} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: REFLEXIONES Y MEDITACIONES VI

jueves, 2 de julio de 2015

REFLEXIONES Y MEDITACIONES VI



El pecado deja una mancha de culpa y contaminación en el alma del ser humano. Nada puede quitar esta mancha, sino la sangre de Cristo, y Cristo derramó su propia sangre para satisfacer la justicia divina, y comprar el perdón y la pureza para su pueblo.
Cristo nos ha hecho, a los creyentes, reyes y sacerdotes para Dios su Padre. De este modo podemos vencer al mundo, mortificamos el pecado, gobiernan nuestros propios espíritus, resistimos a Satanás, prevalecemos con Dios en oración y juzgaremos al mundo. Él, Jesús, nos ha hecho sacerdotes, nos ha dado acceso a Dios, nos ha capacitado para ofrecer sacrificios espirituales aceptables, y por estos favores tenemos que darle dominio y gloria para siempre. 
Él juzgará al mundo. El regreso del Señor va a ser algo concreto, personal y visible.
Caminamos hacia ese gran día en que todos veremos la sabiduría y la felicidad de los amigos de Cristo y la locura y desdicha de sus enemigos. Pensemos frecuentemente en la segunda venida de Cristo. Él vendrá para terror de quienes le hieren y crucifican de nuevo en su apostasía; Él vendrá para asombro de todo el mundo de los impíos. Él es Principio y Fin; todas las cosas son de Él y para Él; Es el Todopoderoso; el mismo Eterno e Inmutable. Si deseamos ser contados con sus santos en la gloria eterna, debemos someternos ahora voluntariamente a Él, recibirle, y honrarle como Salvador, al que creemos vendrá a ser nuestro Juez. ¡Ay,  ojalá que hubiera muchos que desearan no morir nunca, y que no hubiera un día de juicio!

Tú que lees esto, deja que la verdad de Cristo penetre en tu vida, profundiza tu fe en Jesús y afirma tu decisión de seguirlo, cueste lo que cueste.  El Señor es el comienzo y el fin. Dios el Padre es el Señor eterno y gobernante del pasado, presente y futuro. Sin Él, tú no podrá tener nada que sea eterno, nada podrá cambiar tu vida, nada podrá salvarte de tu pecado. ¿Es Cristo tu razón para vivir, el "Alfa y Omega" de tu vida? Honra a Aquel que es el principio y el final de la existencia, sabiduría y poder.  El Alfa y la Omega, la primera y última letras del alfabeto griego, declara la completa autoridad de Dios; o sea, que es el Señor de la historia. Como el único Todopoderoso, el poder de Dios es absoluto.
Aquellos que hemos nacido de nuevo por fe en Jesucristo, los seguidores de Cristo debemos contentarnos con las dificultades de aquí, puesto que estamos en tierra de extranjeros, donde nuestro Señor fue tan maltratado antes que nosotros.
Los hijos de Dios debemos andar por fe y vivir por esperanza. Podemos esperar con fe, esperanza y ferviente deseo la revelación del Señor Jesús. Los hijos de Dios seremos conocidos, y manifestados por nuestra semejanza con Jesús y seremos transformados a la misma imagen, por verle a Él.
Como creyentes, nuestro mérito se basa en el hecho de que Dios nos ama y nos llama sus hijos. Somos sus hijos ahora, no alguna vez en el futuro lejano. Saber que somos sus hijos nos anima a vivir como Jesús vivió.  Cuando obedecemos la Palabra de Dios nos enseña qué llevamos con nosotros cuando crecemos para asemejarnos a Dios: victoria sobre el pecado, amor por los demás  y  confianza delante de Dios.

  La vida cristiana es un proceso que consiste en ser cada vez más semejante a Cristo. Ese proceso no será completo hasta que lo veamos cara a cara, pero saber que es nuestra meta final debe motivarnos a purificarnos. Purificar significa guardarnos en lo moral, libres de la corrupción del pecado.  

  Hay una diferencia entre cometer un pecado y permanecer en pecado. Aun los creyentes más fieles a veces cometemos pecados, pero no amamos un pecado en particular ni decidimos cometerlo. Un creyente que comete un pecado se arrepiente, confiesa y es perdonado. Una persona que permanece en pecado, por el contrario, no siente preocupación por lo que hace. Por lo tanto, nunca confiesa y nunca recibe perdón. Dicha persona está en contra de Dios, sin importar cuán religiosa diga ser.

Después de nuestro nacimiento natural, hace falta el nuevo nacimiento en la vida de la gracia, al que ha de seguir el nuevo nacimiento a la vida de la gloria; estas dos experiencias se llaman “la regeneración”. La resurrección de nuestro cuerpo es una especie de salida de la matriz de la tierra, y de nacimiento a nueva vida. La primera tentación fué la promesa de que seríamos semejantes a Dios en el conocimiento, y por ella caímos; pero al ser levantados por Cristo, llegamos a ser en verdad semejantes a él, conociéndole como somos conocidos y viéndolo como Él es. Como la primera inmortalidad que perdió Adán fué el poder de no morir, así será la última la de no poder morir. Como la primera libre elección y voluntad del hombre fué el poder de no pecar, así nuestra última será la de no poder pecar.
 El diablo cayó por aspirar al poder de Dios; el hombre, por aspirar al conocimiento de Dios; pero aspirando a la santidad de Dios, hemos de crecer siempre en su semejanza.  La contemplación continua genera la semejanza; como la cara de la luna siempre vuelta hacia el sol, refleja la luz y la gloria de él. Le veremos, no en su íntima divinidad, sino como manifestado en Cristo. Ningunos sino los puros pueden ver a aquel que es infinitamente puro.  Nuestro cuerpo espiritual reconocerá y apreciará a los seres espirituales en el más allá, así como ahora nuestro cuerpo natural, a objetos naturales.
La perspectiva de ser transformados en la semejanza de Cristo nos motiva a los cristianos a vivir en justicia. La capacidad de Cristo para vencer la tentación y permanecer puro le hace el modelo para todos los creyentes, que le hemos reconocido como Salvador y Señor.

En este sistema mundano, nada puede ser más absurdo que la conducta de los que dudan de la verdad del cristianismo, mientras en los asuntos corrientes de la vida no vacilan y confian basados en el testimonio humano falible, y considerarían perturbado  a quien dejara de hacerlo así.
El cristiano verdadero ha visto su culpa y miseria, y su necesidad de un Salvador. Ha visto lo adecuado de tal Salvador para todas sus necesidades y circunstancias espirituales. Ha encontrado y sentido el poder de la palabra y la doctrina de Cristo, humillando, sanando, vivificando y consolando su alma. Tiene una nueva actitud y nuevos pensamientos, y no es el hombre que fue anteriormente. Pero aún hay una lucha consigo mismo, con el pecado, con la carne, el mundo y las potestades malignas. Pero encontramos tal fuerza de la fe en Cristo, que podemos vencer al mundo y seguir viaje hacia uno mejor. Tal seguridad tenemos en el  verdadero Evangelio de Jesucristo, en la Palabra de Dios en la Biblia: tenemos un testigo en nosotros mismos que acaba con toda duda que se presenta, el Espíritu con el que fuimos sellados, que por gracia nos capacita por fe en las verdades principales del evangelio.
Aquí está lo que hace tan espantoso el pecado del incrédulo: el pecado de la incredulidad. Él trata de mentiroso a Dios; porque no cree el testimonio que Dios dio de su Hijo. En vano es que un hombre alegue que cree el testimonio de Dios en otras cosas, mientras lo rechaza en esto. El que rehúsa confiar y honrar a Cristo como Hijo de Dios, el que  rechaza someterse a su enseñanza como Profeta, a confiar en su expiación e intercesión como gran Sumo Sacerdote u obedecerle como Rey, está muerto en pecado, bajo condenación; una moral externa, conocimiento, formas,religiosidad, nociones o confianzas de nada le servirán. Jesucristo es la Puerta, o pasas por Ella, o te quedas fuera para condenación eterna. Asi de claro.

Basados en todas estas pruebas sólo es justo que creamos en el nombre del Hijo de Dios. Los cristianos que hemos nacido de nuevo tenemos vida eterna en el pacto del evangelio. Entonces, recibamos agradecidos el registro de la Escritura. Siempre abundando en la obra del Señor, sabiendo que nuestro trabajo en el Señor no es en vano. El Señor Jesucristo nos invita a ir a Él en todas las circunstancias, con nuestras súplicas y peticiones, a pesar del pecado que nos asedia. Nuestras oraciones deben ser ofrecidas siempre sometidas a la voluntad de Dios. En algunas cosas son contestadas rápidamente, en otras son otorgadas de la mejor manera, aunque no como se pidió. Debemos orar por el prójimo y por nosotros mismos. Hay pecados que batallan contra la vida espiritual, en el alma y contra la vida de lo alto, todos los días, pero es nuestra obligación permanecer firmes y abrazados a Jesús, limpiados por Su Sangre de nuestro polvo acumulado en el caminar diario. No podemos orar que sean perdonados los pecados de los impenitentes e incrédulos mientras sigan así; ni que les sea otorgada misericordia, la cual supone el perdón de pecado, mientras sigan voluntariamente así. Pero podemos orar por su arrepentimiento, por el enriquecimiento de ellos con la fe en Cristo, y sobre la base de ella, por todas las demás misericordias salvadoras.
Debemos orar por el prójimo y por nosotros rogando al Señor que perdone y recupere al caído y alivie al tentado y afligido. Seamos agradecidos de verdad porque todo lo hemos recibido de gracia. Todo el Honor, Honra, Cantos, Alabanzas y Gloria sean dadas a Dios Padre, en el nombre de nuestro Salvador y Señor Jesucristo.

Muchos judíos pensaron que las Buenas Nuevas de Jesús eran tontería, porque se les había enseñado que el Mesías sería un rey conquistador, al que acompañarían señales y milagros. Jesús no restauró el trono de David como ellos esperaban que lo hiciera. Además, fue ejecutado como un criminal común y, ¿cómo un criminal podría ser un salvador? Los griegos también consideraban que el evangelio era necio: no creían en la resurrección corporal; no veían en Jesús las características poderosas de los dioses de su mitología, y pensaban que una persona con reputación no debía ser crucificada. La muerte era una derrota, no una victoria.
Las buenas nuevas de Jesús todavía parecen tontas para muchos. Nuestra sociedad rinde culto al poder, a la influencia y a la riqueza. Jesús vino como un siervo pobre y humilde, y ofrece su reino a aquellos que tienen fe, que no dependen de sus obras. Esto parece locura para el mundo, pero Cristo es nuestro poder, el único camino para ser salvo. Conocer a Cristo personalmente es la sabiduría más grande que uno puede tener.

  El mensaje de la muerte de Cristo suena insensato a los que no creen. La muerte parece ser el final del camino, la debilidad suprema. Pero Jesús no permaneció muerto. Su resurrección demostró su poder sobre la muerte. Y El nos salvará de la muerte eterna y nos dará vida eterna si confiamos en El como Salvador y Señor. Esto suena tan simple que muchos no lo aceptan. Buscan otras maneras de obtener la vida eterna (ser buenos, ser sabios, ser muy religiosos, ser filántropos etc.). Pero todos sus intentos son en vano. Los pobres de espíritu que simplemente aceptan la oferta de Cristo resultan ser los verdaderos sabios, porque solo ellos vivirán eternamente con Dios.