Mar 6:1 Salió Jesús de allí y vino a su tierra, y le seguían sus
discípulos.
Mar 6:2 Y llegado el día
de reposo,[a] comenzó a enseñar en la sinagoga; y muchos, oyéndole, se
admiraban, y decían: ¿De dónde tiene éste estas cosas? ¿Y qué sabiduría es esta
que le es dada, y estos milagros que por sus manos son hechos?
Mar 6:3 ¿No es éste el
carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No
están también aquí con nosotros sus hermanas? Y se escandalizaban de él.
Mar 6:4 Mas Jesús les
decía: No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, y entre sus
parientes, y en su casa.
Mar 6:5 Y no pudo hacer
allí ningún milagro, salvo que sanó a unos pocos enfermos, poniendo sobre ellos
las manos.
Mar 6:6 Y estaba
asombrado de la incredulidad de ellos. Y recorría las aldeas de alrededor,
enseñando.
Este pasaje nos muestra a nuestro Señor
Jesucristo en "su propia localidad" en Nazaret. Es una comprobación
melancólica de la maldad del corazón humano, y
merece atención especial.
Vemos, en primer lugar, cuan
dispuestos están los hombres a tener en poco aquello que les es familiar.
Nuestro Señor "escandalizaba" a los de Nazaret. No podían imaginarse que el que había vivido
tantos años entre ellos, y cuyos hermanos y hermanas conocían, fuese digno de
ser seguido como maestro público.
Ningún
lugar en la tierra ha gozado de los privilegios de Nazaret. El Hijo de Dios
residió treinta años en esa ciudad, y recorrió sus calles. Por treinta
años marchó por las sendas de Dios a
vista de sus habitantes, llevando una vida intachable y perfecta. Pero esto no
hizo en ellos ninguna impresión. ¿Esta habilidad de explicar las Escrituras,
esta doctrina que él enseña y estos milagros que se dice que obra? Esta
pregunta la hicieron más bien, porque lo conocían desde el principio: había
vivido mucho entre ellos, y sabían que no había aprendido de los hombres, y por
eso se preguntaban cómo había llegado a cosas como estas. No estaban dispuestos a aceptar el Evangelio, cuando el
Señor se presentó para enseñar en su sinagoga. No quisieron convenir en que
tuviera ningún título a fijar su
atención una persona que conocían tan bien, y que por tanto tiempo
estuvo entre ellos, comiendo, bebiendo, y vistiéndose como ellos. Se
"escandalizaban de Él.
No
hay nada en esto que debe sorprendernos; lo mismo está aconteciendo todos los
días en torno nuestro, en nuestro mismo país y alrededor del mundo. Las Santas
Escrituras, la predicación del
Evangelio, el culto público de la fe, los abundantes medios de gracia de que
son agraciados los seres humanos son muy a menudo tenidas en poco aprecio. Están tan acostumbrados a ellos, que
no comprenden sus privilegios. Es una triste verdad, que en el mundo cristiano,
más que en nada, la confianza engendra
el desprecio.
Lo
que experimentó el Señor en este particular es una fuente de consuelos para
algunos de los que formamos su pueblo. Es un consuelo para los ministros
fieles del Evangelio, que angustia la
incredulidad de sus feligreses o de los oyentes que regularmente tienen. Es un
consuelo para los verdaderos cristianos que se
encuentran aislados en medio de sus familias, y ven a todos los que los
rodean apegados al mundo. Recordemos que estamos apurando el mismo cáliz que nuestro amado Maestro. Recuerden que Él también fue
despreciado por los que mejor lo conocían. Aprendamos que la conducta más
arreglada y más constante no reducirá a
lo demás a adoptar sus opiniones y sus ideas, como sucedió con la gente de
Nazaret. Sepan que los siervos del Señor aprenderán por propia experiencia cuan fundadas eran sus quejas
doloridas, cuando exclamaba, "un profeta no está deshonrado, sino en su
propio país, y entre los de su parentela, y
en su propia casa.
Vemos, en segundo lugar, cuan
humilde era el rango que en el mundo se dignó aceptar el Señor antes de empezar
a ejercer su ministerio público. El pueblo de Nazaret
decía de Él, con desprecio, "¿No es este el carpintero? Algunas copias
dicen, "el hijo del carpintero", como en ( Mateo 13:55 ) y así las
versiones árabe y etíope; pero todas las copias antiguas, las versiones vulgata
latina, siríaca y persa, dicen "el carpintero": así se puede pensar
razonablemente que Cristo es, ya que su padre lo era; y qué negocio podría
seguir; y en parte para que pudiera dar ejemplo de laboriosidad y diligencia; y
principalmente para soportar esa parte de la maldición del primer Adán, que fue
comer su pan con el sudor de su frente: ni los judíos debían haberle objetado
esto, con quienes era habitual que sus más grandes doctores y rabinos ser de
algún oficio o empleo secular.
Esta
es una expresión muy notable y que solo se encuentra en el Evangelio de S.
Marcos. Nos prueba claramente que durante los primeros treinta años de su vida nuestro Señor no se avergonzaba de
trabajar con sus manos como constructor. Hay algo de maravilloso en esto, y el
pensar en ello nos sobrecoge. El que hizo el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos
Aquel sin el cual nada se hizo de lo que ha sido hecho; el Unigénito de Dios
tomó la forma de siervo, y "comió el pan
con el sudor de su frente" como un obrero. Este es, en verdad,
"ese amor de Cristo que sobrepuja toda inteligencia". Aunque era
rico, por causa nuestra se hizo pobre; y
se humilló en su vida y en su muerte, para que por su medio los pecadores
pudieran vivir y reinar eternamente.
Recordemos,
al leer este pasaje, que la pobreza no
es pecado. No debemos avergonzarnos de nuestra pobreza, a menos que
nuestros pecados nos la hayan causado;
ni debemos despreciar a nadie porque sea pobre. Vergonzoso es ser jugador,
borracho, avariento o mentiroso, pero no
es una afrenta trabajar con nuestras
manos y ganar el pan con nuestro trabajo. El espectáculo del taller del
carpintero en Nazaret, debería humillar los altivos pensamientos de todos
los que adoran el ídolo de las riquezas.
No es una deshonra ocupar la misma posición que el Hijo de Dios y el Salvador
del mundo.
Vemos, en último lugar,
que pecado tan terrible es la incredulidad. En dos expresiones muy
notables se encierra esta lección. Una de ellas es, que nuestro Señor "no pudo hacer milagros en
Nazaret" por la dureza del corazón del pueblo; la otra, que "Él se
maravillaba de su incredulidad" La
una prueba que la incredulidad puede
privar a los hombres de las más ricas bendiciones;
la otra que un pecado tan irracional y tan suicida, que aún el Hijo de Dios lo
contempla con sorpresa.
Cristo
es omnipotente y ha dado prueba de su omnipotencia por los milagros que ha
realizado; y aunque no realizó ninguna obra poderosa "allí", sin
embargo realizó muchas en otros lugares, lo que atestigua suficientemente la
verdad de su propia deidad: el énfasis está en la palabra allí; aunque no obró
ningún milagro considerable en ese lugar, lo hizo en otros; lo que muestra que
no fue un defecto de poder en él, esa fue la razón, sino algo más; y Mateo da
la razón de ello, y dice que fue "a
causa de su incredulidad": no es que su incredulidad fuera un
rival excesivo para su poder; podría haberlo quitado, si hubiera creído
conveniente, pero no lo hizo; el Espíritu Santo, quien es el autor y consumador
de la fe, podría haber quitado su incredulidad, como el hombre que trajo a su
hijo mudo a Cristo, concluyó que podía; y por eso le dijo: "Señor, ayuda a
mi incredulidad", (Marcos 9:24 ). Cristo a veces requería de las personas
que estaba a punto de curar, fe en él, para poder sanarlas; y también sus
apóstoles, (Mateo 9:28) (Hechos 14: 9). No es que la fe contribuyese en algo a
la curación, pero era la forma y el medio por el cual Cristo se complacía en
comunicar su virtud sanadora: además, cuando las personas le solicitaban
sanidad y expresaban su fe en él, le daba una oportunidad. de hacer un milagro
para ese propósito; pero ahora esta gente ni siquiera le pedía tal favor, por
lo que no le dio ocasión de hacer ninguna obra poderosa; por lo cual se puede
decir que no pudo, ninguna ofrenda de oportunidad; y además, viendo que no le
creyeron y lo rechazaron como el Mesías, no fueron dignos de tener ninguna obra
entre ellos; y fue justo y correcto no hacer nada; es más, fue un ejemplo de
bondad el no hacer nada entre ellos; desde que lo había hecho, y habían
permanecido impenitentes e incrédulos, como él sabía que lo harían,
Había
unos pocos enfermos que tenían fe en él y acudieron a él para suplicarle que
los sanara; y en consecuencia, puso sus manos sobre ellos y los curó, que era
una forma que a veces usaba: y estas curas las realizó para mostrar su poder,
lo que podía hacer y los beneficios que podrían haber disfrutado de él, y para
déjalos imperdonables.
Fue
una sorpresa para Cristo, como hombre, que los hombres de su país no creyeran
en él, sino que lo rechazaran como el Mesías, a causa de las cosas anteriores:
ya que conocían su ascendencia y educación, y tenía un empleo como constructor entre ellos,
incluso casi a ese tiempo; y sin embargo, tales eran su ministerio y milagros,
y tal era su sabiduría y poder que poseía, que no podían explicar; al menos
podrían haber concluido, viendo que estaba claro para ellos que no los tenía de
los hombres, que tenía una misión y comisión de Dios, y estaba calificado por
él para tal servicio y trabajo; aunque podrían haber llevado sus razonamientos
más lejos, y era maravilloso que no lo hicieran, y hubieran creído que él era
más que un hombre, que había sido una persona divina y el verdadero Mesías; las
pruebas de la deidad de Cristo y del Mesianismo son tan claras e
incontestables, que es asombroso que haya alguien, que las haya leído o
escuchado de ellas, que sea deísta o continúe incrédulo. Tal incredulidad debe deberse a una miserable estupidez y ceguera
mental judicial.
Nunca
nos deberemos creer bastante en guardia contra la incredulidad. Es el pecado
más antiguo en el mundo, pues principió en el Edén, cuando Eva prestó oídos a las promesas del diablo, en vez de
creer la palabra de Dios, "moriréis". Es el pecado que produce las
consecuencias más desastrosas. Introdujo la
muerte en el mundo; mantuvo a Israel cuarenta años fuera de Canaán; es
el pecado que llena especialmente el infierno. "El que no cree será
condenado". Es el más necio y el más
inconsecuente de todos los pecados. Arrastra al hombre anegarse a la evidencia,
a cerrar sus ojos al testimonio más claro y a creer, sin embargo, falsedades. Pero lo peor de todo es
que ese pecado abunda mucho en el mundo; millares de millares incurren en él,
que profesan ser cristianos, que nada
han oído de Paine ni Voltaire, pero que en la práctica son incrédulos reales y
efectivos; no creen de una manera implícita en la Biblia, ni aceptan a Cristo como su Señor y Salvador.
Vigilemos
cuidadosamente nuestros corazones en ese particular de la incredulidad. El corazón, no la cabeza, es el trono de su
misterioso poder. Los hombres son
incrédulos no por falta de pruebas, ni por las dificultades de la doctrina
cristiana; es porque no tienen voluntad de creer, y aman el pecado, y
están adheridos al mundo. A los que se
encuentran en esa condición espiritual nunca les faltan razones aparentes que
sostengan su voluntad. El corazón
humilde y sencillo como el del niño es
el corazón que cree.
Sigamos
vigilando nuestro corazón aún después de haber creído, que nunca queda bien
extirpada la raíz de la incredulidad.
Si nos descuidamos en vigilar y
orar,
pronto brotarán las malas yerbas de la incredulidad. Ninguna plegaria es
tan importante como la de los
discípulos, "Señor aumenta nuestra fe"
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