"Fue palabra de Jehová. a Elías en el tercer año, diciendo: Ve,
muéstrate a Acab, y Yo daré lluvia sobre la haz de la tierra” (I
Reyes 18:1).
Para
que podamos entender mejor la tremenda prueba del valor del profeta que se
contenía en este mandato, tratemos de hacernos una idea del estado de ánimo en
que debía encontrarse el rey impío. Comenzamos el estudio de la vida de Elías
meditando en las palabras: "Entonces Elías
tisbita, que era de los moradores de Galaad, dijo a Acab: Vive Jehová Dios de
Israel, delante del cual estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años,
sino por mi palabra" (17:1). Ahora hemos de considerar la secuela
de estos hechos. Hemos visto cómo le fue a Elías durante este largo intervalo;
ahora hemos de ver cómo estaban las cosas para Acab, su corte, y sus súbditos.
El estado de cosas, cuando se cierran los cielos y no hay rocío durante tres
años, ha de ser en verdad espantoso. "Fue, pues,
Elías a mostrarse a Acab. Y el hambre era grave en Samaria.” (1 Reyes 18:2).
"1Reyes 18:5 Dijo, pues, Acab a Abdías: Vé por el país a todas las fuentes
de aguas, y a todos los arroyos, a ver si acaso hallaremos hierba con que
conservemos la vida a los caballos y a las mulas, para que no nos quedemos sin
bestias.”. Se nos presenta aquí el perfil más simple, pero no es difícil
imaginar los detalles. Israel habla pecado gravemente contra el Señor, y por
ello se le hacía sentir el peso de la vara de su justa ira. Qué cuadro más
humillante de ¡pueblo favorecido de
Dios; ver al rey buscando hierba, si quizá hallarla alguna para poder salvar la
vida a las bestias que aún le quedaban. ¡Qué contraste con la abundancia y la
gloria de los días de Salom6n! Pero, Jehová habla sido deshonrado groseramente,
y su verdad rechazada. La vil Jezabel había contaminado la tierra con la
influencia pestilente de sus ' falsos profetas y sacerdotes. Los altares de
Baal hablan suplantado los del Señor, y, por consiguiente, como que Israel
había sembrado vientos, tenía que segar tempestades. ¿Y qué efecto produjo en
Acab y sus súbditos el severo juicio del cielo? "Y
dijo Acab a Abdías: Ve por el país a todas las fuentes de aguas, y a todos los
arroyos; que acaso hallaremos grama con que conservemos la vida a los caballos
y a las acémilas, para que no nos quedemos sin bestias”. ¡No hay aquí ni
una sola sílaba acerca de Dios, ni una palabra acerca de los terribles pecados
que habían causado Su desagrado! Las fuentes, los arroyos y la hierba era todo
lo que ocupaba los pensamientos de Acab; todo lo que le preocupaba era el
alivio de la aflicción divinamente enviada. Siempre es éste el caso de los
reprobados. Este fue el de Faraón: a cada plaga que descendía sobre Egipto,
llamaba a Moisés y le pedía que rogase que cesara, y tan pronto como cesaba,
endurecía su corazón y seguía desafiando al Altísimo. A menos que Dios tenga a
bien santificar directamente sus castigos en nuestra alma, no nos aprovechan.
No importa cuán severos sean sus juicios o por cuánto tiempo se prolonguen; el
hombre nunca se ablanda a menos que Dios
lleve a cabo una obra de gracia en él. "Y se
mordían sus lenguas de dolor; y blasfemaron del Dios del cielo por sus dolores,
y por sus plagas, y no se arrepintieron de sus obras”, (Apocalipsis
16:10,11). En ninguna parte se pone de manifiesto la terrible depravaci6n de la
naturaleza humana de modo más grave que en este punto. En primer lugar, los
hombres consideran todo período prolongado de sequía como un fenómeno de la
naturaleza que debe soportarse, negándose a ver en ello la mano de Dios. Más
tarde, si se les hace ver que están bajo el juicio divino, adoptan un espíritu
de desafío que sostienen descaradamente. Un profeta posterior de Israel se
lamentaba de que el pueblo manifestaba su carácter vil: “Oh Jehová, ¿no miran tus ojos a la verdad? Azotástelos, y no
les dolió; consumístelos, y no quisieron recibir corrección; endurecieron sus
rostros más que la piedra” (Jeremías 5:3). Podemos ver en ello lo
absolutamente absurdo y erróneo de la doctrina deL purgatorio de los
romanistas, y del infierno de los universalistas. El fuego imaginario del
purgatorio y los tormentos reales del infierno no poseen efecto purificador
alguno, y el pecador, en la angustia de sus sufrimientos, aumentará
continuamente su impiedad, y acumulará ira por toda la eternidad. “ Y dijo Acab a Abdías: Ve por el país a todas las fuentes de
aguas, y a todos los arroyos; que acaso hallaremos grama con que conservemos la
vida a los caballos y a las acémilas, para que no nos quedemos sin bestias.
Y partieron entre sí el país para recorrerlo: Acab fue de por sí por un camino,
y Abdías fue separadamente por otro”. ¡Qué cuadro presentan estas palabras! No
sólo no había lugar en sus pensamientos para el Señor, sino que Acab no dijo
nada acerca de su pueblo, quien, después de Dios, debla ser su principal
interés. Su corazón malo parecía incapaz de elevarse más allá de los caballos y
las acémilas: esto era lo que le importaba en el día del espantoso azote de
Israel. Qué contraste entre el bajo y vil egoísmo de este miserable, y el noble
espíritu del hombre según el corazón de Dios. "Y
David dijo a Jehová cuando vio al ángel que hería al pueblo: Yo pequé, yo hice
maldad; ¿qué hicieron estas ovejas? Ruégote que tu mano se torne contra mi, y
contra la casa de mi padre” (II Samuel 24:17), éste era el lenguaje de
un rey regenerado cuando su pueblo temblaba bajo la vara de Dios que castigaba
su pecado. Es fácil imaginar cómo aumentaban, a medida que continuó la sequía,
y sus efectos desoladores se hicieron más agudos, el resentimiento amargo y la
furiosa indignación de Acab y su vil consorte contra el que habla pronunciado
el terrible interdicto. Tan encolerizada, estaba Jezabel, que destruyó a los
profetas de Jehová ( 1 Reyes 18; 4 Porque cuando
Jezabel destruía a los profetas de Jehová, Abdías tomó a cien profetas y los
escondió de cincuenta en cincuenta en cuevas, y los sustentó con pan y agua.);
y tan enfurecido estaba el rey, que buscó diligentemente a Elías por todas las
naciones fronterizas, requiriendo un juramento de sus gobernantes de que no
estaban prestando asilo al hombre que consideraba su peor enemigo y la causa de
todos sus males. ¡Y ahora, la Palabra del Señor fue a Elías diciendo: "Ve, muéstrate a Acab"! Si se requería de él mucho
valor cuando fue llamado a anunciar la terrible sequía, qué intrepidez
necesitaba ahora para hacer frente al que le buscaba con rabia despiadada. 1 Reyes 18; 1 “Pasados
muchos días, vino palabra de Jehová a Elías en el tercer año, diciendo: Vé,
muéstrate a Acab, y yo haré llover sobre la faz de la tierra.”. Los
movimientos de Elías estaban todos ordenados por Dios: no era "suyo”, sino
siervo de otro. Cuando el Señor le dijo: "escóndete” ( 1Reyes 17:3), hubo
de retirarse, y cuando le dijo: “ve, muéstrate”, había de cumplir la voluntad
divina. A Elías no le faltó coraje, porque "el
justo está confiado como un leoncillo” (Proverbios 28:1). No declinó la
presente comisión, sino que fue sin murmurar y sin dilación. Hablando
humanamente, era en extremo peligroso para el profeta regresar a Samaria, por
cuanto no podía esperar ser bien recibido por aquellos que se encontraban en
semejante apuro, ni misericordia alguna del rey. Pero cumplió las órdenes de su
Señor con la misma resuelta obediencia que le había caracterizado previamente.
Como el apóstol Pablo, no estimaba su vida preciosa para sí mismo, sino que estaba
preparado para ser torturado y muerto, si ésta era la voluntad de Dios para él.
"Y yendo Abdías por el camino, se encontró con Elías; y cuando
lo reconoció, se postró sobre su rostro y dijo: ¿No eres tú mi señor Elías?”
(1 Reyes18; 7). Algunos extremistas (“separatistas “) han interpretado el
carácter de Abdías de modo desconsiderado, acusándole de transigir deslealmente
y de procurar servir a dos señores. Pero el Espíritu Santo no ha dicho que
hiciera mal en permanecer al servicio de Acab, ni ha sugerido que su vida
espiritual sufriera en consecuencia; más bien nos ha dicho claramente que “Abdías era en grande manera temeroso de Jehová (1
Reyes 18; 3), lo cual constituye el más alto encomio que podía tributársele. A
menudo, Dios ha dado a los suyos favor a los ojos de amos idólatras (como a
José y Daniel), y ha magnificado la suficiencia de su gracia preservando sus
almas en los ambientes menos propicios. Sus santos se hallan en los lugares más
inesperados, como en casa de César (Filipenses 4:22 Todos
los santos os saludan, y especialmente los de la casa de César.). No hay
nada malo en que un hijo de Dios ocupe una posíción influyente, si puede
hacerlo sin sacrificar sus principios. Y, ciertamente, ello puede permitirle
rendir un servicio valioso a la causa de Dios. ¿Qué hubiese sido de Lutero y la
Reforma, hablando humanamente, si no hubiera sido por el Elector de Sajonia? ¿Y
cuál hubiera sido la suerte de Wycliffe sí John of Gaunt no lo hubiese puesto
bajo su tutela? Como mayordomo del palacio de Acab, Abdías estaba sin duda en
la más difícil y peligrosa de las situaciones; empero, lejos de doblar su
rodilla a Baal, fue el instrumento que valió la vida a muchos de los siervos de
Dios. Se mantuvo integro a pesar de estar rodeado de tantas tentaciones. Debe
observarse con atención que, cuando Elías lo encontró, no pronunci6 palabra
alguna de reproche contra Abdías. No nos precipitemos a cambiar de ocupación,
por cuanto el diablo puede asaltarnos tan fácilmente en un lugar como en otro.
Cuando Elías se dirigía a confrontarse con Acab, se encontró con el piadoso
mayordomo del palacio del rey. “Y yendo Abdías por el
camino, topóse con Elías; y como le conoció, postróse sobre su rostro, y dijo:
¿No eres tú mi señor Elías?” (V1 Reyes 18;7). Abdías reconoció a Elías,
mas, con todo, no podía creer lo que veía. Era sorprendente que el profeta
hubiera sobrevivido el ataque despiadado de Jezabel contra los siervos de
Jehová; y más increíble todavía era verle ahí, solo, encaminándose a Samaria.
La búsqueda tan diligente que habla tenido lugar tiempo antes habla sido en
vano, y ahora aparece inesperadamente. ¿Quién puede concebir los sentimientos
opuestos de temor y deleite de Abdías al ver al varón de Dios, por cuya palabra
la terrible sequía y la penosa hambre hablan desolado el país casi por
completo? Abdías le mostró enseguida el mayor respeto y reverencia. Como habla mostrado la ternura de un padre
para los hijos de los profetas, así también mostró la reverencia de un hijo
para el padre de los profetas, y por ello puso de manifiesto que era, en
verdad, temeroso en gran manera del Señor. “Y él
respondió: Yo soy; vé, dí a tu amo: Aquí está Elías.” (1 Reyes 18; 8).
Al profeta no le faltó el valor. Había recibido de Dios la orden de mostrarse a
Acab, y, por consiguiente, no trató de ocultar su identidad al ser interrogado
por el mayordomo. No temamos declarar valientemente que somos discípulos de
Cristo cada vez que se nos requiere. Pero Abdías dijo: ¿En
qué he pecado, para que tú entregues a tu siervo en mano de Acab para que me
mate?” (1 Reyes 18; 9). Era natural que Abdías quisiera ser relevado de
misión tan peligrosa. Primero, pregunta en qué había ofendido al Señor o a su
profeta para que se pida de él que sea mensajero de nuevas tan desagradables al
rey, ¡lo cual es una prueba cierta de que su conciencia estaba limpia! Segundo,
hace saber a Elías con qué afán su soberano habla tratado de seguir sus pasos y
descubrir su escondite: “Vive Jehová tu Dios, que no ha
habido nación ni reino adonde mi señor no haya enviado a buscarte, y todos han
respondido: No está aquí; y a reinos y a naciones él ha hecho jurar que no te
han hallado. " (1 Reyes18; 10). Empero, a pesar de todo su empeño,
no pudieron encontrarle: tal era la eficacia con que Dios le habla puesto a
salvo de su maldad. Es totalmente inútil que el hombre trate de esconderse
cuando el Señor le busca; y es igualmente inútil que el hombre busque lo que
Dios quiere esconder de él. ¿Y ahora tú dices: Vé, dí a
tu amo: Aquí está Elías? (1 Reyes 18; 11). No hablas en serio al pedirme
semejante cosa. ¡No sabes que las consecuencias serán fatales para mi si no
puedo probar mi afirmación? "Acontecerá que luego
que yo me haya ido, el Espíritu de Jehová te llevará adonde yo no sepa, y al
venir yo y dar las nuevas a Acab, al no hallarte él, me matará; y tu siervo
teme a Jehová desde su juventud. (1 Reyes 18; 12). Temía que Elías
desapareciese otra vez de modo misterioso, y que su amo se airara por no haber
arrestado al profeta; se pondría verdaderamente furioso si, al llegar a aquel
lugar, se vela engañado no pudiendo hallar ni rastro de Elías. Finalmente,
pregunta: ¿No ha sido dicho a mi señor lo que hice,
cuando Jezabel mataba a los profetas de Jehová; que escondí a cien varones de
los profetas de Jehová de cincuenta en cincuenta en cuevas, y los mantuve con
pan y agua? (1 Reyes 18; 13). Abdías no se refirió a estos hechos nobles
y atrevidos suyos con espíritu jactancioso, sino con el propósito de atestiguar
su sinceridad. Elías le tranquilizó en el nombre de Dios, y Abdías cumplió con obediencia
el requerimiento: “Y le dijo Elías: Vive Jehová de los
ejércitos, en cuya presencia estoy, que hoy me mostraré a él. 16 Entonces Abdías fue a
encontrarse con Acab, y le dio el aviso; y Acab vino a encontrarse con Elías.
(1 Reyes 18; 15,16).
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