} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: LA VIDA DE ELÍAS XIV

domingo, 23 de octubre de 2022

LA VIDA DE ELÍAS XIV

 


 "Y dijo Arab a Abdías: Ve por el país a todas las fuentes de aguas, y a todos los arroyos; que acaso hallaremos grama con que conservemos la vida a los caballos y a las acémilas, para que no nos quedemos sin bestias” (I Reyes 18:5)

 

            Anteriormente hemos visto a Elías siendo llamado de modo repentino a comparecer ante el rey impío de Israel, y a pronunciar la temible sentencia de juicio, a saber, “no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra" (I Reyes 17:1). Después de pronunciar este solemne ultimátum, y obedeciendo a su Señor, se retiró de la escena de la vida pública y pasó parte del tiempo en la soledad junto al arroyo de Querit, y parte en el humilde hogar de la viuda de Sarepta, siendo sus necesidades en ambos lugares suplidas milagrosamente por Dios, quien no permite que nadie salga perdiendo al cumplir sus órdenes. Pero había llegado la hora de que este intrépido siervo del Señor saliera y se enfrentara una vez más con el monarca idólatra de Israel. "Fue palabra de Jehová a Elías en el tercer año, diciendo: Ve, muéstrate a Acab” (I Reyes 18:1). En el relato anterior, contemplamos los efectos que la prolongada sequía había causado en Acab y sus súbditos efectos que ponían en triste evidencia la depravación del corazón humano. Está escrito: “Su benignidad (la de Dios) te guía a arrepentimiento” (Romanos 2:4); y: “Luego que hay juicios tuyos en la tierra, los moradores del mundo aprenden justicia” (Isaías 26:9). Cuán a menudo vemos citadas estas palabras como si fueran afirmaciones absolutas e incondicionales, y qué poco se citan las palabras que siguen inmediatamente; en el primer caso: “Mas por tu dureza y por tu corazón no arrepentido atesoras para ti mismo ira para el día de la ira"; y en el segundo: “Alcanzará piedad el impío, y no aprenderá justicia; en tierra de rectitud hará iniquidad, y no mirará a la majestad de Jehová". ¿Cómo podemos entender estos pasajes?; por cuanto, para el hombre natural, parecen revocarse a sí mismos, y la segunda parte de la referencia de Isaías parece contradecir llanamente la primera. Si se comparan las Escrituras con las mismas Escrituras, se verá que cada una de las declaraciones citadas tiene un ejemplo claro y definido. Por ejemplo, ¿no era el sentimiento de la bondad  Señor -su “misericordia" y “la multitud de sus piedades"- lo que llevó a David al arrepentimiento y le hizo exclamar: "Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de, mi pecado” (Salmo 51:1,2)? Y asimismo, ¿no fue la comprensión de la bondad del Padre -el que hubiera "abundancia de pan” en su casa- lo que llevó al hijo pródigo al arrepentimiento y a confesar sus pecados? Así también, fue cuando los juicios de Dios eran sobre la tierra -hasta tal punto que se nos dice: "En aquellos tiempos no hubo paz, ni para el que entraba, ni para el que salía, sino muchas aflicciones sobre todos los habitadores de las tierras. Y la una gente destruía a la otra, y una ciudad a otra ciudad: porque Dios los conturbó con todas calamidades” (II Crónicas 15:5,6) -que Asa (en respuesta a la predicación de Azarías) “quitó las abominaciones de toda la tierra... y reparó el altar de Jehová... y entraron en concierto (Asa y sus súbditos) de que buscarían a Jehová el Dios de sus padres, de todo su corazón” (II Crónicas15; 8-12).

Por otro lado, cuántos casos se registran en la Sagrada Escritura de individuos y pueblos que fueron objeto de la bondad de Dios en grado sumo, disfrutando tanto de Sus bendiciones temporales como espirituales de modo ¡limitado, y quienes, a pesar de ser as¡ privilegiados, estaban lejos de ser afectados debidamente por tales beneficios y de ser llevados al arrepentimiento, por las mismas, antes por el contrario, sus corazones eran endurecidos y las misericordias de Dios profanadas: "Engrosó Jesurún, y tiró coces” (Deuteronomio 32:15);   Oseas 13:6 En sus pastos se saciaron, y repletos, se ensoberbeció su corazón; por esta causa se olvidaron de mí.

Asimismo, cuán a menudo leemos en la Escritura que Dios visita con sus juicios a los individuos y las naciones sólo para ilustrar la verdad de aquellas palabras: “Jehová, bien que se levante tu mano, no ven” (Isaías 26:11). Un ejemplo notable se halla en la persona de Faraón, quien después de cada plaga endureció su corazón más aun y continuó desafiando a Jehová. Quizá el caso de los judíos es incluso más notable, pues siglo tras siglo el Señor les ha infligido los juicios más penosos, y ellos no han aprendido todavía la justicia por medio de los mismos.

 ¿No hemos presenciado demostraciones sorprendentes de estas verdades en nuestros propios días? Los favores divinos eran recibidos como cosa natural, es más, eran considerados más como el fruto de nuestra propia laboriosidad que de la misericordia divina. Cuanto más han prosperado las naciones, más, han perdido de vista a Dios. ¿Cómo hemos de entender, pues, estas afirmaciones divinas: "Su benignidad te guía a arrepentimiento “ y "Luego que hay juicios tuyos en la tierra, los moradores del mundo aprenden justicia”? Es obvio que no hay que tomarlos de modo absoluto y sin modificación. Han de entenderse con este requisito: que el Dios soberano quiera santificarlos en nuestras almas. El designio ostensible (mejor dicho, secreto e invencible) de Dios es que las muestras de su bondad llevaran a los hombres al sendero de la justicia; tal es su naturaleza, y tales deberían ser sus resultados en nosotros. Con todo, el "hecho es que ni la prosperidad ni la adversidad por si mismas producirán jamás esos resultados benéficos, porque, si las dispensaciones divinas no son santificadas de modo expreso en nosotros, ni sus mercedes ni sus castigos obrarán en nosotros mejora alguna.

Los pecadores endurecidos "menosprecian las riquezas de su benignidad, y paciencia”; la prosperidad les hace menos dispuestos a recibir la instrucción de la justicia, y aunque los medios de la gracia (la predicación fiel de la palabra de Dios) están a su alcance en abundancia, siguen profanos y con los ojos cerrados a toda revelación de gracia divina y de santidad.

Cuando la mano de Dios se levanta para administrar reprensión suave, la desprecian; y cuando inflige venganza más terrible, endurecen sus corazones a la misma. Siempre ha sido así. Sò1o cuando Dios se complace en obrar en nuestros corazones, así como ante nuestros ojos; sólo cuando se digna bendecir sus intervenciones providenciales en nuestras almas, es que se imparte en nosotros una disposición dócil, y somos llevados a reconocer la justicia de sus castigos y a enmendar nuestros caminos. Cuando los juicios divinos no son santificados de modo definitivo en el alma, los pecadores siguen sofocando la convicción de pecado y abalanzándose en su desafío, hasta ser consumidos por la ira del Dios santo. Quizá alguien preguntará qué tiene todo esto que ver con el tema que estamos tratando. La respuesta es: mucho en todos los sentidos. Sirve para probar que la perversidad terrible de Acab no era algo excepcional al mismo tiempo que explica por qué no le afectó en lo más mínimo la terrible visitación del juicio de Dios sobre sus dominios. Se había cernido sobre el país una sequía total que continuó por espacio de tres años de modo que "habla a la sazón grande hambre en Samaria” (1 Reyes 18:2). Éste era, en verdad, un juicio divino; pero, ¿aprendieron el rey y sus súbditos, justicia por él? ¿Les dio ejemplo el soberano, humillándose bajo la ' poderosa mano de Dios, reconociendo sus transgresiones perversas, quitando los altares de Baal y restaurando el culto a Jehová? ¡No!, sino que, lejos de ello, permitió durante este tiempo que su malvada mujer destruyera los profetas del Señor, añadiendo iniquidad a la iniquidad y mostrando las tremendas profundidades de maldad en las que el pecador caerá a menos que sea detenido por el poder moderador de Dios.  De la misma manera que una paja lanzada al aire revela la dirección del viento, así también estas palabras revelan el estado del corazón de Acab. No había lugar en sus pensamientos para el Dios vivo, ni le inquietaban los pecados que habían sido causa del enojo de Dios sobre el país. Ni tampoco parece haberse preocupado lo más mínimo por sus súbditos, cuyo bienestar -después de la gloria de Dios- debía haber sido su principal ocupación. No, sus aspiraciones no parecen haberse elevado más allá de las fuentes y los arroyos, los caballos y las acémilas, de que las bestias que aún le quedaban pudieran salvarse. Esto no es evolución, sino degeneración, por cuanto si el corazón se descarría de su Hacedor su dirección es siempre hacia abajo. A la hora de su necesidad más honda, Acab no se volvió humildemente a Dios, porque era un extraño para él. El objetivo que le absorbía por completo era la hierba; si ésta podía encontrarse, no le importaba nada todo lo demás. Si hubiera podido encontrarse comida y bebida, hubiera podido disfrutar en el palacio y gozar de la compañía de los profetas idólatras de Jezabel, pero los horrores del hambre le hicieron salir. Con todo, en vez de pensar en las causas de ella para rectificarlas, busca sólo un alivio temporal. Se había vendidos a sí mismo para obrar iniquidad, y se habla convertido en esclavo de una mujer que odiaba a Jehová.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario