Mateo 6:1-4 Mirad que no hagáis vuestra limosna delante
de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis salario
acerca de vuestro Padre que está en los cielos.
Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como
hacen los hipócritas en las sinagogas y en las plazas, para tener gloria de los
hombres; de cierto os digo, que ya tienen su recompensa.
Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda
lo que hace tu derecha;
para que sea tu limosna en secreto; y tu
Padre que ve en secreto, él te pagará en público.
(La Biblia de Casiodoro de Reina 1569)
En el capítulo 6 Jesús a
continuación también trata de la verdadera justicia. Los ejemplos precedentes
mostraron cómo la antigua ley debe cumplirse en el nuevo espíritu. Ahora Jesús
habla de la práctica de la limosna. En ella puede expresarse la verdadera
adoración de Dios y la verdadera justicia, si se hacen con el espíritu
adecuado. Pero también puede suceder lo contrario, si se convierten en formas
puramente externas o tal vez sirven al egoísmo del hombre. Jesús descubre la
conducta hipócrita y señala con claras palabras el camino certero sigue explicando la justicia que es mayor
que la de los escribas y fariseos. Jesús les acusa de hipocresía en su servicio
a Dios. Debemos escuchar con atención tales advertencias.
Mateo_6:1-18
se
dirige al propósito de servir y adorar a Dios. ¿Qué nos mueve? ¿Por qué
servimos a Dios? ¿Para ser vistos de los hombres?
Jesús siempre tenía
que enseñar sobre la cuestión del propósito de servir a Dios. Continuamente
estaba rodeado de multitudes, pero ¿por qué le buscaban? ¿Para obtener panes y
peces? ¿Con propósito político? ¿Por curiosidad? ¿Cuántos de los que le seguían
eran sinceros? El mismo problema existe hoy en día. ¿Por qué asiste la gente a
alguna iglesia? ¿Con fines sociales? ¿Para divertirse? ¿Porque les gusta a ellos
los miembros o el predicador? ¿Habrá ventajas económicas? ¿Para agradar a la
familia? ¿Para apaciguar la conciencia? ¿Para adorar a Dios en espíritu y en
verdad?
La Biblia no
solamente nos enseña lo que debemos hacer, sino también nos enseña los propósitos
y las motivaciones con los cuales debemos obedecer. Si no obedecemos con
propósito correcto, nuestra obediencia no es aceptable a Dios.
Con mirada perspicaz
descubre Jesús la oposición entre la verdadera y la falsa práctica de la
justicia: ¿Se practica la justicia al hombre o por amor a Dios? Detrás de las
obras piadosas se oculta un sentimiento que busca el propio yo. Este
sentimiento, en vez de buscar la aprobación de Dios, busca la alabanza de los
hombres; en vez de esperar la recompensa sólo de Dios, aguarda la recompensa de
los hombres. Lo que quizás puede aparecer como envanecimiento inofensivo o
debilidad demasiado humana, pero perdonable, no es en último término culto
divino, sino servicio prestado a los hombres. Pero entonces el conjunto se desvaloriza
y se vuelve hueco. La verdadera adoración de Dios sólo puede estar dirigida al
mismo Dios y a la recompensa por él prometida. Cualquier mirada de soslayo a la
alabanza o a la censura de los hombres falsea esta pura dirección. No se dice
que una buena obra solamente deba hacerse por amor de la recompensa divina,
sino que la recompensa se otorga espontáneamente, si se tenía este sentimiento
genuino.
Por lo tanto, debemos
examinarnos con cuidado (2Corintios_13:5),
porque no basta con ofrecer el servicio y culto a Dios que son correctos en
cuanto a forma, sino que también debemos servir y adorar a Dios con corazón
limpio (Mateo_5:8; Juan_4:24).
Mateo_5:16, "Así alumbre vuestra luz delante de
los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre
que está en los cielos". Alumbramos nuestra luz cuando hacemos buenas
obras. La gente se da cuenta de lo que hacemos, pero el propósito nuestro es para
que Dios sea glorificado.
Pero el propósito de los hipócritas era
distinto. Aunque profesaban ofrecer servicio a Dios, en realidad querían
obtener gloria para si mismos, y no para Dios. En esto eran falsos
("hipócritas"). Querían llamar la atención de la gente a su acto de
dar a los pobres, que la gente se diera cuenta de la generosidad de ellos.
Querían ser "alabados" por la gente (que la gente dijera, "¡Qué
generosos y piadosos son estos hombres!"). La recompensa que buscaban era el
honor, la admiración y la alabanza de la gente. Profesaban servir a Dios,
pero no buscaban la aprobación de Dios.
Juan_5:44,
"¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros, y
no buscáis la gloria que viene del Dios único". Este texto describe
perfectamente la actitud de los "hipócritas" (Mateo_6:2).
Gálatas_1:10,
Pablo no tenía esa actitud. "Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o
el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los
hombres, no sería siervo de Cristo". Es probable que los oponentes de
Pablo le acusaban de querer congraciarse con los hombres, pero Pablo era el
esclavo de Cristo. Dijo, "De aquí en adelante nadie me cause molestias;
porque yo traigo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús" (Gálatas_6:17). Como el esclavo llevaba el nombre y el
emblema de su dueño grabados en su cuerpo a hierro candente, así también las
cicatrices en el cuerpo de Pablo daban evidencia viva de sus sufrimientos por
Cristo. Era prueba convincente de que Pablo era el esclavo de Cristo. Siendo
tan obviamente el esclavo de Cristo, ¿cómo, pues, podía servir a los hombres y
buscar el favor de ellos?
La
limosna
El que da limosna no
se exonera de una apremiante obligación social con un parco donativo. Antes
bien sabe que sus propios bienes sólo le han sido confiados y que no le han
sido dados en plena propiedad. El necesitado y el pobre son miembros de la
comunidad exactamente igual que él, y tienen los mismos derechos que cualquier
otra persona. La solicitud por los pobres es piedra de toque para una adecuada
orientación social. Así lo han machacado infatigablemente los profetas en sus
conciudadanos. Pero en último término esta solicitud por el indigente no debe
provenir tan sólo de una compasión humana y de la responsabilidad social, sino
que debe estar dirigida a Dios. Porque él es el padre de todos los hombres. Su
voluntad es que nadie continúe en la penuria, sino que sea recibido con
misericordia por los hermanos, porque Dios también se compadece de todo el
pueblo.
Pero incluso cuando
el hombre da limosnas por amor de Dios, no queda exento de peligros.
Precisamente entonces está al acecho el peligro del egoísmo. Jesús tiene ante
su vista personas que se jactan y hacen alarde de su gasto, publican en voz
alta el importe del dinero o el valor de un donativo. Quieren granjearse la
alabanza de los hombres y ser elogiados como bienhechores. Su nombre debe
divulgarse en voz baja de boca en boca: Ved cuánto bien hace.
Jesús no acepta el
camino agradable: lo que haces, debe quedar en secreto. Si nadie lo llega a
conocer, tú mismo en cierto modo no lo sabes o lo olvidas en seguida («no sepa
tu izquierda lo que hace tu derecha»), entonces tienes seguridad de que tu obra
fue hecha por Dios. No te preocupes de que tu obra sea olvidada o no encuentre
ningún reconocimiento. Dios también contempla lo oculto; para él no hay ninguna
zona inaccesible, conoce los deseos más íntimos de tu corazón. Conoce
exactamente tu sentimiento y según él pesa el valor de tus actos. El que busca
la alabanza de los hombres, ya ha recibido su recompensa, una recompensa
escuálida, terrena, y ya no tiene que esperar ninguna otra. Ya «ha liquidado». Recibe
recompensa el que obra el bien por amor de Dios con sencillez y sin ser
advertido.
La
"trompeta" se refiere a cualquier medio de publicidad (ahora sería el
periódico, la radio, etc., o el mismo púlpito).
Nunca termina este
problema, porque hay peligro para todos los que
ofrecen servicio a Dios. Por ejemplo, en las publicaciones de los hermanos
liberales hay listas de los que contribuyen a sus instituciones, escuelas,
asilos para niños o para ancianos, casas de publicación, y a varias iglesias patrocinadoras.
Aún tienen categorías de reconocimiento, según la cantidad de las ofrendas. Las
escuelas para predicadores contribuyen mucho a este mal. Los aprobados
llevan títulos (por ejemplo, "Misionero" Mateo_23:7-8)
y "cartones" (diplomas) que los elevan sobre los demás. Ya son
predicadores profesionales. Es probable que un día se llamen
"Reverendo", como ya se practica entre las denominaciones (1Samuel 8:5).
Sin embargo, es necesario reconocer que
también los que nos oponemos a estas innovaciones estamos en peligro. Hay
gran peligro de que los ancianos, diáconos, maestros, directores de cantos como
también los miembros que cantan bajo su dirección, y sobre todo, los
predicadores caigan en este error. Es fácil caer en la tentación de predicar,
orar, cantar, etc. para impresionar a los miembros, y para que nos alaben. Hay
miembros de la iglesia que alaban mucho a los directores del culto (al director
de los cantos, al predicador, aun al hermano que dirige la oración) y ¿qué
hermano rechaza las palabras de alabanza? Hay peligro de que nos engañemos
diciendo, "Quiero que me aprecien", cuando en verdad simplemente
queremos nuestra "recompensa" (ser alabados por ellos).
La recompensa es una gran motivación para
todos. ¿Quién no busca la recompensa? Aunque la salvación es por gracia, Cristo
habla mucho de la recompensa que nos espera (Mateo_5:1-12;
Mateo_10:41; Mateo_25:34-46,).
A muchos
"Evangélicos" no les gusta hablar de recompensa. Insisten en que la
salvación es por "la gracia sola", y no se sienten cómodos cuando
hablan de recompensa. Les parece un poco conflictivo, porque creen que la
recompensa tiene que ver con merecer la salvación, pero esto no debe ser
ningún problema para los que predican el evangelio verdadero, pues la Biblia
enseña que hay castigo para los injustos, y hay recompensa para los justos.
Sin
embargo, algunos quieren su recompensa ahora; por eso, quieren ser
alabados por los hombres. Dice Jesús, "ya tienen su recompensa". Ya
son pagados; ya han recibido la totalidad de su pago. No reciben
solamente la mitad de su recompensa ahora, para esperar la otra mitad de
Dios en el día final, porque no habrá "otra mitad" de recompensa. Leamos
Lucas_6:24, "Mas ¡ay de vosotros, ricos!
porque ya tenéis vuestro consuelo!" Como dijo Padre Abraham al rico (Lucas_16:25), "Hijo, acuérdate que recibiste tus
bienes en tu vida", es decir, ya recibió todo.
Si profesamos servir
a Dios, pero con los ojos puestos en los hombres (para ser alabados por ellos),
estamos sirviendo a los hombres, y los hombres tienen que pagarnos.
Cuando ellos nos alaban, ya estamos pagados. Si buscamos la alabanza de
los hombres, Dios no nos pagará porque no le estamos sirviendo a Él.
Hacemos burla de Dios si profesamos servirle cuando el corazón está en la
recompensa de los hombres. Dios solamente recompensa a los que le sirven a el
"en secreto" (es decir, un servicio sincero de corazón singular que
es para agradar a Dios y no a los hombres).
La recompensa que se
recibe de los hombres no se puede comparar con la recompensa de Dios porque
la recompensa de los hombres no es confiable. Es muy caprichosa, porque los
hombres son inconsecuentes, inconstantes y cambiables. Lo que les agrada hoy no
les agrada mañana. Recuérdese el ejemplo de la alabanza que Jesús recibió
durante la entrada triunfal (Mateo_21:9).
Al entrar Jesús en la ciudad algunos decían "Hosanna al Hijo de David!
pero durante la misma semana algunos decían "¡Sea crucificado!" (Mateo_27:22). Pablo fue alabado (adorado) por los de
Listra, pero en poco tiempo fue apedreado por los mismos (Hechos_14:11-19). Así es la alabanza de los hombres.
Por lo tanto, los que buscan su recompensa ahora, es decir, quieren ser
alabados por los hombres, pueden perder su recompensa aun ahora, como
también después.
"Tu
izquierda... tu derecha". Recuérdese que Jesús habla del corazón,
del propósito de la persona que sirve a Dios. La mano izquierda no tiene
su propia mente. Muchas veces Jesús emplea lenguaje figurado para dar más
énfasis a cierta enseñanza.
No perdemos la recompensa de Dios
simplemente porque otros saben de nuestras buenas obras. No hay pecado en
que otros sepan de nuestra obediencia a Dios. Por lo contrario, Mateo_5:16 dice que cuando otros observan nuestras
buenas obras glorifican a Dios. El Nuevo Testamento publica la
obediencia de varias personas en Hechos de los Apóstoles, y publica las
buenas obras de varias personas: Marcos_12:41-44; Hechos_9:36-39;
Romanos_16:1-2; 1Corintios_16:15-16. Por lo tanto, sabemos que no es
malo que otros sepan de nuestras buenas obras. Tampoco es malo que nosotros
alabemos las buenas obras de otros. En la iglesia, en el hogar y en otras
relaciones y actividades podemos alabarnos los unos a otros sin pecar y sin
buscar la gloria el uno del otro. Sin embargo, tanto los que alaban como los
que se alaban deben tener mucho cuidado del corazón, para que la gloria sea
para Dios. ¿Por qué alabó Pablo a ciertas iglesias e individuos? (1Corintios_16:15-16; 2Corintios_8:1; 2Corintios_8:11).
Para estimularnos a imitar las buenas cualidades y buenas obras de los
fieles.
Pero recuérdese que
siempre hay mucho peligro cuando nos alabamos los unos a los otros. Debemos
examinarnos constantemente (1Corintios_11:31/ 2 Corintios_13:5) y siempre buscar la
aprobación (y recompensa) de Dios en lugar de la recompensa de los hermanos.
Debemos preguntarnos con toda sinceridad, "¿Por qué voy a las reuniones de
la iglesia? ¿Por qué predico? ¿Por qué quiero dirigir los himnos? etc. Está
bien que otros nos alaben, pero ¿cómo nos afecta tal alabanza? Lo
importante es que nosotros sirvamos al Señor y no a los hombres.
El Padre nos recompensará. El lleva las
cuentas y sabe todo, aun los pensamientos del corazón. Hebreos_6:10, "Porque Dios no es injusto para olvidar
vuestra obra". Eclesiastes_12:14,
"Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa
encubierta, sea buena o sea mala".
Las bienaventuranzas.
Después de cada una de las bienaventuranzas, Jesús promete una bendición
("verán a Dios", "vuestro galardón es grande en los
cielos", etc.).
Romanos_2:16, "en
el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme
a mi evangelio".
Cuando estudiamos los versículos iniciales de
Mateo 6, nos enfrentamos inmediatamente con una cuestión de lo más
importante: ¿Qué lugar tiene la motivación de la recompensa en la vida
cristiana? Esta cuestión es tan
importante que haremos bien en detenernos a examinarla antes de iniciar nuestro
estudio del capítulo en detalle.
Se afirma muy a menudo que la motivación de
la recompensa no tiene absolutamente ningún lugar en la vida cristiana. Se
mantiene que debemos ser buenos por ser buenos; que la virtud es su propia
recompensa, y que hay que desterrar de la vida cristiana la misma idea de la
recompensa. Hubo un antiguo santo que solía decir que quería apagar todos los
fuegos del infierno con agua, y abrasar todos los gozos del cielo con fuego,
para que la gente buscara la bondad solamente por amor a la bondad misma, para
que la idea de recompensa y castigo fuera eliminada totalmente de la vida. Algo
de esto fue lo que inspiró el gran soneto español:
No me mueve, mi
Dios, para quererte el Cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno,
tan temido, para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves,
Señor, muéveme el verte clavado en esa Cruz y escarnecido; muéveme ver Tu
cuerpo tan herido, muévenme Tus afrentas y Tu muerte.
