} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 07/01/2025 - 08/01/2025

lunes, 28 de julio de 2025

ELEGIDOS DE DIOS (10) ESTILO DE VIDA DE SUMISIÓN


1 de Pedro 1:1-2:10 puede ser descrito como la sección indicativa de la epístola mientras que 1 de Pedro 2:12- al final es la sección imperativa y ética de la epístola.  Indicaciones de esto son que Pedro repite la identificación de la audiencia (2:11) y da una oración como resumen (2:12) del tema de la epístola antes de lanzar una aplicación de las verdades doctrinales presentadas al inicio de la carta. La primera parte de la aplicación es para que el cristiano aprenda a ser sumiso a aquéllos que Dios ha puesto por encima de nosotros en cada área de la vida.

         La sumisión es el acto de colocarse uno mismo bajo la autoridad de otro para poder cumplir con su voluntad.   El apóstol Pedro instruye al cristiano a someterse al Señor en cuatro áreas cruciales de la vida: las autoridades gobernantes, los maestros, los maridos y el uno al otro en la iglesia. En cada área de sumisión, esto es hecho como un acto de adoración a Dios y una forma en la cual se vive una vida de restauración y bendición.

 

SUMISIÓN A LA SANTIDAD PERSONAL

1 Pedro 2:11-12. Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras.      

El creyente tiene un doble responsabilidad en cuanto a su santificación: abstener de los deseos de la carne que luchan contra el alma  y promover las buenas obras en medio de un mundo hostil.

 

SUMISIÓN AL GOBIERNO

2:13-17. Por causa del Señor someteos a toda institución humana, ya sea al rey, como a superior, ya a los gobernadores, como por él enviados para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien. Porque esta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres insensatos; como libres, pero no como los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios. Honrad a todos. Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al rey.     

 

El propósito de la sumisión está enraizado en Dios. Nos sometemos “por el Señor.”

La teología de la sumisión está enraizada en la interrelación del Dios trino y funciona  en el flujo de la creación,  caída y restauración de la historia de redención.

La existencia de una estructura de  autoridad viene de Dios mismo. La interrelación entre el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo es una de igualdad y sin embargo cada persona de la Trinidad tiene una función especial. Hay sumisión dentro de la Trinidad. El Hijo se somete al Padre (Filipenses 2:5) y el Espíritu Santo se somete al Padre y al Hijo (Juan 16:7-15). 

         En la creación, las estructuras básicas de gobierno fueron establecidas. Primero, el hombre debía someterse a los mandatos de Dios. Segundo, Dios creó a Adán y Eva. En la relación entre Dios y el hombre, y el primer marido y mujer, hubo una estructura de autoridad que incluía responsabilidades para cada uno.

         La relación entre Adán con el resto de la humanidad es importante. Adán es la cabeza de la humanidad. Esto es afirmado en Mateo 19:4-6; Romanos 5:12-19 y 1 Timoteo  2:13.

         En la caída del hombre al pecado, la estructura de sumisión es revertida. Satanás cuestionó la Palabra de Dios, Eva y Adán siguieron después. La naturaleza del pecado es que siempre es una ordenanza anti-creacional: en contra de la Ley y la Palabra de Dios.

         Por lo tanto, para poder detener el curso de la caída, es importante para el creyente que se “someta de nuevo” al Señor. La sumisión le permite al marido, mujer, ciudadano y trabajador el vivir fielmente su vocación de manera responsable (I Timoteo 2:15).

         La restauración, entonces, viene a través de la fe en el Señor y por la obediencia de la creación original y los mandatos morales consecuentes. La rebelión ocurre cuando repetimos el error de la caída, esto es, al desobedecer la Palabra de Dios yendo en contra de sus mandatos morales.

         La extensión de la sumisión es a toda autoridad gobernante. El mensaje de Pedro debió haber sido recibido con asombro. Estaba instruyendo a creyentes a someterse a la autoridad del rey y los gobernantes. Esto incluye al emperador, Nerón, quien había desatado una inundación de persecución contra la iglesia. 

         La estructura de gobierno humano es diseñada por Dios para el buen orden. El gobierno existe para poder castigar y restringir el mal y premiar y promover el bien (Romanos 13:1-7).

         El cristiano no vive para sí mismo (humanismo), para el gobierno (socialismo, comunismo, nacionalismo, etc.); vive para “el Señor.” La sumisión al Señorío de Jesucristo libera al creyente del temor a la tiranía del gobierno, aún cuando la sumisión al gobierno es requerida. La fe del creyente trasciende la posición del gobierno.

         Cuando las autoridades reinantes actúan de forma errónea, esto no les da a los creyentes una justificación para hacer el mal. Por el contrario, el apóstol le enseña al creyente:  “Así pues, los que sufren según la voluntad de Dios, entréguense a su fiel Creador y sigan practicando el bien” (1 de Pedro 4:19, NVI).

         Los verdaderos profetas del Antiguo Testamento, Juan el Bautista, Jesús y los apóstoles denunciaron el mal en la comunidad de fe así como en el mundo. Sufrieron por esto. Sin embargo, no participan en la corrupción que fue denunciada y “siguen practicando el bien.” Ellos se mantuvieron firmes, sufrieron y murieron por ello y eventualmente su causa ganó.

         Si los cristianos se hubieran levantado en armas en contra de los romanos, hubieran hecho más daño que bien. La iglesia no fue diseñada para ser un gobierno nacional o fuerza militar. Por el contrario, la Iglesia es la fuerza para hacer el bien, aún en tiempos de maldad.

         La historia de la iglesia prueba que la Iglesia no puede ser confiada para ser un gobierno nacional o la militar. La forma Constantina de la iglesia, completa con el Papa como Emperador y el establecimiento de la Inquisición con poderes militares, tuvo que ser rota por la resistencia de los protestantes en el norte de Europa. Básicamente, los protestantes se sometieron a príncipes y líderes regionales quienes eran capaces de proteger a la iglesia.

         La denuncia profética persistente de los males de la esclavitud fue resonada por William Wilberforce y el movimiento de abolición a principios del siglo XVIII. Se sometieron al sistema político y eventualmente fueron victoriosos.

         El movimiento pacífico dirigido por Martin Luther King Jr. empleó un principio similar. Aunque los protestantes fueron golpeados y abusados, se protegieron pero no usaron la violencia. Sin embargo, se pararon firmemente, mantuvieron sus derechos y persistentemente le pidieron al gobierno que hiciera justicia hasta que fue dada.

         Los cristianos en se someten a las autoridades gobernantes y continúan sirviendo al Señor. Cuando la autoridad del gobierno contradice los principios del evangelio, los cristianos escogieron desobedecer y sufrir para obedecer el evangelio. Hay que servir a los mandatos de Dios primero. Ellos le confiaron el resultado final de justicia  a un Dios justo.  La historia de la iglesia afirma que el testimonio profético justo conjuntado con la sumisión a las autoridades eventualmente triunfará.

         La sumisión está diseñada para traer el bien. ¡La misión de la Iglesia es el hacer el bien en medio del mundo malvado! El pecado y el mal es la causa de la miseria en la humanidad. Al abundar el pecado y la maldad, habrá muchas víctimas y mucho sufrimiento. La Iglesia existe para ministrar las necesidades causadas por el pecado y la maldad. El Señor nos enseñó que debemos compartir el evangelio de la salvación tanto como nuestro alimento, bebida, vestimenta con aquéllos en necesidad; debemos visitar a los enfermos y a aquéllos en la prisión. Esto aplica  a ayudar a otros cristianos pero la oportunidad es dada para ayudar a otros también (Gálatas 6:9-10).

