} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO

miércoles, 14 de septiembre de 2016

EL DEBER DEL CRISTIANO


2Timoteo 4; 1-5  Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.   Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas. Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio.

Conforme Pablo se aproxima al final de su carta, quiere animar y desafiar a Timoteo para que cumpla con su tarea. Para ello le recuerda tres cosas acerca de Jesús.
  Jesús es el Juez de los vivos y de los muertos.
Algún día se someterá a prueba la obra de Timoteo, por nadie más que por Jesús mismo. Un cristiano debe hacer todo su trabajo de tal manera que se lo pueda ofrecer a Cristo. No le deben preocupar ni la crítica ni el veredicto de la gente. La única cosa que anhela es el " ¡Bien hecho!» de Jesucristo. Si todos nosotros hiciéramos nuestro trabajo en ese espíritu la diferencia sería incalculable. Nos libraría de ese espíritu suspicaz que se ofende ante la crítica; nos libraría del espíritu súper importante que se preocupa del prestigio y de los derechos personales; nos libraría del espíritu egocéntrico que exige gracias y alabanzas por cada acción; y nos libraría aun de darnos por ofendidos por la ingratitud humana.
  Jesús es el Conquistador Que ha de volver.
“Te encargo -dice Pablo- por Su aparición. La palabra original es epifáneia. Epifáneia se usaba de dos maneras. Se usaba de la intervención manifiesta de algún dios; y se usaba especialmente en relación con el emperador romano. Su entronización era su epifaneia; y en particular -y éste es el trasfondo del pensamiento de Pablo aquí- se usaba de su visita a cualquier provincia o ciudad. Está claro que cuando el emperador iba a visitar algún lugar, todo se ponía en perfecto orden. Se barrían las calles y se adornaban las casas y se ponían al día todos los trabajos para que el lugar estuviera apto para la epifáneia. Así es que Pablo le dice a Timoteo: “Tú sabes lo que sucede cuando una ciudad está esperando la epifáneia del emperador; tú estás esperando la epifáneia de Jesucristo. Haz tu trabajo de tal manera que todas sus partes estén dispuestas para cuando El aparezca.
 El cristiano debe ordenar su vida de tal manera que en cualquier momento esté dispuesto para la venida de Cristo.
  Jesús es el Rey.
Pablo exhorta a Timoteo a actuar recordando el Reino de Jesucristo. Llega el día cuando los reinos del mundo serán el Reino del Señor; así que Pablo le dice a Timoteo: " Vive y trabaja de tal manera que quedes como un ciudadano fiel cuando venga el Rey.”
Nuestro trabajo debe ser tal que pueda resistir el escrutinio de Cristo. Nuestras vidas deben ser tales que reciban la aparición del Rey. Nuestro servicio debe ser tal que demuestre la realidad de nuestra ciudadanía en el Reino de Dios.

Puede que haya pocos pasajes en el Nuevo Testamento en los que se presenten los deberes del  cristiano tan claramente como aquí.
El cristiano debe ser insistente.
 El mensaje que presenta es literalmente una cuestión de vida o muerte. Los cristianos que consiguen de veras que su mensaje haga impacto son los que tienen esta nota de seriedad en su voz  Cualquier persona con esta nota de urgencia en su voz demanda, y captará, la atención de su audiencia. Ha de presentar las prerrogativas de Cristo "en sazón y en desazón.” Como ha dicho alguien: “Aprovecha o crea tu oportunidad. El cristiano debe considerar cada momento una oportunidad para hablar de Cristo.” Donde quiera que comiences  una conversación terminarás conduciendo directamente a Cristo. Esto no quiere decir que no escojamos nuestro tiempo para hablar, porque debe haber cortesía en la evangelización lo mismo que en cualquier otro contacto humano; pero sí quiere decir que tal vez seamos demasiado tímidos para hablarles a otros de Jesucristo, retrasando el mensaje de Salvación por medio del conocimiento de nuestro Señor.
Pablo pasa a hablar del efecto que debe producir el testimonio cristiano.
El cristiano debe ser fiel a la Palabra
 Debe hacer que el pecador se dé cuenta de su pecado. El camino a la perfección pasa por una serie de disgustos. De una manera u otra hay que hacer que el pecador sienta disgusto por su pecado.   Trazar el verdadero Evangelio de Jesús para descubrir y mostrar un contraste entre el falso creyente, que no busca más que la popularidad, y el cristiano verdadero, cuya única meta es el bien de los oyentes. El falso maneja la adulación y fomenta la autoestima. El verdadero dice: “Venid a que se os diga que vais por mal camino. La primera cosa esencial es hacer que una persona se vea tal como es.
El cristiano debe reprender conforme a la Palabra.
 En los grandes días de la Iglesia había una magnífica intrepidez en su voz; y por eso sucedían cosas.  
Ambrosio de Milán fue una de las grandes figuras de la Iglesia Primitiva. Era amigo íntimo del emperador Teodosio, que era cristiano pero tenía un genio de mil demonios. Ambrosio no tenía pelos en la lengua para decirle la verdad al emperador. «¿Quién -preguntaba- se atreverá a deciros la verdad si no lo hace un verdadero creyente?" Teodosio había nombrado a uno de sus amigos íntimos, Botérico, gobernador de Tesalónica. Botérico, un buen gobernador, tuvo ocasión de meter en la cárcel a un famoso auriga por conducta infame. La popularidad de aquellos aurigas era increíble y el populacho armó un alboroto y mató a Boterico. Teodosio estaba loco de ira. Ambrosio intercedió con él para que fuera justo en su castigo, pero Rufino, el Ministro de Estado, atizó aposta su ira de tal manera que Teodosio envió órdenes de que se hiciera una masacre de venganza. Más tarde retiró la orden, pero demasiado tarde para que la nueva orden llegara a Tesalónica a tiempo. El teatro estaba abarrotado con las puertas cerradas y los soldados de Teodosio fueron abriéndose paso por el interior matando hombres mujeres y niños durante tres horas. Más de siete mil personas fueron muertas. La noticia de la masacre llegó a Milán, y cuando Teodosio se presentó en el culto de la Iglesia el domingo siguiente, Ambrosio le negó la entrada. El Emperador pidió perdón. Ocho meses después volvió a la Iglesia, y de nuevo Ambrosio le negó la entrada. Por último el emperador de Roma tuvo que postrarse en el suelo con los penitentes antes de que se le permitiera participar del culto con la Iglesia otra vez. En sus grandes días la Iglesia era intrépida para reprender.
En nuestras relaciones personales, una palabra de advertencia o de reprensión salvaría a menudo a un hermano del pecado y del naufragio. Pero, como ha dicho alguien, esa palabra tiene que darse como "de un hermano corrigiendo a su hermano.” Tiene que darse con la conciencia de una común culpabilidad. No nos corresponde colocarnos por encima de nadie como Jueces; pero es nuestro deber dar la palabra de advertencia cuando se necesita.
El cristiano debe exhortar por la Palabra.
 Aquí tenemos la otra cara de la moneda. Ninguna reprensión debe ser nunca tal que deje al otro en la desesperación y sin coraje y esperanza. No sólo se ha de reprender; también se ha de animar al arrepentimiento del pecado
 El cristiano debe cultivar  una paciencia incansable.
La palabra original es makrothymía que describe el espíritu que nunca se irrita, nunca desespera y nunca considera a nadie incapaz de salvarse. El cristiano cree pacientemente en las personas porque cree invenciblemente en el poder transformador de Cristo.
       Pablo pasa a describir la audiencia estúpida que todo lo cree sin comprobar en la biblia lo que le enseñan. Advierte a Timoteo de que se está llegando a que la gente se niegue a escuchar la sana doctrina y se amontone maestros que le hagan cosquillas en los oídos con precisamente las cosas fáciles y cómodas que quieren oír.
En los días de Timoteo era trágicamente fácil encontrar tales maestros. Se llamaban sofistas, y vagaban de ciudad en ciudad ofreciéndose a enseñar cualquier cosa por dinero. Y Sócrates decía de ellos: “Tratan de atraerse discípulos cobrando poco y prometiendo mucho.” Estaban dispuestos a enseñar la totalidad de la virtud por, por digamos 10 euros. Le enseñaban a uno a discutir con sutileza y a usar las palabras con tal astucia que hicieran lo peor parecer lo mejor. Platón los describía sin rodeos: “Andan cazando jóvenes ricos y de posición, con una educación descafeinada como cebo, y una matrícula como su objetivo para hacer dinero mediante un uso seudocientífico de los sofismas en la conversación privada, dándose cuenta de que lo que estaban enseñando era basura.”
Competían por clientes. Crisóstomo describía así las ferias de las grandes ciudades: “Se puede oír a muchos desgraciados sofistas dándose voces e insultándose entre sí, y a sus discípulos, como ellos los llaman, discutiendo, y muchos autores de libro leyendo sus estúpidas composiciones, y muchos poetas cantando sus poemas, y muchos juglares exhibiendo sus trucos, y muchos magos revelando el significado de prodigios, y miríadas de retóricos enrevesando pleitos, y un sin número de comerciantes ofreciendo sus mercancías.”
En los días de Timoteo había por todas partes maestros falsos pregonando conocimientos de pacotilla. Su táctica era ofrecer argumentos por los que una persona se pudiera justificar por hacer lo que quisiera. Cualquier maestro, hasta el mismo día de hoy, cuya enseñanza tienda a hacer que las personas den menos importancia al pecado es una amenaza para el Cristianismo y para la humanidad.
En oposición a aquello, había que imponerle a Timoteo ciertas obligaciones.
Tenía que ser estable en todas las cosas.
La palabra original (néfein) quiere decir que ha de ser sobrio y controlado como un atleta que tiene sus pasiones y apetitos y nervios bien bajo control.   Esa palabra describe " un estado mental libre de toda perturbación y obsesión... con todas las facultades plenamente controladas, para mirar a la cara todos los Hechos y todas las circunstancias.” El cristiano no ha de ser víctima de modas; el equilibrio ha de ser su norma en un mundo desequilibrado y a menudo insensato.
Ha de aceptar cualquier sufrimiento que le sobrevenga.
El Cristianismo costará algo, y el cristiano ha de pagar el precio sin murmuraciones ni reparos.
Ha de hacer la labor de evangelista.
A pesar de la acusación y de las burlas el cristiano es esencialmente portador de buenas noticias. Si insiste en la disciplina y la autonegación es porque se puede obtener una felicidad más grande que la que aportan los placeres baratos.
No ha de dejar ningún acto de servicio sin cumplir.
 El cristiano no debe tener más que una ambición: ser útil a la Iglesia de la que forma parte y a la sociedad en la que vive. La oportunidad que no dejará pasar por nada no es la de un provecho barato sino la de ser de servicio a su Dios, su Iglesia y sus semejantes.


¡Maranatha!

lunes, 12 de septiembre de 2016

COMPARTIENDO UN TESORO


Juan 4:27-30

      En esto vinieron sus discípulos, y se maravillaron de que hablaba con una mujer; sin embargo, ninguno dijo: ¿Qué preguntas? o, ¿Qué hablas con ella? Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los hombres: Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?  Entonces salieron de la ciudad, y vinieron a él.

No es extraño que los discípulos se quedaran alucinados cuando volvieron de sus recados en el pueblo de Sicar y se encontraron a Jesús hablando con una samaritana. Ya hemos visto la idea que tenían los judíos de las mujeres. El precepto rabínico rezaba: “Que nadie hable con una mujer en la calle; no, ni aunque sea su esposa.” Los rabinos despreciaban tanto a las mujeres, y las creían tan incapaces de recibir ninguna enseñanza real, que decían: “Mejor es quemar las palabras de la Ley que confiárselas a las mujeres.” Tenían un dicho: “Cada vez que uno se enrolla con una mujer, atrae mal sobre sí mismo, se aparta de la Ley y por último hereda la gehena.” Según las normas rabínicas Jesús apenas podría haber hecho nada más repulsivamente inconvencional que el hablar con aquella mujer. Es verdad que estaba derribando barreras.
Sigue un detalle curiosamente revelador. Es algo que difícilmente podría proceder sino de alguien que hubiera participado en la escena. Por muy sorprendidos que estuvieran los discípulos, no se les ocurrió preguntarle a la mujer qué buscaba, o a Jesús por qué estaba hablando con ella. Empezaban a conocerle; y ya habían llegado a la conclusión de que, por muy sorprendentes que fueran Sus acciones, no se podían poner en tela de juicio. Uno ha dado un paso decisivo en el camino del verdadero discipulado cuando ha aprendido a decir: “No es cosa mía el cuestionar las acciones y las demandas de Jesús. Ante ellas han de rendirse mis prejuicios y mis convencionalismos.”
Para entonces la mujer ya estaba de camino de vuelta al pueblo sin su cacharro de agua. El hecho de que lo dejara revelaba dos cosas: que tenía prisa en compartir su experiencia extraordinaria, y que ella daba por sentado que volvería a aquel lugar. Toda su reacción nos dice mucho de la experiencia cristiana verdadera.
  Su experiencia empezó cuando se vio obligada a enfrentarse consigo misma y a verse tal como era. Es lo mismo que le sucedió a Pedro. Después de la pesca milagrosa, cuando Pedro descubrió de pronto algo de la majestad de Jesús, todo lo que pudo decir fue: "¡Apártate de mí, Señor, que soy un pecador!” (Lucas 5:8). Nuestra experiencia cristiana empezará a menudo con una ola humillante de desprecio propio. Suele suceder que lo último que ve una persona es a sí misma. Y pasa a menudo que lo primero que Cristo hace por una persona es empujarla a hacer lo que se ha pasado la vida resistiéndose a hacer: mirarse a sí misma.
  La samaritana estaba alucinada con la habilidad que Cristo tenía para ver su interior. Le admiraba Su profundo conocimiento del corazón humano, y del suyo en particular. Al salmista también le había infundido una gran reverencia: “Has entendido desde lejos mis pensamientos... Hasta antes de que brote la palabra de mi lengua, ¡oh Señor!, Tú ya sabes lo que quiero decir” (Salmo 139:1-4).
 Leí hace poco, que una vez una chiquilla estaba oyendo un sermón de C. H. Spurgeon, y le susurró a su madre: “Mamá, ¿cómo sabe él lo que pasa en casa?”
No hay tapujos ni disfraces que nos oculten de la mirada de Cristo. Él puede ver hasta lo profundo del corazón humano. Y no sólo ve lo malo, sino también al héroe que hay dormido en el alma de todas las personas. Es como el cirujano que ve la parte enferma, y lo sana que quedará cuando se quite el mal.
  El primer impulso de la Samaritana fue compartir su descubrimiento. Cuando encontró a aquella Persona tan maravillosa, se sintió impulsada a decírselo a otros. La vida cristiana se basa en dos pilares: el descubrimiento y la comunicación!: El descubrimiento no es completo hasta que nos llena el corazón del deseo de comunicarlo; y no podemos comunicar a Cristo a otras personas a menos que Le hayamos descubierto por nosotros mismos. Lo primero de todo es encontrar, luego contar; son los dos grandes pasos de la vida cristiana.

  El deseo de contarles a otros su descubrimiento acabó con su sentimiento de vergüenza. No cabe duda de que era una marginada: El mismo hecho de que tuviera que ir a sacar agua de aquel pozo tan lejano del pueblo demuestra que sus vecinos la evitaban, y ella tenía que hacer lo mismo con ellos. Pero entonces fue corriendo a contarles su descubrimiento. Una persona puede tener algún problema que le da corte mencionar y que trata de mantener secreto; pero una vez que lo ha superado, está a menudo tan llena de alegría y de agradecimiento que tiene libertad para contárselo a todo el mundo. Uno puede que haya estado siempre tratando de esconder su pecado; pero una vez que descubre a Jesucristo como su Salvador, su primer impulso es decirles a los demás: “¡Mira cómo era antes, y mira cómo soy ahora!. ¡Y todo se lo debo a Cristo!”

¡Maranatha! ¡Sí, ven Señor Jesús!

sábado, 10 de septiembre de 2016

¿QUIENES FUERON LOS NEFILIM?


Transliteración de la palabra hebrea nefi·lím, que está en plural las tres veces que aparece en la Biblia. (Gé 6:4; Nú 13:33.) Seguramente proviene de la forma causativa del verbo hebreo na·fál (caer), que se emplea, por ejemplo, en 2 Reyes 3:19; 19:7.
El relato de la Biblia que explica que Dios desaprobó a la sociedad humana en los días de Noé antes del Diluvio, dice que “los hijos del Dios verdadero” tomaron para sí esposas de entre las atractivas hijas de los hombres. Luego menciona la presencia de los “nefilim”: “Los nefilim se hallaban en la tierra en aquellos días, y también después, cuando los hijos del Dios verdadero continuaron teniendo relaciones con las hijas de los hombres y ellas les dieron a luz hijos, estos fueron los poderosos [heb. hag·guib·bo·rím] que eran de la antigüedad, los hombres de fama”. (Gé 6:1-4.)

Identidad.
Los comentaristas bíblicos han ofrecido varias explicaciones sobre la identidad de los nefilim mencionados en el versículo 4. Algunos creen que la etimología del nombre indica que los nefilim habían caído del cielo, es decir, que eran ‘ángeles caídos’ que mantuvieron relaciones con las mujeres, relaciones de las que nacerían “los poderosos, los hombres de fama”. Otros doctos han reparado particularmente en la expresión “y también después” (vs. 4), y han afirmado que los nefilim no eran los ‘ángeles caídos’ o “los poderosos”, puesto que los nefilim “se hallaban en la tierra en aquellos días”, antes de que los hijos de Dios tuviesen relaciones con mujeres. Sostienen la opinión de que los nefilim eran simplemente hombres malvados como Caín —ladrones, intimidadores y tiranos—, que vagaron por la tierra hasta que se les aniquiló en el Diluvio. Por último, también hay quienes han tomado en consideración el contexto del versículo 4 y han llegado a la conclusión de que los nefilim no eran ellos mismos ángeles, sino la prole híbrida que resultó de las relaciones que mantuvieron los ángeles materializados con las hijas de los hombres.

Lo mismo que los “guib·bo·rím”.
Ciertas traducciones bíblicas ajustan el lugar donde aparece la frase “y también después”, y la colocan cerca del principio del versículo 4, de manera que identifican a los nefilim con “los poderosos”, los guib·bo·rím, mencionados en la última parte del versículo. Por ejemplo: “En aquel entonces había gigantes [heb. han·nefi·lím] en la tierra (y también después), cuando los hijos de Dios se unieron a las hijas de los hombres, y ellas les daban hijos. Estos son los héroes [heb. hag·guib·bo·rím] de antaño, hombres famosos”. (Gé 6:4, EMN, 1988; véanse también BJ, LT, PIB.)
La Septuaginta griega también indica que los “nefilim” y los “poderosos” son los mismos, pues utiliza la palabra guí·gan·tes (gigantes) para traducir ambas expresiones.
Un repaso del relato permite ver que en los versículos del 1 al 3 se habla de que “los hijos del Dios verdadero” tomaron esposas y se registra la declaración de Jehová de que iba a poner fin a su paciencia con los hombres al cabo de ciento veinte años. Luego, el versículo 4 menciona que los nefilim se hallaban en la tierra “en aquellos días”, los días en que Jehová hizo la declaración. A continuación pasa a mostrar que esta situación continuó “después, cuando los hijos del Dios verdadero continuaron teniendo relaciones con las hijas de los hombres”, y explica con más detalle los resultados de la unión de “los hijos del Dios verdadero” con las mujeres.

¿Quiénes fueron los “hijos de Dios” que engendraron a los nefilim?
¿Quiénes fueron esos “hijos del Dios verdadero”? ¿Eran hombres que adoraban a Jehová (para distinguirlos de la humanidad inicua en general), como algunos afirman? Es obvio que no. De lo que dice la Biblia se deduce que su matrimonio con las hijas de los hombres resultó en un avivamiento de la maldad en la tierra. Noé y sus tres hijos, junto con sus esposas, fueron los únicos que tuvieron el favor de Dios, por lo que se les conservó con vida durante el Diluvio. (Gé 6:9; 8:15, 16; 1Pe 3:20.)
Por lo tanto, si esos “hijos del Dios verdadero” fueron tan solo hombres, surge la pregunta: ¿por qué sus descendientes llegaron a ser “hombres de fama”, aún más que la prole de los inicuos o del fiel Noé? También podría hacerse la pregunta: ¿por qué mencionar su matrimonio con las hijas de los hombres como algo especial? El matrimonio y el nacimiento de niños había tenido lugar por más de mil quinientos años.
Por lo tanto, los hijos de Dios mencionados en Génesis 6:2 deben haber sido ángeles, “hijos de Dios” celestiales. Esta misma expresión se aplica a los ángeles en Job 1:6 y 38:7. Pedro apoya este punto de vista cuando habla de “los espíritus en prisión, que en un tiempo habían sido desobedientes cuando la paciencia de Dios estaba esperando en los días de Noé”. (1Pe 3:19, 20.) También Judas escribe acerca de “los ángeles que no guardaron su posición original, sino que abandonaron su propio y debido lugar de habitación”. (Jud 6.) Los ángeles tenían el poder de materializarse en forma humana, y algunos lo hicieron para llevar mensajes procedentes de Dios. (Gé 18:1, 2, 8, 20-22; 19:1-11; Jos 5:13-15.) Pero la morada propia de los espíritus es el cielo, y los ángeles tienen allí posiciones de servicio bajo Jehová. (Da 7:9, 10.) El abandonar esta morada para habitar en la tierra y dejar su servicio asignado a fin de tener relaciones carnales, era una rebelión contra las leyes de Dios y una perversión.
La Biblia dice que los ángeles desobedientes son en la actualidad “espíritus en prisión”, que han sido arrojados “en el Tártaro” y se les ha “reservado con cadenas sempiternas bajo densa oscuridad para el juicio del gran día”. Estas palabras parecen indicar que están muy restringidos, sin poder materializarse de nuevo como lo hicieron antes del Diluvio. (1Pe 3:19; 2Pe 2:4; Jud 6.)

Incremento de la iniquidad.
Los “poderosos que eran de la antigüedad, los hombres de fama” producto de esos matrimonios, no eran hombres de fama para Dios, puesto que no sobrevivieron al Diluvio, como Noé y su familia. Eran “nefilim”, intimidadores, tiranos que sin duda propiciaron que empeoraran las condiciones. Sus padres angélicos, que conocían la formación del cuerpo humano y podían materializarse, no estaban creando vida, sino que vivían en esos cuerpos humanos y engendraron hijos al cohabitar con las mujeres. Sus hijos, “poderosos”, eran por lo tanto híbridos, una forma de vida desaprobada por Dios. Al parecer los nefilim no tuvieron hijos.

En la mitología.
La fama de los nefilim y el temor que inspiraron parece ser que constituyeron la base de muchas mitologías de los pueblos paganos que se esparcieron por toda la tierra después de la confusión de lenguas en Babel. Y aunque el contexto histórico del relato del Génesis quedó notablemente distorsionado y adornado, guarda una considerable semejanza con dichas mitologías antiguas (la de los griegos es solo un ejemplo), según las cuales los dioses y las diosas se emparejaron con los humanos para producir héroes sobrehumanos y temibles semidioses que tenían características humanas y divinas.  

Un informe que tenía la intención de atemorizar.
Los diez espías que regresaron a los israelitas en el desierto con un informe falso acerca de la tierra de Canaán declararon: “Toda la gente que vimos en medio de ella son hombres de tamaño extraordinario. Y allí vimos a los nefilim, los hijos de Anaq, que son de los nefilim; de modo que llegamos a ser a nuestros propios ojos como saltamontes, y así mismo llegamos a ser a los ojos de ellos”. Sin duda había algunos hombres altos en Canaán, como lo muestran otros textos, pero nunca —excepto en este “informe malo”, que fue cuidadosamente expresado en términos aterradores con el fin de causar pánico entre los israelitas— se les llama nefilim. (Nú 13:31-33; 14:36, 37.)




¡Maranatha!

viernes, 9 de septiembre de 2016

UNA IGLESIA QUE SANABA


Santiago 5:13-15


¿Hay alguien entre vosotros que tenga problemas? ¡Que haga oración! ¿Hay alguien que esté de buenas? ¡Pues que cante un himno! ¿Hay alguno entre vosotros que esté enfermo? Pues que llame a los ancianos de la iglesia, y le ungirán con aceite en el nombre del Señor y orarán por él; y mediante la oración de fe se le restaurará la salud, y el Señor le capacitará para que se levante del lecho; y si había cometido algún pecado, recibirá el perdón.



En estos versículos se nos presentan algunas características dominantes de la Iglesia Primitiva.

Era una iglesia que cantaba; los cristianos originales siempre estaban listos para romper a cantar. En la descripción que nos hace Pablo de las reuniones de la iglesia de Corinto, encontramos que el canto era una parte integral. Cuando piensa en la gracia de Dios saliendo al encuentro de los gentiles, le recuerda el dicho jubiloso del salmista: "Te alabaré entre los gentiles, y cantaré a Tu nombre.”  Romanos 15:9,  Salmo 18:49. Los cristianos se hablaban entre sí con Salmos e himnos y canciones espirituales, cantando y tañendo en sus corazones al Señor (Efesios 5:19). La Palabra de Cristo moraba en ellos, y se enseñaban y exhortaban entre sí mediante salmos e himnos y canciones espirituales, cantando de gratitud en sus corazones al Señor (Colosenses 3:16). Tenían tal alegría en el corazón que se les salía por los labios en cánticos de alabanza por la misericordia y la gracia de Dios.

Es un hecho que el mundo pagano siempre ha estado lúgubre, cansado y atemorizado. En contraste con él, el acento del cristiano es la canción jubilosa.  La Iglesia ha sido siempre cantarina. Cuando Plinio, el gobernador de Bitinia, escribió al emperador Trajano el año 111 d C. para informarle acerca de la nueva secta de los cristianos, le dijo: «Tienen costumbre de reunirse en días. señalados antes que se haga de día, y cantar alternadamente un himno a Cristo como un Dios.» En la sinagoga ortodoxa judía, no hay música desde la caída de Jerusalén el año 70 d C.; porque, cuando hacen el culto, recuerdan una tragedia; pero en la Iglesia Cristiana, desde sus comienzos hasta ahora, no falta la música de alabanza, porque los cristianos recordamos un amor infinito, y disfrutamos una gloria presente.
La Iglesia Primitiva era que era una iglesia sanadora. En eso heredó la tradición del judaísmo: Cuando un judío estaba enfermo, iba al rabino antes que al médico; y el rabino le ungía con aceite -que el médico griego Galeno llamaba «la mejor de todas las medicinas»- y oraba por él. Pocas comunidades habrá habido tan pendientes de sus enfermos como la Iglesia Primitiva. Justino Mártir escribía que los cristianos curaban a innumerables endemoniados que los otros exorcistas habían sido incapaces de curar y todos los tratamientos habían resultado ineficaces. Ireneo, escribiendo ya avanzado el segundo siglo, nos cuenta que los enfermos se curaban mediante la imposición de manos. Tertuliano, que escribe a mediados del siglo III, dice que nada menos que el emperador romano Alejandro Severo fue sanado mediante la unción que le administró un cristiano que se llamaba Torpacio, y que, por gratitud a éste, le tuvo de huésped en el palacio hasta el día de su muerte.

Uno de los primeros libros de orden eclesiástico es el de los Cánones de Hipólito, que data de finales del siglo II o principios del III. Allí se establece que los que tengan el don de sanidad han de ordenarse como presbíteros o ancianos después de que se haga una investigación para asegurarse de que realmente poseen ese don y que procede de Dios. El mismo libro contiene una oración noble que se usaba en la consagración de los obispos locales, parte de la cual decía: «Concédele, oh Señor, ...el poder para romper todas las cadenas del poder malo de los demonios, para sanar a todos los enfermos y para someter rápidamente a Satanás bajo sus pies.» En las Cartas Clementinas se determinan los deberes de los diáconos, que incluyen la regla: «Que los diáconos de la Iglesia se muevan inteligentemente y actúen como ojos para el obispo... Que descubran a los que estén enfermos en la carne, y los traigan a la noticia del cuerpo principal que no los conozca, para que los visiten y suplan sus necesidades.» En la Primera Carta de Clemente, la oración de la iglesia es: «Sana a los enfermos; levanta a los débiles; anima a los desalentados.» Un código muy antiguo establece que cada congregación debe nombrar por lo menos a una viuda para que se cuide de las enfermas. La Iglesia usó la unción regularmente durante siglos como un medio para sanar a los enfermos. De hecho, es importante notar que la unción se aplicaba siempre en los primeros siglos para efectuar la curación, no como una preparación para la muerte como se practica ahora en la Iglesia Católica Romana. Fue en el año 852 d C. cuando este sacramento se convirtió en el de la extremaunción, o viático, que tiene por objeto preparar al paciente para la muerte.
      Entre las bendiciones que Dios ha dado a toda la humanidad, está la capacidad de regeneración de sus organismos físicos y la facultad del cuerpo para sanarse a sí mismo cuando está herido o enfermo. Un médico puede recomendar ciertas medidas para acelerar el recobro, pero en realidad son las facultades de recuperación dadas por Dios, que están dentro del cuerpo, las que efectúan la curación. Mismo la farmacopea empleada en medicina, contiene la Sabiduría de Dios en las plantas de las que deriva.
 Por lo tanto, el salmista David reconoció que, aunque nació imperfecto, su Creador podía sostenerlo durante la enfermedad y sanar todas sus dolencias. (Salmo 51:5; 41:1-3; 103:2-4.) Jehová restableció la salud corporal del afligido Job (Job 42:10) y también curó físicamente a su pueblo Israel. (Éxodo 15:26.)
Está escrito de Jehová que puede herir y sanar, y lo hace literal y figuradamente. Por esta razón, para Él hay un tiempo de herir y un tiempo de sanar. Moisés reconoció que fue Jehová quien había herido a Míriam con lepra, y por eso suplicó al Único que podía curarla, diciendo: “¡Oh Dios, por favor! ¡Sánala, por favor!”. (Números 12:10, 13.) Y por último, en relación con la facultad de procreación, Jehová sanó al rey Abimélec, a su esposa y a sus esclavas después que pasó la situación crítica en la que se vio envuelta Sara y que hubiese afectado a la descendencia prometida. (Génesis 20:17, 18.)
En la Biblia tiene una significación especial el quebranto espiritual más bien que el físico y, a su vez, la curación espiritual. Se llama la atención a la responsabilidad de los caudillos del Israel natural a este respecto. “Desde el profeta aun hasta el sacerdote, cada uno [estaba] obrando falsamente” en los días de Jeremías, simulando al mismo tiempo sanar el quebranto del pueblo de Dios. (Jeremías 6:13, 14; 8:11.) En este sentido, eran muy parecidos a los consoladores de Job, “médicos de ningún valor”. (Job 13:4.)
       En algunas ocasiones también se sanó a objetos inanimados, en el sentido de recomponerlos, como ocurrió con el altar demolido que Elías compuso. (1Reyes 18:30.) De igual manera, el profeta Eliseo saneó las aguas de los alrededores de Jericó para que no causaran más abortos. (2Reyes 2:19-22.) Por otra parte, Jeremías puso una ilustración excelente cuando hizo añicos la vasija del alfarero, de modo que no se podía componer, es decir, no tenía la posibilidad de curación. “De la misma manera —Jehová declaró— quebraré yo a este pueblo y a esta ciudad como quiebra alguien la vasija del alfarero de modo que ya no puede componerse.  

Curaciones realizadas por Jesús y sus discípulos.

      Jesucristo consideró que la actividad prioritaria de su ministerio era ‘enseñar y predicar las buenas nuevas del Reino’, mientras que “curar” toda suerte de dolencia y toda suerte de mal entre el pueblo” era algo secundario. Por eso se compadeció de las muchedumbres principalmente “porque estaban desolladas y desparramadas como ovejas sin pastor”. (Mateo 4:23; 9:35, 36; Lucas 9:11.)
Este Gran Maestro, Jesús, también se compadeció de las multitudes que le seguían con la esperanza de que sanaría sus males físicos. (Mateo 12:15; 14:14; 19:2; Lucas 5:15.) Su obra curativa milagrosa sirvió de señal visible a su generación y contribuyó a demostrar que era el Mesías, como se había profetizado. (Mateo 8:16, 17.) También prefiguró las bendiciones de curación que se extenderán a la humanidad bajo la gobernación del reino de Dios. (Apocalipsis 21:3, 4.) Jesús sanó y restableció la salud de muchos: cojos, mancos, ciegos, mudos (Mateo 15:30, 31), epilépticos, paralíticos (Mateo 4:24), a una mujer que padecía flujo de sangre (Marcos 5:25-29), a un hombre con una mano seca (Marcos 3:3-5) y a un hidropésico (Lucas 14:2-4), y en muchas ocasiones liberó a endemoniados de su esclavitud y cautiverio satánicos. (Mateo 12:22; 15:22-28; 17:15, 18; Marcos 1:34; Lucas 6:18; 8:26-36; 9:38-42; Hechos 10:37, 38.)
Jesús empleó diversas maneras de curar en diferentes ocasiones. En una ocasión todo cuanto dijo fue: “Levántate, toma tu camilla y anda”, y el enfermo que estaba cerca del estanque de Betzata fue curado. (Juan 5:2-9.) En otra ocasión se limitó a dar la orden, y el enfermo, a pesar de encontrarse lejos, se curó. (Mateo 8:5-13.) Otras veces puso su mano sobre el enfermo (Mateo 8:14, 15) o tocó una herida y la sanó. (Lucas 22:50, 51.) Varios enfermos simplemente tocaron el fleco de la prenda de vestir de Jesús o le tocaron a él, y se curaron. (Mateo 14:36; Marcos 6:56; Lucas 6:19; 8:43-47.) No importaba que las personas hubieran estado afligidas con la enfermedad por muchos años. (Mateo 9:20-22; Lucas 13:11-13; Juan 5:5-9.)
Algunas personas que se opusieron a Jesús no apreciaron la obra de curación que estaba efectuando, como los líderes religiosos judíos, que se encolerizaron cuando Jesús hizo curaciones en día de sábado. (Mateo 12:9-14; Lucas 14:1-6; Juan 5:10-16.)
      En una de estas ocasiones, Jesús hizo callar a sus opositores diciéndoles: “Hipócritas, ¿no desata del pesebre cada uno de ustedes en día de sábado su toro o su asno y lo lleva a beber? ¿No era propio, pues, que esta mujer que es hija de Abrahán, y a quien Satanás tuvo atada, ¡fíjense!, dieciocho años, fuera desatada de esta ligadura en día de sábado?”. (Lucas 13:10-17.)
Lo que sanaba al enfermo no era la aplicación del propio poder de Jesús, su conocimiento o su sabiduría. Tampoco se utilizó la terapia por hipnosis, la psicoterapia o cualquier otro método similar. Más bien, lo que efectuaba tales curaciones era el espíritu y el poder de Dios. (Lucas 5:17; 9:43.) Sin embargo, no todos fueron tan agradecidos como para dar a Dios la gloria por estas curaciones. (Lucas 17:12-18.)
      Actualmente, tampoco todas las personas reconocen los eternos beneficios curativos que se hacen disponibles por medio del sacrificio de rescate de Cristo. (1Pedro 2:24.)
Jesús delegó este poder divino de sanar en otros que estaban estrechamente asociados con él en su ministerio. Cuando se envió a los 12 apóstoles y luego a los 70 discípulos, se les dio poder para curar a los enfermos. (Mateo 10:5, 8; Lucas 10:1, 8, 9.) Después del Pentecostés   algunos —entre ellos Pedro, Juan, Felipe y Pablo— también recibieron este poder divino de sanar. (Hechos 3:1-16; 4:14; 5:15, 16; 8:6, 7; 9:32-34; 28:8, 9.) Cuando el cristianismo empezó a estar firmemente arraigado y los apóstoles murieron, cesaron los “dones de curaciones”. (1Corintios 12:8, 9, 28, 30; 13:8, 13.)
Era importante que aquel que llevase a cabo la curación tuviese fe y confianza completas en Dios, y reconociese, como hizo Jesús, que las curaciones se realizaban gracias al poder de Dios. (Mateo 17:14-20; Juan 5:19.) Sin embargo, no era necesario que los afligidos tuvieran fe antes de ser curados (Juan 5:5-9, 13), aunque muchos tuvieron gran fe. (Mateo 8:5-13; 15:28; Marcos 5:34; Lucas 7:1-10; 17:19; Hechos 14:8-10)
La curación milagrosa sería una “señal” del respaldo divino. (Hechos 4:22, 29, 30.) Los que rehusaron admitir y reconocer esta señal estaban ciegos y sordos. (Isaías 6:10; Juan 12:37-41.) Como aquellas curaciones divinas tenían que servir de señal para los incrédulos, no solían efectuarse en favor de quienes ya eran cristianos engendrados por espíritu. Por eso, cuando Timoteo tuvo problemas de estómago, Pablo no realizó una curación milagrosa, sino que recomendó que tomase un poco de vino para ayudarle. (1Timteo 5:23.)

Curación espiritual.

Dios sana espiritualmente a los que se arrepienten. En un sentido figurado, significa volver a tener su favor y disfrutar nuevamente de sus bendiciones. (Isaías 19:22; 57:17-19; Jeremías 33:6.) Esa curación resulta en fortalecer las manos débiles y las rodillas que tambalean, abrir los ojos de los ciegos y restablecer el oído a los sordos, sanar a los cojos y dar habla a los mudos, en un sentido espiritual. (Isaías 35:3-6.) Por el contrario, los que son apóstatas incorregibles nunca experimentan una curación o restablecimiento de su buena salud y prosperidad espiritual. (2Crónicas 36:15-17; Isaías 6:10; Jeremías 30:12, 13; Hechos 28:24-28.) De manera similar, no habría ninguna curación para Egipto ni para su Faraón ni para el “rey de Asiria”. (Jeremías 46:11; Ezequiel 30:21; Nahúm 3:18, 19.)

Las Escrituras prescriben el remedio para las personas que están enfermas espiritualmente. (Hebreos 12:12, 13; Santiago 5:14-16; Apocalipsis 3:18.)

miércoles, 7 de septiembre de 2016

EL VERDADERO DISCIPULADO


Juan 8:31-32

Entonces Jesús les dijo a los judíos que habían llegado a creer en Él:
-Si os mantenéis fieles a Mi palabra, seréis de veras Mis discípulos: conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.

Pocos pasajes del Nuevo Testamento contienen una descripción tan completa del discipulado.
  El discipulado empieza por creer. Su comienzo es el momento en que una persona acepta como verdadero lo que Jesús dice; todo lo que nos dice acerca del amor de Dios, todo lo que nos dice acerca del horror del pecado, todo lo que nos dice acerca del verdadero sentido de la vida.
  El discipulado quiere decir mantenerse constantemente en la palabra de Jesús, y eso implica cuatro cosas.
  Implica escuchar constantemente la palabra de Jesús. El cristiano es una persona que está escuchando la voz de Jesús toda la vida, y que no hará ninguna decisión hasta haber oído lo que tiene que decir. Como decía el poeta Antonio Machado:

A distinguir me paro las voces de los ecos, y escucho solamente, entre las voces, una.

  Implica aprender constantemente de Jesús. El discípulo es literalmente un aprendiz, que es lo que quiere decir la palabra en el original. El cristiano tiene que estar aprendiendo de Jesús más y más toda la vida. La mente cerrada acaba con el discipulado.
  Implica penetrar constantemente en la verdad que se encuentra en las palabras de Jesús. Nadie puede decir que entiende todo el significado de las palabras de Jesús con haberlas oído o leído sólo una vez. La diferencia entre un gran libro y otro efímero consiste en que éste nos basta con leerlo una vez, mientras que aquél lo leemos muchas veces y no lo agotamos nunca. Para permanecer fieles a la palabra de Jesús tenemos que estudiarla constantemente y pensar en lo que Él dijo hasta apropiarnos del todo su significado.
  Implica obedecer constantemente la palabra de Jesús. No la estudiamos simplemente por interés académico o para degustarla intelectualmente, sino para descubrir lo que Dios espera de nosotros. El discípulo es el aprendiz que aprende para poner por obra. La verdad que nos ha traído Jesús está diseñada para la acción.
  El discipulado conduce al conocimiento de la verdad.
El aprender de Jesús es aprender la verdad. «Conoceréis la verdad,» dijo Jesús. ¿Qué es esa verdad? Hay muchas posibles respuestas a esta pregunta, pero la que más abarca podría ser que la verdad que nos trae Jesús nos muestra los verdaderos valores de la vida. La pregunta fundamental a la que todos tenemos que dar respuesta consciente o inconscientemente es: "¿A qué voy a dedicar mi vida? ¿A atesorar posesiones materiales? ¿Al placer? ¿Al servicio de Dios?» En la verdad de Jesús vemos las cosas que son importantes y las que no lo son.
  El discipulado conduce a la libertad. "La verdad os hará libres.» "En Su servicio está la verdadera libertad.» El discipulado nos trae cuatro libertades.
  Nos trae la libertad del miedo. El que es discípulo de Cristo ya no va solo por la vida, sino siempre en compañía de Jesús, y eso destierra el temor.
  Nos trae la libertad del ego. Muchas personas se dan cuenta de que su mayor problema son ellas mismas, y eso las lleva muchas veces a clamar desesperadas:  ¡No puedo cambiar! Lo he intentado, pero es imposible.  Pero el poder y la presencia de Jesús pueden re-crear a una persona hasta el punto de hacerla completamente nueva.
  Nos trae la libertad de otras personas. Muchos viven dominados por el miedo a lo que puedan pensar o decir los demás. Alguien dijo una vez que la voz de nuestros prójimos llega con más fuerza a nuestros oídos que la voz de Dios. El discípulo ha dejado de preocuparse por lo que pueda decir la gente; porque lo único que le importa de veras es lo que diga Dios.
  Nos trae la libertad del pecado. Muchas personas han llegado al punto de pecar, no porque quieren, sino porque no lo pueden evitar. Sus pecados los dominan de tal forma que, por mucho que lo intenten, no se pueden desligar de ellos. El discipulado rompe las cadenas que nos atan al pecado y nos permite ser las personas que sabemos que debemos ser.

 Solo en Cristo podemos ser verdaderamente libres.


¡Maranatha!

martes, 6 de septiembre de 2016

UN ESCÉPTICO, CONVENCIDO


Juan 20:24-29  Pero Tomas, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino.  Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. Él les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré.  Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomas. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Luego dijo a Tomas: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomas respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío!  Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomas, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.



Para Tomas la Cruz había sido lo que él se había temido. Cuando Jesús les propuso volver a Betania, cuando recibieron la noticia de la enfermedad de Lázaro, la reacción de Tomas había sido: «¡Vamos nosotros también a morir con Él!» Juan 11:16. A Tomas no le faltaba valor; lo que le pasaba era que era pesimista por naturaleza. No hay la menor duda de que amaba a Jesús. Le amaba lo bastante para estar dispuesto a ir a Jerusalén a morir con Él cuando los otros vacilaban y tenían miedo. Había sucedido lo que él se había temido; y, aunque lo esperaba, le había destrozado el corazón de tal manera que rehuía a los demás y quería estar solo con su dolor.
El rey Jorge V de Inglaterra solía decir que una de las reglas de su vida era: Cuando tenga que sufrir, dejadme que me aparte y sufra solo como un animal bien educado.
 Así, Tomas prefería enfrentarse con el sufrimiento y el dolor a solas. Por eso, cuando se les presentó Jesús a Sus discípulos, Tomas no estaba entre ellos; y, cuando le dijeron que habían visto al Señor, aquello le pareció demasiado bueno para ser verdad, y se mostró incapaz de creerlo. Beligerante en su pesimismo, dijo que en la vida creería que Jesús había resucitado a menos que Le viera con sus propios ojos y tocara las señales de los clavos en Sus manos y metiera la mano en la herida de la lanza en Su costado.  
Pasó una semana, y Jesús volvió; y esta vez Tomas estaba allí. Y Jesús conocía el corazón de Tomas: le repitió sus propias  palabras, y le invitó a hacer la prueba que él mismo había sugerido. Y a Tomas se le salió el corazón de alegría y de amor, y sólo pudo decir: ¡Mi Señor y mi Dios!  Jesús le dijo: “Tomas, tú has tenido que ver con tus propios ojos para creer; pero llegará el día cuando habrá personas que creerán sin haber visto más que con los ojos de la fe.”
El carácter de Tomas se nos presenta con toda claridad.
  Cometió una equivocación: el retirarse de la compañía de los que habían compartido con él lo mejor de sus vidas. Buscó la soledad; y, por no estar con sus camaradas, se perdió la primera visita de Jesús. Nos perdemos un montón de cosas cuando nos separamos de la comunión cristiana y tratamos de arreglárnoslas solos. Nos pueden suceder cosas buenas en la comunión de la Iglesia de Cristo que no nos sucederán si estamos solos. Cuando llega el dolor y la aflicción nos envuelve, a veces tendemos a encerrarnos en nosotros mismos y rechazar el encuentro con otras personas. Ese es precisamente el momento en que, pese a nuestro dolor, debemos buscar la comunión de los hermanos en Cristo, porque es ahí donde podemos encontrarnos con Él cara a cara.
  Pero Tomás tenía dos grandes virtudes. Se negaba en redondo a decir que creía lo que no creía, o que entendía lo que no entendía. Jamás acallaba sus dudas pretendiendo no tenerlas. No era de los que recitan un credo sin saber lo que están diciendo. Tomas tenía que estar seguro, y eso no se le puede reprochar.  

Vive más fe en una honrada duda que en muchos de los credos, créeme.

Hay una fe más auténtica en la persona que insiste en estar segura, que en la que repite rutinariamente cosas que no ha pensado nunca por sí y que es posible que no crea de veras. Esa es la duda que a menudo acaba en certeza.
  La otra gran virtud de Tomas era que, cuando estaba seguro, no se quedaba a mitad de camino.  ¡Mi Señor y mi Dios! , dijo. Esa no fue una confesión a medias, sino la más completa del Nuevo Testamento. No era uno de esos que airean sus dudas para practicar una especie de acrobacia intelectual; dudó hasta llegar a la seguridad; y una vez que llegó, se rindió totalmente a la certeza. Cuando una persona alcanza la convicción de que Jesucristo es el Señor venciendo sus dudas llega a una seguridad que no puede alcanzar la que acepta las cosas sin pensarlas.

No sabemos con seguridad lo que fue de Tomas más adelante; pero hay un libro apócrifo que se llama Los Hechos de Tomas que pretende contarnos su historia. Se trata, desde luego, de leyendas; pero puede que contengan restos de su historia. Nos presentan el carácter de Tomas con verdadero realismo. Veamos algunos detalles.
Después de la muerte de Jesús, Sus discípulos se repartieron el mundo para evangelizar los diferentes países. A Tomas le tocó la India. (Hasta el día de hoy hay una iglesia cristiana en el Sur de la India que se llama la Iglesia de Santo Tomas, porque se cree que él fue su fundador).
Al principio, Tomas se negó a ir, alegando que no era bastante fuerte para un viaje tan largo. Y dijo: "Yo soy hebreo; ¿cómo voy a ir a predicarles la verdad a los indios?» Jesús se le apareció una noche y le dijo: «No tengas miedo, Tomas; vete a la India a predicar la Palabra allí, porque Mi gracia estará contigo.» Pero Tomas seguía negándose. «Mándame adonde quieras -le dijo a Jesús-, pero que no sea a la India; porque allí no voy.»
Sucedió que había venido cierto mercader de la India a Jerusalén que se llamaba Abanes. Le había enviado el rey Gundaforo para que le llevara a un experto carpintero, y eso es lo que era Tomas. Jesús se dirigió a Abanes en el mercado y le dijo: «¿Quieres comprar un carpintero?» Abanes le dijo:
«Sí.» Y Jesús entonces le propuso: «Tengo un esclavo que es carpintero, y quiero venderle,» y señaló a Tomas desde lejos. Llegaron a un acuerdo en el precio, y se hizo un contrato de compra-venta que decía: "Yo, Jesús, hijo de José el Carpintero, certifico que te he vendido a mi esclavo que se llama Tomas a ti, Abanes, mercader de Gundaforo, rey de los indios.» Cuando se firmó y selló el trato, Jesús encontró a Tomas, y se le llevó a Abanes, quien le preguntó: "¿Es este tu Señor?» Tomas contestó: «¡Pues claro que sí!» Y Abanes le dijo: «Pues yo te he comprado.» Tomas. no dijo nada. Pero, de madrugada, se levantó a orar; y al final de su oración Le dijo a Jesús: «Iré adonde Tú me mandes, Señor Jesús, hágase Tu voluntad.» Esto nos presenta al mismo Tomas de siempre, lento para convencerse y para rendirse; pero, que una vez que se rendía, se rendía de veras.
La historia sigue diciéndonos que Gundaforo le mandó a Tomas que le construyera un palacio, y Tomas dijo que estaba dispuesto a hacerlo. El rey le dio dinero en abundancia para los materiales y para contratar obreros; pero Tomas se lo dio todo a los pobres. Siempre le decía al rey que el palacio iba para arriba; pero el rey estaba muy suspicaz. Por último mandó a buscar a Tomas, y le preguntó: "¿Me has construido ya el palacio?  "Sí», le contestó Tomas. «Bueno; entonces, ¿podemos ir a verlo?», le preguntó el rey; y Tomas le contestó: "No lo puedes ver todavía; pero, cuando te vayas de esta vida, entonces lo verás.» Al principio el rey se puso furioso, y Tomas corrió verdadero peligro; pero luego el rey se convirtió a Cristo... y así trajo Tomas el Evangelio a la India.
Tomas tiene algo muy simpático y admirable. La fe no le resultaba fácil; y la obediencia no era su reacción espontánea. Era un hombre que tenía que estar seguro, y tenía que calcular el precio; pero, una vez que estaba seguro, y una vez que había contado el precio, llegaba hasta el límite de la fe y de la obediencia. Una fe como la de Tomas es mejor que una confesión templada; y una obediencia como la suya es mejor que una conformidad fácil que se muestra de acuerdo en hacer algo sin contar con el precio, y luego se vuelve atrás.

¡Maranatha!