros que debemos entender lo que se nos declara, y recibir sus promesas, y ser fundamentados en ellas, diciendo, " No, pase lo que pasare, aun así tendré confianza en mi Dios, y mi refugio en él." Pero aunque finalmente tengamos esta seguridad y constancia, no obstante, si antes de llegar a ella estamos llenos de perplejidad, este es un pecado mayor que el primero y ya somos culpables delante de Dios tanto por la duda como por la incredulidad, puesto que somos capaces de recibir semejante tentación. Luego existe el tercer grado, cuando somos derrotados totalmente, y no sabemos sino decir, "Oh, desgracia, el mal ha triunfado, y Dios ha demorado demasiado en extenderme su mano. Aquí me veo a mí mismo, realmente desesperado." Cuando somos abrumados de tal manera que ya no podemos invocar a Dios, y cuando ya no sentimos que las promesas de Dios nos sostienen, haciéndonos regocijar, ese es entonces el tercer grado del mal; como cuando se ha concebido a una criatura, ya no queda otra cosa que hacer, sino dar a luz, aquí también no se necesita nada más sino consumar exteriormente el hecho.

Ahora llegamos a esta declaración de Job: "He hecho" dice, "un pacto, o convenio con mis ojos." Hemos dicho que esto es una señal de gran perfección. ¿Y por qué? Porque si una persona puede controlar su mirada, de manera de no concebir nada por el hecho de  mirar esto o aquello, lo cual le podría arrastrar al mal, y si demuestra tener auténtica castidad y honestidad, uno tiene que decir que tal persona es casi tan libre de toda corrupción como un ángel. Ahora, no en vano hace Job esta afirmación. Reconozcamos entonces, que en este mundo el fue preservado como un ángel de Dios. Es cierto que por naturaleza no era tal; y también, al decir que ha hecho un pacto, esto es posterior a los beneficios recibidos por causa del temor de Dios, de tal manera de haber puesto bajo su pie su mala concupiscencia, ganando esta victoria  sobre el corazón, de manera que es capaz de mantenerse bajo control, y sujeto, diciendo: "No codiciaré el mal deseándolo y anhelándolo. Ninguna parte dentro de mí podrá querer ofender a Dios, en cambio estaré aquí, controlando tanto mis miradas y mi boca y mis oídos." Esto es entonces, cómo Job hizo este pacto. No es que tuviera tal perfección en su naturaleza; era un hombre sujeto a pasiones iguales a nosotros, y sin lugar a duda, tuvo muchas tentaciones. Pero se comportó de tal manera que se acostumbró a andar en el temor de Dios hasta el punto de no concebir deseos malos. Entonces, tuvo un hábito, como se lo llama, es decir, se sentía deudor a ello, de modo de no seguir mirando de un lado al otro invitando sobre sí tal o cual cosa. En resumen, vemos aquí que Job no solamente quería declarar que había tratado de servir a Dios, sino que había hecho tal esfuerzo que había mordido y capturado todas las pasiones de su carne, el extremo de que ya no le costaba nada servir a Dios; porque no tenía las luchas que tenemos nosotros por causa de nuestra debilidad, e incluso por causa de la corrupción que hay en nosotros. Ahora bien, notemos que esto no fue por poder propio; por sí mismo no podría haber adquirido semejante perfección; fue necesario que Dios lo reformara de tal manera mediante su Santo Espíritu que al final fue realmente separado de la clase común de los hombres; porque no es sin causa que David presenta este pedido a Dios: "Aparta mis ojos, que no vean la vanidad;  Avívame en tu camino. " (Salmo 119:37). Si hubiera sido la obra de Job la que aquí defendía, no hay duda que también David hubiera podido adquirir semejante constancia, como es la de no concebir vanidad, y que sus ojos no fuesen seducidos o distraídos de ninguna manera imaginable.

