} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: CARTA DEL APOSTOL PABLO A LOS ROMANOS - capítulo 8

lunes, 4 de julio de 2022

CARTA DEL APOSTOL PABLO A LOS ROMANOS - capítulo 8

 

Romanos 8; 18-27

 18  Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.

 19  Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios.

 20  Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza;

 21  porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios.

 22  Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora;

 23  y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo.

 24  Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo?

 25  Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos.

 26  Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.

 27  Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.

 

 

    Pablo, en los versículos hasta el 17, ha estado hablando de la gloria de la adopción en la familia de Dios, y ahora vuelve al estado turbulento del mundo presente. Traza un gran cuadro. Habla con visión poética. Ve a toda la naturaleza esperando la gloria que será. Por el momento, la creación está sometida a la esclavitud de la caducidad.

En el mundo se marchita la belleza y se aja el encanto; es un mundo caduco, pero en espera de la liberación y la realización.

Para pintar este cuadro, Pablo estaba usando ideas que cualquier judío podría reconocer y entender. Habla de la edad presente y de la gloria que se manifestará. El pensamiento judío dividía la historia del tiempo en dos secciones: la edad presente y la edad por venir. La edad presente era totalmente mala, sometida al pecado, a la muerte y a la corrupción. Pero alguna vez llegaría el Día del Señor. Sería un día de juicio en el que se sacudirían hasta los mismos cimientos del mundo; pero de su ruina surgiría un nuevo mundo.

La renovación del mundo era uno de los grandes pensamientos judíos. El Antiguo Testamento habla de ella sin multiplicar o elaborar detalles: "Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento.» Isaías_65:17. Pero en los días entre los dos Testamentos, cuando los judíos eran oprimidos, esclavizados y perseguidos, soñaban con aquella nueva Tierra y con aquel mundo renovado.

     El sueño de un mundo renovado les era muy querido a los judíos. Pablo lo sabía y aquí, por así decirlo, dota a la creación de sensibilidad. Concibe la naturaleza esperando anhelante el día en que será quebrantado el dominio del pecado, y la muerte y la corrupción habrán pasado, y vendrá la gloria de Dios. Con un detalle de imaginación poética, dice que el estado de la naturaleza era aún peor que el de los seres humanos; porque éstos habían pecado deliberadamente; pero aquélla había sido sojuzgada involuntariamente. Inconscientemente se había visto involucrada en las consecuencias del pecado humano. «Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida.», dijo Dios a Adán después de la caída (Génesis_3:17). Y aquí Pablo, con visión poética, contempla a la naturaleza esperando la liberación de la muerte y de la corrupción que ha traído al mundo el pecado humano.

Si eso es verdad de la naturaleza, es todavía más verdad de la humanidad; así es que Pablo pasa a considerar la ansiedad humana. En la experiencia del Espíritu Santo los hombres tienen un anticipo, un primer plazo de la gloria que ha de ser; ahora anhelan con todo el corazón la plena realización del significado de su adopción en la familia de Dios. La manifestación final de esa adopción será la redención del cuerpo. Pablo no pensaba que la criatura humana en su estado de gloria sería un espíritu sin cuerpo. En este mundo, el hombre es un cuerpo y un espíritu; en el mundo de la gloria, el hombre será salvo en su totalidad. Pero su cuerpo ya no será la víctima de la caducidad y el instrumento del pecado, sino un cuerpo espiritual apto para la vida del hombre espiritual.

Entonces viene el gran dicho: «Somos salvos por esperanza.» La verdad resplandeciente que iluminaba la vida para Pablo era que la situación humana no es desesperada. Pablo no era pesimista. H. G. Wells dijo una vez: «El hombre, que empezó al abrigo de una cueva, terminará en las ruinas de un suburbio contaminado por la enfermedad.» Pero Pablo no decía eso. Veía el pecado humano y el estado del mundo; pero veía también el poder redentor de Dios. Por lo tanto, lo veía todo con esperanza. La vida no era para él una espera desesperada del trágico final de un mundo sitiado por el pecado, la muerte y la corrupción; sino una anticipación anhelante de la liberación, la renovación y la recreación que obrarán la gloria y el poder de Dios.

Para Pablo la vida no era una fatigosa y frustrante espera, sino una expectación gozosa y trepidante. El cristiano está involucrado en la situación humana. Por dentro, tiene que luchar con su propia naturaleza humana pecadora; por fuera, tiene que vivir en un mundo de muerte y corrupción. Sin embargo, el cristiano no vive sólo en este mundo: ¡también vive en Cristo! No mira solamente a las cosas de este mundo, sino también hacia Dios. Además de las consecuencias del pecado humano, ve también el poder, la misericordia y el amor de Dios. Por tanto, la clave de la vida cristiana es siempre la esperanza y nunca la desesperación. El cristiano espera, no la muerte, sino la vida.

Aunque las dolencias de los cristianos son muchas y grandes, de modo que serían vencidos si fueran dejados a sí mismos, el Espíritu Santo los sostiene. El Espíritu, como Espíritu iluminador, nos enseña por qué cosa orar; como Espíritu santificador obra y estimula las gracias para orar; como Espíritu consolador, acalla nuestros temores y nos ayuda a superar todas las desilusiones. El Espíritu Santo es la fuente de todos los deseos que tengamos de Dios, los cuales son, a menudo, más de lo que pueden expresar las palabras. El Espíritu que escudriña los corazones puede captar la mente y la voluntad del espíritu, la mente renovada, y abogar por su causa. El Espíritu intercede ante Dios y el enemigo no vence.

 


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