} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS Romanos 7:7-12

lunes, 30 de mayo de 2022

CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS Romanos 7:7-12

 

  7  ¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás.

8  Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto.

9  Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí.

10  Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte;

11  porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató.

12  De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno.

           

               

               Aquí empieza uno de los pasajes más maravillosos del Nuevo Testamento; y uno de los más conmovedores, porque Pablo nos presenta su propia autobiografía espiritual, descubriéndonos su corazón y alma.

Pablo está hablando de la torturadora paradoja de la Ley. En sí misma, es algo maravilloso y espléndido. Es santa, que es tanto como decir que es la misma voz de Dios. El sentido de la raíz de la palabra santo (haguios) es diferente. Describe algo que no es de este mundo. La Ley es divina, y transmite la misma voz de Dios. Es justa. Ya hemos visto que la idea de la raíz griega de la justicia nos dice que consiste en dar al hombre y a Dios lo que les es debido. Por tanto la Ley es lo que establece todas las relaciones, humanas y divinas. Si una persona cumpliera perfectamente la Ley, estaría en perfecta relación tanto con Dios como con sus semejantes. La Ley es buena. Es decir, que está diseñada exclusivamente para nuestro supremo bien. Su fin es hacer que el hombre sea bueno. Todo esto es cierto; y, sin embargo, es un hecho que esa misma Ley es el medio por el que el pecado se introduce en el hombre. ¿Cómo puede ser así? Hay dos maneras en las que se puede decir que la Ley es, en cierto sentido, el origen del pecado.

(i) Define el pecado. El pecado sin la Ley, como dijo Pablo, no tiene existencia. Hasta que la Ley define algo como pecado, no se podía saber que lo fuera. Podríamos encontrar una cierta analogía con lo que pasa en los juegos, por ejemplo el tenis. Un jugador podría dejar que la pelota botara más de una vez en su campo antes de devolverla; si no hubiera reglas del juego, eso no sería ninguna falta. Pero hay reglas, y establecen que la pelota no puede botar más de una vez antes de que se devuelva al otro lado de la red; así que es falta dejarla botar dos veces. Las reglas definen las faltas, y la Ley define el pecado.

Podemos tomar una analogía mejor: lo que se le puede permitir a un niño, o a una persona de una tribu de la selva amazónica, no se le permitiría a un hombre maduro de un país civilizado. La persona madura y civilizada reconoce unas reglas de conducta que no conocen el niño o la persona de la tribu; por tanto, no se le perdonaría lo que a éstos se les puede perdonar.

Por "pecado" se entiende, no el diablo, como pensaban algunos de los antiguos; sino la viciosidad y corrupción de la naturaleza, el pecado que mora en nosotros, la ley en los miembros que tuvo "ocasión" por la ley de Dios; de modo que la ley a lo sumo podía ser sólo una ocasión, no la causa del pecado, y además, esta era una ocasión no dada por la ley, sino tomada por el pecado; de modo que fue el pecado, y no la ley, lo que obró en él toda clase de concupiscencias. Prohibiendo la ley todo pensamiento impuro, y el deseo codicioso de objetos ilícitos, el pecado aprovechó estas prohibiciones para obrar en él, despertar y excitar la concupiscencia, el mal deseo de toda clase de cosas prohibidas por la ley; por lo tanto, es claro que no la ley, sino el pecado, es sumamente pecaminoso: porque sin la ley el pecado estaba muerto; no es que, antes de que se diera la ley de Moisés, el pecado yacía muerto e inerte, porque durante ese intervalo entre Adán y Moisés el pecado existió, vivió y reinó, y la muerte por él, tanto como en cualquier otro momento; pero cuando el apóstol estaba sin la ley, es decir, sin el conocimiento de su espiritualidad, antes de que entrara con poder y luz en su corazón y conciencia, el pecado yacía como muerto; era así en su aprensión, se creía libre de ella, y que era perfectamente justo.

La Ley crea el pecado en el sentido de que lo define. Tal vez en algún lugar o en otra época era legal conducir un vehículo en cualquiera de los dos sentidos; pero luego se decidió que no se podía nada más que en un sentido, y desde aquel momento está prohibido hacer lo que antes estaba permitido. Así la Ley, al presentar sus prohibiciones, crea el pecado.

(ii) Pero hay un sentido mucho más serio en el que la Ley produce el pecado. Una de las cosas raras de la vida es la fascinación de lo prohibido. Los rabinos judíos y los pensadores descubren esa tendencia en el Huerto del Edén. Al principio Adán vivía inocentemente. Entonces se le prohibió para su bien que no comiera el fruto de cierto árbol; pero vino la serpiente y cambió astutamente la prohibición en una tentación. El hecho de que estuviera prohibido hacía aquel árbol más deseable; así es que Adán fue seducido al pecado por el fruto prohibido, y la muerte fue la consecuencia.

Filón de Alejandría alegorizaba toda la historia. La serpiente era el placer; Eva representaba los sentidos; el placer, como sucede siempre, quería la cosa prohibida, y atacó por los sentidos. Adán era la razón; y, por el ataque de lo prohibido a los sentidos, la razón se extravió y vino la muerte.

En un pasaje de sus Confesiones, Agustín habla de la fascinación que produce la cosa prohibida.

 

“Había un peral cerca de nuestra viña, cargado de fruta. Una noche de tormenta, unos cuantos gamberros hicimos el plan de robarla y llevarnos el botín. Cogimos un montón tremendo de peras -no para comérnoslas nosotros, sino para echárselas a los cerdos, aunque nosotros también comimos lo suficiente para saborear el fruto prohibido. No eran muy buenas; pero no eran las peras lo que codiciaba mi alma pecadora, porque tenía muchas mejores en casa. Las cogí sencillamente para cometer un robo. La única fiesta que celebré fue la de la iniquidad, y ésa la disfruté a tope. ¿Qué era lo que me atraía del robo? ¿El placer de actuar contra la ley, yo que, al fin y al cabo, era un prisionero de las reglas, para tener un pobre simulacro de libertad haciendo algo prohibido, como una forma de impotente pataleo? ... El deseo de robar me lo suscitaba precisamente la prohibición de hacerlo».

 

Poned algo en la categoría de lo prohibido, o fuera de los límites, e inmediatamente ejerce fascinación. En este sentido, la Ley produce el pecado.

Pablo usa una palabra reveladora en relación con el pecado: "El pecado me sedujo.» Siempre hay decepción en el pecado. La ilusión del pecado obra en tres direcciones:

 (i) Nos engañamos pensando en la satisfacción que vamos a encontrar en él. Todos tomamos la cosa prohibida creyendo que nos va a hacer felices; pero a nadie le resulta así. (ii) Nos engañamos creyendo que tenemos disculpa. Todos pensamos que podemos justificarnos por haber hecho lo que no debíamos; pero la disculpa no suena más que como vana cuando se hace en la presencia de Dios.

 (ii) Nos engañamos pensando en la probabilidad de escapar a las consecuencias. Todos pecamos con la esperanza de salirnos con la nuestra; pero es muy cierto que, más tarde o más temprano, se nos descubrirá.

Entonces, ¿es la Ley una cosa mala porque produce el pecado? Pablo no tiene la menor duda de que hay sabiduría en el proceso:

 (i) Primero, está convencido de que, sean las consecuencias las que sean, el pecado tiene que verse como pecado.

(ii) El proceso muestra la terrible naturaleza del pecado, porque toma una cosa -la Ley- que era santa y justa y buena, y la retuerce para que sirva para el mal. Lo terrible del pecado se ve en el hecho de que puede tomar una cosa buena, y convertirla en un instrumento para el mal. Eso es lo que hace el pecado. Puede tomar el encanto del amor, y convertirlo en lujuria. Puede tomar el deseo honroso de independencia, y convertirlo en una obsesión de dinero y poder. Puede tomar la belleza de la amistad, y usarla como seducción para cosas malas. Eso era lo que Carlyle llamaba «la infinita condenabilidad del pecado.» El mismo hecho de que tomó la Ley y la convirtió en una cabeza de puente para el pecado muestra la suprema maldad del pecado. Todo este proceso no es accidental; está diseñado para mostrarnos lo terrible que es el pecado, porque puede tomar las cosas más maravillosas y contaminarlas con su sucio contacto.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario