} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: "Conferencias sobre el calvinismo" por Abraham Kuyper (10)

lunes, 29 de abril de 2024

"Conferencias sobre el calvinismo" por Abraham Kuyper (10)


El fruto de la religión para la vida práctica

 

Finalmente, estoy llegando al fruto de la religión en nuestra vida práctica, o la posición del calvinismo en cuanto a la moral - la tercera y última división con la cual esta exposición sobre calvinismo y religión concluirá. Aquí, lo primero que llama nuestra atención es la contradicción aparente entre una declaración de fe que, como se dice, les quita el filo a todos los incentivos morales, y una práctica que en su seriedad moral supera la práctica de todas las otras religiones. El antinomista y el puritano parecen estar mezclados en este campo como cizaña y trigo. A primera vista parece que el antinomista fuera el resultado lógico de la declaración de fe calvinista, y que solamente por una inconsistencia afortunada el puritano pudo infundir el calor de su seriedad moral en el frío congelante que emana del dogma de la predestinación. Los romanistas, luteranos, arminianos y libertinistas han siempre acusado al calvinismo de que su doctrina absoluta de la predestinación, culminando en la perseverancia de los santos, tiene que resultar necesariamente en una conciencia demasiado liviana y una flojera en la moral. Pero el calvinismo responde a esta acusación, no razonando, sino demostrando un hecho de reputación mundial en contra de esta deducción falsa de consecuencias ficticias. Simplemente pregunta: "¿Qué frutos morales pueden demostrar otras religiones, que sean iguales a los estándares morales elevados de los puritanos?" - "Perseveremos en el pecado para que la gracia abunde más", es la vieja mentira diabólica que el espíritu malo lanzó contra el santo apóstol mismo en la niñez de la Iglesia cristiana. Y cuando en el siglo XVI el catecismo de Heidelberg tuvo que defender al calvinismo contra la acusación vergonzosa: "¿No lleva esta doctrina a vidas despreocupadas y poco piadosas?", Ursino y Oleviano se enfrentaron con nada más que el eco de la misma vieja calumnia. Por cierto, el deseo malo de persistir en el pecado, e incluso el mismo antinomismo, abusaron de la confesión calvinista vez tras vez y la levantaron como un escudo para esconder los apetitos carnales del corazón no convertido. Pero como la repetición mecánica de una confesión escrita no tiene nada que ver con la religión verdadera, tampoco podemos hacer responsable a la confesión calvinista de aquellas piedras muertas que hacen eco de las fórmulas de Calvino sin tener ni un grano de la seriedad calvinista en sus corazones. Solamente aquel es un calvinista verdadero, con el derecho de levantar la bandera calvinista, que en su propia alma, personalmente, fue tocado por la majestad del Todopoderoso, se entregó al poder abrumador de su amor eterno, y se atrevió a proclamar este amor majestuoso en contra de satanás y del mundo, y de la mundanidad de su propio corazón, en la convicción personal de haber sido elegido por Dios mismo, y por tanto, de tener que agradecerle a Él solo, por toda gracia eternamente. Un tal no puede sino temblar ante el poder y la majestad de Dios, y aceptar Su Palabra como principio gobernador de su conducta en la vida; un principio que lleva tan lejos que por su fuerte adhesión a las Escrituras, el calvinismo fue censurado como una religión nomista, pero sin razón válida.

Nomista es el nombre apropiado para una religión que proclama que la salvación se alcanza por el cumplimiento de la ley; mientras el calvinismo, en un sentido completamente soteriológico, nunca derivó la salvación de otro lugar que de Cristo y el fruto redentor de Sus méritos. Pero sigue siendo el rasgo especial del calvinismo que coloca al creyente ante el rostro de Dios, no solamente en Su iglesia, sino también en su vida personal, familiar, social y política. La majestad de Dios, y la autoridad de Dios, impulsan al calvinista en el todo de su existencia humana. Él es un peregrino, no en el sentido de caminar por un mundo que no le interesa, sino en el sentido de que a cada paso del largo camino tiene que recordar su responsabilidad hacia este Dios tan lleno de majestad, que le espera al final de su viaje. Al frente del portal que se abre para él, a la entrada a la eternidad, se encuentra el juicio final; y este juicio será una prueba amplia que abarca todo, para averiguar si el peregrinaje largo fue cumplido con un corazón que apuntaba a la gloria de Dios, y de acuerdo con las ordenanzas del Altísimo. ¿Qué quiere decir ahora el calvinista con su fe en las ordenanzas de Dios? - Nada menos que una convicción bien arraigada, de que todo en la vida fue primero en los pensamientos de Dios, antes de ser realizado en la creación. Por tanto, toda vida creada lleva necesariamente dentro de sí una ley de su existencia, instituida por Dios mismo. No hay ninguna vida en la naturaleza sin tales ordenanzas divinas - ordenanzas que llamamos las leyes de la naturaleza -, un término que estamos dispuestos a aceptar, con tal que se entienda con ello, no leyes que se originan desde la naturaleza, sino leyes impuestas a la naturaleza. Así hay ordenanzas de Dios para el firmamento arriba, y ordenanzas para la tierra abajo, por medio de las cuales el mundo se mantiene, y, como dice el salmista: Estas ordenanzas son los siervos de Dios. En consecuencia, hay ordenanzas de Dios para nuestro cuerpo, para la sangre que corre por nuestras venas, y para nuestros pulmones como órganos de respiración. E igualmente hay ordenanzas de Dios para la lógica, para poner en orden nuestros pensamientos; ordenanzas de Dios para nuestra imaginación, en el área de la estética; y así también ordenanzas estrictas de Dios para el todo de la vida humana en el área de la moral. No ordenanzas morales en el sentido de leyes sumarias generales, que dejen a nosotros la decisión en los casos concretos y detallados; sino como la ordenanza de Dios determina el rumbo del asteroide más pequeño y de la estrella más grande, así también las ordenanzas morales de Dios descienden a los detalles más pequeños y más particulares, diciéndonos lo que es la voluntad de Dios en cada caso. Y estas ordenanzas de Dios que gobiernan tanto los problemas más fuertes como las pequeñeces más insignificantes, nos urgen, no como los  estatutos de un libro de la ley, no como reglas a ser leídas desde un papel, no como una codificación de la vida que podría en algún momento ejercer una autoridad propia, no, estas ordenanzas nos urgen como la voluntad constante del Dios omnipresente y todopoderoso, que en cada instante determina el rumbo de nuestra vida, ordenando sus leyes y continuamente comprometiéndonos por su autoridad divina. El calvinista no asciende en su razonamiento, como Kant, desde el "Tú debes" a la idea de un legislador; sino, porque se encuentra ante el rostro de Dios, porque ve a Dios y camina con Dios, y siente a Dios en su entero ser y existencia, por eso no puede cerrar su oído ante este "Tú debes" que procede continuamente de Dios, en la naturaleza, en su cuerpo, en su razón, y en su acción. De allí sigue que el verdadero calvinista se ajusta a estas ordenanzas no a la fuerza, como si fuera un yugo del cual quisiera despojarse, sino con la misma disposición con la cual seguimos a un guía por el desierto, reconociendo que no conocemos el camino pero el guía sí lo conoce, y por tanto admitiendo que no hay seguridad excepto al seguir sus pisadas de cerca. Cuando nuestra respiración es obstruida, intentamos inmediata e irresistiblemente de quitar el obstáculo para volver a una respiración normal, o sea, para restaurarla, al hacerla concordar nuevamente con las ordenanzas que Dios dio para la respiración del hombre. Tener éxito en esto, nos da una sensación de alivio indecible. Exactamente así, en toda alteración de la vida normal, el creyente tiene que esforzarse tan rápidamente como sea posible a restaurar su respiración espiritual, de acuerdo con los mandamientos morales de Dios, porque solamente después de esta restauración puede la vida interior desarrollarse nuevamente con libertad en su alma, y nuevas energías están a disposición para actuar. Por tanto, no conoce ninguna distinción entre ordenanzas morales generales, y mandamientos específicamente cristianos. ¿Podríamos imaginar que en cierto tiempo Dios quisiera gobernar las cosas de cierta manera, pero que ahora, en Cristo, El quisiera gobernar de otra manera? ¡Como si El no fuera el Eterno, el Incambiable, que desde la misma hora de la creación, y hasta toda la eternidad, quiso, quiere, y querrá y mantendrá, un solo y el mismo orden moral mundial! Por cierto, Cristo removió el polvo con el cual las limitaciones pecaminosas del hombre habían cubierto este orden del mundo, y le devolvió su brillo original. Por cierto, Cristo, y El solo, nos reveló Su eterno amor que fue, desde el inicio, el principio que mueve este orden del mundo. Sobre todo, Cristo fortaleció en nosotros la capacidad de caminar en este orden del mundo con un paso firme sin vacilar. Pero el orden del mundo en sí permanece el mismo que fue desde el inicio. Este orden requiere su cumplimiento, no solo del creyente (como si menos fuera requerido del no creyente), sino de todo ser humano y de todas las relaciones humanas. Por tanto, el calvinismo no nos lleva a filosofar sobre una susodicha vida moral, como si nosotros tendríamos que crear, descubrir, u ordenar esta vida. El calvinismo simplemente nos coloca bajo la impresión de la majestad de Dios, y nos sujeta bajo Sus ordenanzas eternas y mandamientos incambiables. De allí, para el calvinista, todo estudio ético se basa en la Ley del Sinai, no como si en aquel tiempo el orden moral del mundo se hubiera establecido, sino para honrar la Ley del Sinai como el resumen auténtico y divino de aquella ley moral original que Dios escribió en el corazón del hombre, en su creación, y que Dios está re-escribiendo en las tablas de cada corazón en su conversión. El calvinista se somete a la conciencia, no como a un legislador individual que cada persona llevaría dentro de sí, sino como un sentido de lo divino directo, por medio del cual Dios mismo llama la atención del hombre interior y lo sujeta a Su juicio. El calvinista no se adhiere a una religión, con su dogmática como una entidad separada, y después coloca su vida moral con su ética como una segunda entidad al lado de la religión; sino él se adhiere a la religión como algo que le coloca en la presencia de Dios mismo, quien por medio de ella le impregna con Su voluntad divina. El amor y la adoración son, para Calvino, ellos mismos los motivos de cada actividad espiritual, y así el temor de Dios se imparte al todo de la vida como una realidad  a la familia, y a la sociedad, a la ciencia y las artes, a la vida personal, y a la carrera política. Un hombre redimido que en todas las cosas y en todas las decisiones de la vida es controlado solamente por la reverencia más escudriñadora por un Dios que está siempre presente ante su conciencia, y que siempre le tiene ante Sus ojos  este es el tipo calvinista como se presenta en la historia. Siempre y en todas las cosas la reverencia más profunda, más sagrada por el Dios omnipresente como regla de la vida - esta es la única imagen verdadera del puritano original. El evitar el mundo nunca ha sido la marca calvinista, sino el shibolet del anabaptista. El dogma específico anabaptista del "evitamiento" lo comprueba. Según este dogma, los anabaptistas, anunciándose como "santos", fueron separados del mundo; se pusieron en oposición contra él. Rehusaron asumir un juramento; aborrecieron todo servicio militar; condenaron el tener oficios públicos. Ya aquí, en medio de este mundo de pecado, ellos dieron forma a un nuevo mundo, pero que no tenía nada que ver con esta nuestra existencia presente. Ellos rechazaron toda obligación y responsabilidad hacia el mundo antiguo, y lo evitaron sistemáticamente, por miedo a la contaminación y al contagio. Pero este es exactamente lo que el calvinista siempre disputaba y negaba. No es cierto que haya dos mundos, uno malo y uno bueno, que estuvieran metidos uno dentro del otro. Es una y la misma persona a la cual Dios creó perfecta y que cayó después, y se volvió pecador - y es este mismo "ego" del viejo pecador que nace de nuevo, y que entra a la vida eterna. Así también es uno y el mismo mundo que una vez exhibió toda la gloria del paraíso, que después fue puesto bajo maldición, y que, desde la caída, se mantiene por la gracia común; que ahora ha sido redimido y salvado por Cristo, en su centro, y que pasará por el horror del juicio hasta el estado de gloria. Por esta misma razón, el calvinista no puede encerrarse en su iglesia y abandonar el mundo a su destino. Al contrario, él siente su llamado elevado de avanzar el desarrollo de este mundo a un nivel más alto, y de hacerlo en constante acuerdo con la ordenanza de Dios, para la gloria de Dios, levantando en medio de tanta corrupción todo lo que es honorable, amable, y de buena reputación entre los hombres. Por tanto vemos en la historia (si me permiten hablar de mis propios antepasados) que apenas que el calvinismo se había establecido firmemente en los Países Bajos por cuarto siglo, cuando hubo un despertar de la vida en todas las direcciones, y una energía indomable trabajó en cada área de actividad humana, y su comercio y sus negocios, sus artesanías e industrias, su agricultura y horticultura, sus artes y ciencias, florecieron con una brillantez antes desconocida, e impartieron un nuevo impulso para un desarrollo completamente nuevo de la vida, para toda Europa Occidental. Esto permite una sola excepción, y esta excepción deseo mantener y colocarla en su luz apropiada. Lo que quiero decir es esto: No toda relación íntima con el mundo no convertido es considerado legítimo por el calvinismo, puesto que colocó una barrera contra la influencia malsana de este mundo, poniendo un "veto" claro contra tres cosas, jugando a las cartas, teatros, y bailar - tres formas de diversión que primeramente trataré por separado, y después los expondré en su significado combinado.

Jugar a las cartas fue proscrito por el calvinismo, no como si los juegos de todo tipo fueron prohibidos, ni como si algo demoniaco estuviera acechándonos en las cartas mismas; sino porque fomenta en nuestro corazón la tendencia peligrosa de quitar la mirada de Dios, y de poner nuestra confianza en la fortuna o la suerte. Un juego donde se establece el ganador por medio de su agudeza de visión, rapidez de reacción, o su horizonte de experiencia, nos ennoblece; pero un juego como cartas, que se decide principalmente por la manera como las cartas son mezcladas en el paquete y distribuidas ciegamente, nos induce a atribuir cierto significado a este poder imaginativo fatal, fuera de Dios, que llamamos azar o fortuna. Cada uno de nosotros tiene una inclinación hacia esta forma de incredulidad. La fiebre de especulación en la bolsa de valores demuestra diariamente como las personas se sienten mucho más atraídos e influenciados por la seducción de la fortuna, que por una dedicación sólida a su trabajo. Por tanto, el calvinista decidió que la generación emergente debía ser protegida contra esta tendencia peligrosa, porque por medio del juego a las cartas se fomentaría esta tendencia. Y puesto que la sensación de la presencia de Dios fue sentida en cada momento por Calvino y sus seguidores, como la fuente infalible de la cual sacaron su seriedad de la vida, ellos tenían que condenar un juego que intoxicaba esta fuente al colocar el azar por encima de la disposición de Dios, y la búsqueda de la suerte por encima de la confianza firme en Su voluntad. Temer a Dios, y a la vez pedir los favores de la fortuna, les pareció tan irreconciliable como fuego y agua.

Unas objeciones muy diferentes se mantuvieron en contra del ir al teatro. En sí no hay nada pecaminoso en la ficción - el poder de la imaginación es un don precioso de Dios mismo. Ni hay algo especialmente malo en la imaginación dramática. Cuán altamente apreció Milton los dramas de Shakespeare, ¿y no escribió él mismo en forma dramática? Lo malo tampoco está en respresentaciones teatrales en público, en sí. Se dieron espectáculos públicos para toda la gente en el mercado de Ginebra, en los tiempos de Calvino y con su aprobación. No, lo que ofendió a nuestros antepasados no era la comedia ni la tragedia, ni la ópera en sí, sino el sacrificio moral que se requería generalmente de los actores, para la diversión del público. Un grupo teatral, especialmente en aquellos tiempos, se encontraba moralmente a un nivel bastante bajo. Este estándar moral bajo resultaba, por una parte, del hecho de que la representación cambiante del carácter de una persona diferente finalmente trunca el desarrollo del carácter propio; y por otra parte porque nuestro teatro moderno, no como el griego, ha introducido la presencia de mujeres en el escenario, en una manera que la prosperidad del teatro a menudo se decide por la medida en la cual una mujer echa a perder los tesoros más sagrados que Dios le encomendó, su nombre y conducta irreprochable. Ciertamente, un teatro estrictamente normal se podría imaginar; pero con la excepción de algunas ciudades grandes, tales teatros no podrían existir económicamente; y por todo el mundo permanece un hecho que la prosperidad de un teatro por lo general aumenta en proporción con la degradación moral de sus actores. muchas veces, Hall Caine en su "Cristiano" corroboró la triste verdad de que la prosperidad de los teatros es comprada al precio del carácter viril y de la pureza femenina. Y el calvinista que honra todo lo que es humano en el hombre por la gloria de Dios, no pudo sino condenar la compra de diversión para el oído y el ojo a un tan alto precio moral.

 Finalmente, en cuanto al baile, incluso revistas mundanas como el "Fígaro" de París justifican al presente la posición del calvinista. Solo recientemente, un artículo en esta revista llamó la atención al dolor moral con el cual un padre lleva a su hija a la sala de baile por primera vez. Se declara que este dolor moral es evidente, por lo menos en París, para todos los que están familiarizados con los cuchicheos, las miradas y las acciones indecentes que prevalecen en estos círculos. Aquí también, el calvinista no protesta contra el baile en sí, sino exclusivamente contra la impureza a la cual lleva a menudo. Con esto regreso a la barrera de la cual hablé. Nuestros padres percibieron de manera excelente que eran exactamente estos tres: el baile, el juego a las cartas, y el teatro, de los cuales el mundo estaba locamente enamorado. En círculos mundanos, estos placeres no se consideraban pequeñeces, sino fueron honrados como asuntos de suma importancia; y cualquiera que se atrevía a atacarlos se exponía al desprecio y a la enemistad más amarga. Por eso, ellos vieron en estos tres el Rubicón el cual ningún calvinista verdadero podía cruzar sin sacrificar su seriedad y su temor a Dios. Y ahora, yo pregunto, ¿no justificó el resultado su protesta fuerte y audaz? Aún ahora, después de tres siglos, Uds. encontrarán en mi país calvinista, en Escocia, y en vuestros propios Estados, círculos sociales enteros en los cuales nunca se permite entrar la mundanidad, pero donde la riqueza de la vida humana se volvió de afuera hacia adentro, y donde, como resultado de la concentración espiritual sana, se desarrolló un sentido tan profundo para todo lo sublime, y tanta energía para todo lo sagrado, que se excita la envidia aun de nuestros antagonistas. No solo quedó intacta el ala de la mariposa en estos círculos, sino incluso el polvo de oro sobre esta ala sigue brillando como siempre. Esta es ahora la prueba a la cual quiero invitar vuestra atención respetuosa. Nuestra época es muy adelantada a la época calvinista en cuanto a su abundancia de ensayos y tratados y exposiciones éticos. Los filósofos y teólogos realmente se hacen la competencia al descubrir para nosotros (o al esconder ante nosotros, si preferimos decir así) el camino recto en cuanto a la moral. Pero hay algo que todo este ejército de eruditos no fue capaz de hacer: No fueron capaces de restaurar la firmeza moral en la conciencia pública debilitada. Al contrario, tenemos que quejarnos de que más y más se aflojan y se conmueven los fundamentos de nuestro edificio moral, hasta que finalmente no queda ni una fortaleza de la cual la gente en general puede sentir que allí se garantiza una certeza moral para el futuro. Los políticos y abogados proclaman abiertamente el derecho del más fuerte; la propiedad de un terreno se llama robo; se aboga por el "amor libre"; y se ridiculiza la honestidad. Un panteista se atrevió a poner a Jesús y a Nerón sobre el mismo estrado; y Nietzsche, yendo aún más allá, condenó la bendición de Cristo para los humildes como la maldición de la humanidad. Ahora comparen todo esto con los resultados maravillosos de tres siglos de calvinismo. El calvinismo entendió que el mundo no iba a salvarse con filosofías éticas, sino solamente con la restauración de la ternura de la conciencia. Por tanto no se dedicó al razonamiento, sino apeló directamente al alma, y la colocó cara a cara con el Dios Viviente, para que el corazón temblara ante Su Santa Majestad, y en esta majestad descubriera la gloria de Su amor. Y yendo atrás en este recorrido histórico, cuando Uds. observan cuan enteramente corrompido y podrido era el mundo que el calvinismo encontró, a qué nivel bajo había decaída la vida moral en aquel tiempo, en las cortes, y entre el pueblo, en el clero y entre los líderes de la ciencia, entre hombres y mujeres, entre las clases altas y bajas de la sociedad - ¿entonces cuál árbitro entre Uds, negará la corona de la victoria moral al calvinismo, que en una sola generación, aunque perseguido desde el campo de batalla a la sentencia de muerte, creó en cinco naciones a la vez grupos tan amplios de hombres nobles, y mujeres aún más nobles, que hasta ahora no fueron igualados en sus conceptos sublimes y el poder de su dominio propio?

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