} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: NOS BENEFICIAMOS MÁS DE LA MEDITACIÓN QUE DE LA AUDICIÓN

viernes, 20 de noviembre de 2015

NOS BENEFICIAMOS MÁS DE LA MEDITACIÓN QUE DE LA AUDICIÓN


“Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.” Santiago 1:22-25.

Santiago no es dado a especulaciones. Esta máxima, “Por sus frutos los conoceréis,” parece haberse posesionado de su mente y siempre está exigiendo una santidad práctica. No está satisfecho con los capullos del escuchar sino que requiere los frutos de la obediencia.
No voy a hablar de manera muy extensa, aunque sí espero hablar con mucho denuedo, de dos clases de oidores: la primera, la clase que no es bienaventurada, y la segunda, la clase que, conforme al texto, es bienaventurada en lo que hace.
I.         Primero, LA CLASE QUE NO ES BIENAVENTURADA.
Son oidores, pero son descritos como oidores que no son bienaventurados. Ellos oyen: algunos de ellos lo hacen con bastante regularidad y otros muy de vez en cuando, sólo para pasar el rato; y oyen con considerable atención, porque aprecian una buena charla. Tal vez estén interesados en doctrina ya que cuentan con algún pequeño conocimiento del sistema cristiano, y a ellos les gusta discutir algunos puntos de ese sistema. Además, ansían poder decir que oyeron predicar a alguien que se ha vuelto famoso. Pero no se les ha ocurrido poner en práctica lo que oyen. Han oído un sermón sobre el arrepentimiento, pero no se han arrepentido. Han oído el clamor del Evangelio diciendo: “¡Cree!,” pero no han creído. Ellos saben que aquel que cree es purificado de sus antiguos pecados pero no han experimentado ninguna purificación, sino que siguen siendo como eran. Ahora, si me estoy dirigiendo a algunos de ellos, permítanme que les diga: es claro que ustedes no son bienaventurados y no podrán serlo.
Debemos rumiar, igual que el ganado, si queremos obtener nutrimento del alimento espiritual; pero pocos hacen esto. Es una gran misericordia para nosotros, considerando la cantidad de sinsentido que hay en el mundo, que tengamos dos oídos de manera que dejemos entrar a las palabras ociosas por un oído y las dejemos salir por el otro; pero es una gran lástima que usemos esos dos oídos de esa misma manera con respecto a la palabra de Dios.
Dale alojamiento, querido amigo. No permitas que el Evangelio entre por un oído y salga por el otro. ¿Que cómo has de evitarlo? Pues bien, déjalo que entre por los dos oídos. Que tenga dos caminos de entrada directamente hacia el alma, y cierra tus oídos una vez que la verdad haya entrado completamente, y fuérzala a permanecer en la cámara de tu alma.
 Cuánta bendición recibirían los hombres si se llevaran la palabra a casa con ellos, si desarmaran el texto, lo sopesaran, lo consideraran y oraran pidiendo una aplicación personal de esa palabra. Entonces se volverían espiritualmente sabios por la enseñanza del Espíritu Santo. Pero, ay, son oidores irreflexivos. Se ven en el espejo y se van.
David, en el Salmo ciento tres habla de aquellos que se acuerdan de los mandamientos del Señor para ponerlos por obra, y esa es la mejor memoria. Procuren tenerla.
He descrito así a ciertos oidores, y me temo que tenemos a muchos de esos en todas las congregaciones; oidores que admiran, oidores que son afectuosos, oidores apegados, pero que todo el tiempo son oidores carentes de bienaventuranza porque no son hacedores de la obra.
Nos hemos preguntado cómo es posible que no confesaran nunca ser seguidores de Cristo, pero sospechamos que no han hecho nunca esa confesión porque no sería verdadera; y sin embargo, son muy buenos, muy benevolentes, son útiles para la buena causa y sus vidas son muy rectas y encomiables, pero nos aflige que no sean cristianos resueltos.
Una cosa les falta: no tienen fe en Cristo. Me sorprende verdaderamente ver cómo algunos de ustedes pueden favorecer tanto todo lo que tenga que ver con las cosas divinas, y no obstante, no tienen ninguna participación en el buen tesoro.
No puedo entenderlos a ustedes; todo está listo, y han sido invitados y persuadidos a venir, y sin embargo, se contentan con perecer de hambre. Yo les ruego que reflexionen y le pido al Espíritu de Dios que los haga hacedores de la palabra, y no únicamente oidores, pues se engañan a ustedes mismos.
Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.”

II.      Segundo   LA CLASE QUE ES BIENAVENTURADA

Notemos que este oidor que es bienaventurado es, antes que nada, un oyente atento, ávido y humilde. Noten la expresión. Él no mira sobre la superficie de la ley de la libertad y sigue adelante, sino que mira en ella. Se trata de la misma palabra que es utilizada en el pasaje, “cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles,” y la palabra griega pareciera implicar algo así como encorvarse para mirar muy atentamente en el interior de algo. Así sucede con el oidor que obtiene la bendición. Oye el Evangelio y dice: “Voy a mirar en esto. Hay algo aquí que merece la atención.” Se encorva y se convierte en un niñito para poder aprender.
Explora como lo hacen los hombres que están buscando diamantes u oro. “Voy a ver en el interior de esto,” dice.  
No será por falta de examen que lo deje escapar.” Tal individuo oye con mucha atención y aplicación, abriendo su alma a las influencias de la verdad y deseando sentir su santo poder para poner en práctica sus divinos mandamientos. Así debe ser un oyente: un oidor atento cuyos sentidos están despiertos para recibir y retener todo lo que pueda aprenderse. Está implícito, también, que es un oidor reflexivo, estudioso y escrutador: mira en la perfecta ley.
Pregunta a todos aquellos que se supone que saben. Le gusta juntarse con cristianos experimentados para oír acerca de sus experiencias. A él le encanta acomodar lo espiritual a lo espiritual, analizar minuciosamente un texto y ver qué relación guarda con otro texto y con sus propios componentes, pues pone mucho empeño cuando oye la palabra.
Hay, queridos amigos, tal como lo he dicho antes, muchos oyentes son demasiado superficiales; escuchan lo que se dice, y allí termina todo, pues nunca buscan la médula de los huesos. El oyente que obtiene una bendición primero pone toda la atención de su corazón, y posteriormente mantiene su corazón saturado con la verdad gracias a un denodado y diligente estudio escrutador de ella, y así, mediante la enseñanza del Espíritu, descubre cuál es la mente de Dios para su alma. Luego este oyente sigue adelante. Mirando tan fijamente descubre que el Evangelio es una ley de libertad: y ciertamente lo es.
Bienaventurada es la condición de quienes están libres de la ley de Moisés y están bajo la ley de Cristo, quien emancipa al alma de toda forma de esclavitud. No hay ningún gozo como el gozo del perdón, no hay liberación como la liberación de la esclavitud del pecado, no hay libertad como la libertad de la santidad, la libertad de acercarse a Dios.
Quien escucha el Evangelio rectamente pronto descubre que hay algo en él que quitará cada grillete de su alma. Mira, y mira, y al fin ama esa perfecta ley de libertad que libera a su alma para correr en el camino de los mandamientos de Dios. Ojalá que todos ustedes lo entendieran, y tuvieran una participación en sus beneficios. Este es el hombre que es bendecido mientras oye. Pero se agrega que persevera en ella. Si tú oyes el Evangelio y no te bendice, óyelo de nuevo. Si has leído la palabra de Dios y no te ha salvado, léela de nuevo. Ella es capaz de salvar tu alma.
¿Has estado escudriñando a lo largo de un libro agraciado y sincero, y no pareció adecuarse a tu caso? Prueba otro.
Oh, si los hombres buscaran la salvación como buscan un tesoro oculto no les tomaría mucho tiempo antes de que la encontraran.
Yo recuerdo, cuando estaba buscando a Cristo, cómo leí el libro de Religión o Cristo con una avidez tal como la que mostraba cuando siendo un muchacho yo leía algún cuento divertido pues devoraba cada página ávidamente.   Leí cada página, y absorbí cada palabra, aunque el libro fue sumamente amargo para mí. Yo necesitaba a Cristo, y si podía encontrarlo, y encontrar la vida eterna por medio de Él, no me importaba con cuánta frecuencia mis ojos se cansaran por falta de sueño por la lectura.
Oh, si llegan a esto: que tienen que tener a Jesús, lo tendrán. Si su alma es conducida a sentir que van a buscar en todo el cielo y en toda la tierra, si fuera necesario, pero que van a encontrar al Salvador, ese Salvador pronto se aparecerá ante ustedes. El oyente que busca la salvación “mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad,” y persevera en ella.
Por último, se agrega que este hombre no es un oyente olvidadizo, sino un hacedor de la palabra, y que será bienaventurado en lo que hace. ¿Se le indica que ore? Él ora de la mejor  manera que puede.
 ¿Se le ordena que se arrepienta? Entonces le pide a Dios que lo capacite para arrepentirse. ¿Se le ordena que crea? Él dice: “Señor, creo; ayuda mi incredulidad.” Pone en práctica todo lo que oye. Yo desearía que tuviéramos miles de oyentes de esa clase.
Me acuerdo haber leído acerca de cierto individuo que oyó que hay que dar a Dios el diezmo de nuestros ingresos. “Bien”—dijo él—“eso está bien, y yo lo haré”; y guardó su promesa. Oyó que Daniel se acercaba a Dios en oración tres veces al día. Ese hombre dijo: “eso está bien; yo lo haré”; y practicó un triple acercamiento al trono de la gracia cada día.
 Cada vez que oía algo que era excelente lo convertía en una regla y lo ponía en práctica de inmediato. Formó así hábitos santos y un noble carácter, y se convirtió en un bienaventurado oidor de la palabra.
Queridos amigos, nuestro texto no dice que tal hombre es bienaventurado por el acto, sino dice que tal hombre es bienaventurado en el acto. Aquel que hace lo que Dios le indica no es bienaventurado por ello, sino que es bienaventurado en ello. El feliz resultado nos llegará en el acto de obediencia. Que Dios les conceda la gracia de que, a partir de ahora, siempre que el Evangelio sea predicado, con la energía que el Espíritu de Dios infunde en ustedes sean movidos a decir: “yo lo haré.
No voy a soñar al respecto, o a hablar al respecto, o a preguntar al respecto, o a decir: yo lo haré, sin hacerlo, sino que ahora, de inmediato, realizaré el acto que ha sido ordenado.”
Concluyo con esta sugerencia práctica. Para algunos de ustedes que me oyen en este día, la porción restante de su vida es corta. Están cubiertos de cabellos grises y, de acuerdo al curso de la naturaleza, pronto habrán de estar delante de su Juez. ¿No sería bueno que pensaran acerca del otro mundo y consideraran cómo van a comparecer delante de su Señor en el último gran día?
El Evangelio dice: “Cree en el Señor Jesucristo,” lo que en otras palabras significa, “Confía en Él.” Arrepiéntete; confiesa tu pecado, abandónalo y mira a Cristo para quedar limpio.
Ese es el camino de la salvación, “El que creyere y fuere bautizado, será salvo.”
Tú sabes todo acerca del camino de la vida. Te estoy contando una historia que has oído miles de veces, pero la pregunta es, ¿cuándo vas a hacerlo? “Pronto, amigo,” dices tú.
 ¿Pero no estabas aquí cuando este Tabernáculo fue inaugurado? “Sí,” respondes, “creo que sí.” En aquel entonces dijiste: “pronto,” y ahora dices: “pronto.” Creo que dirás: “pronto” hasta que esa palabra “pronto” se encuentre con esta pesada sentencia, “Demasiado tarde, demasiado tarde; no puedes entrar ahora.”
Pon cuidado para que este no sea tu caso antes de que este día haya concluido. Algunos hombres mueren de pronto.  
 Viendo que la vida es tan precaria, ¿no sería lo mejor que buscaras inmediatamente al Señor mientras puede ser hallado, y que lo invoques mientras está cerca?
Yo sugeriría que no comenzaras a chismear y a hablar en el camino de regreso a casa, sino que te quedaras a solas un poco de tiempo tranquilamente.
¿Respondes que no tienes ningún lugar donde puedas estar a solas? Eso no es cierto, pues puedes encontrar un lugar u otro.
  Hay muchos lugares que pueden ser tan buen lugar como la falda de una montaña si tu corazón desea una soledad real.
Me temo que algunos  no piensan nunca. En cuanto a pensar, si sus cerebros fueran suprimidos, muchos  vivirían sin ellos casi tan bien como lo hacen ahora. Los cerebros de algunas personas son útiles únicamente como un tipo de sal que las protege de que se echen a perder por la muerte.
 La gran mayoría de la gente piensa poco, con la excepción de este pensamiento: “¿qué comeremos, y qué beberemos?”
Te ruego que pienses un poco. Haz una pausa y considera lo que Dios el Señor pone ante ti. Sé un hacedor de la obra. Haz lo que Dios te ordena.
Si te pide que te arrepientas, arrepiéntete; si te pide que creas, cree; si te pide que ores, ora; si te pide que aceptes Su gracia, con la ayuda de Dios, hazlo.

Oh, que lo hagas de inmediato, y para el Señor será la alabanza por los siglos de los siglos. Amén