} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EL SERMÓN DEL MONTE 21

viernes, 3 de marzo de 2017

EL SERMÓN DEL MONTE 21



Mateo 6:1-4  Mirad que no hagáis vuestra limosna delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis salario acerca de vuestro Padre que está en los cielos.
   Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las plazas, para tener gloria de los hombres; de cierto os digo, que ya tienen su recompensa.
   Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha;
   para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en secreto, él te pagará en público.
(La Biblia de Casiodoro de Reina 1569)

  En el capítulo 6 Jesús a continuación también trata de la verdadera justicia. Los ejemplos precedentes mostraron cómo la antigua ley debe cumplirse en el nuevo espíritu. Ahora Jesús habla de la práctica de la limosna. En ella puede expresarse la verdadera adoración de Dios y la verdadera justicia, si se hacen con el espíritu adecuado. Pero también puede suceder lo contrario, si se convierten en formas puramente externas o tal vez sirven al egoísmo del hombre. Jesús descubre la conducta hipócrita y señala con claras palabras el camino certero   sigue explicando la justicia que es mayor que la de los escribas y fariseos. Jesús les acusa de hipocresía en su servicio a Dios. Debemos escuchar con atención tales advertencias.
Mateo_6:1-18 se dirige al propósito de servir y adorar a Dios. ¿Qué nos mueve? ¿Por qué servimos a Dios? ¿Para ser vistos de los hombres?
Jesús siempre tenía que enseñar sobre la cuestión del propósito de servir a Dios. Continuamente estaba rodeado de multitudes, pero ¿por qué le buscaban? ¿Para obtener panes y peces? ¿Con propósito político? ¿Por curiosidad? ¿Cuántos de los que le seguían eran sinceros? El mismo problema existe hoy en día. ¿Por qué asiste la gente a alguna iglesia? ¿Con fines sociales? ¿Para divertirse? ¿Porque les gusta a ellos los miembros o el predicador? ¿Habrá ventajas económicas? ¿Para agradar a la familia? ¿Para apaciguar la conciencia? ¿Para adorar a Dios en espíritu y en verdad?
La Biblia no solamente nos enseña lo que debemos hacer, sino también nos enseña los propósitos y las motivaciones con los cuales debemos obedecer. Si no obedecemos con propósito correcto, nuestra obediencia no es aceptable a Dios.
Con mirada perspicaz descubre Jesús la oposición entre la verdadera y la falsa práctica de la justicia: ¿Se practica la justicia al hombre o por amor a Dios? Detrás de las obras piadosas se oculta un sentimiento que busca el propio yo. Este sentimiento, en vez de buscar la aprobación de Dios, busca la alabanza de los hombres; en vez de esperar la recompensa sólo de Dios, aguarda la recompensa de los hombres. Lo que quizás puede aparecer como envanecimiento inofensivo o debilidad demasiado humana, pero perdonable, no es en último término culto divino, sino servicio prestado a los hombres. Pero entonces el conjunto se desvaloriza y se vuelve hueco. La verdadera adoración de Dios sólo puede estar dirigida al mismo Dios y a la recompensa por él prometida. Cualquier mirada de soslayo a la alabanza o a la censura de los hombres falsea esta pura dirección. No se dice que una buena obra solamente deba hacerse por amor de la recompensa divina, sino que la recompensa se otorga espontáneamente, si se tenía este sentimiento genuino.

Por lo tanto, debemos examinarnos con cuidado (2Corintios_13:5), porque no basta con ofrecer el servicio y culto a Dios que son correctos en cuanto a forma, sino que también debemos servir y adorar a Dios con corazón limpio (Mateo_5:8; Juan_4:24).
  Mateo_5:16, "Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos". Alumbramos nuestra luz cuando hacemos buenas obras. La gente se da cuenta de lo que hacemos, pero el propósito nuestro es para que Dios sea glorificado.
 Pero el propósito de los hipócritas era distinto. Aunque profesaban ofrecer servicio a Dios, en realidad querían obtener gloria para si mismos, y no para Dios. En esto eran falsos ("hipócritas"). Querían llamar la atención de la gente a su acto de dar a los pobres, que la gente se diera cuenta de la generosidad de ellos. Querían ser "alabados" por la gente (que la gente dijera, "¡Qué generosos y piadosos son estos hombres!"). La recompensa que buscaban era el honor, la admiración y la alabanza de la gente. Profesaban servir a Dios, pero no buscaban la aprobación de Dios.
Juan_5:44, "¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios único". Este texto describe perfectamente la actitud de los "hipócritas" (Mateo_6:2).
Gálatas_1:10, Pablo no tenía esa actitud. "Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo". Es probable que los oponentes de Pablo le acusaban de querer congraciarse con los hombres, pero Pablo era el esclavo de Cristo. Dijo, "De aquí en adelante nadie me cause molestias; porque yo traigo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús" (Gálatas_6:17). Como el esclavo llevaba el nombre y el emblema de su dueño grabados en su cuerpo a hierro candente, así también las cicatrices en el cuerpo de Pablo daban evidencia viva de sus sufrimientos por Cristo. Era prueba convincente de que Pablo era el esclavo de Cristo. Siendo tan obviamente el esclavo de Cristo, ¿cómo, pues, podía servir a los hombres y buscar el favor de ellos?
             
  La limosna 

El que da limosna no se exonera de una apremiante obligación social con un parco donativo. Antes bien sabe que sus propios bienes sólo le han sido confiados y que no le han sido dados en plena propiedad. El necesitado y el pobre son miembros de la comunidad exactamente igual que él, y tienen los mismos derechos que cualquier otra persona. La solicitud por los pobres es piedra de toque para una adecuada orientación social. Así lo han machacado infatigablemente los profetas en sus conciudadanos. Pero en último término esta solicitud por el indigente no debe provenir tan sólo de una compasión humana y de la responsabilidad social, sino que debe estar dirigida a Dios. Porque él es el padre de todos los hombres. Su voluntad es que nadie continúe en la penuria, sino que sea recibido con misericordia por los hermanos, porque Dios también se compadece de todo el pueblo.

Pero incluso cuando el hombre da limosnas por amor de Dios, no queda exento de peligros. Precisamente entonces está al acecho el peligro del egoísmo. Jesús tiene ante su vista personas que se jactan y hacen alarde de su gasto, publican en voz alta el importe del dinero o el valor de un donativo. Quieren granjearse la alabanza de los hombres y ser elogiados como bienhechores. Su nombre debe divulgarse en voz baja de boca en boca: Ved cuánto bien hace.

Jesús no acepta el camino agradable: lo que haces, debe quedar en secreto. Si nadie lo llega a conocer, tú mismo en cierto modo no lo sabes o lo olvidas en seguida («no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha»), entonces tienes seguridad de que tu obra fue hecha por Dios. No te preocupes de que tu obra sea olvidada o no encuentre ningún reconocimiento. Dios también contempla lo oculto; para él no hay ninguna zona inaccesible, conoce los deseos más íntimos de tu corazón. Conoce exactamente tu sentimiento y según él pesa el valor de tus actos. El que busca la alabanza de los hombres, ya ha recibido su recompensa, una recompensa escuálida, terrena, y ya no tiene que esperar ninguna otra. Ya «ha liquidado». Recibe recompensa el que obra el bien por amor de Dios con sencillez y sin ser advertido.

   La "trompeta" se refiere a cualquier medio de publicidad (ahora sería el periódico, la radio, etc., o el mismo púlpito).
Nunca termina este problema, porque hay peligro para todos los que ofrecen servicio a Dios. Por ejemplo, en las publicaciones de los hermanos liberales hay listas de los que contribuyen a sus instituciones, escuelas, asilos para niños o para ancianos, casas de publicación, y a varias iglesias patrocinadoras. Aún tienen categorías de reconocimiento, según la cantidad de las ofrendas. Las escuelas para predicadores contribuyen mucho a este mal. Los aprobados llevan títulos (por ejemplo, "Misionero" Mateo_23:7-8) y "cartones" (diplomas) que los elevan sobre los demás. Ya son predicadores profesionales. Es probable que un día se llamen "Reverendo", como ya se practica entre las denominaciones (1Samuel 8:5).
 Sin embargo, es necesario reconocer que también los que nos oponemos a estas innovaciones estamos en peligro. Hay gran peligro de que los ancianos, diáconos, maestros, directores de cantos como también los miembros que cantan bajo su dirección, y sobre todo, los predicadores caigan en este error. Es fácil caer en la tentación de predicar, orar, cantar, etc. para impresionar a los miembros, y para que nos alaben. Hay miembros de la iglesia que alaban mucho a los directores del culto (al director de los cantos, al predicador, aun al hermano que dirige la oración) y ¿qué hermano rechaza las palabras de alabanza? Hay peligro de que nos engañemos diciendo, "Quiero que me aprecien", cuando en verdad simplemente queremos nuestra "recompensa" (ser alabados por ellos).
              
