Romanos 10:13-15
13 y «todo
el que invoque el nombre del Señor, será salvo». 14 Ahora bien, ¿cómo podrían invocar a aquel en
quien no tuvieron fe? ¿Y cómo podrán tener fe en aquel de quien no oyeron
hablar? ¿Y cómo van a oír, sin que nadie lo proclame? 15 ¿Y cómo podrán proclamarlo, sin haber sido
enviados? Como está escrito: «¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian
cosas buenas!»
Observemos, amigos lectores, que en el
versículo 13 de este capítulo, nos es presentado el camino de la salvación en
las palabras más sencillas: "Todo aquel que invocare el nombre del Señor,
será salvo."
Recuerdo
que por espacio de muchos meses mi alma recibió sostén por medio de este versículo.
Yo
anhelaba la salvación, pero creía que no había esperanza alguna para mí, y que
sería rechazado de Dios por demasiado pecador y duro de corazón para con él, y
que otros serían salvados, y yo, perdido. Pero leyendo estas palabras, hice lo
que quisiera que vosotros hicieseis; me así de él, lo acepté, me lo apropié, y
fue para mí como un salvavidas arrojado a un náufrago.
"Porque todo aquel
que invocare el nombre del Señor, será salvo." ¡Ah!, dije yo: Invoco aquel bendito nombre e
invocaré aquel nombre glorioso; aunque perezca, no dejaré de invocar aquel
nombre sagrado.
La
invocación del nombre de Dios, la confianza en Dios, y, por consiguiente, el reconocimiento
de Dios, esto es lo que salva el alma.
Pero
debemos fijarnos más minuciosamente en estas palabras: "Todo
aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo."
Dice primero: Todo aquel. Estas palabras son muy extensas.
He
oído contar, que cuando un hombre desea hacer testamento antes de morir y
piensa dejar todos sus bienes a una sola persona, su esposa, por ejemplo, debe
decir todos, y esto basta. No es preciso que detalle las cosas ni que
haga una lista de los bienes que deja, a fin de que, por olvido, no se omita
alguna cosa.
Lo
mismo sucede tocante al testamento de Dios. No ha detallado quién, sino dice: Todo aquel, para
que su testamento comprenda a todo hombre; tanto al negro como al blanco y al
amarillo. Tanto al rico como al pobre, al sabio como al ignorante.
Comprende a los de todas las clases y hasta al que por su bajeza parece
estar excluido de todas, o al que por sus privilegios parece ser de
todas juntas.
Las
palabras todo aquel, me incluyen a mí y os incluyen a vosotros,
quienquiera que seáis.
Así,
sin detalle, está muy bien, pues de otro modo alguien podría quedar olvidado.
Muchas veces he pensado que si yo hubiese leído en las Sagradas Escrituras las
palabras: "Si Alberto invocare el
nombre del Señor, será salvo," no me darían estas palabras tanta
seguridad de la salvación como me dan
las otras, porque pudiera ser que haya otro del mismo nombre, y entonces
tendría yo que decir: "Seguramente tales palabras no pueden referirse a
mí." Pero cuando el Señor dice: "Todo aquel," no puedo
salir de este círculo. Es como una gran red que coge al hombre entre sus
mallas. "Todo aquel;" es decir: si yo invocare el nombre del Señor,
si tú lo invocares, si el hombre postrado, moribundo, invocare el nombre del
Señor, seremos salvos.
¡Qué
extensión abarcan las palabras: "Todo aquel" Lo que sigue a esta,
¡qué fácil es! "Todo aquel que invocare el nombre del
Señor."
¡Ayudadme,
socorredme! ¿No es así? Pues bien; el que puede clamar así, puede también
invocar a Dios, invocar su ayuda y misericordia y anhelar su piedad. Haciéndolo
con fe, como al hacerlo mostráis, creyendo que Dios escuchará, el hombre será
salvo. No hay, pues, aquí dificultad alguna que exija un teólogo para
explicarla. Las palabras: "Todo aquel que invocare el nombre del Señor,
será salvo," son bien sencillas, y cualquiera, por ignorante que sea,
las puede comprender. ¡Ojalá vosotros las comprendierais y comenzáseis a
invocar el nombre del Señor en oración ferviente!
Pero
he aquí otra palabra; una palabra de seguridad. "Todo aquel que
invocare el nombre del Señor, será salvo."
No hay aquí, "puede ser" ni "tal vez", no hay duda alguna,
sino la palabra gloriosa será. Nuestras promesas son débiles, pero
cuando Dios dice "será salvo," es
más firme que las montañas de rocas. "Todo aquel que invocare el nombre
del Señor será salvo," tan cierto como que Dios existe. El Señor no
se ha equivocado; no revocará su declaración por algún cambio en su propósito. "Todo aquel
que invocare el nombre del Señor, será salvo." ¡Ojalá
muchos invocaran su nombre hoy y hallasen salvación inmediata, que les duraría
en esta vida y por toda la eternidad; pues la promesa "será salvo,"
llega hasta allí. Tenemos, pues, aquí, amigos, un remedio maravilloso para la
enfermedad del pecado; un remedio sencillo y abundante, pero la dificultad consiste
en hacerlo llegar a la gente que lo necesita. Voy a hablaros de esto en
lenguaje muy sencillo porque quiero ser práctico, y ruego que, con la
ayuda del Espíritu de Dios, lo sea en todo este escrito.
La
oración a Dios invocando su nombre, salvará al hombre; pero, en primer lugar, no hay oración
verdadera sin creer en el Señor.
"¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído?"
En segundo lugar, No hay creencia sin oír: "¿Y
cómo creerán en aquel de quien no han oído?" En tercer
lugar, No
es posible oír sin haber quien predique: "¿Y
cómo oirán sin haber quien les predique?" Y en cuarto lugar. No hay
predicación efectiva si no han sido enviados: "¿Y
cómo predicarán si no fueren enviados?"
I.
En
primer lugar, pues, no hay oración verdadera sin creer en el Señor.
De lo cual deduzco esta moral, a saber: desde el momento que sentimos
necesidad de dirigirnos a Dios implorando de él algún beneficio, creemos: que
sólo por la oración de fe podemos hallar la salvación; que no habiendo oración
sin creer, el Señor nos ayuda a creer; pues ¿cómo oraríamos si no creyéramos, ni
cómo podríamos recibir respuesta a nuestra oración?
Creo
que aquí entre los presentes hay personas que han empezado a rogar a Dios, y
estoy seguro que si vuestra oración es sincera, hay fe en ella; pues, ¿pedirías
a Dios la salvación si no tuvieses la creencia que necesitas ser salvado? Hay
en esto cierto grado de fe. ¿Pediríais de Dios la salvación si no creyeras que hay
un medio de salvación por el cual él te puede salvar? Hay cierto grado de
fe en creerlo así. Pienso que tienes la creencia que hay un Salvador. Hay
también en esto cierto grado de fe y fe eficaz en creer, que, no obstante tus
pecados y tu inclinación al mal, se ha provisto salvación y un Salvador, que
puede también salvar perpetuamente a los que por él se allegan a Dios. Puede
ser que no tengas mucha fe, pero debes de tener algo, si estás orando
a Dios verdaderamente de corazón y rogándole que te salve.
Creo,
también que tienes un poco de fe en que el Salvador te salvará. ¿Has rogado que lo haga? ¿Habrías expresado tal
deseo y te habrías acercado en oración a él si no hubiese algo de fe en tu
corazón? Deseo explicar el asunto sin exageraciones, pero con toda claridad.
Recordemos que el valor de la fe no se mide por su cantidad sino por su calidad;
de modo que un hombre que tiene mucha fe
es más feliz, pero no está más seguro que otro de poca fe, puesto que la tiene,
aunque sea en poca cantidad.
Aunque
la tuya sea débil, el Señor te dirá: "Tu fe te he salvado; vete en
paz." La fe que llega detrás de Cristo y toca el borde de su manto, es una
fe eficaz; y creo que es esto lo que estás haciendo cuando dices:
"Señor
Jesús, sálvame." Si esto es oración verdadera, si no es fingido, si sale
del corazón, hay, al menos, una sombra, un tinte, sino un color real, de fe en tu
alma. Si no fuese así, ¿cómo podrías invocar a aquél en el cual no habías
creído? ¿Invocaríamos la ayuda de una persona si dudásemos de su poder o de su
voluntad en ayudarnos? No; el acto mismo de pedir a alguno su ayuda, prueba que
tenemos alguna confianza en que tal persona puede y quiere ayudarnos. Pues si
tú crees tanto tocante a Cristo y si tú confías en él, creyendo que serás
salvo, aquella fe te llevará al cielo. Sin embargo, yo quisiera que tuvieses
todavía más fe.
Creo
también que Cristo puede y quiere oírte. Tú
no habrás estado en tu dormitorio invocando la misericordia de Dios, si no
hubieras creído que él estaba escuchándote. Los seres racionales no piden al
vacío. Tú crees que Cristo puede oírte y que, por cierto, oye tus oraciones.
Creo
poder agregar también que tú confías, hasta cierto grado, en Jesucristo. Siendo
que tú oras a menudo a él pidiendo el perdón de tus pecados y que te dé nueva
vida, es prueba de que tienes alguna fe en él. Por tanto, permíteme suplicarte
que mientras sigas elevando tus peticiones, mezcles más fe en ellas. "Con
todas tus ofrendas ofrecerás sal," y con todas tus oraciones ofrecerás fe.
Cuando pidieres algo de Dios, cree y recibirás; cuando pidieres la misericordia
de Dios, cree en su misericordia; cuando pidieres su socorro, cree que Dios te
lo dará pues la fe es poderosa. "Conforme a
vuestra fe os sea hecho" (Mat. 9:29). Todos sabéis lo que es creer.
Creed y orad y la oración de fe salvará vuestras almas. "Todo aquel que
invocare el nombre del Señor, será salvo”… ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en
quien no han creído? La fe tiene que estar primero. Cree, pues, antes de hacer
otra cosa. ¡Dios conceda, en su misericordia, que algún pobre pecador haya
dejado de confiar en las obras y en sus propios sentimientos, y que confíe en Jesucristo!
Ahí estás, suspendido de un árbol, tienes miedo de caerte y por eso te sujetes
con todas tus fuerzas; pero un hombre fuerte se pone debajo y te dice:
"Déjate caer en mis brazos; yo te sostendré y soportaré tu peso." Si
tienes confianza en él, te dejarás caer en sus brazos. Eso mismo tienes que
hacer con Jesucristo; confíate a él y deja toda otra confianza. Déjate caer en
sus brazos misericordiosos y serás salvo.
Acuérdate,
pues, de esta primera lección, que no
puedes orar bien sin la fe.
II.
Ahora
daremos otro paso adelante y llegaremos a la segunda necesidad: Nadie cree si
no oye. "¿Y cómo creerán en aquel de quien no
han oído? La palabra "oído" tiene aquí un sentido muy amplio;
el leer es una manera de oír. No lo es solamente el escuchar con el oído; pero
es indispensable que de alguna manera llegues al conocimiento de la verdad y
no puedes conocer lo que no has oído, ni leído, ni aprendido. La verdad
debe serte presentada para que la conozcas; de otro modo no es posible
que tengas fe. Pero nuestra fe no debe ser como la de un hombre que, cuando
le preguntaron qué creía, dijo que creía lo mismo que cree la Iglesia. Bueno, le
dijeron; ¿y qué cree la Iglesia? Lo mismo que creo yo, contestó. Sí;
pero ¿qué es lo que creen usted y la Iglesia? insistieron. Pues, dijo
creemos una misma cosa; y no supo decir más. Claro es que esta clase de
creencia no contiene ninguna clase de fe, sino ignorancia absoluta, y nada más.
"¿Cómo creerán en aquel del cual no
han oído?" Para poder creer una cosa es necesario conocerla del todo.
Para llegar al conocimiento de ella, se puede ir por el camino de la lectura o
por el de la audición.
El
que desea tener fe, ¿qué deberá hacer para obtenerla? ¿Deberá sentarse
tranquilamente y decir: "me esforzaré en creer"? De ninguna manera.
Supongamos que yo te anunciase esta noche la muerte del rey de España y que dijeses
que quisieras creerlo. No podrías conseguirlo por un esfuerzo mental, sino
buscarías pruebas que te confirmaran la certeza de mi anuncio, o esperarías a
leer las noticias a la mañana siguiente y así te convencerías de si era o no
verdad. Así, no es un acto de voluntad solamente lo que produce la fe. "La fe
viene por el oír." Oye, pues. Cuanto más a menudo oigas
el evangelio, tanto mejor para ti; quiero decir: si hasta ahora no has
creído en el evangelio, mientras estés oyéndolo hay esperanza de que llegues
a creerlo; puede ser que, insensiblemente, penetre en tu corazón la verdad.
Habiéndola oído repetidamente, puede ser que te encuentres creyendo que Jesús
murió en la cruz por ti. Yo aconsejo a todos los que buscan a Cristo que
escuchen muy a menudo el evangelio de Jesucristo.
Pero
te aconsejo además, que escuches bien el evangelio. Oye y entiende a la
vez; escucha como escucharías si el predicador te explicase la manera de ganar
una fortuna en diez minutos.
¡Cómo
escucharíais todos en tal caso, y todos os esforzaríais para tener buen sitio
para oír bien! Y ¡cómo tomaríais nota de todo lo que oyeseis! Oye, pues, amigo,
el evangelio de esta manera, ya que se trata de algo mucho más valioso que una
fortuna; se trata de tu alma inmortal. Tu dicha eterna, o tu eterna condenación
depende de oír o no oír el evangelio. Oye con frecuencia, pues, y oye bien.
Trata
de oírlo de tal manera que puedas comprenderlo, y
si no puedes encontrar un predicador que proclame el evangelio completo, haz lo
que es mejor, escudriña la Biblia misma.
Lee
todo este bendito libro, estúdialo con la ayuda de los mejores comentaristas;
esfuérzate en comprender la verdad y pruébala por experiencia. Estudia el Santo
Libro y vete al culto haciéndote estas o parecidas reflexiones: "Tengo que
creer algo y estoy resuelto a saber qué; quiero enterarme del principio al fin,
a fondo y en sus detalles, y así sabré qué creo y por qué lo creo. Si vienes a
oír con semejante preparación, creerás.
Finalmente,
oye el evangelio, pero asegúrate de que lo que oyes es el evangelio. Oímos, a veces,
hermanos elocuentes y hábiles, pero, generalmente, se puede decir que estos
hábiles y elocuentes son los peores, pues donde se ven tanto las cualidades del
hombre, suele verse poco de su Señor. Cuando se pone todo el empeño en emplear
figuras retóricas, en redondear las frases y en entusiasmar a la gente por
medio de la elocuencia, suele perderse de vista el evangelio. ¡Que tengan estos
hombres su tribuna en un ateneo, los lunes; pero tengamos nosotros los domingos
y dediquémoslos, especialmente, a la tarea de presentar a Cristo como Salvador
de los hombres!
No
conviene el palabreo; si los hombres no van al cielo, van al infierno, y es
menester esforzarnos para que no caigan en la desdicha eterna. ¡Dios nos ayude
en este asunto importantísimo!
Oye
lo que Dios ha enviado para tu corazón y tu conciencia. Oye la palabra que te
habla del Cristo, del cielo y de cómo llegar allí; oyéndolo, estás en camino de
creerlo.
III.
En
tercer lugar, No se oye el evangelio sin que haya quien lo predique... "¿Y cómo oirán si no hay quien les
predique?" Pues prediquemos. Alguien tiene que hacer conocer la verdad a los
hombres; si no hay quien lo anuncie, no llegarán a conocer la verdad de que hay
un Salvador.
El evangelio no será revelado a los hombres por medios sobrenaturales; tenemos que ir a anunciarlo. No aprenderán si no hay quien se lo enseñe; nadie tendrá conocimiento del mismo si no hay quien lo dé a conocer, ya en conversación, ya por medio de lectura o por medio de la predicación. Hay que darlo a conocer a las personas, pues... "¿Cómo creerán en aquel de quien no han oído, y cómo oirán si no hay quien les predique?" ¿Quién, pues, debe predicar el evangelio? Todos los que pueden, deben anunciarlo. El que tiene el don de predicar, es responsable del uso de este don. Me extraña mucho ver que algunos cristianos toman tan a pecho y con tanto entusiasmo las cuestiones políticas, sociales o de cualquier otra clase, pero que nunca hablan de Jesucristo. Tendrán que dar cuenta de haber empleado mal este don; pues el hombre que sabe razonar, argumentar o discutir un asunto cualquiera, debe también saber anunciar el evangelio y cuidar de hacerlo. Hay muchos que debieran predicar el evangelio que no lo hacen; y todos los que lo conocen están obligados a darlo a conocer. "Y el que oye diga: Ven" (Apoc. 22:17). Tal vez diga alguno: "Yo creía que esto era trabajo especial del sacerdote."
Es
cierto; es para sacerdotes. Pero todo
creyente en Cristo, es un sacerdote. Por su gracia, Cristo Jesús nos ha
hecho reyes y sacerdotes para Dios (Apoc. 1:6). Por eso es nuestro deber, como
también un privilegio, ejercer esta bendita función sacerdotal de anunciar a
los hombres cómo pueden ser salvos. Cada persona, pues, que conoce a Cristo,
sea varón o hembra, sea joven o vieja, debe anunciar su glorioso evangelio, de
un modo u otro, a todos los que están a su alrededor. Para efectuar este
trabajo, no es preciso poseer grandes dotes. La Sagrada Escritura no nos
dice:
"¿Cómo
oirán si no hay un gran teólogo que les predique?" Ni tampoco: "¿Cómo
oirán si no hay un predicador popular que les predique?" ¡Oh, no! Algunos
de nosotros estaríamos perdidos si no fuese posible salvarse sin oír a un
predicador de grandes dotes oratorias. Doy gracias a Dios que mi conversión fue
por medio de una persona desconocida a través de las ondas de radio, el 14 de
enero de 1984 cuando residía de forma temporal en Shilbrug-Dorf, Zurich, Suiza.
Una emisora de radio hispana: “La Voz de Salvación”. Años más tarde reconocí y
puse rostro a aquella voz escuchada aquel día. Su nombre era David Morse
No
se precisa instrucción universitaria para poder anunciar el evangelio de
Jesucristo, como lo prueba el que muchos de los mejores obreros de muchas iglesias
son hombres de bien poca instrucción, pero saben atraer a muchos hacia Cristo.
Continuad, hermanos, aunque tengáis pocos dones, anunciando el amor de Cristo
para con los hombres.
Si
anunciamos a los hombres la historia de la cruz de Jesucristo, estamos libres de una responsabilidad.
Si
perecen después, no será por no haber oído y sabido. Y si perecen por
ignorancia, ésta no será causada por nuestra negligencia en enseñarles. ¡Ojalá que
yo pudiese estimular a todo creyente a que fuese un predicador del evangelio, a
fin de hacer conocer a todos la historia maravillosa de la cruz de Cristo!
Hablad a un individuo o escribidle una carta, y si no podéis escribir una
carta, enviadle un sermón impreso, un periódico, un tratado, etc., a fin de que
de un modo u otro venga a conocer el evangelio. Si cada creyente hiciese
conocer el evangelio cada día a una persona, ¡oh, qué organización misionera
seríamos! "¿Cómo
oirán si no hay quien les predique?" Hágase, pues, cada creyente un predicador del evangelio en el
sentido del texto sagrado, anunciando de una manera u otra, y así, haciendo
saber a otros la doctrina maravillosa de la salvación por la fe en Jesucristo.
¡Qué lástima que alguno viva y muera sin haber oído el evangelio! ¡Despiértate,
creyente! ¡Anuncia el evangelio de Jesucristo! La predicación del verdadero
evangelio es el único remedio seguro para apagar los fuegos fatuos. Clamad otra
vez con el fervor de Lutero: "¡Vivid por fe!" Clamad otra vez con la
firmeza de Calvino: "¡La salvación es toda de gracia, sólo de gracia por
la fe en Jesucristo!" ¡Ojalá que todos predicásemos así! Si todo creyente
anunciara de esta manera el evangelio de la gracia de Dios, los hombres
escucharían y creerían, y hombres que creen, son hombres salvados.
IV.
La cuarta necesidad es: No hay predicación efectiva si no es enviado el
predicador. "¿Y
cómo predicarán si no fueren enviados?" ¡Ah!, dirá alguno: aquí surge,
pues, una dificultad; pues según eso no debemos ir a predicar si no somos
enviados. Si tú no eres enviado, no vayas; pero, ¿qué quieren decir las palabras:
"Cómo predicarán si no fueren enviados?" El que anuncia a otros el
evangelio, debe sentir que es enviado a hacerlo; de otra manera no predicará
bien ni con eficacia.
El que es enviado, en
primer lugar recibe el mensaje.
No
se dice al criado: "Ve al norte o al sur, al este o al oeste," y nada
más, sino que antes de mandarlo a tal o cual parte, se le da el mensaje que ha
de llevar a tal o cual persona, bien de palabra o bien por escrito. No se le
manda que vaya a decir lo que quiera. Ningún amo diría a su criado: "Juan,
ve mañana por la mañana a casa de D. F. y dile... lo primero que se te
ocurra." No se hace esto jamás; y, sin embargo, algunas personas tienen
tal idea de un predicador del evangelio y creen que es uno que andando va
formando su mensaje, que es un "pensador", que es uno que fabrica el
evangelio en su propio cerebro. He oído hablar de un alemán que construyó un camello
que se movía e imitaba en muchas cosas a los naturales. Podrá ser esto verdad,
pero estoy seguro de que nadie podrá construir así el evangelio; debe recibirlo
por revelación de Dios; lo otro no es el plan de Pablo al preguntar:
"¿Cómo predicarán si no fuesen enviados?"
En
primer lugar, pues, recibe de Dios el mensaje y no quieras saber otra cosa
entre los hombres, sino lo que el Señor mismo nos ha revelado en su Palabra,
por la instrucción del Espíritu Santo.
Nosotros,
a quienes el texto hace referencia y que somos los predicadores del evangelio
de la paz, decimos a todo pecador: "Pecador, detén tus armas; no pelees
más contra Dios; ven y haz la paz con él, la cual te es proclamada por medio de
Jesucristo."
Él
te perdonará toda transgresión e iniquidad y está dispuesto a borrarlo y
perdonarlo todo. Además, te invita a reconciliarte con él, y este es el mensaje
que te anunciamos. A todos cuantos nos escuchan anunciamos las buenas nuevas de
paz con Dios, gozo, pleno perdón de todo lo pasado y renovación de tu corazón
para que puedas ser nueva criatura en Cristo Jesús. Esto te será dado ahora
mismo y también fortaleza para luchar en el futuro contra el pecado. Fuerza
para vencer y tener al dragón bajo tus pies; poder para ser hecho hijo
de Dios, heredero del cielo, participe de la protección de la Providencia y de
la guía del Espíritu Santo. Estas buenas nuevas se anuncian a todos: aun a los
más alejados de Jesucristo, de la esperanza y de la paz con Dios. Creed en
Jesucristo; confiad en él; confiad en Dios manifestado en carne humana; confiad
en el que derramó su sangre en la cruz y pagó el rescate de nuestra alma. Hará
para vosotros todo lo que sea necesario; os salvará y os llevará a su diestra
en la gloria.
Todas
estas cosas os habré anunciado en vano si el Señor no las dirigiere a vuestro
corazón y no las creyerais. No esperéis a que otros crean por vosotros. Confiad
en Cristo cada uno por sí y creed en él ahora mismo. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario