Romanos 7:1-6
1 ¿Acaso ignoráis, hermanos (pues hablo con los
que conocen la ley), que la ley se enseñorea del hombre entre tanto que éste
vive?
2 Porque la mujer casada está sujeta por la ley
al marido mientras éste vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la
ley del marido.
3 Así que, si en vida del marido se uniere a
otro varón, será llamada adúltera; pero si su marido muriere, es libre de esa
ley, de tal manera que si se uniere a otro marido, no será adúltera.
4 Así también vosotros, hermanos míos, habéis
muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que
resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios.
5 Porque mientras estábamos en la carne, las
pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando
fruto para muerte.
6 Pero ahora estamos libres de la ley, por
haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo
el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra.
Este es un pasaje sumamente complicado y
difícil de entender. C. H. Dodd llegó a decir que aquí tenemos que olvidarnos
de lo que Pablo dice, y procurar descubrir lo que quiso decir.
El pensamiento clave del pasaje se encuentra
en la máxima legal de que la muerte cancela todos los contratos. Pablo empieza
con una ilustración de esta verdad, y quiere usarla como símbolo de lo que le sucede
al cristiano. Mientras está vivo su marido, una mujer no puede pertenecer a
otro hombre sin cometer adulterio. Pero cuando muere su marido, el contrato
matrimonial queda, por así decirlo, cancelado, y ella es libre para casarse con
quien quiera.
Siguiendo esa alegoría Pablo habría podido
decir que nosotros estábamos casados con el pecado; que el pecado ha muerto en
la Cruz de Cristo, y que, por tanto, ahora somos libres para pertenecer a Dios.
Parece que era eso lo que quería decir; pero la Ley se introdujo en la escena.
Pablo podría haber dicho sencillamente que estábamos casados con la Ley; que la
Ley ha dejado de existir por la Obra de Cristo, y que ahora somos libres para
pertenecer a Dios. Pero, de pronto, algo cambia, y somos nosotros los que hemos
muerto para la Ley.
¿Cómo puede ser eso? Por el bautismo,
participamos de la muerte de Cristo. Eso quiere decir que, habiendo muerto,
quedamos descargados de todas las obligaciones que teníamos con la Ley y somos
libres para casarnos de nuevo, y esta vez nos casamos con Cristo. Cuando eso
sucede, la obediencia cristiana ya no es algo impuesto externamente por un
código escrito de leyes, sino una lealtad interior del espíritu a Jesucristo.
Pablo traza el contraste entre dos estados del
hombre -sin Cristo y con Él. Antes de conocer a Cristo tratábamos de vivir
obedeciendo un código escrito de leyes. Eso era cuando estábamos en la carne.
La carne no quiere decir simplemente el cuerpo, porque el ser humano tiene
cuerpo mientras vive. Hay algo en el hombre que presta atención a la seducción
del pecado, que le ofrece al pecado un medio de acceso, y esa es la parte de
nuestra personalidad que Pablo llama la carne.
La carne es la naturaleza humana aparte de la
ayuda de Dios.
Pablo dice que, cuando nuestra naturaleza
humana estaba separada de Dios, la Ley nos inducía al pecado. ¿Qué quiere decir
con eso? Más de una vez expresa el pensamiento de que la Ley realmente produce
el pecado; porque, precisamente porque una cosa está prohibida, nos parece más
atractiva. Cuando no teníamos más que la Ley, estábamos a merced del pecado.
Luego Pablo pasa a considerar el estado del
hombre con Cristo. Cuando uno dirige su vida mediante la unión con Cristo, ya
no lo hace por obediencia a un código de ley escrita que de hecho despierta el
deseo de pecar, sino por la lealtad a Jesucristo en lo íntimo del espíritu y
del corazón. No la Ley, sino el Amor es el móvil de su vida; y la inspiración
del Amor puede hacerle capaz de lo que la imposición de la Ley era incapaz de
ayudarle a hacer.
Definamos “carne”: La palabra
hebrea «basar», en su sentido físico, designa el cuerpo, sea humano (Gen_40:19)
o animal (Lev_6:27). Significa lo exterior del hombre (Gen_2:21; Exo_4:7; Luc_24:39;
1Co_15:39); su naturaleza humana, que puede, a veces, dominarle con gran
perjuicio del amor, y por ello responde por cuerpo, vitalidad (1Co_5:5, 7:28;
2Co_12:7; también en relación con la redención; Col_1:22; Rom_2:28s; Gá. 6:12
s; Jn_6:51-56); designa la persona humana (Jn_1:14; 1 Tit_3:16; 1 Jn_4:2).
«Carne» significa: la comunidad de los
individuos: Gen_2:23s; Mar_10:8; 1Co_6:16; de los parientes: Gen_29:14;
Jdg_9:2; del pueblo: 2Sa_5:1y la unidad de los hombres (Isa_40:5; Jer_25:31; Jn_17:2;
Gá. 2:16). Con frecuencia aparece la expresión «carne» al hablar de la vida del
hombre y de su posición frente a Dios: la carne tiene corta vida (Isa_40:6), es
débil (Isa_31:3), no se puede confiar en ella (Jer_17:5), está condenada a
muerte (Rom_8:13), por sí misma no puede conocer los misterios de Dios
(Mat_16:17), cae en la tentación (Mat_26:41); es el ámbito por lo que respecta
a la manera de pensar (1Co_2:1-16; 2Co_5:16) y de vivir (Phi_1:22, 24), propio
del hombre «terreno» meramente «humano». La
expresión «carne», en sentido moral, significa
la oposición a Dios. «Carne» designa a aquel que quiere obrar su salvación
solo, por sí mismo, sin Dios, aunque hable mucho de Él; que pone su esperanza
en ventajas terrenas (2Co_11:18), en su propia ascesis (Col_2:18, 23); que cae
en pecado en el momento menos pensado (Rom_7:14), en enemistad con Dios
(Rom_8:7), en toda forma posible de fracaso (Gá. 5:19 ss). Reducir la significación de «carne» solamente a lujuria es falso y
peligroso, pues «carne» significa más bien toda actuación del hombre con la
cual éste cree poder salvarse definitivamente a sí mismo sin Dios.
Carne y espíritu están enfrentados (Joh_3:6; 1Pe_3:18); Pablo describe la
«carne» como un poder personal con sentimiento y actividad propios (Rom_8:5ss;
Col_2:18), contrarios al Espíritu de Dios (Gá. 5:17, 24); actúa arbitrariamente
según sus propios instintos. Los cristianos son aquellos que andan, no según la
carne, sino según el Espíritu. Andar según la carne es opuesto a vivir según el
espíritu (Gá. 4:3; Col_2:8-20), según el Señor (2Co_11:2), según el amor de
Dios (Rom_14:15). Los elementos de este mundo son contrarios, es decir,
claramente designan actitud contraria a Dios. Cuando Pablo recrimina a los
cristianos de Galacia: «Habiendo comenzado en Espíritu, ¿habéis venido a parar
en la carne?» (Gá. 3:3) no se refiere a
una caída en la sensualidad, sino
a un retorno a las observancias legalistas del judaísmo. La carne,
(«sarxs» en griego), está excluida de la participación en el reino de Dios,
mientras que el cuerpo, («soma» en griego), transformado, es decir, arrancado
del dominio de la carne («sarxs»), será portador de vida resucitada. Esta distinción
importante estriba en que «soma» es, precisamente, el hombre mismo,
mientras que la «sarxs» es un poder que le somete y esclaviza. Por ello,
San Pablo puede hablar de una vida «según la sarxs», pero no de una «según el
soma». El cuerpo será transformado en incorruptible e inmortal, pero la carne
no tendrá participación alguna en la futura vida con Dios.
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