Mateo 6:12 Y suéltanos nuestras deudas, como
también nosotros soltamos a nuestros deudores. (La Biblia de Casiodoro de Reina 1569)
Antes que uno pueda
hacer suya honradamente esta petición de la Oración a Dios, debe darse cuenta de
que necesita hacerla. Es decir: Antes de que una persona puede hacer esta
petición debe tener sentimiento de pecado. El pecado no es una palabra popular
hoy en día. A los hombres y a las mujeres más bien les fastidia que los llamen,
o que los traten como pecadores que merecen el infierno.
Lo malo es que casi todo el mundo tiene una idea equivocada del
pecado. Están de acuerdo en que un ladrón, un borracho, un asesino, un
adúltero, un blasfemo, son pecadores; pero ellos no son culpables de ninguno de
estos pecados; viven una vida decente, normal y corriente, respetable y nunca
han estado en peligro de que los llevaran a juicio, o a la cárcel. Por tanto
creen que eso del pecado no tiene nada que ver con ellos.
He aquí una interpretación del pecado de vital
importancia, pues hace que él sea una ofensa contra Dios que demanda una
reparación a sus violados derechos a nuestra absoluta sujeción. Como el deudor
en manos del acreedor, así es el pecador en las manos de Dios. Este concepto
del pecado, en efecto, se había presentado ya en este discurso, en la
advertencia de que nos reconciliásemos con nuestro adversario pronto, a fin de
que no se pronunciara contra nosotros sentencia, condenándonos a
encarcelamientos hasta pagar el último maravedí (Mateo
5:25, 26). Esta advertencia aparece repetidas veces en las enseñanzas
subsiguientes de nuestro Señor, como en la parábola del Acreedor y sus Dos Deudores
(Lucas_7:41), en la del Deudor Despiadado. Pero
al agregarla a este breve modelo de oración, y como la primera de estas tres
peticiones que tienen que ver con el pecado, nuestro Señor nos enseña, de la
manera más enfática concebible, a considerar como principal y fundamental este
concepto del pecado. Dicho concepto nos impele a buscar el perdón, el cual no
quita la mancha del pecado de nuestro corazón, ni tampoco nos quita el justo
temor de la ira de Dios ni las indignas sospechas de su amor, sino que aparta
de la mente de Dios mismo, su desagrado contra nosotros por causa del pecado,
o, para retener la comparación, borra o cancela de su “libro de memorias” todo
registro contra nosotros por el pecado.
Aquí hallamos el mismo concepto tocante al
pecado; solamente que ahora es transferido a la región de las ofensas hechas y
recibidas entre hombre y hombre. Después de lo dicho en Mateo 5:7, no se pensará que el Señor enseñe aquí que nuestro
ejercicio del perdón para con nuestro prójimo absolutamente preceda y sea la
base propia del perdón de Dios para nosotros. Su enseñanza, como la de todas
las Escrituras, es del todo contrario a esto. Pero así como nadie
razonablemente puede imaginarse ser el objeto del perdón divino, si deliberada
y habitualmente no tiene espíritu perdonador para con sus semejantes, así es
una hermosa provisión el hacer que el derecho nuestro de pedir y esperar
diariamente el perdón de nuestras faltas, y nuestra absolución final al entrar
al reino en el gran día, sean dependientes de nuestra disposición para perdonar
a nuestros semejantes, y nuestra prontitud para protestar ante el Escudriñador
de corazones de que en realidad los hemos perdonado ( Marcos_11:25-26).
Dios ve su propia imagen reflejada en sus hijos perdonadores; así que, pedir a
Dios lo que nosotros no concedemos a los hombres, sería lo mismo que
insultarle. Tanto énfasis hace nuestro Señor en esto, que inmediatamente al
terminar esta oración, es éste el único punto de la oración al cual vuelve, con
el fin de asegurarnos de que la actitud de Dios hacia nosotros en este asunto
del perdón, será exactamente como haya sido la nuestra.
Se nos enseña a odiar y aborrecer el pecado mientras esperamos
misericordia, a desconfiar de nosotros, a confiar en la providencia y la gracia
de Dios para impedirnos pecar, a estar preparados para resistir al tentador, y
no volvernos tentadores de los demás.
Aquí hay una promesa: Si perdonas tu Padre celestial también te
perdonará. Debemos perdonar porque esperamos ser perdonados. Los que desean
hallar misericordia de Dios deben mostrar misericordia a sus hermanos. Cristo
vino al mundo como el gran Pacificador no sólo para reconciliarnos con Dios
sino los unos con los otros.
Sólo que aquí esta petición
está condicionada. Jesús presupone que hemos ejercitado el perdón mutuo y que
nos hemos perdonado nuestras recíprocas faltas. Lo que para Jesús parece
evidente y la oración sólo puede ser dirigida a Dios a partir de esta
certidumbre, aquí explícitamente expresada, que nos acucia en nuestra propia
carne. Dios no nos lo otorga todo gratuitamente, ni reparte su gracia por así
decir sin orden ni concierto. Solamente está dispuesto a tomar la carga de lo
que le debemos si hemos hecho lo mismo entre nosotros. Pero entonces también
sucede de hecho que podemos esperar el perdón con seguridad. Lo que en este
ruego se pide a Dios, quizás es lo mayor, en cuanto se refiere a nuestra vida
privada. Porque el pecado es el lastre más gravoso de nuestra vida. Así nos lo
enseña nuestra propia experiencia. Sobre todo el hombre sabe que por sí solo no
puede liberarse de esta carga. Necesita del médico, que es superior a él y le
cuida la llaga con mano suave, sin que pueda pagar los honorarios. Sólo Dios es
este médico, que no se cansa de estar dispuesto a purificarnos y curar nuestras
enfermedades. En último término esta petición dirige la mirada al fin: entonces
se corrobora una vez más que estamos diariamente, a través de toda nuestra
vida, como culpables ante Dios. Allí esperamos la gran misericordia de Dios,
que todo lo abarca, incluso los pecados que nos son desconocidos, nuestros
vínculos inconscientes con la culpa, los escándalos que hemos dado a otros
involuntariamente, toda la deuda de la confusa historia, de nuestros padres y
pueblos. ¿Qué sería de nosotros sin esta esperanza?
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