Muéveme en fin Tu
amor, y en tal manera que aunque no hubiera Cielo yo Te amara, y aunque no
hubiera infierno, Te temiera.
No me tienes que
dar porque Te quiera; porque, si lo que espero no esperara, lo mismo que Te
quiero Te quisiera.
Sin duda esta es la expresión de una gran
nobleza espiritual. Sin embargo, Jesús no Se retrajo de hablar de las
recompensas de Dios, Jesús nos asegura que no quedarán sin su recompensa
correspondiente.
Tampoco es este un ejemplo aislado de la idea
de la recompensa en la enseñanza de Jesús. Dice a los que sufran lealmente la
persecución y el insulto sin amargura, que su recompensa será grande en el
Cielo (Mateo_5:12). Dice que el que le dé
a uno de Sus pequeñitos un vaso de agua fresca por cuanto es discípulo, no
quedará sin su recompensa (Mateo 10:42). La
enseñanza de la Parábola de los Talentos es, por lo menos en parte, que el
servicio fiel recibirá la recompensa correspondiente (Mateo_25:14-30). En la Parábola del Juicio Final,
la enseñanza obvia es que hay recompensa y castigo para nuestra reacción a las
necesidades de nuestros semejantes (Mateo_25:31-46).
Está suficientemente claro que Jesús no dudó de hablar en términos de
recompensa y castigo. Y bien pudiera ser que tendríamos que tener más cuidado
con intentar ser más espirituales que el mismo Jesús en esto de las
recompensas. Hay ciertos Hechos innegables que no debemos olvidar, y sí debemos
tener en cuenta.
(i) Es una regla indiscutible de la vida que
cualquier acción que no produce ningún resultado es fútil y sin sentido. Una
bondad que no tuviera ningún fruto carecería de sentido. Como se ha dicho muy
bien: «A menos que algo sirva para algo, no sirve para nada.» A menos que la
vida cristiana tenga un propósito y una meta que valga la pena obtener, se
convierte en un despropósito. El que cree en el Evangelio y en sus promesas no
puede creer que la bondad no tenga resultados más allá de sí misma.
(ii) El desterrar todas las recompensas y
castigos de la vida espiritual sería decir que la injusticia tiene la última
palabra. No se puede mantener razonablemente que el bueno y el malo acaben
igual. Eso sería tanto como decir que a Dios no Le importa si somos buenos o
no. Querría decir, para decirlo crudamente, que no tiene sentido ser bueno, y
no habría razón para vivir de una manera en vez de otra. El eliminar todas las
recompensas y los castigos sería tanto como decir que en Dios no hay ni
justicia ni amor.
Las recompensas y los castigos son necesarios
para darle sentido a la vida. Si no los hubiera, la lucha -¡y no se diga el
sufrimiento!- por el bien, se los llevaría el viento.
El concepto cristiano de la recompensa
Habiendo llegado hasta aquí con la idea de la
recompensa en la vida cristiana, hay ciertas cosas acerca de ella que debemos
tener claras.
(i) Cuando Jesús hablaba de recompensas, definitivamente
no estaba pensando en términos de recompensas materiales. Es indudablemente
cierto que, en el Antiguo Testamento, las ideas de bondad y de prosperidad
material están íntimamente relacionadas. Si una persona prosperaba, si sus
campos eran fértiles y sus cosechas abundantes, si tenía muchos hijos y mucha
fortuna, eso se tomaba como una prueba de que era una buena persona.
Ese es precisamente el problema que subyace
en el Libro de Job. Job se encuentra en desgracia; sus amigos vienen a
convencerle de que esa desgracia tiene que ser el resultado de su pecado,
acusación que Job niega vehementemente. «Piensa ahora -le dice Elifaz-: ¿quién,
siendo inocente, se ha perdido nunca? ¿Desde cuándo son los rectos los que
desaparecen?» (Job_4:7). "Si fueras puro
y recto -decía Bildad-,seguro que Él velaría por ti, y te recompensaría con una
posición justa» (Job_8:6 ). «Porque tú
dices: Mi doctrina es ortodoxa, y soy limpio a los ojos de Dios -decía Zofar-.
¡Ojalá que Dios hablara, y te dirigiera la palabra!» (Job_11:4). La misma idea que quería contradecir el
Libro de Job era la de que la bondad y la prosperidad material van
siempre de la mano.
«Joven fui, y he envejecido decía el
salmista-, y no he visto a ningún justo desamparado, ni a su descendencia mendigando
pan» (Salmo_37:25). «Caerán a tu lado
mil, y diez mil a tu diestra -decía el salmista-; pero a ti no llegarán.
Ciertamente, con tus propios ojos mirarás y verás la retribución de los impíos.
Como has dicho al Señor: ¡Tú eres mi esperanza!, y has hecho que el Altísimo
sea tu residencia permanente, no te sobrevendrá ningún mal, ni ninguna plaga se
acercará a tu morada» (Salmo_91:7-10). Estas
son cosas que Jesús no habría dicho. No era la prosperidad material lo que
Jesús prometía a Sus seguidores. De hecho les prometía pruebas y tribulaciones,
sufrimiento, persecución y muerte. Seguro que Jesús no estaba pensando en
recompensas materiales.
(ii) Lo segundo que tenemos que recordar es que la recompensa más
elevada nunca se le da al que la está buscando. Si uno está siempre buscando
una recompensa, siempre contabilizando lo que cree haberse ganado y merecer, se
perderá la recompensa que busca. Y se la perderá porque ve a Dios y la vida
equivocadamente. El que siempre está calculando su recompensa, piensa en Dios
como un juez, o como un contable, sobre todo piensa en la vicia en términos de ley.
Está pensando en hacer tanto y ganar tanto. Está pensando en la vida en
términos de debe y haber. Está pensando presentarle a Dios una cuenta, y decirle: «Todo esto he hecho yo. Reclamo mi
recompensa.»
El error básico de este punto de vista es que
concibe la vida en términos de ley en vez de amor. Si amamos profunda y
entrañablemente a una persona, con humildad y sin egoísmo, estaremos
completamente seguros de que, aunque le diéramos a esa persona todo el
universo, aún estaríamos en deuda; lo último que se le ocurriría pensar sería
que se había ganado una recompensa. Si uno tiene el punto de vista legal de
la vida, puede que no haga más que pensar en la recompensa que se ha ganado;
pero si uno tiene el punto de vista del amor, la idea de la recompensa
no se le pasará nunca por la cabeza.
La gran paradoja de la recompensa cristiana
es esta: la persona que anda buscando una retribución, y que calcula lo que se
le debe, no lo recibe; la persona cuya única motivación es la del amor, y que
nunca piensa haber merecido ninguna recompensa, es la que la recibe. Lo curioso
es que la recompensa es al mismo tiempo el subproducto y el último de la vida cristiana.
La recompensa cristiana
Ahora debemos pasar a preguntar: ¿Cuáles son
las recompensas de la vida cristiana?
Empezaremos señalando una verdad básica y general. Ya
hemos visto que Jesucristo no piensa en términos de recompensa material en
absoluto. Las recompensas de la vida cristiana son recompensas solamente
para una persona que tenga mentalidad espiritual. Para una persona de
mentalidad materialista no serían recompensas de ninguna clase. Las recompensas
cristianas son recompensas sólo para los cristianos.
La
primera de las recompensas cristianas es la propia satisfacción.
El
hacer lo que es debido, la obediencia a Jesucristo, el seguir Su canino,
cualesquiera otras cosas pueda aportar, siempre produce satisfacción. Bien
puede ser que, si una persona hace lo que es debido, y obedece a Jesucristo,
pierda su fortuna y su posición, acabe en la cárcel o en el patíbulo, y no
coseche más que impopularidad, soledad y descrédito; pero todavía poseerá esa
íntima satisfacción, que vale más que todo lo demás. A esto no se le puede
poner precio; no se puede evaluar en términos de riqueza terrenal, pero no hay
nada como ello en todo el mundo. Aporta ese contentamiento que es la corona de
la vida.
La primera recompensa cristiana es la
satisfacción que no hay dinero en todo el mundo que pueda comprar.
La segunda recompensa de la vida cristiana es más trabajo todavía que hacer.
Una paradoja de la idea cristiana de la
recompensa es que una labor bien hecha no trae descanso y comodidad y
facilidades; trae todavía mayores demandas y esfuerzos más intensos. En la
Parábola de los Talentos, la recompensa de los servidores fieles fue una
responsabilidad todavía mayor (Mateo_25:14-30).
Cuando un maestro tiene un estudiante realmente brillante y capaz, no le
exime de trabajo; le da más trabajo que a ningún otro. Al joven músico
brillante se le dan a dominar piezas de música, no más fáciles, sino más
difíciles. Al jugador que ha hecho un buen papel en el segundo equipo, no se le
pasa al tercero, donde se podría pasear por el partido sin sudar; se le pasa al
primer equipo, donde tiene que poner en juego todo lo que tiene. Los judíos
tenían un curioso dicho. Decían que un maestro sabio tratará al alumno «como a
un buey joven al que se le aumenta la carga todos los días.» La recompensa
cristiana es al revés que la del mundo. La recompensa del mundo sería ponérselo
a uno más fácil; la recompensa del cristiano consiste en que Dios le pone sobre
los hombros más cosas que hacer por El y por sus semejantes. Cuanto más duro el
trabajo que se nos dé, mayor debemos considerar que ha sido la recompensa
La tercera y última recompensa cristiana
es lo que se ha llamado a través de las edades la visión de Dios.
Para una persona mundana,
que no Le ha dedicado a Dios ningún pensamiento nunca, el enfrentarse con Dios
es un terror y no un gozo. Si uno sigue su propio camino, alejándose cada vez
más de Dios, la sima entre él y Dios se va haciendo cada vez mayor, hasta que
Dios se convierte en un extraño a Quien se quiere sólo evitar. Pero si una
persona ha buscado toda su vida caminar con Dios, si ha buscado obedecer a su
Señor, si la bondad ha sido la búsqueda de todos sus días, entonces ha estado
acercándose más y más a Dios toda la vida, hasta que por fin pasa a la
presencia más íntima de Dios, sin temor y con gozo radiante -y ésa es la mayor
recompensa de todas.
Para los judíos, el dar limosna era el más
sagrado de todos los deberes religiosos. Hasta qué punto era sagrado se ve por
el hecho de que los judíos usaban la misma palabra tsedaqátanto para justicia
como para limosna. El dar limosna y el ser justo eran una y la misma
cosa. El dar limosna era ganar méritos a la vista de Dios, y era hasta ganar la
propiciación y el perdón de pecados pasados.
He entendido que todo lo
que Dios hace, esto será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se
disminuirá; porque Dios lo hace, para que delante de él teman los hombres.
(Eclesiastés 3:14s).
Había un dicho rabínico: «Mayor es el que da
limosna que el que ofrece todos los sacrificios.» La limosna está a la cabeza
en el catálogo de buenas obras.
Así es que era natural e inevitable el que
una persona que quisiera ser buena se concentrara en dar limosna. La enseñanza
más elevada de los rabinos era exactamente la misma que la de Jesús. También
ellos prohibían dar limosna ostentosamente. "El que da limosna en secreto
-decían- es mayor que Moisés.» El dar limosna que salva de la muerte es «cuando
el recipiente no sabe de quién lo recibe, y cuando el dador no sabe a quién lo
da.» Hubo un rabino que, cuando quería dar limosna, dejaba caer monedas a su
paso para no ver quién las recogía. "Es mejor decían- no darle a un
mendigo nada, antes que darle algo avergonzándole.» Había una costumbre
especialmente encantadora conectada con el templo de Jerusalén. En el templo
había una habitación que se llamaba La Cámara del Silencio. Los que querían
hacer expiación por algún pecado ponían dinero allí; y personas pobres de buena
familia que habían venido a menos en el mundo recibían ayuda de estas
contribuciones.
Pero como en tantas otras cosas, la práctica
se quedaba muy por debajo del precepto. Demasiado a menudo el dador daba de
forma que todo el mundo pudiera ver lo que daba, y daba mucho más para
glorificarse a sí mismo que para ayudar a otro. Durante los cultos de la
sinagoga se hacían ofrendas para los pobres, y había algunos que se cuidaban
muy bien de que los otros vieran lo que daban. Leí, no hace mucho, una
costumbre oriental de los tiempos antiguos: "En Oriente, el agua es tan
escasa que algunas veces había que comprarla. Cuando una persona quería hacer
una buena obra, y traer bendición sobre su familia, se dirigía al aguador y en
voz bien alta le encargaba: "¡Dale un trago a los sedientos!" El
aguador llenaba el pellejo e iba al mercado. "¡Oh, sedientos -gritaba-
venid a beber de gracia!" Y el generoso estaba a su lado y decía:
"Bendíceme, porque soy yo el que te ofrezco este trago."» Esa es
precisamente la clase de cosa que Jesús condena. Llama hipócritas a los
que hacen tales cosas. La palabra hypokrités quiere decir actor en
griego. Esa clase de gente son realmente farsantes que hacen su papel para que
los aplaudan.
Puede
que uno dé por sentimiento del deber.
Puede
que dé, no porque quiere dar, sino porque piensa que es un deber del que uno no
se puede evadir. Puede que hasta una persona llegue a considerar -tal vez
inconscientemente- que los pobres están en el mundo para permitirle a él
.cumplir con ese deber y adquirir así méritos a ojos de Dios.
Cuando se da, como si dijéramos, desde un
pedestal; cuando se da siempre con un cierto cálculo; cuando se da por
sentimiento del deber -hasta por un sentimiento cristiano del deber-, se puede
ser generoso con las cosas, pero lo único que uno no da nunca es a sí mismo, y
por tanto ese tipo de dar es incompleto.
Puede
que uno dé por razones de prestigio.
Puede
que dé para recibir la gloria de dar. Lo más probable es que si nadie lo
supiera, o si no se le diera ninguna publicidad, no daría nada. Si no se le dan
las gracias y se le reconoce y alaba y honra, se da por ofendido. Da, no para
la gloria de Dios , sino para la suya propia. Da, no exclusivamente para Dios a una persona necesitada, sino para
gratificar su propia (vanidad Y su , propio sentido de poder.
Puede
que uno dé sencillamente porque tiene que hacerlo.
Porque el amor y la amabilidad que fluyen de su corazón
no le dejarán hacer otra cosa. Puede que dé porque, por mucho que lo intente,
no puede por menos de sentirse obligado a ayudar al necesitado.
Cuando
piensas: "Si yo no los ayudo, nadie lo hará; y no se deben perder de
necesidad.» Ahí tenemos el dar como es debido, que surge del amor de un corazón
humano, que es lo que rebosa del amor de Dios.
Tenemos el dechado de este perfecto dar en
Jesucristo mismo. Pablo escribió a sus amigos de Corinto: «Porque ya conocéis
la gracia de nuestro Señor Jesucristo, Que, aunque era rico, por causa de
vosotros Se hizo pobre para enriqueceros con Su pobreza» (2Corintios_8:9). Nuestro
dar no debe ser nunca el hosco y superior resultado del sentimiento del deber;
y menos todavía hemos de hacerlo para ensalzar nuestra gloria y prestigio entre
la gente; debe ser el fluir instintivo de un corazón amante; debemos dar a
otros como Jesucristo Se nos ha dado a Sí mismo a nosotros.
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