Hebreos 1:1-4 Dios,
habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres
por los profetas,
en estos postreros tiempos nos ha hablado por
el Hijo, al cual constituyó por heredero de todo, por el cual asimismo hizo los
siglos;
el cual siendo el resplandor de su gloria, y
la misma imagen de su sustancia, y sustentando todas las cosas con la
palabra de su potencia, habiendo hecho la purgación de nuestros pecados por sí
mismo, se sentó a la diestra de la majestad en las alturas,
hecho tanto más excelente que los ángeles, por
cuanto alcanzó por herencia más excelente nombre que ellos.
(La Biblia de Casiodoro de Reina 1569)
La idea básica de
esta carta a los Hebreos, es que sólo Jesucristo trae a los hombres la Revelación completa de
Dios, y que sólo Él nos capacita para entrar a la misma presencia de Dios. El
autor empieza contrastando a Jesús con los profetas de tiempo antiguo. Dice que
Él vino al final de estos días que estamos viviendo. Los judíos dividían
todo el tiempo en dos edades: la presente, y la por venir. Entre ambas
colocaban el Día del Señor. La edad presente era totalmente mala; la edad por
venir iba a ser la edad de oro de Dios. El Día del Señor sería como los dolores
de alumbramiento de la nueva era. Así es que el autor de Hebreos dice:
"El tiempo antiguo está pasando; la era de lo fragmentario ha terminado;
ha llegado a su final el tiempo del suponer y del andar a tientas; la nueva
era, la edad de oro de Dios ha amanecido con Jesucristo.» Ve entrar el mundo y
el pensamiento de los hombres, como si dijéramos, en un nuevo principio con
Cristo. Con Jesús, Dios ha entrado en la humanidad, la eternidad ha invadido el
tiempo y nada puede ser ya como era antes.
La Epístola a los Hebreos describe en detalle cómo Jesucristo no solo
cumple las promesas y las profecías del Antiguo Testamento, sino también cómo
Jesucristo es mejor que todo el sistema de pensamiento judío. Los judíos
aceptaron el Antiguo Testamento, pero muchos de ellos rechazaron a Jesús como el Mesías por
tanto tiempo anhelado. Los destinatarios de esta carta dan la impresión de
haber sido judíos cristianos. Dios habló a su pueblo antiguo en diversos
tiempos, en generaciones sucesivas y de maneras diversas, como le pareció
apropiado; a veces, por instrucciones personales, a veces por sueños, a veces
por visiones, a veces por influencia divina en la mente de los profetas. Tenían
un buen conocimiento de las Escrituras y habían profesado su fe en Cristo. Ya
sea debido a la duda, a la persecución o a la falsa enseñanza, pudieron haber
estado en peligro de abandonar su fe cristiana y regresar al judaísmo.
Esta primera gran sección de la carta quiere
animarnos a prestar cada vez más atención al mensaje de salvación de la nueva
alianza. Como más adelante se desprende de una palabra de censura, los
cristianos interpelados se han hecho «torpes de oído»
La palabra
de Dios ha perdido para ellos el atractivo de lo nuevo y digno de
consideración. Son cristianos de la segunda generación, algunos de los cuales,
quizá ya desde su juventud asistieron al culto en común y oyeron predicar con
frecuencia.
Cada profeta, de su propia experiencia de la vida y de su experiencia
de Israel, había captado y expresado un fragmento de la verdad de Dios.
Ninguno había abarcado la totalidad del orbe de la verdad. Pero en el caso de
Jesús era diferente: Él no era un fragmento de la verdad, ni siquiera el más
nuevo, sino la Verdad total. En Él Dios mostraba, no algún aspecto de Su
carácter, sino la totalidad de Su Ser.
¿Logrará
la predicación, la exhortación de la carta a los Hebreos, vencer la desgana y
la indiferencia de los cristianos -nuestra indiferencia- y hacer que vuelva a
prestarse oído a la palabra de Dios?
Dios
no puede revelar más de lo que la humanidad puede comprender. Su Revelación
tiene que pasar por las mentes y los corazones de las personas. Eso es
exactamente lo que vio y dijo el autor de Hebreos.
La
revelación del evangelio supera a la anterior en excelencia por ser una
revelación que Dios ha hecho por medio de su Hijo. Al contemplar el poder, la
sabiduría y la bondad del Señor Jesucristo, contemplamos el poder, la sabiduría
y la bondad del Padre; la plenitud de la Deidad habita no sólo como en un tipo
o en una figura, sino realmente en Él. Cuando, en la caída del hombre, el mundo
fue despedazado bajo la ira y la maldición de Dios, el Hijo de Dios emprendió
la obra de la redención, sustentándolas por su poder y bondad todopoderosa.
De la gloria de la persona y el oficio de Cristo,
pasamos a la gloria de su gracia. La gloria y naturaleza de su Persona, dio a
sus sufrimientos tal mérito que eran satisfacción plena para la honra de Dios,
que sufrió un daño y afrenta infinitas por los pecados de los hombres. Nunca
podremos estar suficientemente agradecidos que Dios nos haya hablado de la
salvación en tantas formas y con claridad creciente, a nosotros, pecadores
caídos. Que Él mismo nos haya limpiado de nuestros pecados es un prodigio de
amor superior a nuestra capacidad de admiración, gratitud y alabanza.
El libro
de Hebreos relaciona el poder salvador de Dios con su poder creador. En otras
palabras, el poder que le dio existencia al universo e hizo que se mantuviera
funcionando es el mismo poder que quita (provee purificación para) nuestros
pecados. Cuán erróneo es pensar que Dios no pueda perdonarnos. No hay pecado
demasiado grande que el Rey del universo no pueda quitar. Dios puede perdonar y
nos perdonará cuando nos acercamos a Él por medio de su Hijo. La frase se
sentó significa que se terminó la obra. El sacrificio de Cristo fue
terminante.
Los judíos familiarizados con esas historias no
tenían dificultad para creer que Dios todavía seguía revelando su voluntad,
pero les resultó asombroso pensar que Dios se había revelado por medio de su
Hijo, Jesucristo. Él es el cumplimiento y la culminación de las revelaciones de
Dios a través de los siglos. Cuando lo conocemos, tenemos todo lo que
necesitamos para ser salvos de nuestro pecado y tener una perfecta comunión con
Dios.
No solo
Jesucristo es la imagen misma de Dios, sino también es Dios mismo; el Dios que
habló en la época del Antiguo Testamento. Es eterno; tuvo parte con el Padre en
la creación del mundo (Juan_1:3; Colosenses_1:16).
Es la plena revelación de Dios. No es posible tener una visión clara de Dios
sin mirar a Cristo. Él es la manifestación perfecta de Dios en un cuerpo
humano.
El nombre más excelente que heredó Jesucristo es
"Hijo de Dios". Ese nombre otorgado por el Padre es superior a los
nombres y títulos de los ángeles.
Los falsos
maestros en muchas de las primeras iglesias enseñaban que solo era posible
comunicarse con Dios por medio de los ángeles. En lugar de adorar a Dios
directamente, los seguidores de esas herejías reverenciaban a los ángeles.
Hebreos denuncia con claridad tales enseñanzas como falsas. Algunos enseñaban
que Jesucristo era el ángel de mayor rango de Dios. Pero Jesucristo no es un
ángel superior; y de todos modos, no se debe adorar a los ángeles (Colesenses_2:18, Apocalipsis_19:1-10). Jesucristo es
Dios. Solo Él es digno de nuestra adoración.
¡Maranatha!
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