1 Pedro 1:2 elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean multiplicadas.
EL ESPÍRITU SANTO PREPARA AL ESCOGIDO EN SANTIDAD
El Espíritu Santo es nuestro parakleto, el que nos prepara a gobernar con Dios. Dos obras del Espíritu Santo son mencionadas por Pedro en su primera epístola. Una obra del Espíritu Santo es “santificación” y la otra “derramamiento de la sangre de Jesucristo.”
Una marca distintiva de la elección es que el Dios Trino hace al escogido santo. Esto se conoce como santificación. De la introducción que Pedro da vemos que la santificación es una obra divina eterna, requiere nacer de nuevo, y es una obra que continúa, un proceso de toda una vida que continuamente necesita de la gracia de Dios.
La santidad es una obra divina eterna. La santidad de Dios proviene del Espíritu Santo eterno. Antes de la creación del mundo Dios conocía de antemano y eligió a los escogidos. El Espíritu Santo, que es eterno, prepara a los escogidos para ser santos sobre la tierra y para vivir con Dios por siempre. Solo el Espíritu Santo eterno puede introducir santidad eterna en el corazón y vida del escogido. Si usted es un mormón, judío, musulmán, testigo de Jehová, protestante liberal, o alguna otra persona que no cree en que el Espíritu Santo existe o le prepara en santidad ahora y por la eternidad, ¿entonces cómo será lo suficientemente santo, y cómo lo será por suficiente tiempo para vivir en la presencia del Padre, Hijo y Espíritu Santo? El autor de hebreos dice, “sin santidad nadie verá a Dios.” Para poder ver a Dios se debe creer que Él existe y que Él ha preparado el camino de santidad para presentarnos delante de Él.
Hay muchos que creen que no necesitan la santidad de Dios para poder venir ante la presencia de Dios. Tales creyentes creen erróneamente que son lo suficientemente santos para vivir con Dios para siempre. Ellos no creen “que todos han caído y están destituidos de la gloria de Dios.” Ellos no creen lo que el apóstol Pablo escribe: “No hay justo, ni aun uno” o que estamos “muertos en pecados.”
La santidad de Dios es la obra de gracia de Dios en la vida del creyente donde el creyente está separado de su pecado, del mundo y del diablo y está preparado para servir al Dios verdadero y viviente.
La santidad requiere nacer de nuevo. El Espíritu Santo santifica al pueblo de Dios haciéndoles nacer de nuevo. “Según su grande misericordia nos hizo renacer” ( 1 Pedro 1:3) y “siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios…” (1 Pedro 1:23).
El primer nacimiento de una persona no es adecuado para la santidad. La naturaleza y acciones humanas son condenadas por el pecado. Por naturaleza somos “hijos de la ira” y “muertos espirituales” (Efesios 2:1-3Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, 2 en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, 3 entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.). Por lo tanto, el nuevo nacimiento espiritual o regeneración son necesarios para poder ser santos ante Dios. Esta nueva naturaleza es dada misericordiosamente por Dios a través de las obras del Espíritu Santo.
Cuando el creyente nace de nuevo, aún tiene que luchar en contra de la vieja naturaleza. Los apóstoles dan abundantes instrucciones al creyente concerniente a cómo deben morir al pecado y vivir por Cristo.
La santidad en un trabajo continúo. El Espíritu Santo trabaja en la vida del creyente. Sus obras nos llevan a la obediencia a Cristo y el continuo derramamiento de la sangre de Cristo. La obediencia significa que Dios está trabajando en el escogido (Filipenses 2:13 porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.).
La obra del Espíritu siempre está relacionada tanto al conocimiento como a la obediencia de Jesús. También, el creyente necesita constante “derramamiento de la sangre.” Ésta imagen del Antiguo Testamento se refiere a la finalización del sacrificio. No tan solo se mató al cordero y a la ofrenda, sino que el pueblo fue rociado. Este rocío simbolizó la aplicación del perdón para el creyente. La necesidad del derramamiento muestra que los escogidos necesitan continuamente del perdón y que no son perfectos todavía.
La santidad es una operación de Dios continua a lo largo del Antiguo Testamento así también como del Nuevo Testamento. El lenguaje útil de Pedro conecta a la comunidad cristiana con dos temas importantes de la Biblia: la identificación del Dios verdadero y la promesa de obedecer el pacto de Dios. La identificación del Dios verdadero es el primer mandamiento (Éxodo 20:3 No tendrás dioses ajenos delante de mí.). Jesús reveló a su pueblo que Dios es el Padre, Hijo y Espíritu Santo (Mateo 28:19-20 Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; 20 enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén).
Por la fe en Jesús el pacto de la gracia se extiende a todos los cristianos. Los creyentes necesitan la santificación continua del Espíritu Santo que incluye la obediencia a Cristo y ser rociados continuamente por Su sangre (santificación continua).
EL ESPÍRITU SANTO NOS APARTA DEL MAL, NOS PREPARA PARA HACER EL BIEN Y GLORIFICAR A DIOS
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