Santiago
5:13-15
¿Hay alguien entre vosotros que tenga
problemas? ¡Que haga oración! ¿Hay alguien que esté de buenas? ¡Pues que cante
un himno! ¿Hay alguno entre vosotros que esté enfermo? Pues que llame a los
ancianos de la iglesia, y le ungirán con aceite en el nombre del Señor y orarán
por él; y mediante la oración de fe se le restaurará la salud, y el Señor le
capacitará para que se levante del lecho; y si había cometido algún pecado,
recibirá el perdón.
En estos versículos se nos presentan
algunas características dominantes de la Iglesia Primitiva.
Era
una iglesia que cantaba; los cristianos originales siempre
estaban listos para romper a cantar. En la descripción que nos hace Pablo de
las reuniones de la iglesia de Corinto, encontramos que el canto era una parte
integral. Cuando piensa en la gracia de Dios saliendo al encuentro de los
gentiles, le recuerda el dicho jubiloso del salmista: "Te alabaré entre
los gentiles, y cantaré a Tu nombre.” Romanos 15:9, Salmo 18:49. Los cristianos
se hablaban entre sí con Salmos e himnos y canciones espirituales, cantando y
tañendo en sus corazones al Señor (Efesios 5:19).
La Palabra de Cristo moraba en ellos, y se enseñaban y exhortaban entre sí
mediante salmos e himnos y canciones espirituales, cantando de gratitud en sus
corazones al Señor (Colosenses 3:16). Tenían tal
alegría en el corazón que se les salía por los labios en cánticos de alabanza
por la misericordia y la gracia de Dios.
Es un hecho
que el mundo pagano siempre ha estado lúgubre, cansado y atemorizado. En
contraste con él, el acento del cristiano es la canción jubilosa. La Iglesia ha sido siempre cantarina. Cuando
Plinio, el gobernador de Bitinia, escribió al emperador Trajano el año 111 d C.
para informarle acerca de la nueva secta de los cristianos, le dijo: «Tienen
costumbre de reunirse en días. señalados antes que se haga de día, y cantar
alternadamente un himno a Cristo como un Dios.» En la sinagoga ortodoxa judía,
no hay música desde la caída de Jerusalén el año 70 d C.; porque, cuando hacen
el culto, recuerdan una tragedia; pero en la Iglesia Cristiana, desde sus
comienzos hasta ahora, no falta la música de alabanza, porque los cristianos
recordamos un amor infinito, y disfrutamos una gloria presente.
La Iglesia Primitiva era que era una iglesia
sanadora. En eso heredó la
tradición del judaísmo: Cuando un judío estaba enfermo, iba al rabino antes que
al médico; y el rabino le ungía con aceite -que el médico griego Galeno llamaba
«la mejor de todas las medicinas»- y oraba por él. Pocas comunidades habrá
habido tan pendientes de sus enfermos como la Iglesia Primitiva. Justino Mártir
escribía que los cristianos curaban a innumerables endemoniados que los otros
exorcistas habían sido incapaces de curar y todos los tratamientos habían
resultado ineficaces. Ireneo, escribiendo ya avanzado el segundo siglo, nos
cuenta que los enfermos se curaban mediante la imposición de manos. Tertuliano,
que escribe a mediados del siglo III, dice que nada menos que el emperador
romano Alejandro Severo fue sanado mediante la unción que le administró un
cristiano que se llamaba Torpacio, y que, por gratitud a éste, le tuvo de
huésped en el palacio hasta el día de su muerte.
Uno de los primeros libros de orden
eclesiástico es el de los Cánones de Hipólito, que data de finales del
siglo II o principios del III. Allí se establece que los que tengan el don de
sanidad han de ordenarse como presbíteros o ancianos después de que se haga una
investigación para asegurarse de que realmente poseen ese don y que procede de
Dios. El mismo libro contiene una oración noble que se usaba en la consagración
de los obispos locales, parte de la cual decía: «Concédele, oh Señor, ...el
poder para romper todas las cadenas del poder malo de los demonios, para sanar
a todos los enfermos y para someter rápidamente a Satanás bajo sus pies.» En
las Cartas Clementinas se determinan los deberes de los diáconos, que
incluyen la regla: «Que los diáconos de la Iglesia se muevan inteligentemente y
actúen como ojos para el obispo... Que descubran a los que estén enfermos en la
carne, y los traigan a la noticia del cuerpo principal que no los conozca, para
que los visiten y suplan sus necesidades.» En la Primera Carta de Clemente, la
oración de la iglesia es: «Sana a los enfermos; levanta a los débiles; anima a
los desalentados.» Un código muy antiguo establece que cada congregación debe
nombrar por lo menos a una viuda para que se cuide de las enfermas. La Iglesia
usó la unción regularmente durante siglos como un medio para sanar a los
enfermos. De hecho, es importante notar que la unción se aplicaba siempre en
los primeros siglos para efectuar la curación, no como una preparación para la
muerte como se practica ahora en la Iglesia Católica Romana. Fue en el año 852
d C. cuando este sacramento se convirtió en el de la extremaunción, o viático,
que tiene por objeto preparar al paciente para la muerte.
Entre las bendiciones que Dios ha dado a
toda la humanidad, está la capacidad de regeneración de sus organismos físicos
y la facultad del cuerpo para sanarse a sí mismo cuando está herido o enfermo.
Un médico puede recomendar ciertas medidas para acelerar el recobro, pero en
realidad son las facultades de recuperación dadas por Dios, que están dentro
del cuerpo, las que efectúan la curación. Mismo la farmacopea empleada en
medicina, contiene la Sabiduría de Dios en las plantas de las que deriva.
Por lo tanto, el salmista David reconoció que,
aunque nació imperfecto, su Creador podía sostenerlo durante la enfermedad y
sanar todas sus dolencias. (Salmo 51:5; 41:1-3;
103:2-4.) Jehová restableció la salud corporal del afligido Job (Job 42:10) y también curó físicamente a su pueblo
Israel. (Éxodo 15:26.)
Está escrito de
Jehová que puede herir y sanar, y lo hace literal y figuradamente. Por esta
razón, para Él hay un tiempo de herir y un tiempo de sanar. Moisés reconoció
que fue Jehová quien había herido a Míriam con lepra, y por eso suplicó al
Único que podía curarla, diciendo: “¡Oh Dios, por favor! ¡Sánala, por favor!”.
(Números 12:10, 13.) Y por último, en relación
con la facultad de procreación, Jehová sanó al rey Abimélec, a su esposa y a
sus esclavas después que pasó la situación crítica en la que se vio envuelta
Sara y que hubiese afectado a la descendencia prometida. (Génesis 20:17, 18.)
En la Biblia
tiene una significación especial el quebranto espiritual más bien que el físico
y, a su vez, la curación espiritual. Se llama la atención a la responsabilidad
de los caudillos del Israel natural a este respecto. “Desde el profeta aun
hasta el sacerdote, cada uno [estaba] obrando falsamente” en los días de
Jeremías, simulando al mismo tiempo sanar el quebranto del pueblo de Dios. (Jeremías 6:13, 14; 8:11.) En este sentido, eran muy
parecidos a los consoladores de Job, “médicos de ningún valor”. (Job 13:4.)
En algunas ocasiones también se sanó a
objetos inanimados, en el sentido de recomponerlos, como ocurrió con el altar
demolido que Elías compuso. (1Reyes 18:30.) De
igual manera, el profeta Eliseo saneó las aguas de los alrededores de Jericó
para que no causaran más abortos. (2Reyes 2:19-22.) Por
otra parte, Jeremías puso una ilustración excelente cuando hizo añicos la
vasija del alfarero, de modo que no se podía componer, es decir, no tenía la
posibilidad de curación. “De la misma manera —Jehová declaró— quebraré yo a
este pueblo y a esta ciudad como quiebra alguien la vasija del alfarero de modo
que ya no puede componerse.
Curaciones
realizadas por Jesús y sus discípulos.
Jesucristo consideró que la actividad
prioritaria de su ministerio era ‘enseñar y predicar las buenas nuevas del
Reino’, mientras que “curar” toda suerte de dolencia y toda suerte de mal entre
el pueblo” era algo secundario. Por eso se compadeció de las muchedumbres
principalmente “porque estaban desolladas y desparramadas como ovejas sin
pastor”. (Mateo 4:23; 9:35, 36; Lucas 9:11.)
Este Gran
Maestro, Jesús, también se compadeció de las multitudes que le seguían con la
esperanza de que sanaría sus males físicos. (Mateo
12:15; 14:14; 19:2; Lucas 5:15.) Su obra curativa milagrosa sirvió de
señal visible a su generación y contribuyó a demostrar que era el Mesías, como
se había profetizado. (Mateo 8:16, 17.) También
prefiguró las bendiciones de curación que se extenderán a la humanidad bajo la
gobernación del reino de Dios. (Apocalipsis 21:3, 4.)
Jesús sanó y restableció la salud de muchos: cojos, mancos, ciegos, mudos (Mateo 15:30, 31), epilépticos, paralíticos (Mateo 4:24), a una mujer que padecía flujo de sangre (Marcos 5:25-29), a un hombre con una mano seca (Marcos 3:3-5) y a un hidropésico (Lucas 14:2-4), y en muchas ocasiones liberó a
endemoniados de su esclavitud y cautiverio satánicos. (Mateo
12:22; 15:22-28; 17:15, 18; Marcos 1:34; Lucas 6:18; 8:26-36; 9:38-42; Hechos
10:37, 38.)
Jesús empleó
diversas maneras de curar en diferentes ocasiones. En una ocasión todo cuanto
dijo fue: “Levántate, toma tu camilla y anda”, y el enfermo que estaba cerca
del estanque de Betzata fue curado. (Juan 5:2-9.)
En otra ocasión se limitó a dar la orden, y el enfermo, a pesar de encontrarse
lejos, se curó. (Mateo 8:5-13.) Otras veces puso
su mano sobre el enfermo (Mateo 8:14, 15) o tocó
una herida y la sanó. (Lucas 22:50, 51.) Varios
enfermos simplemente tocaron el fleco de la prenda de vestir de Jesús o le
tocaron a él, y se curaron. (Mateo 14:36; Marcos 6:56;
Lucas 6:19; 8:43-47.) No importaba que las personas hubieran estado
afligidas con la enfermedad por muchos años. (Mateo
9:20-22; Lucas 13:11-13; Juan 5:5-9.)
Algunas personas
que se opusieron a Jesús no apreciaron la obra de curación que estaba
efectuando, como los líderes religiosos judíos, que se encolerizaron cuando
Jesús hizo curaciones en día de sábado. (Mateo 12:9-14;
Lucas 14:1-6; Juan 5:10-16.)
En una de estas ocasiones, Jesús hizo
callar a sus opositores diciéndoles: “Hipócritas, ¿no desata del pesebre cada
uno de ustedes en día de sábado su toro o su asno y lo lleva a beber? ¿No era
propio, pues, que esta mujer que es hija de Abrahán, y a quien Satanás tuvo
atada, ¡fíjense!, dieciocho años, fuera desatada de esta ligadura en día de
sábado?”. (Lucas 13:10-17.)
Lo que sanaba al
enfermo no era la aplicación del propio poder de Jesús, su conocimiento o su
sabiduría. Tampoco se utilizó la terapia por hipnosis, la psicoterapia o
cualquier otro método similar. Más bien, lo que efectuaba tales curaciones era
el espíritu y el poder de Dios. (Lucas 5:17; 9:43.)
Sin embargo, no todos fueron tan agradecidos como para dar a Dios la gloria por
estas curaciones. (Lucas 17:12-18.)
Actualmente, tampoco todas las personas
reconocen los eternos beneficios curativos que se hacen disponibles por medio
del sacrificio de rescate de Cristo. (1Pedro 2:24.)
Jesús delegó
este poder divino de sanar en otros que estaban estrechamente asociados con él
en su ministerio. Cuando se envió a los 12 apóstoles y luego a los 70
discípulos, se les dio poder para curar a los enfermos. (Mateo 10:5, 8; Lucas 10:1, 8, 9.) Después del
Pentecostés algunos —entre ellos Pedro, Juan, Felipe y
Pablo— también recibieron este poder divino de sanar. (Hechos
3:1-16; 4:14; 5:15, 16; 8:6, 7; 9:32-34; 28:8, 9.) Cuando el
cristianismo empezó a estar firmemente arraigado y los apóstoles murieron,
cesaron los “dones de curaciones”. (1Corintios 12:8, 9,
28, 30; 13:8, 13.)
Era importante
que aquel que llevase a cabo la curación tuviese fe y confianza completas en
Dios, y reconociese, como hizo Jesús, que las curaciones se realizaban gracias
al poder de Dios. (Mateo 17:14-20; Juan 5:19.)
Sin embargo, no era necesario que los afligidos tuvieran fe antes de ser
curados (Juan 5:5-9, 13), aunque muchos tuvieron
gran fe. (Mateo 8:5-13; 15:28; Marcos 5:34; Lucas
7:1-10; 17:19; Hechos 14:8-10)
La curación
milagrosa sería una “señal” del respaldo divino. (Hechos
4:22, 29, 30.) Los que rehusaron admitir y reconocer esta señal estaban
ciegos y sordos. (Isaías 6:10; Juan 12:37-41.)
Como aquellas curaciones divinas tenían que servir de señal para los
incrédulos, no solían efectuarse en favor de quienes ya eran cristianos
engendrados por espíritu. Por eso, cuando Timoteo tuvo problemas de estómago,
Pablo no realizó una curación milagrosa, sino que recomendó que tomase un poco
de vino para ayudarle. (1Timteo 5:23.)
Curación
espiritual.
Dios sana
espiritualmente a los que se arrepienten. En un sentido figurado, significa
volver a tener su favor y disfrutar nuevamente de sus bendiciones. (Isaías 19:22; 57:17-19; Jeremías 33:6.) Esa curación
resulta en fortalecer las manos débiles y las rodillas que tambalean, abrir los
ojos de los ciegos y restablecer el oído a los sordos, sanar a los cojos y dar
habla a los mudos, en un sentido espiritual. (Isaías
35:3-6.) Por el contrario, los que son apóstatas incorregibles nunca
experimentan una curación o restablecimiento de su buena salud y prosperidad
espiritual. (2Crónicas 36:15-17; Isaías 6:10; Jeremías 30:12,
13; Hechos 28:24-28.) De manera similar, no habría ninguna curación para
Egipto ni para su Faraón ni para el “rey de Asiria”. (Jeremías
46:11; Ezequiel 30:21; Nahúm 3:18, 19.)
Las Escrituras
prescriben el remedio para las personas que están enfermas espiritualmente. (Hebreos 12:12, 13; Santiago 5:14-16; Apocalipsis 3:18.)
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