Hebreos 12:1 Por tanto, nosotros también, teniendo en
derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del
pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por
delante,
2 puestos
los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto
delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la
diestra del trono de Dios.
Esta "tan grande
nube de testigos"son los héroes de
la fe mencionados en el cap. 11 que fueron testigos de la fe y que sirven de
ejemplo de lealtad y fidelidad a los creyentes del N.T. mientras corren la
carrera. Los héroes de la fe no son espectadores que nos vigilan desde el
cielo; sino que sus vidas son nuestros testigos,
después de haber sido vencedores. A menudo, la vida cristiana se compara con
una carrera Su fidelidad es un
estímulo para nosotros. No luchamos solos ni somos los primeros en luchar con
los problemas que afrontamos. Otros también han participado en la carrera y han
ganado, y su testimonio nos anima a correr y a ganar. ¡Qué legado tan
inspirador el que tenemos!
La vida cristiana
implica trabajo arduo. Despojémonos de todo lo que nos impida
avanzar, particularmente de toda forma de pecado.
Requiere
poner a un lado todo lo que ponga en peligro nuestra relación con Dios, correr
con paciencia y hacer frente al pecado en el poder del Espíritu Santo. Para
vivir con eficiencia esta vida, debemos fijar nuestros ojos en Cristo.
Titubearemos si apartamos la mirada de El y si nos miramos a nosotros mismos o
contemplamos las circunstancias que nos rodean. Debemos correr para participar
en la carrera de Cristo, no en la nuestra, y siempre debemos fijar nuestra
mirada en El.
La obediencia perseverante por fe en Cristo era
la carrera puesta ante los hebreos en la cual debían ganar la corona de gloria
o tener la miseria eterna como su porción; se nos expone. Por el pecado que tan
fácilmente nos asedia, entendamos que el pecado es a lo que más nos inclinamos,
a lo cual estamos más expuestos, por costumbre, edad o circunstancias. Esta es
una exhortación de suma importancia, porque mientras permanezca sin ser
subyugado el pecado favorito, sea cual sea, de un hombre, le impedirá correr la
carrera cristiana, porque le quita toda motivación para correr y da entrada al
desaliento más completo.
Cuando estemos agotados y débiles en nuestras
mentes, recordemos que el santo Jesús sufrió para salvarnos de la desgracia
eterna. Mirando fijamente a Jesús, nuestros pensamientos fortalecerán santos
afectos y subyugarán los deseos carnales; entonces, pensemos frecuentemente en
Él.
¿Qué son nuestras pequeñas pruebas comparadas con
sus agonías o siquiera con nuestras desolaciones? ¿Qué son en comparación con
los sufrimientos de tantos otros?
Hay en los
creyentes una inclinación a agotarnos y debilitarnos cuando somos sometidos a
pruebas y aflicciones; esto es por la imperfección de nuestras virtudes y los
vestigios de la corrupción. Los cristianos no debemos desmayar bajo nuestras
pruebas. Aunque nuestros enemigos y perseguidores sean instrumentos para
infligir sufrimientos, son de todos modos, disciplina divina; nuestro Padre
celestial tiene su mano en todo y su fin sabio es responder por todo. No debemos
tomar con liviandad nuestras aflicciones ni entristecernos bajo ellas, porque
son la mano y la vara de Dios, su reprimenda por el pecado. No debemos depriminirnos
ni hundirnos bajo las pruebas, afanarnos ni irritarnos, sino soportarnos con fe
y paciencia. Dios puede dejar solos a los demás en sus pecados, pero corregirá
el pecado en sus propios hijos. Actúa en esto como corresponde a un padre.
Nuestros padres terrenales nos castigan a veces para satisfacer sus propias
pasiones más que para reformar nuestros modales. Pero el Padre de nuetras almas
nunca quiere apenar ni afligir a sus hijos. Siempre es para nuestro provecho.
Toda nuestra vida aquí es un estado infantil e imperfecto en cuanto a las cosas
espirituales; por tanto, debemos someternos a la disciplina de tal estado.
Cuando lleguemos al estado perfecto estaremos plenamente reconciliados con
todas las disciplinas presentes de Dios para con nosotros. La corrección de
Dios no es condenación; el castigo puede ser soportado con paciencia y fomenta
grandemente la santidad. Entonces, aprendamos a considerar las aflicciones que
nos acarrea la maldad de los hombres como correcciones enviadas por nuestro
bondadoso y santo Padre para nuestro bien espiritual.
¡Maranatha!
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