} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: SIEMBRA, COSECHA Y SIEGA ESPIRITUAL

viernes, 12 de mayo de 2017

SIEMBRA, COSECHA Y SIEGA ESPIRITUAL



Juan 4:35-38  ¿No decís vosotros que aún hay cuatro meses y la siega viene? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos, y mirad el campo, porque ya están blancas para la siega.
   Y el que siega, recibe salario, y allega fruto para vida eterna; para que el que siembra también goce, y el que siega.
   Porque en esto es el dicho verdadero: Que uno es el que siembra, y otro es el que siega.
   Yo os he enviado a segar lo que vosotros no labrasteis; otros labraron, y vosotros habéis entrado en sus labores.
(La Biblia de Casiodoro de Reina 1569)

La salvación de almas es la recompensa de la cual Jesús habla. "El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre" (Mateo_13:37) y la estaba sembrando ese mismo día en Samaria. Su salario era el fruto que cosechaba. Podemos leer en Mateo_18:15, "ganar" al hermano (¿habrá ganancia que valga más que esta?) Pablo exhortó a los filipenses a que siguieran fieles, "asidos de la palabra de vida, para que en el día de Cristo yo pueda gloriarme de que no he corrido en vano, ni en vano he trabajado" (Filipenses_2:16). "Así que, hermanos míos amados y deseados, gozo y corona mía, estad así firmes en el Señor, amados" (Filipenses_4:1). "Porque, ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida. Vosotros sois nuestra gloria y gozo" (1Tesalonicenses_2:19-20)
Todo lo que estaba sucediendo en Samaria Le había dado a Jesús la visión de un mundo listo para ser cosechado para Dios. Cuando dijo: «Todavía faltan cuatro meses para que llegue la siega» no tenemos que pensar que estaba refiriéndose a la época del año que era entonces en Samaria. Si hubiera sido así, habría sido hacia el mes de enero. No habría hecho aquel calor agotador; y no habría habido escasez de agua; no se habría necesitado un pozo para encontrarla, porque habría sido la estación lluviosa, y habría habido abundancia de agua.

Lo que Jesús está haciendo es citar un refrán. Los judíos dividían el año agrícola en seis partes, cada una de las cuales duraba dos meses: siembra, invierno, primavera, cosecha, verano y calor extremo. Jesús está diciendo: " Tenéis un proverbio: después de sembrar tenéis que esperar por lo menos cuatro meses hasta que llega la siega.» Y entonces Jesús eleva la mirada.
 Sicar está en medio de una región que sigue siendo famosa por sus cereales. La buena tierra para la agricultura no abundaba en la pedregosa y rocosa Palestina; casi en ninguna otra parte del país podía uno levantar la mirada y ver los campos ondulantes de cereales. Jesús recorrió aquellos campos con la mirada, señalándolos con la mano. «¡Fijaos! -les dijo a Sus discípulos-. Los campos ya están blancos y listos para la siega. Lo normal es que la cosecha tarde cuatro meses en crecer y madurar; pero en Samaria ya podéis ver que está lista para la siega.»
En este caso Jesús está pensando en el contraste que hay entre la naturaleza y la gracia. En la cosecha natural, había que sembrar y esperar; pero en Samaria todo había sucedido con tal divina celeridad que se había sembrado la Palabra y al momento ya estaba lista la cosecha.   Y entonces Jesús dijo: "¡Mirad los campos! ¡Fijaos cómo están ahora! ¡Están blancos para la siega!» La multitud que venía con sus ropas blancas era la cosecha que Jesús estaba deseando recoger para Dios.

Jesús siguió diciéndoles que lo increíble había tenido lugar: el sembrador y el segador se podían alegrar al mismo tiempo. Era algo que nadie podía esperar. Para los judíos la siembra era triste y laboriosa; era la siega la que era alegre. «¡Que los que siembran con lágrimas sieguen con gritos de alegría! El que sale llorando, llevando la preciosa simiente, volverá a casa dando gritos de alegría, trayendo sus gavillas» (Salmo_136:5). Este es el plan divino y es muy alentador. Según este plan todo obrero del Señor participa de la gloriosa siega. La cosecha no pertenece solamente al segador, sino también al sembrador; no hay competencia entre el sembrador y el segador, porque los dos están perfectamente unidos en la obra y ante los ojos de Dios, el sembrar es tan importante como el segar y los dos se gozarán (serán recompensados).
       Normalmente el sembrar es trabajo laborioso como dice el Salmo_126:5-6, "Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas", pero en el campo espiritual el sembrador se goza con el segador.  
Aquí hay algo escondido bajo la superficie. Los judíos soñaban con la edad de oro, la era por venir, la edad de Dios, cuando el mundo sería todo de Dios, cuando habrían desaparecido el pecado y el dolor, y Dios reinaría supremo. Amós pintaba el cuadro de la siguiente manera: "He aquí vienen días, dice el Señor, en que el que ara alcanzará al segador, y el pisador de las uvas al que lleve la simiente» (Amos_9:13). «Vuestra trilla alcanzará a la vendimia, y la vendimia alcanzará a la sementera» Levítico_26:5). Era parte del sueño de la edad dorada el que la siembra y la siega, la sementera y la recolección estarían tan próximas que se pisarían los talones. Habría tal fertilidad que los viejos largos días de espera se habrían terminado. Podemos advertir lo que Jesús está apuntando gentilmente. Sus palabras no son ni más ni menos que la proclamación de que, con Él, la edad dorada ha amanecido; el esperado tiempo de Dios está presente: el tiempo en que se anuncia la Palabra y se siembra la semilla y la cosecha está lista para la recolección.
Había otra enseñanza en aquella situación, y Jesús la conocía bien: «Hay otro proverbio -les dijo- que es igualmente cierto: «Uno siembra y otro siega.»» Y de allí procedió a hacer dos aplicaciones prácticas.
  Les dijo a Sus discípulos que recogerían una cosecha que se habría producido sin su colaboración. Quería decir que Él estaba sembrando la semilla; que en Su Cruz, por encima de todo, se sembraría la semilla del amor y del poder de Dios, y que llegaría el día cuando Sus discípulos salieran por el mundo a recoger la cosecha que Su vida y muerte habrían sembrado.
  Les dijo a Sus discípulos que llegaría el día cuando ellos sembrarían y otros recogerían. Llegaría el día en que la Iglesia Cristiana enviaría evangelistas; ellos no verían la cosecha; algunos morirían mártires; pero la sangre de los mártires sería la semilla de la Iglesia. Es como si dijera: «Algún día labraréis, y no veréis el resultado. Algún día sembraréis y desapareceréis de la escena antes que haya granado la cosecha. ¡No tengáis miedo! ¡No os desaniméis! La siembra no será en vano, ni se perderá la semilla. Otros verán la cosecha que no se os concedió ver a vosotros.»
Así que en este pasaje hay dos cosas.
  Se hace notar una oportunidad. La cosecha está esperando que la recojan para Dios. Hay momentos de la Historia en los que la gente está extraña y curiosamente sensible a Dios; o en que «Dios está a la vista». ¡Qué tragedia sería que la Iglesia de Cristo dejara de recoger Su cosecha en ese tiempo!
 Se hace notar un desafío. A muchos se les concede sembrar, pero no segar. Muchos ministerios tienen éxito, no porque tengan fuerza ni mérito, sino por alguna persona que vivió y predicó y murió y dejó una influencia que se hizo mayor en su ausencia que en su presencia. Muchos tienen que trabajar sin ver el resultado de sus labores.
Una vez me enseñaron una finca de Cica Revoluta en la Alcudia (Valencia) que es famosa por este tipo de palmera. El dueño, se llamaba Miguel, las amaba y conocía cada planta por su nombre. Me enseñó algunas semillas que tardarían veinticinco años en germinar. Él tenía cerca de setenta y cinco años, y no vería su belleza, pero otras personas sí.
 Ningún trabajo ni ninguna empresa que se emprenden para Cristo será un fracaso. Si nosotros no vemos el resultado de nuestros esfuerzos, otros lo verán. No cabe el desánimo en la vida cristiana.
La conclusión de la misión de Jesús en Samaria se ve en un ejemplo específico de cosecha espiritual. Esto ocurrió en dos etapas. Muchos creyeron por lo que la mujer había dicho, pero aun más por medio del testimonio del mismo Jesús. Debemos asumir que la fe de los primeros estaba necesariamente limitada por la experiencia de la mujer. Su testimonio se relacionaba con la notable percepción de Jesús, pero el contacto personal con él debe haber profundizado su fe. El hecho de que los samaritanos querían que Jesús se quedara con ellos era extraordinario ya que se trataba de un judío, pero mostraba el despertar de su convicción de que él era un Salvador, no sólo de los judíos sino del mundo.
Algunas veces los cristianos nos excusamos para no testificar a familiares o amigos diciendo que estos no están listos para creer. Jesús, sin embargo, aclara que alrededor de nosotros hay una cosecha continua que espera la siega. No esperemos que Jesús nos encuentre excusándonos. Miremos a nuestros alrededor. Hallaremos gente lista a oír la Palabra de Dios.
La mujer samaritana contó de inmediato su experiencia a otros. Sin importarles su reputación, muchos aceptaron su invitación y fueron al encuentro de Jesús. Tal vez haya pecado en nuestro pasado del que estamos avergonzados, pero Cristo nos cambia. Cuando la gente ve estos cambios, la mueve la curiosidad. Usemos estas oportunidades para presentarles a Cristo.
¡Maranatha!


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