Cualquier ruptura de relaciones
puede afectar nuestra relación con Dios. Si tenemos un problema con un amigo,
debemos resolverlo lo antes posible. Somos hipócritas si manifestamos tener
buenas relaciones con Dios mientras no las tenemos con otra persona. Nuestras
relaciones con los demás reflejan nuestra relación con Dios. Un hermano
esquivo, que no interactúa con el resto en la congregación, es un síntoma muy
destacable de que algo anda mal en su relación con Dios.
De ahí la hermosa práctica de la iglesia primitiva,
que procuraba enmendar todas las diferencias entre los hermanos en Cristo, en
el espíritu de amor, antes de participar de la comunión; y en la Iglesia
Anglicana está especialmente marcada una indicación similar al practicar esta
ordenanza. Por cierto que, si la celebración de la Cena del Señor es el acto de
culto de mayor importancia, la reconciliación, aunque obligatoria en todo acto
de culto, debe ser especialmente necesaria entonces.
Cuando alguien nos da un regalo, diríamos: "¡Qué lindo es!,
¿cuánto le debo?" No, la respuesta apropiada es: "Gracias". La
gracia es la base sobre la cual Dios salva al pecador, y la fe es el medio por
el cual los creyentes recibimos la salvación.
Con cuánta frecuencia algunos cristianos, aun después de habernos rgalado la salvación, se sienten obligados a hacer algo para llegar hasta Dios.
Debido a que nuestra salvación e incluso nuestra fe son regalos, debiéramos
responder con gratitud, alabanza y regocijo al dador de esa gracia a Dios
Padre. “Dios justifica al hombre creyente, no por el mérito de su creencia,
sino por el mérito de Aquel en quien cree”.
La iniciación, así como también el crecimiento de la fe, es de parte
del Espíritu de Dios, no por la propuesta externa de la palabra, sino por la
iluminación interna en el alma. Sin embargo, “la fe” viene por los medios de
los cuales el hombre tiene que valerse: “la fe es por el oír; y el oír por la
palabra de Dios” y la oración, aunque la bendición es completamente de parte de
Dios
Llegamos a ser cristianos mediante el don
inmerecido de Dios, no como el resultado de algún esfuerzo, habilidad, elección
sabia o acto de servicio a otros de nuestra parte. Sin embargo, como gratitud
por este regalo, buscamos servir y ayudar a otros con cariño, amor y
benevolencia y no para agradarnos a nosotros mismos. Si bien ninguna acción u
"obra" nos puede ayudar para obtener la salvación, la intención de
Dios es que nuestra salvación resulte en obras de servicio. No somos salvos
solo para nuestro beneficio, sino para el de El, para glorificarle y edificar
la Iglesia.
El pecado es la muerte del alma. Un hombre muerto
en delitos y pecados no siente deseos por los placeres espirituales. Cuando
miramos un cadáver, da una sensación espantosa. El espíritu que nunca muere se
ha ido, y nada ha dejado sino las ruinas de un hombre. Pero si viéramos bien
las cosas, deberíamos sentirnos mucho más afectados con el pensamiento de un
alma muerta, un espíritu perdido y caído.
El estado de pecado es el estado de conformidad con este mundo. Los
hombres impíos son esclavos de Satanás que es el autor de esa disposición
carnal orgullosa que hay en los hombres impíos; él reina en los corazones de
los hombres.
De la Escritura queda claro que si los hombres han sido más dados a la
iniquidad espiritual o sensual, todos los hombres, siendo naturalmente hijos de
desobediencia, son también por naturaleza hijos de ira. Entonces, ¡cuánta razón
tienen los pecadores para procurar fervorosamente la gracia que los hará hijos
de Dios y herederos de la gloria, habiendo sido hijos de ira!
-El amor eterno o la buena voluntad de Dios para con sus criaturas es
la fuente de donde fluyen todas sus misericordias para nosotros; ese amor de
Dios es Amor grande, y su Misericordia es misericordia rica. Todo pecador
convertido es un pecador salvado; librado del pecado y de la ira. La gracia que
salva es la bondad y el favor libre e inmerecido de Dios; Él salva, no por las
obras de la ley, sino por la fe en Cristo Jesús.
La gracia en el alma es vida nueva en el alma. Un pecador regenerado
llega a ser un ser viviente; vive una vida de santidad, siendo nacido de Dios:
vive, siendo librado de la culpa del pecado, por la gracia que perdona y
justifica. Los pecadores se revuelcan en el polvo; las almas santificadas se
sientan en los lugares celestiales, levantadas por sobre este mundo por la
gracia de Cristo.
La bondad de Dios al convertir y salvar pecadores aquí y ahora,
estimula a los demás a esperar, en el futuro, en su gracia y misericordia.
Nuestra fe, nuestra conversión, y nuestra salvación eterna no son por las
obras, para que ningún hombre se jacte. Estas cosas no suceden por algo que
nosotros hagamos, por tanto, toda jactancia queda excluida. Todo es regalo
libre de Dios y efecto de ser vivificado por su poder. Fue su propósito para lo
cual nos preparó bendiciéndonos con el conocimiento de su voluntad, y su
Espíritu Santo produce tal cambio en nosotros que glorificaremos a Dios por
nuestra buena conversación y perseverancia en la santidad. Nadie puede abusar
de esta doctrina de la gracia apoyándose en la Escritura, ni la acusa de
ninguna tendencia al mal. Todos los que así hacen, no tienen excusa y no pueden
decir que han nacido de nuevo. ¿Acaso Cristo nos liberó del pecado, para volver
a caer en él? Tiene que haber un equilibrio, por el conocimiento de la Palabra
de Dios en la Biblia, para que no caigamos en los abusos de la docrina de la
gracia.
Los hebreos simbolizaron los
aspectos variados de una persona al localizarlos en ciertos órganos físicos. El
corazón era el órgano de la razón, inteligencia y voluntad. Es tan profunda
nuestra tendencia al pecado que solo la redención de Dios puede liberarnos.
Podemos
ver como se contrastan dos clases de personas: los que confían en el ser humano
y los que confíamos en Dios. El pueblo de Judá confiaba en dioses falsos y en
alianzas militares y no en Dios. Por lo tanto, fueron áridos y sin frutos. En
contraste, los que confíamos en el Señor florecemos como árboles plantados
junto al agua. En tiempos difíciles, quienes confían en el ser humano se
empobrecerán y serán débiles espiritualmente, así que no tendrán fuerzas a las
que recurrir. Sin embargo, quienes confíamos en el Señor tendremos abundante
fortaleza, no solo para nuestras
necesidades, sino para las de los demás. ¿Estamos satisfechos de no llevar
frutos o, como un árbol bien regado, tenemos fuerzas para los tiempos de crisis
y algo más para dar a otros mientras nosotros llevamos frutos para el Señor?
Dios
aclara por qué pecamos: es un asunto del corazón. Nuestros corazones han estado
inclinados hacia el pecado desde el momento en que nacimos. Es fácil caer en la
rutina de olvidar y abandonar a Dios. Pero aún podemos decidir si continuamos o
no en pecado. Podemos ceder a una tentación específica, o podemos pedir ayuda a
Dios para resistir la tentación cuando esta llegue.
Hay un
buen camino y un mal camino para realizar cualquier tarea. El hombre que se
enriquece mediante el engaño terminará insensato y pobre. Ya sea en el trabajo,
en la escuela o en el juego, debemos luchar por ser honestos en nuestros
tratos. Obtener un ascenso, pasar un examen o ganar prestigio con injusticia
nunca traerá bendición de Dios ni felicidad duradera.
Vivamos siempre ensalzando el gozo de obedecer a Dios y no escuchar a
los que lo desacreditan o ridiculizan. Nuestros amigos pueden tener una influencia
profunda en nosotros, a menudo en forma muy sutil. Si insistimos en tener
amistad con los que se burlan de lo que Dios considera importante, nos veremos
llevados hacia el pecado y nos volveremos indiferentes a la voluntad de Dios.
Esta actitud es igual a la burla. ¿Nos edifican en nuestra fe los amigos o la
destruyen? Los amigos verdaderos deben acercarnos a Dios.
Dios no
juzga a la gente sobre la base de la raza, sexo o nacionalidad. La juzga sobre
la base de su fe en El y la respuesta que dan a su voluntad revelada. Los que
con diligencia tratamos de obedecer la voluntad de Dios somos como árboles
sanos que damos fruto y con grandes raíces
y Dios promete cuidarnos. La sabiduría de Dios guía nuestras vidas. En
contraste, los que no confían en El ni le obedecen tienen vidas sin significado
que el viento se lleva como si fuera polvo.
Sólo existen dos caminos en la vida: el camino de la obediencia a Dios
o el camino de la rebelión y destrucción. Asegurémonos de elegir la senda de
Dios porque nuestra elección determinará dónde pasaremos la eternidad
Debemos
aprender a seguir a Dios al meditar en su Palabra. Meditar significa pasar
tiempo leyendo y pensando en lo que hemos leído. Además significa pensar acerca
en cómo cambiar para vivir como a Dios le agrada. Conocer y meditar la Palabra
de Dios son los primeros pasos para aplicarla a nuestro diario vivir. Si
queremos seguir a Dios más de cerca, debemos conocer lo que El dice. Mientras
más conozcamos el punto de vista de la Palabra de Dios, más recursos tendremos
para tomar nuestras decisiones diarias. Mientras más nos deleitamos en la
presencia de Dios, más fructífero seremos. Por otro lado, mientras más
permitamos que los que ridiculizan a Dios afecten nuestros pensamientos y
actitudes, más nos separamos de la fuente real de alimento espiritual. Debemos
tener contacto con los incrédulos si es que queremos hablarles de Dios. Pero no
debemos imitar su conducta pecaminosa. Si deseamos desesperarnos, pasemos
tiempo con los escarnecedores. Pero si deseamos felicidad, cultivemos la
amistad de los que aman a Dios y su Palabra.