         La sumisión es toda inclusiva. Pedro llama a los creyentes a “Honrad a todos. Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al rey” (2:17). A los cristianos no se les da la opción de: seré sumiso en el hogar pero no en la iglesia, el trabajo o el gobierno. La sumisión es parte del estilo de vida cristiano en cada institución de la vida.

 

SUMISIÓN EN EL TRABAJO

1 Pedro 2:18-25. Criados, estad sujetos con todo respeto a vuestros amos; no solamente a los buenos y afables, sino también a los difíciles de soportar. Porque esto merece aprobación, si alguno a causa de la conciencia delante de Dios, sufre molestias padeciendo injustamente. Pues ¿qué gloria es, si pecando sois abofeteados, y lo soportáis? Mas si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios. Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados. Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas.   

 

El Señor está relacionado con las situaciones de trabajo humanas. La existencia humana es ordenada por Dios. Parte de tal orden es trabajar con empleadores y empleados. El Señorío de Jesús se aplica a la relación de trabajo así como se aplica al hogar, el gobierno y nuestra vida religiosa.

         Pedro trata con los esclavos que sufren por hacer lo que es correcto. En esta carta Pedro se refiere a los esclavos.   El apóstol Pedro trata con una situación particular en la esclavitud, en la cual el esclavo es castigado por hacer el bien. ¿Deberían huir los esclavos? ¿Deberían ver la forma de rebelarse? ¿O debería el esclavo sufrir por haber hecho lo correcto? Pedro nos recuerda que los esclavos no deberían hacer el mal y que deberían ser castigados por sus crímenes, por el contrario, si sufren deben sufrir por hacer el bien.

         ¿Las enseñanzas de los apóstoles significan que está justificando la institución de la esclavitud? Pedro no dice nada acerca de justificar o no justificar la esclavitud. En otras partes de las Escrituras, el apóstol Pablo anima a los esclavos a que busquen su libertad (1 Corintios 7:21-24). Pablo sirve como abogado del esclavo fugitivo Onésimo (Filemón) y la igualdad espiritual del esclavo cristiano y el maestro cristiano es afirmada (Gálatas 3:28). Sin embargo, los esclavos, al convertirse al cristianismo, no estaban en la posición de “levantarse e irse”. Puede que no hubiera otra alternativa más que la esclavitud. Así que, ¿qué haces cuando estás en tal situación? ¿Cómo pueden aprender del Señor de señores, el Señor Jesús?

         Hay una relación entre el sufrimiento del creyente y el sufrimiento de Cristo. Pedro traza una correlación directa entre el sufrimiento de Cristo y el sufrimiento del esclavo. “Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas” (2:21). Este ejemplo que Jesús dejó incluye:

a.       Sufrimiento  aún cuando no has pecado (v. 22)

b.      No te rebeles en respuesta (v. 23)

c.       No amenaces en respuesta  (v. 23)

d.      Encomienda tu causa al Dios justo quien JUZGARÁ justamente (v. 23).

Sin embargo, la única forma de lograr tal justicia es a través la fe en Jesucristo quien murió en la cruz para que pudiéramos morir al pecado y quién se levantó para que pudiéramos “vivir a la justicia.”

El versículo 24 enseña que la muerte de Cristo de hecho libera al creyente del pecado. El acto de morir por los pecados es una gran liberación. Así que, ¿qué debemos hacer con tal libertad? El apóstol concluye la oración al escribir, “vivir a la justicia.” Mientras que el incrédulo puede solamente limitar el pecado y no erradicarlo, el creyente puede morir al pecado. Y aunque el incrédulo aspira hacer el bien ante los ojos de Dios, no puede lograrlo. La fe en el Señor crucificado y resucitado, sin embargo, le da al creyente la habilidad de “no pecar” y “hacer el bien ante Dios.” Tan maravilloso es ese poder del evangelio que el esclavo o sirviente puede sufrir y durar más que los crueles dictados de su maestro terrenal y dejar la venganza para el Señor, “encomendaba la causa al que juzga justamente”.

El heroico testimonio de los mártires muestra que las buenas nuevas de la fe en Jesús superan las malas noticias del pecado, el mal y el Diablo.

 

         SUMISIÓN EN EL MATRIMONIO

1 Pedro 3:1-7.      Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa. Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios. Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos; como Sara obedecía a Abraham, llamándole señor; de la cual vosotras habéis venido a ser hijas, si hacéis el bien, sin temer ninguna amenaza. Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo.  

 

Pedro trata con un asunto muy realista para los nuevos conversos. Cuando un esposo(a) se convierte al cristianismo y el (la) compañero(a) no lo hace, ¿deben separarse?

La esposa cristiana y el esposo no creyente son llamados a permanecer juntos. La enseñanza del apóstol no es el romper el matrimonio sino fortalecerlo.   Pedro les enseña a las nuevas mujeres conversas que prediquen con el ejemplo, sean puras, hermosas en espíritu y que aprendan del ejemplo de mujeres de fe.

Predicando con el ejemplo. Las nuevas convertidas podrían volver locos a sus esposos inconversos al recordarles continuamente lo que es obvio para ellas, que deben arrepentirse de sus pecados y creer en Jesús. Obviamente, esto necesita ser dicho pero no tiene que ser repetido tanto de tal forma que empiecen a resentir el evangelio.

Los cristianos no son llamados a ser destrozadores de hogares. Hay sectas especializadas en la destrucción de hogares. Si el esposo incrédulo no viene a Cristo, a la esposa se le dice que se vaya. Los hijos que se comprometen con tales sectas son instruidas a rechazar a miembros de la familia que no están de acuerdo con ellos. Lo que Pedro enseña está en oposición a esto.

La esposa creyente debe quedarse. Sin embargo, si el esposo la rechaza, ella es libre para irse. Pablo escribe, “Pero si el incrédulo se separa, sepárese; pues no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso, sino que a paz nos llamó Dios” (I Corintios. 7:15).

Los cristianos buscan la pureza y la reverencia en el matrimonio. La gran cualidad que el cristiano trae al matrimonio es la santidad de Dios. El compañero cristiano tratará de evitar el mal y dedicarse a hacer el bien. El marido incrédulo verá esto como una cualidad honorable. También se dará cuenta que no puede hacer eso, y debe ser animado a buscar al Señor para solucionarlo.

Belleza interna. La cristiana convertida puede ser tentada a ganar al marido a través de formas sensoriales o sensuales. El apóstol les recuerda a las hermanas que la belleza interna siempre prevalece por encima de la belleza externa que se desvanece.

Aprendiendo de heroínas de la fe. Sarah fue conocida por su belleza exterior pero Pedro apunta que ella también había aprendido el arte de la sumisión  y la belleza interior. Llamaba a su esposo, “Señor.” Eso suena raro para nosotros hoy. ¿Sería comparable a decir “señor” o “señora”? Cualquiera que sea el sinónimo, ella le hablaba a su esposo con un respeto sincero.

Una relación respetuosa entre un marido y una mujer siempre fortalecerá la relación.   Así que Pedro llama a los maridos, “de la misma forma”  traten a sus esposas con respeto. Es encantador ver a una pareja tratarse el uno a la otra con sumo respeto. Sólo puede traer el bien y puede ser de buena influencia para otros miembros de la familia.

Tratarse el uno al otro con sumo respeto no significa encubrir comportamiento dañino y pecaminoso. Si un esposo es abusivo con los niños u otras personas, o si la esposa trata a otra gente de forma degradante, es responsabilidad de los compañeros lidiar con tales asuntos. El respeto mutuo requiere del respeto a otros también.

