Salmo 5; 3
«¡Oh, Jehová, de mañana oirás mi voz; de
mañana me presentaré delante de ti, y esperaré!»
Si hiciera a alguno de los lectores de este blog la
pregunta «¿Qué es lo primero que haces por la mañana temprano?», es posible que
pensarais que la pregunta es un poco brusca, poco delicada; y sin embargo ésta
es la pregunta que quiero hacer, y seriamente: ¿Qué es lo que haces cuando abres
los ojos a un nuevo día? Siempre que andamos en tratos con Dios, sea en el
culto o donde sea, deberíamos poder dar una buena respuesta a la pregunta que
Dios le hizo a Elías: «¿Qué haces aquí, Elías?» Cuando empezamos o hemos terminado
este encuentro matutino con Dios hemos de poder dar una buena respuesta a la pregunta
que hizo Cristo a aquellos que seguían la predicación y ministerio de Juan el
Bautista: «¿Qué fuisteis a ver al desierto?» Es sorprendente ver cuántos lectores
visitan este blog a lo largo del día desde multitud de países. Y si me
preguntáis a mí por qué sigo publicando, espero poder contestar con sinceridad
que es para ayudaros a vosotros y a mí mismo (en cuanto Dios me lo permita).
«¿Vienes en paz?», le preguntaron los ancianos de
Belén a Samuel; y quizá me preguntaréis lo mismo, a lo cual voy a contestar,
como hizo el profeta: en paz hemos venido a sacrificar al Señor y a invitaros a
vosotros a sacrificar. El mensaje de este estudio os da la oportunidad para
doblar vuestras devociones por la mañana además de adorar a Dios en privado y
en la familia, lo cual no debe ser suprimido o eliminado por leer este mensaje.
Aquí os halláis tras la pantalla del ordenador, Tablet o móvil, tanto para leer
como para oír las palabras que leéis. Tenéis
también la oportunidad de conversar con la Palabra de Dios; allí tenéis la
voluntad de Dios, precepto sobre precepto y línea sobre línea. Ojala que cuando
se os presenta la oportunidad de hablar con Dios, mañana tras mañana, como dice
el profeta, «vuestros oídos puedan oír como los sabios». (Isaías 50:4.) Pero esto
no es todo; deseo que esta serie de estudios puedan hacer una impresión tal en
vosotros que podáis permanecer siempre bajo su influencia; que su lectura os
deje mejor dispuestos para la adoración matutina después; que estos frecuentes
actos de devoción puedan confirmaros en el hábito, y que en adelante vuestro
culto diario pueda seros más fácil, o, como podríamos decir, os parezca más
natural. Para ayudaros a ello quisiera recomendaros el santo ejemplo de David
en nuestro texto, el cual después de haber resuelto, en general (Salmo 5;2 Está atento a la voz de mi clamor, Rey mío y Dios mío, Porque
a ti oraré.), que abundaría en el deber de la oración y permanecería en
él, «A ti oraré», establece el momento adecuado
para ello, y este momento es la mañana: «De mañana me
presentaré delante de ti», «De mañana oirás mi
voz». Pero no sólo por la mañana. David ejecuta este deber de la oración
tres veces al día, como Daniel, « Tarde y mañana y a
mediodía oraré y clamaré, Y él oirá mi
voz» (Salmo 55:17). Y aun esto no basta, sino «Siete
veces al día te alabo A causa de tus justos juicios.» (Salmo 119:164).
Pero de modo particular por la mañana. Es prudente y es nuestro deber el
empezar cada día con Dios.
Observemos
en el texto: La buena obra que tenemos que hacer en sí. Dios tiene que oír
nuestra voz, hemos de dirigirle nuestra oración a Él, hemos de esperar en Él.
El tiempo designado y observado para hacer esta buena obra. Este momento es hoy
por la mañana, y de nuevo la próxima mañana, esto es, cada mañana, cada vez que
empieza el día. En cuanto a lo primero, o sea, la obra, o la buena obra que se
nos enseña por medio del ejemplo de David, se resume en una palabra: orar. Un deber que ya nos dicta
la luz y la ley de la naturaleza, que nos habla de modo claro y alto: ¿No deben
los hombres buscar a su Dios? Pero el Evangelio de Cristo aun nos da
instrucciones más claras y nos anima a hacerlo mejor que la naturaleza; y es en
Su nombre que hemos de orar, y con su ayuda, y nos invita a presentarnos con
confianza ante el trono de la gracia, y entrar en el lugar santísimo por la
sangre de Jesús. Esta obra la hemos de hacer no solamente por la mañana, sino
en todo momento; leemos de «predicar la palabra fuera de tiempo», pero no
leemos de «orar fuera de tiempo», porque nunca es fuera de tiempo para orar; el
trono de la gracia está siempre abierto y suplicantes humildes son recibidos
siempre con una bienvenida, y no pueden presentarse a deshora. Pero veamos en
qué forma expresa aquí David su piadosa resolución de cumplir este deber. Oirás mi voz. La voz de David puede ser
oída de dos maneras. O bien: Considera que será aceptado por Dios en su gracia.
Oirás mi voz cuando por la mañana dirigiré a ti mi oración; éste es el lenguaje
de la fe, fundado en la promesa de Dios de que su oído oirá siempre el clamor
de su pueblo. David había orado (Salmo 5;1): «Escucha, ¡oh!, Jehová, mis
palabras», y en el versículo 2: «Está atento a la voz de mi clamor»; y aquí hay
una respuesta de aquella petición, la convicción de que «Oirás». No tengo la
menor duda de que la oirás; y aunque de momento no tengo una garantía concedida
de la cosa que pido, con todo, estoy seguro de que mi oración será oída,
aceptada y presentada, como ocurrió con la oración de Cornelio; es guardada,
catalogada, pero no olvidada. Si hemos mirado dentro y podemos decir por
experiencia que Dios ha preparado nuestro corazón, podemos mirar hacia arriba y
hacia delante y decir con confianza que Él nos oirá. Podemos estar seguros de
esto, y hemos de orar estando seguros de ello, en la plena seguridad de la fe,
de que dondequiera que Dios halla un corazón que ora, este corazón hallará un
Dios que escucha la oración, aunque sea en voz baja, o sea una voz débil; con
todo, si procede de un corazón recto, es una voz que Dios escucha, que
escuchará con placer, ya que el hacerlo es su deleite, y que le dará una
respuesta; Él ha visto tus oraciones, ha visto tus lágrimas. Cuando, por tanto,
estamos orando, éste es el terreno en que nos basamos, éste es el principio
sobre el cual descansamos: nada de dudas, nada de vacilaciones, porque todo lo
que pedimos a Dios como Padre, en el nombre de Jesucristo, el Mediador, según
la voluntad de Dios revelada en la Escritura, nos será concedido, conforme a la
petición, o, mejor aún, en su amor; ésta es la promesa de Juan 16:23 (En aquel día no me preguntaréis nada. De cierto, de cierto os
digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará.), y
la verdad de esta afirmación está sellada por la experiencia concurrente de los
santos de todas las edades, desde los mismos principios en que los hombres
empezaron a invocar el nombre del Señor, porque el Dios de Jacob no ha dicho
nunca a la simiente de Jacob «buscadme», y los ha dejado buscar en vano, y no
va a empezar ahora. Cuando nos acercamos a Dios en oración, si estamos bien con
Él, podemos estar seguros de esto, que a pesar de la distancia entre el cielo y
la tierra y nuestra falta de valor o indignidad total para que Él se ocupe de
nosotros o nos muestre su favor, Dios escucha nuestra voz, y no se apartará de
nuestra oración o de su misericordia. Hay que entender esta expresión como que
David le promete a Dios que esperará siempre en Él, en la forma que Él ha
designado: «Oirás mi voz», esto es: hablaré a ti, porque Tú has inclinado tu
oído a mí muchas veces, por tanto, he tomado la resolución de clamar a ti en
todo momento, hasta el fin de mis días. No pasará un solo día que no me oigas.
No que sea la voz en sí aquello que Dios considera, como parecen creer los que levantan
su voz en alto en la oración (Isaías 58:4 He aquí que
para contiendas y debates ayunáis y para herir con el puño inicuamente; no
ayunéis como hoy, para que vuestra voz sea oída en lo alto.). Ana oró y
prevaleció aun cuando no se podía oír su voz; es la voz del corazón la que se
entiende aquí; Dios dijo a Moisés: «porque clamas a mí», cuando no se nos dice
que Moisés hubiera dicho una sola palabra. (Éxodo 14:15 Entonces Jehová dijo a Moisés: ¿Por qué clamas a mí? Dí a los hijos de
Israel que marchen.)
