} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: CARTA DEL APOSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS Capítulo 6; 1-14

viernes, 13 de mayo de 2022

CARTA DEL APOSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS Capítulo 6; 1-14

 (Gracias a Dios que después de 10 días de estar infectado por el virus y su variante XE, poco a poco el Señor está restaurando la salud. En este tiempo he perdido 8 kg. Casi 8 días los pasé en cama, debilitado y muy cansado. Fiebre, dolor muy intenso de cabeza; mi cuerpo vapuleado como si fuera una piñata...tengo una pesadez  que bloquea de algún modo mi mente. Es una situación bastante rara, que me provoca cierta confusión mental. Espero con la ayuda del Señor poder dejar atrás este episodio. Gracias por vuestras oraciones)


 Capítulo 6; 1-14

1  ¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?

2  En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?

3  ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?

4  Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.

5  Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección;

6  sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado.

7  Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado.

8  Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él;

9  sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él.

10  Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive.

11  Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.

12  No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias;

13  ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia.

14  Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia.

 

 

            Como ya ha hecho varias veces en esta carta, Pablo vuelve aquí a tener una discusión con una especie de oponente imaginario. La discusión surge del gran dicho que apareció al final del capítulo anterior: «Cuando el pecado se hizo más abundante y grave, lo sobrepujó la Gracia.» Podemos reconstruirlo así.

 

Objetor.- Acabas de decir que la Gracia de Dios es suficientemente grande para perdonar cualquier pecado.

Pablo.- Y lo mantengo.

Objetor.- Estás diciendo que la Gracia de Dios es la cosa más maravillosa del mundo.

Pablo.- Eso es.

Objetor.- Pues entonces, ¡sigamos pecando! Cuanto más pequemos, más abundará la Gracia. El pecado no importa, porque Dios lo va a perdonar de todas maneras. De hecho, aún podríamos decir más: que el pecado es algo excelente, porque le ofrece a la Gracia una oportunidad de manifestarse. La conclusión de tu razonamiento es que el pecado produce la Gracia; y por tanto tiene que ser una cosa buena, ya que produce la cosa más grande del mundo.

 

La primera reacción de Pablo es retirarse de la discusión sobrecogido de horror: " ¿Es que sugieres -pregunta- que deberíamos seguir pecando para darle más oportunidades a la Gracia de seguir operando? ¡No permita Dios que sigamos un curso de acción tan inaceptable!»

 Es muy probable que estas fueran las palabras de un gentil creyente, quien, habiendo recibido todavía poca instrucción, porque acaba de salir de su estado pagano para creer en Cristo Jesús, podría imaginar, por la manera en que Dios había magnificado su misericordia, al borrar su pecado por el simple hecho de creer en Cristo, que, suponiendo que incluso cediese a las malas propensiones de su propio corazón, sus transgresiones no podrían hacerle daño ahora que estaba en el favor de Dios. Y no debemos sorprendernos de que un gentil, recién emergiendo de las tinieblas más profundas, pueda albergar pensamientos como estos; cuando encontramos que dieciocho siglos después de esto, han aparecido personas en los países más cristianos de Europa, no sólo haciéndose tal pregunta, sino defendiendo la doctrina con todas sus fuerzas; y afirmando de la manera más incondicional, “que los creyentes no tenían la obligación de guardar la ley moral de Dios; que Cristo la había guardado para ellos; que se les imputaba su mantenimiento; y que Dios, que se lo había exigido a Él, que era su fiador y representante, no se lo exigiría a ellos, por cuanto sería injusticia exigir dos pagos por una sola deuda.” Estos son los antinomianos que una vez florecieron en esta tierra, y cuya raza aún no se ha extinguido por completo.

Pero luego pasa a otra cosa: «¿Has pensado alguna vez -pregunta- lo que te sucedió cuando te bautizaste?» Ahora bien, cuando intentamos entender lo que Pablo dice a continuación tenemos que recordar que el bautismo en su tiempo era distinto de lo que es corrientemente hoy.

(a) Era bautismo de adultos. En la Iglesia Primitiva una persona mayor venía a Cristo individualmente, a menudo dejándose atrás a la familia.

(b) El bautismo en la Iglesia Primitiva estaba íntimamente relacionado con la confesión de fe. Una persona era bautizada cuando entraba en la Iglesia dejando el paganismo. Al bautizarse, una persona hacía una decisión que producía un corte radical en su vida, lo que muchas veces quería decir que acababa una vida y empezaba otra totalmente distinta.