Reconociendo quienes somos. El apóstol identifica a la mujer como el “buque más débil.”  En nuestro ambiente igualitario, esto suena ofensivo. Sin embargo, es obvio que hay diferencias físicas en las habilidades entre el jugador de fútbol masculino y la jugadora de fútbol femenina. Para estar seguros, hay algunas jugadoras que son mejores que los jugadores, pero como regla, los hombres son más fuertes que las mujeres. Pero entonces, ¿cuántos hombres pueden tener bebés? Hay obvias diferencias biológicas que Dios ha diseñado en la creación. Pedro presenta un punto de vista complementario y no igualitario de esposos y esposas. Cada compañero es llamado a ser responsable en el papel que les corresponde.

El apóstol les recuerda a los esposos y esposas que ambos son “herederos de gracia.” En cuanto a su salvación, no hay hombre o mujer (Gálatas 3:28) sino que son uno en Cristo.

La pareja que ora unida permanece unida. Esta enseñanza acerca de la sumisión en el matrimonio concluye con la esposa y el esposo orando juntos y sometiéndose mutuamente al Señor en oración. El matrimonio es un triángulo: Dios, el esposo y la esposa. Qué bendición cuando los hijos pueden unirse a la oración. “La familia que ora unida permanece unida.”

 

SUMISIÓN MUTUA EN LA IGLESIA

1 Pedro 3:8-12.    Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables; no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición. Porque: El que quiere amar la vida  Y ver días buenos, Refrene su lengua de mal,  Y sus labios no hablen engaño; Apártese del mal, y haga el bien; Busque la paz, y sígala.  Porque los ojos del Señor están sobre los justos, Y sus oídos atentos a sus oraciones; Pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal  

 

Como conclusión a esta sección de enseñanza acerca de la sumisión,  Pedro apunta su atención a la Iglesia. En el siguiente capítulo más será dicho acerca de esto mientras Pedro habla del asunto del sufrimiento.

         ¡En los versículos 8-12 son resaltados varios rasgos de la sumisión que fortalecerían a cualquier iglesia!

         Vivir en armonía. La armonía es la habilidad de vivir en unidad y acuerdo. Es lo opuesto a causar problemas, pelar, y traer desunión entre hermanos. Los cristianos buscan ser una mente el uno con el otro.

         Amor como hermanos. El lenguaje de la familia (hermano, hermana) es emparejado con el lenguaje del amor. Los creyentes deben aceptarse los unos a los otros como familia y buscar la forma de mostrar su amor mutuo.

         Se compasivo y humilde. Literalmente, el ser compasivo  es tener pasión para hacer el bien a otros. Esto requiere un espíritu humilde, en donde consideras al otro más que a ti mismo.

         No pagues mal por mal. Los apóstoles asumieron que los hermanos han hecho el mal el uno al otro. La instrucción es que no se vengue. Alguien tiene que ser el primero en hacer el bien. “Deja que la solución empiece contigo.”

         Bendíganse mutuamente. Las bendiciones son actos del favor de Dios. Los cristianos existen para heredar las bendiciones de Dios (v. 9). El camino a tales bendiciones incluye:

a.       Bendiciendo a otros cuando te hacen mal

b.      Guardando tu lengua del mal

c.       Dándole la espalda al mal y haciendo el bien

d.      Buscando la paz

e.       Orando de acuerdo a la justicia de Dios.

 

La Biblia enseña que el pueblo de Dios existe para ser bendecida para poder bendecir a otros. Busca Génesis 12:1-3. Dios dijo que bendeciría a Abraham; lo haría como una bendición a otros; Dios bendeciría a aquéllos que bendicen a Abraham y a través de Adán todas las familias de la tierra serán bendecidas. 

Al Malvado le gustaría hacer que los creyentes maldigan a Dios y a otros. Pedro les recuerda a los creyentes que deben continuar bendiciendo a Dios y a otros, aún en tiempos de persecución.

Lo que es enseñado aquí es diferente a lo que el hombre natural quere hacer. Nuestra tendencia es la de repagar mal con mal, queremos azotar de regreso  y ejecutar justicia en nuestros propios términos. La Escritura nos llama a humillarnos y someternos al Señor, aún cuando enfrentemos persecución, esclavitud cruel, compañeros incrédulos y actos malignos en la iglesia.

 

sábado, 26 de julio de 2025

LA OBRA Y LAS OBRAS DE LA GRACIA


Efesios 2; 1-7

1 Y a vosotros, que estabais muertos por vuestras culpas y pecados, 2 en los que a la sazón caminabais según el eón de este mundo, según el príncipe de la potestad del aire, el espíritu que actúa ahora entre los hijos de la desobediencia... 3 Entre los cuales también nosotros todos vivíamos entonces según las concupiscencias de nuestra carne; cumplíamos los deseos de la carne y de los impulsos y éramos, por naturaleza, hijos de ira exactamente como los otros. 4 Pero Dios, que es rico en misericordia, por el mucho amor con que nos amó, 5 y muertos como estábamos por nuestros pecados, nos ha vivificado con Cristo -por gracia habéis sido salvados-,6 y con Él nos resucitó, y con Él nos sentó en los lugares celestiales con Cristo Jesús 7 para mostrar en los siglos venideros la extraordinaria riqueza de su gracia por su bondad hacia nosotros en Cristo Jesús.

Según Pablo la humanidad se divide en dos grupos, por muy desiguales que sean en número y magnitud: judíos y gentiles. No se trata de un nacionalismo de vía estrecha, en el que hubiera caído el judío Pablo. Es Dios el que ve así a la humanidad, Dios para quien no cuenta el número y la masa. Por su elección especial y por el misterio de su misión este pequeño pueblo escogido por Dios sirve de contrapeso al mundo pagano, por innumerables que sean sus pueblos. Esta división fundamental sirve de base a Pablo para diferenciar a judíos y gentiles.

Pero, mientras en la carta a los Romanos, Pablo describe minuciosamente el estado de pecado entre gentiles y judíos, aquí se contenta con destacar en ambos el fundamento y la fuente de su antigua esclavitud respecto al pecado.
Pablo había empezado diciendo que nos encontrábamos en una condición de muerte espiritual en pecados y transgresiones; ahora dice que Dios, en Su amor y misericordia, nos ha dado la vida en Jesucristo. ¿Qué quiere decir exactamente con eso? Ya vimos que estaban implicadas tres cosas en estar muertos en pecados y transgresiones. Jesús tiene algo que hacer con cada una de estas cosas.
(i) Ya hemos visto que el pecado mata la inocencia. Ni siquiera Jesús puede devolverle a una persona la inocencia que ha perdido, porque ni siquiera Jesús puede atrasar el reloj; pero lo que sí puede hacer Jesús, y lo hace, es librarnos del sentimiento de culpabilidad que conlleva necesariamente la pérdida de la inocencia.
Lo primero que hace el pecado es producir un sentimiento de alejamiento de Dios. Cuando una persona se da cuenta de que ha pecado, se siente oprimida por un sentimiento de que no debe aventurarse a acercarse a Dios. Cuando Isaías tuvo la visión de Dios, su primera reacción fue decir: «¡Ay de mí, que estoy perdido! Porque soy un hombre de labios inmundos, y vivo entre personas que tienen los labios inmundos» Isaías 6:5). Y cuando Pedro se dio cuenta de Quién era Jesús, su primera reacción fue: «¡Apártate de mí, porque yo soy un hombre pecador, oh Señor!» (Lucas 5:8).
Jesús empieza por quitar ese sentimiento de alejamiento.
Él vino para decirnos que, estemos como estemos, tenemos la puerta abierta a la presencia de Dios. Supongamos que hubiera un hijo que hubiera hecho algo vergonzoso, y luego hubiera huido porque estaba seguro de que no tenía sentido volver a casa, porque la puerta estaría cerrada para él. Y entonces, supongamos que alguien le trae la noticia de que la puerta la tiene abierta, y le espera una bienvenida cálida en casa. ¡Qué diferentes haría las cosas esa noticia! Esa es la clase de noticia que nos ha traído Jesús. Él vino para quitar el sentimiento de alejamiento y de culpabilidad, diciéndonos que Dios nos quiere tal como somos.
(ii) Ya vimos que el pecado mata los ideales por los que viven las personas. Jesús despierta el ideal en el corazón humano. Cristo nos da la gloria.
 La gracia de Jesucristo enciende de nuevo los ideales que habían extinguido las caídas sucesivas en pecado. Y al encenderse de nuevo, la vida se convierte otra vez en una escalada.
(iii) Por encima de otras cosas, Jesucristo aviva y restaura la voluntad perdida. Ya vimos que el efecto mortífero del pecado es que destruía lento pero seguro la voluntad de la persona, y que la indulgencia que había empezado por un placer se había convertido en una necesidad. Jesús crea otra vez la voluntad.
Eso es de hecho lo que hace siempre el amor. El resultado de un gran amor es siempre purificador. Cuando uno se enamora de veras, el amor le impulsa a la bondad. Su amor al ser amado es tan fuerte que quebranta su antiguo amor al pecado.
Eso es lo que Cristo hace por nosotros. Cuando Le amamos a Él, ese amor recrea y restaura nuestra voluntad hacia la bondad.  
Los étnico cristianos estaban en otro tiempo al servicio de poderes enemigos de Dios. Eran, por decirlo así, ciudadanos pleno iure en el reino del príncipe de este mundo, instrumentos arbitrarios de su odio profundo hacia Dios, aspecto éste del pecado que, a pesar de olvidarse frecuentemente, merecería una reflexión muy seria.

Con un lenguaje, para nosotros desacostumbrado y condicionado por la época, se dice aquí de Satán que actúa en el eón de este mundo. La palabra «eón» tiene muchas significaciones: eternidad, época histórica, espacio histórico, espacio aéreo. Aquí hay que suponer una significación especial, que no podemos explicar con plena seguridad. Con esta palabra se indica algo que nosotros llamaríamos, de manera muy imperfecta, el espíritu del tiempo; pues en el concepto «eón» se contenía, para el mundo de los destinatarios de la carta, algo de eterno, personal e incluso divino. Cuando aquí se trata del eón del mundo o, más bien, del mundo como eón, no es el mundo como realidad visible, ni tampoco se insinúa una especial significación o perspectiva del universo. Es un uso, totalmente particular, de la palabra «mundo», considerado como un ser soberano por sí mismo, que se basta a sí mismo y que, por ello, prácticamente se enfrenta con Dios. «Eón de este mundo» quería, por tanto, decir: un poder satánico y antidivino que empuja a considerar al mundo como Dios y a adoptar ante él la actitud consiguiente.

Por debajo de Dios está realmente, como fuerza propiamente impulsora, Satán, «el príncipe de la potestad del aire». El aire (incluso el cielo), concebido como la zona inferior de la atmósfera, era considerado como la zona residencial de los malos espíritus. Esta situación «elevada» los coloca en una actitud superior, y, en su calidad de invisibles e inalcanzables, los hace doblemente peligrosos. Tienen un señor que manda sobre ellos. Es Satán. Podemos podar esta concepción del follaje mítico de la época, y nos encontramos ante una gran verdad: Dios tiene en Satán un adversario (aunque en plano inferior), y este adversario tiene poder en el mundo, y en la guerra entre Dios y Satán se trata precisamente de los hombres.

Todavía queda una tercera denominación: «del espíritu que actúa ahora entre los hijos de la desobediencia...» Es el mismo Satán, aunque no deja de ser extraño que, por las exigencias gramaticales, haya que igualarlo con el aire, de cuyo dominio se venía hablando. El príncipe de este mundo domina y define el aire, es decir, la atmósfera en que los hombres viven.

Esta atmósfera es su arma eficaz y peligrosa, y sabe muy bien servirse de ella. Es el aire, al que los «hijos de la rebelión» se entregan incondicionalmente. Es el aire, en el que la cristiandad de origen pagano tiene que vivir. Es esa atmósfera, con la que el «príncipe de este mundo» presenta al hombre la realidad como eón, como algo soberano que sólo obedece a su propio mecanismo de leyes y viene finalmente a reemplazar al mismo Dios. El hombre, que incurre en ello, se pone como fin y meta de su vida a este mundo satánico, así entendido. Introduce el pecado y el mal en su propio corazón, que llegan a tomar incremento y a poner un dique al primitivo impulso del hombre hacia el bien. Y así al final viene éste a convertirse en esclavo del príncipe de las tinieblas y cosecha la muerte («que estabais muertos por vuestras culpas y pecados»). Éste es el pasado tenebroso que los étnico cristianos no deberían olvidar; el oscuro subsuelo, sobre el que puede proyectarse la luz de la salvación con redoblada fuerza, fuente de una duradera y siempre renovada alegría y de un agradecimiento desbordante.
Otra vez vuelve el Apóstol a la raíz del pecado. Pero aquí, como se trata de los que antes eran judíos, no predomina la perspectiva del engaño seductor del mundo y de los poderes satánicos que se sirven de aquél. Pues el judío conoce los caminos de Dios, conoce su voluntad expresada en la ley. Más bien sucumbe a las fuerzas subsidiarias, que para el mundo y Satán representan las tendencias íntimas del hombre, y que aquí se llaman «las concupiscencias de nuestra carne».

Pero para Pablo el concepto «carne» tiene mayor extensión de lo que nosotros a primera vista entendemos, cuando hablamos de los pecados de la carne. Carne es para san Pablo todo el hombre, en cuanto que -abandonado a sus propias fuerzas-, como hijo y heredero del primer padre caído, «está inclinado al mal desde su juventud» (Génesis 6:5). ¿Dónde está la debilidad radical de este hombre? Sencillamente en que, por su propio natural, no es consciente de su absoluta e impensable dependencia de Dios. Y así tiene siempre la tentación de convertir al propio yo en medida, instrumento y meta de todo su pensar, su querer y su hacer. Por eso podemos definir la «carne» en sentido paulino como el egoísmo natural del hombre caído. Y siendo esta adhesión al yo la infraestructura de todo pecado, será bienvenido todo lo que nos pueda ayudar a buscar sólo a Dios y a Cristo y a servirlos en nuestra vida.

«...por naturaleza, hijos-de-ira» significa aquí claramente la imposibilidad natural de evitar el pecado y escapar a la ira de Dios con las solas fuerzas de la naturaleza caída. Y si, siguiendo más adelante, nos preguntamos cómo se ha llegado a este «estado natural», tendríamos que recurrir a la doctrina del pecado original. En una palabra, gentiles y judíos, toda la humanidad, están sin salvación bajo el dominio del pecado.

Pero ¿es correcta esta descripción? Prescindiendo de la María, ¿no nos da la Escritura testimonio de la vida de una Isabel, de un Zacarías, de un Juan Bautista? Y el mismo Pablo ¿no escribe sinceramente que, cuando era fariseo, vivía «irreprensible» en la observancia de la ley divina (Filipenses 3:6)? ¿Cómo considera ahora a todos las demás hijos de ira, que han vivido «según las concupiscencias de la carne»? La respuesta es ésta: aquí, como más expresamente en la carta a los Romanos, parece como si Pablo, para probar la universalidad del pecado humano, sacara un argumento de la experiencia y de la historia. Pero un «argumento» así no es naturalmente posible, y en el fondo Pablo no se demora mucho en ello. Él parte siempre de la revelación. Por ella sabe que sólo en Cristo Jesús está la salvación para todos. No hay ningún camino, fuera de él, que lleve a la salvación. Por eso concluye lógicamente: luego todos están necesitados de redención, luego «todos han pecado y están privados de la gloria de Dios». Esta es la verdad revelada que Pablo aquí -y mucho más en la carta a los Romanos- amplía retóricamente, al describir a todos como esclavos del pecado. Aquí, como muchas veces en la Sagrada Escritura, hay que distinguir entre la verdad que el escritor quiere expresar, y la manera como lo hace. Pablo ha señalado el fondo tenebroso. Esto lo hace adrede. Cree que es muy importante que a sus fieles les quede muy grabada en la conciencia su situación inicial, una situación humanamente sin perspectiva. Y es muy comprensible: sin conciencia de pecado no hay necesidad de salvación, sin necesidad de salvación no hay alegría de redención, sin alegría de redención no hay verdaderamente un alegre mensaje. Si con nuestra palabra y nuestra vida no traemos a los hombres alegría, paz, felicidad, le falta entonces a nuestro cristianismo y a nuestro mensaje fuerza de penetración. Esto explica por qué san Pablo insiste tanto en nuestra situación inicial, humanamente hablando, desesperada; y esto con razón tanto mayor cuanto que anteriormente ha hablado con entusiasmo de las vicisitudes del gran don que Dios nos ha hecho en Jesucristo.

La situación inicial de paganos y judíos ha quedado descrita: perdición sin remedio. Ahora viene el viraje repentino: «Pero Dios...»: sí, sólo él puede aquí ayudarnos y lo ha hecho realmente. Pero téngase en cuenta cómo cada palabra del Apóstol subraya el carácter marcadamente gratuito de esta intervención divina: «Dios, que es rico en misericordia», «por el mucho amor», «muertos como estábamos». No es ésta simplemente una muerte que consiste en la falta de vida; sino una muerte que consiste en la separación de Dios, en la enemistad con él. Es la misma idea expuesta en la carta a los Romanos: «Dios nos demuestra su amor en el hecho de que Cristo murió por nosotros cuando aún éramos pecadores... Cuando aún éramos sus enemigos, nos ha reconciliado por la muerte de su Hijo» (Rm 5; 8).

A decir verdad, en nosotros no había nada que pudiera «estimular» el amor de Dios. Pero así es precisamente el amor de Dios: no necesita, como el amor humano, el aliciente de la amabilidad del objeto. El amor de Dios crea la amabilidad de su objeto. Uno no es amado por Dios porque sea amable, sino que es amable porque es amado por Dios.

«Nos ha vivificado con Cristo». Al pronunciar estas palabras, de tal manera se apretujan en la mente de Pablo las impensables hazañas de Dios (encarnación, crucifixión, resurrección y el bautismo cristiano como participación de todo esto), que llega como a perder el hilo de su pensamiento. Tiene que interrumpirse (cosa en él frecuente), pero aquí con una llamada de atención incidental (cosa en él muy rara): lo que bulle en su interior pugna por salir fuera, y no puede menos que sacudir la atención de sus lectores, para empujarlos hacia el objetivo, en que para él descansa todo: «por gracia habéis sido salvados».

«Salvados». Hay que haberlo vivido. Hay que haber sido literalmente arrancado de una muerte segura, para comprender en la más íntima fibra del propio ser lo que significa «salvado», aun cuando no fuera más que en esta pobre y corta existencia terrena. Si queremos que la Palabra de Dios se convierta para nosotros en una vivencia, hemos de intentar bucear en la escuela de las experiencias de la vida, con las que los conceptos descarnados e incoloros adquirirán una nueva luz. Éste es el caso de la vivencia de la propia salvación. La vida está llena de parábolas, y Jesús con su lenguaje parabólico nos ha enseñado a valorar la vida de cada día a la luz del mensaje de Dios.

Esto por lo que se refiere a la expresión «salvados». Pero el énfasis particular de la llamada incidental del Apóstol no está ahí, sino en la expresión «por gracia». Esto es lo que preocupa a Pablo en primer plano. Es el pensamiento fundamental y orientador de su ya larga lucha por un Evangelio liberado de la ley.
Pablo cierra este pasaje con una gran exposición de aquella paradoja que siempre subyace en el corazón de esta visión del Evangelio. Esta paradoja tiene dos caras.
(i) Pablo insiste en que es por gracia como somos salvos. No hemos ganado la salvación ni la podríamos haber ganado de ninguna manera. Es una donación de Dios, y nosotros no tenemos que hacer más que aceptarla. El punto de vista de Pablo es innegablemente cierto. Y esto por dos razones.
(a) Dios es la suprema perfección; y por tanto, solo lo perfecto es suficientemente bueno para él. Los seres humanos, por naturaleza, no podemos añadir perfección a Dios; así que, si una persona ha de obtener el acceso a Dios, tendrá que ser siempre Dios el Que lo conceda, y la persona quien lo reciba.
(b) Dios es amor; el pecado es, por tanto, un crimen, no contra la ley, sino contra el amor. Ahora bien, es posible hacer reparación por haber quebrantado la ley, pero es imposible hacer reparación por haber quebrantado un corazón. Y el pecado no consiste tanto en quebrantar la ley de Dios como en quebrantar el corazón de Dios. Usemos una analogía cruda e imperfecta.
Supongamos que un conductor descuidado mata a un niño. Es detenido, juzgado, declarado culpable, sentenciado a la cárcel por un tiempo y/o a una multa. Después de pagar la multa y salir de la cárcel, por lo que respecta a la ley, es asunto concluido. Pero es muy diferente en relación con la madre del niño que mató. Nunca podrá hacer compensación ante ella pasando un tiempo en la cárcel y pagando una multa. Lo único que podría restaurar su relación con ella sería un perdón gratuito por parte de ella.
Así es como nos encontramos en relación con Dios. No es contra las leyes de Dios solo contra lo que hemos pecado, sino contra Su corazón. Y por tanto solo un acto de perdón gratuito de la gracia de Dios puede devolvernos a la debida relación con 11.
(ii) Esto quiere decir que las obras no tienen nada que ver con ganar la salvación. No es correcto ni posible apartarse de la enseñanza de Pablo aquí -y sin embargo es aquí donde se apartan algunos a menudo. Pablo pasa a decir que somos creados de nuevo por Dios para buenas obras. Aquí tenemos la paradoja paulina. Todas las buenas obras del mundo no pueden restaurar nuestra relación con Dios; pero algo muy serio le pasaría al cristiano si no produjera buenas obras.
No hay nada misterioso en esto. Se trata sencillamente de una ley inevitable del amor. Si alguien nos ama de veras, sabemos que no merecemos ni podemos merecer ese amor. Pero al mismo tiempo tenemos la profunda convicción de que debemos hacer todo lo posible para ser dignos de ese amor.
Así sucede en nuestra relación con Dios. Las buenas obras no pueden ganarnos nunca la salvación; pero habría algo que no funcionaría como es debido en nuestro cristianismo si la salvación no se manifestara en buenas obras.
Como decía Lutero, recibimos la salvación por la fe sin aportar obras; pero la fe que salva va siempre seguida de obras. No es que nuestras buenas obras dejen a Dios en deuda con nosotros, y Le obliguen a concedernos la salvación; la verdad es más bien que el amor de Dios nos mueve a tratar de corresponder toda nuestra vida a ese amor esforzándonos por ser dignos de él.
Sabemos lo que Dios quiere que hagamos; nos ha preparado de antemano la clase de vida que quiere que vivamos, y nos lo ha dicho en Su Libro y por medio de Su Hijo. Nosotros no podemos ganarnos el amor de Dios; pero podemos y debemos mostrarle que Le estamos sinceramente agradecidos, tratando de todo corazón de vivir la clase de vida que produzca gozo al corazón de Dios.

«...y con Él nos resucitó y con Él nos sentó en los lugares celestiales, en Cristo Jesús». Podíamos parafrasear este versículo d este modo: “Seremos resucitados juntamente con Cristo a una vida en la nueva creación, y podemos hablar de eso como si fuera algo ya logrado porque, primero, el hecho decisivo de la resurrección del Hombre representativo, Jesús, ya sucedió, y segundo, ya comenzamos a participar de algunos aspectos de esa vida en la nueva creación en nuestra actual unión con él.”
 Tres «nos» que encontramos en los versículos 5 y 6 señalan nuestra unión con Cristo: 1) en su resurrección; 2) en su ascensión; y 3) en su papel actual a la diestra de Dios. Desde este lugar de compañerismo,Él nos concede que participemos en las obras del poder de su reino.
Debido a la resurrección de Cristo, sabemos que nuestros cuerpos también resucitarán (1Co 15:2-23) y que ya se nos ha dado el poder para vivir ahora la vida cristiana (1Co 1:19). Estas ideas se hallan combinadas en la imagen de Pablo cuando habla de estar sentado con Cristo en "lugares celestiales" . Nuestra vida eterna con Cristo es cierta, porque estamos unidos en su poderosa victoria.
 He aquí una audaz e inaudita visión de la realidad cristiana, de la que hemos tenido ya ocasión de hablar. Nuestra cabeza está elevada sobre todos los cielos a la derecha del Padre, nuestra cabeza, cuyos miembros somos nosotros y que con ella formamos un cuerpo, aún más un hombre (Gálatas 3:28). En ella también hemos sido glorificados. Hay algo que nos separa de esta realidad fundamental, siendo así que nuestra efectiva participación en la gloria de Dios es todavía una mera esperanza; pero tenemos la garantía del Espíritu Santo, poseído ya por nosotros, y que es la «prenda de nuestra herencia». Esto, para la fe de Pablo, quiere decir ser cristiano.
Pablo alude tres veces a esta idea: el último objetivo de la actuación de Dios no puede reposar en el hombre, sino que es «alabanza de la gloria de su gracia». Igualmente aquí en toda misericordia, en todo amor, el último objetivo sólo puede ser la gloria de Dios. Durante toda la eternidad se reconocerá y glorificará, con admiración siempre nueva, la inconmensurabilidad de su gracia, manifestada en la bondad que nos ha mostrado «en el Amado».


¡Maranatha!

lunes, 21 de julio de 2025

ELEGIDOS DE DIOS (9)

 

LA IGLESIA COMO NACIÓN SANTA Y PUEBLO ADQUIRIDO POR DIOS

 

1 Pedro 2:9-16

Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma, manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras.  Por causa del Señor someteos a toda institución humana, ya sea al rey, como a superior, ya a los gobernadores, como por él enviados para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien. Porque esta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres insensatos; como libres, pero no como los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios.

 

La Iglesia del Nuevo Testamento es llamada nación en la Biblia. El apóstol Pedro llama a la Iglesia una generación escogida, una nación santa y Su pueblo. Él no dice, “como una nación” sino “nación santa.” La Iglesia es la nación de Dios del día de hoy. Dios reina en Su nación santa, a través de sus profetas, sacerdotes, ciudadanos, y gobernantes. Esta iglesia ha existido desde el principio de los tiempos y el Hijo la reúne, defiende y preserva por siempre. El Catecismo de Heidelberg dice:

Domingo 21, P/R 54

P. ¿Qué crees de la santa Iglesia cristiana católica?

R. Que el Hijo de Dios, desde el principio hasta el fin del mundo, de todo el género humano, congrega, guarda y protege para sí, por su Espíritu y su palabra en la unidad de la verdadera fe, una comunidad, elegida para la vida eterna; de la cual yo soy un miembro y permaneceré para siempre.

 

Al examinar las enseñanzas de Pedro acerca de los propósitos de elección de Dios para la Iglesia notamos que la elección divina no se trata solamente de la salvación personal, también se trata del ser sacerdotes, nación santa, pueblo adquirido por Dios y profetas dentro del contexto de un sistema religioso romano pagano y judío apóstata. Mientras examinamos a la Iglesia como la Nación de Dios vemos que la Iglesia es una, santa, universal y está en el mundo.

 

2:9. UNA. LA IGLESIA ES “UNA” NACIÓN SANTA

 

Pedro habla acerca de “una” nación santa y no dos o más naciones santas. La Iglesia es una. Es católica, en el sentido de que es universal. La nación de Dios no es la nación de Israel del día de hoy. No existen dos naciones de Dios: una siendo la iglesia y la otra siendo la nación de Israel. Hay un cambio aquí del AT a los tiempos post-Pentecostés del NT. La nación de Israel había sido la teocracia de Dios en donde  reinó a través de los profetas, sacerdotes y reyes. Sin embargo, los líderes de Israel habían rechazado a Jesús como profeta, sacerdote y rey y ahora Jesús asigna a nuevas personas que tomen cargos y Pedro declara UNA nueva nación la cual también es su pueblo. 

         Para el cristiano judío en el primer siglo puede ver cómo el simbolismo de Pedro traería duda acera del estado, la gente y la religión de Israel. ¿Cuándo serían cumplidas las profecías del Antiguo Testamento acerca de Israel como nación? El capítulo uno apunta hacia la herencia final. La herencia final es garantizada por la resurrección de Jesús. El pueblo de Dios irá a estar con Él. No tiene que venir de nuevo para salvarnos. La herencia final, la cual incluye la restauración de Israel, el reconocimiento de los patriarcas junto con los apóstoles, la Nueva Jerusalén terminada como Ciudad de Dios, será en la Consumación (Apocalipsis21).  1 Pedro 1:4 dirige al creedor al cielo y no a un milenio terrenal para poder recibir la herencia. La insistencia de muchos cristianos de que Jesús debe regresar a la tierra para salvar, reinar y construir su iglesia va en contra de las enseñanzas de Pedro en los capítulos 1 y 2. El capítulo 1 claramente coloca la fe y herencia de judíos y la creencia de gentiles en el cielo y el capítulo 2 proyecta el cumplimiento espiritual de la tipología nacional y religiosa en el establecimiento de la Iglesia, a través de la cuál Cristo hablará, reinará y reconciliará.

         Las escrituras documentan el rechazo de Jesús como Rey, Profeta y Rey. Jesús fue crucificado con una señal sobre su cabeza, “Este es Jesús, rey de los judíos.” Jesús fue rechazado como profeta. Los líderes religiosos se erizaron al pensar en que Jesús proclamaba ser el Mesías, el Hijo de Dios, Jesús fue rechazado como Sumo Sacerdote, y sin embargo, Jesús continuó intercediendo por Su pueblo: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen.” En la resurrección, ascensión y reino, Jesús continúa como supremo profeta que habla a Su pueblo a través de su Palabra y en su predicación; el Sumo  Sacerdote que intercede por nosotros ante el Padre y el Rey de reyes y Señor de señores reina por encima de todo.

         Los apóstoles llaman a la Iglesia la Israel de Dios (Gálatas 6:16 Y a todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos, y al Israel de Dios.). Los cargos de profeta, sacerdote y reina están detallados en cuanto a líderes y miembros de la iglesia siendo escogidos por el Espíritu Santo y sirviendo a Cristo. El reino de Dios [teocracia, su gobierno directo] es manifiesto a través de la Iglesia, la nación real.

         El gobernante supremo es Jesús como Señor resucitado y reinante. El reina a través de Su Palabra y Espíritu en la Iglesia. Dios reina a través de sus creyentes. Todos los creyentes son llamados a ser profetas, sacerdotes, ciudadanos y reinar con Cristo. Estas responsabilidades individuales son ayudadas por la presencia de ancianos y líderes en la iglesia. Dios provee liderazgo a través de la iglesia local. Los creyentes son guiados por los ancianos, quienes tienen habilidades para dirigir de diferentes formas, como ancianos gobernantes, ancianos evangelistas, ancianos maestros, pastores y ancianos predicadores, y ancianos misioneros. Los ancianos, a cambio, se relacionan con la iglesia local, y por delegación a nivel regional, nacional, e internacional.

         Nos regocijamos cuando la iglesia es bendecida con predicadores, maestros, evangelistas, misioneros y consejeros fieles. ¡También alabamos a Dios cuando creyentes son habilitados para servir al Señor como profetas, sacerdotes y siervos-gobernantes en la sociedad!

         La iglesia es una en fe verdadera. Pedro es un anciano en la iglesia en Jerusalén, el apóstol de los judíos, sin embargo él identifica a la iglesia judía y a la iglesia gentil como una. ¿Cómo puede ser la iglesia una cuando está esparcida por todos lados? Algunos no  se han conocido todavía. Eran una a través de su fe en Jesucristo. Los creyentes del Antiguo Testamento estaban expectantes acerca de la venida de Jesús y los creyentes del Nuevo Testamento miran hacia atrás a Su venida, Su obra redentora y Su intercesión en el cielo.

         La unidad de la Iglesia ya existe. Usted no tiene que crear unidad pero debe de vivir de acuerdo a ella. El protestantismo del siglo XVI afirmó que su unidad no era estructural (cada nación tiene su propia iglesia protestante) sino espiritual. El Domingo 21 del catecismo de Heidelberg dice: “en la unidad de la fe verdadera.”

         No hay un solo idioma, cultura, etnia, o iglesia nacional o denominacional. En el Antiguo Testamento el pueblo de Dios tenía que ir a Israel y Jerusalén. Ahora los judíos y gentiles cabrían en una iglesia y se pueden reunir en donde sea. La transición no fue fácil. Los judíos cristianos tuvieron problemas con los gentiles cristianos que no seguían las leyes religiosas judías. Y los gentiles cristianos tuvieron problemas con los judíos cristianos porque parecía que los judíos cristianos estaban recibiendo trato preferencial.

         La Iglesia es para todos los grupos étnicos. La iglesia es para ambos inmigrantes holandeses así como para inmigrantes mexicanos, o chinos, o cualquier nación. Ningún grupo étnico puede reclamar la iglesia por si mismo. ¡Dios habla y entiende español y así también el inglés! Dios conversa en idiomas angelicales así como idiomas humanos. La música de guitarra mexicana es tan aceptable a sus oídos como las melodías de órgano genovés. Dios no tiene preferencia por el órgano, la guitarra o los tambores. ¡Él acepta la adoración de Sus cantores monótonos e instrumentos desafinados! Él manda que le adoren con todo instrumento, en toda lengua y por toda gente. ¡Somos llamados a hacerlo decentemente y en orden y para Su gloria y honra! (1 Corintios 14:33,40  pues Dios no es Dios de confusión, sino de paz. Como en todas las iglesias de los santos 34  vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. 35  Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación. 36  ¿Acaso ha salido de vosotros la palabra de Dios, o sólo a vosotros ha llegado? 37  Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor. 38  Mas el que ignora, ignore. 39  Así que, hermanos, procurad profetizar, y no impidáis el hablar lenguas; 40  pero hágase todo decentemente y con orden.).

         Dios no tiene una denominación de iglesia favorita. Él no dice, “A mí me gusta mucho la iglesia holandesa reformada, pero no aguanto a los pentecostales chinos. Él no nos ve de acuerdo a nuestra denominación sino de acuerdo a nuestra elección. Somos una generación escogida. Debemos buscar compañerismo (no necesariamente federación) con cristianos de otras denominaciones. La unidad del Cuerpo requiere esto.

         La denominación a la que pertenezco sufre de ser dominada por las tradiciones religiosas y valores étnicos europeos. Nuestra falta de evangelismo no se debe a una ignorancia del mensaje del evangelio sino de una subyacente sospecha de gente que no es como nosotros.   En el tiempo colonial tal discriminación era expresada en la inaceptación de esclavos en la iglesia. Hoy en día tenemos dificultades encontrando un lugar para los inmigrantes ilegales en nuestro liderazgo y hermandad en la iglesia.   La mala noticia es que así somos. La buena noticia es que Dios puede sacarnos de la oscuridad y llevarnos a Su luz; transformar a aquéllos que no eran un pueblo en un pueblo y dar misericordia a aquéllos que necesitan misericordia.

         La unidad de la iglesia está basada en gracia. Pedro continuamente les recuerda a sus lectores que son elegidos por la gracia de Dios. Gracia significa recibir un favor inmerecido. Así que la iglesia es llamada de la oscuridad, hecha un Pueblo, aquéllos que antes no lo eran y ser dados misericordia para que puedan ser misericordiosos con otros. Evangelismo, plantación de iglesias y crecimiento, y el testimonio de la gracia de Dios, misericordia y justicia en todas las áreas de la vida es la misión de la Iglesia. 

         Solamente hay una fe y un Señor. ¡No es que los bautistas y pentecostales tengan un Señor y que los reformados y presbiterianos tengan otro Señor! El es Señor de todo. No hay dos estándares para enseñar nuestra sumisión. ¡Sólo hay una ley de Dios y un evangelio! Se aplica a todos los creyentes. No es que los armenios tengan una fe y los calvinistas otra. ¡Ya sea que tenemos fe verdadera o no tenemos nada de fe! Somos llamados a conformarnos a la Palabra de Dios y no hay substituto para esto.

         La unidad del reino ya existe y debemos conformarnos a él. Hacemos bien al frecuentemente confesar juntos que somos parte de “una iglesia católica y apostólica” y recordar que tal Iglesia, con tal Señor ya existe y que hemos de unirnos a ella por fe. La verdadera iglesia católica o universal es la unión de todos los creyentes que viven conforme a la Palabra y el Espíritu de Dios como es definido por los apóstoles comisionados por Cristo. Es irónica que muchas iglesias y líderes que dicen que son apostólicos o apóstoles, no viven conforma a la doctrina apostólica.

         La unidad de la iglesia es conductiva a misiones globales. ¿Cómo es posible para un misionero o evangelista de un grupo idiomático y cultural completamente diferente el ir a otro grupo étnico y evangelizar, plantar una iglesia y testificar a Jesús en cada área de la vida? La unidad y la hermandad ya existen y precede sus acciones. Tal unidad no necesita ser inventada por humanos sino que ya es dada por Dios para que los humanos participen en ella. En este sentido, los nuevos conversos son llamados a responder a tales verdades. Y los que son llamados por Dios, claman a Dios por su salvación, su santificación y su glorificación.

 

SANTA. LA IGLESIA ES UNA NACIÓN “SANTA”

 

La santidad viene del cielo y regresa al cielo y en el proceso nos sacrifica. La santidad comienza en el cielo a través de la elección. “según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él (Efesios 1:4).  La santidad viene por el Espíritu Santo a nuestros corazones, hogares, iglesias, sociedad y nos prepara para pararnos en la presencia de un Dios santo y glorioso en el cielo (Coram Deo).

         Los elegidos progresan en  santidad. No son perfectos, son llamados a arrepentirse, pueden ser, a veces, los peores pecadores, pero se arrepienten y se conforman a la santidad de Dios. Sin santidad nadie verá a Dios. Esa es nuestra meta escatológica moral.

         La santidad continuamente aparta a los elegidos para servir al propósito de Dios. Los profetas bíblicos hablan de los hijos elegidos como siendo preparados en el vientre de su madre. Aunque los hijos son concebidos y nacidos en pecado, también están continuamente siendo apartados para el servicio de Dios. Cuando los presbiterianos bautizan a niños y los bautistas dedican a niños, tienen esto en común. Están reconociendo las promesas de Dios sobre sus hijos (Hechos 2:39 Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.). Están distinguiendo a sus hijos de los niños del mundo. Si no fuera así la promesa no tiene sentido. El llamado a la santidad es dada antes del nacimiento, después el nacimiento y durante toda nuestra vida. Es parte del propósito de Dios, “Sed santos como Yo soy santo.” 1 Pedro 1:16

         El niño, al ser llamado a la santidad, es enseñado por la Ley. La Ley es su primer tutor. La Ley de Dios es aplicada a su vida mientras es dirigido a conocer a Jesús como Dios, Señor y Salvador. Jesús invitó a los niños conocerle. El llamado del evangelio es presentado a los niños. Son llamados a seguir a Jesús y aprender de Él. Un día deben responder a la pregunta que Jesús le presentó a Pedro, “¿Quién dices soy Yo?”

         El niño o adulto que confiesa a Jesús como Señor, muestra los signos de ser regenerado (1 Corintios 12: 3,4  Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo. 4  Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo.).  Sin embargo, la confesión sin un arrepentimiento genuino del pecado no es una profesión sino una farsa (Mateo. 4:17 Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado; 7:21-23 No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. 22  Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? 23  Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad).

El arrepentimiento es la acción de ser separado del pecado propio. Para el regenerado, ésta es una experiencia diaria. Aquéllos que dicen que Jesús es el Salvador del pecado, pero que ellos no tienen pecado, tienen a un Salvador desempleado y siguen siendo engañados por el Engañador.

         La Iglesia es llamada de las tinieblas para brillar con la luz del evangelio. La Iglesia es apartada para predicar y practicar el evangelio. La Iglesia es apartada por Dios para poder cumplir con este propósito misionero entre las naciones. El pueblo de Dios debe proclamar las alabanzas a Dios en todas  las áreas de la vida y a través del mundo. El púlpito sirve como la consciencia de la Iglesia y la sociedad. La banca en la iglesia y el closet en casa sirven como el lugar de intercesión y ruego para poder pedirle a Dios por Sus bendiciones y maldiciones. El cuarto del consejo de liderazgo de la iglesia, el equipo de ministerio y misiones, ejecutan el plan y programa que Dios tiene para Su gente e Iglesia.

         Todos los pensamientos, palabras y acciones del pueblo de Dios y la Iglesia de Dios son conducidos en santidad. En santidad, el pueblo de Dios y Su Iglesia están continuamente siendo apartados del pecado, el mal, el mundo y el Engañador para poder implementar y avanzar el reino de Dios.

 

UNIVERSAL. LA IGLESIA ES UNA “NACIÓN” SANTA ENTRE LAS NACIONES

 

La Iglesia tiene aplicación universal. En el Antiguo Testamento la iglesia estaba centrada en Israel. Ahora, después de Pentecostés,  se convertirá en una iglesia universal. La inclusión de los no-judíos (gentiles) al pueblo de Dios fue difícil para los creyentes judíos entender y aceptar. Sin embargo, Pedro incluye a los cristianos gentiles en la iglesia. “En otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios” (verso 10).  La Iglesia tiene doctrina y ética común y universal. La Ley, los Diez Mandamientos, el evangelio no cambian para grupos étnicos. Es universal y se aplica a todo cristiano y toda iglesia alrededor del mundo. La perspectiva cristiana de la Ley es que nos condena en nuestros pecados y nos muestra la necesidad de Cristo y el evangelio. Al creer y seguir  a Cristo, el autor y cumplidor de la Ley, ahora la Ley nos sirve como estándar para vivir por fe.

         Como nación universal, es natural para la iglesia estar involucrada en misiones universales. No veas como extraño el que el Espíritu llame y prepare a sus hijos e hijas; sus nietos, jóvenes, a ser representantes y testigos de Cristo (Hechos 2:17-21). La Iglesia necesita tomar responsabilidad para preparar y dirigir a nuestros miembros y líderes en esta tarea global. Ésta no es la responsabilidad de otros, sino de las iglesias. Así que, es bueno cuando la iglesia organiza viajes misioneros a corto plazo. Es bueno apoyar a nuestros jóvenes cuando reciben educación cristiana. Apoyamos a nuestros estudiantes involucrados en entrenamiento en el seminario. Nos aseguramos de que nuestros jóvenes misioneros vayan a buenas escuelas de idiomas, universidades Bíblicas y tengan una buena tutoría. Es la tarea de la iglesia local, a través de los ancianos, el supervisar el trabajo espiritual de nuestros misioneros. Esto requiere el saber lo que están haciendo, conocer sus peticiones de oración, sus problemas. Esto puede involucrar el visitarlos, intervenir en situaciones difíciles o el extender una mano amiga. El estar involucrado en misiones en casa y en el extranjero es parte de la iglesia universal.

         La nación santa tiene una relación con las naciones políticas. “someteos…” (verso 13). Pedro no ruega a los cristianos dispersados a que huyan de la sociedad, o que intenten invadirla, sino que se sometan a las autoridades en todo lo que conforme a la Palabra de Dios.

         La Iglesia se somete a las autoridades para poder tener un lugar en la sociedad en donde puede ministrar. La respuesta de las autoridades reinantes debe ser la de premiar lo bueno y castigar lo malo. Oramos y trabajamos para que el bien sea premiado y protestamos cuando el mal es llamado bueno.

         Los cristianos deben tener una buena influencia en nuestras sociedades. La Biblia no enseña que la Iglesia deba controlar la sociedad. Pedro no llamó al restablecimiento de Israel como la teocracia de Dios ni pidió por el restablecimiento de una nación cristiana nacional.  Pedro llama a la Iglesia a ser una nación santa dentro del contexto de muchas naciones hasta que Jesús regrese y el pueblo de Dios reciba la herencia en plenitud.

         Pedro identifica a los creyentes como viajeros y peregrinos (verso 11). Están buscando la Nueva Jerusalén, una ciudad no construida por manos humanas. La buena noticia es que los creyentes ya están en la planta baja de la Ciudad de Dios. La ciudad está siendo construida por Dios y un día descenderá del cielo (Apocalipsis 21:10 Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios,) y será establecida en la tierra. Mientras tanto, los creyentes deben pelear en contra de la pasiones carnales y luchar la guerra en el mal que lucha con sus almas. Son llamados a glorificar a Dios en la Ciudad del Hombre mientras contemplan las glorias de la Ciudad de Dios.