} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: CÓMO EMPEZAR CADA DÍA CON DIOS (segunda parte)

sábado, 10 de febrero de 2024

CÓMO EMPEZAR CADA DÍA CON DIOS (segunda parte)

 

 

                  

Salmo 5; 3

«¡Oh, Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré!»   


          Si hiciera a alguno de los lectores de este blog la pregunta «¿Qué es lo primero que haces por la mañana temprano?», es posible que pensarais que la pregunta es un poco brusca, poco delicada; y sin embargo ésta es la pregunta que quiero hacer, y seriamente: ¿Qué es lo que haces cuando abres los ojos a un nuevo día? Siempre que andamos en tratos con Dios, sea en el culto o donde sea, deberíamos poder dar una buena respuesta a la pregunta que Dios le hizo a Elías: «¿Qué haces aquí, Elías?» Cuando empezamos o hemos terminado este encuentro matutino con Dios hemos de poder dar una buena respuesta a la pregunta que hizo Cristo a aquellos que seguían la predicación y ministerio de Juan el Bautista: «¿Qué fuisteis a ver al desierto?» Es sorprendente ver cuántos lectores visitan este blog a lo largo del día desde multitud de países. Y si me preguntáis a mí por qué sigo publicando, espero poder contestar con sinceridad que es para ayudaros a vosotros y a mí mismo (en cuanto Dios me lo permita).

«¿Vienes en paz?», le preguntaron los ancianos de Belén a Samuel; y quizá me preguntaréis lo mismo, a lo cual voy a contestar, como hizo el profeta: en paz hemos venido a sacrificar al Señor y a invitaros a vosotros a sacrificar. El mensaje de este estudio os da la oportunidad para doblar vuestras devociones por la mañana además de adorar a Dios en privado y en la familia, lo cual no debe ser suprimido o eliminado por leer este mensaje. Aquí os halláis tras la pantalla del ordenador, Tablet o móvil, tanto para leer como para oír las palabras que leéis.  Tenéis también la oportunidad de conversar con la Palabra de Dios; allí tenéis la voluntad de Dios, precepto sobre precepto y línea sobre línea. Ojala que cuando se os presenta la oportunidad de hablar con Dios, mañana tras mañana, como dice el profeta, «vuestros oídos puedan oír como los sabios». (Isaías 50:4.) Pero esto no es todo; deseo que esta serie de estudios puedan hacer una impresión tal en vosotros que podáis permanecer siempre bajo su influencia; que su lectura os deje mejor dispuestos para la adoración matutina después; que estos frecuentes actos de devoción puedan confirmaros en el hábito, y que en adelante vuestro culto diario pueda seros más fácil, o, como podríamos decir, os parezca más natural. Para ayudaros a ello quisiera recomendaros el santo ejemplo de David en nuestro texto, el cual después de haber resuelto, en general (Salmo 5;2 Está atento a la voz de mi clamor, Rey mío y Dios mío, Porque a ti oraré.), que abundaría en el deber de la oración y permanecería en él, «A ti oraré», establece el momento adecuado para ello, y este momento es la mañana: «De mañana me presentaré delante de ti», «De mañana oirás mi voz». Pero no sólo por la mañana. David ejecuta este deber de la oración tres veces al día, como Daniel, « Tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré,  Y él oirá mi voz» (Salmo 55:17). Y aun esto no basta, sino «Siete veces al día te alabo A causa de tus justos juicios.» (Salmo 119:164). Pero de modo particular por la mañana. Es prudente y es nuestro deber el empezar cada día con Dios.

 Observemos en el texto: La buena obra que tenemos que hacer en sí. Dios tiene que oír nuestra voz, hemos de dirigirle nuestra oración a Él, hemos de esperar en Él. El tiempo designado y observado para hacer esta buena obra. Este momento es hoy por la mañana, y de nuevo la próxima mañana, esto es, cada mañana, cada vez que empieza el día. En cuanto a lo primero, o sea, la obra, o la buena obra que se nos enseña por medio del ejemplo de David, se resume en una palabra: orar. Un deber que ya nos dicta la luz y la ley de la naturaleza, que nos habla de modo claro y alto: ¿No deben los hombres buscar a su Dios? Pero el Evangelio de Cristo aun nos da instrucciones más claras y nos anima a hacerlo mejor que la naturaleza; y es en Su nombre que hemos de orar, y con su ayuda, y nos invita a presentarnos con confianza ante el trono de la gracia, y entrar en el lugar santísimo por la sangre de Jesús. Esta obra la hemos de hacer no solamente por la mañana, sino en todo momento; leemos de «predicar la palabra fuera de tiempo», pero no leemos de «orar fuera de tiempo», porque nunca es fuera de tiempo para orar; el trono de la gracia está siempre abierto y suplicantes humildes son recibidos siempre con una bienvenida, y no pueden presentarse a deshora. Pero veamos en qué forma expresa aquí David su piadosa resolución de cumplir este deber. Oirás mi voz. La voz de David puede ser oída de dos maneras. O bien: Considera que será aceptado por Dios en su gracia. Oirás mi voz cuando por la mañana dirigiré a ti mi oración; éste es el lenguaje de la fe, fundado en la promesa de Dios de que su oído oirá siempre el clamor de su pueblo. David había orado (Salmo 5;1): «Escucha, ¡oh!, Jehová, mis palabras», y en el versículo 2: «Está atento a la voz de mi clamor»; y aquí hay una respuesta de aquella petición, la convicción de que «Oirás». No tengo la menor duda de que la oirás; y aunque de momento no tengo una garantía concedida de la cosa que pido, con todo, estoy seguro de que mi oración será oída, aceptada y presentada, como ocurrió con la oración de Cornelio; es guardada, catalogada, pero no olvidada. Si hemos mirado dentro y podemos decir por experiencia que Dios ha preparado nuestro corazón, podemos mirar hacia arriba y hacia delante y decir con confianza que Él nos oirá. Podemos estar seguros de esto, y hemos de orar estando seguros de ello, en la plena seguridad de la fe, de que dondequiera que Dios halla un corazón que ora, este corazón hallará un Dios que escucha la oración, aunque sea en voz baja, o sea una voz débil; con todo, si procede de un corazón recto, es una voz que Dios escucha, que escuchará con placer, ya que el hacerlo es su deleite, y que le dará una respuesta; Él ha visto tus oraciones, ha visto tus lágrimas. Cuando, por tanto, estamos orando, éste es el terreno en que nos basamos, éste es el principio sobre el cual descansamos: nada de dudas, nada de vacilaciones, porque todo lo que pedimos a Dios como Padre, en el nombre de Jesucristo, el Mediador, según la voluntad de Dios revelada en la Escritura, nos será concedido, conforme a la petición, o, mejor aún, en su amor; ésta es la promesa de Juan 16:23 (En aquel día no me preguntaréis nada. De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará.), y la verdad de esta afirmación está sellada por la experiencia concurrente de los santos de todas las edades, desde los mismos principios en que los hombres empezaron a invocar el nombre del Señor, porque el Dios de Jacob no ha dicho nunca a la simiente de Jacob «buscadme», y los ha dejado buscar en vano, y no va a empezar ahora. Cuando nos acercamos a Dios en oración, si estamos bien con Él, podemos estar seguros de esto, que a pesar de la distancia entre el cielo y la tierra y nuestra falta de valor o indignidad total para que Él se ocupe de nosotros o nos muestre su favor, Dios escucha nuestra voz, y no se apartará de nuestra oración o de su misericordia. Hay que entender esta expresión como que David le promete a Dios que esperará siempre en Él, en la forma que Él ha designado: «Oirás mi voz», esto es: hablaré a ti, porque Tú has inclinado tu oído a mí muchas veces, por tanto, he tomado la resolución de clamar a ti en todo momento, hasta el fin de mis días. No pasará un solo día que no me oigas. No que sea la voz en sí aquello que Dios considera, como parecen creer los que levantan su voz en alto en la oración (Isaías 58:4 He aquí que para contiendas y debates ayunáis y para herir con el puño inicuamente; no ayunéis como hoy, para que vuestra voz sea oída en lo alto.). Ana oró y prevaleció aun cuando no se podía oír su voz; es la voz del corazón la que se entiende aquí; Dios dijo a Moisés: «porque clamas a mí», cuando no se nos dice que Moisés hubiera dicho una sola palabra. (Éxodo 14:15 Entonces Jehová dijo a Moisés: ¿Por qué clamas a mí? Dí a los hijos de Israel que marchen.)

La oración es levantar el alma a Dios y derramar el corazón delante de Él; con todo, para la expresión de los afectos devotos del corazón por medio de las palabras necesarias para precisar los pensamientos y estimular los deseos, es conveniente presentarse delante de Dios, no sólo con el corazón puro, sino también con voz humilde; así que hemos de entreabrir los labios, pero no levantar la voz. No obstante, Dios entiende el lenguaje del corazón, y éste es el lenguaje en el cual hemos de esperar en Dios; David ora aquí (Salmo 5;1 Escucha, oh Jehová, mis palabras; Considera mi gemir.) no sólo pidiendo que Dios le escuche, sino que considere su meditación (Salmo 19:14): «Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, Oh Jehová, roca mía, y redentor mío..»

 Esto, pues, hemos de hacer en toda oración; hemos de hablar a Dios; hemos de escribirle; decimos que oímos de un amigo cuando recibimos carta de él; hemos de procurar que Dios nos oiga cada día. Él lo espera y lo requiere. Aunque Él no tiene necesidad de nosotros o de nuestros servicios, ni puede sacar provecho de ellos; con todo, Él nos ha mandado que le ofrezcamos el sacrificio de oración y alabanza continuamente. Así Él mantendrá su autoridad sobre nosotros y hará presente en nuestra mente nuestra sumisión a Él, algo que tenemos tendencia a olvidar. Él requiere que le prestemos nuestro homenaje solemnemente por medio de la oración, y que demos honor a su nombre, para que por medio de este acto y hecho nuestro, propio, repetido frecuentemente, cumplamos la obligación que tenemos de observar sus estatutos y guardar sus leyes, y estar más y más atentos a las mismas. Él es tu Señor y tú le adoras para que por medio de la humilde adoración de sus perfecciones puedas llevar a cabo un humilde y constante cumplimiento de su voluntad que sea más fácil para ti. Al rendir obediencia aprendemos obediencia. Así Él testificará su amor y compasión hacia nosotros.

Ya habría sido una señalada prueba de su interés y afecto por nosotros el mero hecho de que hubiera dicho: Háblame cuando haya la oportunidad; llámame cuando te encuentres en apuros o necesidad y ya es bastante; pero para mostrar su complacencia en nosotros, como un padre con su hijo cuando le envía fuera de casa y nos encarga que le enviemos noticias nuestras cada día por cada correo, aunque no haya ningún asunto especial para discutir; lo que muestra que la oración del justo es su deleite; música a sus oídos, como Cristo dice a la paloma: «Paloma mía, que estás en los agujeros de la peña, en lo escondido de escarpados parajes, Muéstrame tu rostro, hazme oír tu voz;  Porque dulce es la voz tuya, y hermoso tu aspecto..» (Cantares 2:14.) Y es a la esposa, la Iglesia, que Cristo habla al cerrar el Cantar de los Cantares: «¡Oh, tú que habitas en los huertos, Los compañeros escuchan tu voz; Házmela oír. » (Cantares 8:13.)

¡Qué vergüenza es para nosotros que Dios quiere que oremos a Él con más frecuencia de lo que nosotros estamos dispuestos a dejarle oír nuestra oración. Tenemos algo que decir a Dios cada día. Muchos no se dan cuenta de esto, y esto es su pecado y su desgracia; viven sin Dios en el mundo, creen que pueden vivir sin Él, son insensibles a su dependencia, y por tanto, por su parte no tienen nada que decirle; Él ni tiene noticias de ellos, como no las tenía el padre del hijo pródigo cuando iba por el mundo por su cuenta. Preguntan con mofa qué es lo que puede hacer para ellos el Todopoderoso, y no es de extrañar que después de esto pregunten qué provecho les va a resultar de orar a Dios. Y el resultado es que dicen prácticamente al Todopoderoso que se aparte de ellos, con lo que están sellando su sentencia. Pero yo espero cosas mejores de vosotros, mis hermanos, y que vosotros no sois de los que han descartado todo temor y que restringen su oración a Dios; vosotros estáis dispuestos a confesar que hay mucho que el Todopoderoso puede hacer por vosotros, y que hay provecho en orar a Dios, y habéis resuelto acercaros más a Dios para que Él se acerque a vosotros. Tenemos algo que decir a Dios diariamente como amigo a quien amamos y con el cual tenemos franqueza. A un amigo así cuando pasamos cerca de su casa lo visitamos, y nunca nos hallamos sin tener algo que decirle, aunque no haya ningún asunto especial pendiente entre los dos; con un amigo así podemos derramar nuestro corazón, podemos profesarle nuestro afecto y estima, y le comunicamos nuestros pensamientos con placer; Abraham es llamado el amigo de Dios, y este honor es asimismo el de todos los santos, pues dijo Cristo: no os he llamado siervos, sino amigos. Él guarda su intimidad con los justos; nosotros somos invitados a familiarizarnos con Él, a andar con Él como un amigo anda con otro amigo; la comunión de los creyentes ha de ser con el Padre y con su Hijo, Jesucristo; y ¿no tenemos algo para decirle? ¿No es bastante ir al trono de su gracia para admirar sus infinitas perfecciones que nunca podemos comprender plenamente, y que nunca contemplaremos bastante y en las que nunca tendremos bastante complacencia? ¿O para complacernos en contemplar la hermosura del Señor y darle la gloria que debemos a su nombre? ¿No tenemos mucho que decirle en reconocimiento de su gracia condescendiente en favor de nosotros, al manifestarse a nosotros y no al mundo, y en la profesión de nuestro afecto y sumisión a Él: Señor, tú sabes todas las cosas, Tú sabes que te amo? Dios tiene algo para decirnos como amigo, cada día, por medio de su Palabra escrita en la cual hemos de oír su voz; por medio de sus actos providentes y en nuestras conciencias, y Él escucha para ver si nosotros tenemos algo que decirle como respuesta, y es un acto hostil si no lo hacemos. Cuando Él nos dice: Buscad mi rostro, ¿no tendrían que contestar nuestros corazones como a alguien a quien amamos «Tu rostro buscaré, Señor»? Cuando nos dice: «Volved, hijos descarriados», ¿no deberíamos contestar inmediatamente: He aquí, hemos venido a ti, porque Tú eres nuestro Señor Dios? Si Él nos habla por medio de la reprimenda y nos redarguye, ¿no deberíamos contestarle por medio de la confesión y la sumisión? Si nos habla por medio del consuelo, ¿no deberíamos contestarle con alabanza? Si amas a Dios no tienes por qué estar buscando algo que decirle, algo que tu corazón derrame delante de Él, pues Él ya lo ha puesto allí por su gracia. Como amo a quien servimos y con el cual tenemos tratos. Piensa en los numerosos e importantes intereses que hay entre nosotros y Dios, y al instante reconocerás que tienes mucho de que hablarle. Estamos en dependencia constante de Él. Toda nuestra expectativa es en Él; tenemos tratos continuos con Él; «Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta.». (Hebreos 4:13) ¿No sabemos que nuestra felicidad se halla entrelazada con su favor; que es vida, la vida de nuestras almas, mejor que la vida, que la vida de nuestros cuerpos? ¿Y no tenemos tratos con Dios para procurar conseguir su favor, para implorarle en nuestro corazón, para pedirle que nos alumbre con la luz de su rostro, para rogarle por la justicia de Cristo, como el único medio por el cual tenemos esperanza de conseguir la benevolencia de Dios?  ¿No sabemos que hemos ofendido a Dios, que por medio del pecado nos hemos hecho detestables y dignos de su ira y maldición, y que nuestra culpa va aumentando cada día? ¿No tenemos tratos suficientes con Él para confesarle nuestras faltas y locuras, para pedirle perdón por la sangre de Cristo, y en Él, que es nuestra paz, hacer nuestra paz con Dios, y renovar nuestro pacto con Él en su propia fuerza e irnos y no pecar más? ¿No sabemos que tenemos trabajo cada día para hacer por Dios, y para nuestras almas, la obra de cada día, que hay que hacer en su día? ¿Y no tenemos tratos con Dios para pedirle que nos muestre lo que quiere que hagamos, que nos dirija en ello y nos fortalezca? ¿Para buscarle, para obtener ayuda y aceptación, para que obre en nosotros el querer y el hacer lo que es bueno, y luego, contemplar y reconocer su propia obra? Éstos son los asuntos sobre los cuales el siervo se relaciona con su amo. ¿No sabemos que estamos constantemente en peligro? Nuestros cuerpos lo están, y por consiguiente, nuestras vidas y bienestar. Estamos rodeados continuamente de enfermedades y de muerte, cuyas saetas vuelan de día y de noche; ¿y no tenemos nada de qué hablar con Dios cuando entramos y salimos, al estar acostados o al levantarnos, para ponernos bajo la protección de su providencia, para estar bajo el cuidado de sus santos ángeles? Nuestras almas están aún más en peligro, pues es contra ellas que nuestro sutil y fuerte adversario, el diablo, está haciendo guerra, y procura devorarnos; ¿y no tenemos tratos con Dios para que nos ponga bajo la protección de su gracia, que nos revista de su armadura para que podamos resistir las acechanzas y violencias de Satán, para que no nos sorprenda y caigamos en pecado, en una tentación súbita en que consiga derrotarnos y someternos? ¿No sabemos que estamos muriendo cada día, que la muerte obra en nosotros, acercándosenos apresuradamente, y que la muerte nos lleva al juicio, y el juicio a nuestro estado eterno? ¿Y no tenemos nada de qué hablar con Dios en preparación para lo que tenemos delante? ¿No le pediremos al Señor que nos haga conocer nuestro fin? ¡Señor, enséñanos a contar nuestros días! ¿No tenemos tratos con Dios, nuestro juez, para evitar el juicio y procurar enderezar nuestros asuntos? ¿No sabemos que somos miembros del cuerpo del cual Cristo es la cabeza; y no nos preocupa el ser aprobado como miembros vivos? ¿No tenemos nada que ver con Dios a fin de hacer intercesión por su iglesia? ¿No tenemos nada que decir en favor de Sión? ¿Nada para la paz y bienestar de la tierra en que hemos nacido? ¿No somos de la familia, en estado de infancia quizá, para que nos preocupemos de sus asuntos? ¿No tenemos parientes, amigos a quienes queremos entrañablemente y cuyos gozos y penas deseamos compartir? ¿Y no tenemos quejas que presentar o peticiones para hacerle conocer? ¿No estamos enfermos o afligidos? ¿Ninguno es tentado o se siente desconsolado? ¿Y no tenemos mensajes para enviar al trono de la gracia para pedir el oportuno socorro? Ahora pon todo esto junto, y luego considera si tienes o no algo que decir a Dios cada día; y particularmente en días de tribulación, cuando es saludable que le digas al Señor: he aceptado y llevado tu disciplina, y si tienes algún sentido de las cosas, le dirás a Dios que no te condene. Si tienes todo esto para decirle a Dios, ¿qué es lo que te impide decírselo? ¿Por qué no dejarle que escuche nuestra voz, cuando tenemos tantos recados para darle?

La distancia no tiene por qué ser un obstáculo para que se lo digas. Tienes deseos de hablar con un amigo, pero resulta que está a gran distancia; no puedes ponerte en contacto con él, ni recibir una carta suya, y, por tanto, no tenéis oportunidad de entrar en tratos; pero la distancia no te impide hablar con Dios, porque aunque es verdad que Dios está en el cielo y nosotros en la tierra, con todo, Él está siempre cerca de su pueblo que ora, porque Él escucha su voz dondequiera que los suyos se encuentren. « De lo profundo, oh Jehová, a ti clamo.», dijo David en el Salmo 130:1. «Desde el cabo de la tierra clamaré a ti, cuando mi corazón desmayare.  Llévame a la roca que es más alta que yo,» (Salmo 61:2.) «Invoqué en mi angustia a Jehová, y él me oyó; Desde el seno del Seol clamé, Y mi voz oíste. », dijo Jonás (Jonás 2:2).

En todas partes podemos hallar el camino abierto hacia el cielo; gracias a Aquel que con su sangre ha consagrado para nosotros un camino nuevo y vivo hasta el Santísimo, y ha resuelto las diferencias entre el cielo y la tierra. Que no te venza el temor y por ello dejes de decir a Dios lo que debes decirle. Es posible que tengas tratos con un hombre importante, pero este hombre está muy por encima de ti, y es tan riguroso y severo hacia sus inferiores que tienes miedo de hablarle, y no tienes a nadie que te presente, o le diga unas palabras en favor tuyo, y por ello decides dar tu causa por perdida; pero no hay ninguna razón para que te sientas desanimado así al hablar con Dios; puedes acudir con confianza al trono de su gracia, puedes tener, libertad de palabra, permiso para derramar tu alma. Y tales son sus misericordias a los que humildemente imploran a Él, que no tienen por qué sentir terror de Él. Es contra la mentalidad de Dios que te sientes amedrentado; Él quiere que tengas confianza, que os animéis los unos a los otros, porque no habéis recibido el espíritu de servidumbre para que tengáis miedo, sino el espíritu de adopción, por el cual somos introducidos a la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Y esto no es todo aún: tenemos a Uno que nos introduce, y que habla por nosotros; un abogado para con el Padre. ¿Necesitaron nunca un abogado los hijos en los tratos con su padre? Pero para que por medio de estas dos cosas podamos tener una mayor consolación, no sólo tenemos con Él la relación de un padre, de la que dependemos, sino que además disfrutamos del favor e intercesión de un abogado, un Sumo Sacerdote en la casa de Dios, en cuyo nombre tenemos acceso con confianza. Que el hecho de que Él ya sabe de qué asunto quieres tratar con Él y lo que tienes para decirle no te sea un estorbo. Tú ya tienes tratos con este Amigo, pero piensas que no tienes de qué preocuparte porque Él ya está enterado de tus cosas; Él ya sabe lo que quieres y lo que deseas, y por tanto, no hay nada de que tengáis que hablar. Es verdad que todo tu deseo está delante de Dios; Él conoce tus necesidades y cargas, pero Él quiere conocerlas de ti; Él ha prometido ayudarte, pero su promesa ha de recibir un cauce, y como vemos de la casa de Israel: «Así ha dicho Jehová el Señor: Aún seré solicitado por la casa de Israel, para hacerles esto; multiplicaré los hombres como se multiplican los rebaños..» (Ezequiel 36:37.) Aunque no podemos darle nueva información con nuestras oraciones, le damos honor. Es verdad que nada de lo que podamos decir va a influir en Él, o será necesario para moverle a que nos muestre misericordia, pero lo que decimos puede tener una influencia en nosotros mismos y ayudarnos a estar en un estado receptivo en que recibamos la misericordia. Es una condición fácil y razonable para que nos dé sus favores: «Pedid y recibiréis.» Fue para enseñarnos la necesidad de orar para recibir su favor, que Cristo hizo esta extraña pregunta a los ciegos: «¿Qué queréis que os haga?» Él sabía lo que querían, pero los que quieren recibir sus favores tienen que estar dispuestos a decirles cuál es su petición. Que ningún otro asunto te impida decirle a Dios lo que tienes que decirle. Quizá tenemos negocios de que tratar con un amigo, pero no podemos hacerlo porque no tenemos tiempo; tenemos otra cosa que hacer que es más necesaria, pero no podemos decir lo mismo de Dios, porque no hay la menor duda de que aquello que tenemos con Él es lo más necesario, ante lo cual toda otra cosa tiene que ceder. No es necesario para nuestra felicidad que seamos importantes en el mundo o que alcancemos grandes posesiones, pero es absolutamente necesario que hagamos la paz con Dios, que consigamos su favor y nos mantengamos en su amor. Por tanto, no hay asunto en este mundo que pueda ser excusa de que no estemos atentos a Dios, sino al contrario; cuanto más importante sea el negocio que tengamos con el mundo, más necesario nos es dirigirnos a Dios por medio de la oración para tener su bendición y tenerle a Él con nosotros. Cuanto más cerca permanezcamos de la oración, y de Dios en oración, más prosperarán nuestros asuntos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario