} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: LA CONVERSIÓN (1ª Parte)

lunes, 18 de abril de 2011

LA CONVERSIÓN (1ª Parte)

“Si no os volviereis y fuereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” San Mateo 18:3

Reconocemos que hay un principio natural que nos empuja hacia el plano animal, que ofusca el razonamiento, mina la conciencia y paraliza la voluntad. Estamos condenados por nuestros propios actos.
Dios es un Dios santo y justo que no puede tolerar el pecado. El pecado separa de Dios y acarrea su ira sobre el alma humana. El hombre ha perdido el sentido moral, intelectual y espiritual que Dios le dio, porque ha perdido a Dios. No hallará a Dios hasta que encuentre el camino hacia Él.
El camino hacia Dios no es un camino intelectual ni moral. No podemos llegarnos a Dios por la inteligencia, porque nuestros pensamientos humanos están en desacuerdo con los pensamientos divinos, pues la mente carnal está en enemistad con Dios. No podemos abrirnos paso hasta Dios mediante la oración, porque el hombre es espiritualmente rebelde a la presencia de Dios. No podemos abrirnos paso hasta Dios por la moral, porque nuestro carácter está corrompido por el pecado.
Surge entonces una pregunta, entonces ¿qué haré? ¿Por dónde empezaré? ¿Cuál es el camino hacia Dios? Hay solamente un camino hacia Él. Jesús dijo: “Si no os volvierais y fueseis como niños no entraréis en el reino de los cielos”. Así, Jesús demandó una conversión. Es por ahí por donde debe empezarse. Es de ahí de donde hay que partir.
¡Hay que convertirse¡.
Muchas personas confunden la conversión con la observancia de la ley. La Ley de Moisés se expone en términos precisos en la Biblia y su propósito es claro. En ningún tiempo fue ofrecida como una panacea para los males del mundo. Más bien, fue dada como el diagnóstico de esos males; esboza la razón de nuestra dificultad, pero no el remedio. La Biblia dice: “Empero sabemos que todo lo que la ley dice, a los que están en la ley lo dice, para que toda boca se tape, y que todo el mundo se sujete a Dios”. (Romanos 3:19) La ley no salva sino manifiesta el pecado. La Biblia dice:” Por la ley es el conocimiento del pecado”. (Romanos 3:20) La ley es un espejo moral, condena, pero no convierte; exige, pero no cambia; señala, pero no ofrece misericordia. En la ley no hay vida, sino muerte, pues la declaración de la ley era: “Tú morirás”.
Hay quienes dicen que su religión es el Sermón del Monte. Pero todavía no ha nacido el hombre o la mujer que haya vivido conforme al Sermón del Monte. La Biblia declara que todos han pecado y están destituidos de la gloria de Dios.
Otros pretenden vivir según la “regla de oro”, que consiste en tratar a los demás como quisiéramos ser tratados, pero ellos también se ilusionan creyendo alcanzarlo, pues ¡ay, ¡nuestras acciones hablan con mayor elocuencia que nuestras palabras. Es verdad que, conforme a toda apariencia, podemos tratar a nuestros prójimos de forma caritativa, regocijándonos del bien que les sucede y simpatizando con sus desgracias, pero los pensamientos secretos de nuestros corazones son, a menudo, bien diferentes de las palabras que surgen de nuestros labios.
Una de las más grandes tentaciones del hombre es la de engañarse a si mismo. Llega hasta tratar de esconderse así mismo sus propios motivos y sentimientos secretos. Nos gusta dar una impresión de magnanimidad, agradándonos que los demás piensen que somos generosos y justos. Pero, si nos examinamos más de cerca, si discernimos el mecanismo escondido de nuestro corazón como Dios lo hace, pronto nos daremos cuenta de que nuestra bondad y nuestra comprensión no subsisten sino mientras nada nos cuestan, o cuando nuestros prójimos están de acuerdo con nuestras ideas y nuestras actitudes.
Cuando Jesús enunció la regla de oro, no la limitó diciendo, por ejemplo: Sed buenos con vuestros prójimos mientras estén de acuerdo con vosotros, mientras vuestras amabilidades y vuestras simpatías no os causen ninguna dificultad. ¡No¡ Jesús dijo: “ Poneos en su lugar y preguntaos si os gustaría que se os criticase, que se hablase mal de vosotros, que se os acusara más o menos justamente...
Lo que Jesús pide de nosotros no es fácil: es, por el contrario, tan difícil que la mayoría de las personas ni intentan siquiera ponerlo en práctica. Y todos conocemos el daño, los dolores, los sufrimientos inauditos que provoca constantemente la inobservancia de esta regla.
Examinad vuestras intenciones ocultas antes de decidir si estáis por encima de todo reproche, y si vivís de tal manera que no tenéis necesidad de convertiros. Mirad en vuestro propio corazón, sin temor, honradamente, antes de pretender que la conversión religiosa es buena para los demás, pero en verdad, superflua para vosotros.
Pero ¿Qué es la conversión? ¿Qué quiere decir conversión? ¿Cuáles son sus efectos? ¿Por qué es necesario convertirse para ir al cielo?
El concepto de la conversión ciertamente no es desconocido en nuestra sociedad. Se ha explicado variadamente como “arrepentirse, ser regenerado, recibir la gracia, experimentar la religión y obtener la seguridad de la salvación”.
La conversión puede adquirir muchas formas diferentes. La manera como se realiza, depende en gran parte del individuo; de su carácter, de su estabilidad emocional, del ambiente en que vive, de las condiciones previas y de su manera de vivir. La conversión puede ocurrir después de una gran crisis en la vida de la persona; puede presentarse cuando todos los valores anteriores han sido destruidos, cuando se ha perdido la ilusión de poder por las posesiones materiales o perdido las cosas amadas. El hombre o la mujer que ha estado centralizando toda la atención en ganancias materiales, en el prestigio social o en los negocios, o ha entregado todos los afectos a una persona, experimenta un estado desolador cuando se le quita la cosa que ha dado valor a su vida.
En estos momentos trágicos, mientras el individuo carece de toda su potencia humana, cuando el ser querido se ha ido más allá del sonido de la voz, reconoce cuan solitario se encuentra en realidad. En ese momento, el Espíritu Santo puede hacer que las vendas de este mundo caigan de sus ojos y, por vez primera, vea claramente. Reconoce que Dios es la única fuente de verdadero poder y el único manantial eterno de amor y compañerismo.
Otras veces, la conversión puede ocurrir en la misma cima de poder y prosperidad personal, cuando todo va bien y las misericordias abundantes de Dios han sido otorgadas. La misma bondad de Dios puede impulsar a reconocer que todo lo debemos a Él; así, pues, la misma bondad del Creador conduce al arrepentimiento, a la conversión, a la regeneración.
La conversión puede ser tan repentina y dramática como la de los paganos que transfieren sus afectos a fe de los ídolos labrados en piedra y madera, a la Persona de Jesucristo.

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