} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 10/01/2024 - 11/01/2024

lunes, 28 de octubre de 2024

LA INSPIRACIÓN DEL TODOPODEROSO

 

"Y Eliú había esperado a Job en la disputa, porque los otros eran más viejos que él. Pero viendo Eliú que no había respuesta en la boca de aquellos tres varones, se encendió en ira. Y respondió Eliú hijo de Baraquel buzita, y dijo: yo soy joven y vosotros ancianos; por tanto, he tenido miedo, y he temido declarar mi opinión. Yo decía: Los días hablarán, y la muchedumbre de años declarará sabiduría. Ciertamente espíritu hay en el hombre, y el soplo del Omnipotentele hace que entienda. No son los sabios los de mucha edad, Ni los ancianos entienden el derecho. Por tanto, yo dije: Escuchadme; Declararé yo también mi sabiduría" (Job 32:4-10).

 

 

En la publicación anterior discutimos el celo de Eliú, que aquí es alabado por el Espíritu Santo, y demostramos de qué manera este ejemplo tenía que servirnos, es decir, que cuando vemos que la verdad de Dios es entenebrecida, y blasfemada su nombre, ello debería herir nuestros corazones. También hemos demostrado que si teníamos algún sentimiento por Dios y su honor, tenemos que defender su verdad tanto como nos sea posible. Es cierto que no todas las personas lo habrán aprendido, pero, sin embargo, de acuerdo a la medida de nuestra habilidad, nos corresponde demostrar que nuestra intención es la de resistir al mal y no consentirlo. Sin embargo, se ha declarado que este celo tenía que ser guiado por la razón, que no tenemos que ser impulsados por una impetuosidad excesiva, sino que debe ser acompañado de una importante proporción de prudencia. Y eso es lo que hemos leído ahora, es decir, que Eliú no fue extremadamente apresurado, sino que prestó atención a todas las declaraciones que se hicieron, demostrando de esa manera su modestia.

Entonces, notemos que si un hombre se lanza demasiado rápido hacia adelante, sin considerar si le es necesario o no hablar, no le será acreditado como celo de su parte. Por ejemplo, vemos a muchos que solamente piden tener libertad para hablar, y sin embargo, es posible que algún otro pueda presentar el caso mucho mejor que ellos; pero a ellos les parece que nunca les llegará el turno para hablar. Esta impaciencia jamás puede ser aprobada. Y como prueba de ello, ¿cómo puede saber, el que habla para instruir a otros, si otro no podría hablar mejor que él? El que habla no tendrá necesidad de ser enseñado, y por cuenta propia presupone ser un maestro. Pero hay otra falta más; porque cuando una persona ignorante, o alguien que no está bien fundamentado balbucea, le tapa la boca a aquellos que tendrían medios mejores y mayor gracia para edificar.

Entonces notemos bien que donde no hay modestia, el celo es arrebatado y no gobernado por el Espíritu Santo de Dios, El Espíritu de prudencia, (Isaías 11; 2 Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová.)  es propio que nosotros distingamos cuándo es necesario hablar y cuándo guardar silencio. Es cierto que una persona puede hacer una buena declaración, aunque no sea de lo más útil, y otras lo serán menos; sin embargo, le corresponde ser temerosa y demostrar un deseo y una disposición de aprovechar y que preferiría ser un estudiante y no un maestro. Cuando una persona procede de esa manera, aunque hable delante de todos, no dejará de ser modesta y humilde; pero si una persona alarga sus declaraciones, y no pone fin a su discurso, y discute todos los temas, está demostrando con ello que está dominada por una ambición vana, y, lo que es peor, no le da lugar a la gracia de Dios tal como debiera hacerlo.

Entonces, podemos ver lo que se nos muestra con el ejemplo de Eliú al decir que esperó hasta que terminaran sus comentarios; porque aún no sabía a qué los llevaría la discusión. Vio que tanto Job como los hombres que hablaban con él eran hombres de edad; y puesto que la edad trae experiencia y seriedad, Eliú no se adelantó apresuradamente, sabiendo que cuando Dios permite que una persona viva mucho tiempo en el mundo le da la gracia de capacitarla para ser de provecho a los más jóvenes. Porque el hombre de edad ha vivido más tiempo y, por lo tanto, debería estar más asentado y haber adquirido alguna prudencia. De manera entonces, lo que hemos de observar en segundo lugar, es que Eliú reconoció que aquellos que hablaron antes de él eran de más edad. Y aquí los jóvenes tienen una lección buena y útil, siempre y cuando la puedan practicar bien. Porque (como ya hemos dicho) si una persona ha vivido muchos años, tendría que haber retenido lo que Dios le demostró por medio de la experiencia; y ello no sólo debería servirle para su propio bien, sino también para dar buenas advertencias a aquellos que carecen de la misma experiencia. Además también hay seriedad. Porque los jóvenes tendrían que pensar,

"Aunque Dios quizá nos haya dado algún entendimiento, no obstante, aún no hemos visto mucho, lo cual es un gran defecto." Cuando una persona tiene poca experiencia seguramente se arroja rápidamente a la querella; porque no considera el resultado final de las cosas, ni siquiera sabe por dónde comenzar; además, el acaloramiento que hay en los jóvenes es totalmente contrario a la razón y al buen entendimiento. Aunque alguna persona joven se conduzca bien y finalmente tendrá que saber cómo hacerlo, no obstante, la juventud siempre arrastra a la gente; hay tal hervor en su naturaleza que no se puede controlar. Vemos que San Pablo exhorta a Timoteo que no se sujete a los deseos de la juventud (2Timoteo 2:22 Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor). Y con los deseos de la juventud no se refiere al libertinaje, juego, adulterio, debida a otras cosas disolutas. Timoteo era tal espejo y ejemplo de toda santidad en sí mismo que San Pablo incluso tuvo que exhortarlo para que tomara vino (1Timoteo 5:23 Ya no bebas agua, sino usa de un poco de vino por causa de tu estómago y de tus frecuentes enfermedades ) y sin embargo, le habla de los deseos de la juventud. ¿Y por qué? Porque, puesto que era joven, aun podía estar demasiado apresurado en algunas cosas.

Ahora, si a Timoteo (que excedía a sus mayores en prudencia y seriedad), le correspondía recibir esta advertencia, ¡cuánto más necesaria es para la gente común! De manera que los jóvenes se miren a sí mismos; porque si no tienen la honestidad de escuchar a sus mayores, y de seguir su consejo, ciertamente, aunque tengan todas las virtudes del mundo, ese único pecado los mancharía y viciaría completamente. Y no existe otro pecado tan común que el de esta presunción. Porque los jóvenes, puesto que no han experimentado las dificultades que muchas cosas encierran, avanzan osadamente, sin tener en cuenta el precio; nada les es imposible. La juventud, entonces, siempre es presuntuosa lo cual es un mal excesivamente común; y en eso no ha de ser defendida, porque (como hemos dicho) si una persona joven tiene muchas otras virtudes, y sin embargo confía en sí misma y desprecia a los mayores, creyendo que puede guiar a todos los demás, será turbada por Dios en todo su orgullo, y todos sus dones serán destruidos.

Además, aquellos que son jóvenes y todavía no han visto mucho, deberían mantenerse bajo control. Incluso vemos que en la actualidad el mundo está tan fuera de orden que los jóvenes han acumulado un orgullo diabólico por el cual se resisten a recibir toda nutrición o instrucción; los que tienen algún temor de Dios tendrían que luchar tanto más consigo mismos para no descarriarse en pos de las costumbres comunes. Vemos a estos jóvenes payasos pretendiendo ser hombres, ni bien se han librado de la vara; sin embargo, ni siquiera son dignos de ser llamados niños. Son como pollitos de apenas tres días, y sin embargo, quieren ser grandes. Bien, tendrían que permanecer otros diez años bajo la vara, pero, vean esto, creen ser hombres maduros. ¿Y en qué? En su osadía; son desvergonzados como una prostituta, y ya no quieren sujetarse a ninguna disciplina o corrección; es algo que se ve claramente. Ahora, aquellos que recibieron de Dios alguna gracia debieran pensar seriamente en ellos mismos cuando un pecado es tan común, como si fuera una enfermedad contagiosa, y debieran guardarse de ser enredados en él; porque si Dios no les extendiera su mano fuerte, se extraviarían como otros.

De manera, entonces, estén atentos los hijos de Dios y tengan la seguridad que con ser modestos, y es mucho, aunque quizá no haya una exhibición tan hermosa; y aunque son despreciados por los que quieren adelantarse porque ellos no avanzan con la cabeza en alto tengan la seguridad de ser mucho más aprobados por Dios y que él bendecirá su comportamiento modesto y hará que en dos años aprovechen más que lo que aprovecharán en cuatro los que son demasiado apurados. Observemos lo que ocurre con las frutas. Cuando maduran demasiado rápido, y pronto se colorean, también se desvanecen inmediatamente. Pero la fruta que crece más despacio, dura más. Así es con aquellos que quieren avanzar antes de cumplirse su tiempo.

Ciertamente, quizá parezcan hermosos, y a algunas les guste; sin embargo, carecen de firmeza.

Por otra parte, los que se avergüenzan y son honestos y no tan presuntuosos como para avanzar apresuradamente, seguramente irán más despacio pero, entre tanto, nuestro Señor les da el poder que dura más. Aquí tenemos entonces un buen punto para retener de este pasaje. Es cierto que la modestia es una virtud adecuada para todos; pero los jóvenes mayormente debieran observar lo que se dice aquí, que deben honrar a sus mayores, reconociendo que por su propia parte, quizá tengan pasiones excesivas que requieren ser amonestadas por otras personas; que aun no están suficientemente asentados en su forma de ser, y que no tienen la experiencia necesaria para ser tan prudentes como se requiere. Además, si una persona joven se ha comportado con tanta modestia, al tiempo indicado tendrá que publicar lo que Dios la haya dado, en efecto, aunque sea entre personas mayores, porque el orden de la naturaleza es que, cuando los ancianos no cumplen con su tarea, no impidan a los jóvenes a realizarlas en lugar de ellos, aun para vergüenza de quienes han vivido muchos años malgastando el tiempo que Dios les ha dado, desperdiciándolo completamente. Ustedes ven entonces, la posición media que debemos mantener; es que la reverencia que los jóvenes expresarán hacia sus mayores no debe impedir la defensa constante de la verdad, no debe impedirles que Dios sea honrado y que los pecados sean vencidos. Porque puede ocurrir que los más ancianos estén desprovistos del Espíritu de Dios, o que gente mala sólo tenga fraude y deslealtad, o quizá la gente sea obstinada en sus opiniones y de cabeza dura.

Entonces, ¿es necesario que los jóvenes sean subyugados de tal manera por sus mayores que se aparten de Dios y de su palabra, y de lo que es bueno y santo? De ninguna manera.

Notemos entonces, que la modestia no significa que los jóvenes se hagan tan estúpidos que ya no juzguen ni sepan nada; basta con que no sean tan presuntuosos de andar en escaramuzas, ni de escupir sus espumarajos antes de tiempo. Que escuchen, que sean dóciles, que siempre estén dispuestos a guardar silencio cuando se presenta una buena proposición; y, ciertamente, que se abstengan de ocupar el lugar de otro. ¿Acaso es algo que han hecho? Cuando ven que sus mayores no dan un buen ejemplo, que incluso pervierten el bien, transformándolo en mal; entonces (como ya he dicho) es necesario que el Espíritu de Dios demuestre dónde está. Como en nuestro tiempo, aquellos que habían sido nutridos con las supersticiones del papado, cuanto más tiempo vivieron en el mundo, menos doctrina tenían. Ahora, aunque Dios hubiera querido ser servido por ellos, no se preocupó por ello; digo, en la mayoría de los casos. Entonces, ustedes ven personas de mucha edad, que no tienen gran experiencia. Pero ¿qué de ello? Se han hundido en las sombras, no hubo conocimiento de Dios, ni pureza de religión. Entonces ¿qué pudieron hacer los muchos años en favor de esas personas, sino volverlas tanto más obstinadas en sus opiniones? Porque han puesto su confianza en errores, fueron adictos a ellos que aparentemente no hubo medios de convertirlos. Ahora, si Dios ha querido llamar a personas jóvenes para exponer su palabra, todo cuanto se necesita para comprobar el Espíritu Santo es que los jóvenes no hablen y que sus mayores no estén dispuestos a escucharlos. Es cierto que Dios aun quiere ser servido por los mayores, ha declarado que su verdad no está sujeta a edad. De esa manera entonces, vemos ahora, lo que la modestia tiene que ser en todos, y especialmente en los jóvenes, es decir, que se hagan apacibles para aprender según la ocasión que les es dada y que no quieran defender su propia importancia, que no tengan el necio deseo de hacerse ver; sino que reciban en silencio lo que les es presentado por otros, y que no estén tan preocupados que ya no quieran ser guiados ni gobernados por aquellos que tienen más experiencia. ¿Se ha cumplido con esto? ¿Ahora, no tenemos que ser impedidos, a la sombra de la madurez, de seguir juzgando, ni tenemos que ser semejantes a las pobres bestias, y cuando los ancianos nos han dicho, "Esto debes hacer," no debemos tomar como un oráculo todo cuanto sale de sus bocas. Porque, como ya hemos declarado la discreción tiene que ser agregada al celo; el Espíritu de Dios incluye ambos elementos en sí. Entonces, si hay modestia en los nombres también tiene que haber tanto celo como discreción; y no es necesario que seamos controlados por aquellos que han vivido mucho tiempo; y aun cuando sea un asunto de persuadir a todo el mundo, la edad adulta no debe causar ningún prejuicio contra lo recto y útil. ¿Cómo qué no? Ya he dicho que si todos los ancianos del papado conspiran contra el evangelio, queriendo que la gente siga fiel a sus hábitos de siempre, ¡Oh!, no se dijo que ello cerraría la puerta a Dios y a su palabra; que les impedía a los jóvenes a defender la verdad, cuando los ancianos estaban contra ella, y cuando por tanto tiempo alimentaron el mal al extremo de que ahora solamente quieren que el mismo continúe.

Pero aquellos a quienes Dios ha dado más gracia deben oponerse a esto. Pero ahora debemos ir más allá; es decir si alguien dice "¿Cómo es eso? Durante cien años nuestros padres y ancestros han vivido de esa manera, durante quinientos y aun mil años se ha observado que somos gobernados por una ley y regla infalible e inquisidora." Digo, cuando alguien nos viene para argumentar con la antigüedad de los tiempos, como queriendo regresarnos a la creación del mundo, aun así la verdad de Dios no tiene que ser suprimida por esta sombra. De manera entonces, vemos que para ser modestos no es necesario que seamos personas pobres y ciegas; sino que debemos ser moderados observando los límites.

Y esto es lo que agrega Eliú: "Yo decía: los días hablarán, y la muchedumbre de años declara sabiduría. Ciertamente espíritu hay en el hombre, y el soplo del Omnipotente le hace que entienda." Con esto ustedes ven lo que el orden natural pone en primer lugar, es decir, que debemos prestar atención a los ancianos. Porque cuando se trata de elegir al gobernador de una ciudad o de un país, escoger a jóvenes necios, superficiales y testarudos, que no saben gobernarse ni a sí mismos, y ponerlos como jueces y líderes, es para pervertir el orden de la naturaleza, es una vergüenza, y aparentemente para desafiar a Dios cada vez que lo hacen.

Entonces, cuando podría escoger a personas constantes, personas adecuadas, serias y maduras, pero en cambio dejan que las mismas se pierdan en sus hogares, y escogiendo entre tanto a jovencitos torpes, que apenas han vivido una noche, y ponerlos como jueces cuando ni siquiera saben de qué se trate, es como si se casaran unos niñitos. Estarán muy contentos de venir a las bodas; alguien les dirá: "van a comer carne asada y pastel," y seguramente accederán muy contentos; pero, ¿acaso es por eso un matrimonio? Así es, digo, cuando son puestos como jueces, no teniendo más prudencia y razón que los niñitos, y a que nadie ha tendió la precaución de escoger a aquellos que tienen más seriedad y experiencia. Entonces, en primer lugar, es necesario observar el orden de la naturaleza, es decir, cuando tenemos personas de edad, a quienes Dios ha dado gracia, que ellas tengan el oficio de guiar a otros, y que los jóvenes se humillen debajo de ellos. Porque es vergonzoso cuando los jóvenes quieren hacer grandes cosas sin condescender a recibir la doctrina de aquellos que han vivido más tiempo. Este orgullo no es dirigido solamente contra los mortales, sino que es resistir a Dios quien ha constituido el orden de la naturaleza y quiere que el mismo sea observado. ¿Qué debemos hacer en el oficio de llevar y anunciar la palabra de Dios si hay allí una persona bien experimentada, prudente, aprobada, cuando no tienen la condescendencia de usarla, y, en cambio, escogen a una persona inconstante? Entonces debemos aceptar la recomendación de este orden, lo cual no se hace convirtiéndolo en regla infalible porque a veces ocurre que Dios ha dado mucha mayor gracia a los jóvenes que aquellos que han vivido el doble de años. En ese caso el orden del cual hemos hablado no debe impedir que el Espíritu de Dios sea recibido dondequiera que se manifieste y a sus dones de gracia según los distribuya a efectos de ser usados. Y es por eso que San Pablo escogió a Timoteo, aunque en ese momento había muchas personas mayores. Porque viendo a este hombre tan excelente (del cual tenía testimonios no sólo de los hombres, sino también del Espíritu Santo) lo prefirió a él en lugar de aquellos de más edad. Lo mismo hace Eliú, quien, habiendo escuchado, declara saber que el Espíritu de Dios el que está en los hombres; es como si dijera, "Es cierto que no tenemos que juzgar (desconociendo las circunstancias) y decir que los ancianos están chocheando, para no sentirnos obligados a darles espacio y lugar; sino que debemos honrar la edad diciendo, 'quizá el hombre que ha vivido muchos años pueda enseñarnos’; pero si sabemos que no se ocupa de su responsabilidad, o si ha desperdiciado el tiempo durante su vida en el mundo, si luego el Espíritu de Dios está en una persona joven, ésta tiene que ser puesta adelante." Entonces, recordemos bien que cuando el orden de la naturaleza es observado, no es bajo la condición de que si Dios ha concedido algunos dones de gracia a personas jóvenes, éstas nunca sirvan en la iglesia, y nunca enseñen no solamente a los de su clase a compañeros, sino tampoco a las personas mayores.

Consecuentemente, los mayores no tienen que ser impacientes por causa de su edad resistiendo todas las advertencias y diciendo: "¿Cómo es esto? Yo he vivido mucho tiempo y un joven me va a dar lecciones?" Que en cambio reconozcan: "No, yo tendría que haber aprovechado de tal manera que ahora pudiera guiar a otros; pero ahora veo que necesito ser instruido, que soy una criatura joven comparada con aquellos que debieran estar bajo mi enseñanza. Y puesto que Dios no me ha dado la gracia requerida para ser un líder, tengo que ser un alumno y no un maestro."

Es así como los mayores debieran comportarse al ver que Dios ha derramado más abundantemente sus dones de gracia sobre aquellos que debieran seguirlos, en vez de llevar la delantera.

Ahora, de lo que hemos deducido tenemos una buena doctrina para poner en práctica, es decir, que el Espíritu Santo gobierna sobre el orden de la naturaleza. Y, para comprender aún mejor lo que implica esto, notemos que cuando Eliú dice, "Es el Espíritu de Dios que habita en mí," quiere expresar que es un don que Dios ofrece, como un privilegio, cuando él se complace en que una persona tenga mayores habilidades que otras. Es cierto que, en general, Dios nos ha hecho criaturas con raciocinio, y en ello diferimos de las bestias brutas. Entonces, seguramente, Dios ha dado a todos los hombres sin excepción algo de juicio y espíritu; sin embargo, vemos que uno es lento y de pocas luces, otro es ágil; uno es inconstante, el otro adecuadamente serio con respecto de sí mismo. ¿De dónde proviene esto? Reconozcamos que Dios sostiene con sus manos los dones de gracia y que él los distribuye, conforme a su voluntad, a quien él quiere. Eso es lo que Eliú quiso indicar aquí, para que los hombres no vayan a pensar que por naturaleza tienen una herencia propia desde el seno de su madre; que no vayan a pensar que tienen algo que han merecido y adquirido ellos mismos. Aquí Eliú dice, "Dios nos ha creado a todos; es cierto que tenemos algo de raciocinio, efectivamente, pero es limitado. Sin embargo, si una persona sabe cómo hacer las cosas, si es prudente, tiene que reconocer que Dios ha extendido de manera especial su mano sobre ella, y tiene que reconocer que por eso su deuda y obligación para con Dios es tanto mayor."

Ahora, cuando se nos dice esto no es para que nos hinchemos de arrogancia ni vayamos a creernos de mayor dignidad por ser inteligentes y tener espíritu; reconozcamos que si a Dios le ha agradado darnos esta gracia, tenemos que andar con tanto más temor, porque somos tanto más deudores; y entre tanto, si él ha querido cubrirnos con sus dones, también es para que los podamos comunicar a nuestros semejantes. Entonces, si no sabemos cómo usarlos para glorificar a nuestro Dios y edificar a aquellos que los necesitan, es cierto que seremos tanto más culpables.

Sin embargo, también tenemos que comparar dos grados, es decir, si Dios otorga inteligencia especial a los hombres para discernir las cosas pertenecientes a esta decrépita vida, ¿qué ocurre con la doctrina del evangelio, con la religión pura y verdadera? ¿Acaso la tenemos por naturaleza? ¿Podemos adquirirla por nuestra laboriosidad? Ciertamente, este es un gran error.

Si se trata de que un hombre sea un buen maestro de escuela para enseñar a los niños, o de ser un buen abogado en la ley, o un buen médico, de ser un buen agricultor en los campos, aun así el Espíritu de Dios tiene que estar en todo. La persona tiene que saber hacer bien una cosa; como también a veces las artes mecánicas requieren una mente más aguda que el comercio. Ahora bien, entonces respecto a todas las cosas que parecen comunes y de escaso valor, Dios tiene que distribuir su Espíritu entre los hombres. Pero cuando nos referimos a la doctrina del evangelio, hay una sabiduría que supera todos los sentidos humanos que, en efecto, es admirable a los ángeles. Hay secretos del cielo contenidos en los evangelios, porque se trata de reconocer a Dios en la persona de su Hijo; y aunque nuestro Señor Jesús ha descendido aquí abajo, no obstante, tenemos que comprender su divina majestad, o bien no podremos ser fundamentados ni depositar nuestra fe en él. Es un asunto, digo, de reconocer lo que es incomprensible a la naturaleza humana. Entonces, si con respecto a las artes mecánicas, con respecto a las ciencias humanas que conciernen a la vida transitoria, tiene que distribuirnos su Espíritu Santo, cuánto mayor es el motivo para no pensar que por nuestra sutileza vamos a poder entender los secretos de su reino.

El tiene que instruirnos; al mismo tiempo nosotros tenemos que llegar a ser absolutamente necios con respecto a nosotros mismos, tal como lo dice San Pablo (I Corintios 3:18 Nadie se engañe a sí mismo; si alguno entre vosotros se cree sabio en este siglo, hágase ignorante, para que llegue a ser sabio.), para ser partícipes de esta sabiduría. Porque allí está la declaración que él hace respecto a esto (I Corintios 2:14 Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente) "El hombre carnal nunca podrá comprender la doctrina de Dios;" es decir, mientras los hombres siguen en su naturaleza no conocen las cosas de Dios, y no pueden gustar su palabra; lo que es peor, "les es locura," dice San Pablo (I Corintios 1:18 Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios.); porque pareciera ser una doctrina carente de sentido y sin embargo, es únicamente el Espíritu de Dios el que nos da fe y nos ilumina. Y esto debiera ser notado cuidadosamente; porque muchas veces nos mareamos cuando vemos que son tan pocos los que reconocen las cosas de Dios, y que, en efecto, hay muchas personas de edad que han vivido largos años en el mundo, y su enfurecen en sus supersticiones y combaten orgullosamente contra la doctrina del evangelio; es algo que nos llena de asombro.

En efecto, pero aquí hay un pasaje que debiera equiparnos contra semejante escándalo: "Es el Espíritu de Dios que mora en los hombres, es la inspiración del Omnipotente la que le da su inteligencia." ¿Vemos a personas pobres, ciegas y tan sumergidas en ignorancia que es imposible acercarse a ellas con el evangelio? Que ello no nos asombre. ¿Y por qué no? Porque por naturaleza el hombre es incapaz de juzgar ninguno de los secretos de Dios, sin antes haber sido iluminado. Por otra parte, cuando vemos a una persona que conoce las cosas de Dios, sea joven o anciana, cuando vemos a alguien que durante mucho tiempo ha estado empapado en las tonterías del papado y que viene a la verdadera religión; reconozcamos que allí Dios ha hecho un milagro.

Si también vemos a los jóvenes, reconozcamos que Dios tiene que atraerlos de una manera maravillosa porque no reciben fácilmente el yugo, puesto que son presuntuosos, como ya hemos dicho. Entonces, si Dios los doblega y los hace dóciles, es su mano poderosa la que ha pasado.

De manera que vemos entonces que ese pasaje debe servirnos de dos formas. La primera es que, viendo que nuestro espíritu nunca sabría cómo subir suficientemente para conocer a Dios su verdad, tendríamos que ser escépticos respecto de todos nuestros sentidos y renunciar a ellos. Y eso es lo que San Pablo llama volverse necio. Luego tenemos que volvernos necios si queremos que el Señor nos llene con sabiduría, es decir, de nuestra parte no tenemos que aportar nada, no suponer que tenemos esto o aquella; porque sería como cerrarle la puerta a Dios. De manera entonces, si queremos que Dios continúe con la gracia de su Espíritu Santo, habiéndonos dado alguna porción de la misma, tenemos que aprender a exaltarlo y magnificarlo a él según lo merece, y reconocer que no tenemos una sola gota de buena inteligencia hasta que Dios la haya dado. Y luego, que ello nos haga perseverar en su obediencia y andar con mayor temor y cuidado, viendo que si Dios extinguiera la luz que ha puesto en nosotros, estaríamos en oscuridad, en efecto, en tan horrible oscuridad que nunca hallaríamos el camino para salir de ella.

Esta es la primera aplicación. La segunda es que viendo la mayor parte del mundo extraviándose, y que difícilmente alguien está dispuesto a conformarse a Dios, no debemos asombrarnos al ver que la gente se ha desbordado al extremo de actuar como bestias salvajes. ¿Y por qué no?

Porque es el Espíritu de Dios el que da inteligencia. Porque entonces, ello debería sernos realmente un argumento para magnificar tanto más la gracia que hayamos recibido; y que, entre tanto, no seamos extraviados viendo semejante rebelión. ¿Y por qué? Los hombres siguen su naturaleza, siguen sus cabezas; y, entre tanto, resisten a Dios, pero es porque la doctrina del evangelio supera todo sentido humano, y así es que Dios tiene que obrar por el Espíritu Santo, abriendo los ojos, de otra manera los hombres siempre seguirán como bestias.

Además Eliú concluye de esta manera: Los grandes, entonces, no son siempre sabios, y las personas de edad no siempre son más inteligentes, o sabias, ni tienen más prudencia que otras.

Es cierto que aquí Eliú no quería pervertir el orden de la naturaleza (porque declara al respecto que quería oír a los mayores que él, y que estaba completamente dispuesto a sujetarse a su doctrina), pero indica lo que ya hemos discutido, que Dios no está sujeto a la edad ni a las circunstancias ni a las cualidades de los hombres. Cuando a Dios le agrada levantar a una persona para dignificarla, queriendo de esa manera servir a la salvación de su pueblo, le dará gracia para comprender su oficio; pero de lo contrario prescindirá de ella, y en la medida en que una persona está en una posición de eminencia, se la considerará doblemente bestial. Por ejemplo, si una persona es escogida para proclamar la palabra de Dios, o mejor, si Dios quiere dar gracia a su iglesia, investirá a dicha persona de su Espíritu, le dará inteligencia en su palabra y destreza para saber cómo aplicarla al uso de la gente, y a sacar una buena doctrina de ella; le dará celo y otras cosas que se requieren; y de esa manera Dios se manifiesta tan claramente, que podemos decir que tiene cuidado de nosotros al distribuir así los dones de su gracia a los hombres en lo que se requiere para nuestro provecho. Así es con los que son designados como jueces; de acuerdo a su necesidad de una doble porción del Espíritu de Dios en ellos, cuando Dios quiere que le sirvan les da un gran poder para dedicarse a su responsabilidad. Por otra parte si Dios está enojado con nosotros, los que proclamamos su palabra seremos como bestias que no entienden nada, seremos despreciados por disfrazar las cosas, de manera que la buena doctrina será burlada, y profanada entre nosotros. En resumen, los predicadores difícilmente serán capaces de ser discípulos, sin mencionar que tienen que ser buenos maestros.

Esto es entonces, lo que Eliú quiso demostrar diciendo que, el grande no será sabio, y el de muchos años no siempre será más instruido. Como diciendo, "no tenemos que medir a todos de la misma manera, ni decir, 'Este hombre ha sido levantado en su condición y dignidad, consecuentemente es sabio'; no debe ser esta nuestra conclusión. ¿Y por qué no? Porque Dios bien puede desnudar a los más grandes de manera que sean bestias salvajes, y puesto que han vivido mucho tiempo, han consumido mucho pan, habiendo sido alimentados a expensas de Dios; de manera que sería más adecuado decir, ’un buey ha sido engordado.’ Esto sería lo más apropiado." De manera entonces, aprendamos que puesto que distribuye su Espíritu a aquellos que están dispuestos a dedicarse a su servicio, éstos debieran conducirse con tanto mayor cuidado y en el temor de Dios. Si lo hacen de otra manera, aquellos que se consideran más sabios serán totalmente enceguecidos al reconocer a Dios, según la advertencia dada específicamente por su profeta Isaías cuando dice (2:14) "Los ancianos no serán más que una gota, los sabios se volverán estúpidos y perecerá toda su inteligencia." Entonces, vemos cómo Dios declara una venganza más horrible sobre los grandes y ancianos y sobre los gobernadores, que sobre la gente común. Con ello se nos amonesta a no atribuirles una autoridad infalible, como si nunca pudieran errar ni conducir equivocadamente a otros. Ahora, si Dios enceguece así a los ancianos a los grandes, a aquellos que están en autoridad (les pregunto) si él no les concede su Espíritu Santo, ¿de qué más sirven? Y notemos bien el motivo por el cual Dios hace semejante amenaza. Es por causa de la hipocresía que hay en los hombres que parecían servirle, pero cuyos corazones estuvieron lejos de él cuando con sus bocas declararon querer servirle, pero entre tanto, se entregaban a las tradiciones de los hombres; es decir, que Dios no los gobernó únicamente con su palabra, sino que ellos siguieron las costumbres de los hombres. Ahora Dios no puede permitir que su autoridad sea disminuida de esa manera. Por eso dice que enceguecerá al sabio, que le quitará su Espíritu y la razón a los ancianos. Aprendamos entonces, si queremos que Dios nos gobierne, que él rija en nuestra mente, y si queremos disfrutar los dones de gracia que son necesarios para nuestra salvación, que debemos dejarle que tenga dominio y majestad sobre nosotros, y que grandes y chicos se conformen a la obediencia a él. Además tengamos su palabra como nuestra regla, y dejémonos ser gobernados por ella; sabiendo que de otra manera no podemos esperar que el Espíritu Santo obre en nosotros. E incluso busquemos todos los medios para ser enseñados. Dios ha querido que existan pastores en la iglesia que proclamen su palabra, y que podamos recibir correcciones y advertencias de ellos. ¿Acaso no se está haciendo con el debido poder? Oremos a Dios que él quiera suplir esa falta. Luego andemos en tal humildad que no queramos ninguna cosa sino que Dios sólo tenga toda preeminencia sobre nosotros; y estemos seguros que no podríamos tener razón ni inteligencia, sino en la medida en que somos  iluminados por el Espíritu Santo. Es así como nunca permitirá que seamos extraviados; pero si ha comenzado a guiarnos y enseñarnos, hará que seamos más y más confirmados en toda sabiduría; como San Pablo lo dice en el primer capítulo de la primera carta a los corintios, 1:8  el cual también os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo.  Que habiendo comenzado Dios una vez en nosotros, no permitirá que el día final nos falte algo; ese día tendremos una revelación completa de las cosas que ahora conocemos en parte. Filipenses 1; 6 estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo.

viernes, 25 de octubre de 2024

JUSTA IRA DE ELIÚ

 

 

"Cesaron estos tres varones de responder a Job, por cuanto él era justo a sus propios ojos. Entonces Eliíu hijo de Bar aquel buzita, de la familia de Ram, se encendió en ira contra Job; se encendió en ira, por cuanto se justificaba a sí mismo más que a Dios. Asimismo se encendió en ira contra sus tres amigos, porque no hallaban qué responder, aunque habían condenado a Job" (Job 32:1-3).

 

Para aprovechar lo que se narra aquí, y lo que hemos de ver en adelante, tenemos que recordar lo que hemos visto antes, es decir, que Job, teniendo que defender un buen caso, lo ha conducido con deficiencia. Y, los que vinieron para consolarlo, teniendo un caso pobre aparentemente tuvieron buenos argumentos y razones de las cuales se podría deducir una doctrina útil. Y, si bien estaban en falta, por no construir sobre buen fundamento, la falta de Job era la de construir deficientemente, teniendo un fundamento que en sí era bueno. Y es por eso que ahora se dice, "Eliú el buzita se encendió en ira porque aquellos que no habían contestado a Job, no obstante lo habían condenado; también se enojó contra Job porque estuvo decidido a justificar se a sí mismo antes que a Dios." De manera entonces, vemos que el enojo de Eliú contra Job no era más razonable que contra los tres amigos que habían venido para consolarlo.

Porque Job se había extralimitado, si bien su pleito era justo y razonable; los otros habían resistido a Dios, aunque habían usado buenos razonamientos, lo hicieron con un propósito equivocado.

Sin embargo, dice: Cesaron estos tres varones de responder a Job, por cuanto era justo a sus propios ojos." Hemos visto que Job nunca supuso ser tan justo en sí mismo que no hubiese qué decir contra él; al contrario, había declarado ser un pobre pecador; sin embargo, no quería ser condenado conforme a los deseos de aquellos que juzgaban equivocadamente sus aflicciones.

La opinión fantasiosa de los tres amigos de Job era esta: "Aquí hay un hombre rechazado por Dios, puesto que es tratado tan severamente." Ahora se dice que debiéramos juzgar con prudencia a aquel que sufre la corrección de Dios; porque no debemos afirmar que cada uno sea castigado conforme a sus ofensas. A veces Dios protege a los malvados, y cubre sus iniquidades; y para una condenación más dolorosa la bondad de Dios les habrá sido vendida a un precio muy caro, siendo que él los ha esperado con paciencia. De manera entonces, puesto que algunas veces Dios aparentemente no castiga a los que lo han merecido, no por eso pensemos que están en mejores condiciones, y no los justifiquemos por el hecho de ser guardados por Dios. Al contrario, cuando vemos a una persona castigada por las varas de Dios, no pensemos que es más malvada que el resto del mundo; porque posiblemente Dios quiere probar su paciencia, sin embargo, no la castiga por sus pecados. Ahora bien, Job no consentía la necia doctrina de sus amigos; y es por eso que les parecía que se justificaba a sí mismo, si bien esa no fue su intención.

Entonces, guardémonos (como se ha mostrado anteriormente) de tomar un argumento pobre (porque seremos enceguecidos y nos parecerá que si una persona no concuerda con nosotros, que ya no hemos de discutir con ella), pero antes de comenzar una disputa asegurémonos bien de la verdad. No hay nada peor que hacer las cosas apuradas; conocemos el proverbio que siempre se cita: "El apuro nos pierde, y de un juez apurado sólo se oirán sentencias necias." Siendo esto así, aprendamos a mantenernos realmente en suspenso hasta conocer la verdad. Sin embargo, notemos que muchas veces ocurrirá que ante los hombres seremos condenados equivocadamente; es cierto, aunque nuestros detractores tengan la boca tapada y no tengan razones para convencernos, sin embargo, no dejarán de ser guiados por su orgullo para difamamos pronunciando declaraciones malvadas contra nosotros. De esta manera somos amonestados para que, si los hombres son tan malvados de condenarnos, sin tener argumentos, no nos sintamos demasiado ofendidos, porque esto no es algo nuevo, ya que a Job, un siervo tan excelente de Dios, le ocurrió lo mismo; y en la actualidad vemos a los romanistas que se dan por satisfechos habiendo determinado que sus errores, supersticiones y doctrinas falsas son buenas; y en ellas proceden siguiendo un magistral estilo. Piénsenlo. No necesitamos discurrir ni inquirir por qué actúan de esa manera. Porque ellos creen tener toda la autoridad, y desde ella truenan contra nosotros. Sin embargo, sepamos que la verdad está de nuestro lado, y estemos totalmente persuadidos de ello. Entonces, resistamos semejante tentación  y no nos asombremos puesto que siempre ha sido así que aquellos que no tenían razón alguna jamás dejaron de condenar osadamente y sin escrúpulos a un buen caso. Por eso, viendo que el diablo los enceguece de esa manera, sigamos siempre nuestro camino, y seamos constantes en la verdad que conocemos.

Por nuestra parte seamos advertidos también a conducirnos con mayor modestia cuando reconocemos haber andado demasiado de prisa; porque a veces ocurrirá que los hijos de Dios echen espuma por la boca, debido a que no se contienen suficientemente. De modo entonces, no sigamos esos ejemplos y que ninguna obstinación se junte a la temeridad. Ciertamente, es algo muy difícil (puesto que toda persona que entra a un debate con frecuencia será obstinada), pero cuando hemos estado equivocados, no mantengamos una opinión errada; más bien aprendamos a refrenarnos a nosotros mismos. Me he salido de mis casillas; sé muy bien que no he sido tan modesto como debía. ¿Qué debo hacer? No endurecerme; debo, en cambio, volver las riendas, viendo que he tomado un camino equivocado. Así es entonces cómo, mediante el ejemplo de los amigos de Job el Espíritu de Dios nos advierte, en primer lugar, a ser modestos, a efectos de no luchar demasiado pronto contra Dios; y luego, si hemos estado equivocados, aunque haya sido sin obstinación, no perseveremos en el error; sino que, conociéndolo, tratemos más bien de corregirlo.

Concerniente a lo mencionado aquí de Eliú no es sin causa que las escrituras nos demuestran de qué raza era, llamándolo "buzita de la familia de Ram." Porque aquí vemos en primer lugar, la antigüedad de lo que hemos discutido antes; además éste es el asunto principal que Dios quería declararnos, es decir, que entre aquellos que estaban rodeados de muchas vanas fantasías había quedado, sin embargo, una semblanza de religión. Ahora este es un asunto muy digno de ser mencionado; porque sabemos cuan pronto se rebela el mundo, apartándose en pos de toda corrupción y mentira. Digo que, después del diluvio, habiendo ocurrido una venganza de Dios tan horrible y digna de ser recordada, de la que los hijos de Noé pudieron escapar; habiendo vivido ellos muchos años después, pudieron instruir a sus hijos y descendientes enseñándoles cómo Dios se había vengado de la maldad del mundo; sin embargo, eso no les impidió que se rebelaran y dejaran la verdadera religión para volverse a las mentiras, idolatría y todo tipo de excesos. Que ello nos haga ver que los hombres son frágiles en extremo, y que no hay nada más difícil que retenerlos en el temor de Dios y en la buena religión. Es cierto que, en cuanto al mal somos tan constantes que nadie nos puede apartar de él; y cuando alguien quiere corregir el mal que hay en nosotros, no sabe por dónde comenzar, no encuentra lugar dónde comenzar, puesto que hay tal dureza que da pena. Ciertamente, y en cuanto al bien, lo perdemos rápidamente, no cuesta nada incitarnos a dejarlo. De ello se nos muestra un buen ejemplo, ya que muy pronto después del diluvio, los hombres están extraviados y han dejado el puro conocimiento de Dios; a pesar de que este les había sido revelado.

Sin embargo, en este ejemplo de la persona de Eliú vemos que Dios había dejado algo de la buena simiente en medio de las sombras, y que algo existía de la buena simiente en medio de las sombras, y que algo existía de la buena y santa doctrina. ¿Y por qué? A efectos de que los incrédulos pudieran ser declarados sin excusa; que no pudieran alegar la ignorancia que reinaba en todo el mundo. Porque, ¿a qué se debe que Dios no era servido y adorado con pureza, que en cambio los hombres le volvían las espaldas? No lo hicieron por ignorancia, que podrían haber alegado honestamente, fue más bien malicia deliberada.

 Los hombres no quieren ser engañados por otros, ni llevados a creer algo; pero cuando se trata de servir a Dios, cierran sus ojos, extinguen toda luz que alumbra, no preguntan nada, excepto cómo entregarse a todo tipo de engaño. Eso es entonces, lo que aquí se nos declara. Ahora debiéramos pesar bien lo que fue declarado anteriormente, que si bien estos no eran profetas de Dios, no obstante, la doctrina que salió de ellos era tan majestuosa que realmente era digna de los profetas. Es cierto que (como hemos dicho) la aplicaron en forma deficiente; sin embargo, poseían una mente sumamente dispuesta. En efecto (como ya hemos declarado) las cosas que se han deducido antes no deben ser recibidas de otra manera que como procedentes de la escuela del Espíritu Santo. Ahora, aunque estas personas eran tan excelentes, sin embargo, no habían sido instruidas en la ley de Moisés, estaban separadas de la iglesia de Dios; porque si la ley se hubiera dado en aquel tiempo (lo cual no es nada seguro) ellas estaban lejos del país de Judea y no tenían comunicación con él, como para ser partícipes de la doctrina que Dios había designado simplemente para su pueblo.

Entonces vemos que personas que no poseían las escrituras, que no poseían sino la doctrina que Noé o sus hijos habían publicado después del diluvio, vemos que esas personas son profetas de Dios teniendo un excelente espíritu, y, aunque vivían en países diferentes, vemos cómo Dios les había dado un conocimiento que podía servir para edificar al común de la gente. Así es entonces que el mundo no tiene excusas por motivos de ignorancia; porque si bien la idolatría había reinado desde el tiempo de Tera y Nacor, y ellos mismos habían sido idólatras (como está escrito en el último capítulo de Josué)3 seguidos por sus descendientes. Sin embargo, este Eliú que era de la familia de Ram, y estos otros tres,  fueron exentos de la corrupción de aquel tiempo; de modo entonces, vemos que la religión pura no había sido abolida entre ellos; sino que existía una doctrina suficiente para guiarlos hacia Dios, ya para convencer al mundo de su obstinación, y de la ignorancia en que se encontraba. Esto es lo que en primer lugar tenemos que notar.

De manera entonces, cuando oímos que Dios permitió que la gente fuera a la perdición, notemos bien que no obstante no haber extendido a todos los hombres la gracia de dar la doctrina especial que él había reservado para su iglesia, no por eso los exime. Dios entonces ha dejado que los hombres enloquezcan, y que se hundan  totalmente en la perdición: no obstante, ha quedado alguna semilla en sus corazones, y han sido convencidos de tal manera que ya no pueden decir: "No sabemos lo que es Dios, no tenemos ninguna religión," ya que nadie puede estar exento de ella; porque está grabado en la conciencia que el mundo no se ha formado por sí mismo, sino que hubo alguna majestad celestial a la cual tenemos que estar sujetos. Es cierto que San Pablo (Romanos 1:20 Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa.) habla específicamente del testimonio con que Dios ha sellado a todas las criaturas, puesto que el orden del mundo es como un libro que nos enseña, y que debe guiarnos hacia Dios; sin embargo, tenemos que volver a lo que se dice en Romanos 2:14,15, que Dios ha registrado tal certeza en nuestras conciencias que no podemos borrar el conocimiento que tenemos del bien y del mal. No todos podrán tener lo que oímos que tuvieron los tres amigos de Job; sin embargo, nunca encontraremos a una persona tan ruda o tan bárbara que ya no tenga ningún remordimiento en sí, que ya no sepa que existe algún Dios, y que no tenga alguna discreción para condenar al mal y aprobar el bien. Entonces hay algunos trazos que Dios ha dejado en el corazón aun de los más ignorantes, a efectos de que los hombres no se puedan amparar con ninguna excusa, sino que puedan ser condenadas por la ley que está escondida en su propio interior. Sin embargo, notemos que es totalmente necio que los hombres se hayan opuesto a Dios para mantener la doctrina que había reinado entre ellos. Porque cómo es posible – puesto que el conocimiento de Dios ha resplandecido tan claramente en el mundo (como hemos visto anteriormente) que todos pudieron ser iluminados por ella- que se hayan entregado a brutalidades tan estúpidas como por ejemplo adorar a árboles y piedras, o adorar el sol y la luna, o también la de hacer imágenes grotescas de ellos, y no saber lo que es el Dios viviente? ¿Cómo pudo suceder? Porque es como si un hombre fuese premeditadamente, al sol del medio día, a caminar sobre el borde del precipicio, arrastrado por su borrachera, aunque sus ojos vean la ruta correcta.

Entonces vemos que los hombres no se han apartado por simple falta de conocimiento, sino que han despreciado a Dios con verdadera malicia. Sin embargo, notemos bien a efectos de que ya no usemos los subterfugios acostumbrados, diciendo: "Miren aquí, si los hombres están tan mareado que ya no saben lo que es Dios, ¿no debiera esto servirles de excusa?" Al contrario, cuando alguien argumenta de esta manera procedamos a darle como respuesta lo que dice San Juan (1:5) "La luz siempre ha resplandecido en las tinieblas," y nosotros lo vemos en ejemplos actuales; porque es imposible que los hombres hayan sido extraviados a tan enormes y estúpidas supersticiones, excepto que ellos mismos se hayan arrojado a ellas por su propia libre voluntad.

Entonces hubo malicia y rebelión sumadas a la ignorancia cuando los hombres erraron el verdadero camino de la salvación entregándose a los ídolos. Eso es lo que tenemos que recordar.

Es para que mientras tengamos la luz estemos tanto más atentos en nuestro andar. Ya he mencionado que si Dios nos manifiesta la gracia de mostrarnos el camino, tenemos que apurarnos, y no es asunto de quedarse dormido, ni mucho menos de cerrar los ojos del conocimiento. Actualmente vemos como una gran oscuridad que reina sobre la mayor parte del mundo; los pobres papistas se perdieron en ella, y no saben lo que hacen. ¿Y por qué? Porque Dios los ha abandonado tal como se lo merecieron. Su venganza tiene que ser como una inundación que los cubre, y que los lleva a la perdición, puesto que deliberadamente olvidaron la verdad. Por nuestra parte tenemos a Jesucristo que es el Sol de Justicia, que resplandece sobre nosotros. Entonces, no tenemos que cerrar nuestros ojos aquí, más bien caminemos mientras dure el día, sigamos la exhortación que se nos hace y nos seamos culpables de borrar deliberadamente el conocimiento que hoy nos es dado. Esto es, entonces lo que tenemos que recordar, en primer lugar, de este pasaje.

Ahora, en cuanto a la ira de Eliú notemos que aquí no se lo culpa de una pasión exorbitante; se trata, en cambio, de una indignación buena y loable, tanto más viendo que el celo de Eliú era por la verdad de Dios, pensando que Job quería justificarse a sí mismo más que a Dios. Los amigos de Job no tenían ese conocimiento; puesto que argumentaban diciendo que Job era un malvado. Job no niega, y estaba acertado, pero (como hemos dicho), fue demasiado lejos, y aunque el suyo era un caso bueno, lo presenta deficientemente, escogiendo un procedimiento pobre. Eliú entonces, considera que Job se ha salido de sus límites, y que a veces, en su impaciencia, ha murmurado queriendo justificarse a sí mismo en vez de justificar a Dios. Luego se enoja contra aquellos que toman apresuradamente un caso malo sin poder hacer una conclusión, siguiendo confundidos cuando se llega a los extremos. Aquí entonces está Eliú encendido en ira, pero no sin causa. Por eso entonces, como su celo es bueno, también el Espíritu Santo aprueba la ira y el enojo que hubo en él.

Sin embargo, tenemos que notar las palabras, "Job quiso justificarse a sí mismo antes que a Dios." Ciertamente, esa no fue su intención, y hubiera preferido cien veces ser tragado por la tierra o nunca haber venido a este mundo, antes que pensar en semejante blasfemia. En efecto, hemos dicho cada vez que se extralimitó, que no se trataba de una conclusión definitiva, sino que estaba echando espumas por la boca, porque para los hombres es difícil refrenarse a sí mismos de manera de no escapárseles muchas pasiones. Ese era el caso de Job; además, casi al final, se disculpó; y si en algo estuvo errado no pretendió excusarse. ¿Por qué entonces, dice que quiso justificarse a sí mismo antes que a Dios? Ahora bien, esta expresión contiene una doctrina buena y útil; porque aquí se nos enseña que por no pensar, muchas veces podemos blasfemar contra Dios. ¿Y de qué manera? Oponiéndonos a él.

Cuando no nos parece bien todo lo que Dios hace, especialmente cuando nos aflige, es cierto que pretendemos tener más razón que él. Es cierto que no vamos a decirlo, y tampoco tendremos semejante persuasión en nuestro interior; pero las evidencias lo muestran; para condenarnos es suficiente con que no demos gloria a la justicia de Dios; con no glorificarlo es suficiente. Esto se entenderá mejor con el ejemplo. Aquí está Job, sabiendo que Dios es justo; en efecto, Job lo reconoce con franqueza. En cuanto a sí mismo confiesa que es un pobre pecador, y que hay muchas faltas en él, e incluso, si quisiera oponerse a Dios, que sería convencido mil veces de sus pecados antes que Dios haya respondido a un solo cargo. Entonces, Job no pretende justificarse directamente a sí mismo antes que a Dios, ni siquiera de igualarse a él. Sin embargo, ¿qué dice: "Estoy atónito al ser afligido así por Dios, y qué faltas puede de encontrar en mí?" Y luego, "Soy una pobre criatura, llena de debilidades; ¿acaso tiene que exhibir Dios su brazo poderoso contra mí? Oh, que me deje morir con el primer golpe." Cuando Job se abandona a semejantes murmuraciones y desafíos, no hay duda que se justifica a sí mismo antes que a Dios. ¿Y por qué? Cree que Dios está equivocado al afligirlo de esa manera; y puesto que ignora el porqué de esto, lo único que pide es que Dios se presente personalmente como su adversario. Y luego, en segundo lugar, se enoja porque Dios no lo consume con el primer golpe, y que no lo manda al hoy. Entonces, cuando Job tiene arranques tan violentos de pasión, no hay duda que al obrar de esa manera se justifica a sí mismo antes que a Dios. Y esto es lo que ya he dicho, que muchas veces vamos a blasfemar en nuestras pasiones sin pensar en ello; lo cual debiera llevarnos a todos a ser tanto más cuidadosos en no soltar las riendas de nuestras pasiones para no ser tan miserables de blasfemar contra Dios sin pensar en ello. Esta doctrina entonces, es muy útil para nosotros. El Espíritu Santo expresa que todos los que se enojan y murmuran en sus aflicciones, todos aquellos que no se pueden sujetar a la mano fuerte de Dios, confesando que todo lo que él hace es justo y razonable; todos ellos se justifican a sí mismos antes que a Dios; y aunque no lo digan, y aunque afirmen cien veces que ni siquiera pensarían en ello, no obstante lo hacen. Ahora aquí hay un juez competente para pronunciar sentencia; no es propio darle puntapiés, porque nada ganaremos con ello. Entonces, ¿qué queda? únicamente que aprendamos ante todo a condenarnos a nosotros mismos y cuando vengamos delante de Dios, que presentemos nuestro caso de tal manera de reconocer que somos pobres pecadores. Además, cuando los juicios que Dios ejecuta sobre nosotros, nos parezcan demasiado dolorosos, procedamos a soportarlos pacientemente, sin hacer mayores averiguaciones. Si nos parece extraño que Dios nos trate con demasiada severidad, y cuando no veamos el motivo por el cual lo hace; si nos parece que el mal dura demasiado y que Dios no tiene cuidado de nuestra debilidad, que no nos tiene la debida piedad, cuando ese sea el caso no demos rienda suelta a tales fantasías, al extremo de consentirlas, en cambio recordemos siempre esto: Dios es justo, además de todos los otros atributos suyos. Es cierto que no percibiremos el motivo por el cual lo hace, ¿pero de dónde más procede esto sino de nuestra debilidad y rudeza? Acaso tenemos que medir la justicia de Dios mediante nuestros sentidos? ¿Adónde nos llevará eso? ¿Cuál será el propósito de ello? Entonces, aprendamos a glorificar a Dios en todo lo que hace; y aunque su mano sea ruda sobre nosotros, nunca dejemos de confesar, "De veras, Señor, si pretendo entrar en juicio contigo sé muy bien que mi caso está perdido."

Es lo que argumenta Jeremías (12:1 Justo eres tú, oh Jehová, para que yo dispute contigo; sin embargo, alegaré mi causa ante ti. ¿Por qué es prosperado el camino de los impíos, y tienen bien todos los que se portan deslealmente?) mostrándonos el camino que debemos ir; porque si bien la confusión era tan grande que podía haber estado suficientemente afectado como para murmurar con el resto del pueblo, sin embargo, usa este prefacio: "Señor, yo sé que eres justo, es cierto que si comenzara a disputar contigo estaría preocupado por mi deseo carnal, y cuando veo que las cosas son tan confusas, ciertamente tiendo a preguntarme a mí mismo por qué será que tú obras de esa manera. Entonces tengo la tentación de hacerlo; pero, Señor, antes de tomarme la licencia de inquirir en el porqué de tu obrar, declaro que tú eres justo, que eres equitativo, y que nada puede provenir de ti que no sea digno de alabanza."

Este entonces es el procedimiento que debiéramos seguir, siempre que se nos presenten los incomprensibles juicios de Dios, es decir, saber que nuestra mente no tiene la capacidad de ascender tan alto, y que estas son profundidades demasiado profundas para nosotros. Y, sobre todas las cosas, practiquemos esto en nosotros mismos; porque los hombres están llenos de Dios; y cuando no están totalmente persuadidos de esto, tendrán, sin embargo, la certeza de que Dios no tiene motivos para perseguirlos con tanta severidad; cada uno se jacta de sí mismo minimizando su pecado, a pesar de sentirse culpable del mismo. "Muy bien, es cierto que soy un pecador," dirá, "pero no soy el peor del mundo." Y ¿por qué no conocemos la grandeza de nuestro pecado? Es porque nos vendamos los ojos. Así es entonces, como nos inflamos de orgullo. Debemos practicar esta lección, especialmente cuando Dios nos aflige, y no iniciar pleito contra él aunque nos parezca que sus castigos son demasiado severos; sin embargo, sepamos que en todo lo que hace hay una medida, y que no se excede; que esto nos enseñe a conformarnos apaciblemente a su voluntad. Y aunque Dios no nos castigue por causa de nuestros pecados, sepamos que ello es de pura gracia la cual él ejerce hacia nosotros, que ello es un privilegio especial que nos da; porque siempre tendrá buenos motivos para castigarnos aunque nosotros fuésemos los más justos del mundo. Ahora resulta que estamos muy lejos de semejante perfección. ¿Qué es, entonces, lo que Dios puede hacer con nosotros? Aunque nos visite para probar nuestra paciencia, si nos concede la gracia de dejarnos sufrir por su nombre, aun así podrá castigarnos por nuestros pecados; sepamos que él nos hace un honor excesivamente grande, y por eso procedamos a humillarnos; y que cada uno, en su lugar, tenga la modestia de decir, "Muy bien, yo quisiera ser tratado de otra manera por Dios y seguramente pareciera que se ha extralimitado afligiéndome, pero quisiera saber que no lo hace sin causa, y que no es por mis pecados que me aflige; es tanta la gracia que me está demostrando, porque he merecido mucho más, y sin embargo, debo inclinar mi cabeza sometiéndome completamente a su buena voluntad."

Así es entonces como glorificaremos a Dios, y como hemos de atribuirle la justicia que es suya, es decir, cuando nos mantenemos callados, como también San Pablo lo menciona en Romanos 3:19, " Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios," y que solamente él pueda ser justificado. ¿Cómo es que, conforme a San Pablo, será justificado el Señor por medio nuestro? Esto es, cuando todos permanecemos bajo condenación, sin tener la osadía de responderle, confesando, en cambio, espontáneamente que somos deudores suyos. Entonces, llegando a esto es que Dios será justificado, es decir, su justicia será probada por medio de nosotros con una alabanza como la que él merece. Pero, si por el contrario, la gente se levanta sin saber que está expuesta a condenación y no confiesa la deuda por la cual está obligada delante de Dios; aunque digan que quieren justificar a Dios, es decir, confesar que él es primero, y sin embargo, lo condenan. Además, cuando se dice que Eliú se encendió de esa manera, sepamos que hay una gran diferencia entre un enojo que procede del celo para con Dios y esa clase de enojo que cada uno de nosotros tendrá por interés de sus propias cosas, o de su honor, o de su propia estima. Porque aquel que se enoja y es probado por una pasión privada no tiene excusa; aunque afirme que su caso es bueno, de todos modos, ofende a Dios por el hecho de enojarse; porque somos demasiado ciegos en nuestras pasiones. Este, entonces, es un asunto, es decir, tenemos que mantener ajustadas las riendas de nuestro enojo; en efecto, cuando nos sentimos incitados a estar ofendidos contra nuestros semejantes con respecto a nosotros mismos.

Pero existe un enojo que es bueno, enojo que procede de un sentimiento que tenemos cuando Dios es ofendido. Entonces, cuando estemos encendidos por un celo bueno y luchemos por la causa de Dios, si estamos enojados, oh, que no por ello incurramos en culpa; pero notemos que este enojo aquí es sin distinción de personas. Si alguien está enojado por una pasión carnal o por aquello que le concierne a él mismo, y el afectado quiere defenderse, y luego quiere mostrar que favorece a sus amigos, y si hace más por ellos que por otros, entonces sí hay una distinción de personas; como también nosotros seremos más considerados con nosotros mismos. En cambio, tendríamos que estar enojados con nosotros mismos si queremos que Dios apruebe nuestra ira y enojo. Y eso es lo que dice San Pablo (Efesios 4:26 Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo,); porque allí se refiere especialmente a lo que dice el Salmo 4:4 (Temblad, y no pequéis; Meditad en vuestro corazón estando en vuestra cama, y callad. Selah), en cuanto a estar enojados sin ofender. ¿Y cómo es posible eso? Es cuando una persona mira a su propio interior, y premeditadamente se aparta, y no le importa tanto condenar a otros como condenarse a sí misma, y luchar contra sus propias pasiones. Así es entonces, como debemos estar enojados, y es allí donde comienza el propósito adecuado de nuestro enojo, si queremos que sea aprobado por Dios, es decir, que cada uno mire sus propios vicios; procedamos entonces, a dirigir nuestro enojo sobre ellos, siendo que hemos provocado la ira de Dios contra nosotros, viendo que estamos llenos de pobreza. Que estemos enojados y provocados por ese motivo para que comencemos en el sitio correcto; y luego condenemos al mal dondequiera que se encuentre, tanto en nosotros mismos como en nuestros amigos; pero que no seamos influenciados por algún odio particular. No dirijamos nuestra ira contra alguien simplemente porque ya estamos preocupados por algún sentimiento malo hacia dicha persona.

Entonces, nuestro enojo será loable, y mostraremos que procede de un auténtico celo por Dios.

Es cierto que no siempre seremos capaces de refrenarnos a nosotros mismos; porque si bien el celo de Dios gobierna en nosotros, no obstante, no podemos evitar el salimos de control, a menos que Dios nos sujete. Entonces tenemos que tener prudencia y moderación en nuestro celo. Pero, (como ya he dicho) el enojo en sí será loable si procede de esa fuente, es decir, de nuestro odio al mal, dondequiera que este se encuentre, y especialmente en nuestras propias personas.

Entonces, ¿qué hemos de notar en este pasaje? En primer lugar, no hemos de condenar todo enojo; cuando vemos a una persona acalorada y furiosa no debemos atribuirlo siempre al pecado; como vemos a los bufones de Dios que dirán, "Oh, ¿tiene que ser tan tempestuoso? ¿Tiene que enojarse? ¿Acaso no saben cómo usar modales apacibles?" Estarán blasfemando malvadamente contra Dios; lo provocarán; como que se ven muchos que trastornan toda buena doctrina, buscando solamente cómo poner tal corrupción en todas partes que Dios ya no sea conocido, y que su verdad sea sepultada. Ahora, habiendo hecho eso, querrán ver sembrada la disensión, o quizá todo lo que hicieron fuese aprobado, y que desde el púlpito el predicador no hiciera sino contar cuentos, para que no hubiese amonestaciones. En este espíritu dirán, "¿Acaso no saben predicar sin enojarse?" ¿Por qué? ¿Acaso se admite que veamos a una pobre criatura, frágil y mortal, levantándose contra la majestad de Dios, para pisotear toda buena doctrina, y que nosotros, sin embargo, lo soportemos pacientemente? De esa manera ciertamente demostraríamos no tener celo por Dios; porque en el Salmo 69:9(Porque me consumió el celo de tu casa; Y los denuestos de los que te vituperaban cayeron sobre mi) dice que el celo de la casa del Señor debe consumirnos. Porque si tuviéramos un gusano carcomiendo el corazón no tendríamos que sentirnos tan afectados como cuando hay algún oprobio hecho a Dios, como cuando vemos que su verdad es cambiada en falsedad. Entonces, aprendamos a no ocultar el pecado de esa manera; distingamos, en cambio, entre el celo de Dios y el enojo carnal por el cual las personas son movidas y encendidas en relación con sus propios pleitos; como dice aquí, Eliú se encendió de indignación, estuvo ardientemente enojado, y, sin embargo, en él se lo considera una virtud; porque es el Espíritu Santo el que habla. Sepamos digo, por medio de esto, que no debemos rechazar el enojo de inmediato, sino que debemos discernir la causa por la cual una persona se ha encendido; porque si se entristece viendo que la gente ofende a Dios, y que la verdad es trastornada, consideremos que esa clase de enojo procede de buena fuente. Y además, aprendamos (siguiendo lo que ya he dicho) a mostrar enojo, cuando vemos que el honor de Dios es herido, y cuando tratan de oscurecer su verdad o de disfrazarla; que ello nos mueva, que nos encienda, para demostrar que somos hijos de Dios; porque no podemos dar mejor prueba de ello.

Sin embargo, mantengamos las cosas dentro de los límites para no mezclar nuestras pasiones excesivas con el celo de Dios; que tengamos la prudencia de discernir; y, después de eso, aunque odiemos los vicios, y los detestemos, no obstante, tratemos de llevar la persona a la salvación.

Ahora, es cierto que practicar esto es difícil; pero Dios nos guiará, siempre y cuando permitamos que el Espíritu Santo nos conduzca y le demos toda la autoridad sobre nosotros. Entre tanto, debiéramos notar bien esta doctrina, puesto que en la actualidad vemos infinitas ocasiones de enojarnos si fuéramos hijos de Dios. Por un lado están los papistas que no quieren sino destruir toda religión. Es cierto que presentarán una buena máscara apoyando al cristianismo, pero aunque sea así, lo único que quieren es suprimir la majestad de Dios. Vemos como la verdad es cortada en pedazos. Oímos las blasfemias execrables que ellos vomitan. Les pregunto, ¿si estas cosas no nos tocan en lo más profundo, si ellas no nos lastiman como si nos hiriesen con la espada; acaso no estaremos demostrando que no sabemos lo que es Dios, y que no somos dignos de ser suyos como hijos? Tan delicados cuando nuestro honor es herido que no podemos soportarlo; sin embargo, el honor de Dios será expuesto a toda vergüenza y desgracia, ¿y vamos a fingir que no es nada? ¿Y no tiene que rechazarnos Dios y no debe mostrarnos que no tenemos sentimientos para defender su honor? Este es un asunto muy serio que haríamos bien en meditar.

Ahora, no es necesario ir tan lejos como a los papistas, porque cuando vemos entre nosotros a los perros y puercos ( Mateo 7;6 No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen) que sólo quieren corromperlo todo, que vienen a meter sus hocicos en la palabra de Dios, y solamente tratan de trastornarlo todo, cuando vemos a estos bufones de Dios, cuando vemos a estos profanos viles que vienen para cambiar todo en un hazmerreír y burla, cuando vemos cómo los malvados disfrazan las cosas y que ellos corrompen y pervierten todo con sus falsas acusaciones, cuando vemos a los herejes sembrando su veneno para echarlo todo a perder; viendo todas estas cosas, les pregunto, ¿acaso no debemos ser tocados por ellas? Se ha dicho que si alguien se levanta así contra Dios, es como si esa persona lo hiriese mortalmente. "Ellos experimentarán" dice (Zacarías 12:10) "a aquel a quien han herido;" Dios declara que alguien está en camino para herirlos con la espada; Y, ¿acaso, no va a aplicarla a nosotros? Dios declara que su Espíritu está entristecido, como si estuviera languideciendo, ¿y nosotros no haremos sino reírnos de ello? Después de oír las odiosas blasfemias con las que el nombre de nuestro Señor Jesús es despedazado; vemos que actualmente el nombre de Dios está en gran vergüenza y desgracia, si estuviéramos entre los turcos estaríamos avergonzados de ello; vemos las vilezas que se cometen; por una parte actos de adulterio y lascivia, por otra, actos de furiosa violencia. Dicho brevemente, la gente ha pasado el límite al saltar por la borda. Y si nosotros no obramos en forma diferente, ¿acaso declararemos ser hijos de Dios y cristianos? Entonces, ciertamente, tenemos que ser prudentes y tener mayor celo del que hemos tenido hasta ahora; y cuando cada uno de nosotros se enoje, que sea por causa de sus pecados; y especialmente cuando vemos que Dios es gravemente ofendido. Es así como Dios aprobará nuestra indignación, como aquella que aquí se menciona, la que recibe alabanza del Espíritu Santo. No obstante, puesto que nos resulta fácil caer y soltar las riendas de nuestras pasiones; oremos a Dios que quiera gobernarnos de tal manera mediante su Espíritu Santo, que nuestro celo sea totalmente puro, a efectos de ser aprobado por él.