“Ahora conozco que tú eres varón de Dios, y que la palabra de Jehová
es verdad en tu boca” (1 Reyes 17:24)
Para alguien tan lleno de celo por el Señor y
de amor para Su pueblo como Elías, la prolongada inactividad a la cual se veía
forzado a someterse había de resultar una prueba severa. Un profeta tan
enérgico y valiente debía de estar ansioso de aprovechar la aflicción que
sufrían sus compatriotas; debía de desear despertarles a sentir sus graves
pecados, y urgirles a tornarse al Señor. En vez de ello -los caminos de Dios
son tan distintos de los nuestros- se le pedía que permaneciera en su retiro un
mes tras otro, año tras año. Sin embargo, su Señor tenía un designio sabio y de
gracia al tratar de disciplinar a su siervo. A lo largo de su estancia junto al
arroyo de Querit, Elías había probado la suficiencia y la fidelidad del Señor,
y había ganado no poco en su estancia descrita en Sarepta. Como revela el
apóstol Pablo en II Corintios 6:4 antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios,
en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias; y
en II Corintios 12:12 Con todo, las señales de apóstol
han sido hechas entre vosotros en toda paciencia, por señales, prodigios y
milagros. la señal primordial de un siervo de Cristo aprobado es la
gracia de la paciencia” espiritual, y ésta se desarrolla por medio de "la
prueba de la fe” (Santiago 1:3). Los años que Elías pasó en Sarepta estaban
lejos de ser tiempo perdido, porque fue durante su estancia en casa de la viuda
que obtuvo la confirmación de su llamamiento divino por el sello notable dado a
su ministerio.
Fue
allí donde obtuvo su aprobación en la conciencia de su huésped: “Ahora conozco que tú eres varón de Dios, y que la palabra de
Jehová es verdad en tu boca” 1 Reyes 17:24). Era de gran importancia que
el profeta tuviera un testimonio semejante de la procedencia divina de su
misión, antes de emprender la parte más difícil y peligrosa de la misma que tenía
ante sí. Su corazón fue confirmado de modo bendito, y así ya estaba capacitado
para comenzar de nuevo su carrera pública con la seguridad de ser un siervo de
Jehová, y de que la Palabra del Señor estaba verdaderamente en su boca.
Semejante sello a su ministerio (la vuelta a la vida del niño muerto) y la
aprobación en la conciencia de la madre eran motivos de estímulo al ir a hacer
frente a la gran crisis y el conflicto del Carmelo.
¡Qué
mensaje se contiene aquí para muchos ministros ardorosos de Cristo a quienes la
Providencia ha retirado por un tiempo del ministerio público! Están tan
deseosos de hacer bien y de extender la gloria de su Maestro en la salvación de
los pecadores y en la edificación de los santos, que sienten que su obligada
inactividad es una prueba severa. Pero, que tengan la seguridad de que el Señor
tiene alguna buena razón al imponer esa limitación sobre ellos, y por lo tanto,
que deben procurar celosamente la gracia necesaria para no inquietarse ni obrar
por si mismos buscando forzar la salida de tal situación, ¡Meditad el caso de
Elías! No dejó escapar queja alguna ni se aventuró a salir del retiro al que
Dios le había enviado. Esperó pacientemente a que el Señor le dirigiera, a que
le libertara, a que extendiera su esfera de servicio. Entre tanto, por su
ferviente intercesión, fue hecho bendición grande para los de aquella casa.
"Pasados muchos días, vino palabra de Jehová a
Elías en el tercer año, diciendo: Ve, muéstrate a Acab, y yo haré llover sobre
la faz de la tierra.” (I Reyes 18:1). Atendamos a esta expresión del
Espíritu bendito. No dice "pasados tres años” (como fue en realidad), sino
“pasados muchos días”. Hay ahí una importante lección para nuestro corazón,
si atendemos a la misma: deberíamos vivir los días uno a uno, y contar nuestras
vidas por días. "El hombre nacido de mujer, corto
de días, y harto de sinsabores; que sale como una flor y es cortado”
(Job 14:1,2). Tal era la visión de la vida del anciano Jacob, por cuanto,
cuando Faraón preguntó al patriarca por su edad, contestó: "Los días de los años de mi peregrinación son ciento treinta
años” (Génesis 47:9). Bienaventurados aquellos cuya oración es: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos
al corazón sabiduría" (Salmo 90: 12). Empero, qué propensos somos a
contar por años. Esforcémonos, a vivir cada día como si fuera el último de
nuestra vida.
"Pasados
muchos días, fue”; es decir, el predeterminado consejo de Jehová se llevaba a
cabo. El cumplimiento del propósito divino no podemos retrasarlo ni forzarlo.
Ni nuestra petulancia ni nuestras oraciones pueden apresurar a Dios. Tenemos
que esperar la hora por É1 designada, y cuando llega, Él obra; es tal como Él
lo ha predeterminado. El espacio preciso de tiempo que su siervo tiene que
permanecer en un lugar determinado fue predestinado por el Señor en la
eternidad. “Pasados muchos días", esto es, más de mil desde que la sequía
comenzó fue palabra de Jehová a Elías". Dios no había olvidado a su
siervo. El Señor nunca olvida a ninguno de sus hijos, porque ha dicho: "He
aquí que en las palmas te tengo esculpida; delante de mi están siempre tus
muros” (Isaías 49:16). Ojalá nunca le olvidemos, sino que podamos decir:
"A Jehová he puesto siempre delante de mí"
(Salmo 16:8).
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