“Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores,
engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno es oidor de la palabra pero no
hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su
rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo
era. Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y
persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste
será bienaventurado en lo que hace.” Santiago 1:22-25.
Santiago
no es dado a especulaciones. Esta máxima, “Por sus frutos los conoceréis,”
parece haberse posesionado de su mente y siempre está exigiendo una santidad
práctica. No está satisfecho con los capullos del escuchar sino que requiere
los frutos de la obediencia.
No
voy a hablar de manera muy extensa, aunque sí espero hablar con mucho denuedo,
de dos clases de oidores: la primera, la clase que no es bienaventurada, y la
segunda, la clase que, conforme al texto, es bienaventurada en lo que hace.
I.
Primero, LA CLASE QUE NO ES
BIENAVENTURADA.
Son
oidores, pero son descritos como oidores que no son bienaventurados. Ellos
oyen: algunos de ellos lo hacen con bastante regularidad y otros muy de vez en
cuando, sólo para pasar el rato; y oyen con considerable atención, porque
aprecian una buena charla. Tal vez estén interesados en doctrina ya que cuentan
con algún pequeño conocimiento del sistema cristiano, y a ellos les gusta
discutir algunos puntos de ese sistema. Además, ansían poder decir que oyeron
predicar a alguien que se ha vuelto famoso. Pero no se les ha ocurrido poner en
práctica lo que oyen. Han oído un sermón sobre el arrepentimiento, pero no se
han arrepentido. Han oído el clamor del Evangelio diciendo: “¡Cree!,” pero no
han creído. Ellos saben que aquel que cree es purificado de sus antiguos
pecados pero no han experimentado ninguna purificación, sino que siguen siendo
como eran. Ahora, si me estoy dirigiendo a algunos de ellos, permítanme que les
diga: es claro que ustedes no son bienaventurados y no podrán serlo.
Debemos
rumiar, igual que el ganado, si queremos obtener nutrimento del alimento
espiritual; pero pocos hacen esto. Es una gran misericordia para nosotros,
considerando la cantidad de sinsentido que hay en el mundo, que tengamos dos
oídos de manera que dejemos entrar a las palabras ociosas por un oído y las
dejemos salir por el otro; pero es una gran lástima que usemos esos dos oídos
de esa misma manera con respecto a la palabra de Dios.
Dale
alojamiento, querido amigo. No permitas que el Evangelio entre por un oído y
salga por el otro. ¿Que cómo has de evitarlo? Pues bien, déjalo que entre por
los dos oídos. Que tenga dos caminos de entrada directamente hacia el alma, y
cierra tus oídos una vez que la verdad haya entrado completamente, y fuérzala a
permanecer en la cámara de tu alma.
Cuánta bendición recibirían los hombres si se
llevaran la palabra a casa con ellos, si desarmaran el texto, lo sopesaran, lo
consideraran y oraran pidiendo una aplicación personal de esa palabra. Entonces
se volverían espiritualmente sabios por la enseñanza del Espíritu Santo. Pero,
ay, son oidores irreflexivos. Se ven en el espejo y se van.
David,
en el Salmo ciento tres habla de aquellos que se acuerdan de los mandamientos
del Señor para ponerlos por obra, y esa es la mejor memoria. Procuren tenerla.
He
descrito así a ciertos oidores, y me temo que tenemos a muchos de esos en todas
las congregaciones; oidores que admiran, oidores que son afectuosos, oidores
apegados, pero que todo el tiempo son oidores carentes de bienaventuranza
porque no son hacedores de la obra.
Nos
hemos preguntado cómo es posible que no confesaran nunca ser seguidores de
Cristo, pero sospechamos que no han hecho nunca esa confesión porque no sería
verdadera; y sin embargo, son muy buenos, muy benevolentes, son útiles para la
buena causa y sus vidas son muy rectas y encomiables, pero nos aflige que no
sean cristianos resueltos.
Una
cosa les falta: no tienen fe en Cristo. Me sorprende verdaderamente ver cómo
algunos de ustedes pueden favorecer tanto todo lo que tenga que ver con las
cosas divinas, y no obstante, no tienen ninguna participación en el buen
tesoro.
No
puedo entenderlos a ustedes; todo está listo, y han sido invitados y
persuadidos a venir, y sin embargo, se contentan con perecer de hambre. Yo les
ruego que reflexionen y le pido al Espíritu de Dios que los haga hacedores de
la palabra, y no únicamente oidores, pues se engañan a ustedes mismos.
“Mas el que mira atentamente en la perfecta
ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino
hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.”
II. Segundo
LA
CLASE QUE ES BIENAVENTURADA
Notemos que este oidor que es
bienaventurado es, antes que nada, un oyente atento, ávido y humilde. Noten la
expresión. Él no mira sobre la superficie de la ley de la libertad y sigue
adelante, sino que mira en ella. Se trata de la misma palabra que es utilizada en
el pasaje, “cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles,” y la palabra griega
pareciera implicar algo así como encorvarse para mirar muy atentamente en el
interior de algo. Así sucede con el oidor que obtiene la bendición. Oye el
Evangelio y dice: “Voy a mirar en esto. Hay algo aquí que merece la atención.”
Se encorva y se convierte en un niñito para poder aprender.
Explora
como lo hacen los hombres que están buscando diamantes u oro. “Voy a ver en el
interior de esto,” dice.
No
será por falta de examen que lo deje escapar.” Tal individuo oye con mucha
atención y aplicación, abriendo su alma a las influencias de la verdad y
deseando sentir su santo poder para poner en práctica sus divinos mandamientos.
Así debe ser un oyente: un oidor atento cuyos sentidos están despiertos para
recibir y retener todo lo que pueda aprenderse. Está implícito, también, que es
un oidor reflexivo, estudioso y escrutador: mira en la perfecta ley.
Pregunta
a todos aquellos que se supone que saben. Le gusta juntarse con cristianos
experimentados para oír acerca de sus experiencias. A él le encanta acomodar lo
espiritual a lo espiritual, analizar minuciosamente un texto y ver qué relación
guarda con otro texto y con sus propios componentes, pues pone mucho empeño
cuando oye la palabra.
Hay,
queridos amigos, tal como lo he dicho antes, muchos oyentes son demasiado
superficiales; escuchan lo que se dice, y allí termina todo, pues nunca buscan
la médula de los huesos. El oyente que obtiene una bendición primero pone toda
la atención de su corazón, y posteriormente mantiene su corazón saturado con la
verdad gracias a un denodado y diligente estudio escrutador de ella, y así,
mediante la enseñanza del Espíritu, descubre cuál es la mente de Dios para su
alma. Luego este oyente sigue adelante. Mirando tan fijamente descubre que el
Evangelio es una ley de libertad: y ciertamente lo es.
Bienaventurada
es la condición de quienes están libres de la ley de Moisés y están bajo la ley
de Cristo, quien emancipa al alma de toda forma de esclavitud. No hay ningún
gozo como el gozo del perdón, no hay liberación como la liberación de la
esclavitud del pecado, no hay libertad como la libertad de la santidad, la
libertad de acercarse a Dios.
Quien
escucha el Evangelio rectamente pronto descubre que hay algo en él que quitará
cada grillete de su alma. Mira, y mira, y al fin ama esa perfecta ley de
libertad que libera a su alma para correr en el camino de los mandamientos de
Dios. Ojalá que todos ustedes lo entendieran, y tuvieran una participación en
sus beneficios. Este es el hombre que es bendecido mientras oye. Pero se agrega
que persevera en ella. Si tú oyes el Evangelio y no te bendice, óyelo de nuevo.
Si has leído la palabra de Dios y no te ha salvado, léela de nuevo. Ella es
capaz de salvar tu alma.
¿Has
estado escudriñando a lo largo de un libro agraciado y sincero, y no pareció
adecuarse a tu caso? Prueba otro.
Oh,
si los hombres buscaran la salvación como buscan un tesoro oculto no les
tomaría mucho tiempo antes de que la encontraran.
Yo
recuerdo, cuando estaba buscando a Cristo, cómo leí el libro de Religión o
Cristo con una avidez tal como la que mostraba cuando siendo un muchacho yo
leía algún cuento divertido pues devoraba cada página ávidamente. Leí
cada página, y absorbí cada palabra, aunque el libro fue sumamente amargo para
mí. Yo necesitaba a Cristo, y si podía encontrarlo, y encontrar la vida eterna
por medio de Él, no me importaba con cuánta frecuencia mis ojos se cansaran por
falta de sueño por la lectura.
Oh,
si llegan a esto: que tienen que tener a Jesús, lo tendrán. Si su alma es
conducida a sentir que van a buscar en todo el cielo y en toda la tierra, si
fuera necesario, pero que van a encontrar al Salvador, ese Salvador pronto se
aparecerá ante ustedes. El oyente que busca la salvación “mira atentamente en
la perfecta ley, la de la libertad,” y persevera en ella.
Por
último, se agrega que este hombre no es un oyente olvidadizo, sino un hacedor
de la palabra, y que será bienaventurado en lo que hace. ¿Se le indica que ore?
Él ora de la mejor manera que puede.
¿Se le ordena que se arrepienta? Entonces le
pide a Dios que lo capacite para arrepentirse. ¿Se le ordena que crea? Él dice:
“Señor, creo; ayuda mi incredulidad.” Pone en práctica todo lo que oye. Yo
desearía que tuviéramos miles de oyentes de esa clase.
Me
acuerdo haber leído acerca de cierto individuo que oyó que hay que dar a Dios
el diezmo de nuestros ingresos. “Bien”—dijo él—“eso está bien, y yo lo haré”; y
guardó su promesa. Oyó que Daniel se acercaba a Dios en oración tres veces al
día. Ese hombre dijo: “eso está bien; yo lo haré”; y practicó un triple
acercamiento al trono de la gracia cada día.
Cada vez que oía algo que era excelente lo
convertía en una regla y lo ponía en práctica de inmediato. Formó así hábitos
santos y un noble carácter, y se convirtió en un bienaventurado oidor de la
palabra.
Queridos
amigos, nuestro texto no dice que tal hombre es bienaventurado por el acto,
sino dice que tal hombre es bienaventurado en el acto. Aquel que hace lo que
Dios le indica no es bienaventurado por ello, sino que es bienaventurado en
ello. El feliz resultado nos llegará en el acto de obediencia. Que Dios les
conceda la gracia de que, a partir de ahora, siempre que el Evangelio sea
predicado, con la energía que el Espíritu de Dios infunde en ustedes sean
movidos a decir: “yo lo haré.
No
voy a soñar al respecto, o a hablar al respecto, o a preguntar al respecto, o a
decir: yo lo haré, sin hacerlo, sino que ahora, de inmediato, realizaré el acto
que ha sido ordenado.”
Concluyo
con esta sugerencia práctica. Para algunos de ustedes que me oyen en este día,
la porción restante de su vida es corta. Están cubiertos de cabellos grises y,
de acuerdo al curso de la naturaleza, pronto habrán de estar delante de su
Juez. ¿No sería bueno que pensaran acerca del otro mundo y consideraran cómo
van a comparecer delante de su Señor en el último gran día?
El
Evangelio dice: “Cree en el Señor Jesucristo,” lo que en otras palabras
significa, “Confía en Él.” Arrepiéntete; confiesa tu pecado, abandónalo y mira
a Cristo para quedar limpio.
Ese
es el camino de la salvación, “El que creyere y fuere bautizado, será salvo.”
Tú
sabes todo acerca del camino de la vida. Te estoy contando una historia que has
oído miles de veces, pero la pregunta es, ¿cuándo vas a hacerlo? “Pronto,
amigo,” dices tú.
¿Pero no estabas aquí cuando este Tabernáculo
fue inaugurado? “Sí,” respondes, “creo que sí.” En aquel entonces dijiste:
“pronto,” y ahora dices: “pronto.” Creo que dirás: “pronto” hasta que esa
palabra “pronto” se encuentre con esta pesada sentencia, “Demasiado tarde,
demasiado tarde; no puedes entrar ahora.”
Pon
cuidado para que este no sea tu caso antes de que este día haya concluido.
Algunos hombres mueren de pronto.
Viendo que la vida es tan precaria, ¿no sería
lo mejor que buscaras inmediatamente al Señor mientras puede ser hallado, y que
lo invoques mientras está cerca?
Yo
sugeriría que no comenzaras a chismear y a hablar en el camino de regreso a
casa, sino que te quedaras a solas un poco de tiempo tranquilamente.
¿Respondes
que no tienes ningún lugar donde puedas estar a solas? Eso no es cierto, pues
puedes encontrar un lugar u otro.
Hay muchos
lugares que pueden ser tan buen lugar como la falda de una montaña si tu
corazón desea una soledad real.
Me
temo que algunos no piensan nunca. En cuanto a pensar, si sus
cerebros fueran suprimidos, muchos vivirían sin ellos casi tan bien
como lo hacen ahora. Los cerebros de algunas personas son útiles únicamente
como un tipo de sal que las protege de que se echen a perder por la muerte.
La gran mayoría de la gente piensa poco, con
la excepción de este pensamiento: “¿qué comeremos, y qué beberemos?”
Te
ruego que pienses un poco. Haz una pausa y considera lo que Dios el Señor pone
ante ti. Sé un hacedor de la obra. Haz lo que Dios te ordena.
Si
te pide que te arrepientas, arrepiéntete; si te pide que creas, cree; si te
pide que ores, ora; si te pide que aceptes Su gracia, con la ayuda de Dios,
hazlo.
Oh, que lo hagas de inmediato, y para el Señor será
la alabanza por los siglos de los siglos. Amén