(c) Generalmente el bautismo era por inmersión total, y esa práctica simbolizaba una verdad que no queda tan clara en el bautismo por aspersión. Cuando una persona descendía al agua, y era sumergida totalmente, era como si la enterraran. Cuando salía del agua, era como si resucitara saliendo de la tumba. El bautismo quería decir simbólicamente morir y resucitar. La persona moría a una clase de vida y resucitaba a otra; moría para la vieja vida del pecado, y resucitaba a la nueva vida de la Gracia.

Para comprender todo esto tenemos que recordar de nuevo que Pablo estaba usando un lenguaje y unas alegorías que casi todos los de su tiempo y generación entenderían. Tal vez nos parezcan extraños a nosotros, pero no lo eran para sus contemporáneos.

Los judíos le entenderían. Cuando se convertía un pagano al judaísmo, tenía que hacer tres cosas: sacrificio, circuncisión y bautismo. El gentil entraba en la fe de Israel mediante el bautismo, cuyo ritual tenía estas partes: El que iba a bautizarse se cortaba el pelo y las uñas; se desnudaba totalmente; el baptisterio tenía que contener por lo menos 40 seahs -es decir, unos 500 litros, medio metro cúbico de agua-, y el agua tenía que llegar a todas las partes de su cuerpo. Mientras estaba en el agua tenía que hacer profesión de su fe ante tres padrinos, y se le dirigían algunas exhortaciones y bendiciones. El efecto de este bautismo se creía que era una total regeneración; al bautizado se le consideraba como un recién nacido aquel día. Se le perdonaban todos los pecados, porque Dios no podía castigar los que hubiera cometido antes de nacer de nuevo. Lo completo del cambio se veía en el hecho de que ciertos rabinos mantenían que el hijo que le naciera a un hombre después de su bautismo era su primogénito, aunque hubiera tenido otros en su vida anterior. En teoría se mantenía -aunque esta creencia nunca se ponía en práctica- que un hombre era tan totalmente nuevo que podría casarse con una hermana, o hasta con su madre. No era solamente un hombre cambiado; era una persona diferente.

Cualquier judío entendería lo que decía Pablo acerca de la necesidad de que un bautizado fuera completamente nuevo. Y lo mismo un griego. En aquel tiempo la única verdadera religión griega eran los misterios o religiones misteriosas, que ofrecían la liberación de los cuidados, las angustias y los temores de la Tierra; esta liberación se lograba mediante la unión con un dios. Todos esos misterios eran representaciones de una pasión; se basaban en la supuesta historia de algún dios que sufría, moría y resucitaba; su historia se representaba como un drama. Antes de participar en él, uno tenía que ser iniciado; es decir, tenía que seguir un curso de instrucción sobre el sentido del drama, tenía que someterse a un proceso de disciplina ascética y prepararse concienzudamente. El drama se representaba con todos los medios disponibles de música y luces, de incienso y de misterio. Durante la representación, el iniciado tenía una experiencia emocional de identificación con el dios. La iniciación se consideraba siempre como una muerte seguida de un nuevo nacimiento, en el cual el hombre era renatus in aeternum, nacido de nuevo para la eternidad. Uno que hizo la iniciación nos dice que pasó por una muerte voluntaria». Sabemos que en uno de aquellos misterios el que se iba a iniciar se llamaba moriturus, el que va a morir, y que se le enterraba hasta la cabeza en una zanja. Cuando ya había pasado la iniciación, se le hablaba como a un niño pequeño, y se le daba leche como a un recién nacido. En otro de aquellos misterios, la persona que se estaba iniciando oraba: «Entra tú en mi espíritu, en mi pensamiento y en toda mi vida; porque tú eres yo, y yo soy tú.» Cualquier griego que hubiera hecho estas experiencias comprendería sin dificultad lo que quería decir Pablo con aquello de morir y resucitar otra vez en el bautismo; y al hacerlo, llegar a ser uno con Cristo.

No estamos diciendo de ninguna manera que Pablo tomó prestadas estas ideas o palabras de tales prácticas judías o paganas; lo que decimos es que estaba usando palabras y alegorías que reconocerían y entenderían tanto los judíos como los paganos.

En este pasaje hay tres grandes verdades permanentes.

(i) Es una cosa terrible el intentar comerciar con la misericordia de Dios convirtiéndola en una licencia para seguir pecando. En términos humanos sería tan despreciable como el que un hijo se creyera con derecho a defraudar a su padre porque sabe que éste le perdonará. Eso sería aprovecharse del amor para quebrantarle el corazón.

(ii) La persona que inicia el camino cristiano se compromete a una clase de vida diferente. Ha muerto para una clase de vida, y ha nacido de nuevo para otra. En los tiempos actuales puede que tendamos a presentar la conversión al Cristianismo como algo que no tiene por qué producir una gran diferencia. Pablo habría dicho que tiene que producir la mayor diferencia del mundo.

(iii) Pero hay más que un cambio de conducta en la vida de una persona que acepta a Cristo. Hay una verdadera identificación con Él. Es un hecho que no puede haber un cambio real de vida sin esa unión con Cristo. La persona está en Cristo. Un gran pensador cristiano ha sugerido una metáfora para explicar esa frase: No podemos vivir la vida física a menos que estemos en el aire y el aire esté en nosotros; de la misma manera, no podemos vivir la vida que Dios nos quiere dar a menos que estemos en Cristo y Cristo en nosotros.

 El Cristianismo no es una experiencia emocional, sino una manera de vivir. El cristiano no lo es para complacerse en una experiencia, por muy maravillosa que sea, sino para salir a vivir una cierta clase de vida entre los ataques y problemas del mundo. Es normal en el mundo de la vida religiosa que nos sentemos en la iglesia y sintamos como una ola de sentimiento que pasa por nuestro interior. A veces, aun cuando nos encontramos solos, nos sentimos muy cerca de Cristo. Pero el Cristianismo que se detiene allí no ha recorrido más que la mitad del camino. Esa emoción tiene que traducirse en acción. El Cristianismo no puede ser sólo una mera experiencia interior. Tiene que ser una vida en la palestra del mundo.

Cuando uno sale al mundo se tiene que enfrentar con una situación terrible. Como Pablo la ve, Dios y el pecado están buscando armas que puedan usar. Dios no puede actuar sin hombres; si quiere que se diga algo, tiene que encontrar a una persona que lo diga; si quiere que se haga algo, tiene que encontrar a alguien que lo haga, y si quiere que alguien reciba ánimo, necesita a alguien que se lo dé. Y lo mismo sucede con el pecado: alguien tiene que empujarlo. El pecado está buscando gente que induzca a otros a pecar con sus palabras o ejemplo. Es como si Pablo estuviera diciendo: «En este mundo hay una batalla constante entre Dios y el pecado; decide de qué parte estás.» Nos enfrentamos con la tremenda alternativa de convertirnos en instrumentos en las manos de Dios, o en las del pecado.

Un creyente inmaduro podría muy bien decir: «Hay decisiones que son demasiado difíciles, y voy a fallar.» La respuesta de Pablo es: "No te desanimes ni te desesperes; el pecado no te dominará.» «¿Por qué?» «Porque ya no estamos bajo la Ley, sino bajo la Gracia. "¿Y eso cambia tanto las cosas?» "Sí; porque ya no estamos tratando de satisfacer las exigencias de la Ley, sino tratando de ser dignos de los dones del Amor». Ya no pensamos en Dios como un juez severo, sino como el Que ama las almas de todas las personas. No existe en todo el mundo una inspiración que se pueda comparar con la del amor. ¿Hay alguien que salga de la compañía del ser querido sin sentir el deseo ardiente de ser mejor persona? La vida cristiana ya no es una carga que hay que soportar, sino un privilegio a cuya altura se puede vivir. Como decía Denney: "No son las prohibiciones lo que libera del pecado, sino la inspiración; no es el monte Sinaí, sino el Calvario el que produce santos.» Muchos han sido liberados del pecado, no por las normas de la ley, sino porque no habrían podido soportar el desilusionar, o fallar, o herir a una persona a la que amaban o que los amaba. En el mejor de los casos la ley nos sujeta por el temor; pero el amor nos redime inspirándonos para que seamos mejores de lo que hemos conseguido ser. La inspiración del cristiano viene, no del miedo al castigo de Dios, sino de la contemplación de lo que Dios ha hecho por él.

 

 

 

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