Mar 5:35 Mientras él aún
hablaba, vinieron de casa del principal de la sinagoga, diciendo: Tu hija ha
muerto; ¿para qué molestas más al Maestro?
Mar 5:36 Pero Jesús,
luego que oyó lo que se decía, dijo al principal de la sinagoga: No temas, cree
solamente.
Mar 5:37 Y no permitió
que le siguiese nadie sino Pedro, Jacobo, y Juan hermano de Jacobo.
Mar 5:38 Y vino a casa
del principal de la sinagoga, y vio el alboroto y a los que lloraban y
lamentaban mucho.
Mar 5:39 Y entrando, les
dijo: ¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no está muerta, sino duerme.
Mar 5:40 Y se burlaban de
él. Mas él, echando fuera a todos, tomó al padre y a la madre de la niña, y a
los que estaban con él, y entró donde estaba la niña.
Mar 5:41 Y tomando la
mano de la niña, le dijo: Talita cumi; que traducido es: Niña, a ti te digo,
levántate.
Mar 5:42 Y luego la niña
se levantó y andaba, pues tenía doce años. Y se espantaron grandemente.
Mar 5:43 Pero él les
mandó mucho que nadie lo supiese, y dijo que se le diese de comer.
Un
gran milagro se refiere en estos versículos; una muchacha muerta es restaurada
a la vida. Poderoso como es el "Rey de los terrores", hay uno más
poderoso que él. Las llaves de la muerte
están en manos de nuestro Señor Jesucristo. Él un día "hará desaparecer la
muerte en la victoria" Isaías 25.8 Aprendamos en estos versículos que el
rango no es una exención del dolor. Jairo era gobernador; "sin embargo, la
enfermedad y las angustias penetran en su
casa. Probablemente es que Jairo poseía riquezas y con estas podía
emplear la ciencia de los médicos; pero el dinero no pudo alejar la muerte de
su hija. Las hijas de los gobernadores
están tan expuestas a enfermarse como las hijas de los pobres y tienen también
que morir.
Bueno es que todos lo tengamos presente, pues lo
olvidamos con mucha facilidad. Hablamos y pensamos como si la posesión de las
riquezas fuera un antídoto del pesar, y
como si el dinero pudiera preservarnos de la enfermedad y de la muerte. ¡Qué
ceguedad tan completa el imaginárselo! Dirijamos la vista en torno nuestro y eso bastará para que veamos mil
pruebas de lo contrario. La muerte entra en los salones y los palacios, lo
mismo que en la chozas, se lleva a los
propietarios lo mismo que a los labradores, a los ricos y a los pobres.
No guarda ceremonias, y no se detiene por la conveniencia de nadie. No podemos alejarla ni cerrarle el camino con barras y
cerraduras. "Está establecido que
los hombres mueran una sola vez; y después de esto, el juicio" Hebreos
9.27.
Todos vamos al mismo lugar, a la sepultura.
Podemos estar seguros que hay más igualdad de la que
a primera vista aparece en la suerte de los hombres. Las enfermedades son
grandes niveladores; no hacen
distinciones. El cielo es el único lugar en que "sus habitantes no dirán,
estamos enfermos" Isaías 23.24 Felices los que fijan sus afectos en las cosas
del cielo. Ellos, y solo ellos poseen un
tesoro incorruptible. Tendrán que esperar un poco solamente para encontrarse en
donde no oigan malas nuevas, en donde
enjugarán sus lágrimas y en donde no tendrán que vestirse de luto nunca
jamás. Allí no volverán a oír estas tristes palabras, "tu hija, tu hijo,
tu mujer, tu marido, han muerto"
Todo eso habrá pasado para siempre.
Aprendemos, además, que grande es el poder de
nuestro Señor Jesucristo. El mensaje que atravesó el corazón del gobernador,
anunciándole que su hija había muerto no
detuvo a nuestro Señor ni un momento. Levantó inmediatamente el espíritu
abatido del padre con estas palabras consoladoras, "No temas, cree tan solo"
Va a la casa donde hay muchos que lloran y se lamenta, y entra en el cuarto en
que está tendida la muchacha; la toma por la mano, y le dice; "Muchacha,
Yo te lo digo, levántate". El corazón le empieza a palpitar de
nuevo y el cuerpo que estaba sin vida vuelve a respirar. La muchacha se levantó
y caminó. No es de extrañarse que leamos
estas palabras: "quedaron asombrados con grande admiración.
Meditemos un momento en lo admirable del cambio que
tuvo lugar en aquella casa. Del llanto pasaron al regocijo, de los pésames a
las congratulaciones, de la muerte a la
vida, ¡cuán grande y maravillosa debió ser la transición! Bien pueden decirlo
que han visto la muerte de cerca, apagada la que era la luz de su hogar y el dardo de hierro clavado en lo más
íntimo del alma. Solo ellos pueden concebir lo que debió sentir la familia de
Jairo cuando vio a la que amaba devuelta
a su regazo por el poder de Cristo, ¡Qué alegre reunión de familia tendría
lugar aquella noche! Veamos en este milagro glorioso una prueba de lo que Jesús
puede hacer por las almas que se encuentran como muertas. Puede resucitar a
nuestros hijos de la muerte de la trasgresión
y del pecado, y hacerlos marchar ante El con vida nueva. Puede tomar a nuestros
hijos de la mano y decirles "Levantaos" y mandarles que no vivan para ellos solos, sino para
Aquel que murió por ellos y resucitó. ¿Tenemos un alma muerta en nuestra
familia? Clamemos al Señor para que
venga y la reanime. Efes. 2.1 Enviémosle mensaje tras mensaje, y
pidámosle su ayuda. El que vino al socorro de Jairo tiene aún abundancia de
misericordia y omnipotencia.
Veamos, finalmente, en este milagro una bendita
promesa de lo que nuestro Señor hará el día de su segunda venida. Hará salir a
su pueblo amado del seno de sus
sepulcros; los revestirá de un cuerpo mejor, más glorioso, y más bello, que el
que tenían en la época de su peregrinación. Reunirá a sus elegidos del
norte, del sur, del este y del oeste
para que nunca más se separen y nunca más vuelvan a morir. Padres creyentes
volverán a ver a sus hijos creyentes, maridos
creyentes a sus esposas creyentes. No nos aflijamos como los que no
tienen esperanza por nuestros amigos que duermen en el Señor. Cuando menos
lo esperemos asomará la mañana gloriosa
del a resurrección. "Dios traerá consigo a los que duermen en Jesús"
1 Tes. 4.14. Llegará el día en que estas palabras recibirán completo cumplimiento: "Los resucitaré
del seno de la tumba; los redimiré de la muerte: O muerte, Yo seré tu azote; o
sepulcro, Yo seré tu destrucción"
Oseas 13.14. El que resucitó a la hija de Jairo, vive aún. Cuando reúna su
rebaño en torno suyo el día final, no se echará de menos ni uno de sus corderos.
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