La oración es levantar el alma a Dios y derramar el
corazón delante de Él; con todo, para la expresión de los afectos devotos del
corazón por medio de las palabras necesarias para precisar los pensamientos y
estimular los deseos, es conveniente presentarse delante de Dios, no sólo con
el corazón puro, sino también con voz humilde; así que hemos de entreabrir los
labios, pero no levantar la voz. No obstante, Dios entiende el lenguaje del
corazón, y éste es el lenguaje en el cual hemos de esperar en Dios; David ora
aquí (Salmo 5;1 Escucha, oh Jehová, mis palabras; Considera
mi gemir.) no sólo pidiendo que Dios le escuche, sino que considere su
meditación (Salmo 19:14): «Sean gratos los dichos de mi
boca y la meditación de mi corazón delante de ti, Oh Jehová, roca mía, y
redentor mío..»
Esto, pues, hemos de hacer en toda oración; hemos de
hablar a Dios; hemos de escribirle; decimos que oímos de un amigo cuando
recibimos carta de él; hemos de procurar que Dios nos oiga cada día. Él lo
espera y lo requiere. Aunque Él no tiene necesidad de nosotros o de nuestros
servicios, ni puede sacar provecho de ellos; con todo, Él nos ha mandado que le
ofrezcamos el sacrificio de oración y alabanza continuamente. Así Él mantendrá
su autoridad sobre nosotros y hará presente en nuestra mente nuestra sumisión a
Él, algo que tenemos tendencia a olvidar. Él requiere que le prestemos nuestro
homenaje solemnemente por medio de la oración, y que demos honor a su nombre,
para que por medio de este acto y hecho nuestro, propio, repetido
frecuentemente, cumplamos la obligación que tenemos de observar sus estatutos y
guardar sus leyes, y estar más y más atentos a las mismas. Él es tu Señor y tú
le adoras para que por medio de la humilde adoración de sus perfecciones puedas
llevar a cabo un humilde y constante cumplimiento de su voluntad que sea más
fácil para ti. Al rendir obediencia aprendemos obediencia. Así Él testificará
su amor y compasión hacia nosotros.
Ya habría sido una señalada prueba de su interés y
afecto por nosotros el mero hecho de que hubiera dicho: Háblame cuando haya la
oportunidad; llámame cuando te encuentres en apuros o necesidad y ya es
bastante; pero para mostrar su complacencia en nosotros, como un padre con su
hijo cuando le envía fuera de casa y nos encarga que le enviemos noticias
nuestras cada día por cada correo, aunque no haya ningún asunto especial para
discutir; lo que muestra que la oración del justo es su deleite; música a sus
oídos, como Cristo dice a la paloma: «Paloma mía, que
estás en los agujeros de la peña, en lo escondido de escarpados parajes, Muéstrame
tu rostro, hazme oír tu voz; Porque
dulce es la voz tuya, y hermoso tu aspecto..» (Cantares 2:14.) Y es a la
esposa, la Iglesia, que Cristo habla al cerrar el Cantar de los Cantares: «¡Oh, tú que habitas en los huertos, Los compañeros escuchan
tu voz; Házmela oír. » (Cantares 8:13.)
¡Qué vergüenza es para nosotros que Dios quiere que
oremos a Él con más frecuencia de lo que nosotros estamos dispuestos a dejarle
oír nuestra oración. Tenemos algo que decir a Dios cada día. Muchos no se dan
cuenta de esto, y esto es su pecado y su desgracia; viven sin Dios en el mundo,
creen que pueden vivir sin Él, son insensibles a su dependencia, y por tanto,
por su parte no tienen nada que decirle; Él ni tiene noticias de ellos, como no
las tenía el padre del hijo pródigo cuando iba por el mundo por su cuenta.
Preguntan con mofa qué es lo que puede hacer para ellos el Todopoderoso, y no
es de extrañar que después de esto pregunten qué provecho les va a resultar de
orar a Dios. Y el resultado es que dicen prácticamente al Todopoderoso que se
aparte de ellos, con lo que están sellando su sentencia. Pero yo espero cosas
mejores de vosotros, mis hermanos, y que vosotros no sois de los que han
descartado todo temor y que restringen su oración a Dios; vosotros estáis
dispuestos a confesar que hay mucho que el Todopoderoso puede hacer por
vosotros, y que hay provecho en orar a Dios, y habéis resuelto acercaros más a
Dios para que Él se acerque a vosotros. Tenemos algo que decir a Dios
diariamente como amigo a quien amamos y con el cual tenemos franqueza. A un
amigo así cuando pasamos cerca de su casa lo visitamos, y nunca nos hallamos sin
tener algo que decirle, aunque no haya ningún asunto especial pendiente entre
los dos; con un amigo así podemos derramar nuestro corazón, podemos profesarle
nuestro afecto y estima, y le comunicamos nuestros pensamientos con placer;
Abraham es llamado el amigo de Dios, y este honor es asimismo el de todos los
santos, pues dijo Cristo: no os he llamado siervos, sino amigos. Él guarda su
intimidad con los justos; nosotros somos invitados a familiarizarnos con Él, a
andar con Él como un amigo anda con otro amigo; la comunión de los creyentes ha
de ser con el Padre y con su Hijo, Jesucristo; y ¿no tenemos algo para decirle?
¿No es bastante ir al trono de su gracia para admirar sus infinitas
perfecciones que nunca podemos comprender plenamente, y que nunca contemplaremos
bastante y en las que nunca tendremos bastante complacencia? ¿O para
complacernos en contemplar la hermosura del Señor y darle la gloria que debemos
a su nombre? ¿No tenemos mucho que decirle en reconocimiento de su gracia
condescendiente en favor de nosotros, al manifestarse a nosotros y no al mundo,
y en la profesión de nuestro afecto y sumisión a Él: Señor, tú sabes todas las
cosas, Tú sabes que te amo? Dios tiene algo para decirnos como amigo, cada día,
por medio de su Palabra escrita en la cual hemos de oír su voz; por medio de
sus actos providentes y en nuestras conciencias, y Él escucha para ver si
nosotros tenemos algo que decirle como respuesta, y es un acto hostil si no lo
hacemos. Cuando Él nos dice: Buscad mi rostro, ¿no tendrían que contestar
nuestros corazones como a alguien a quien amamos «Tu rostro buscaré, Señor»?
Cuando nos dice: «Volved, hijos descarriados», ¿no deberíamos contestar
inmediatamente: He aquí, hemos venido a ti, porque Tú eres nuestro Señor Dios?
Si Él nos habla por medio de la reprimenda y nos redarguye, ¿no deberíamos
contestarle por medio de la confesión y la sumisión? Si nos habla por medio del
consuelo, ¿no deberíamos contestarle con alabanza? Si amas a Dios no tienes por
qué estar buscando algo que decirle, algo que tu corazón derrame delante de Él,
pues Él ya lo ha puesto allí por su gracia. Como amo a quien servimos y con el
cual tenemos tratos. Piensa en los numerosos e importantes intereses que hay
entre nosotros y Dios, y al instante reconocerás que tienes mucho de que
hablarle. Estamos en dependencia constante de Él. Toda nuestra expectativa es
en Él; tenemos tratos continuos con Él; «Y no hay cosa
creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están
desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta.». (Hebreos
4:13) ¿No sabemos que nuestra felicidad se halla entrelazada con su favor; que
es vida, la vida de nuestras almas, mejor que la vida, que la vida de nuestros
cuerpos? ¿Y no tenemos tratos con Dios para procurar conseguir su favor, para
implorarle en nuestro corazón, para pedirle que nos alumbre con la luz de su
rostro, para rogarle por la justicia de Cristo, como el único medio por el cual
tenemos esperanza de conseguir la benevolencia de Dios? ¿No sabemos que hemos ofendido a Dios, que por
medio del pecado nos hemos hecho detestables y dignos de su ira y maldición, y
que nuestra culpa va aumentando cada día? ¿No tenemos tratos suficientes con Él
para confesarle nuestras faltas y locuras, para pedirle perdón por la sangre de
Cristo, y en Él, que es nuestra paz, hacer nuestra paz con Dios, y renovar
nuestro pacto con Él en su propia fuerza e irnos y no pecar más? ¿No sabemos
que tenemos trabajo cada día para hacer por Dios, y para nuestras almas, la
obra de cada día, que hay que hacer en su día? ¿Y no tenemos tratos con Dios
para pedirle que nos muestre lo que quiere que hagamos, que nos dirija en ello
y nos fortalezca? ¿Para buscarle, para obtener ayuda y aceptación, para que
obre en nosotros el querer y el hacer lo que es bueno, y luego, contemplar y
reconocer su propia obra? Éstos son los asuntos sobre los cuales el siervo se
relaciona con su amo. ¿No sabemos que estamos constantemente en peligro?
Nuestros cuerpos lo están, y por consiguiente, nuestras vidas y bienestar.
Estamos rodeados continuamente de enfermedades y de muerte, cuyas saetas vuelan
de día y de noche; ¿y no tenemos nada de qué hablar con Dios cuando entramos y
salimos, al estar acostados o al levantarnos, para ponernos bajo la protección
de su providencia, para estar bajo el cuidado de sus santos ángeles? Nuestras
almas están aún más en peligro, pues es contra ellas que nuestro sutil y fuerte
adversario, el diablo, está haciendo guerra, y procura devorarnos; ¿y no
tenemos tratos con Dios para que nos ponga bajo la protección de su gracia, que
nos revista de su armadura para que podamos resistir las acechanzas y
violencias de Satán, para que no nos sorprenda y caigamos en pecado, en una
tentación súbita en que consiga derrotarnos y someternos? ¿No sabemos que
estamos muriendo cada día, que la muerte obra en nosotros, acercándosenos
apresuradamente, y que la muerte nos lleva al juicio, y el juicio a nuestro
estado eterno? ¿Y no tenemos nada de qué hablar con Dios en preparación para lo
que tenemos delante? ¿No le pediremos al Señor que nos haga conocer nuestro
fin? ¡Señor, enséñanos a contar nuestros días! ¿No tenemos tratos con Dios,
nuestro juez, para evitar el juicio y procurar enderezar nuestros asuntos? ¿No
sabemos que somos miembros del cuerpo del cual Cristo es la cabeza; y no nos
preocupa el ser aprobado como miembros vivos? ¿No tenemos nada que ver con Dios
a fin de hacer intercesión por su iglesia? ¿No tenemos nada que decir en favor
de Sión? ¿Nada para la paz y bienestar de la tierra en que hemos nacido? ¿No
somos de la familia, en estado de infancia quizá, para que nos preocupemos de
sus asuntos? ¿No tenemos parientes, amigos a quienes queremos entrañablemente y
cuyos gozos y penas deseamos compartir? ¿Y no tenemos quejas que presentar o
peticiones para hacerle conocer? ¿No estamos enfermos o afligidos? ¿Ninguno es
tentado o se siente desconsolado? ¿Y no tenemos mensajes para enviar al trono
de la gracia para pedir el oportuno socorro? Ahora pon todo esto junto, y luego
considera si tienes o no algo que decir a Dios cada día; y particularmente en
días de tribulación, cuando es saludable que le digas al Señor: he aceptado y
llevado tu disciplina, y si tienes algún sentido de las cosas, le dirás a Dios
que no te condene. Si tienes todo esto para decirle a Dios, ¿qué es lo que te
impide decírselo? ¿Por qué no dejarle que escuche nuestra voz, cuando tenemos
tantos recados para darle?
La distancia no tiene por qué ser un obstáculo para
que se lo digas. Tienes deseos de hablar con un amigo, pero resulta que está a
gran distancia; no puedes ponerte en contacto con él, ni recibir una carta
suya, y, por tanto, no tenéis oportunidad de entrar en tratos; pero la
distancia no te impide hablar con Dios, porque aunque es verdad que Dios está
en el cielo y nosotros en la tierra, con todo, Él está siempre cerca de su pueblo
que ora, porque Él escucha su voz dondequiera que los suyos se encuentren. « De lo profundo, oh Jehová, a ti clamo.», dijo David en
el Salmo 130:1. «Desde el cabo de la tierra clamaré a
ti, cuando mi corazón desmayare. Llévame
a la roca que es más alta que yo,» (Salmo 61:2.) «Invoqué en mi angustia a Jehová, y él me oyó; Desde el seno
del Seol clamé, Y mi voz oíste. », dijo Jonás (Jonás 2:2).
En todas partes podemos hallar el camino abierto
hacia el cielo; gracias a Aquel que con su sangre ha consagrado para nosotros
un camino nuevo y vivo hasta el Santísimo, y ha resuelto las diferencias entre
el cielo y la tierra. Que no te venza el temor y por ello dejes de decir a Dios
lo que debes decirle. Es posible que tengas tratos con un hombre importante,
pero este hombre está muy por encima de ti, y es tan riguroso y severo hacia
sus inferiores que tienes miedo de hablarle, y no tienes a nadie que te
presente, o le diga unas palabras en favor tuyo, y por ello decides dar tu
causa por perdida; pero no hay ninguna razón para que te sientas desanimado así
al hablar con Dios; puedes acudir con confianza al trono de su gracia, puedes
tener, libertad de palabra, permiso para derramar tu alma. Y tales son
sus misericordias a los que humildemente imploran a Él, que no tienen por qué
sentir terror de Él. Es contra la mentalidad de Dios que te sientes
amedrentado; Él quiere que tengas confianza, que os animéis los unos a los
otros, porque no habéis recibido el espíritu de servidumbre para que tengáis
miedo, sino el espíritu de adopción, por el cual somos introducidos a la
gloriosa libertad de los hijos de Dios. Y esto no es todo aún: tenemos a Uno
que nos introduce, y que habla por nosotros; un abogado para con el Padre.
¿Necesitaron nunca un abogado los hijos en los tratos con su padre? Pero para
que por medio de estas dos cosas podamos tener una mayor consolación, no sólo
tenemos con Él la relación de un padre, de la que dependemos, sino que además
disfrutamos del favor e intercesión de un abogado, un Sumo Sacerdote en la casa
de Dios, en cuyo nombre tenemos acceso con confianza. Que el hecho de que Él ya
sabe de qué asunto quieres tratar con Él y lo que tienes para decirle no te sea
un estorbo. Tú ya tienes tratos con este Amigo, pero piensas que no tienes de
qué preocuparte porque Él ya está enterado de tus cosas; Él ya sabe lo que
quieres y lo que deseas, y por tanto, no hay nada de que tengáis que hablar. Es
verdad que todo tu deseo está delante de Dios; Él conoce tus necesidades y
cargas, pero Él quiere conocerlas de ti; Él ha prometido ayudarte, pero su
promesa ha de recibir un cauce, y como vemos de la casa de Israel: «Así ha dicho Jehová el Señor: Aún seré solicitado por la casa
de Israel, para hacerles esto; multiplicaré los hombres como se multiplican los
rebaños..» (Ezequiel 36:37.) Aunque no podemos darle nueva información
con nuestras oraciones, le damos honor. Es verdad que nada de lo que podamos
decir va a influir en Él, o será necesario para moverle a que nos muestre
misericordia, pero lo que decimos puede tener una influencia en nosotros mismos
y ayudarnos a estar en un estado receptivo en que recibamos la misericordia. Es
una condición fácil y razonable para que nos dé sus favores: «Pedid y
recibiréis.» Fue para enseñarnos la necesidad de orar para recibir su favor,
que Cristo hizo esta extraña pregunta a los ciegos: «¿Qué queréis que os haga?»
Él sabía lo que querían, pero los que quieren recibir sus favores tienen que
estar dispuestos a decirles cuál es su petición. Que ningún otro asunto te
impida decirle a Dios lo que tienes que decirle. Quizá tenemos negocios de que
tratar con un amigo, pero no podemos hacerlo porque no tenemos tiempo; tenemos
otra cosa que hacer que es más necesaria, pero no podemos decir lo mismo de
Dios, porque no hay la menor duda de que aquello que tenemos con Él es lo más
necesario, ante lo cual toda otra cosa tiene que ceder. No es necesario para
nuestra felicidad que seamos importantes en el mundo o que alcancemos grandes
posesiones, pero es absolutamente necesario que hagamos la paz con Dios, que
consigamos su favor y nos mantengamos en su amor. Por tanto, no hay asunto en
este mundo que pueda ser excusa de que no estemos atentos a Dios, sino al
contrario; cuanto más importante sea el negocio que tengamos con el mundo, más
necesario nos es dirigirnos a Dios por medio de la oración para tener su
bendición y tenerle a Él con nosotros. Cuanto más cerca permanezcamos de la
oración, y de Dios en oración, más prosperarán nuestros asuntos.
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