} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: SIN HONOR EN SU PROPIA TIERRA

lunes, 1 de febrero de 2021

SIN HONOR EN SU PROPIA TIERRA

  

Mar 6:1 Salió Jesús de allí y vino a su tierra, y le seguían sus discípulos.

Mar 6:2  Y llegado el día de reposo,[a] comenzó a enseñar en la sinagoga; y muchos, oyéndole, se admiraban, y decían: ¿De dónde tiene éste estas cosas? ¿Y qué sabiduría es esta que le es dada, y estos milagros que por sus manos son hechos?

Mar 6:3  ¿No es éste el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están también aquí con nosotros sus hermanas? Y se escandalizaban de él.

Mar 6:4  Mas Jesús les decía: No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, y entre sus parientes, y en su casa.

Mar 6:5  Y no pudo hacer allí ningún milagro, salvo que sanó a unos pocos enfermos, poniendo sobre ellos las manos.

Mar 6:6  Y estaba asombrado de la incredulidad de ellos. Y recorría las aldeas de alrededor, enseñando.

         

 

         Este pasaje nos muestra a nuestro Señor Jesucristo en "su propia localidad" en Nazaret. Es una comprobación melancólica de la maldad del corazón humano, y  merece atención especial.

Vemos, en primer lugar, cuan dispuestos están los hombres a tener en poco aquello que les es familiar. Nuestro Señor "escandalizaba" a los de Nazaret. No  podían imaginarse que el que había vivido tantos años entre ellos, y cuyos hermanos y hermanas conocían, fuese digno de ser seguido como maestro  público.

Ningún lugar en la tierra ha gozado de los privilegios de Nazaret. El Hijo de Dios residió treinta años en esa ciudad, y recorrió sus calles. Por treinta años  marchó por las sendas de Dios a vista de sus habitantes, llevando una vida intachable y perfecta. Pero esto no hizo en ellos ninguna impresión. ¿Esta habilidad de explicar las Escrituras, esta doctrina que él enseña y estos milagros que se dice que obra? Esta pregunta la hicieron más bien, porque lo conocían desde el principio: había vivido mucho entre ellos, y sabían que no había aprendido de los hombres, y por eso se preguntaban cómo había llegado a cosas como estas. No estaban  dispuestos a aceptar el Evangelio, cuando el Señor se presentó para enseñar en su sinagoga. No quisieron convenir en que tuviera ningún título a fijar su  atención una persona que conocían tan bien, y que por tanto tiempo estuvo entre ellos, comiendo, bebiendo, y vistiéndose como ellos. Se "escandalizaban de  Él.

No hay nada en esto que debe sorprendernos; lo mismo está aconteciendo todos los días en torno nuestro, en nuestro mismo país y alrededor del mundo. Las Santas Escrituras, la  predicación del Evangelio, el culto público de la fe, los abundantes medios de gracia de que son agraciados los seres humanos son muy a menudo tenidas en poco  aprecio. Están tan acostumbrados a ellos, que no comprenden sus privilegios. Es una triste verdad, que en el mundo cristiano, más que en nada, la  confianza engendra el desprecio.

Lo que experimentó el Señor en este particular es una fuente de consuelos para algunos de los que formamos su pueblo. Es un consuelo para los ministros fieles  del Evangelio, que angustia la incredulidad de sus feligreses o de los oyentes que regularmente tienen. Es un consuelo para los verdaderos cristianos que se  encuentran aislados en medio de sus familias, y ven a todos los que los rodean apegados al mundo. Recordemos que estamos apurando el mismo cáliz que nuestro  amado Maestro. Recuerden que Él también fue despreciado por los que mejor lo conocían. Aprendamos que la conducta más arreglada y más constante no  reducirá a lo demás a adoptar sus opiniones y sus ideas, como sucedió con la gente de Nazaret. Sepan que los siervos del Señor aprenderán por propia  experiencia cuan fundadas eran sus quejas doloridas, cuando exclamaba, "un profeta no está deshonrado, sino en su propio país, y entre los de su parentela, y  en su propia casa.

Vemos, en segundo lugar, cuan humilde era el rango que en el mundo se dignó aceptar el Señor antes de empezar a ejercer su ministerio público. El pueblo de Nazaret decía de Él, con desprecio, "¿No es este el carpintero? Algunas copias dicen, "el hijo del carpintero", como en ( Mateo 13:55 ) y así las versiones árabe y etíope; pero todas las copias antiguas, las versiones vulgata latina, siríaca y persa, dicen "el carpintero": así se puede pensar razonablemente que Cristo es, ya que su padre lo era; y qué negocio podría seguir; y en parte para que pudiera dar ejemplo de laboriosidad y diligencia; y principalmente para soportar esa parte de la maldición del primer Adán, que fue comer su pan con el sudor de su frente: ni los judíos debían haberle objetado esto, con quienes era habitual que sus más grandes doctores y rabinos ser de algún oficio o empleo secular.

Esta es una expresión muy notable y que solo se encuentra en el Evangelio de S. Marcos. Nos prueba claramente que durante los primeros treinta años de su  vida nuestro Señor no se avergonzaba de trabajar con sus manos como constructor. Hay algo de maravilloso en esto, y el pensar en ello nos sobrecoge. El que hizo el cielo, la  tierra, el mar y todo lo que hay en ellos Aquel sin el cual nada se hizo de lo que ha sido hecho; el Unigénito de Dios tomó la forma de siervo, y "comió el pan  con el sudor de su frente" como un obrero. Este es, en verdad, "ese amor de Cristo que sobrepuja toda inteligencia". Aunque era rico, por causa nuestra se hizo  pobre; y se humilló en su vida y en su muerte, para que por su medio los pecadores pudieran vivir y reinar eternamente.

Recordemos, al leer este pasaje, que la pobreza no es pecado. No debemos avergonzarnos de nuestra pobreza, a menos que nuestros pecados nos la hayan  causado; ni debemos despreciar a nadie porque sea pobre. Vergonzoso es ser jugador, borracho, avariento o mentiroso, pero no es una afrenta trabajar con  nuestras manos y ganar el pan con nuestro trabajo. El espectáculo del taller del carpintero en Nazaret, debería humillar los altivos pensamientos de todos los  que adoran el ídolo de las riquezas. No es una deshonra ocupar la misma posición que el Hijo de Dios y el Salvador del mundo.

Vemos, en último lugar, que pecado tan terrible es la incredulidad. En dos expresiones muy notables se encierra esta lección. Una de ellas es, que nuestro  Señor "no pudo hacer milagros en Nazaret" por la dureza del corazón del pueblo; la otra, que "Él se maravillaba de su incredulidad" La una prueba que la  incredulidad puede privar a los hombres de las más ricas bendiciones; la otra que un pecado tan irracional y tan suicida, que aún el Hijo de Dios lo contempla  con sorpresa.

Cristo es omnipotente y ha dado prueba de su omnipotencia por los milagros que ha realizado; y aunque no realizó ninguna obra poderosa "allí", sin embargo realizó muchas en otros lugares, lo que atestigua suficientemente la verdad de su propia deidad: el énfasis está en la palabra allí; aunque no obró ningún milagro considerable en ese lugar, lo hizo en otros; lo que muestra que no fue un defecto de poder en él, esa fue la razón, sino algo más; y Mateo da la razón de ello, y dice que fue "a causa de su incredulidad": no es que su incredulidad fuera un rival excesivo para su poder; podría haberlo quitado, si hubiera creído conveniente, pero no lo hizo; el Espíritu Santo, quien es el autor y consumador de la fe, podría haber quitado su incredulidad, como el hombre que trajo a su hijo mudo a Cristo, concluyó que podía; y por eso le dijo: "Señor, ayuda a mi incredulidad", (Marcos 9:24 ). Cristo a veces requería de las personas que estaba a punto de curar, fe en él, para poder sanarlas; y también sus apóstoles, (Mateo 9:28) (Hechos 14: 9). No es que la fe contribuyese en algo a la curación, pero era la forma y el medio por el cual Cristo se complacía en comunicar su virtud sanadora: además, cuando las personas le solicitaban sanidad y expresaban su fe en él, le daba una oportunidad. de hacer un milagro para ese propósito; pero ahora esta gente ni siquiera le pedía tal favor, por lo que no le dio ocasión de hacer ninguna obra poderosa; por lo cual se puede decir que no pudo, ninguna ofrenda de oportunidad; y además, viendo que no le creyeron y lo rechazaron como el Mesías, no fueron dignos de tener ninguna obra entre ellos; y fue justo y correcto no hacer nada; es más, fue un ejemplo de bondad el no hacer nada entre ellos; desde que lo había hecho, y habían permanecido impenitentes e incrédulos, como él sabía que lo harían,

Había unos pocos enfermos que tenían fe en él y acudieron a él para suplicarle que los sanara; y en consecuencia, puso sus manos sobre ellos y los curó, que era una forma que a veces usaba: y estas curas las realizó para mostrar su poder, lo que podía hacer y los beneficios que podrían haber disfrutado de él, y para déjalos imperdonables.

Fue una sorpresa para Cristo, como hombre, que los hombres de su país no creyeran en él, sino que lo rechazaran como el Mesías, a causa de las cosas anteriores: ya que conocían su ascendencia y educación, y tenía  un empleo como constructor entre ellos, incluso casi a ese tiempo; y sin embargo, tales eran su ministerio y milagros, y tal era su sabiduría y poder que poseía, que no podían explicar; al menos podrían haber concluido, viendo que estaba claro para ellos que no los tenía de los hombres, que tenía una misión y comisión de Dios, y estaba calificado por él para tal servicio y trabajo; aunque podrían haber llevado sus razonamientos más lejos, y era maravilloso que no lo hicieran, y hubieran creído que él era más que un hombre, que había sido una persona divina y el verdadero Mesías; las pruebas de la deidad de Cristo y del Mesianismo son tan claras e incontestables, que es asombroso que haya alguien, que las haya leído o escuchado de ellas, que sea deísta o continúe incrédulo. Tal incredulidad debe deberse a una miserable estupidez y ceguera mental judicial.

Nunca nos deberemos creer bastante en guardia contra la incredulidad. Es el pecado más antiguo en el mundo, pues principió en el Edén, cuando Eva prestó  oídos a las promesas del diablo, en vez de creer la palabra de Dios, "moriréis". Es el pecado que produce las consecuencias más desastrosas. Introdujo la  muerte en el mundo; mantuvo a Israel cuarenta años fuera de Canaán; es el pecado que llena especialmente el infierno. "El que no cree será condenado". Es el  más necio y el más inconsecuente de todos los pecados. Arrastra al hombre anegarse a la evidencia, a cerrar sus ojos al testimonio más claro y a creer, sin  embargo, falsedades. Pero lo peor de todo es que ese pecado abunda mucho en el mundo; millares de millares incurren en él, que profesan ser cristianos, que  nada han oído de Paine ni Voltaire, pero que en la práctica son incrédulos reales y efectivos; no creen de una manera implícita en la Biblia, ni aceptan a Cristo  como su Señor y Salvador.

Vigilemos cuidadosamente nuestros corazones en ese particular de la incredulidad. El corazón, no la cabeza, es el trono de su misterioso poder. Los hombres  son incrédulos no por falta de pruebas, ni por las dificultades de la doctrina cristiana; es porque no tienen voluntad de creer, y aman el pecado, y están  adheridos al mundo. A los que se encuentran en esa condición espiritual nunca les faltan razones aparentes que sostengan su voluntad. El corazón humilde y  sencillo como el del niño es el corazón que cree.

Sigamos vigilando nuestro corazón aún después de haber creído, que nunca queda bien extirpada la raíz de la incredulidad.

Si nos descuidamos en vigilar y orar, pronto brotarán las malas yerbas de la incredulidad. Ninguna plegaria es tan  importante como la de los discípulos, "Señor aumenta nuestra fe" 

 

 

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