} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: JESUCRISTO EN EL TRONO A LA DERECHA DE DIOS

domingo, 26 de marzo de 2017

JESUCRISTO EN EL TRONO A LA DERECHA DE DIOS




Hebreos 1:1-4 Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas,
   en estos postreros tiempos nos ha hablado por el Hijo, al cual constituyó por heredero de todo, por el cual asimismo hizo los siglos;
   el cual siendo el resplandor de su gloria, y la misma imagen de su sustancia, y sustentando todas las cosas con la palabra de su potencia, habiendo hecho la purgación de nuestros pecados por sí mismo, se sentó a la diestra de la majestad en las alturas,
   hecho tanto más excelente que los ángeles, por cuanto alcanzó por herencia más excelente nombre que ellos.
(La Biblia de Casiodoro de Reina 1569)

La idea básica de esta carta a los Hebreos, es que sólo Jesucristo trae a los hombres la Revelación completa de Dios, y que sólo Él nos capacita para entrar a la misma presencia de Dios. El autor empieza contrastando a Jesús con los profetas de tiempo antiguo. Dice que Él vino al final de estos días que estamos viviendo. Los judíos dividían todo el tiempo en dos edades: la presente, y la por venir. Entre ambas colocaban el Día del Señor. La edad presente era totalmente mala; la edad por venir iba a ser la edad de oro de Dios. El Día del Señor sería como los dolores de alumbramiento de la nueva era. Así es que el autor de Hebreos dice: "El tiempo antiguo está pasando; la era de lo fragmentario ha terminado; ha llegado a su final el tiempo del suponer y del andar a tientas; la nueva era, la edad de oro de Dios ha amanecido con Jesucristo.» Ve entrar el mundo y el pensamiento de los hombres, como si dijéramos, en un nuevo principio con Cristo. Con Jesús, Dios ha entrado en la humanidad, la eternidad ha invadido el tiempo y nada puede ser ya como era antes.
La Epístola a los Hebreos describe en detalle cómo Jesucristo no solo cumple las promesas y las profecías del Antiguo Testamento, sino también cómo Jesucristo es mejor que todo el sistema de pensamiento judío. Los judíos aceptaron el Antiguo Testamento, pero muchos de ellos rechazaron a Jesús como el Mesías por tanto tiempo anhelado. Los destinatarios de esta carta dan la impresión de haber sido judíos cristianos. Dios habló a su pueblo antiguo en diversos tiempos, en generaciones sucesivas y de maneras diversas, como le pareció apropiado; a veces, por instrucciones personales, a veces por sueños, a veces por visiones, a veces por influencia divina en la mente de los profetas. Tenían un buen conocimiento de las Escrituras y habían profesado su fe en Cristo. Ya sea debido a la duda, a la persecución o a la falsa enseñanza, pudieron haber estado en peligro de abandonar su fe cristiana y regresar al judaísmo.
Esta primera gran sección de la carta quiere animarnos a prestar cada vez más atención al mensaje de salvación de la nueva alianza. Como más adelante se desprende de una palabra de censura, los cristianos interpelados se han hecho «torpes de oído»
 La palabra de Dios ha perdido para ellos el atractivo de lo nuevo y digno de consideración. Son cristianos de la segunda generación, algunos de los cuales, quizá ya desde su juventud asistieron al culto en común y oyeron predicar con frecuencia.
Cada profeta, de su propia experiencia de la vida y de su experiencia de Israel, había captado y expresado un fragmento de la verdad de Dios. Ninguno había abarcado la totalidad del orbe de la verdad. Pero en el caso de Jesús era diferente: Él no era un fragmento de la verdad, ni siquiera el más nuevo, sino la Verdad total. En Él Dios mostraba, no algún aspecto de Su carácter, sino la totalidad de Su Ser.

 ¿Logrará la predicación, la exhortación de la carta a los Hebreos, vencer la desgana y la indiferencia de los cristianos -nuestra indiferencia- y hacer que vuelva a prestarse oído a la palabra de Dios?
Dios no puede revelar más de lo que la humanidad puede comprender. Su Revelación tiene que pasar por las mentes y los corazones de las personas. Eso es exactamente lo que vio y dijo el autor de Hebreos.

 La revelación del evangelio supera a la anterior en excelencia por ser una revelación que Dios ha hecho por medio de su Hijo. Al contemplar el poder, la sabiduría y la bondad del Señor Jesucristo, contemplamos el poder, la sabiduría y la bondad del Padre; la plenitud de la Deidad habita no sólo como en un tipo o en una figura, sino realmente en Él. Cuando, en la caída del hombre, el mundo fue despedazado bajo la ira y la maldición de Dios, el Hijo de Dios emprendió la obra de la redención, sustentándolas por su poder y bondad todopoderosa.
De la gloria de la persona y el oficio de Cristo, pasamos a la gloria de su gracia. La gloria y naturaleza de su Persona, dio a sus sufrimientos tal mérito que eran satisfacción plena para la honra de Dios, que sufrió un daño y afrenta infinitas por los pecados de los hombres. Nunca podremos estar suficientemente agradecidos que Dios nos haya hablado de la salvación en tantas formas y con claridad creciente, a nosotros, pecadores caídos. Que Él mismo nos haya limpiado de nuestros pecados es un prodigio de amor superior a nuestra capacidad de admiración, gratitud y alabanza.
 El libro de Hebreos relaciona el poder salvador de Dios con su poder creador. En otras palabras, el poder que le dio existencia al universo e hizo que se mantuviera funcionando es el mismo poder que quita (provee purificación para) nuestros pecados. Cuán erróneo es pensar que Dios no pueda perdonarnos. No hay pecado demasiado grande que el Rey del universo no pueda quitar. Dios puede perdonar y nos perdonará cuando nos acercamos a Él por medio de su Hijo. La frase se sentó significa que se terminó la obra. El sacrificio de Cristo fue terminante.

Los judíos familiarizados con esas historias no tenían dificultad para creer que Dios todavía seguía revelando su voluntad, pero les resultó asombroso pensar que Dios se había revelado por medio de su Hijo, Jesucristo. Él es el cumplimiento y la culminación de las revelaciones de Dios a través de los siglos. Cuando lo conocemos, tenemos todo lo que necesitamos para ser salvos de nuestro pecado y tener una perfecta comunión con Dios.
 No solo Jesucristo es la imagen misma de Dios, sino también es Dios mismo; el Dios que habló en la época del Antiguo Testamento. Es eterno; tuvo parte con el Padre en la creación del mundo (Juan_1:3; Colosenses_1:16). Es la plena revelación de Dios. No es posible tener una visión clara de Dios sin mirar a Cristo. Él es la manifestación perfecta de Dios en un cuerpo humano.
El nombre más excelente que heredó Jesucristo es "Hijo de Dios". Ese nombre otorgado por el Padre es superior a los nombres y títulos de los ángeles.
 Los falsos maestros en muchas de las primeras iglesias enseñaban que solo era posible comunicarse con Dios por medio de los ángeles. En lugar de adorar a Dios directamente, los seguidores de esas herejías reverenciaban a los ángeles. Hebreos denuncia con claridad tales enseñanzas como falsas. Algunos enseñaban que Jesucristo era el ángel de mayor rango de Dios. Pero Jesucristo no es un ángel superior; y de todos modos, no se debe adorar a los ángeles (Colesenses_2:18, Apocalipsis_19:1-10). Jesucristo es Dios. Solo Él es digno de nuestra adoración.


 ¡Maranatha!

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