} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: DIOS ES AMOR

viernes, 5 de mayo de 2017

DIOS ES AMOR



1Juan 3:10  En esto son manifiestos los hijos de Dios, y los hijos del diablo; cualquiera que no hace justicia, y que no ama a su Hermano, no es de Dios.
 (La Biblia de Casiodoro de Reina 1569)

El versículo 10 ofrece la confirmación definitiva de esta interpretación. Nos permite reconocer claramente que se trata de la cuestión de la certeza de la salvación.
(«En esto se manifiestan los hijos de Dios y los hijos del diablo») muestra que aquí se trata de la respuesta a la pregunta: ¿Cómo reconoceremos nuestra salvación, nuestra vida eterna?
 «Quien no practica la justicia, no es de Dios, y tampoco quien no ama a su hermano»
«La vida revela a los hijos de Dios.» No hay manera de decir qué clase de árbol es uno más que por sus frutos, y no hay manera de decir qué es una persona aparte de su conducta. Juan establece que cualquiera que no obre con integridad, demuestra que no es de Dios. Aunque Juan es un místico, tiene una mentalidad muy práctica; y, por tanto, no deja la integridad como algo vago e indefinido. Alguien podría decir: «Muy bien, acepto el hecho de que la única cosa que prueba que una persona pertenece a Dios es la integridad de su vida; pero, ¿qué es integridad?" La respuesta de Juan es clara y contundente: Ser íntegro es amar a nuestros hermanos. Eso, dice Juan, es un deber que no deja lugar a dudas. Y pasa a aportar varias razones por las que ese mandamiento es tan central y tan vinculante.
La ética cristiana se puede resumir en una palabra, amor, y desde el momento que una persona se rinde a Cristo se compromete a hacer del amor la línea central de su vida.
Por esa misma razón, el hecho de que una persona ame a sus hermanos es la prueba definitiva de que ha pasado de muerte a vida. La vida sin amor es muerte. Amar es estar en la luz; aborrecer es continuar en la oscuridad. No necesitamos más pruebas que mirarle a la cara a una persona que esté enamorada, y a otra que esté llena de odio; mostrarán la gloria o la negrura de su corazón.

Asimismo, partiendo de esto, nos damos cuenta de que el v. 7 es también respuesta a la pregunta de cómo podemos tener la alegre seguridad de la salvación. La exclamación que tanto llama nuestra atención: «Hijitos, que nadie os extravíe», así como la frase que nos habla de algo en que se manifiestan los hijos de Dios y los hijos de Satán, en el v. 10a, señalan que ahora tenemos ya la norma para conocer la salud y la perdición. En el v. 10a se nos dice: A los hijos del diablo se los reconoce por el pecado. Y a los hijos de Dios se los reconoce porque no cometen pecado (es decir, no cometen el pecado contra el amor).

En nuestra carta, podemos encontrar también toda una serie de ulteriores confirmaciones de esto mismo: muchas que únicamente se descubren como tales, después de una larga contemplación, pero también algunas que, por su tenor literal, corresponden ya obviamente a la interpretación que acabamos de dar. Tan sólo vamos a mencionar ahora otra confirmación, que encontramos también en el capítulo 4: «Quien ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios».

  El autor quiere decirnos con ello: El «pecado» al que en lo sucesivo me refiero, es la maldad diabólica, que se dirige precisamente contra el mandamiento de Cristo, mandamiento que 1Jn y el Evangelio de Juan califican siempre de el mandamiento por excelencia. Ese pecado es la negación del amor.

Por consiguiente, el autor quiere decirnos: En esta última hora (el tiempo decisivo de la salvación) la lucha no se cifra ya en torno a cosas periféricas, sino que ahora se concentra todo sobre lo supremo y más esencial. Por tanto, para Dios y para su Cristo lo que se trata ahora es de manifestarse como amor, es decir, de actuar como amor. Y, por tanto, para Satán lo que se trata es de no dejar que Dios pueda manifestarse en los suyos como amor: en los suyos, es decir, en la vida concreta, en el amor fraterno de los cristianos. Esto precisamente es la quintaesencia de la maldad diabólica, que se había predicho para los últimos tiempos.

En lo que se refiere al conjunto, habría que considerar y acentuar mucho más intensamente de lo que suele hacerse en los comentarios, hasta qué punto la «plasmación de la vida conforme a la voluntad de Dios»  es entendida concretamente como amor fraterno, y hasta qué punto el amor fraterno pertenece esencialmente al ser del cristiano.


De ahí se sigue todavía otro paso en este razonamiento bien trabado. Alguien puede que diga: «Reconozco la obligación de amar, y trataré de cumplirla; pero no sé lo que implica.» La respuesta de Juan: "Si quieres ver lo que es este amor, mira a Jesucristo. En Su muerte por los hombres en la Cruz se despliega plenamente.» En otras palabras, la vida cristiana es la imitación de Cristo. «Haya esta actitud entre vosotros que tenéis en Jesucristo» (Flp_2:5). «Nos dejó Su ejemplo para que sigamos Sus pisadas» (1Pe_2:21). No hay nadie que pueda mirar a Cristo y decir que no sabe en qué consiste la vida cristiana.

Las indicaciones que se dan en 3,4-10 (la significación de las palabras «pecado» y «maldad»), que eran al principio difíciles de entender para nosotros, no fueron tan difíciles de captar para los primeros lectores de la carta, porque ellos tenían el conocimiento previo, que tan necesario es, de que todo hay que comprenderlo a partir de la verdad de que «Dios es amor». Es un conocimiento que nosotros sólo podemos adquirir por la exégesis de la carta en su totalidad y por la visión conjunta de los distintos enunciados que en ella se hacen. Pero que los primeros lectores conocían por la predicación oral del apóstol y de sus discípulos.

  El pasaje de 1Jn_3:10a  es el paralelo joánico de aquella sentencia de los sinópticos "Por sus frutos los conoceréis» (Mat_7:16 ss y principalmente Luc_6:43s).

  Podemos ver también la asociación intensa del amor con el ser de cristiano en Flp_2:6 ss,  Flp_4:1-6) y en Mar_8:10.


También esta sección, lo mismo que todas, está al servicio de la finalidad de consolidar la gozosa seguridad de la salvación. Más aún: lo que los versículos 3,4-10 nos decían sobre este asunto, se desarrolla ahora en cuanto a sus consecuencias, al mismo tiempo que se recalza bien en sus cimientos.

a) La exhortación a que «nos amemos los unos a los otros» (de que a los «que han nacido de Dios» se les ha dado graciosamente el amor recíproco, y de que ellos deben ejercitarlo).

b) El sombrío contraste del amor fraterno: el odio como homicidio; aquí se incluye, en los   una declaración sobre la seguridad de salvación que tienen los cristianos (los cuales, ciertamente, están seguros de que «han pasado de la muerte a la vida» por la experiencia que tienen del odio por parte del «mundo» y en contraste con el «pecado» de este mundo).

c) El amor fraterno como entrega de la vida.
 
Juan resuelve otra posible objeción más. Alguien podría decir: « ¿Cómo puedo yo seguir las pisadas de Cristo? El dio Su vida en la Cruz. Si me dicen que yo debería dar mi vida por mis hermanos; pero esas oportunidades tan dramáticas no se dan corrientemente en la vida. ¿Qué tengo que hacer entonces?» La respuesta de Juan es: "Es cierto. Pero cuando veas a tu hermano en necesidad, y tú tengas bastante, el darle de lo que tienes es seguir a Cristo. El cerrarle el corazón y las manos es demostrar que el amor de Dios que se manifestó en Jesucristo no tiene lugar para ti.» Juan insiste en que podemos encontrar innumerables oportunidades para demostrar el amor de Cristo en la vida de todos los días.
 Pero la vida no es siempre tan trágica; y sin embargo el mismo principio de conducta se debe aplicar siempre. Puede movernos sencillamente a gastar algún dinero que hubiéramos podido gastar para nosotros mismos para aliviar la necesidad de otro más necesitado. Es, después de todo, el mismo principio de acción, aunque a un nivel más bajo de intensidad: es estar dispuestos a rendir algo que tiene valor para nuestra propia vida para enriquecer la de otro. Si tal mínima respuesta a la Ley del Amor que nos llega en una situación diaria y normal está ausente, entonces es inútil pretender que formamos parte de la familia de Dios, el reino en el que el amor es operativo como el principio y la señal de la vida eterna.»
Las palabras bonitas nunca ocuparán el lugar de las buenas obras; y ninguna cantidad de palabras sobre el amor cristiano ocupará el lugar de una acción amable, que implique algún sacrificio propio, a una persona en necesidad; porque en esa acción vuelve a estar operativo el principio de la Cruz.
Dondequiera que esté el cristiano, aunque no diga palabra, actúa como conciencia de la sociedad; y por esa misma razón el mundo le aborrecerá a menudo.
En la antigua Atenas, el noble Arístides fue condenado a muerte injustamente; y, cuando le preguntaron a uno del jurado cómo había sido capaz de dar su voto en contra de tal hombre, su respuesta fue que estaba harto de oír llamar a Arístides " el Justo.»
El odio del mundo al cristiano es un fenómeno ubicuo, y se debe al hecho de que el mundano ve en el cristiano su propia condenación: lo que él no es y lo que en lo más íntimo de su corazón sabe que debería ser; y, como no quiere cambiar, trata de eliminar al que le recuerda su bondad perdida.


¡Maranatha!

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