Tu segundo enemigo es el mundo. La
palabra mundo se refiere al presente
sistema de vida que rige la sociedad. El mundo tiene la tendencia de
arrastrarnos al pecado, a los malos
compañeros, a los placeres, a las modas, a las oposiciones y a los planes de la
gente que vive de Dios.
Verás que en tu experiencia del
nuevo nacimiento, tus placeres han sido elevados a un nivel enteramente nuevo y
glorioso. Muchos no cristianos, han señalado la vida cristiana como una colección
de reglas, tabúes, vetos y prohibiciones. Esta es otra mentira diabólica. Pues
la vida en Cristo no es una serie de prohibiciones, sino de exhortaciones
positivas. Estarás tan ocupado en la obra de Cristo y tan satisfecho con Él, que
no tendrás tiempo para las cosas del mundo.
Supongamos que alguien te
ofreciera unas migajas, luego de haber
saboreado un buen bistec, seguro que le dirías:”Gracias, pero estoy
completamente satisfecho”.´
Ésa es la actitud, he ahí el
secreto. Estarás tan lleno de las cosas de Cristo, tan enamorado de las cosas
de Dios, que no tendrás tiempo para los placeres pecaminosos de este mundo.
Lo mundano, sin embargo, ha sido
mal entendido, mal interpretado por muchos cristianos. Debemos aclararlo, ya
que es probablemente una de las más grandes dificultades que ha de afrontar el cristiano
nuevo y sin experiencia.
Hay ciertos momentos de la vida
cotidiana que en sí no son pecado, pero que tienden a conducir al pecado, si se
abusa de ellos. El abuso, literalmente, significa uso extremado y, en muchas
ocasiones, el uso excesivo de las cosas lícitas llega a ser pecado. El placer
es lícito en cierta medida, dentro del matrimonio, pero si se abusa es ilícito
y lleva al pecado. La ambición es una prueba de carácter, pero debe dirigirse
hacia cosas lícitas y en proporciones moderadas. Nuestras tareas diarias, tales
como leer, vestir, tener amistades, y otras similares de la vida son todas
lícitas y necesarias, pero fácilmente llegan a ser ilícitas, innecesarias y
perjudiciales. Pensar en las necesidades de la vida es absolutamente esencial,
pero también puede degenerar fácilmente en ansiedad. Y, entonces tal como
Cristo nos lo recuerda en la parábola, los afanes de esta vida ahogan la
simiente espiritual en el corazón. Ganar dinero es necesario para la vida
diaria, pero la preocupación por las ganancias puede degenerar en amor al
dinero, y entonces, la decepción de las riquezas entra en la vida y la arruina.
El espíritu mundano no se concreta a una sola categoría, clase o esfera de vida,
de manera que podemos separar una de la otra, o llamar a una mundana y a la
otra no mundana, a la una espiritual y a la otra no espiritual. La mundanalidad
es un espíritu, una atmósfera, una influencia que impregna toda la vida y la
sociedad, que debe ser vigilada constante y tenazmente.
La Biblia advierte: 1ª S. Juan
2:15-17 “No améis al mundo, ni las cosas que están en
el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.
Porque todo lo que hay en el
mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida,
no proviene del Padre, sino del mundo.
Y el mundo pasa, y sus deseos;
pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”.
Sin embargo, bajo ciertas
condiciones, éstos llegan a ser problemas que perturban nuestra vida en los
tiempos actuales.
Cuando comienzas tu andadura por
la senda de Cristo, te surgen preguntas ¿Será pecado esto o aquello? ¿Será
malo? Una pregunta que puedes hacerte sinceramente y con oración, resolverá el noventa
por ciento de los problemas de esta naturaleza. Hazte esta pregunta cada vez que
tengas dudas de cómo actuar: ¿Qué desearía Jesús que yo hiciese? Otra pregunta
puede ser: ¿Puedo pedir su bendición sobre esto que voy a emprender? ¿Qué
pensaría Jesús de mis diversiones, recreos, lecturas, amigos y programas de
radio y televisión? No podemos arbitrar
o regatear aquí. Debemos declararnos partidarios por completo de Cristo.
Esto no significa que presumamos
de este sentir, o que asumamos una actitud de superioridad,` porque ello nos
pondría en peligro de adquirir un orgullo espiritual, lo cual sería mucho peor
que el ser mundano.
Pero en nuestros días, hay tantos
que se llaman cristianos y se amoldan con el mundo de tal modo que no se nota
la diferencia entre ellos y el pecador. Y esto no debe ser.
El cristiano debe brillar como un
diamante en un fondo sombrío. Su santidad moral y su equilibrio deberán caracterizarle.
Debería ser equilibrado, culto, cortés, amable firme en las cosas que tiene o
no tiene que hacer. Debería saber reír y ser alegre, pero no debe permitir que
el mundo lo rebaje a su nivel.
La Biblia dice: Romanos 14:23” …
y todo lo que no proviene de fe, es pecado”. Y otra vez, el que duda, está
condenado. En otras palabras, nunca debemos hacer nada que no esté
perfectamente claro y diáfano.
Si tenemos alguna duda con respecto
a lo que nos perturba, sobre si es malo o bueno, conveniente o no, lo mejor
será no hacerlo.
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