"Y dijo Arab a
Abdías: Ve por el país a todas las fuentes de aguas, y a todos los arroyos; que
acaso hallaremos grama con que conservemos la vida a los caballos y a las
acémilas, para que no nos quedemos sin bestias” (I Reyes 18:5)
Anteriormente
hemos visto a Elías siendo llamado de modo repentino a comparecer ante el rey
impío de Israel, y a pronunciar la temible sentencia de juicio, a saber, “no
habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra" (I Reyes 17:1).
Después de pronunciar este solemne ultimátum, y obedeciendo a su Señor, se
retiró de la escena de la vida pública y pasó parte del tiempo en la soledad
junto al arroyo de Querit, y parte en el humilde hogar de la viuda de Sarepta,
siendo sus necesidades en ambos lugares suplidas milagrosamente por Dios, quien
no permite que nadie salga perdiendo al cumplir sus órdenes. Pero había llegado
la hora de que este intrépido siervo del Señor saliera y se enfrentara una vez
más con el monarca idólatra de Israel. "Fue palabra de Jehová a Elías en
el tercer año, diciendo: Ve, muéstrate a Acab” (I Reyes 18:1). En el relato
anterior, contemplamos los efectos que la prolongada sequía había causado en
Acab y sus súbditos efectos que ponían en triste evidencia la depravación del corazón
humano. Está escrito: “Su benignidad (la de Dios) te guía a arrepentimiento”
(Romanos 2:4); y: “Luego que hay juicios tuyos en la tierra, los moradores del
mundo aprenden justicia” (Isaías 26:9). Cuán a menudo vemos citadas estas
palabras como si fueran afirmaciones absolutas e incondicionales, y qué poco se
citan las palabras que siguen inmediatamente; en el primer caso: “Mas por tu
dureza y por tu corazón no arrepentido atesoras para ti mismo ira para el día
de la ira"; y en el segundo: “Alcanzará piedad el impío, y no aprenderá
justicia; en tierra de rectitud hará iniquidad, y no mirará a la majestad de
Jehová". ¿Cómo podemos entender estos pasajes?; por cuanto, para el hombre
natural, parecen revocarse a sí mismos, y la segunda parte de la referencia de
Isaías parece contradecir llanamente la primera. Si se comparan las Escrituras
con las mismas Escrituras, se verá que cada una de las declaraciones citadas
tiene un ejemplo claro y definido. Por ejemplo, ¿no era el sentimiento de la
bondad Señor -su “misericordia" y
“la multitud de sus piedades"- lo que llevó a David al arrepentimiento y
le hizo exclamar: "Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de, mi
pecado” (Salmo 51:1,2)? Y asimismo, ¿no fue la comprensión de la bondad del Padre
-el que hubiera "abundancia de pan” en su casa- lo que llevó al hijo
pródigo al arrepentimiento y a confesar sus pecados? Así también, fue cuando
los juicios de Dios eran sobre la tierra -hasta tal punto que se nos dice:
"En aquellos tiempos no hubo paz, ni para el que entraba, ni para el que
salía, sino muchas aflicciones sobre todos los habitadores de las tierras. Y la
una gente destruía a la otra, y una ciudad a otra ciudad: porque Dios los
conturbó con todas calamidades” (II Crónicas 15:5,6) -que Asa (en respuesta a
la predicación de Azarías) “quitó las abominaciones de toda la tierra... y
reparó el altar de Jehová... y entraron en concierto (Asa y sus súbditos) de
que buscarían a Jehová el Dios de sus padres, de todo su corazón” (II
Crónicas15; 8-12).
Por
otro lado, cuántos casos se registran en la Sagrada Escritura de individuos y
pueblos que fueron objeto de la bondad de Dios en grado sumo, disfrutando tanto
de Sus bendiciones temporales como espirituales de modo ¡limitado, y quienes, a
pesar de ser as¡ privilegiados, estaban lejos de ser afectados debidamente por
tales beneficios y de ser llevados al arrepentimiento, por las mismas, antes
por el contrario, sus corazones eran endurecidos y las misericordias de Dios
profanadas: "Engrosó Jesurún, y tiró coces” (Deuteronomio 32:15); Oseas 13:6 En sus pastos se saciaron, y
repletos, se ensoberbeció su corazón; por esta causa se olvidaron de mí.
Asimismo,
cuán a menudo leemos en la Escritura que Dios visita con sus juicios a los
individuos y las naciones sólo para ilustrar la verdad de aquellas palabras:
“Jehová, bien que se levante tu mano, no ven” (Isaías 26:11). Un ejemplo
notable se halla en la persona de Faraón, quien después de cada plaga endureció
su corazón más aun y continuó desafiando a Jehová. Quizá el caso de los judíos
es incluso más notable, pues siglo tras siglo el Señor les ha infligido los
juicios más penosos, y ellos no han aprendido todavía la justicia por medio de
los mismos.
¿No hemos presenciado demostraciones
sorprendentes de estas verdades en nuestros propios días? Los favores divinos
eran recibidos como cosa natural, es más, eran considerados más como el fruto
de nuestra propia laboriosidad que de la misericordia divina. Cuanto más han
prosperado las naciones, más, han perdido de vista a Dios. ¿Cómo hemos de
entender, pues, estas afirmaciones divinas: "Su benignidad te guía a
arrepentimiento “ y "Luego que hay juicios tuyos en la tierra, los
moradores del mundo aprenden justicia”? Es obvio que no hay que tomarlos de
modo absoluto y sin modificación. Han de entenderse con este requisito: que el
Dios soberano quiera santificarlos en nuestras almas. El designio ostensible
(mejor dicho, secreto e invencible) de Dios es que las muestras de su bondad
llevaran a los hombres al sendero de la justicia; tal es su naturaleza, y tales
deberían ser sus resultados en nosotros. Con todo, el "hecho es que ni la
prosperidad ni la adversidad por si mismas producirán jamás esos resultados
benéficos, porque, si las dispensaciones divinas no son santificadas de modo expreso
en nosotros, ni sus mercedes ni sus castigos obrarán en nosotros mejora alguna.
Los
pecadores endurecidos "menosprecian las riquezas de su benignidad, y
paciencia”; la prosperidad les hace menos dispuestos a recibir la instrucción
de la justicia, y aunque los medios de la gracia (la predicación fiel de la
palabra de Dios) están a su alcance en abundancia, siguen profanos y con los
ojos cerrados a toda revelación de gracia divina y de santidad.
Cuando
la mano de Dios se levanta para administrar reprensión suave, la desprecian; y
cuando inflige venganza más terrible, endurecen sus corazones a la misma.
Siempre ha sido así. Sò1o cuando Dios se complace en obrar en nuestros
corazones, así como ante nuestros ojos; sólo cuando se digna bendecir sus intervenciones
providenciales en nuestras almas, es que se imparte en nosotros una disposición
dócil, y somos llevados a reconocer la justicia de sus castigos y a enmendar
nuestros caminos. Cuando los juicios divinos no son santificados de modo
definitivo en el alma, los pecadores siguen sofocando la convicción de pecado y
abalanzándose en su desafío, hasta ser consumidos por la ira del Dios santo.
Quizá alguien preguntará qué tiene todo esto que ver con el tema que estamos
tratando. La respuesta es: mucho en todos los sentidos. Sirve para probar que
la perversidad terrible de Acab no era algo excepcional al mismo tiempo que
explica por qué no le afectó en lo más mínimo la terrible visitación del juicio
de Dios sobre sus dominios. Se había cernido sobre el país una sequía total que
continuó por espacio de tres años de modo que "habla a la sazón grande
hambre en Samaria” (1 Reyes 18:2). Éste era, en verdad, un juicio divino; pero,
¿aprendieron el rey y sus súbditos, justicia por él? ¿Les dio ejemplo el
soberano, humillándose bajo la ' poderosa mano de Dios, reconociendo sus
transgresiones perversas, quitando los altares de Baal y restaurando el culto a
Jehová? ¡No!, sino que, lejos de ello, permitió durante este tiempo que su
malvada mujer destruyera los profetas del Señor, añadiendo iniquidad a la
iniquidad y mostrando las tremendas profundidades de maldad en las que el
pecador caerá a menos que sea detenido por el poder moderador de Dios. De la misma manera que una paja lanzada al
aire revela la dirección del viento, así también estas palabras revelan el
estado del corazón de Acab. No había lugar en sus pensamientos para el Dios
vivo, ni le inquietaban los pecados que habían sido causa del enojo de Dios
sobre el país. Ni tampoco parece haberse preocupado lo más mínimo por sus
súbditos, cuyo bienestar -después de la gloria de Dios- debía haber sido su
principal ocupación. No, sus aspiraciones no parecen haberse elevado más allá
de las fuentes y los arroyos, los caballos y las acémilas, de que las bestias
que aún le quedaban pudieran salvarse. Esto no es evolución, sino degeneración,
por cuanto si el corazón se descarría de su Hacedor su dirección es siempre
hacia abajo. A la hora de su necesidad más honda, Acab no se volvió
humildemente a Dios, porque era un extraño para él. El objetivo que le absorbía
por completo era la hierba; si ésta podía encontrarse, no le importaba nada
todo lo demás. Si hubiera podido encontrarse comida y bebida, hubiera podido
disfrutar en el palacio y gozar de la compañía de los profetas idólatras de
Jezabel, pero los horrores del hambre le hicieron salir. Con todo, en vez de
pensar en las causas de ella para rectificarlas, busca sólo un alivio temporal.
Se había vendidos a sí mismo para obrar iniquidad, y se habla convertido en
esclavo de una mujer que odiaba a Jehová.
No hay comentarios:
Publicar un comentario