Ahora, es aquí que David confiesa que no podía tener ni adquirir esto sino por la pura gracia de Dios; consecuentemente, se deduce que Job no pudo hacer tal pacto por su propia libre voluntad, ( sugiere en abundancia los muchos errores del "libre albedrío.") diciendo que la razón dominaba de tal manera en él que podía obtener la victoria sobre todas sus pasiones; aquí, en cambio, intenta atribuir a Dios la alabanza por tal beneficio. No es entonces, para jactarse y magnificarse así mismo, como habiendo adquirido semejante beneficio, sino reconociendo que Dios lo había gobernado tan bien que en la presencia del mal ya no se sentía atraído por él.

Además, cuando Job habla de esta manera, notemos que por el contrario intenta decir si un hombre mira a una mujer o a una joven, y si es incitado al mal, esto ya es pecado delante de Dios. Aunque el acto exterior quizá no ocurra allí, aunque el hombre quizá no trate de corromper a una joven, ni de seducirla, aunque quizá todavía no tenga la intención de decir, "Yo quisiera," y aunque luego el hombre no tenga este deseo, sino que resiste la tentación a la cual es incitado, sin embargo, no deja de ofender a Dios. Este punto es digno de ser notado. En efecto, oímos la declaración de nuestro Señor Jesús, que no debemos pensar que seremos eximidos o absueltos delante de Dios por el simple hecho de habernos abstenido del adulterio corporal; sino que aquel, que simplemente haya mirado a una mujer, será juzgado como adúltero delante de Dios si, en efecto, la mirada ha sido carente de castidad.( Mateo 5:28, Pero yo os digo, "cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulterócon ella en su corazón.") Y lo que es peor (como ya lo he dicho) cuando la voluntad aún no ha sido fijada en ello, ya tenemos que confesar la falta delante de Dios a efectos de humillarnos a nosotros mismos.

Bien dicen los papistas que si un hombre consiente el mal, esto es, si lo desea de tal manera que está plenamente resuelto a cometerlo cuando la ocasión se le presente, en tal caso, confiesan ellos, el pecado es para condenación. Pero si el hombre tiene algún apetito malvado basta que no lo apruebe totalmente para que, según afirman los papistas,  no sea pecado; en ello hay una blasfemia execrable. Está dicho, "Amarás a tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu entendimiento y con todo tu fuerza."( Lucas 10:27  Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.) ¿Qué quiere decir "entendimiento y fuerza"? Dios no ha limitado el amor que le debemos, a nuestro corazón solamente, y a nuestros sentimientos; afirma en cambio, que nuestra mente y nuestros sentidos también tienen que estar aplicados a ello, y toda nuestra fuerza, es decir, todas nuestras facultades y poderes que tiene nuestra naturaleza. Ahora, si un hombre concibió algún mal, aunque no estuvo totalmente de acuerdo con él, y aunque sus sentimientos no estuvieron completamente entregados a él, les pregunto, ¿amará a Dios con todo su entendimiento? De ninguna manera. Aquel que tiene el mínimo deseo de corrupción en sí mismo, aunque el resto tienda a cumplir la ley, ¿podrá amar a Dios como debe hacerlo? Ciertamente, no. Porque el pecado no es sino la trasgresión de la ley de Dios.

Concluyamos entonces que todas las fantasías malvadas que tenemos cuando somos atraídos por el mal, son otros tantos pecados, y que estamos en deuda con Dios, y que él no solamente nos ha soportado con su infinita bondad, sino que perdona a los suyos, aunque ellos deben reconocer estas cosas como pecado; y todo aquel que se adula así mismo provoca la ira de Dios y completa el mal para su condenación. Porque al final, la hipocresía tendrá que ser descubierta y revelada para ser castigada con todo el resto. Entonces, aquellos que piensan no estar obligados y creen no ofender a Dios cuando son atraídos por el mal, no gana nada; no es para enmendar su conducta, porque esta hipocresía tiene que ser castigada gravemente. Recordemos entonces que si bien no consentimos el mal, sino que en realidad solo somos tentados, aunque haya  algún deseo al que resistimos; éste ya es una falta y una debilidad en nosotros. Si solamente concebimos algún deseo malo, ello ya es signo de corrupción en nuestra naturaleza. Y, en efecto, si el mal no habitara en nosotros, y si todavía no hubiéramos apartado de la rectitud e integridad que Dios puso en el primer hombre, es cierto que nuestra mirada sería mucho más pura y casta de lo que es; y todos nuestros sentidos, tales como oír, hablar, palpar, serían realmente puros y limpios; no habría corrupción en ellos. Y para que esto llegara a ser así pensemos bien lo que dice Moisés, que, cuando Satanás vino para seducir a Eva, y, consecuentemente a Adán, y ellos, habiéndole prestado atención, fueron corrompidos por la ambición de ser semejantes a Dios.

Dice que miraron al árbol de la sabiduría y del bien y del mal, y vieron que era deseable para adquirir conocimiento. ¿Qué, si no lo hubieran mirado? Y, ¿acaso no lo habían visto ya? Porque Dios les había dicho, "No coman del fruto que yo les he prohibido; porque tan pronto coman de él, les declaro que quedarán separados de mí, siendo condenados a morir." He aquí, entonces, Adán y Eva, que ya habían contemplado este árbol. Y ¿por qué es entonces que ahora Moisés lo cuenta como pecado? Es porque lo conocieron como algo deseable, es decir, pensando que era bueno comer de él, alentaron un apetito malo y perverso. ¿Y de dónde proviene? De su corazón corrompido, el que manchó, más y más sus miradas; como también un hombre tendrá manchada su vista por el hecho de beber, por causa de su intemperancia, el mal tiene que estar adentro; algo tiene que arder antes que se pierda la vista; o también como en un accidente, cuando un hombre pierde la vista, previamente habrá habido alguna catarata, o alguna cosa similar que con el correr del tiempo le privará de la vista. Así es con todas las miradas malvadas que son para ser condenadas; porque si no hubiera algún apetito malo, por el cual es infectado y corrompido el corazón, el ojo (como ya lo he dicho) en sí sería puro y limpio, de manera que podríamos contemplar las criaturas de Dios sin ser arrastrados a mal alguno.

 Pero ahora las cosas son tales que no sabríamos cómo abrir nuestros ojos, sin concebir algún deseo malo; no sabríamos cómo decir, "Esto es hermoso, aquello es bueno," sin ofender inmediatamente a nuestro Dios. ¿Acaso eso no es una gran perversidad? Entonces reconozcamos cuál es el pecado que reina en nosotros; cómo en efecto, ha tomado su posesión desde que Adán cometió la trasgresión, de tal modo que nuestra naturaleza ahora está tan corrompida que no sabríamos cómo mirar a algo que podríamos llamar hermoso y bueno sin ofender a Dios, en vez de ser invitados a amarle como debiéramos, y a alabarle por su bondad, y por tantos beneficios que no da aquí. Entonces, en lugar de glorificar a Dios y de ser motivados a amarle y servirle, no sabríamos cómo decir, "Esto es hermoso, esto es bueno," sin ser tentados, en efecto, impulsados, ya sea la avaricia o a otra voluptuosidad. En breve, todo lo hermoso debajo del cielo, y lo bueno, nos aparta de Dios, cuando tendría que acercarnos a él. ¿Acaso no es Dios fuente de toda belleza y bondad? Ahora bien es cierto que este apetito no tiene dominio, y tampoco debería tenerlo, sobre los hijos de Dios; pero hablo de aquello que es natural en el hombre hasta que Dios haya obrado en él. Es cierto que los creyentes no serán tan pervertidos, y sus sentidos no serán tan depravados como para ser siempre arrastrados al mal; sin embargo, siempre tendrán algún residuo de la infección que proviene de las entrañas maternas, esto es, tendrán puntos de contacto interior donde serán incitados al mal, aunque quizá lo odien y al principio lo rechacen. En efecto ¿quién es aquel que no concibe la fantasía de pensar que Dios no tiene cuidado de él tan pronto tiene que soportar algún mal? Y es una blasfemia, realmente execrable si consentimos con ella, y si nuestra atención es enfocada por algún breve tiempo en ello, aunque quizá no sea un asunto determinado por la voluntad.

Así vemos entonces, que si el hombre es invitado al mal, aunque no lo apruebe y rechace la tentación, y luche contra ella, sin embargo, no deja de ofender a Dios. ¿Y por qué? Porque es una trasgresión de la ley tal como lo hemos demostrado. Del mismo modo, necesariamente tiene que proceder de una fuente mala; porque el ojo en sí no será corrupto; no es allí donde comienza a producirse el pecado. ¿Adónde entonces? En la mente  del hombre y en su alma; porque ciertamente los malos sentimientos tienen que estar ocultos adentro, antes que el ojo tienda al mal y sea invitado a él. Y es por eso que he dicho que Job, al afirmar que se ha abstenido de todo mal y de toda mirada inmodesta, nos muestra que quienes están infectados por ella, no pueden excusarse delante de Dios diciendo que no tienen falta.

En consecuencia, aprendamos a mantenernos en guardia, a no adularnos a nosotros mismos, como ya lo he mencionado. Digo, estemos en guardia, porque qué difícil es, ¿no cierto? controlar de tal manera nuestros ojos que no seamos tentados por ninguna mala concupiscencia a deseo desordenado. Al ver los bienes del mundo no seamos tocados por la avaricia. Al ver las cosas confortables, las delicias y las voluptuosidades que hay aquí y allá, no seamos inducidos a querer que Dios nos las dé. Cuando miramos a uno y otro lado no haya adulterio, ni ambición, ni avaricia, ni ninguna otra cosa que se nos pueda meter debajo de la piel. Es imposible, o al menos no sin gran dificultad, y más allá de todos nuestros recursos; de manera que es prácticamente imposible que abramos nuestros ojos sin concebir alguna ofensa contra Dios. Puesto que es así, aprendamos a estar alerta; porque nosotros mismos no podemos perfeccionarnos como para que ya no se encuentre ninguna falla en nosotros, y que ya no tengamos que buscar nuestro refugio en la remisión de nuestros pecados.

Concluyamos entonces que tenemos que luchar valientemente, viendo que somos tan corruptos que de ninguna manera podemos usar nuestros sentidos, ni aplicarlos a ninguna cosa sin que haya algún resto de la mala corrupción que desagrada a Dios. Esto es, entonces, lo que debería invitarnos a ser diligentes.

Y luego, en segundo lugar, aprendamos también a humillarnos, viendo que el mal quiere hacernos dormir mediante la hipocresía, a efectos de que no reconozcamos nuestras faltas y para que así se agrave el mal. Miremos entonces a nuestro propio interior, y habiendo examinado nuestras imperfecciones, gimamos delante de Dios: "Oh, Señor, tú me has concedido la gracia de querer avanzar en mi servicio a ti. Yo me esfuerzo, yo anhelo, yo resisto todas mis ¡pasiones, lucho conmigo mismo; sin embargo, no soy recto delante de ti; Señor, se encuentran muchas fallas en mí.

Así es cómo los creyentes, habiendo trabajado duramente, y habiéndose esforzado más allá de todos sus recursos, siempre deben mantener su afecto, para poder condenarse ellos mismos ante la existencia de algún vicio mezclado con el bien que Dios les da para hacer; que puedan aprender a condenarse ellos mismos delante de él y luego humillarse a efectos de obtener gracia. Estos son entonces los puntos que tenemos que notar de este pasaje.

 Ahora, aunque quizá tengamos fantasías que entran a nuestra mente, tanto de noche como de mañana, y aunque por ellas debiéramos percibir que existe una asombrosa corrupción en nuestra naturaleza, no por ello debemos perder el coraje, sino que hemos de seguir caminando; oremos a Dios que, si él ha comenzado a compelimos, que continúe y añada el poder de su Espíritu Santo. De esa manera debemos pedirlo, y sentir que ya hay algo peor en nosotros que nuestros malos sentimientos; juntemos ambas cosas, y que sean pisoteadas de tal manera que nunca más puedan levantarse. Y cuando el maligno venga a aguijonearnos para invitarnos al mal, no permitamos que triunfe sobre nosotros, en cambio, siempre tengamos en alto nuestros sentidos; resumiendo, dejemos que el Espíritu de Dios gobierne de tal manera nuestros corazones que, aunque existan los malos deseos éstos estén realmente bajo control, verdaderamente encadenados; que no se puedan levantar, que no puedan arrastrarnos de un lado a otro, sino que siempre sigamos firmes, y resueltos a decir, "Nuestro Dios tiene que gobernarnos, y nosotros debemos seguir su santa voluntad.”

Así es entonces, cómo en medio de nuestras malvadas fantasías tenemos que tomar coraje para andar siempre honorablemente, sabiendo que el buen Dios nos sostendrá; no es que vamos a negar lo existencia de tantos pecados, sino que los mismos nos han sido perdonados.

Y este el punto en el cual diferimos de los papistas. Los papistas afirman que las malas concupiscencias no son pecados siempre y cuando uno las resista; esa es una blasfemia execrable. Es como decir, "Dios tiene que renunciar a sí mismo y trastornar su ley." Y esta opinión no solamente es pasajera de parte de alguna gente sencilla e ignorante, sino que es una convicción que captura a grandes doctores en sus escuelas, o mejor dicho, en sus sinagogas diabólicas.

 Nosotros, por el contrario, decimos que estos son otros tantos pecados, pero que no nos son imputados por Dios puesto que él los borra mediante su bondad y gratuita misericordia, por medio de nuestro Señor Jesucristo en quien creemos; y teniendo semejante consuelo debiéramos esforzarnos tanto más, como ya lo he dicho.

Además, Job muestra claramente que sabía cuál era esta ofensa, y que hubiera sido culpable si hubiera mirado inmodestamente, porque añade, "Qué galardón me daría el Dios de arriba, y qué heredad el Omnipotente de las alturas?” Ahora Job muestra aquí que no está hablando de un auto-perfeccionamiento delante de los hombres, ni de adquirir una reputación por la fuerza y la santidad (como hacen aquellos que solamente quieren ser reconocidos aquí abajo), sino que tiene sus ojos fijados en Dios, y que habla como en su presencia, y le pide que sea testigo y Juez. Y a ese punto también tenemos que llegar nosotros; porque (como se ha discutido anteriormente) mientras queramos que nuestra vida sea aprobada por los hombres, estaremos llenos de mentiras, subterfugios y astucias; de manera que ello nos llevará a disfrazar lo blanco y cambiarlo en negro, y de hacer que la virtud sea pecado y viceversa. Así lo haremos cuando tratemos de ser aprobados por los hombres. Y así, todo aquel que quiera andar en rectitud, y tener la integridad que aquí menciona Job, ¡oh! ciertamente tendrá que recapacitar sobre sí mismo y no andar más aquí abajo diciendo, "¿Quién me hallará en falta?" No, eso tiene que ser eliminado, y la persona en cuestión tiene que presentarse delante de Dios diciendo, "Ahora bien, ¿quién soy? Es con Dios con quien tengo que tratar; cuando haya satisfecho a todos los hombres de la tierra, aun no habré ganado nada; todos tenemos que callarnos la boca, porque Dios no se complace con rostros hermosos, hermosos disfraces, apariencias, o cosas semejantes. El mira el corazón, sondea los pensamientos y descubre todo cuanto está oculto por las sombras." Siendo esto así, seamos constreñidos a andar en integridad y rectitud. Pero al contrario, nos distraemos aquí y allá, estamos sujetos a inventar subterfugios, y mediante hermosos desfiles adelantar nuestro mejor pie; y cuando ya no podemos hacer nada mejor nos cubrimos con hojas como nuestro padre Adán. Por eso, notemos bien la lección que se nos muestra aquí a todos los creyentes; es decir, cuando queramos andar adecuadamente, no sólo tenemos que hacerlo delante de los hombres, nuestros ojos no tienen que centrarse solamente en ellos; sino que tenemos que contemplar al Juez celestial, y tenemos que saber que es a él a quien tenemos que responder y rendir cuentas.

Suficiente con esto. Además (como ya lo hemos mencionado) aquí Job sabía que Dios no soporta miradas inmodestas sin castigarlas. ¿Y por qué no? Porque ellas son otras tantas ofensas.

Luego agrega, "La iniquidad será cortada." Con lo cual muestra que aquel que tenga ojos entregados a la vanidad, aunque no esté totalmente de acuerdo con ella, no obstante es condenado como pecador y malvado delante de Dios. Recordemos lo que se dijo del tiempo de Job; porque si bien no sabemos si vivió antes de la ley (La entrega de la ley por parte de Dios y el registro de la ley por parte de Moisés.) o no, de todos modos vivió antes de los profetas y, como ya hemos declarado, es mencionado como un hombre de la antigüedad.

Entonces aquí está Job, procedente de un tiempo cuando Dios aún no había dado una doctrina totalmente amplia, o una luz tal como la que hemos tenido desde entonces; porque los profetas clarificaron en gran manera aquello que era oscuro en la ley. Job vivió antes; cuando solamente existía algo así como una pequeña chispa si consideramos la doctrina que ha existido desde ese entonces. Sin embargo, sabía bien que no debía ser atraído por un deseo mal sin ser culpable delante de Dios.

 Y ahora nosotros, ¡cuán culpables seremos teniendo el Sol de Justicia que resplandece sobre nosotros como en pleno mediodía! He aquí Jesucristo, con su evangelio nos ha traído una luz tan grande que no tenemos excusa. Si decimos, "Yo no lo entiendo, para mí es demasiado alto y demasiado profundo," ¿con qué derecho lo haríamos? Acaso no tenemos una doctrina suficientemente amplia, puesto que la voluntad de Dios nos ha sido tan plenamente manifestada? ¿Cómo, entonces, tendremos excusa si no reconocemos lo que reconoció Job? Y en esto se ve la venganza de Dios, es decir, cuan horrenda es sobre el papado, puesto que esas bestias se han atrevido a negar que el hombre peque al ser tentado así al mal teniendo puntos internos de contacto y concibiendo malos deseos, siempre y cuando no consienta totalmente con ellos. Y Job que no tenía una doctrina costosa (como ya lo hemos declarado) sin embargo, esto lo sabía muy bien. De modo entonces, mirémonos atentamente a nosotros mismos, y a que Dios nos ha concedido la gracia y el privilegio de hacernos conocer su verdad mucho mejor de lo que fue en aquel tiempo; seamos vigilantes, y tan pronto abramos nuestros ojos, tan pronto experimentemos alguna vanidad en nosotros, algún deseo malo, reconozcamos "

¡Oh¡ Existe pecado oculto en el interior, hemos ofendido a nuestro Dios, y nuestros ojos ya están contaminados con ellos; al aparecer el mal afuera, al existir chispas, ¿acaso son hechas sin fuego?" Entonces debemos aprender a condenarnos a nosotros mismos; en efecto, si no fuera por la misericordia de Dios seriamos destruidos por él; porque esa es la porción de nuestra herencia que nos ha sido preparada desde arriba. Es cierto que los hombres podrán justificarnos; pero  nosotros tenemos que aparecer delante de Dios quien juzgará de manera totalmente distinta.

Y Job dice especialmente, "Desde arriba, desde el cielo." Esta palabra se repite, pero no es lenguaje superfluo. ¿Y por qué no? Tácitamente hace una comparación entre el juicio de Dios y las opiniones que nosotros podríamos tener respecto de los hombres. Entonces, aquí hay hombres que podrían justificarnos por todo, y nuestra hediondez y nuestra pobreza no sería reconocida; nuestra reputación sería realmente como la de pequeños ángeles y, consecuentemente, supondríamos que no se halla falta en nosotros. Ahora, ¿de qué nos ha aprovechado? De nada en absoluto; porque aquí está Job quien nos llama desde las alturas. Muy bien, es cierto que aquí abajo los pecadores podrán ser absueltos, y serán fácilmente aprobados por los hombres; (porque aparentemente sólo se ven virtudes), ¿pero en las alturas? Allí está Dios quien trastornará todas las opiniones vanas que habrán reinado por un tiempo. Y así, aprendamos que tantas veces como seamos culpables habiendo sido atraídos a malas concupiscencias, también el pago nos ha sido preparado en el cielo, es decir, desde las alturas, a menos que el buen Dios nos proteja y use de su paternal bondad con nosotros. Esto entonces es lo que tenemos que recordar a efectos de magnificar la bondad de nuestro Dios, viendo que nos castiga severamente, y también para ser incitados a pedirle perdón por todas nuestras faltas de cada día.

Ahora, además se dice, "¿No hay quebrantamiento para el impío, y extrañamiento para los que hacen iniquidad? ¿No ve él mis caminos, y cuenta todos mis pasos? Aquí Job expresa con mayor claridad la porción y la herencia de la que ha hablado; y es para afligirnos más, hasta el fondo del alma, con la convicción de nuestros pecados. Es cierto que no insiste en cada cosa de la cual habla en la ley, y no usa tantas palabras; sin embargo, el Espíritu Santo nos ha dado aquí, por medio de su boca una instrucción general. Porque cuando alguien nos habla de los juicios de Dios, y de los castigos que envía sobre los pecadores, nosotros somos tan lerdos que ello apenas nos mueve. Es necesario entonces que nuestro Señor nos despierte, y nos haga más sensibles con respecto de su terrible ira; es algo horrible tenerla así dirigida contra nosotros. Por eso es entonces que Job agrega la declaración que está contenida aquí, "¿No será cortado el inicuo, y no será afligido el malvado?" ¿Qué significa este "ser cortado?" Es que los malvados merecen ser exterminados, que Dios los arroje al infierno, que los destruya completamente, como también la palabra implica algo más que salario o herencia. Porque los hombres (como ya he dicho) se hacen creer ellos mismos que escaparán con un castigo leve; como cuando un criminal es detenido en la prisión, sabiendo que merece la horca, él mismo se hace creer que "Quizá escape con los azotes, quizá sea desterrado." De esa manera digo, los hombres no reconocen la ira de Dios tal como es; no reconocen el castigo que se merecen, puesto que no piensan en la muerte eterna.

 Vemos entonces, cómo Job, no sin causa, habiendo hablado de la porción que está  preparada en las alturas para todos los malvados, agrega que se trata de una separación y turbación para arrojarlos al infierno. Ahora con esto reconozcamos que el Espíritu de Dios nos amonesta por nuestra indiferencia. Si con el golpe estuviéramos atentos a los juicios de Dios, dispuestos realmente a sentir nuestras faltas, no tendríamos necesidad de que el presentara dos veces la proposición; sería suficiente habernos advertido con una simple palabra. Pero el Espíritu Santo, habiendo hablado de la porción que Dios prepara para todos los que desprecian su ley, agrega "separando." Porque somos como brutos, y cuando alguien se limita a declararnos una cosa, nosotros no la comprendemos; estamos preocupados con semejantes estupideces que si Dios nos golpea rudamente todavía no sentimos los golpes de su mano. Y entonces, ¿cómo hemos de estar afligidos por las advertencias que él nos hace? Es cierto que si se limitara a hablar, no seríamos tocados ni abatidos en nosotros mismos, viendo que por los golpes de su mano todavía no somos suficientemente humillados. Entonces, notemos bien que aquí se amonesta nuestra indiferencia y estupidez. Por lo tanto, estemos despiertos cuando Dios nos invita tan cuidadosamente, y seamos más instruidos para pensar en nosotros mismos. Eso es lo que tenemos que observar en este versículo.

Ahora, en conclusión, cuando Job dice, "¿No ve él mis caminos y cuenta todos mis pasos?” Notemos bien que se aplica a sí mismo la doctrina que ha presentado en términos generales. Porque había dicho, "¿Qué galardón, o cuál es la porción de Dios en lo alto, y qué heredad es la del Omnipotente de los cielos?" Así Job había hablado de todos; pero ahora aplica esta doctrina a su propio uso, y declara con qué propósito había hablado así. Entonces, cada vez que los juicios de Dios nos vengan a la memoria, ya sea que nos sean propuestos por los hombres y que leamos de ellas, tengamos la prudencia de reflexionar sobre nosotros mismos, y que cada uno mire a su propia persona. Porque los juicios de Dios no tienen que quedar como sepultados, sin que jamás se hable de ellos; sino que cada uno debe aplicarlos a sí mismo y a su uso particular. Esto es entonces, lo que tenemos que notar cuando Job, habiendo discutido la doctrina en general, se acerca más y más para mirar a su propia persona. "Dios" dice, "sondea y conoce mis caminos."

Es decir, puesto que Dios es Juez de todos los hombres, ninguno puede escapar de su mano. "Dios," dice, "¿acaso no conoce todos mis caminos, acaso no cuenta todos mis pasos?" Con esto es suficiente para el primer punto.

En cuanto al segundo, notemos también el estilo que usa Job, diciendo que Dios mira sus caminos y pasos, y que los cuenta. Es para expresar que Dios no los cuenta solamente desde lejos, y que no solamente mira lo aparente aquí abajo; sino que mira cuidadosamente para notar y marcar todas nuestras obras; efectivamente, y no se trata de una mirada confusa; su mirada no confunde; él mira a efectos de contar, para enumerar cada cosa, de manera que nada se le escape, de no olvidar nada. Ahora (les pregunto) ¿No es para nosotros ocasión de reconocer mejor nuestros caminos, y contar nuestros pasos, al ver que Dios tiene presentes todas las cosas? ¿Por qué es que los hombres apenas reconocen una centésima parte de sus pecados? En efecto, una persona cometerá cien veces al día la misma falta, y escasamente pensará una vez en ella. ¿Cuál es la causa de esto? Es porque pensamos que Dios no nos observa desde arriba, no reconocemos que ante su mirada no se puede ocultar nada y que no olvida ninguna de nuestras obras y ninguno de nuestros pensamientos. Entonces procedamos a pesar bien las palabras contenidas aquí, es decir, que Dios conoce nuestros caminos y cuenta nuestros pasos, lo que quiere decir, que el número de ellos ya está establecido para él, que incluso hasta el último detalle tiene que venir a cuenta. Esto es lo que ganarán aquellos que con mentiras y adulaciones habrán cubierto sus malas obras; pues todas ellas tendrán que venir a la luz. ¿Qué queda entonces? Debiéramos pensar en nosotros mismos más cuidadosamente de lo que hemos estado acostumbrados a  hacerlo, y siempre debiéramos estar alertos, a efectos de no ser sorprendidos por las emboscadas desde las cuales somos atacados de todas partes; y viendo que estamos sujetos a caer en tantos pecados de los cuales nuestra naturaleza está llena, examinémonos bien para estar disgustados con ellos, y sentirnos culpables delante de Dios; incluso gimamos nuestras confesiones con David (Salmo 119:12 Bendito tú, oh Jehová; Enséñame tus estatutos.) reconociendo que es imposible que todas nuestras faltas nos sean conocidas. No obstante, oremos al buen Dios que, cuando haya identificado en nosotros las faltas y los pecados que nosotros mismos no podemos ver, se complazca en borrarlos por su misericordia; y que de esta manera no tengamos otra seguridad de nuestra salvación sino la de saber que él nos recibe a misericordia en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, y que también tenemos el lavamiento mediante el cual somos purgados, esto es, la sangre que ha derramado para nuestra redención.