 La recompensa es una gran motivación para todos. ¿Quién no busca la recompensa? Aunque la salvación es por gracia, Cristo habla mucho de la recompensa que nos espera (Mateo_5:1-12; Mateo_10:41; Mateo_25:34-46,).
A muchos "Evangélicos" no les gusta hablar de recompensa. Insisten en que la salvación es por "la gracia sola", y no se sienten cómodos cuando hablan de recompensa. Les parece un poco conflictivo, porque creen que la recompensa tiene que ver con merecer la salvación, pero esto no debe ser ningún problema para los que predican el evangelio verdadero, pues la Biblia enseña que hay castigo para los injustos, y hay recompensa para los justos.
  Sin embargo, algunos quieren su recompensa ahora; por eso, quieren ser alabados por los hombres. Dice Jesús, "ya tienen su recompensa". Ya son pagados; ya han recibido la totalidad de su pago. No reciben solamente la mitad de su recompensa ahora, para esperar la otra mitad de Dios en el día final, porque no habrá "otra mitad" de recompensa. Leamos Lucas_6:24, "Mas ¡ay de vosotros, ricos! porque ya tenéis vuestro consuelo!" Como dijo Padre Abraham al rico (Lucas_16:25), "Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida", es decir, ya recibió todo.
Si profesamos servir a Dios, pero con los ojos puestos en los hombres (para ser alabados por ellos), estamos sirviendo a los hombres, y los hombres tienen que pagarnos. Cuando ellos nos alaban, ya estamos pagados. Si buscamos la alabanza de los hombres, Dios no nos pagará porque no le estamos sirviendo a Él. Hacemos burla de Dios si profesamos servirle cuando el corazón está en la recompensa de los hombres. Dios solamente recompensa a los que le sirven a el "en secreto" (es decir, un servicio sincero de corazón singular que es para agradar a Dios y no a los hombres).
La recompensa que se recibe de los hombres no se puede comparar con la recompensa de Dios porque la recompensa de los hombres no es confiable. Es muy caprichosa, porque los hombres son inconsecuentes, inconstantes y cambiables. Lo que les agrada hoy no les agrada mañana. Recuérdese el ejemplo de la alabanza que Jesús recibió durante la entrada triunfal (Mateo_21:9). Al entrar Jesús en la ciudad algunos decían "Hosanna al Hijo de David! pero durante la misma semana algunos decían "¡Sea crucificado!" (Mateo_27:22). Pablo fue alabado (adorado) por los de Listra, pero en poco tiempo fue apedreado por los mismos (Hechos_14:11-19). Así es la alabanza de los hombres. Por lo tanto, los que buscan su recompensa ahora, es decir, quieren ser alabados por los hombres, pueden perder su recompensa aun ahora, como también después.
             
  "Tu izquierda... tu derecha". Recuérdese que Jesús habla del corazón, del propósito de la persona que sirve a Dios. La mano izquierda no tiene su propia mente. Muchas veces Jesús emplea lenguaje figurado para dar más énfasis a cierta enseñanza.
 No perdemos la recompensa de Dios simplemente porque otros saben de nuestras buenas obras. No hay pecado en que otros sepan de nuestra obediencia a Dios. Por lo contrario, Mateo_5:16 dice que cuando otros observan nuestras buenas obras glorifican a Dios. El Nuevo Testamento publica la obediencia de varias personas en Hechos de los Apóstoles, y publica las buenas obras de varias personas: Marcos_12:41-44; Hechos_9:36-39; Romanos_16:1-2; 1Corintios_16:15-16. Por lo tanto, sabemos que no es malo que otros sepan de nuestras buenas obras. Tampoco es malo que nosotros alabemos las buenas obras de otros. En la iglesia, en el hogar y en otras relaciones y actividades podemos alabarnos los unos a otros sin pecar y sin buscar la gloria el uno del otro. Sin embargo, tanto los que alaban como los que se alaban deben tener mucho cuidado del corazón, para que la gloria sea para Dios. ¿Por qué alabó Pablo a ciertas iglesias e individuos? (1Corintios_16:15-16; 2Corintios_8:1; 2Corintios_8:11). Para estimularnos a imitar las buenas cualidades y buenas obras de los fieles.
Pero recuérdese que siempre hay mucho peligro cuando nos alabamos los unos a los otros. Debemos examinarnos constantemente (1Corintios_11:31/  2  Corintios_13:5) y siempre buscar la aprobación (y recompensa) de Dios en lugar de la recompensa de los hermanos. Debemos preguntarnos con toda sinceridad, "¿Por qué voy a las reuniones de la iglesia? ¿Por qué predico? ¿Por qué quiero dirigir los himnos? etc. Está bien que otros nos alaben, pero ¿cómo nos afecta tal alabanza? Lo importante es que nosotros sirvamos al Señor y no a los hombres.  
 El Padre nos recompensará. El lleva las cuentas y sabe todo, aun los pensamientos del corazón. Hebreos_6:10, "Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra". Eclesiastes_12:14, "Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala".
Las bienaventuranzas. Después de cada una de las bienaventuranzas, Jesús promete una bendición ("verán a Dios", "vuestro galardón es grande en los cielos", etc.).
 Romanos_2:16, "en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio".
Cuando estudiamos los versículos iniciales de Mateo 6, nos enfrentamos inmediatamente con una cuestión de lo más importante: ¿Qué lugar tiene la motivación de la recompensa en la vida cristiana?  Esta cuestión es tan importante que haremos bien en detenernos a examinarla antes de iniciar nuestro estudio del capítulo en detalle.
Se afirma muy a menudo que la motivación de la recompensa no tiene absolutamente ningún lugar en la vida cristiana. Se mantiene que debemos ser buenos por ser buenos; que la virtud es su propia recompensa, y que hay que desterrar de la vida cristiana la misma idea de la recompensa. Hubo un antiguo santo que solía decir que quería apagar todos los fuegos del infierno con agua, y abrasar todos los gozos del cielo con fuego, para que la gente buscara la bondad solamente por amor a la bondad misma, para que la idea de recompensa y castigo fuera eliminada totalmente de la vida. Algo de esto fue lo que inspiró el gran soneto español:

No me mueve, mi Dios, para quererte el Cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno, tan temido, para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte clavado en esa Cruz y escarnecido; muéveme ver Tu cuerpo tan herido, muévenme Tus afrentas y Tu muerte.
Muéveme en fin Tu amor, y en tal manera que aunque no hubiera Cielo yo Te amara, y aunque no hubiera infierno, Te temiera.
No me tienes que dar porque Te quiera; porque, si lo que espero no esperara, lo mismo que Te quiero Te quisiera.

Sin duda esta es la expresión de una gran nobleza espiritual. Sin embargo, Jesús no Se retrajo de hablar de las recompensas de Dios, Jesús nos asegura que no quedarán sin su recompensa correspondiente.
Tampoco es este un ejemplo aislado de la idea de la recompensa en la enseñanza de Jesús. Dice a los que sufran lealmente la persecución y el insulto sin amargura, que su recompensa será grande en el Cielo (Mateo_5:12). Dice que el que le dé a uno de Sus pequeñitos un vaso de agua fresca por cuanto es discípulo, no quedará sin su recompensa (Mateo 10:42). La enseñanza de la Parábola de los Talentos es, por lo menos en parte, que el servicio fiel recibirá la recompensa correspondiente (Mateo_25:14-30). En la Parábola del Juicio Final, la enseñanza obvia es que hay recompensa y castigo para nuestra reacción a las necesidades de nuestros semejantes (Mateo_25:31-46). Está suficientemente claro que Jesús no dudó de hablar en términos de recompensa y castigo. Y bien pudiera ser que tendríamos que tener más cuidado con intentar ser más espirituales que el mismo Jesús en esto de las recompensas. Hay ciertos Hechos innegables que no debemos olvidar, y sí debemos tener en cuenta.
(i) Es una regla indiscutible de la vida que cualquier acción que no produce ningún resultado es fútil y sin sentido. Una bondad que no tuviera ningún fruto carecería de sentido. Como se ha dicho muy bien: «A menos que algo sirva para algo, no sirve para nada.» A menos que la vida cristiana tenga un propósito y una meta que valga la pena obtener, se convierte en un despropósito. El que cree en el Evangelio y en sus promesas no puede creer que la bondad no tenga resultados más allá de sí misma.
(ii) El desterrar todas las recompensas y castigos de la vida espiritual sería decir que la injusticia tiene la última palabra. No se puede mantener razonablemente que el bueno y el malo acaben igual. Eso sería tanto como decir que a Dios no Le importa si somos buenos o no. Querría decir, para decirlo crudamente, que no tiene sentido ser bueno, y no habría razón para vivir de una manera en vez de otra. El eliminar todas las recompensas y los castigos sería tanto como decir que en Dios no hay ni justicia ni amor.
Las recompensas y los castigos son necesarios para darle sentido a la vida. Si no los hubiera, la lucha -¡y no se diga el sufrimiento!- por el bien, se los llevaría el viento.

 El concepto cristiano de la recompensa

Habiendo llegado hasta aquí con la idea de la recompensa en la vida cristiana, hay ciertas cosas acerca de ella que debemos tener claras.
(i) Cuando Jesús hablaba de recompensas, definitivamente no estaba pensando en términos de recompensas materiales. Es indudablemente cierto que, en el Antiguo Testamento, las ideas de bondad y de prosperidad material están íntimamente relacionadas. Si una persona prosperaba, si sus campos eran fértiles y sus cosechas abundantes, si tenía muchos hijos y mucha fortuna, eso se tomaba como una prueba de que era una buena persona.
Ese es precisamente el problema que subyace en el Libro de Job. Job se encuentra en desgracia; sus amigos vienen a convencerle de que esa desgracia tiene que ser el resultado de su pecado, acusación que Job niega vehementemente. «Piensa ahora -le dice Elifaz-: ¿quién, siendo inocente, se ha perdido nunca? ¿Desde cuándo son los rectos los que desaparecen?» (Job_4:7). "Si fueras puro y recto -decía Bildad-,seguro que Él velaría por ti, y te recompensaría con una posición justa» (Job_8:6 ). «Porque tú dices: Mi doctrina es ortodoxa, y soy limpio a los ojos de Dios -decía Zofar-. ¡Ojalá que Dios hablara, y te dirigiera la palabra!» (Job_11:4). La misma idea que quería contradecir el Libro de Job era la de que la bondad y la prosperidad material van siempre de la mano.
«Joven fui, y he envejecido decía el salmista-, y no he visto a ningún justo desamparado, ni a su descendencia mendigando pan» (Salmo_37:25). «Caerán a tu lado mil, y diez mil a tu diestra -decía el salmista-; pero a ti no llegarán. Ciertamente, con tus propios ojos mirarás y verás la retribución de los impíos. Como has dicho al Señor: ¡Tú eres mi esperanza!, y has hecho que el Altísimo sea tu residencia permanente, no te sobrevendrá ningún mal, ni ninguna plaga se acercará a tu morada» (Salmo_91:7-10). Estas son cosas que Jesús no habría dicho. No era la prosperidad material lo que Jesús prometía a Sus seguidores. De hecho les prometía pruebas y tribulaciones, sufrimiento, persecución y muerte. Seguro que Jesús no estaba pensando en recompensas materiales.
(ii) Lo segundo que tenemos que recordar es que la recompensa más elevada nunca se le da al que la está buscando. Si uno está siempre buscando una recompensa, siempre contabilizando lo que cree haberse ganado y merecer, se perderá la recompensa que busca. Y se la perderá porque ve a Dios y la vida equivocadamente. El que siempre está calculando su recompensa, piensa en Dios como un juez, o como un contable, sobre todo piensa en la vicia en términos de ley. Está pensando en hacer tanto y ganar tanto. Está pensando en la vida en términos de debe y haber. Está pensando presentarle a Dios una cuenta, y decirle: «Todo esto he hecho yo. Reclamo mi recompensa.»
El error básico de este punto de vista es que concibe la vida en términos de ley en vez de amor. Si amamos profunda y entrañablemente a una persona, con humildad y sin egoísmo, estaremos completamente seguros de que, aunque le diéramos a esa persona todo el universo, aún estaríamos en deuda; lo último que se le ocurriría pensar sería que se había ganado una recompensa. Si uno tiene el punto de vista legal de la vida, puede que no haga más que pensar en la recompensa que se ha ganado; pero si uno tiene el punto de vista del amor, la idea de la recompensa no se le pasará nunca por la cabeza.
La gran paradoja de la recompensa cristiana es esta: la persona que anda buscando una retribución, y que calcula lo que se le debe, no lo recibe; la persona cuya única motivación es la del amor, y que nunca piensa haber merecido ninguna recompensa, es la que la recibe. Lo curioso es que la recompensa es al mismo tiempo el subproducto y el  último de la vida cristiana.

La recompensa cristiana

Ahora debemos pasar a preguntar: ¿Cuáles son las recompensas de la vida cristiana?
Empezaremos señalando una verdad básica y general. Ya hemos visto que Jesucristo no piensa en términos de recompensa material en absoluto. Las recompensas de la vida cristiana son recompensas solamente para una persona que tenga mentalidad espiritual. Para una persona de mentalidad materialista no serían recompensas de ninguna clase. Las recompensas cristianas son recompensas sólo para los cristianos.

La primera de las recompensas cristianas es la propia satisfacción.

 El hacer lo que es debido, la obediencia a Jesucristo, el seguir Su canino, cualesquiera otras cosas pueda aportar, siempre produce satisfacción. Bien puede ser que, si una persona hace lo que es debido, y obedece a Jesucristo, pierda su fortuna y su posición, acabe en la cárcel o en el patíbulo, y no coseche más que impopularidad, soledad y descrédito; pero todavía poseerá esa íntima satisfacción, que vale más que todo lo demás. A esto no se le puede poner precio; no se puede evaluar en términos de riqueza terrenal, pero no hay nada como ello en todo el mundo. Aporta ese contentamiento que es la corona de la vida.
La primera recompensa cristiana es la satisfacción que no hay dinero en todo el mundo que pueda comprar.

 La segunda recompensa de la vida cristiana es más trabajo todavía que hacer.

Una paradoja de la idea cristiana de la recompensa es que una labor bien hecha no trae descanso y comodidad y facilidades; trae todavía mayores demandas y esfuerzos más intensos. En la Parábola de los Talentos, la recompensa de los servidores fieles fue una responsabilidad todavía mayor (Mateo_25:14-30). Cuando un maestro tiene un estudiante realmente brillante y capaz, no le exime de trabajo; le da más trabajo que a ningún otro. Al joven músico brillante se le dan a dominar piezas de música, no más fáciles, sino más difíciles. Al jugador que ha hecho un buen papel en el segundo equipo, no se le pasa al tercero, donde se podría pasear por el partido sin sudar; se le pasa al primer equipo, donde tiene que poner en juego todo lo que tiene. Los judíos tenían un curioso dicho. Decían que un maestro sabio tratará al alumno «como a un buey joven al que se le aumenta la carga todos los días.» La recompensa cristiana es al revés que la del mundo. La recompensa del mundo sería ponérselo a uno más fácil; la recompensa del cristiano consiste en que Dios le pone sobre los hombros más cosas que hacer por El y por sus semejantes. Cuanto más duro el trabajo que se nos dé, mayor debemos considerar que ha sido la recompensa

 La tercera y última recompensa cristiana es lo que se ha llamado a través de las edades la visión de Dios.

 Para una persona mundana, que no Le ha dedicado a Dios ningún pensamiento nunca, el enfrentarse con Dios es un terror y no un gozo. Si uno sigue su propio camino, alejándose cada vez más de Dios, la sima entre él y Dios se va haciendo cada vez mayor, hasta que Dios se convierte en un extraño a Quien se quiere sólo evitar. Pero si una persona ha buscado toda su vida caminar con Dios, si ha buscado obedecer a su Señor, si la bondad ha sido la búsqueda de todos sus días, entonces ha estado acercándose más y más a Dios toda la vida, hasta que por fin pasa a la presencia más íntima de Dios, sin temor y con gozo radiante -y ésa es la mayor recompensa de todas.

Para los judíos, el dar limosna era el más sagrado de todos los deberes religiosos. Hasta qué punto era sagrado se ve por el hecho de que los judíos usaban la misma palabra tsedaqátanto para justicia como para limosna. El dar limosna y el ser justo eran una y la misma cosa. El dar limosna era ganar méritos a la vista de Dios, y era hasta ganar la propiciación y el perdón de pecados pasados.  

He entendido que todo lo que Dios hace, esto será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá; porque Dios lo hace, para que delante de él teman los hombres.
(Eclesiastés 3:14s).

Había un dicho rabínico: «Mayor es el que da limosna que el que ofrece todos los sacrificios.» La limosna está a la cabeza en el catálogo de buenas obras.
Así es que era natural e inevitable el que una persona que quisiera ser buena se concentrara en dar limosna. La enseñanza más elevada de los rabinos era exactamente la misma que la de Jesús. También ellos prohibían dar limosna ostentosamente. "El que da limosna en secreto -decían- es mayor que Moisés.» El dar limosna que salva de la muerte es «cuando el recipiente no sabe de quién lo recibe, y cuando el dador no sabe a quién lo da.» Hubo un rabino que, cuando quería dar limosna, dejaba caer monedas a su paso para no ver quién las recogía. "Es mejor decían- no darle a un mendigo nada, antes que darle algo avergonzándole.» Había una costumbre especialmente encantadora conectada con el templo de Jerusalén. En el templo había una habitación que se llamaba La Cámara del Silencio. Los que querían hacer expiación por algún pecado ponían dinero allí; y personas pobres de buena familia que habían venido a menos en el mundo recibían ayuda de estas contribuciones.
Pero como en tantas otras cosas, la práctica se quedaba muy por debajo del precepto. Demasiado a menudo el dador daba de forma que todo el mundo pudiera ver lo que daba, y daba mucho más para glorificarse a sí mismo que para ayudar a otro. Durante los cultos de la sinagoga se hacían ofrendas para los pobres, y había algunos que se cuidaban muy bien de que los otros vieran lo que daban. Leí, no hace mucho, una costumbre oriental de los tiempos antiguos: "En Oriente, el agua es tan escasa que algunas veces había que comprarla. Cuando una persona quería hacer una buena obra, y traer bendición sobre su familia, se dirigía al aguador y en voz bien alta le encargaba: "¡Dale un trago a los sedientos!" El aguador llenaba el pellejo e iba al mercado. "¡Oh, sedientos -gritaba- venid a beber de gracia!" Y el generoso estaba a su lado y decía: "Bendíceme, porque soy yo el que te ofrezco este trago."» Esa es precisamente la clase de cosa que Jesús condena. Llama hipócritas a los que hacen tales cosas. La palabra hypokrités quiere decir actor en griego. Esa clase de gente son realmente farsantes que hacen su papel para que los aplaudan.

Puede que uno dé por sentimiento del deber.

 Puede que dé, no porque quiere dar, sino porque piensa que es un deber del que uno no se puede evadir. Puede que hasta una persona llegue a considerar -tal vez inconscientemente- que los pobres están en el mundo para permitirle a él .cumplir con ese deber y adquirir así méritos a ojos de Dios.
  Cuando se da, como si dijéramos, desde un pedestal; cuando se da siempre con un cierto cálculo; cuando se da por sentimiento del deber -hasta por un sentimiento cristiano del deber-, se puede ser generoso con las cosas, pero lo único que uno no da nunca es a sí mismo, y por tanto ese tipo de dar es incompleto.

Puede que uno dé por razones de prestigio.

 Puede que dé para recibir la gloria de dar. Lo más probable es que si nadie lo supiera, o si no se le diera ninguna publicidad, no daría nada. Si no se le dan las gracias y se le reconoce y alaba y honra, se da por ofendido. Da, no para la gloria de Dios , sino para la suya propia. Da, no exclusivamente para  Dios a una persona necesitada, sino para gratificar su propia (vanidad Y su , propio sentido de poder.

Puede que uno dé sencillamente porque tiene que hacerlo.

Porque el amor y la amabilidad que fluyen de su corazón no le dejarán hacer otra cosa. Puede que dé porque, por mucho que lo intente, no puede por menos de sentirse obligado a ayudar al necesitado.
 Cuando piensas: "Si yo no los ayudo, nadie lo hará; y no se deben perder de necesidad.» Ahí tenemos el dar como es debido, que surge del amor de un corazón humano, que es lo que rebosa del amor de Dios.
Tenemos el dechado de este perfecto dar en Jesucristo mismo. Pablo escribió a sus amigos de Corinto: «Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, Que, aunque era rico, por causa de vosotros Se hizo pobre para enriqueceros con Su pobreza» (2Corintios_8:9). Nuestro dar no debe ser nunca el hosco y superior resultado del sentimiento del deber; y menos todavía hemos de hacerlo para ensalzar nuestra gloria y prestigio entre la gente; debe ser el fluir instintivo de un corazón amante; debemos dar a otros como Jesucristo Se nos ha dado a Sí mismo a nosotros.





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