} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: PUESTOS LOS OJOS EN JESÚS

domingo, 10 de abril de 2016

PUESTOS LOS OJOS EN JESÚS



Hebreos 12:1  Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante,
 2  puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.


 Esta "tan grande nube de testigos"son los héroes de la fe mencionados en el cap. 11 que fueron testigos de la fe y que sirven de ejemplo de lealtad y fidelidad a los creyentes del N.T. mientras corren la carrera. Los héroes de la fe no son espectadores que nos vigilan desde el cielo; sino que sus vidas son nuestros testigos, después de haber sido vencedores. A menudo, la vida cristiana se compara con una carrera Su fidelidad es un estímulo para nosotros. No luchamos solos ni somos los primeros en luchar con los problemas que afrontamos. Otros también han participado en la carrera y han ganado, y su testimonio nos anima a correr y a ganar. ¡Qué legado tan inspirador el que tenemos!
 La vida cristiana implica trabajo arduo.  Despojémonos de todo lo que nos impida avanzar, particularmente de toda forma de pecado.
Requiere poner a un lado todo lo que ponga en peligro nuestra relación con Dios, correr con paciencia y hacer frente al pecado en el poder del Espíritu Santo. Para vivir con eficiencia esta vida, debemos fijar nuestros ojos en Cristo. Titubearemos si apartamos la mirada de El y si nos miramos a nosotros mismos o contemplamos las circunstancias que nos rodean. Debemos correr para participar en la carrera de Cristo, no en la nuestra, y siempre debemos fijar nuestra mirada en El.
La obediencia perseverante por fe en Cristo era la carrera puesta ante los hebreos en la cual debían ganar la corona de gloria o tener la miseria eterna como su porción; se nos expone. Por el pecado que tan fácilmente nos asedia, entendamos que el pecado es a lo que más nos inclinamos, a lo cual estamos más expuestos, por costumbre, edad o circunstancias. Esta es una exhortación de suma importancia, porque mientras permanezca sin ser subyugado el pecado favorito, sea cual sea, de un hombre, le impedirá correr la carrera cristiana, porque le quita toda motivación para correr y da entrada al desaliento más completo.
Cuando estemos agotados y débiles en nuestras mentes, recordemos que el santo Jesús sufrió para salvarnos de la desgracia eterna. Mirando fijamente a Jesús, nuestros pensamientos fortalecerán santos afectos y subyugarán los deseos carnales; entonces, pensemos frecuentemente en Él.
¿Qué son nuestras pequeñas pruebas comparadas con sus agonías o siquiera con nuestras desolaciones? ¿Qué son en comparación con los sufrimientos de tantos otros?
 Hay en los creyentes una inclinación a agotarnos y debilitarnos cuando somos sometidos a pruebas y aflicciones; esto es por la imperfección de nuestras virtudes y los vestigios de la corrupción. Los cristianos no debemos desmayar bajo nuestras pruebas. Aunque nuestros enemigos y perseguidores sean instrumentos para infligir sufrimientos, son de todos modos, disciplina divina; nuestro Padre celestial tiene su mano en todo y su fin sabio es responder por todo. No debemos tomar con liviandad nuestras aflicciones ni entristecernos bajo ellas, porque son la mano y la vara de Dios, su reprimenda por el pecado. No debemos depriminirnos ni hundirnos bajo las pruebas, afanarnos ni irritarnos, sino soportarnos con fe y paciencia. Dios puede dejar solos a los demás en sus pecados, pero corregirá el pecado en sus propios hijos. Actúa en esto como corresponde a un padre. Nuestros padres terrenales nos castigan a veces para satisfacer sus propias pasiones más que para reformar nuestros modales. Pero el Padre de nuetras almas nunca quiere apenar ni afligir a sus hijos. Siempre es para nuestro provecho. Toda nuestra vida aquí es un estado infantil e imperfecto en cuanto a las cosas espirituales; por tanto, debemos someternos a la disciplina de tal estado. Cuando lleguemos al estado perfecto estaremos plenamente reconciliados con todas las disciplinas presentes de Dios para con nosotros. La corrección de Dios no es condenación; el castigo puede ser soportado con paciencia y fomenta grandemente la santidad. Entonces, aprendamos a considerar las aflicciones que nos acarrea la maldad de los hombres como correcciones enviadas por nuestro bondadoso y santo Padre para nuestro bien espiritual.



 ¡Maranatha!

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