"Y Eliú había esperado a Job en la disputa, porque los otros eran más viejos que él. Pero viendo Eliú que no había respuesta en la boca de aquellos tres varones, se encendió en ira. Y respondió Eliú hijo de Baraquel buzita, y dijo: yo soy joven y vosotros ancianos; por tanto, he tenido miedo, y he temido declarar mi opinión. Yo decía: Los días hablarán, y la muchedumbre de años declarará sabiduría. Ciertamente espíritu hay en el hombre, y el soplo del Omnipotentele hace que entienda. No son los sabios los de mucha edad, Ni los ancianos entienden el derecho. Por tanto, yo dije: Escuchadme; Declararé yo también mi sabiduría" (Job 32:4-10).
En la publicación anterior discutimos el celo de Eliú, que aquí es alabado por el Espíritu Santo, y demostramos de qué manera este ejemplo tenía que servirnos, es decir, que cuando vemos que la verdad de Dios es entenebrecida, y blasfemada su nombre, ello debería herir nuestros corazones. También hemos demostrado que si teníamos algún sentimiento por Dios y su honor, tenemos que defender su verdad tanto como nos sea posible. Es cierto que no todas las personas lo habrán aprendido, pero, sin embargo, de acuerdo a la medida de nuestra habilidad, nos corresponde demostrar que nuestra intención es la de resistir al mal y no consentirlo. Sin embargo, se ha declarado que este celo tenía que ser guiado por la razón, que no tenemos que ser impulsados por una impetuosidad excesiva, sino que debe ser acompañado de una importante proporción de prudencia. Y eso es lo que hemos leído ahora, es decir, que Eliú no fue extremadamente apresurado, sino que prestó atención a todas las declaraciones que se hicieron, demostrando de esa manera su modestia.
Entonces, notemos que si un hombre se lanza demasiado rápido hacia adelante, sin considerar si le es necesario o no hablar, no le será acreditado como celo de su parte. Por ejemplo, vemos a muchos que solamente piden tener libertad para hablar, y sin embargo, es posible que algún otro pueda presentar el caso mucho mejor que ellos; pero a ellos les parece que nunca les llegará el turno para hablar. Esta impaciencia jamás puede ser aprobada. Y como prueba de ello, ¿cómo puede saber, el que habla para instruir a otros, si otro no podría hablar mejor que él? El que habla no tendrá necesidad de ser enseñado, y por cuenta propia presupone ser un maestro. Pero hay otra falta más; porque cuando una persona ignorante, o alguien que no está bien fundamentado balbucea, le tapa la boca a aquellos que tendrían medios mejores y mayor gracia para edificar.
Entonces notemos bien que donde no hay modestia, el celo es arrebatado y no gobernado por el Espíritu Santo de Dios, El Espíritu de prudencia, (Isaías 11; 2 Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová.) es propio que nosotros distingamos cuándo es necesario hablar y cuándo guardar silencio. Es cierto que una persona puede hacer una buena declaración, aunque no sea de lo más útil, y otras lo serán menos; sin embargo, le corresponde ser temerosa y demostrar un deseo y una disposición de aprovechar y que preferiría ser un estudiante y no un maestro. Cuando una persona procede de esa manera, aunque hable delante de todos, no dejará de ser modesta y humilde; pero si una persona alarga sus declaraciones, y no pone fin a su discurso, y discute todos los temas, está demostrando con ello que está dominada por una ambición vana, y, lo que es peor, no le da lugar a la gracia de Dios tal como debiera hacerlo.
Entonces, podemos ver lo que se nos muestra con el ejemplo de Eliú al decir que esperó hasta que terminaran sus comentarios; porque aún no sabía a qué los llevaría la discusión. Vio que tanto Job como los hombres que hablaban con él eran hombres de edad; y puesto que la edad trae experiencia y seriedad, Eliú no se adelantó apresuradamente, sabiendo que cuando Dios permite que una persona viva mucho tiempo en el mundo le da la gracia de capacitarla para ser de provecho a los más jóvenes. Porque el hombre de edad ha vivido más tiempo y, por lo tanto, debería estar más asentado y haber adquirido alguna prudencia. De manera entonces, lo que hemos de observar en segundo lugar, es que Eliú reconoció que aquellos que hablaron antes de él eran de más edad. Y aquí los jóvenes tienen una lección buena y útil, siempre y cuando la puedan practicar bien. Porque (como ya hemos dicho) si una persona ha vivido muchos años, tendría que haber retenido lo que Dios le demostró por medio de la experiencia; y ello no sólo debería servirle para su propio bien, sino también para dar buenas advertencias a aquellos que carecen de la misma experiencia. Además también hay seriedad. Porque los jóvenes tendrían que pensar,
"Aunque Dios quizá nos haya dado algún entendimiento, no obstante, aún no hemos visto mucho, lo cual es un gran defecto." Cuando una persona tiene poca experiencia seguramente se arroja rápidamente a la querella; porque no considera el resultado final de las cosas, ni siquiera sabe por dónde comenzar; además, el acaloramiento que hay en los jóvenes es totalmente contrario a la razón y al buen entendimiento. Aunque alguna persona joven se conduzca bien y finalmente tendrá que saber cómo hacerlo, no obstante, la juventud siempre arrastra a la gente; hay tal hervor en su naturaleza que no se puede controlar. Vemos que San Pablo exhorta a Timoteo que no se sujete a los deseos de la juventud (2Timoteo 2:22 Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor). Y con los deseos de la juventud no se refiere al libertinaje, juego, adulterio, debida a otras cosas disolutas. Timoteo era tal espejo y ejemplo de toda santidad en sí mismo que San Pablo incluso tuvo que exhortarlo para que tomara vino (1Timoteo 5:23 Ya no bebas agua, sino usa de un poco de vino por causa de tu estómago y de tus frecuentes enfermedades ) y sin embargo, le habla de los deseos de la juventud. ¿Y por qué? Porque, puesto que era joven, aun podía estar demasiado apresurado en algunas cosas.
Ahora, si a Timoteo (que excedía a sus mayores en prudencia y seriedad), le correspondía recibir esta advertencia, ¡cuánto más necesaria es para la gente común! De manera que los jóvenes se miren a sí mismos; porque si no tienen la honestidad de escuchar a sus mayores, y de seguir su consejo, ciertamente, aunque tengan todas las virtudes del mundo, ese único pecado los mancharía y viciaría completamente. Y no existe otro pecado tan común que el de esta presunción. Porque los jóvenes, puesto que no han experimentado las dificultades que muchas cosas encierran, avanzan osadamente, sin tener en cuenta el precio; nada les es imposible. La juventud, entonces, siempre es presuntuosa lo cual es un mal excesivamente común; y en eso no ha de ser defendida, porque (como hemos dicho) si una persona joven tiene muchas otras virtudes, y sin embargo confía en sí misma y desprecia a los mayores, creyendo que puede guiar a todos los demás, será turbada por Dios en todo su orgullo, y todos sus dones serán destruidos.
Además, aquellos que son jóvenes y todavía no han visto mucho, deberían mantenerse bajo control. Incluso vemos que en la actualidad el mundo está tan fuera de orden que los jóvenes han acumulado un orgullo diabólico por el cual se resisten a recibir toda nutrición o instrucción; los que tienen algún temor de Dios tendrían que luchar tanto más consigo mismos para no descarriarse en pos de las costumbres comunes. Vemos a estos jóvenes payasos pretendiendo ser hombres, ni bien se han librado de la vara; sin embargo, ni siquiera son dignos de ser llamados niños. Son como pollitos de apenas tres días, y sin embargo, quieren ser grandes. Bien, tendrían que permanecer otros diez años bajo la vara, pero, vean esto, creen ser hombres maduros. ¿Y en qué? En su osadía; son desvergonzados como una prostituta, y ya no quieren sujetarse a ninguna disciplina o corrección; es algo que se ve claramente. Ahora, aquellos que recibieron de Dios alguna gracia debieran pensar seriamente en ellos mismos cuando un pecado es tan común, como si fuera una enfermedad contagiosa, y debieran guardarse de ser enredados en él; porque si Dios no les extendiera su mano fuerte, se extraviarían como otros.
De manera, entonces, estén atentos los hijos de Dios y tengan la seguridad que con ser modestos, y es mucho, aunque quizá no haya una exhibición tan hermosa; y aunque son despreciados por los que quieren adelantarse porque ellos no avanzan con la cabeza en alto tengan la seguridad de ser mucho más aprobados por Dios y que él bendecirá su comportamiento modesto y hará que en dos años aprovechen más que lo que aprovecharán en cuatro los que son demasiado apurados. Observemos lo que ocurre con las frutas. Cuando maduran demasiado rápido, y pronto se colorean, también se desvanecen inmediatamente. Pero la fruta que crece más despacio, dura más. Así es con aquellos que quieren avanzar antes de cumplirse su tiempo.
Ciertamente, quizá parezcan hermosos, y a algunas les guste; sin embargo, carecen de firmeza.
Por otra parte, los que se avergüenzan y son honestos y no tan presuntuosos como para avanzar apresuradamente, seguramente irán más despacio pero, entre tanto, nuestro Señor les da el poder que dura más. Aquí tenemos entonces un buen punto para retener de este pasaje. Es cierto que la modestia es una virtud adecuada para todos; pero los jóvenes mayormente debieran observar lo que se dice aquí, que deben honrar a sus mayores, reconociendo que por su propia parte, quizá tengan pasiones excesivas que requieren ser amonestadas por otras personas; que aun no están suficientemente asentados en su forma de ser, y que no tienen la experiencia necesaria para ser tan prudentes como se requiere. Además, si una persona joven se ha comportado con tanta modestia, al tiempo indicado tendrá que publicar lo que Dios la haya dado, en efecto, aunque sea entre personas mayores, porque el orden de la naturaleza es que, cuando los ancianos no cumplen con su tarea, no impidan a los jóvenes a realizarlas en lugar de ellos, aun para vergüenza de quienes han vivido muchos años malgastando el tiempo que Dios les ha dado, desperdiciándolo completamente. Ustedes ven entonces, la posición media que debemos mantener; es que la reverencia que los jóvenes expresarán hacia sus mayores no debe impedir la defensa constante de la verdad, no debe impedirles que Dios sea honrado y que los pecados sean vencidos. Porque puede ocurrir que los más ancianos estén desprovistos del Espíritu de Dios, o que gente mala sólo tenga fraude y deslealtad, o quizá la gente sea obstinada en sus opiniones y de cabeza dura.
Entonces, ¿es necesario que los jóvenes sean subyugados de tal manera por sus mayores que se aparten de Dios y de su palabra, y de lo que es bueno y santo? De ninguna manera.
Notemos entonces, que la modestia no significa que los jóvenes se hagan tan estúpidos que ya no juzguen ni sepan nada; basta con que no sean tan presuntuosos de andar en escaramuzas, ni de escupir sus espumarajos antes de tiempo. Que escuchen, que sean dóciles, que siempre estén dispuestos a guardar silencio cuando se presenta una buena proposición; y, ciertamente, que se abstengan de ocupar el lugar de otro. ¿Acaso es algo que han hecho? Cuando ven que sus mayores no dan un buen ejemplo, que incluso pervierten el bien, transformándolo en mal; entonces (como ya he dicho) es necesario que el Espíritu de Dios demuestre dónde está. Como en nuestro tiempo, aquellos que habían sido nutridos con las supersticiones del papado, cuanto más tiempo vivieron en el mundo, menos doctrina tenían. Ahora, aunque Dios hubiera querido ser servido por ellos, no se preocupó por ello; digo, en la mayoría de los casos. Entonces, ustedes ven personas de mucha edad, que no tienen gran experiencia. Pero ¿qué de ello? Se han hundido en las sombras, no hubo conocimiento de Dios, ni pureza de religión. Entonces ¿qué pudieron hacer los muchos años en favor de esas personas, sino volverlas tanto más obstinadas en sus opiniones? Porque han puesto su confianza en errores, fueron adictos a ellos que aparentemente no hubo medios de convertirlos. Ahora, si Dios ha querido llamar a personas jóvenes para exponer su palabra, todo cuanto se necesita para comprobar el Espíritu Santo es que los jóvenes no hablen y que sus mayores no estén dispuestos a escucharlos. Es cierto que Dios aun quiere ser servido por los mayores, ha declarado que su verdad no está sujeta a edad. De esa manera entonces, vemos ahora, lo que la modestia tiene que ser en todos, y especialmente en los jóvenes, es decir, que se hagan apacibles para aprender según la ocasión que les es dada y que no quieran defender su propia importancia, que no tengan el necio deseo de hacerse ver; sino que reciban en silencio lo que les es presentado por otros, y que no estén tan preocupados que ya no quieran ser guiados ni gobernados por aquellos que tienen más experiencia. ¿Se ha cumplido con esto? ¿Ahora, no tenemos que ser impedidos, a la sombra de la madurez, de seguir juzgando, ni tenemos que ser semejantes a las pobres bestias, y cuando los ancianos nos han dicho, "Esto debes hacer," no debemos tomar como un oráculo todo cuanto sale de sus bocas. Porque, como ya hemos declarado la discreción tiene que ser agregada al celo; el Espíritu de Dios incluye ambos elementos en sí. Entonces, si hay modestia en los nombres también tiene que haber tanto celo como discreción; y no es necesario que seamos controlados por aquellos que han vivido mucho tiempo; y aun cuando sea un asunto de persuadir a todo el mundo, la edad adulta no debe causar ningún prejuicio contra lo recto y útil. ¿Cómo qué no? Ya he dicho que si todos los ancianos del papado conspiran contra el evangelio, queriendo que la gente siga fiel a sus hábitos de siempre, ¡Oh!, no se dijo que ello cerraría la puerta a Dios y a su palabra; que les impedía a los jóvenes a defender la verdad, cuando los ancianos estaban contra ella, y cuando por tanto tiempo alimentaron el mal al extremo de que ahora solamente quieren que el mismo continúe.
Pero aquellos a quienes Dios ha dado más gracia deben oponerse a esto. Pero ahora debemos ir más allá; es decir si alguien dice "¿Cómo es eso? Durante cien años nuestros padres y ancestros han vivido de esa manera, durante quinientos y aun mil años se ha observado que somos gobernados por una ley y regla infalible e inquisidora." Digo, cuando alguien nos viene para argumentar con la antigüedad de los tiempos, como queriendo regresarnos a la creación del mundo, aun así la verdad de Dios no tiene que ser suprimida por esta sombra. De manera entonces, vemos que para ser modestos no es necesario que seamos personas pobres y ciegas; sino que debemos ser moderados observando los límites.
Y esto es lo que agrega Eliú: "Yo decía: los días hablarán, y la muchedumbre de años declara sabiduría. Ciertamente espíritu hay en el hombre, y el soplo del Omnipotente le hace que entienda." Con esto ustedes ven lo que el orden natural pone en primer lugar, es decir, que debemos prestar atención a los ancianos. Porque cuando se trata de elegir al gobernador de una ciudad o de un país, escoger a jóvenes necios, superficiales y testarudos, que no saben gobernarse ni a sí mismos, y ponerlos como jueces y líderes, es para pervertir el orden de la naturaleza, es una vergüenza, y aparentemente para desafiar a Dios cada vez que lo hacen.
Entonces, cuando podría escoger a personas constantes, personas adecuadas, serias y maduras, pero en cambio dejan que las mismas se pierdan en sus hogares, y escogiendo entre tanto a jovencitos torpes, que apenas han vivido una noche, y ponerlos como jueces cuando ni siquiera saben de qué se trate, es como si se casaran unos niñitos. Estarán muy contentos de venir a las bodas; alguien les dirá: "van a comer carne asada y pastel," y seguramente accederán muy contentos; pero, ¿acaso es por eso un matrimonio? Así es, digo, cuando son puestos como jueces, no teniendo más prudencia y razón que los niñitos, y a que nadie ha tendió la precaución de escoger a aquellos que tienen más seriedad y experiencia. Entonces, en primer lugar, es necesario observar el orden de la naturaleza, es decir, cuando tenemos personas de edad, a quienes Dios ha dado gracia, que ellas tengan el oficio de guiar a otros, y que los jóvenes se humillen debajo de ellos. Porque es vergonzoso cuando los jóvenes quieren hacer grandes cosas sin condescender a recibir la doctrina de aquellos que han vivido más tiempo. Este orgullo no es dirigido solamente contra los mortales, sino que es resistir a Dios quien ha constituido el orden de la naturaleza y quiere que el mismo sea observado. ¿Qué debemos hacer en el oficio de llevar y anunciar la palabra de Dios si hay allí una persona bien experimentada, prudente, aprobada, cuando no tienen la condescendencia de usarla, y, en cambio, escogen a una persona inconstante? Entonces debemos aceptar la recomendación de este orden, lo cual no se hace convirtiéndolo en regla infalible porque a veces ocurre que Dios ha dado mucha mayor gracia a los jóvenes que aquellos que han vivido el doble de años. En ese caso el orden del cual hemos hablado no debe impedir que el Espíritu de Dios sea recibido dondequiera que se manifieste y a sus dones de gracia según los distribuya a efectos de ser usados. Y es por eso que San Pablo escogió a Timoteo, aunque en ese momento había muchas personas mayores. Porque viendo a este hombre tan excelente (del cual tenía testimonios no sólo de los hombres, sino también del Espíritu Santo) lo prefirió a él en lugar de aquellos de más edad. Lo mismo hace Eliú, quien, habiendo escuchado, declara saber que el Espíritu de Dios el que está en los hombres; es como si dijera, "Es cierto que no tenemos que juzgar (desconociendo las circunstancias) y decir que los ancianos están chocheando, para no sentirnos obligados a darles espacio y lugar; sino que debemos honrar la edad diciendo, 'quizá el hombre que ha vivido muchos años pueda enseñarnos’; pero si sabemos que no se ocupa de su responsabilidad, o si ha desperdiciado el tiempo durante su vida en el mundo, si luego el Espíritu de Dios está en una persona joven, ésta tiene que ser puesta adelante." Entonces, recordemos bien que cuando el orden de la naturaleza es observado, no es bajo la condición de que si Dios ha concedido algunos dones de gracia a personas jóvenes, éstas nunca sirvan en la iglesia, y nunca enseñen no solamente a los de su clase a compañeros, sino tampoco a las personas mayores.
Consecuentemente, los mayores no tienen que ser impacientes por causa de su edad resistiendo todas las advertencias y diciendo: "¿Cómo es esto? Yo he vivido mucho tiempo y un joven me va a dar lecciones?" Que en cambio reconozcan: "No, yo tendría que haber aprovechado de tal manera que ahora pudiera guiar a otros; pero ahora veo que necesito ser instruido, que soy una criatura joven comparada con aquellos que debieran estar bajo mi enseñanza. Y puesto que Dios no me ha dado la gracia requerida para ser un líder, tengo que ser un alumno y no un maestro."
Es así como los mayores debieran comportarse al ver que Dios ha derramado más abundantemente sus dones de gracia sobre aquellos que debieran seguirlos, en vez de llevar la delantera.
Ahora, de lo que hemos deducido tenemos una buena doctrina para poner en práctica, es decir, que el Espíritu Santo gobierna sobre el orden de la naturaleza. Y, para comprender aún mejor lo que implica esto, notemos que cuando Eliú dice, "Es el Espíritu de Dios que habita en mí," quiere expresar que es un don que Dios ofrece, como un privilegio, cuando él se complace en que una persona tenga mayores habilidades que otras. Es cierto que, en general, Dios nos ha hecho criaturas con raciocinio, y en ello diferimos de las bestias brutas. Entonces, seguramente, Dios ha dado a todos los hombres sin excepción algo de juicio y espíritu; sin embargo, vemos que uno es lento y de pocas luces, otro es ágil; uno es inconstante, el otro adecuadamente serio con respecto de sí mismo. ¿De dónde proviene esto? Reconozcamos que Dios sostiene con sus manos los dones de gracia y que él los distribuye, conforme a su voluntad, a quien él quiere. Eso es lo que Eliú quiso indicar aquí, para que los hombres no vayan a pensar que por naturaleza tienen una herencia propia desde el seno de su madre; que no vayan a pensar que tienen algo que han merecido y adquirido ellos mismos. Aquí Eliú dice, "Dios nos ha creado a todos; es cierto que tenemos algo de raciocinio, efectivamente, pero es limitado. Sin embargo, si una persona sabe cómo hacer las cosas, si es prudente, tiene que reconocer que Dios ha extendido de manera especial su mano sobre ella, y tiene que reconocer que por eso su deuda y obligación para con Dios es tanto mayor."
Ahora, cuando se nos dice esto no es para que nos hinchemos de arrogancia ni vayamos a creernos de mayor dignidad por ser inteligentes y tener espíritu; reconozcamos que si a Dios le ha agradado darnos esta gracia, tenemos que andar con tanto más temor, porque somos tanto más deudores; y entre tanto, si él ha querido cubrirnos con sus dones, también es para que los podamos comunicar a nuestros semejantes. Entonces, si no sabemos cómo usarlos para glorificar a nuestro Dios y edificar a aquellos que los necesitan, es cierto que seremos tanto más culpables.
Sin embargo, también tenemos que comparar dos grados, es decir, si Dios otorga inteligencia especial a los hombres para discernir las cosas pertenecientes a esta decrépita vida, ¿qué ocurre con la doctrina del evangelio, con la religión pura y verdadera? ¿Acaso la tenemos por naturaleza? ¿Podemos adquirirla por nuestra laboriosidad? Ciertamente, este es un gran error.
Si se trata de que un hombre sea un buen maestro de escuela para enseñar a los niños, o de ser un buen abogado en la ley, o un buen médico, de ser un buen agricultor en los campos, aun así el Espíritu de Dios tiene que estar en todo. La persona tiene que saber hacer bien una cosa; como también a veces las artes mecánicas requieren una mente más aguda que el comercio. Ahora bien, entonces respecto a todas las cosas que parecen comunes y de escaso valor, Dios tiene que distribuir su Espíritu entre los hombres. Pero cuando nos referimos a la doctrina del evangelio, hay una sabiduría que supera todos los sentidos humanos que, en efecto, es admirable a los ángeles. Hay secretos del cielo contenidos en los evangelios, porque se trata de reconocer a Dios en la persona de su Hijo; y aunque nuestro Señor Jesús ha descendido aquí abajo, no obstante, tenemos que comprender su divina majestad, o bien no podremos ser fundamentados ni depositar nuestra fe en él. Es un asunto, digo, de reconocer lo que es incomprensible a la naturaleza humana. Entonces, si con respecto a las artes mecánicas, con respecto a las ciencias humanas que conciernen a la vida transitoria, tiene que distribuirnos su Espíritu Santo, cuánto mayor es el motivo para no pensar que por nuestra sutileza vamos a poder entender los secretos de su reino.
El tiene que instruirnos; al mismo tiempo nosotros tenemos que llegar a ser absolutamente necios con respecto a nosotros mismos, tal como lo dice San Pablo (I Corintios 3:18 Nadie se engañe a sí mismo; si alguno entre vosotros se cree sabio en este siglo, hágase ignorante, para que llegue a ser sabio.), para ser partícipes de esta sabiduría. Porque allí está la declaración que él hace respecto a esto (I Corintios 2:14 Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente) "El hombre carnal nunca podrá comprender la doctrina de Dios;" es decir, mientras los hombres siguen en su naturaleza no conocen las cosas de Dios, y no pueden gustar su palabra; lo que es peor, "les es locura," dice San Pablo (I Corintios 1:18 Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios.); porque pareciera ser una doctrina carente de sentido y sin embargo, es únicamente el Espíritu de Dios el que nos da fe y nos ilumina. Y esto debiera ser notado cuidadosamente; porque muchas veces nos mareamos cuando vemos que son tan pocos los que reconocen las cosas de Dios, y que, en efecto, hay muchas personas de edad que han vivido largos años en el mundo, y su enfurecen en sus supersticiones y combaten orgullosamente contra la doctrina del evangelio; es algo que nos llena de asombro.
En efecto, pero aquí hay un pasaje que debiera equiparnos contra semejante escándalo: "Es el Espíritu de Dios que mora en los hombres, es la inspiración del Omnipotente la que le da su inteligencia." ¿Vemos a personas pobres, ciegas y tan sumergidas en ignorancia que es imposible acercarse a ellas con el evangelio? Que ello no nos asombre. ¿Y por qué no? Porque por naturaleza el hombre es incapaz de juzgar ninguno de los secretos de Dios, sin antes haber sido iluminado. Por otra parte, cuando vemos a una persona que conoce las cosas de Dios, sea joven o anciana, cuando vemos a alguien que durante mucho tiempo ha estado empapado en las tonterías del papado y que viene a la verdadera religión; reconozcamos que allí Dios ha hecho un milagro.
Si también vemos a los jóvenes, reconozcamos que Dios tiene que atraerlos de una manera maravillosa porque no reciben fácilmente el yugo, puesto que son presuntuosos, como ya hemos dicho. Entonces, si Dios los doblega y los hace dóciles, es su mano poderosa la que ha pasado.
De manera que vemos entonces que ese pasaje debe servirnos de dos formas. La primera es que, viendo que nuestro espíritu nunca sabría cómo subir suficientemente para conocer a Dios su verdad, tendríamos que ser escépticos respecto de todos nuestros sentidos y renunciar a ellos. Y eso es lo que San Pablo llama volverse necio. Luego tenemos que volvernos necios si queremos que el Señor nos llene con sabiduría, es decir, de nuestra parte no tenemos que aportar nada, no suponer que tenemos esto o aquella; porque sería como cerrarle la puerta a Dios. De manera entonces, si queremos que Dios continúe con la gracia de su Espíritu Santo, habiéndonos dado alguna porción de la misma, tenemos que aprender a exaltarlo y magnificarlo a él según lo merece, y reconocer que no tenemos una sola gota de buena inteligencia hasta que Dios la haya dado. Y luego, que ello nos haga perseverar en su obediencia y andar con mayor temor y cuidado, viendo que si Dios extinguiera la luz que ha puesto en nosotros, estaríamos en oscuridad, en efecto, en tan horrible oscuridad que nunca hallaríamos el camino para salir de ella.
Esta es la primera aplicación. La segunda es que viendo la mayor parte del mundo extraviándose, y que difícilmente alguien está dispuesto a conformarse a Dios, no debemos asombrarnos al ver que la gente se ha desbordado al extremo de actuar como bestias salvajes. ¿Y por qué no?
Porque es el Espíritu de Dios el que da inteligencia. Porque entonces, ello debería sernos realmente un argumento para magnificar tanto más la gracia que hayamos recibido; y que, entre tanto, no seamos extraviados viendo semejante rebelión. ¿Y por qué? Los hombres siguen su naturaleza, siguen sus cabezas; y, entre tanto, resisten a Dios, pero es porque la doctrina del evangelio supera todo sentido humano, y así es que Dios tiene que obrar por el Espíritu Santo, abriendo los ojos, de otra manera los hombres siempre seguirán como bestias.
Además Eliú concluye de esta manera: Los grandes, entonces, no son siempre sabios, y las personas de edad no siempre son más inteligentes, o sabias, ni tienen más prudencia que otras.
Es cierto que aquí Eliú no quería pervertir el orden de la naturaleza (porque declara al respecto que quería oír a los mayores que él, y que estaba completamente dispuesto a sujetarse a su doctrina), pero indica lo que ya hemos discutido, que Dios no está sujeto a la edad ni a las circunstancias ni a las cualidades de los hombres. Cuando a Dios le agrada levantar a una persona para dignificarla, queriendo de esa manera servir a la salvación de su pueblo, le dará gracia para comprender su oficio; pero de lo contrario prescindirá de ella, y en la medida en que una persona está en una posición de eminencia, se la considerará doblemente bestial. Por ejemplo, si una persona es escogida para proclamar la palabra de Dios, o mejor, si Dios quiere dar gracia a su iglesia, investirá a dicha persona de su Espíritu, le dará inteligencia en su palabra y destreza para saber cómo aplicarla al uso de la gente, y a sacar una buena doctrina de ella; le dará celo y otras cosas que se requieren; y de esa manera Dios se manifiesta tan claramente, que podemos decir que tiene cuidado de nosotros al distribuir así los dones de su gracia a los hombres en lo que se requiere para nuestro provecho. Así es con los que son designados como jueces; de acuerdo a su necesidad de una doble porción del Espíritu de Dios en ellos, cuando Dios quiere que le sirvan les da un gran poder para dedicarse a su responsabilidad. Por otra parte si Dios está enojado con nosotros, los que proclamamos su palabra seremos como bestias que no entienden nada, seremos despreciados por disfrazar las cosas, de manera que la buena doctrina será burlada, y profanada entre nosotros. En resumen, los predicadores difícilmente serán capaces de ser discípulos, sin mencionar que tienen que ser buenos maestros.
Esto es entonces, lo que Eliú quiso demostrar diciendo que, el grande no será sabio, y el de muchos años no siempre será más instruido. Como diciendo, "no tenemos que medir a todos de la misma manera, ni decir, 'Este hombre ha sido levantado en su condición y dignidad, consecuentemente es sabio'; no debe ser esta nuestra conclusión. ¿Y por qué no? Porque Dios bien puede desnudar a los más grandes de manera que sean bestias salvajes, y puesto que han vivido mucho tiempo, han consumido mucho pan, habiendo sido alimentados a expensas de Dios; de manera que sería más adecuado decir, ’un buey ha sido engordado.’ Esto sería lo más apropiado." De manera entonces, aprendamos que puesto que distribuye su Espíritu a aquellos que están dispuestos a dedicarse a su servicio, éstos debieran conducirse con tanto mayor cuidado y en el temor de Dios. Si lo hacen de otra manera, aquellos que se consideran más sabios serán totalmente enceguecidos al reconocer a Dios, según la advertencia dada específicamente por su profeta Isaías cuando dice (2:14) "Los ancianos no serán más que una gota, los sabios se volverán estúpidos y perecerá toda su inteligencia." Entonces, vemos cómo Dios declara una venganza más horrible sobre los grandes y ancianos y sobre los gobernadores, que sobre la gente común. Con ello se nos amonesta a no atribuirles una autoridad infalible, como si nunca pudieran errar ni conducir equivocadamente a otros. Ahora, si Dios enceguece así a los ancianos a los grandes, a aquellos que están en autoridad (les pregunto) si él no les concede su Espíritu Santo, ¿de qué más sirven? Y notemos bien el motivo por el cual Dios hace semejante amenaza. Es por causa de la hipocresía que hay en los hombres que parecían servirle, pero cuyos corazones estuvieron lejos de él cuando con sus bocas declararon querer servirle, pero entre tanto, se entregaban a las tradiciones de los hombres; es decir, que Dios no los gobernó únicamente con su palabra, sino que ellos siguieron las costumbres de los hombres. Ahora Dios no puede permitir que su autoridad sea disminuida de esa manera. Por eso dice que enceguecerá al sabio, que le quitará su Espíritu y la razón a los ancianos. Aprendamos entonces, si queremos que Dios nos gobierne, que él rija en nuestra mente, y si queremos disfrutar los dones de gracia que son necesarios para nuestra salvación, que debemos dejarle que tenga dominio y majestad sobre nosotros, y que grandes y chicos se conformen a la obediencia a él. Además tengamos su palabra como nuestra regla, y dejémonos ser gobernados por ella; sabiendo que de otra manera no podemos esperar que el Espíritu Santo obre en nosotros. E incluso busquemos todos los medios para ser enseñados. Dios ha querido que existan pastores en la iglesia que proclamen su palabra, y que podamos recibir correcciones y advertencias de ellos. ¿Acaso no se está haciendo con el debido poder? Oremos a Dios que él quiera suplir esa falta. Luego andemos en tal humildad que no queramos ninguna cosa sino que Dios sólo tenga toda preeminencia sobre nosotros; y estemos seguros que no podríamos tener razón ni inteligencia, sino en la medida en que somos iluminados por el Espíritu Santo. Es así como nunca permitirá que seamos extraviados; pero si ha comenzado a guiarnos y enseñarnos, hará que seamos más y más confirmados en toda sabiduría; como San Pablo lo dice en el primer capítulo de la primera carta a los corintios, 1:8 el cual también os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo. Que habiendo comenzado Dios una vez en nosotros, no permitirá que el día final nos falte algo; ese día tendremos una revelación completa de las cosas que ahora conocemos en parte. Filipenses 1; 6 estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo.