} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: JUSTA IRA DE ELIÚ

viernes, 25 de octubre de 2024

JUSTA IRA DE ELIÚ

 

 

"Cesaron estos tres varones de responder a Job, por cuanto él era justo a sus propios ojos. Entonces Eliíu hijo de Bar aquel buzita, de la familia de Ram, se encendió en ira contra Job; se encendió en ira, por cuanto se justificaba a sí mismo más que a Dios. Asimismo se encendió en ira contra sus tres amigos, porque no hallaban qué responder, aunque habían condenado a Job" (Job 32:1-3).

 

Para aprovechar lo que se narra aquí, y lo que hemos de ver en adelante, tenemos que recordar lo que hemos visto antes, es decir, que Job, teniendo que defender un buen caso, lo ha conducido con deficiencia. Y, los que vinieron para consolarlo, teniendo un caso pobre aparentemente tuvieron buenos argumentos y razones de las cuales se podría deducir una doctrina útil. Y, si bien estaban en falta, por no construir sobre buen fundamento, la falta de Job era la de construir deficientemente, teniendo un fundamento que en sí era bueno. Y es por eso que ahora se dice, "Eliú el buzita se encendió en ira porque aquellos que no habían contestado a Job, no obstante lo habían condenado; también se enojó contra Job porque estuvo decidido a justificar se a sí mismo antes que a Dios." De manera entonces, vemos que el enojo de Eliú contra Job no era más razonable que contra los tres amigos que habían venido para consolarlo.

Porque Job se había extralimitado, si bien su pleito era justo y razonable; los otros habían resistido a Dios, aunque habían usado buenos razonamientos, lo hicieron con un propósito equivocado.

Sin embargo, dice: Cesaron estos tres varones de responder a Job, por cuanto era justo a sus propios ojos." Hemos visto que Job nunca supuso ser tan justo en sí mismo que no hubiese qué decir contra él; al contrario, había declarado ser un pobre pecador; sin embargo, no quería ser condenado conforme a los deseos de aquellos que juzgaban equivocadamente sus aflicciones.

La opinión fantasiosa de los tres amigos de Job era esta: "Aquí hay un hombre rechazado por Dios, puesto que es tratado tan severamente." Ahora se dice que debiéramos juzgar con prudencia a aquel que sufre la corrección de Dios; porque no debemos afirmar que cada uno sea castigado conforme a sus ofensas. A veces Dios protege a los malvados, y cubre sus iniquidades; y para una condenación más dolorosa la bondad de Dios les habrá sido vendida a un precio muy caro, siendo que él los ha esperado con paciencia. De manera entonces, puesto que algunas veces Dios aparentemente no castiga a los que lo han merecido, no por eso pensemos que están en mejores condiciones, y no los justifiquemos por el hecho de ser guardados por Dios. Al contrario, cuando vemos a una persona castigada por las varas de Dios, no pensemos que es más malvada que el resto del mundo; porque posiblemente Dios quiere probar su paciencia, sin embargo, no la castiga por sus pecados. Ahora bien, Job no consentía la necia doctrina de sus amigos; y es por eso que les parecía que se justificaba a sí mismo, si bien esa no fue su intención.

Entonces, guardémonos (como se ha mostrado anteriormente) de tomar un argumento pobre (porque seremos enceguecidos y nos parecerá que si una persona no concuerda con nosotros, que ya no hemos de discutir con ella), pero antes de comenzar una disputa asegurémonos bien de la verdad. No hay nada peor que hacer las cosas apuradas; conocemos el proverbio que siempre se cita: "El apuro nos pierde, y de un juez apurado sólo se oirán sentencias necias." Siendo esto así, aprendamos a mantenernos realmente en suspenso hasta conocer la verdad. Sin embargo, notemos que muchas veces ocurrirá que ante los hombres seremos condenados equivocadamente; es cierto, aunque nuestros detractores tengan la boca tapada y no tengan razones para convencernos, sin embargo, no dejarán de ser guiados por su orgullo para difamamos pronunciando declaraciones malvadas contra nosotros. De esta manera somos amonestados para que, si los hombres son tan malvados de condenarnos, sin tener argumentos, no nos sintamos demasiado ofendidos, porque esto no es algo nuevo, ya que a Job, un siervo tan excelente de Dios, le ocurrió lo mismo; y en la actualidad vemos a los romanistas que se dan por satisfechos habiendo determinado que sus errores, supersticiones y doctrinas falsas son buenas; y en ellas proceden siguiendo un magistral estilo. Piénsenlo. No necesitamos discurrir ni inquirir por qué actúan de esa manera. Porque ellos creen tener toda la autoridad, y desde ella truenan contra nosotros. Sin embargo, sepamos que la verdad está de nuestro lado, y estemos totalmente persuadidos de ello. Entonces, resistamos semejante tentación  y no nos asombremos puesto que siempre ha sido así que aquellos que no tenían razón alguna jamás dejaron de condenar osadamente y sin escrúpulos a un buen caso. Por eso, viendo que el diablo los enceguece de esa manera, sigamos siempre nuestro camino, y seamos constantes en la verdad que conocemos.

Por nuestra parte seamos advertidos también a conducirnos con mayor modestia cuando reconocemos haber andado demasiado de prisa; porque a veces ocurrirá que los hijos de Dios echen espuma por la boca, debido a que no se contienen suficientemente. De modo entonces, no sigamos esos ejemplos y que ninguna obstinación se junte a la temeridad. Ciertamente, es algo muy difícil (puesto que toda persona que entra a un debate con frecuencia será obstinada), pero cuando hemos estado equivocados, no mantengamos una opinión errada; más bien aprendamos a refrenarnos a nosotros mismos. Me he salido de mis casillas; sé muy bien que no he sido tan modesto como debía. ¿Qué debo hacer? No endurecerme; debo, en cambio, volver las riendas, viendo que he tomado un camino equivocado. Así es entonces cómo, mediante el ejemplo de los amigos de Job el Espíritu de Dios nos advierte, en primer lugar, a ser modestos, a efectos de no luchar demasiado pronto contra Dios; y luego, si hemos estado equivocados, aunque haya sido sin obstinación, no perseveremos en el error; sino que, conociéndolo, tratemos más bien de corregirlo.

Concerniente a lo mencionado aquí de Eliú no es sin causa que las escrituras nos demuestran de qué raza era, llamándolo "buzita de la familia de Ram." Porque aquí vemos en primer lugar, la antigüedad de lo que hemos discutido antes; además éste es el asunto principal que Dios quería declararnos, es decir, que entre aquellos que estaban rodeados de muchas vanas fantasías había quedado, sin embargo, una semblanza de religión. Ahora este es un asunto muy digno de ser mencionado; porque sabemos cuan pronto se rebela el mundo, apartándose en pos de toda corrupción y mentira. Digo que, después del diluvio, habiendo ocurrido una venganza de Dios tan horrible y digna de ser recordada, de la que los hijos de Noé pudieron escapar; habiendo vivido ellos muchos años después, pudieron instruir a sus hijos y descendientes enseñándoles cómo Dios se había vengado de la maldad del mundo; sin embargo, eso no les impidió que se rebelaran y dejaran la verdadera religión para volverse a las mentiras, idolatría y todo tipo de excesos. Que ello nos haga ver que los hombres son frágiles en extremo, y que no hay nada más difícil que retenerlos en el temor de Dios y en la buena religión. Es cierto que, en cuanto al mal somos tan constantes que nadie nos puede apartar de él; y cuando alguien quiere corregir el mal que hay en nosotros, no sabe por dónde comenzar, no encuentra lugar dónde comenzar, puesto que hay tal dureza que da pena. Ciertamente, y en cuanto al bien, lo perdemos rápidamente, no cuesta nada incitarnos a dejarlo. De ello se nos muestra un buen ejemplo, ya que muy pronto después del diluvio, los hombres están extraviados y han dejado el puro conocimiento de Dios; a pesar de que este les había sido revelado.

Sin embargo, en este ejemplo de la persona de Eliú vemos que Dios había dejado algo de la buena simiente en medio de las sombras, y que algo existía de la buena simiente en medio de las sombras, y que algo existía de la buena y santa doctrina. ¿Y por qué? A efectos de que los incrédulos pudieran ser declarados sin excusa; que no pudieran alegar la ignorancia que reinaba en todo el mundo. Porque, ¿a qué se debe que Dios no era servido y adorado con pureza, que en cambio los hombres le volvían las espaldas? No lo hicieron por ignorancia, que podrían haber alegado honestamente, fue más bien malicia deliberada.

 Los hombres no quieren ser engañados por otros, ni llevados a creer algo; pero cuando se trata de servir a Dios, cierran sus ojos, extinguen toda luz que alumbra, no preguntan nada, excepto cómo entregarse a todo tipo de engaño. Eso es entonces, lo que aquí se nos declara. Ahora debiéramos pesar bien lo que fue declarado anteriormente, que si bien estos no eran profetas de Dios, no obstante, la doctrina que salió de ellos era tan majestuosa que realmente era digna de los profetas. Es cierto que (como hemos dicho) la aplicaron en forma deficiente; sin embargo, poseían una mente sumamente dispuesta. En efecto (como ya hemos declarado) las cosas que se han deducido antes no deben ser recibidas de otra manera que como procedentes de la escuela del Espíritu Santo. Ahora, aunque estas personas eran tan excelentes, sin embargo, no habían sido instruidas en la ley de Moisés, estaban separadas de la iglesia de Dios; porque si la ley se hubiera dado en aquel tiempo (lo cual no es nada seguro) ellas estaban lejos del país de Judea y no tenían comunicación con él, como para ser partícipes de la doctrina que Dios había designado simplemente para su pueblo.

Entonces vemos que personas que no poseían las escrituras, que no poseían sino la doctrina que Noé o sus hijos habían publicado después del diluvio, vemos que esas personas son profetas de Dios teniendo un excelente espíritu, y, aunque vivían en países diferentes, vemos cómo Dios les había dado un conocimiento que podía servir para edificar al común de la gente. Así es entonces que el mundo no tiene excusas por motivos de ignorancia; porque si bien la idolatría había reinado desde el tiempo de Tera y Nacor, y ellos mismos habían sido idólatras (como está escrito en el último capítulo de Josué)3 seguidos por sus descendientes. Sin embargo, este Eliú que era de la familia de Ram, y estos otros tres,  fueron exentos de la corrupción de aquel tiempo; de modo entonces, vemos que la religión pura no había sido abolida entre ellos; sino que existía una doctrina suficiente para guiarlos hacia Dios, ya para convencer al mundo de su obstinación, y de la ignorancia en que se encontraba. Esto es lo que en primer lugar tenemos que notar.

De manera entonces, cuando oímos que Dios permitió que la gente fuera a la perdición, notemos bien que no obstante no haber extendido a todos los hombres la gracia de dar la doctrina especial que él había reservado para su iglesia, no por eso los exime. Dios entonces ha dejado que los hombres enloquezcan, y que se hundan  totalmente en la perdición: no obstante, ha quedado alguna semilla en sus corazones, y han sido convencidos de tal manera que ya no pueden decir: "No sabemos lo que es Dios, no tenemos ninguna religión," ya que nadie puede estar exento de ella; porque está grabado en la conciencia que el mundo no se ha formado por sí mismo, sino que hubo alguna majestad celestial a la cual tenemos que estar sujetos. Es cierto que San Pablo (Romanos 1:20 Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa.) habla específicamente del testimonio con que Dios ha sellado a todas las criaturas, puesto que el orden del mundo es como un libro que nos enseña, y que debe guiarnos hacia Dios; sin embargo, tenemos que volver a lo que se dice en Romanos 2:14,15, que Dios ha registrado tal certeza en nuestras conciencias que no podemos borrar el conocimiento que tenemos del bien y del mal. No todos podrán tener lo que oímos que tuvieron los tres amigos de Job; sin embargo, nunca encontraremos a una persona tan ruda o tan bárbara que ya no tenga ningún remordimiento en sí, que ya no sepa que existe algún Dios, y que no tenga alguna discreción para condenar al mal y aprobar el bien. Entonces hay algunos trazos que Dios ha dejado en el corazón aun de los más ignorantes, a efectos de que los hombres no se puedan amparar con ninguna excusa, sino que puedan ser condenadas por la ley que está escondida en su propio interior. Sin embargo, notemos que es totalmente necio que los hombres se hayan opuesto a Dios para mantener la doctrina que había reinado entre ellos. Porque cómo es posible – puesto que el conocimiento de Dios ha resplandecido tan claramente en el mundo (como hemos visto anteriormente) que todos pudieron ser iluminados por ella- que se hayan entregado a brutalidades tan estúpidas como por ejemplo adorar a árboles y piedras, o adorar el sol y la luna, o también la de hacer imágenes grotescas de ellos, y no saber lo que es el Dios viviente? ¿Cómo pudo suceder? Porque es como si un hombre fuese premeditadamente, al sol del medio día, a caminar sobre el borde del precipicio, arrastrado por su borrachera, aunque sus ojos vean la ruta correcta.

Entonces vemos que los hombres no se han apartado por simple falta de conocimiento, sino que han despreciado a Dios con verdadera malicia. Sin embargo, notemos bien a efectos de que ya no usemos los subterfugios acostumbrados, diciendo: "Miren aquí, si los hombres están tan mareado que ya no saben lo que es Dios, ¿no debiera esto servirles de excusa?" Al contrario, cuando alguien argumenta de esta manera procedamos a darle como respuesta lo que dice San Juan (1:5) "La luz siempre ha resplandecido en las tinieblas," y nosotros lo vemos en ejemplos actuales; porque es imposible que los hombres hayan sido extraviados a tan enormes y estúpidas supersticiones, excepto que ellos mismos se hayan arrojado a ellas por su propia libre voluntad.

Entonces hubo malicia y rebelión sumadas a la ignorancia cuando los hombres erraron el verdadero camino de la salvación entregándose a los ídolos. Eso es lo que tenemos que recordar.

Es para que mientras tengamos la luz estemos tanto más atentos en nuestro andar. Ya he mencionado que si Dios nos manifiesta la gracia de mostrarnos el camino, tenemos que apurarnos, y no es asunto de quedarse dormido, ni mucho menos de cerrar los ojos del conocimiento. Actualmente vemos como una gran oscuridad que reina sobre la mayor parte del mundo; los pobres papistas se perdieron en ella, y no saben lo que hacen. ¿Y por qué? Porque Dios los ha abandonado tal como se lo merecieron. Su venganza tiene que ser como una inundación que los cubre, y que los lleva a la perdición, puesto que deliberadamente olvidaron la verdad. Por nuestra parte tenemos a Jesucristo que es el Sol de Justicia, que resplandece sobre nosotros. Entonces, no tenemos que cerrar nuestros ojos aquí, más bien caminemos mientras dure el día, sigamos la exhortación que se nos hace y nos seamos culpables de borrar deliberadamente el conocimiento que hoy nos es dado. Esto es, entonces lo que tenemos que recordar, en primer lugar, de este pasaje.

Ahora, en cuanto a la ira de Eliú notemos que aquí no se lo culpa de una pasión exorbitante; se trata, en cambio, de una indignación buena y loable, tanto más viendo que el celo de Eliú era por la verdad de Dios, pensando que Job quería justificarse a sí mismo más que a Dios. Los amigos de Job no tenían ese conocimiento; puesto que argumentaban diciendo que Job era un malvado. Job no niega, y estaba acertado, pero (como hemos dicho), fue demasiado lejos, y aunque el suyo era un caso bueno, lo presenta deficientemente, escogiendo un procedimiento pobre. Eliú entonces, considera que Job se ha salido de sus límites, y que a veces, en su impaciencia, ha murmurado queriendo justificarse a sí mismo en vez de justificar a Dios. Luego se enoja contra aquellos que toman apresuradamente un caso malo sin poder hacer una conclusión, siguiendo confundidos cuando se llega a los extremos. Aquí entonces está Eliú encendido en ira, pero no sin causa. Por eso entonces, como su celo es bueno, también el Espíritu Santo aprueba la ira y el enojo que hubo en él.

Sin embargo, tenemos que notar las palabras, "Job quiso justificarse a sí mismo antes que a Dios." Ciertamente, esa no fue su intención, y hubiera preferido cien veces ser tragado por la tierra o nunca haber venido a este mundo, antes que pensar en semejante blasfemia. En efecto, hemos dicho cada vez que se extralimitó, que no se trataba de una conclusión definitiva, sino que estaba echando espumas por la boca, porque para los hombres es difícil refrenarse a sí mismos de manera de no escapárseles muchas pasiones. Ese era el caso de Job; además, casi al final, se disculpó; y si en algo estuvo errado no pretendió excusarse. ¿Por qué entonces, dice que quiso justificarse a sí mismo antes que a Dios? Ahora bien, esta expresión contiene una doctrina buena y útil; porque aquí se nos enseña que por no pensar, muchas veces podemos blasfemar contra Dios. ¿Y de qué manera? Oponiéndonos a él.

Cuando no nos parece bien todo lo que Dios hace, especialmente cuando nos aflige, es cierto que pretendemos tener más razón que él. Es cierto que no vamos a decirlo, y tampoco tendremos semejante persuasión en nuestro interior; pero las evidencias lo muestran; para condenarnos es suficiente con que no demos gloria a la justicia de Dios; con no glorificarlo es suficiente. Esto se entenderá mejor con el ejemplo. Aquí está Job, sabiendo que Dios es justo; en efecto, Job lo reconoce con franqueza. En cuanto a sí mismo confiesa que es un pobre pecador, y que hay muchas faltas en él, e incluso, si quisiera oponerse a Dios, que sería convencido mil veces de sus pecados antes que Dios haya respondido a un solo cargo. Entonces, Job no pretende justificarse directamente a sí mismo antes que a Dios, ni siquiera de igualarse a él. Sin embargo, ¿qué dice: "Estoy atónito al ser afligido así por Dios, y qué faltas puede de encontrar en mí?" Y luego, "Soy una pobre criatura, llena de debilidades; ¿acaso tiene que exhibir Dios su brazo poderoso contra mí? Oh, que me deje morir con el primer golpe." Cuando Job se abandona a semejantes murmuraciones y desafíos, no hay duda que se justifica a sí mismo antes que a Dios. ¿Y por qué? Cree que Dios está equivocado al afligirlo de esa manera; y puesto que ignora el porqué de esto, lo único que pide es que Dios se presente personalmente como su adversario. Y luego, en segundo lugar, se enoja porque Dios no lo consume con el primer golpe, y que no lo manda al hoy. Entonces, cuando Job tiene arranques tan violentos de pasión, no hay duda que al obrar de esa manera se justifica a sí mismo antes que a Dios. Y esto es lo que ya he dicho, que muchas veces vamos a blasfemar en nuestras pasiones sin pensar en ello; lo cual debiera llevarnos a todos a ser tanto más cuidadosos en no soltar las riendas de nuestras pasiones para no ser tan miserables de blasfemar contra Dios sin pensar en ello. Esta doctrina entonces, es muy útil para nosotros. El Espíritu Santo expresa que todos los que se enojan y murmuran en sus aflicciones, todos aquellos que no se pueden sujetar a la mano fuerte de Dios, confesando que todo lo que él hace es justo y razonable; todos ellos se justifican a sí mismos antes que a Dios; y aunque no lo digan, y aunque afirmen cien veces que ni siquiera pensarían en ello, no obstante lo hacen. Ahora aquí hay un juez competente para pronunciar sentencia; no es propio darle puntapiés, porque nada ganaremos con ello. Entonces, ¿qué queda? únicamente que aprendamos ante todo a condenarnos a nosotros mismos y cuando vengamos delante de Dios, que presentemos nuestro caso de tal manera de reconocer que somos pobres pecadores. Además, cuando los juicios que Dios ejecuta sobre nosotros, nos parezcan demasiado dolorosos, procedamos a soportarlos pacientemente, sin hacer mayores averiguaciones. Si nos parece extraño que Dios nos trate con demasiada severidad, y cuando no veamos el motivo por el cual lo hace; si nos parece que el mal dura demasiado y que Dios no tiene cuidado de nuestra debilidad, que no nos tiene la debida piedad, cuando ese sea el caso no demos rienda suelta a tales fantasías, al extremo de consentirlas, en cambio recordemos siempre esto: Dios es justo, además de todos los otros atributos suyos. Es cierto que no percibiremos el motivo por el cual lo hace, ¿pero de dónde más procede esto sino de nuestra debilidad y rudeza? Acaso tenemos que medir la justicia de Dios mediante nuestros sentidos? ¿Adónde nos llevará eso? ¿Cuál será el propósito de ello? Entonces, aprendamos a glorificar a Dios en todo lo que hace; y aunque su mano sea ruda sobre nosotros, nunca dejemos de confesar, "De veras, Señor, si pretendo entrar en juicio contigo sé muy bien que mi caso está perdido."

Es lo que argumenta Jeremías (12:1 Justo eres tú, oh Jehová, para que yo dispute contigo; sin embargo, alegaré mi causa ante ti. ¿Por qué es prosperado el camino de los impíos, y tienen bien todos los que se portan deslealmente?) mostrándonos el camino que debemos ir; porque si bien la confusión era tan grande que podía haber estado suficientemente afectado como para murmurar con el resto del pueblo, sin embargo, usa este prefacio: "Señor, yo sé que eres justo, es cierto que si comenzara a disputar contigo estaría preocupado por mi deseo carnal, y cuando veo que las cosas son tan confusas, ciertamente tiendo a preguntarme a mí mismo por qué será que tú obras de esa manera. Entonces tengo la tentación de hacerlo; pero, Señor, antes de tomarme la licencia de inquirir en el porqué de tu obrar, declaro que tú eres justo, que eres equitativo, y que nada puede provenir de ti que no sea digno de alabanza."

Este entonces es el procedimiento que debiéramos seguir, siempre que se nos presenten los incomprensibles juicios de Dios, es decir, saber que nuestra mente no tiene la capacidad de ascender tan alto, y que estas son profundidades demasiado profundas para nosotros. Y, sobre todas las cosas, practiquemos esto en nosotros mismos; porque los hombres están llenos de Dios; y cuando no están totalmente persuadidos de esto, tendrán, sin embargo, la certeza de que Dios no tiene motivos para perseguirlos con tanta severidad; cada uno se jacta de sí mismo minimizando su pecado, a pesar de sentirse culpable del mismo. "Muy bien, es cierto que soy un pecador," dirá, "pero no soy el peor del mundo." Y ¿por qué no conocemos la grandeza de nuestro pecado? Es porque nos vendamos los ojos. Así es entonces, como nos inflamos de orgullo. Debemos practicar esta lección, especialmente cuando Dios nos aflige, y no iniciar pleito contra él aunque nos parezca que sus castigos son demasiado severos; sin embargo, sepamos que en todo lo que hace hay una medida, y que no se excede; que esto nos enseñe a conformarnos apaciblemente a su voluntad. Y aunque Dios no nos castigue por causa de nuestros pecados, sepamos que ello es de pura gracia la cual él ejerce hacia nosotros, que ello es un privilegio especial que nos da; porque siempre tendrá buenos motivos para castigarnos aunque nosotros fuésemos los más justos del mundo. Ahora resulta que estamos muy lejos de semejante perfección. ¿Qué es, entonces, lo que Dios puede hacer con nosotros? Aunque nos visite para probar nuestra paciencia, si nos concede la gracia de dejarnos sufrir por su nombre, aun así podrá castigarnos por nuestros pecados; sepamos que él nos hace un honor excesivamente grande, y por eso procedamos a humillarnos; y que cada uno, en su lugar, tenga la modestia de decir, "Muy bien, yo quisiera ser tratado de otra manera por Dios y seguramente pareciera que se ha extralimitado afligiéndome, pero quisiera saber que no lo hace sin causa, y que no es por mis pecados que me aflige; es tanta la gracia que me está demostrando, porque he merecido mucho más, y sin embargo, debo inclinar mi cabeza sometiéndome completamente a su buena voluntad."

Así es entonces como glorificaremos a Dios, y como hemos de atribuirle la justicia que es suya, es decir, cuando nos mantenemos callados, como también San Pablo lo menciona en Romanos 3:19, " Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios," y que solamente él pueda ser justificado. ¿Cómo es que, conforme a San Pablo, será justificado el Señor por medio nuestro? Esto es, cuando todos permanecemos bajo condenación, sin tener la osadía de responderle, confesando, en cambio, espontáneamente que somos deudores suyos. Entonces, llegando a esto es que Dios será justificado, es decir, su justicia será probada por medio de nosotros con una alabanza como la que él merece. Pero, si por el contrario, la gente se levanta sin saber que está expuesta a condenación y no confiesa la deuda por la cual está obligada delante de Dios; aunque digan que quieren justificar a Dios, es decir, confesar que él es primero, y sin embargo, lo condenan. Además, cuando se dice que Eliú se encendió de esa manera, sepamos que hay una gran diferencia entre un enojo que procede del celo para con Dios y esa clase de enojo que cada uno de nosotros tendrá por interés de sus propias cosas, o de su honor, o de su propia estima. Porque aquel que se enoja y es probado por una pasión privada no tiene excusa; aunque afirme que su caso es bueno, de todos modos, ofende a Dios por el hecho de enojarse; porque somos demasiado ciegos en nuestras pasiones. Este, entonces, es un asunto, es decir, tenemos que mantener ajustadas las riendas de nuestro enojo; en efecto, cuando nos sentimos incitados a estar ofendidos contra nuestros semejantes con respecto a nosotros mismos.

Pero existe un enojo que es bueno, enojo que procede de un sentimiento que tenemos cuando Dios es ofendido. Entonces, cuando estemos encendidos por un celo bueno y luchemos por la causa de Dios, si estamos enojados, oh, que no por ello incurramos en culpa; pero notemos que este enojo aquí es sin distinción de personas. Si alguien está enojado por una pasión carnal o por aquello que le concierne a él mismo, y el afectado quiere defenderse, y luego quiere mostrar que favorece a sus amigos, y si hace más por ellos que por otros, entonces sí hay una distinción de personas; como también nosotros seremos más considerados con nosotros mismos. En cambio, tendríamos que estar enojados con nosotros mismos si queremos que Dios apruebe nuestra ira y enojo. Y eso es lo que dice San Pablo (Efesios 4:26 Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo,); porque allí se refiere especialmente a lo que dice el Salmo 4:4 (Temblad, y no pequéis; Meditad en vuestro corazón estando en vuestra cama, y callad. Selah), en cuanto a estar enojados sin ofender. ¿Y cómo es posible eso? Es cuando una persona mira a su propio interior, y premeditadamente se aparta, y no le importa tanto condenar a otros como condenarse a sí misma, y luchar contra sus propias pasiones. Así es entonces, como debemos estar enojados, y es allí donde comienza el propósito adecuado de nuestro enojo, si queremos que sea aprobado por Dios, es decir, que cada uno mire sus propios vicios; procedamos entonces, a dirigir nuestro enojo sobre ellos, siendo que hemos provocado la ira de Dios contra nosotros, viendo que estamos llenos de pobreza. Que estemos enojados y provocados por ese motivo para que comencemos en el sitio correcto; y luego condenemos al mal dondequiera que se encuentre, tanto en nosotros mismos como en nuestros amigos; pero que no seamos influenciados por algún odio particular. No dirijamos nuestra ira contra alguien simplemente porque ya estamos preocupados por algún sentimiento malo hacia dicha persona.

Entonces, nuestro enojo será loable, y mostraremos que procede de un auténtico celo por Dios.

Es cierto que no siempre seremos capaces de refrenarnos a nosotros mismos; porque si bien el celo de Dios gobierna en nosotros, no obstante, no podemos evitar el salimos de control, a menos que Dios nos sujete. Entonces tenemos que tener prudencia y moderación en nuestro celo. Pero, (como ya he dicho) el enojo en sí será loable si procede de esa fuente, es decir, de nuestro odio al mal, dondequiera que este se encuentre, y especialmente en nuestras propias personas.

Entonces, ¿qué hemos de notar en este pasaje? En primer lugar, no hemos de condenar todo enojo; cuando vemos a una persona acalorada y furiosa no debemos atribuirlo siempre al pecado; como vemos a los bufones de Dios que dirán, "Oh, ¿tiene que ser tan tempestuoso? ¿Tiene que enojarse? ¿Acaso no saben cómo usar modales apacibles?" Estarán blasfemando malvadamente contra Dios; lo provocarán; como que se ven muchos que trastornan toda buena doctrina, buscando solamente cómo poner tal corrupción en todas partes que Dios ya no sea conocido, y que su verdad sea sepultada. Ahora, habiendo hecho eso, querrán ver sembrada la disensión, o quizá todo lo que hicieron fuese aprobado, y que desde el púlpito el predicador no hiciera sino contar cuentos, para que no hubiese amonestaciones. En este espíritu dirán, "¿Acaso no saben predicar sin enojarse?" ¿Por qué? ¿Acaso se admite que veamos a una pobre criatura, frágil y mortal, levantándose contra la majestad de Dios, para pisotear toda buena doctrina, y que nosotros, sin embargo, lo soportemos pacientemente? De esa manera ciertamente demostraríamos no tener celo por Dios; porque en el Salmo 69:9(Porque me consumió el celo de tu casa; Y los denuestos de los que te vituperaban cayeron sobre mi) dice que el celo de la casa del Señor debe consumirnos. Porque si tuviéramos un gusano carcomiendo el corazón no tendríamos que sentirnos tan afectados como cuando hay algún oprobio hecho a Dios, como cuando vemos que su verdad es cambiada en falsedad. Entonces, aprendamos a no ocultar el pecado de esa manera; distingamos, en cambio, entre el celo de Dios y el enojo carnal por el cual las personas son movidas y encendidas en relación con sus propios pleitos; como dice aquí, Eliú se encendió de indignación, estuvo ardientemente enojado, y, sin embargo, en él se lo considera una virtud; porque es el Espíritu Santo el que habla. Sepamos digo, por medio de esto, que no debemos rechazar el enojo de inmediato, sino que debemos discernir la causa por la cual una persona se ha encendido; porque si se entristece viendo que la gente ofende a Dios, y que la verdad es trastornada, consideremos que esa clase de enojo procede de buena fuente. Y además, aprendamos (siguiendo lo que ya he dicho) a mostrar enojo, cuando vemos que el honor de Dios es herido, y cuando tratan de oscurecer su verdad o de disfrazarla; que ello nos mueva, que nos encienda, para demostrar que somos hijos de Dios; porque no podemos dar mejor prueba de ello.

Sin embargo, mantengamos las cosas dentro de los límites para no mezclar nuestras pasiones excesivas con el celo de Dios; que tengamos la prudencia de discernir; y, después de eso, aunque odiemos los vicios, y los detestemos, no obstante, tratemos de llevar la persona a la salvación.

Ahora, es cierto que practicar esto es difícil; pero Dios nos guiará, siempre y cuando permitamos que el Espíritu Santo nos conduzca y le demos toda la autoridad sobre nosotros. Entre tanto, debiéramos notar bien esta doctrina, puesto que en la actualidad vemos infinitas ocasiones de enojarnos si fuéramos hijos de Dios. Por un lado están los papistas que no quieren sino destruir toda religión. Es cierto que presentarán una buena máscara apoyando al cristianismo, pero aunque sea así, lo único que quieren es suprimir la majestad de Dios. Vemos como la verdad es cortada en pedazos. Oímos las blasfemias execrables que ellos vomitan. Les pregunto, ¿si estas cosas no nos tocan en lo más profundo, si ellas no nos lastiman como si nos hiriesen con la espada; acaso no estaremos demostrando que no sabemos lo que es Dios, y que no somos dignos de ser suyos como hijos? Tan delicados cuando nuestro honor es herido que no podemos soportarlo; sin embargo, el honor de Dios será expuesto a toda vergüenza y desgracia, ¿y vamos a fingir que no es nada? ¿Y no tiene que rechazarnos Dios y no debe mostrarnos que no tenemos sentimientos para defender su honor? Este es un asunto muy serio que haríamos bien en meditar.

Ahora, no es necesario ir tan lejos como a los papistas, porque cuando vemos entre nosotros a los perros y puercos ( Mateo 7;6 No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen) que sólo quieren corromperlo todo, que vienen a meter sus hocicos en la palabra de Dios, y solamente tratan de trastornarlo todo, cuando vemos a estos bufones de Dios, cuando vemos a estos profanos viles que vienen para cambiar todo en un hazmerreír y burla, cuando vemos cómo los malvados disfrazan las cosas y que ellos corrompen y pervierten todo con sus falsas acusaciones, cuando vemos a los herejes sembrando su veneno para echarlo todo a perder; viendo todas estas cosas, les pregunto, ¿acaso no debemos ser tocados por ellas? Se ha dicho que si alguien se levanta así contra Dios, es como si esa persona lo hiriese mortalmente. "Ellos experimentarán" dice (Zacarías 12:10) "a aquel a quien han herido;" Dios declara que alguien está en camino para herirlos con la espada; Y, ¿acaso, no va a aplicarla a nosotros? Dios declara que su Espíritu está entristecido, como si estuviera languideciendo, ¿y nosotros no haremos sino reírnos de ello? Después de oír las odiosas blasfemias con las que el nombre de nuestro Señor Jesús es despedazado; vemos que actualmente el nombre de Dios está en gran vergüenza y desgracia, si estuviéramos entre los turcos estaríamos avergonzados de ello; vemos las vilezas que se cometen; por una parte actos de adulterio y lascivia, por otra, actos de furiosa violencia. Dicho brevemente, la gente ha pasado el límite al saltar por la borda. Y si nosotros no obramos en forma diferente, ¿acaso declararemos ser hijos de Dios y cristianos? Entonces, ciertamente, tenemos que ser prudentes y tener mayor celo del que hemos tenido hasta ahora; y cuando cada uno de nosotros se enoje, que sea por causa de sus pecados; y especialmente cuando vemos que Dios es gravemente ofendido. Es así como Dios aprobará nuestra indignación, como aquella que aquí se menciona, la que recibe alabanza del Espíritu Santo. No obstante, puesto que nos resulta fácil caer y soltar las riendas de nuestras pasiones; oremos a Dios que quiera gobernarnos de tal manera mediante su Espíritu Santo, que nuestro celo sea totalmente puro, a efectos de ser aprobado por él.

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