El
tercer enemigo con el que hemos de enfrentarnos es la codicia de la carne. La
carne es esa tendencia mala de nuestro yo interior. Aun después de haber nacido
de nuevo, de vez en cuando volverán tus
viejos y pecaminosos deseos. Te asustarás y preguntarás ¿De dónde vienen?
La
Biblia enseña que la vieja naturaleza, con toda su corrupción, aún existe y que
las tentaciones hacia el mal proceden de ella, en otras palabras: ”un traidor
vive dentro de ti”. Esa inclinación perversa hacia el pecado, siempre está
presente en tu vida para arruinarla, para marcarte y señalar tus instintos
animales. ¡Se ha declarado la guerra! Ahora tienes dos naturalezas en conflicto,
y cada una se esfuerza por obtener la victoria.
La
Biblia enseña: Gálatas 5:17 “ Porque el deseo de la carne es contra el
Espíritu, y el del Espíritu es contra de la carne; y éstos se oponen entre sí,
para que no hagáis lo que quisiereis”. Es la lucha entre la vida egocéntrica y
la vida Cristocéntrica. Esa vieja naturaleza animal no puede agradar a Dios, no
puede convertirse, ni siquiera reformarse. Pero gracias a Dios, cuando Jesús dio
su vida por nosotros, nuestra vieja naturaleza quedó crucificada con Él. No teniéndola
presente nunca más. Ahora podemos vernos cómo dice la Biblia en Romanos 6:11 “Así
también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo
Jesús, Señor nuestro”. Por la fe, esto llega a ser una realidad.
No
obstante, será necesario distinguir muy bien entre el uso y abuso, entre lo que
es lícito y lo que no lo es. Puede ser que algunas de estas cosas sean
pecaminosas, o producto de la codicia. Habrá que estar siempre en guardia.
El
significado original de la palabra codicia es un**deseo vehemente**y no
necesariamente un deseo pecaminoso, puesto que hay ciertos apetitos de
naturaleza meramente física, como el hambre y la sed, que pertenecen al reino
animal y que en sí son naturales y no pecaminosos. Sólo su abuso es malo. La
falta de moderación, la intemperancia, de esos instintos producen un deseo
pecaminoso. La pereza es un pecado. El matrimonio está dentro del plan de Dios,
y de acuerdo con las funciones de la vida humana, física, mental y social. El
adulterio es un pecado por la codicia de la carne, y se opone a la voluntad de
Dios y a todo lo que es puro. Pero hay otros deseos de la carne que son de
naturaleza sensual y pecaminosa. Como el deseo de saciar, a cualquier precio,
nuestra sed de odio y de venganza. Por eso tenemos que estableces una
diferencia entre el apetito o deseo natural, y la codicia, como deseo
pecaminoso.
Los
pecados de la carne son los más terribles, porque representan las ansias
naturales de hacer lo malo. Ni el diablo, ni el mundo, ni aún nuestro propio
corazón inclinado al mal, pueden obligarnos a pecar. Pecamos por decisión y
voluntad propias, y es aquí donde entra en acción nuestra corrompida naturaleza
con sus vehementes inclinaciones al mal.
San
Pablo dijo que no tenía confianza en la carne. En otra ocasión dijo: Romanos
13.13-14 “Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras,
no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor
Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne”. Debemos rendirnos y entregarnos tan
completamente a Dios que podamos, por la fe, considerar a la vieja naturaleza
como muerta al pecado.
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