} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO

lunes, 2 de septiembre de 2024

¿CÓMO PUEDE UN HOMBRE SER JUSTO DELANTE DE DIOS?

 

 Job 9:1-6 ” Entonces respondió Job y dijo: En verdad yo sé que es así, pero ¿cómo puede un hombre ser justo delante de Dios? Si alguno quisiera contender con El, no podría contestarle ni una vez entre mil. Sabio de corazón y robusto de fuerzas, ¿quién le ha desafiado sin sufrir daño? Él es el que remueve los montes, y éstos no saben cómo cuando los vuelca en su furor; el que sacude la tierra de su lugar, y sus columnas tiemblan (LBLA)

  

     Aunque los hombres fuesen obligados a confesar que Dios es justo y que no hay ningún defecto en él, sus pasiones son tan excesivas, que cuando alguno es afligido no solamente se oirán murmuraciones contra Dios con la voz en cuello. Aunque entretanto no dejen de ser atormentados tienen la impresión de vengarse de alguna manera al desafiar así a aquel con quien tienen que vérselas. Para nosotros es tanto más necesario haber meditado en la justicia de Dios, vista en perspectiva, a efectos de que, al ser afligidos por él podamos permanecer suficientemente humildes y reconocer lo que él es: es decir, justo y sin culpa. Sin embargo, no es suficiente confesar en general que en Dios sólo hay equidad. Porque anteriormente ya hemos visto que Bildad, sosteniendo el argumento de que Dios es justo hizo una aplicación pobre cuando terminó afirmando que Dios castiga a los hombres conforme a lo que se merecen. Ahora, (como ya lo hemos visto), esta no es una regla equitativa. A veces Dios guarda y sostiene a los malvados; a veces castiga a quienes ama tratándolos con una severidad mucho mayor que a aquellos que son totalmente incorregibles. Entonces, si queremos decir que Dios castiga a los hombres, a cada uno según su merecido, ¿cuál sería el resultado? Todo aquel que intente apoyar la justicia de Dios por este medio procede con escasa sabiduría. Es entonces un vicio, cuando alguien quiere medir la justicia de Dios como diciendo: "No aflige a nadie excepto por causa de sus faltas; Dios tiene que devolver a cada uno, en este mundo, tanto en calidad como en cantidad según haya sido su ofensa." En ese caso la justicia de Dios no es adecuadamente comprendida.

Job era un hombre de grandes cualidades y capacidad naturales; tenía una gran cuota de conocimiento de las cosas, naturales, civiles y morales; y era un buen hombre, en quien brillaba la verdadera luz de la gracia; y siendo iluminado por el espíritu de sabiduría y revelación, en el conocimiento de las cosas divinas, sabía mucho de Dios, de su ser y perfecciones, y de los métodos de su gracia, especialmente en la justificación de los hombres, como aparece en varios pasajes de este capítulo; sabía que Dios era justo y santo en todos sus caminos y obras, ya fueran de providencia o de gracia; y esto lo mantuvo presente en medio de todas sus aflicciones, y estaba dispuesto a reconocerlo: sabía esto "en verdad"; es decir, con toda certeza; porque hay algunas verdades que son tan claras y evidentes que un hombre puede estar seguro de ellas, y ésta era una de ellas en el caso de Job; No necesitaba que le instruyeran en este artículo; sabía tanto en este punto como en otros, como Bildad o cualquiera de sus amigos; ni necesitaba que lo enviaran a los antiguos para indagar de ellos, o para prepararse para la investigación de los padres, a fin de adquirir el conocimiento de esto, al que Bildad había aconsejado; sin embargo, aunque este era un punto tan claro, sobre el cual no había lugar para más disputa; pero entonces el asunto es:

¿Cómo puede el hombre ser justo delante de Dios?

Si no los ángeles, si no el hombre en su mejor estado, en el que era vanidad cuando se compara con Dios; entonces mucho menos los hombres frágiles, débiles, mortales, pecadores, incluso los mejores de los hombres, considerados en sí mismos, y con respecto a su propia justicia: porque, "ser justo" no es serlo mediante una infusión de justicia y santidad en los hombres, que en los mejores de los hombres es su santificación y no su justificación; pero este es un término legal, y se opone a la condenación, y significa que un hombre es condenado y pronunciado justo de una manera judicial; así que un hombre no puede ser juzgado, considerado o contado por Dios sobre la base de las obras de justicia hechas por él; ya que sus mejores obras son imperfectas, son trapos de inmundicia delante de Dios, no responden a la ley, sino muy defectuosas, y por lo tanto no justifican; son opuestas a la gracia de Dios, por la cual, en un sentido evangélico, los hombres son justificados; estas alentarían la jactancia, que está excluida en la manera de Dios de justificar a los pecadores; y si la justificación fuera por ellas, la muerte de Cristo sería en vano, y no habría habido necesidad de él y su justicia justificadora: especialmente, es una cosa cierta, que un hombre nunca puede ser "justo", o "justificado con Dios", de esa manera, o por medio de cualquier justicia realizada por él; es decir, o no es y no puede ser justo en comparación con Dios; porque, si los habitantes de los cielos no son puros a sus ojos, los santos ángeles; y si el hombre, en su mejor estado, era completamente vanidad cuando se le compara con él, ¿qué deben ser los mortales pecadores? o no ser justos en su tribunal; si él notara sus iniquidades, entrara en juicio con ellos, o una acción contra ellos, los citara ante él para responder a los cargos que tiene que exhibir; no podrían comparecer ante él, o salir absueltos o liberados; o en su cuenta; porque su juicio es conforme a la verdad; nunca puede considerar una justicia perfecta lo que es imperfecto; o a su vista; porque, aunque los hombres pueden ser justos en comparación con otros, o en un tribunal humano, en un tribunal humano de judicatura, y en la cuenta de los hombres, y en la vista de ellos, a quienes pueden parecer justos exteriormente, así como a su propia vista; sin embargo, no a la vista de Dios, que ve todas las cosas, el corazón y todo lo que hay en él, cada acción y el origen de ella; Salmo143:2 y no entres en juicio con tu siervo, porque no es justo delante de ti ningún viviente.   Romanos 3:20 porque por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de El; pues por medio de la ley viene el conocimiento del pecado.; en este sentido, un hombre sólo puede ser justo con Dios por medio de la imputación de la justicia de Cristo, contándosela, poniéndosela sobre él, revistiéndolo con ella, y así considerándolo y declarándolo justo por medio de ella; y lo cual es enteramente consistente con la justicia de Dios, puesto que por ella la ley es cumplida, magnificada y hecha honorable, y la justicia satisfecha; con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.  Romanos 3:26.

 Por eso Job ofrece aquí un tratamiento mucho mejor de la justicia de Dios y de la forma en que debe ser reconocida, comparado con aquel que acaba de hacer Bildad. Es que sin mirar un pecado u otro, sino tomando a los hombres como son desde el vientre de su madre, el mundo entero tendría que ser condenado y tendría que reconocerse que aunque las aflicciones pueden parecer severas, no obstante, nadie puede argumentar contra Dios. Notemos entonces que estas son dos maneras de hablar. Una dice, "Dios es justo porque castiga a los hombres de acuerdo a lo que se merecen." La otra dice, "Dios es justo, porque independientemente de cómo trata a los hombres, debemos callarnos la boca y no murmurar contra él, porque nada remediaremos con  ello." Si vemos a un hombre perverso, afligido por Dios (tal como lo hemos discutido antes) es porque Dios quiere que su juicio particular sea reconocido, para que algunos sean prevenidos por él, y es eso lo que mencionan las Sagradas Escrituras. Vemos que Dios castigará a los adúlteros, castigará la crueldad, castigará perjurios, castigará blasfemias y cosas similares. Efectivamente, su castigo vendrá sobre personas, o sobre naciones, o sobre algunos lugares que han andado en pecado. Dios pone su mano allí donde quiere mostrarnos un espejo para instruirnos. Es como lo que Pablo declara de nosotros cuando dice: "Dios juzga a los pecadores para que cada uno esté atento. Porque si ha castigado las rebeliones en contra de su palabra, es para que andemos en temor; cuando castiga a la malvada avaricia," es para que podamos andar en toda sujeción; cuando castigó a los adúlteros fue para que podamos andar en toda pureza, tanto de cuerpo como de alma. Entonces, seguramente es así como Dios quiere que sus juicios al ser manifestados sean considerados y contemplados. Algunas veces alguien podrá decir, "Dios es justo, y ¿por qué? Porque ha castigado a tal persona, efectivamente, porque tal persona era un hombre de vida mala y disoluta. Dios ha ejercido su venganza sobre tal país. ¿Y por qué? porque estaba totalmente infectado y hediondo." Tenemos todo el derecho de hablar de esa manera, y también el deber; aunque no siempre. Porque como ya hemos dicho, no es una regla universal. ¿Qué debemos hacer, entonces? Debemos llegar a reconocer algo mayor: que Dios siempre es justo, independiente de cómo pueda tratar a los hombres. Ahora bien, esto es muy digno de ser notado; porque hoy vemos bestias que viven creyéndose sutiles maestros. Cuando apoyan la justicia de Dios conforme a su disparatada interpretación, quieren que Dios sea reconocido como justo, ¿y por qué? Porque, (como ya he dicho), Dios trata a los hombres según lo que cada uno se merece, y para ello deben atribuir libre voluntad a los hombres; la elección por parte de Dios tiene que ser arruinada y aniquilada. Porque les parece sumamente extraño decir que Dios elige a los que él quiere y que en su soberana bondad los llama a la salvación, y que otros son rechazados por él. Y por eso, estos perturbadores, que pretenden ser grandes eruditos, trastornan los primeros fundamentos de nuestra fe para probar la justicia de Dios, en efecto, según su imaginación. ¿Y por qué lo hacen? Porque no pueden subir tan alto como para reconocer que Dios siempre es justo en comparación con los hombres, por muy justos que estos puedan ser. Es cierto que tenemos que observar el otro extremo, pues está pervertido. Porque veremos que aquellos que tienen una vida tan infame como posible, si no son descubiertos en sus infamias9 dirán: "Oh, en cuanto a mí, soy un buen hombre (sí, ante el mundo), pero reconozco que ante Dios cada uno es pecador." Se cubren con esta capa común. Observemos a un adúltero que se ha extralimitado durante diez años; observemos al blasfemo que no cesa de maldecir y blasfemar, desafiando a Dios; miren al obsceno que desprecia a Dios y a toda religión; miren al licencioso, un hombre sin conciencia que solamente quiere satisfacer su deseo, sin fe, sin lealtad; tales canallas dirán que es cierto, que son pecadores delante de Dios; porque nadie es justo ante él. De esa manera se excusan de sus faltas que son tan enormes que mayores no podrían ser. Se ocultan bajo la capa de la debilidad humana diciendo que nadie puede igualarse a Dios. Creen que haciendo tal confesión han hecho mucho. Ahora bien, ya he demostrado que debemos tener presentes a estos dos artículos. Uno es que, en general, reconocemos que Dios es justo respecto al mundo entero, y que los hombres, por muy brillantes, que sean, no deben argumentar ni debatir contra Dios, puesto que de esa manera no lograrán nada bueno; es preciso, en cambio, que tanto grandes como chicos, todos sean confundidos. Ese es un punto.

El segundo es que cada uno se considera a sí mismo, y que cada uno gima por sus faltas, y que cada uno las deteste y las condene.

Además, conozcamos las venganzas y castigos que Dios envía sobre los pecados, a efectos de saber cómo aprovechar dicho conocimiento. Si sus varas nos azotan, diga cada uno, "Es totalmente correcto; ciertamente lo he merecido." Si Dios nos instruye a expensas de otro, corrigiendo a otros ante nuestros ojos, permitamos que ello nos afecte. Apliquemos tal ejemplo a nuestra instrucción, a efectos de anticipar la necesidad de Dios de venir sobre nosotros, habiendo aprovechado los castigos que nos ha mostrado en otras personas. Estos, entonces, son los dos asuntos que aquí debemos notar y practicar.

Procedamos ahora a explicar lo dicho por Job aquí: "Ciertamente, yo sé que es así"; dice,

"¿ cómo puede un hombre ser justo delante con Dios?" Así está escrito. Pero la palabra "con" equivale a "ante los ojos de Dios.". Ahora bien, correctamente entendida ésta es una enseñanza de gran peso. ¿Por qué se justificarán tan osadamente los hombres a sí mismos? Es decir, presumen de sí mismos, están presos y llenos de orgullo. ¿Y cuál es la causa, sino que limitan su atención a compararse con sus semejantes aquí abajo? A esto pues nos volvemos. Y es por eso que San Pablo nos trae de vuelta al gran Juez: "Porque cada uno llevará su propia carga," como si dijera: "Mis amigos, es un error trazar semejante comparación." Por ejemplo: "Veo que otros no viven mejor que yo; Y, yo tengo vicios, pero cada uno los tiene." Es por eso entonces, que los hombres no se condenan a sí mismos como debieran, sino que más bien se adulan justificándose ellos mismos. Pero aquí se afirma de modo especial que con Dios ningún hombre se justificará.

¿Qué debemos hacer entonces? Aprendamos a que, cada vez que sean mencionados nuestros pecados y expresados ante nosotros, no debemos fijar nuestros ojos aquí abajo, sino considerar el trono del juicio de nuestro Señor Jesucristo, ante el cual todos hemos de rendir cuentas; debemos reconocer la indecible majestad de Dios. Entonces que cada uno piense en esto y luego despertemos todos para apartarnos de nuestras tonterías para que ya no andemos en estas fantasías y sueños que adormecen a los pecadores. Sin esto se hubiera observado, hoy no tendríamos los debates en el cristianismo acerca de la justicia por la fe.

Pero los papistas no se dejan convencer de lo que decimos, de que somos justificados por la pura gracia de Dios, en nuestro Señor Jesucristo. ¿Y por qué no? "Pero, ¿qué de los méritos?," dicen. ¿Y qué de las buenas obras de la que consiste la salvación de los hombres?" ¿Y por qué es que los papistas se detienen y se embriagan con sus méritos sino es porque no tienen en cuenta a Dios? En sus escuelas disputan acerca de ellas: "He aquí, las buenas obras que merecen recompensa y pago, como también las obras malas merecen castigo; porque estas son dos cosas opuestas: si los pecados de los hombres merecen ser castigados, es preciso que haya alguna recompensa para sus virtudes; porque sin la justicia de Dios no sería equitativa, al menos así nos parece a nosotros, de modo que todo argumento al respecto queda reducido a encerrar sombras." Pero es aquí donde los papistas están dormidos en sus disputas; porque mientras tanto, Dios por su parte, no deja de juzgar, y no lo hace conforme a la ley de ellos, sino conforme a su majestad, es decir, hallando en los hombres lo que nosotros no podemos percibir allí. Ahora, si nuestras virtudes realmente fuesen divinas, es decir, si pudiesen satisfacer a Dios, eso sería algo. Pero, ¿qué son?

Adecuadamente entendidas no son sino humo; presentadas ante la presencia de Dios tendrían que ser desechadas. Entonces, recordemos bien lo que se dice aquí, que el hombre no será justificado ante los ojos de Dios. Por eso se nos amonesta a que, cada vez que hablemos de nuestros pecados, no nos detengamos aquí abajo, comparezcamos más bien delante de Dios, para llegar a saber qué Juez tenemos. Porque tan pronto queremos hacerle pleito tenemos que ser confundidos y, en efecto, arrojados al infierno.

Ahora bien, Job sigue añadiendo, "si quisiere contender con él, no le podrá responder una cosa entre mil." Es cierto, esto es algo que se puede decir de Dios; si hemos llevado un buen pleito, si somos capaces de llevar un juicio prolongado consistente de mil cargos, Dios no se humillará a abrir su boca y contestar a uno solo de ellos. Y esto es muy cierto, porque toda nuestra pretendida plausibilidad para justificarnos a nosotros mismos bien puede ser convincente delante de los hombres, porque los hombres no ven con toda claridad que las circunstancias requieren. Pero cuando nos acercamos a Dios todo ello es como nada. No pensemos entonces que Dios esté impresionado por nuestros arduos y prolongados juicios, mientras echamos humo por la boca, tratando de excusarnos a nosotros mismos, resaltando nuestras virtudes con las cuales Dios aparentemente tendría que ser derrotado por nosotros. En efecto, él, entre tanto, no hace sino reírse y burlarse de toda la fanfarroneada producida por los hombres y que no es nada.

Noten entonces, una afirmación buena y santa: Dios no responderá a un solo cargo cuando le hayamos presentado mil. ¿La razón? Es como que ni siquiera son asentados en el legajo de Dios, ni siquiera decepcionados por él. Para los hombres mil cargos ciertamente serían tenidos en cuenta. Pero, ¿delante de Dios? A Dios no le asombrarán en lo más mínimo. Ahora bien, el sentido natural de este pasaje es que quedaremos tan postrados al presentarnos delante de Dios (esto es combatiendo contra él) que seremos incapaces de responder a un solo cargo de entre mil que él tendrá que hacer contra nosotros. Es cierto que, en primer lugar, nosotros seremos abatidos así, aún antes de haber desenvainado nuestra espada (como ellos dicen) para combatir contra Dios. Y eso lo vemos. Les pregunto, ¿no nos resulta sumamente difícil combatir contra un hombre mortal o contra una criatura que no es nada comparada con el Dios viviente? Cuando queremos hacer guerra contra alguien pensamos, "¿tendrá los medios para defenderse? ¿Cómo saldremos nosotros al final?" Tales pensamientos pueden llevarnos al enojo y a la desesperación.

Nos cuestionamos muchas cosas en cuanto a abrir pleito contra los hombres; y si queremos combatir a Dios cometemos un terrible disparate. De esta manera vemos entonces lo que hay en los hombres, en efecto, una furia diabólica; si de todos modos combatimos sabremos por experiencia que ligaremos la peor parte de la refriega, y que un Maestro como él no juega con nosotros. Eso es entonces lo que Job nos muestra aquí. Afirma que en los hombres existe tal audacia como la que vemos; y por el otro lado deja establecido el problema que los hombres tienen cuando Dios les hace ver que él es justo y que él los turba. Entonces, notemos bien que los hombres quieren hacerle juicio a Dios y debatir contra él, según lo vemos aquí. Pero habiendo entrado en combate es preciso que sean molidos por él mismo; Dios les hará sentir que tienen que soportar la turbación aunque crujan sus dientes. Esto es sumamente necesario porque ya he demostrado que la necia presunción que engaña a los hombres procede del hecho de no considerar a Dios; al contrario, ellos presentan su caso. "Y, en efecto, no soy peor que otros, además, si tengo vicios también tengo virtudes que los compensan." De esa manera los hombres duermen sin reconocer cuál es la majestad de Dios y sin tener un vivo temor por ella. Puesto que así son las cosas, notemos bien lo que se dice aquí, es decir, que los hombres quieren abrir pleito y juicio contra Dios. ¿Y por qué? Porque estamos tan enceguecidos que no podemos mirarnos a nosotros mismos y decir, "¿Y ahora qué? Mira a Dios, él puede tragarnos y arrojarnos a lo más profundo del infierno; no obstante, venimos y nos presentamos combatiendo contra él?" Si alguien nos habla de hacer juicio a Dios la naturaleza misma nos enseña a considerarlo un horror; incluso a los más malvados. Veremos personas enloquecidas13 que no tienen conciencia de religión; sin embargo, conservan grabado en ellas un sentimiento natural de asombro y vergüenza cuando se les dice, "¿Quieren hacerle juicio a Dios?" En cambio, aquellos que parecen ser buenos y modestos iniciarán juicio a Dios, de tal modo que parecerán actuar como caballos desbocados corriendo contra Dios.

Vemos que aun los profetas soportaron el embate de semejante tentación. Es cierto que lo resistieron adecuadamente; sin embargo, el temor de que algunas veces se enojaran viendo juicios tan extraños de parte de Dios no les preocupó en absoluto y, en efecto, su razón los descarrió.

Puesto entonces, que somos tan inclinados a combatir a Dios es preciso que esta doctrina quede tanto más grabada en nuestra memoria, es decir, deberíamos controlarnos a nosotros mismos al ser tentados a luchar así contra Dios, sabiendo bien que, hagamos lo que hagamos, nada ganaremos con ello. Ahora, una vez advertidos de esto no hemos de escandalizarnos demasiado viendo que son muchos los que de esa manera se salen de quicios. Porque es un escándalo que aflige a los débiles. Ciertamente debiéramos desear que cada uno de nosotros confesara a Dios como justo, reconociendo que su misericordia llena a todo el mundo y que por eso debemos limitarnos a glorificarlo. Pero cuando hay personas malvadas que provocan a Dios, otras que blasfeman contra él y que ninguno se atreve a abrir la boca para amonestarlas, puesto que están en la moda, triunfando conforme al mundo; viendo esto, los débiles se sienten afligidos y les parece que el poder y la justicia de Dios han disminuido tanto que ya no le pueden rendir la gloria que le pertenece. Vemos que para los hombres es casi natural combatir así contra Dios; y aunque sea algo monstruoso, y aunque tengamos que detestarlo, no obstante se trata de un vicio muy común. Siendo así las cosas, no nos aflijamos demasiado cuando ocurra. Esto es lo que debemos recordar.

Ahora debemos notar bien lo que se agrega aquí en el segundo punto: esto es, que si Dios presenta mil cargos contra nosotros, apenas seremos capaces de contestar a uno de ellos. Se nos amonesta aquí diciendo que habiendo analizado todos nuestros vicios no habremos reconocido ni siquiera la centésima parte, ni aún uno entre mil. Es cierto que si los hombres se examinan bien, sin hipocresía, se encontrarán tan envueltos en el mal que se avergonzarán de sí mismos quedando totalmente postrados; especialmente nosotros mismos.

Porque si uno escogiera a aquellos que son más santos, aun ellos deben seguir los pasos de David quien confesó que nadie puede conocer a ciencia cierta sus propios pecados (Salmo 19: 12  ¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos.).  Y si los más santos, que parecen ser como ángeles, están totalmente perdidos en sus pecados, dado que estos son infinitos, les pregunto, ¿qué de la gente común? Pues aunque hayamos podido progresar mucho en la santidad, no obstante estamos lejos de aquellos de quienes hablo.

Entonces, si los hombres examinan sinceramente sus vidas hallarán tal profundidad de pecados que quedarán totalmente desalentados. ¿Y entonces, qué? Todavía no habremos conocido la centésima parte de lo que se requiere. ¿Y por qué? He aquí David quien efectuó el examen de mirar sus propias faltas y clama, "¿Quién podrá conocer sus propios pecados?" Luego confiesa conocer un vasto número de ellos, pero agrega diciendo, "Señor, límpiame de mis pecados ocultos." ¿Y por qué lo dice? ¿Porque dice que las faltas están ocultas? Puesto que nuestros pecados tienen que ser conocidos, o de lo contrario no podemos confesarlos como pecados. La respuesta es que David sabía muy bien que Dios ve con más claridad que nosotros. Entonces, cuando nuestra conciencia nos reprocha, ¿cuál será el juicio de Dios? Noten pues el orden que hemos de observar: cada uno tiene que entrar a sí mismo y analizar cuidadosamente sus vicios, en la medida en que sea capaz de llegar a conocerlos.

¿Nos hemos examinado a nosotros mismos? Bien, allí está nuestra conciencia, ella es juez; ¡y qué juez! Ciertamente es un juez digno de ser temido. ¿Pero acaso no ve Dios con claridad mucho mayor que un hombre mortal?

Mi conciencia me convencerá de mil pecados, pero si Dios viene a pedirme cuentas, se hallarán más.

Ciertamente, debemos pesar entonces lo que se afirma aquí, es decir, que de mil puntos presentados por Dios apenas podremos responder a uno; si hemos visto una falla en nosotros,

Dios seguramente va más allá porque él ve las que están ocultas en nosotros. Aprendamos entonces, conforme a lo dicho, a considerar nuestras faltas de tal manera de estar completamente convencidos de que Dios no estará satisfecho con lo que somos capaces de conocer. El, en cambio, juzgará conforme a lo que él vio y conoció y no conforme a lo que nosotros seamos capaces de hallar, porque (como dicen) nosotros pasamos el hierro caliente a otro. Dios, en cambio, opera a fondo; la tarea de escudriñar los corazones es suya, tal como él se la atribuye en las Escrituras. Además, nosotros no sabemos distinguir entre virtudes y vicios con toda la claridad que debiéramos. Es algo entonces, que le tiene que quedar reservado a él. ¿Así que nosotros no distinguimos? Si queremos juzgar bien y correctamente todas nuestras obras tienen que reconocer qué es perfección. Porque sin perfección nada es bueno delante de Dios. Es decir, solamente hay hediondez. ¿Y quién es aquel que merece ser aprobado por Dios a menos que se lo declare perfecto? Ahora bien, ¿cómo vamos a reconocer lo que es perfecto siendo que nuestra vista ha sido tan disminuida y teniendo en cuenta que no vemos sino alumbrados por una luz imperfecta? Porque si bien Dios puede resplandecer sobre nosotros, no obstante nuestra vista no es tan pura y clara como para dar uso a la luz que él puede mostrarnos. Es cierto que la palabra de Dios entra a las profundidades más remotas de nuestro corazón, que penetra los huesos y los tuétanos y todo lo demás. Es cierto que es una lámpara encendida; es cierto que Jesucristo es llamado Sol y que él brilla en todas partes; sin embargo, nuestra visión no deja de estar distorsionada. Es imprescindible entonces que sepamos lo que es la perfección. Con lo cual se nos amonesta a que hallando cosas buenas, sin percibir vicios, sepamos que éstos no dejan de estar allí, porque no reconocemos la perfección que Dios demanda. En resumen, sólo Dios sabe lo que es perfección o integridad. ¿Por qué? Porque está en él, él la conoce, mientras que nosotros somos demasiado débiles para llegar a ella. Por eso se dice que lo que nosotros hagamos será en vano; no podremos responder a un solo punto cuando nos haya presentado mil.

Ahora bien, ya he mencionado que los hombres son amonestados de que combatiendo a Dios siempre serán turbados por su propia perdición; y en tal caso será demasiado tarde. De todos modos, esta advertencia nos es muy útil. ¿Por qué? Porque antes del golpe cada uno se podrá mantenerse sobrio y modesto, diciendo: "Ciertamente, ¿qué ganaremos con combatir a nuestro Dios? ¿Acaso creemos que vamos a ganar nuestro caso? Al contrario, Dios nos derribará." Y la única forma de ser absueltos por él es que cada uno se condene a sí mismo. Pero si lo tomamos superficialmente, Dios nos castigará por semejante orgullo. Quizá al principio no nos muestre nuestra turbación. Sin embargo, al final seremos tan absorbidos por ella que no seremos capaces de salir.

He aquí, entonces, cómo Dios coloca en un laberinto a todos los presuntuosos que le atacan y que emprenden la lucha aquí mencionada, aunque es cierto que con algunos Dios obrará de tal  modo de arrinconarlos para que finalmente corrijan sus caminos; pero no por eso vamos a suponer que Dios siempre obra de la misma manera. Vemos a algunos, llenos de orgullo, llenos de su propia justicia, los cuales quieren obligar a Dios a serles favorable; muy bien, Dios los pone en jaque y los amansa, Dios los sumerge en extrema turbación y luego vuelve a sacarlos.

Ciertamente veremos que la obra de Dios no sigue siempre el mismo modelo. Por eso, siempre debemos oír lo que las Escrituras nos dicen, esto es que Dios extiende su mano contra los orgullosos y lo derriba. Y ésta es su forma de proceder. Digo que los hipócritas están tan inflados de orgullo y presunción que ciertamente creen que sus virtudes merecen ser recibidas, y que, en efecto, merecen salario y pago. Muy bien, por un tiempo se complacen a sí mismos en esa opinión, y Dios los deja; Satanás, por otra parte, los adula y los lisonjea y los ata más y más; ellos admiran sus plumas como pavos reales diciendo, "He hecho esto y aquello" y, en efecto, creen que Dios tendría que estar satisfecho con ellos. Sin embargo, habiendo estado muy complacidos consigo mismos y con todas sus virtudes, si Dios les pide cuentas y les demuestra que todo lo que creen ser virtud no sino vicio, en efecto, solo hediondez y abominación ante sus ojos; entonces se sienten turbados, y con justicia, puesto que, habiendo engañado no solamente al mundo, sino también a sí mismos, confiando en aquello que tenía hermosa vista y apariencia exterior; cada vez tendrá que manifestarse lo que se dice en San Lucas 16:15 (Entonces les dijo: Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación.), es decir, lo que es estimado alto y excelso ante los hombres no es sino inmundo ante los ojos de Dios. Cuidémonos bien entonces de levantarnos al extremo de luchar contra Dios y levantarnos enjuicio a efectos de justificarnos a nosotros mismos. De lo contrario, Dios tendrá que turbarnos y venir contra nosotros de modo de oprimirnos y despedazarnos por mil crímenes sin que podamos responder a uno solo de los cargos; cuando seamos acusados de mil pecados mortales, es decir, de un número infinito; cuando queramos defendernos contra uno solo, nuestro caso será desestimado por falta de evidencias. Cuidémonos, digo, de llegar a asumir tal posición.

Ahora, a efectos de ser tanto más tocados por esto, se dice, "Dios es sobrio de corazón y robusto en su fuerza." Esta doctrina ya ha sido discutida; pero el hecho de ser mencionada nuevamente aquí no carece de motivo; porque esta es una lección en la cual deberíamos meditar todos los días. Ya he dicho que los hombres se engañan a sí mismos y son extraviados por sus frívolas fantasías, puesto que no piensan en Dios, sino que confían en sí mismos. Esto es malo.

Avancemos ahora. Si los hombres hubieran pensado en Dios, ¿acaso no habrían sido tocados de una manera viva a reconocerlo conforme a lo que él declara de sí mismo? ¿Acaso no se sentirían motivados por semejante temor y reverencia a glorificar a Dios conforme él se lo merece? Pero no lo hacen. ¿El motivo? Es que no entienden cómo es Dios. Ciertamente, decimos "Dios, Dios"; es algo que desborda de nuestras bocas; sin embargo, su infinita majestad no es conocida por experiencia, todo lo que hay en Dios, según lo vemos nosotros, es como algo muerto. En efecto, esto se ve en las blasfemias, perjurios y cosas semejantes. Si los hombres fuesen afectados de alguna manera por la majestad de Dios, ¿acaso oiríamos que algo tan santo y tan sagrado sea despedazado de tal manera? Cuando los nombres están enojados, tienen que compararlo con Dios, como si él fuese su criado, como un patrón que, enfurecido (si es gruñón) acacheteará a su criado; o como un marido enloquecido a su esposa; o quizá como un caballo cuando patea a su dueño. Así hacemos con Dios. Cuando vemos a los hombres arrojarse en ira contra él, como si Dios fuese un subordinado, ¿no tenemos que decir que estamos totalmente infatuados? Y, en efecto, no tenemos que enojarnos de modo de actuar de esa manera. Porque vemos que los perros no tienen escrúpulos en despedazar el nombre de Dios. Y aunque no haya ocasión para incitarlos a ello, no obstante nunca dejan de blasfemar, lo cual es monstruoso y contra la naturaleza. Esto es, entonces, una señal segura de que se desconoce la majestad de Dios, aunque la palabra corra con suficiente facilidad de nuestra boca. También están los que practican el perjurio. Es horrible que hoy en día no se pueda extraer una sola palabra de verdad sin cierta ceremonia que induzca a aquellos que son llamados como testigos a abstenerse de los perjurios; entre todos los que son examinados, difícilmente se encontrará que uno de cada diez habla la verdad. En efecto, tienen un proverbio común entre ellos, de que han ganado su caso cuando no hubo testigos; es decir, cuando no hay quien se atreva a decir la verdad. Y es así como desafían a Dios. Y, les pregunto, ¿qué hacen con la buena Sagrada Escritura, y con toda religión, y con cosas tan sagradas como las que tenemos en la actualidad? Por temor a ellas los hombres deberían abstenerse conforme con lo que se afirma, puesto que la verdadera señal de un hijo de Dios es que tal tiemble bajo la palabra. Pero ahora vemos que se habla de Dios, se charla y se conducen habladurías en exceso y, en efecto, todos los secretos de su majestad son usados para burla; ¿acaso no son argumentos irrefutables para decir que no sabemos cómo es Dios, aunque su

nombre esté en boca de todos?

Entonces notemos bien lo que aquí se añade y que no es un punto superfluo, es decir: Dios es sobrio de corazón y robusto en su fuerza. Está bien, estas palabras no parecen tener toda la vehemencia del caso; pero bien explicadas, su intención es que nos volvamos atrás. Porque cuando se afirma que Dios es sobrio de corazón no se trata de sabiduría humana ni de ninguna cosa comprensible a nuestros sentidos. Cuando se afirma que es robusto no solamente lo es como si fuera un gigante, o una montaña; sino que también debemos glorificarle de tal manera que podamos saber que no hay poder similar ni fuerza ni vigor en todo aquello que vemos en las criaturas; no tiene parte en ninguna de las cosas que vemos aquí abajo; debemos, en cambio, buscar toda la fuerza y vigor solamente en Dios. Eso es lo que significan estas palabras. Es cierto que el tema no puede ser tratado ahora como debiera. Pero tuvimos que mencionarlo a efectos de ver el procedimiento usado aquí por Job, o más bien por el Espíritu tanto que habla por su boca, a efectos de mostrarnos lo que es la justicia de Dios. Por eso, ¿realmente queremos saber lo que somos? Entonces es preciso que aceptemos esta conclusión general, que cuando no se encuentran pecados abiertos en nosotros, cuando nuestra vida no es una vida disoluta, cuando hemos andado honestamente y sin reproches ante los ojos de los hombres, ello no es todo. ¿Por qué no? Así como son, Dios podría condenar a todas las criaturas, y seguiría siendo justo. Y si nosotros intentamos replicarle es cierto que conforme a nuestra imaginación y por algún tiempo hallaremos cosas que decir, y quizá Dios lo permita sin resistirnos al principio. Sin embargo, al final habremos de agachar la cabeza para recibir la sentencia de condenación; y aunque los hombres nos hayan aplaudido, en efecto, cuando nos hayan absuelto, no dejaremos de ser condenados y turbados al venir ante este gran Juez. Porque ciertamente, él ve con mayor claridad y con más agudeza que todos los hombres del mundo. Sepamos entonces que no hay otra forma de obtener gracia ante los ojos de Dios y de lograr que nuestros pecados sean cubiertos, sino confesando abiertamente que en nosotros no hay sino toda clase de hedor e infección, excepto que tengamos nuestro refugio en el Señor Jesucristo. Pues en él hallamos justicia plena y perfecta, y la virtud que nos hará aceptables a Dios; de esa manera le hallaremos propicio para con nosotros.

Ahora inclinémonos en humilde reverencia delante del rostro de nuestro Dios.        

DICHOSO EL HOMBRE A QUIEN EL MISMO DIOS CORRIGE

 

Dichoso el hombre a quien el mismo Dios corrige; no desprecies, pues, la corrección del Señor. Porque él mismo hace la llaga y la sana; hiere, y cura con sus manos. (Job 5:17,18).   

 

La vara de corrección de que Dios hace uso con sus hijos no es la corrección de un juez que reprende, condena y castiga a malhechores y criminales, sino de un padre que corrige a sus hijos, en amor, en juicio y en medida, por las faltas cometidas; Proverbios 3:12 Porque Jehová al que ama castiga,  Como el padre al hijo a quien quiere; Así que las correcciones de Dios son por el pecado, para llevar a su pueblo a un sentido de él, a la humillación y arrepentimiento por él, y a un reconocimiento de él.

Elifaz estaba en lo correcto: es una bendición ser disciplinado por Dios cuando hacemos algo malo. Su consejo, sin embargo, no se aplicaba a Job. Como sabemos desde el principio del libro, el sufrimiento de Job no era el resultado de algún gran pecad. Pues vemos por qué no somos tan abiertos a la enseñanza como debiéramos, es decir, porque no conocemos suficientemente la majestad de Dios para ser tocados por el temor a él. Por eso tenemos que saber cómo gobierna Dios al mundo, y tenemos que considerar su infinita justicia, su poder y sabiduría. Ahora bien, si los malvados son confundidos porque Dios se muestra contrario a ellos y así les tapa la boca, ¿cuál ha de ser nuestra actitud? Porque Dios no tiene por qué constreñirnos a rendirle honor; es suficiente con darnos la ocasión y con mostrarnos cómo es que hay motivos justos para hacerlo, y por qué nosotros deberíamos venir por nuestra propia decisión. De manera entonces, tengamos en mente lo que ha sido previamente declarado, esto es, que cuando los juicios de Dios son puestos ante nosotros, no es asunto de reírnos o de bobear, sino que corresponde que todas las criaturas tiemblen ante ellos.

Y ahora dice que es " Dichoso el hombre a quien el mismo Dios corrige y que por eso no desprecies, pues, la corrección del Señor." Si alguien nos dijera que Dios no hace daño a los hombres cuando se constituye en su Juez usando de gran severidad y rigor hacia ellos, sería algo que ciertamente debiera afectarnos suficientemente; de todos modos estaríamos tan asombrados por semejante doctrina como lo estaríamos si un hombre nos diera con un martillo en la cabeza. ¿Qué hemos de hacer entonces? Debe haber mezclado un poco de azúcar para que gustemos lo que se está por decir, asegurándonos que es provechoso para nuestra salvación. De modo entonces, que después que Elifaz hubo declarado los juicios de Dios en términos generales, para que estemos dispuestos a temerle con toda humildad, ahora nos muestra que Dios manifiesta amor, sin importar el rumbo que el mundo tome; y que, especialmente al castigarnos, nunca es tan severo con nosotros que no nos haga sentir su bondad y misericordia en ellos, a efectos de que nos acerquemos a él y no desmayemos, como aquellos que tienen temor de ser confundidos.

Dios entonces, no tiene la intención de que su majestad sea tan terrible para nosotros; su intención, en cambio, es acercarnos a sí mismo, para que le amemos, no únicamente cuando nos hace bien, sino también cuando nos castiga por nuestros pecados. Vemos entonces lo que debemos aprovechar de este pasaje. Sin embargo, pareciera que esta afirmación es contraria a lo que está escrito en el resto de las Sagradas Escrituras: es decir, que todas las miserias y calamidades de esta vida terrenal provienen del pecado y consecuentemente de la maldición de Dios. ¿Cómo pueden concordar estas cosas: que seamos bendecidos cuando Dios nos castiga; que todos los males que nos sobrevienen de sus manos son señales de su ira; que le hemos ofendido y que él nos maldice? Porque, ¿de dónde proviene nuestra felicidad y gozo, sino de Dios? Y, por el contrario, cuando Dios está contra nosotros vemos que nuestra vida está en maldición. Nuevamente, cuando sentimos que por el hecho de castigarnos Dios está enojado con nosotros, aparentemente no hay felicidad en ello. Pero hemos de notar que aquí cómo Elifaz tiene en cuenta la intención y el final que Dios persigue al castigarnos.

Es cierto que Dios indica cuanto aborrece el pecado, y es cierto que el orden por El señalado en la creación del mundo es trastornado cuando no nos trata como un padre. Entonces ustedes ven, cómo todas las adversidades de la vida nos dan una señal de la maldición de Dios, para que así entendamos que el pecado desagrada a Dios, y que Dios lo odia y aborrece, y que no lo soporta puesto que él es la fuente de toda justicia. Pero a pesar de esto, cuando Dios nos ha declarado así la aversión que tiene contra el pecado también nos hace percibir cómo nos atrae, exhorta y emplaza a arrepentimos.

Entonces, ¿nos aflige Dios? Ello es una señal de que no quiere que perezcamos y que nos solicita a volver a él. Porque las correcciones son como testimonios de que Dios está dispuesto a recibirnos en misericordia si reconocemos nuestras faltas y sinceramente pedimos que nos perdone. Siendo esto el caso, no nos debe parecer extraño que Elifaz diga que es bienaventurado el hombre a quien Dios castiga. En cambio, debemos recordar los dos puntos que he mencionado, de los cuales el primero es que, tan pronto nos sobreviene un mal, debe presentarse ante nosotros la ira de Dios para que entendamos que él no puede soportar el pecado; en consecuencia hemos de considerar la severidad de su juicio de modo de apenarnos sinceramente por haberle ofendido.

 He aquí el punto por donde hemos de comenzar. Luego debemos considerar la bondad de Dios no dejándonos correr a la perdición, atrayéndonos en cambio a regresar al hogar a sí mismo, demostrándonos su intención de hacernos volver tantas veces cuantas veces nos aflige. Vemos cómo hemos de considerar todas nuestras aflicciones.

Pero aún queda un punto difícil aquí; porque mientras vemos que las aflicciones son comunes a todos los hombres, Dios castiga a aquellos a quienes quiere mostrar su misericordia; pero vemos que también castiga a los malvados, permitiendo que sigan pecando para su mayor condenación.

¿De qué le sirvieron a Faraón todos los azotes, sino para hacerlo tanto más inexcusable, puesto que siguió testarudo e incorregible hacia Dios, hasta su mismo final? Siendo entonces, que Dios aflige tanto a buenos como a malos y que, como vemos por experiencia, las aflicciones son fuego para encender tanto más la ira de Dios contra los malvados, concluimos que Dios castiga a muchas personas que no serán bendecidas con ello.

Entonces esto nos lleva a notar que aquí Elifaz habla solamente de aquellos que Dios castiga como a hijos suyos, para provecho de ellos, según lo declara con las palabras que siguen, afirmando que él " hace la llaga y la sana." El las venda, él les coloca vendajes y sana la llaga. Ustedes ven que Elifaz limita su afirmación a aquellos en quienes Dios convierte el castigo en auténtica corrección. Pero esta afirmación seguirá siendo un tanto oscura hasta que sea explicada más detalladamente, de modo que los lectores sean clara y firmemente persuadidos por ella.

Notemos cómo Dios obra con los malvados. Es cierto que con el castigo él exhorta a todos los hombres al arrepentimiento (como hemos dicho) y es lo mismo que si los despertase y les dijera: "Conozcan sus faltas, y ya no sigan más en ellas, en cambio, vuélvanse a mí, y yo estoy dispuesto a mostrarles misericordia." Sin embargo, a pesar de todo ello, es bien sabido que el castigo no aprovecha a todos los hombres y que no a todos concede la gracia de volverse a él.

Porque a Dios no le basta con herirnos con su mano, a menos que también nos toque interiormente con su Espíritu Santo. Si Dios no quitara la dureza de nuestro corazón nos ocurriría lo que también le ocurrió a Faraón. Porque los hombres son como yunques. Los golpes no cambian su naturaleza; puesto que vemos cómo los rechazan. De igual manera entonces, hasta que Dios nos haya tocado en lo más profundo de nuestro interior, es cierto que no haremos nada sino dar coces contra él, escupiendo más y más veneno; y toda vez que nos castigue crujiremos los dientes, y no haremos nada sino atacarle a él.

Y, en efecto, tan malvada es la iniquidad de los hombres, tan testaruda, tan desesperada que cuando Dios más los castiga, más le escupen sus blasfemias, mostrándose totalmente incorregibles, de modo que no hay forma de hacerles entrar en razón. Aprendamos entonces, que hasta que Dios nos haya tocado con su Santo Espíritu es imposible que sus castigos sirvan para traernos al arrepentimiento, más bien nos llevarán de mal en peor. Y, sin embargo, no se puede decir que Dios no sea justo el obrar de esa manera. ¿Y por qué? Porque de esa manera los hombres se convencen. De modo que si Dios no los mantuviera a raya, castigando sus pecados, ellos podrían argumentar ignorancia, afirmando que no los sabían, y que ellos se excedían por no haber sido invitados por Dios a reconocer sus faltas. Pero una vez que sintieron la mano de Dios, y percibieron sus juicios, a pesar de crujir sus dientes, y de ser emplazados, no sólo han ido de mal en peor, sino que se han inflado con rebelión abierta y manifiesta contra Dios; con lo cual vemos que, en efecto, tienen sus bocas tapadas y ya no pueden decir nada por ellos mismos. Entonces ustedes ven cómo Dios muestra su justicia cada vez que castiga a los hombres, aunque dicho castigo resulta no ser una corrección para su enmienda.

Además, cuando Dios castiga a los malvados es como si precisamente hubiera comenzado a mostrar su ira sobre ellos, y que el fuego de su ira ya se hubiera encendido. Es cierto que por el momento no son consumidos totalmente; entonces éstas son señales de la horrible venganza que les está preparada para el día final. Ustedes ven que muchas personas son tocadas por la mano de Dios y sin embargo, son malditas. Porque ya comienzan su infierno en este mundo, conforme a los ejemplos que tenemos en todos aquellos que no cambian su malvada vida cuando Dios les envía aflicciones; se los puede ver en una esquina aullando como perros, y aunque no pueden hacer otra cosa, no dejan de mostrar una continua cólera. O bien son como caballos desbocados como se los compara en Salmo 32:9 (No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento, Que han de ser sujetados con cabestro y con freno, Porque si no, no se acercan a ti.); o también están completamente viciados de manera que no reconocen su propio mal, quiero decir como para considerar la mano que los golpea, como dice el profeta: "habrá llanto, porque pasaré en medio de ti." Pero, ¿de qué sirve? Ellos ya no piensan en la mano de Dios, ni saben cómo es que él los visita.

Vemos entonces, con nuestros ojos que muchas personas son aún más desdichadas al ser castigadas por la mano de Dios porque no les aprovecha su escuela ni reciben ningún beneficio de sus azotes. Pero aquí se mencionan particularmente a aquellos a quienes Dios castiga tocándolos con su Santo Espíritu. Por eso, estemos nosotros mismos seguros de que cuando Dios nos hace sentir su mano, de modo de humillarnos bajo ella, que Dios nos está haciendo un favor especial, y que se trata de un privilegio que él no concede a ninguno, sino a sus propios hijos. Cuando sentimos la corrección que él nos manda, y además somos enseñados a disgustarnos con nosotros mismos por causa de nuestras ofensas, a suspirar y gemir por ellas en su presencia y a refugiarnos en su misericordia; digo que si ése es nuestro sentimiento en cuanto a los castigos de Dios, será señal de que él ha obrado en nuestro corazón por medio del Espíritu Santo. Porque es demasiada sabiduría para que crezca por sí misma en la mente del hombre; tiene que proceder de la libre y buena voluntad de nuestro Dios; el Espíritu Santo primero tiene que haber suavizado esa maldita dureza y testarudez que hemos mencionado y a la cual nos inclinamos por naturaleza.

Entendamos entonces que este texto se refiere particularmente a los hijos de Dios, los cuales no están empecinados contra la mano de Dios, sino que han sido vencidos y son dóciles por la obra del Espíritu Santo, a efectos de que ya no luchen contra las aflicciones que él les manda. Pero, aun así, esta afirmación parecerá extraña conforme a la opinión de la carne. ¿Por qué? Todas las circunstancias que resultan distintas a nuestros anhelos las tildamos de "adversidades." Cuando sufrimos hambre, sed, frío o calor decimos que es grande el mal. ¿Por qué? Porque queremos gratificar a nuestros propios apetitos y deseos. Y, en efecto, esta manera de hablar (diciendo que las desgracias que Dios nos envía son adversidades, esto es, cosas contrarias a nosotros) no carece de razón. Por eso debemos entender su propósito, esto es, que Dios aflige por causa de nuestros pecados. Por eso, no seamos seducidos a adularnos a nosotros mismos.

Además ya les he dicho que nos es necesario considerar que las aflicciones que nos manda Dios son porque él odia el pecado, y que si él nos emplaza ante su presencia es para hacernos sentir que él es nuestro Juez; pero también porque era necesario extendernos sus brazos y mostrarnos que está dispuesto a reconciliarnos consigo cuando nos acercamos con verdadero arrepentimiento.

Percibamos entonces que son bienaventurados aquellos a quienes Dios castiga, aunque huyamos de la adversidad tanto como nos sea posible. De modo entonces que nunca seremos capaces de consentir esta doctrina y recibirla en nuestros corazones hasta que la fe nos haya hecho comprender la bondad que Dios usa para con sus siervos cuando los atrae de vuelta a sí mismo. Y para que podamos comprenderlo mejor señalemos lo que ocurre con las personas cuando Dios las deja libradas a sí mismas, y cuando no tiene intención de limpiarlas de sus pecados.

Miren a una persona que es dada al mal: por ejemplo, consideremos al hombre que desprecia a Dios; si Dios lo deja solo y aparentemente no lo castiga, verán que esa persona se endurece a sí misma, y el diablo la lleva más y más lejos; por eso le habría sido mucho mejor si hubiera sido castigada antes. De modo que la mayor desgracia que nos puede ocurrir es que Dios permita que nos revolquemos en nuestras iniquidades; porque en ese caso, finalmente no pudriremos en ellas. Ciertamente, es de desear en gran manera que los hombres vengan a Dios por su propia voluntad, sin ser espoleados para hacerlo, y que se aferrasen a él sin mediar advertencia por causa de sus faltas y sin que sean reprochados; esto (digo) es algo en gran manera deseable, y más aún, que no hubiese faltas en nosotros, y que fuésemos como ángeles, deseando únicamente rendir obediencia a nuestro Creador y honrarle y amarle como a nuestro Padre. Pero teniendo en cuenta que somos tan perversos, que no cesamos de ofender a Dios y que además actuamos con hipocresía delante de él, anhelando solamente ocultar nuestras faltas; teniendo en cuenta que hay tanto orgullo en nosotros al extremo de querer que Dios nos deje solos y que nos sustente en nuestros deseos, de modo que finalmente nosotros seríamos los jueces suyos en vez de que él sea el nuestro; considerando (digo) lo perversos que somos, Dios ciertamente tiene que usar algún remedio violento a efectos de atraernos a sí mismo. Porque si nos tratara en forma absolutamente gentil, ¿qué ocurriría? En parte podemos verlo incluso en niños pequeños. Pues si su padre o madre no los castigan, ellos los mandarían a la horca.

Ciertamente ellos no lo perciben; sin embargo, la experiencia lo demuestra y tenemos refranes populares de ellos: "Cuánto más los apañas, más pañales mojan." Y las madres van aún más allá, porque les gusta adularlos mientras que ellos se echan a perder; de esta manera Dios realmente nos ofrece pequeñas ilustraciones de aquello que es mucho mayor en él. Porque si nos tratara suavemente nos arruinaríamos del todo sin posibilidad de ser rescatados. Por eso, para mostrarse como padre hacia nosotros tiene que ser severo viendo que somos de una naturaleza tan rebelde que tratándonos gentilmente no seríamos capaces de aprovecharlo. ¿Ven ustedes cómo podemos entender la verdad de esta doctrina, de que es bienaventurado aquel a quien Dios castiga o corrige?

Es decir, para ser claros, considerando cuál es nuestra naturaleza, cuan testarudos somos, y cuán difícil es ponernos en orden, y que, si Dios nunca nos castigase no nos sería provechoso; y que por eso es menester que él nos mantenga bajo control, y nos dé tantos azotes como sean necesarios para que nos acordemos de él. Entonces, finalmente llegaremos a la conclusión de que es bienaventurado el hombre a quien Dios castiga y corrige; ciertamente, tanto más si añade la segunda gracia, esto es, para ser precisos, si aplica sus varas y sus correcciones enviando al Espíritu Santo para obrar de tal modo en el corazón del hombre que éste ya no se empecine en su oposición a Dios sino que pueda tener la consideración de reflexionar sobre sus propios pecados y ser dócil y humillarse verdaderamente.

Ustedes ven entonces por qué dije que el mayor beneficio que podemos recibir es ser corregidos por la mano de Dios a tal extremo que la corrección que nos envía nos sea más útil que el pan que comemos. Porque si morimos de hambre Dios nos habrá tenido piedad sacándonos de este mundo. Pero si seguimos viviendo aquí abajo y no cesamos de provocar la ira de aquel que se nos manifiesta como un padre tan bueno y liberal, ¿no sería acaso una ingratitud demasiado vergonzosa? Les pregunto, ¿no habría sido mejor haber nacido muertos que prolongar así nuestra vida para la condenación? Pero si Dios va delante de nosotros y usa los castigos como medicina preservativa, sin esperar que la enfermedad haya avanzado demasiado, ¿acaso no es un gran beneficio para nosotros, un beneficio que deberíamos desear? Entonces, tantas veces él nos corrija con dureza y amargura, y mientras duren sus correcciones sobre nosotros y nuestra carne nos provoque a la impaciencia y desesperación, aprendamos a recordar esta lección, de que es bienaventurado el hombre a quien Dios castiga aunque nuestra imaginación no lo admita; puesto que, por el contrario, nosotros suponemos que no hay nada mejor que ser eximidos y guardados. Sin embargo, sabemos que no es sin razón que el Espíritu Santo haya hecho tal afirmación. No obstante, esto no es para negar que las correcciones que debemos soportar siempre son amargas y dolorosas en sí mismas, conforme a lo dicho por apóstol (Hebreos 12:11 Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados); y Dios también nos hará sentir las punzadas que nos causen dolor.

Porque si no soportásemos el mal cuando Dios nos corrige, ¿dónde estaría nuestra obediencia?

Además, ¿cómo aprenderíamos a disgustarnos con nosotros mismos por causa de nuestros pecados? ¿Y cómo habíamos de temer los juicios de Dios a afectos de ser enderezados? Entonces nos corresponde estar atribulados por el mal que Dios nos envía. Y aunque el mal sea transformado en nuestro beneficio demostrándonos Dios que nos ama, no obstante, será necesario que haya algunas punzadas y dolores en ellas a efectos de que percibamos la ira de Dios y nos disgustemos con nosotros mismos en nuestros pecados. Pero debemos escalar aún más alto, y cuando hayamos aprendido que nuestra naturaleza es inclinada a todo mal, con todo hemos de confesar ante nosotros mismos nuestra necesidad de que Dios use algún castigo severo para purgarnos de él, como vemos a los médicos que a veces usan algún veneno con sus remedios, habiendo visto que la enfermedad es demasiado grave y arraigada. El médico ve perfectamente que es para debilitar sus venas y nervios; especialmente cuando no hay otro médicamente mejor que dejarlo sangrar, lo cual es tanto como extraer la sustancia de una persona, sin embargo, le es necesario usar medios tan violentos para remediar tan grave enfermedad. Del mismo todo tiene que obrar Dios en nosotros, aunque para él sea un método extraordinario. Porque cuando decimos que somos bienaventurados al ser castigados por la mano de Dios, ello debe llevarnos a la humildad viendo que Dios no puede procurar nuestra salvación sino revelándose contrario a nosotros. ¿Acaso no hay que decir con justicia que en el hombre hay una corrupción extraña, de tal modo que Dios no pueda ser nuestro Salvador y Padre excepto tratándonos ásperamente? Porque su naturaleza es revelarse lleno de gracia y gentileza a sus criaturas y él sigue este orden que también seguiría con respecto a sí mismo puesto que no hace sino derramar su bondad sobre nosotros de modo que seamos llenos de su gracia y completamente cautivos por ella. Pero sucede que si nos trata gentilmente conforme a su propia naturaleza e inclinación, estamos perdidos. De modo que debe, por así decirlo, cambiar de parecer, es decir, mostrarse distinto hacia nosotros de lo que es. ¿Y cuál es la causa de ello? Nuestra desesperante maldad. Por eso tenemos buenos motivos aquí para ser confundidos de vergüenza, viendo que él tiene (como ustedes dirían) que disfrazarse, si quiere evitar que perezcamos. En cuanto a esta frase lo dicho es suficiente.

Pero puesto que no podemos hacer una buena aplicación de esta doctrina a nuestro uso sin añadir lo que sigue, procedamos a unir ambas cosas. Dice: " no desprecies, pues, la corrección del Señor. Porque él mismo hace la llaga y la sana; hiere, y cura con sus manos." Aquí se no exhorta a no rehusar las correcciones de Dios, y las razones se exponen claramente: esto es, para ser claros, porque Dios quiere hacer las cosas bien. En ello consiste la dicha mencionada por Elifaz. Aprendamos aquí cuando Dios quiere exhortarnos a la paciencia no solamente nos dice que no podemos evitar su mano, que perdemos el tiempo rebelándonos contra él, que a pesar nuestro tenemos que transitar ese camino, y que no podemos resistir esa necesidad; de lo contrario sería "paciencia de Lombardo" como la llaman, si crujimos los dientes y nos levantamos contra Dios, cuanto podemos, de modo de no practicar la paciencia sino por la fuerza. Por eso, si queremos ser pacientes con respecto a Dios tenemos que acercarnos a él por otros medios: esto es, para ser claros, al final tenemos que ser consolados, como lo dice Pablo en Romanos 15:4 (Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza), donde une, como inseparables, estas dos cosas: es decir, (1) a efectos de que podamos tener paciencia en todas nuestras adversidades, es preciso que gustemos la bondad de Dios, recibiendo gozo por medio de su gracia, y (2) debemos convencernos de que las aflicciones provenientes de su mano son para nuestra salvación. Y esto es lo que se nos muestra en este pasaje cuando dice: No rehúses la corrección del Todopoderoso; porque él es el médico para todas nuestras heridas, es él quien te enviará sanidad para todas tus dolencias. Dios nos muestra aquí que su intención no es que los hombres estén sujetos a él diciendo: Puesto que no nos queda otra alternativa, que Dios sea nuestro Maestro; ya que no podemos escapar de su dominio." No se trata de acercarnos así a él. El Señor dice, en cambio: "No, sean pacientes, humíllense ante mí y reciban la advertencia encerrada en mis juicios para que no murmuren contra mí, ni me desafíen; de otra manera tendrán que ser aplastados por mi mano, ciertamente, al extremo de ser totalmente molidos. Pero si con toda humildad reconocen sus faltas, y vienen a mí y piden perdón por ellas experimentarán tan alivio de sus males que en medio de las mayores aflicciones tendrán ocasión de darme gracias."

Esto es, les digo, lo que debemos meditar para tener verdadera paciencia. Entonces, viendo que somos rebeldes contra Dios, que tan pronto nos toca con su meñique nos ofendemos; viendo también que tenemos semejante orgullo en nosotros que ante cada castigo de Dios creemos que nos está tratando mal; cuando, les digo, tenemos estos dos grandes vicios, resulta difícil purgarnos de ellos. Tanto más debemos meditar en la doctrina que se nos muestra aquí: es decir, que Dios al afligirnos quiere someternos a sí mismo, sí, para nuestro beneficio y para nuestra salvación.

Además debemos notar claramente la promesa que aquí se expone, es decir: que Dios curará la herida que ha causado. Es cierto que esto no se aplica a todos, pero sí aplica a aquellos que reciben pacíficamente las correcciones.  Sin embargo, notemos que Dios quiere que todos sean amonestados a volver a él, viendo que les muestra semejante bondad.  Pero, ¿qué es lo que vemos? Hay muchos que no experimentan lo que aquí se quiere decir; y es por eso también que vemos tanta impaciencia, tantas murmuraciones; tantas blasfemias contra Dios. Las correcciones están en todas partes; pero, ¿dónde está el arrepentimiento? No lo hay; en cambio vemos que aparentemente los hombres se conspiran a resistirse, hasta el límite, a Dios. ¿Por qué es eso? Es porque hay muy pocos que entienden esta doctrina, que reciben esta promesa diciendo: "Señor, es asunto tuyo curar las heridas que tú hayas podido causar y dar salud al enfermo." Entonces, retengamos bien esta lección, viendo ciertamente que se la reitera tantas veces. Porque no es solamente en este pasaje que el Espíritu Santo habla así; vemos, en cambio, que se dice: "El Señor nos aflige, y al tercer día nos sana."  De modo que si nos ha aplicado un azote no por eso hemos de pensar que no quiere ser propicio hacia nosotros cuando nos acerquemos a él. Si por medio de los profetas se nos hace tal exhortación, es como si Dios dijera: "Es cierto que los he afligido durante algún tiempo, pero mi misericordia seguirá con ustedes; ella será perpetua; que hayan sentido alguna ira, algún signo de enojo, como el padre que se enfurece con su hijo, no era porque yo los odiaba; pero era preciso que ustedes pudieran experimentar el resultado de sus pecados y reconocer que detesto los pecados; pero al final verán que solamente quiero curar las heridas y sanarlos de los males que les he enviado."

Ahora, es cierto que a primera vista no pareciera corresponder a Dios el complacerse en curar heridas después de haberlas causado. ¿Por qué no nos deja mejor en paz y prosperidad? Pero ya les he demostrado que las llagas hechas por Dios son como otras tantas dosis de medicina. Entonces aquí se nos muestra una doble gracia:

(1) Una se deduce de que cuando Dios nos aflige es porque procura nuestro beneficio; nos lleva al arrepentimiento, nos purga de nuestros pecados y aún de los que nos son ocultos. Porque Dios no se conforma con remediar meramente los males ya existentes, sino que considera que en nosotros se oculta mucha semilla mala. Entonces pone, anticipadamente, las cosas en orden; es una bendición especial que nos otorga cuando aparentemente se vuelve contra nosotros con su espada desenvainada, para darnos una señal; de su enojo; cada vez que lo hace nos muestra que es nuestro médico. Esa es la primera gracia.

 (2) Luego, esta es la segunda gracia, que también se nos muestra claramente: es decir, que Dios sana la herida que nos ha causado y la cura. Es lo que ya he mencionado de San Pablo (I Corintios 10:13 No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea común a los hombres; y fiel es Dios, que no permitirá que vosotros seáis tentados más allá de lo que podéis soportar, sino que con la tentación proveerá también la vía de escape, a fin de que podáis resistirla) que no nos permite ser tentados más allá de lo que podemos llevar, sino que él hace una buena obra con todas nuestras tribulaciones.

Y venda – Él sana. La frase se toma de la costumbre de vendar una herida; Isaías 1:6 (Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite.); Isaías 38:21(Y había dicho Isaías: Tomen masa de higos, y pónganla en la llaga, y sanará.) Este era un modo común de curación entre los hebreos; y la práctica de la medicina parece haber estado muy limitada a aplicaciones externas. El significado de este versículo es que las aflicciones vienen de Dios, y que sólo él puede apoyar, consolar y restaurar. La salud es su don; y todo el consuelo que necesitamos, y que podemos esperar, debe venir de él.

Entonces, aunque las correcciones sean útiles para nosotros, incluso necesarias, y aunque Dios tiene que invitarnos de diversas maneras a volver a él, no obstante nos guarda, no considerando solamente lo que nuestros pecados requieren, sino lo que somos capaces de soportar. Y es por eso que dice que nos castiga por medio de manos humanas, que su ira no es tan grande como su poder. Porque, ¿qué pasaría si Dios extendiese su mano contra nosotros?

Ciertamente, ¿qué criatura podría subsistir delante de él? Ciertamente, con sólo mostrar el enojo de su rostro todo el mundo perecería; y aunque no lo hace, con sólo quitarnos su Espíritu, todo perecería como dice el Salmo 104:29(Escondes tu rostro, se turban; Les quitas el hálito, dejan de ser,  Y vuelven al polvo.). En cambio, nos trata amablemente, y al mismo tiempo también retira su mano de sobre nosotros cuando nos ve tan molidos y doblegados bajo la carga; él nos guarda, siempre y cuando seamos de espíritu humilde, tendiendo la correcta disposición.

Porque sabemos lo que declara en su ley que si venimos atacándole él vendrá de la misma manera contra nosotros, como también lo dice el Salmo 18:27. "Porque tú salvarás al pueblo afligido, Y humillarás los ojos altivos.." En vano pensamos que vamos a llegar a alguna parte con el perverso, es decir, será duro cuando los hombres empleen tan obstinada malicia contra él, y bajo su dureza serán totalmente deshechos. Pero cuando tenemos buena disposición  para sujetarnos a la mano fuerte de Dios, es cierto que siempre hallaremos en él lo que aquí se dice.

 Deduzcamos entonces, lo que se nos declara por medio del apóstol (I Pedro 5:6 Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo;) "Humillaos," dice, "bajo la poderosa mano de Dios"; porque todo aquel que humilla su cabeza, todo aquel que dobla sus rodillas ante Dios para rendirle homenaje, si cae, sentirá la mano de Dios levantándolo; pero aquel que se opone a Dios tiene que sentir su mano contra sí mismo. ¿Queremos sentir entonces la mano de Dios entre nosotros para ayudarnos? Humillémonos; pero, todo aquel que se oponga necesariamente dará contra la mano de Dios entre nosotros para ayudarnos? Humillémonos; pero todo aquel que se oponga necesariamente dará contra la mano de Dios y sentirá que un rayo lo arroja al abismo.

De modo que recordemos bien esta enseñanza encerrada en las palabras: "Por tanto, no menosprecies la corrección del Todopoderoso." Cuando hayamos captado el significado de la bondad de Dios, cuando hayamos conocido su amor paternal, ello endulzará para nosotros las aflicciones que de otra manera nos parecerán severas y amargas. Sin embargo, cada uno de nosotros tiene que aplicar esta enseñanza a su propio uso. Porque será muy fácil decir: "Bendito sea Dios que así castiga a los hombres" pero al ser castigados nosotros, no elevan alabanzas, sino más bien, murmuraciones contra él. Ahora bien, nunca debemos hacer semejante cosa; en cambio, cuando somos afligidos privadamente, recibamos con paciencia la corrección, y apliquemos a nosotros mismos las exhortaciones que sabemos dar tan bien a otros. Reconozcamos entonces, que no hay ninguno de nosotros que no tenga tantos vicios en sí mismo y que son como tantos males que Dios no puede remediar excepto por medio de la aflicción que nos envía. Es cierto que si él quisiera usar poder absoluto podría hacerlo de otra manera; pero no estamos hablando del poder de Dios. Solamente estamos discutiendo los medios que extiende hacia nosotros. Puesto que entonces, que Dios anhela este arreglo de remediar nuestros vicios afligiéndonos, cada uno debe estudiar esta lección por sí mismo, a efectos de que confesamos con David: "Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba; Mas ahora guardo tu palabra. "(Salmo 119: 67). David no está hablando de otros como diciendo, "Señor, has hecho bien en castigar a los transgresores," sino que comienza consigo mismo. Es así como debemos hacerlo. Y es eso lo que aquí se nos muestra por el Espíritu Santo, "he aquí bienaventurado el hombre a quien Dios castiga." ¿Y por qué? Porque los humanos no pueden admitir por sí mismos ser gobernados por Dios; se resisten y siguen incorregibles; por eso les es necesario y provechoso que Dios los castigue. Ahora, puesto que hoy vemos la mano de Dios levantada, tanto en general como en particular, debemos ser tanto más afectados por esta enseñanza.

Se ven cosas tan absurdas. Entonces, ¿vamos a mostrarnos asombrados si Dios manifiesta tal severidad? De todos modos, es cierto que si no lo hiciera, nos guardaría de muchos males. Es cierto que aparentemente no castiga a los malvados como a nosotros, aunque son tan rebeldes y obstinados como pueden; por otra parte, no importa cuánto sea amonestado porque de ninguna manera están dispuestos a conformarse a Dios. Pero, ¿qué de ello? Él les manda advertencias por medio de las aflicciones que pone ante sus ojos en otras personas y, ciertamente, algunas veces se las hace sentir a ellos mismos; él condenará su insubordinación, tanto más cuanto ellos siguen tan rebeldes y obstinados. Ahora, de nuestra parte, oremos a Dios que no permita que nos endurezcamos tanto, sino que tan pronto nos dé muestras de su ira, el Espíritu Santo obre de tal modo en nosotros que la dureza de nuestro corazón sea atenuada, a efectos de dar lugar a su gracia, habiéndonos recibido en su misericordia, según tenemos necesidad de ella, y según podemos percibirla, si no somos demasiado estúpidos. Ahora, inclinémonos en humilde reverencia ante el rostro de nuestro Dios.

domingo, 1 de septiembre de 2024

EPÍSTOLA DEL APÓSTOL PABLO A LOS EFESIOS 6; 21-24

 

Efesios 6:21-24

21 Para que también vosotros sepáis mis asuntos, y lo que hago, todo os lo hará saber Tíquico, hermano amado y fiel ministro en el Señor,

22 el cual envié a vosotros para esto mismo, para que sepáis lo tocante a nosotros, y que consuele vuestros corazones.

23 Paz sea a los hermanos, y amor con fe, de Dios Padre y del Señor Jesucristo.

24 La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo con amor inalterable. Amén.

 

21. Para que también vosotros sepáis mis asuntos. Los informes inciertos o falsos producen frecuentemente inquietud, principalmente en las mentes débiles, pero a veces también en las personas reflexivas y firmes. Para prevenir este peligro, Pablo envía a Tíquico, de quien los Efesios recibirían plena formación. Este Tíquico era de Asia, y acompañó al apóstol en sus viajes, y fue con él a Roma, desde donde lo envió a varios lugares para relatar su caso y conocer el estado de las iglesias (Colosenses  4:7 Todo lo que a mí se refiere, os lo hará saber Tíquico, amado hermano y fiel ministro y consiervo en el Señor). Lo llama "un hermano amado": era un "hermano", porque era participante de la misma gracia, era de la misma familia y casa de Dios, y tenía la misma función, siendo ministro del Evangelio, y era un "amado": era amado de Dios y de Cristo, y de todos los santos que lo conocieron, y especialmente un hermano amado del apóstol Pablo; y donde hay hermandad, debe haber amor: también lo llama un "fiel ministro en el Señor"; era un "ministro" en la obra y servicio del Señor, en las cosas que le pertenecían; fue uno de los que él designó, calificó y envió; y predicó a Cristo, y a éste crucificado; y era "fiel" a su Señor o maestro, en cuyo nombre ministraba, al Evangelio que ministraba, y a las almas de los hombres a quienes ministraba; y un carácter mayor no podía tener; y por lo tanto, no se debe dudar de que él relataría fielmente todas las cosas concernientes al apóstol, y lo que él decía podía ser considerado como verdad. La santa solicitud que Pablo sentía por los intereses de la religión o, para usar su propio lenguaje, “la preocupación por todas las iglesias(2 Corintios 11:28  y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias) quedó así sorprendentemente evidenciada. Cuando la muerte estaba constantemente ante sus ojos, ni el temor a la muerte ni la ansiedad por sí mismo le impidieron hacer provisiones para las iglesias más distantes. Otro hombre habría dicho: “Mis propios asuntos requieren toda la atención que puedo prestar. Sería más razonable que todos corriesen en mi ayuda, que esperar de mí el menor alivio”. Pero Pablo desempeña un papel diferente y envía en todas direcciones para fortalecer las iglesias que había fundado.

Se elogia a Tíquico, para que se crean más plenamente sus declaraciones. Un ministro fiel en el Señor. No es fácil decir si esto se refiere al ministerio público de la iglesia o a las atenciones privadas que Pablo había recibido de Tíquico. Esta incertidumbre surge de la conexión de estas dos expresiones: un hermano amado y un ministro fiel en el Señor.

El primero se refiere a Pablo, a quien se supone que también se aplica el segundo. Me inclino más, sin embargo, a entenderlo como denotando el ministerio público; porque no creo que sea probable que Pablo hubiera enviado a ningún hombre que no tuviera tal rango en la iglesia, que aseguraría la respetuosa atención de los efesios.

 

23. Paz sea a los hermanos. Considero que la palabra paz, como en los saludos de las

Epístolas, significa prosperidad. Sin embargo, si el lector prefiere verlo como si significa armonía, porque, inmediatamente después, Pablo menciona el amor, no me opongo a esa interpretación, o más bien, concuerda mejor con el contexto. Quiere que los efesios sean pacíficos y tranquilos entre ellos; y esto, añade actualmente, puede obtenerse mediante el amor fraternal y el acuerdo en la fe. De esta oración aprendemos que la fe y el amor, así como la paz misma, son dones de Dios concedidos a nosotros a través de Cristo, que provienen igualmente de Dios Padre y el Señor Jesucristo.

 

24. La gracia sea con todos. El significado es: “¡Que Dios continúe otorgando su favor a todos los que aman a Jesucristo con conciencia pura!” La palabra griega, que sigo a Erasmo al traducir sinceridad, (ἐν ἀφθαρσία) significa literalmente incorrupción, lo que merece atención debido a la belleza de la metáfora. Pablo tenía la intención de afirmar indirectamente que, cuando el corazón del hombre esté libre de toda hipocresía, estará libre de toda corrupción. Esta oración nos transmite la instrucción de que la única manera de disfrutar la luz del rostro Divino es amar sinceramente al propio Hijo de Dios, en quien su amor hacia nosotros ha sido declarado y confirmado. Pero no haya hipocresía; porque la mayoría de los hombres, si bien no son reacios a hacer algunas profesiones de religión, mantienen nociones extremadamente bajas de Cristo y lo adoran con pretendido homenaje.

Desearía que no hubiera tantos casos en la actualidad para demostrar que la amonestación de Pablo de amar a nuestro Señor Jesucristo con sinceridad es tan necesaria como siempre.

 Pablo termina con la bendición, en la que aparecen de nuevo todas las grandes palabras y realidades cristianas. La paz que era el bien supremo, la fe que era la total confianza y dependencia de Cristo, la gracia que era el precioso don gratuito de Dios: estas eran las cosas que Pablo pedía a Dios para sus amigos. Por encima de todo, Pablo Le pide a Dios el amor, para que ellos puedan conocer el amor de Dios, para que puedan amar a los demás como Dios los ama, y para que puedan amar a Jesucristo con un amor más fuerte que la muerte.

Pablo expresa su deseo de que el favor bondadoso de Dios sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo con amor incorruptible. Se refiere a la comunidad cristiana, la iglesia verdadera que ama a Cristo con un amor que nunca perece ni se contamina con la corrupción del mundo, un amor santo, puro y duradero.