} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO

sábado, 27 de agosto de 2016

CÓMO DEBEN SER LOS DIRIGENTES CRISTIANOS



1 Timoteo 3:1-7

Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar;  no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro;  que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad  (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?;  no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo.   También es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo.

Tito 1:6  el que fuere irreprensible, marido de una sola mujer, y tenga hijos creyentes que no estén acusados de disolución ni de rebeldía.  

1 Timoteo 4:11-16

Esto manda y enseña.   Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza.   Entre tanto que voy, ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza.  No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la imposición de las manos del presbiterio.  Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos.  Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren.

Una de las dificultades que tenía que vencer Timoteo era que era joven. No debemos pensar que fuera un muchacho. Después de todo ya hacía quince años que Pablo le había tomado como su ayudante. La palabra que se usa para joven (neótés) puede describir en griego a cualquier persona en edad militar, que era hasta los cuarenta años. Pero a la Iglesia le ha gustado por lo general que sus obreros fueran hombres maduros. Los Cánones Apostólicos establecían que uno no podía llegar a ser obispo hasta que tuviera por lo menos cincuenta años, porque para entonces «habría pasado los desórdenes de la juventud.» Timoteo era joven comparado con Pablo, y habría muchos que le miraran con ojos críticos. La Iglesia siempre ha mirado la juventud con una cierta suspicacia, bajo la cual caería Timoteo de forma inevitable.
El consejo que se le dio a Timoteo es el más difícil de seguir, y sin embargo era el único consejo posible. Era que debía acallar las críticas con su conducta. A Platón le acusaron una vez falsamente de conducta deshonrosa. «Bien -dijo-, viviremos de tal manera que todos puedan ver que la acusación es falsa.» Las defensas verbales puede que no silencien la crítica; pero la conducta sí lo conseguirá. ¿Cuáles habían de ser las características de la conducta de Timoteo?
  Primera, había de ser el amor.
Ágape, la palabra griega para la más grande de las virtudes cristianas, es francamente intraducible. Su verdadero significado es una benevolencia inconquistable. Si uno tiene Ágape, no importa lo que otros le hagan o digan de él, él no procurará nada más que el bien de ellos. No mostrará nunca amargura o resentimiento o deseo de venganza; nunca sucumbirá al odio; nunca dejará de perdonar. Está claro que esta es la clase de amor que requiere la totalidad de la personalidad de una persona el conseguir. Normalmente, el amor es algo que no podemos evitar. Amar a los más próximos es algo instintivo. Generalmente el amor de un hombre hacia una mujer es una experiencia involuntaria. El amor es algo del corazón; pero está claro que este amor cristiano es algo de la voluntad. Es esa conquista del yo que nos conduce a un cuidado inconquistable de los demás. Así que la primera señal autentificadora del dirigente cristiano es que se preocupa por los demás, sin importarle lo que le hagan. Eso es algo en lo que debe pensar constantemente cualquier dirigente cristiano que se encabrite fácilmente ante una ofensa y que sea propenso a guardar rencor.
  Segunda, está la lealtad.
La lealtad es la fidelidad inconquistable a Cristo, sin importar el precio. No es difícil ser buen soldado si las cosas van bien; pero el soldado auténticamente de valor es el que puede pelear bien con el cuerpo cansado y el estómago vacío, cuando la situación parece desesperada y se encuentra en medio de una campaña cuyos movimientos no puede entender. La segunda marca autentificadora del dirigente cristiano es una lealtad a Cristo que desafíe las circunstancias.
  Tercera, había de ser la pureza.
La pureza es la aceptación incondicional de los niveles de Cristo. Cuando Plinio estaba mandándole al emperador Trajano el informe acerca de los cristiano de Bitinia, donde era gobernador, escribió: «Tienen la costumbre de vincularse entre ellos con un juramento de no cometer ni hurto, ni robo, ni adulterio; de no faltar nunca a su palabra; de no negar un depósito que se les haya confiado cuando se les solicite dar cuenta de él." El compromiso cristiano es una vida de pureza. El cristiano debe tener un nivel de honor y honradez, de dominio propio y castidad, de disciplina y consideración, muy por encima de los niveles del mundo. El hecho escueto es que al mundo no le interesará para nada el Cristianismo a menos que pueda demostrar que produce los hombres y las mujeres mejores. La tercera marca autenticadora del dirigente cristiano es una vida que se ajusta a los niveles de Jesucristo, para marcar la diferencia.

También se le establecen a Timoteo, el joven dirigente designado por la Iglesia, ciertos deberes. Ha de consagrase a la lectura pública de la escritura, a la exhortación y a la enseñanza. Aquí tenemos el esquema del culto de la Iglesia Cristiana:
La más temprana descripción de un culto cristiano que poseemos se encuentra en las obras de Justino Mártir. Allá por el año 170 d C. escribió una defensa del Cristianismo al gobernador romano, y en ella (Justino Mártir: Primera Apología :67) dice: "el día llamado día del sol tiene lugar una reunión de todos los que viven en los pueblos o en los alrededores de un lugar. Se leen según el tiempo disponible las Memorias de los Apóstoles o los Escritos de los Profetas. Seguidamente el lector se detiene y el dirigente predica y exhorta a los presentes a imitar estas buenas cosas. Luego nos ponemos todos en pie y elevamos a Dios nuestras oraciones.”
Así es que en el esquema de cualquier culto cristiano debía reunir una serie de requisitos:
  Debía haber la lectura y la exposición de la Escritura.
 Las personas no se reunían en última instancia para escuchar las opiniones de un predicador; se reunían para oír la Palabra de Dios. El culto cristiano está centrado en la Biblia.
  Debía haber enseñanza.
La Biblia es un libro difícil, y por tanto hay que explicarlo. La doctrina cristiana no es fácil de comprender, pero el creyente debe poder dar razones de sus esperanzas. De poco sirve exhortar a una persona a que sea cristiana si no sabe lo que quiere decir eso. El predicador cristiano ha dedicado muchos años de su vida a conseguir el equipamiento necesario para explicar a otros la fe. Se le ha liberado de los deberes ordinarios de la vida para que pueda pensar, estudiar y orar para exponer mejor la palabra de Dios. No puede haber una fe cristiana duradera en ninguna iglesia sin un ministerio de enseñanza.
  Debía haber exhortación.
El mensaje cristiano siempre debe desembocar en la acción cristiana. Ha dicho alguien que todos los sermones deberían terminar con el desafío: " ¿Qué vas a hacer con esto, amigo?» No basta presentar el mensaje cristiano como algo que hay que estudiar y entender; hay que presentarlo como algo que hay que poner por obra. El Cristianismo es verdad, pero es verdad en acción.
  Debía haber oración.
La congregación se reúne en la presencia de Dios; piensa en el Espíritu de Dios; sale al mundo en la fuerza de Dios. Ni la predicación ni la escucha durante el culto, ni la acción consiguiente en el mundo son posibles sin la ayuda del Espíritu de Dios.
No nos haría ningún daño revisar nuestros cultos modernos sobre la base de los primeros cultos de la Iglesia Cristiana.
 Así también en los dirigentes, ancianos u obispos: 
  Debe tener presente que es un hombre apartado para una tarea especial por la Iglesia.
El dirigente cristiano no tiene sentido aparte de la Iglesia. Su comisión vino de ella; su labor la realiza dentro de su comunión; su deber es edificar a otros en ella. Por eso es por lo que la labor realmente importante de la Iglesia Cristiana no la hace nunca un evangelista itinerante, sino siempre un ministerio local.
  Debe tener presente que tiene la obligación de pensar en estas cosas.
Su gran peligro es la pereza intelectual y la mente cerrada, negarse a estudiar y permitir que su pensamiento siga fluyendo por los cauces antiguos. El peligro está en que nuevas palabras, nuevos métodos y la intención de presentar la fe en términos contemporáneos puede ser que le saque de quicio. El dirigente cristiano debe ser un pensador cristiano o fracasará en la tarea; y para ser un pensador cristiano se ha de ser un pensador aventurero mientras dure la vida.

  Debe tener presente el deber de concentrarse.
 El peligro está en disipar las energías en muchas cosas que no son centrales a la fe cristiana. Se le presentan invitaciones a muchos deberes y se le confronta con las demandas de muchas esferas de servicio. Hubo un profeta que enfrentó a Acab con una especie de parábola. Dijo que en una batalla uno le había llevado un prisionero para que lo guardara, diciéndole que si el prisionero se le escapaba lo pagaría con su propia vida; pero el soldado dejó vagar su atención y " cuando tu siervo estaba ocupado por aquí y por allá el prisionero se escapó» (Reyes 20:35-43). Es fácil para el dirigente cristiano estar ocupado por aquí y por allá y que se le escapen las cosas centrales. La concentración es un deber primordial del dirigente cristiano.
  Debe tener presente el deber de avanzar.
 Su progreso espiritual debe serle evidente a todo el mundo. Perseverancia en la Palabra. Es demasiado cierto de la mayoría de nosotros que las mismas cosas nos conquistan año tras año; que conforme un año sucede a otro, nosotros no estamos más allá. El dirigente cristiano exhorta a otros a llegar a ser más como Cristo. ¿Cómo puede hacerlo honradamente a menos que él mismo llegue a ser día tras día más como el Maestro Cuyo es y a Quien trata de servir?   La oración del dirigente cristiano debe ser en primer lugar que él mismo se haga más como Cristo porque sólo así podrá dirigir a otros a Él.

 En esta lista repetida de las calificaciones de un anciano se subraya especialmente una cosa: debe ser un hombre que haya enseñado la fe a su propia familia. Más tarde, el Concilio de Cartago establecería: «Los obispos, ancianos y diáconos no serán ordenados para el ministerio antes de hacer que todos los miembros de sus familias sean miembros de la Iglesia Universal.» El Cristianismo empieza en casa. No es ninguna virtud el estar tan ocupado con el trabajo de fuera que se abandona el de casa. Todo lo que se haga por la iglesia en el mundo no puede expiar el abandono de la propia familia.
Pablo usa una palabra muy gráfica. La familia del anciano debe estar libre de acusaciones de libertinaje. La palabra griega es asótía, que es la que se usa en Lucas 15:13  refiriéndose al hijo pródigo que malgastó su dinero viviendo perdidamente. El que es asótos no puede ahorrar; es manirroto y derrochón, y malgasta su hacienda en caprichos personales; destruye su hacienda y acaba por destruirse a sí mismo.
Aristóteles, que siempre describía las virtudes como el punto medio entre dos extremos, declara que por una parte está la tacañería, y por la otra la asótía, la extravagancia egoísta y desmadrada; la virtud en este caso es la liberalidad. La casa del anciano no debe nunca ser culpable del mal ejemplo de malgastar desaforadamente en placeres personales.
Además, la familia del anciano no debe ser indisciplinada. No hay nada que compense la falta de control parental.
El verdadero campo de entrenamiento para el anciano está tanto en casa como en la iglesia.
La peculiaridad de la fe judía era la multiplicación de reglas y normas. Esto, lo otro y lo de más allá estaban catalogados como inmundos; este, ese y aquel alimentos se mantenía que eran tabú. Cuando se aliaban el judaísmo y el gnosticismo, hasta el cuerpo se volvía inmundo, y los instintos naturales del cuerpo se tenían por malos. El resultado inevitable era que se estaban creando constantemente listas interminables de pecados. Era pecado tocar esto o aquello; o comer este o aquel alimento; hasta casarse y tener hijos era pecado. Cosas que eran buenas en sí mismas o completamente naturales se consideraban inmundas. Desde muchos púlpitos se practica esa manipulación para subordinar a las ovejas, y no se muevan del redil. Hasta tal punto llega la manipulación que las hacen sentir culpables cuando deciden abandonar la frialdad espiritual y el engaño.
Así es que Pablo acuña el gran principio: " Todas las cosas son limpias para los limpios." Ya había dicho eso, hasta más enfáticamente, en Romanos 14:20, cuando dijo a los que estaban discutiendo interminablemente acerca de alimentos limpios e inmundos: “Todas las cosas son limpias.” Puede que esta frase no sea sólo un proverbio, sino un dicho de Jesús. Cuando estaba hablando de las innumerables reglas y normas de los judíos dijo: “Nada hay fuera de la persona que la pueda contaminar entrando en ella; pero lo que sale de la persona, eso es lo que la contamina” (Marcos 7:15).
Lo que cambia las cosas, es la Palabra de Dios en la Biblia por medio de la obediencia y llega al corazón.  Obra como un espejo, pero muchos prefieren esconderse para no mirar, y los que miran pronto se olvidan, pues no deja que Ella tome las riendas de su vida. Si uno es puro de corazón, todas las cosas le son puras; si es inmundo de corazón, entonces hace inmundo todo lo que piensa o dice o toca.   "A menos que el vaso esté limpio todo lo que echemos en él se corromperá, lo mismo que un estómago enfermo altera la comida que recibe, así una mente sucia convierte todo lo que le confías en su propia basura y ruina. Nada puede venirle a las personas que son malas que sea un bien para ellas, no, ni nada puede venirles que no les haga daño. Vuelven de su misma naturaleza todo lo que los toca. Y hasta las cosas que serían de provecho a otros, les resultan dañinas.” El que tiene una mente sucia lo ve todo sucio. Puede tomar las cosas más inocentes, y cubrirlas de tizne. Pero el que tiene la mente limpia, encuentra limpias todas las cosas.
Se dice de aquellos hombres que tenían contaminadas tanto la mente como la conciencia. Una persona llega a sus decisiones y conclusiones usando dos facultades. Una, la inteligencia, para pensar las cosas; y otra, la conciencia, para escuchar la voz de Dios. Pero si tiene la inteligencia pervertida hasta tal punto que no ve más que el lado sucio de todo, y si tiene la conciencia oscurecida y enmudecida por consentir continuamente el mal, no puede tomar ninguna decisión correcta.
Cada uno tiene que mantener limpio el escudo blanco de su inocencia. Si deja que la impureza le infecte la mente, lo verá todo a través de una niebla sucia. La mente le ensuciará todos los pensamientos que entren en ella; la imaginación le llenará de concupiscencia todas las imágenes que forme; malentenderá todos los motivos; le dará un doble sentido a todo lo que se diga. Para huir de esa impureza debemos caminar en la presencia purificadora de Jesucristo.
Cuando una persona dirigente cae en ese estado de impureza, puede que conozca a Dios intelectualmente, pero su vida desmiente ese conocimiento. Podemos descubrir tres cosas acerca de esa persona:
  Es repulsiva. La palabra original es bdelyktós, que se usa especialmente para caracterizar las imágenes y los ídolos paganos. Es la palabra de la que se deriva bdélygma, abominación. Hay algo repelente en la persona que tiene una mente obscena, que hace chistes lascivos y es un maestro en insinuaciones sucias.
  Es desobediente. Una persona así no puede obedecer la voluntad de Dios. Tiene la conciencia entenebrecida. Se ha hecho tal que ya apenas si puede oír la voz de Dios, así es que mucho menos obedecerla. Una persona así no puede ser más que una mala influencia, y está descalificada para ser un instrumento en las manos de Dios.
  Eso es otra manera de decir que se hace inútil para sus semejantes y para Dios. La palabra que se usa para inútil es interesante, adókimos. Se usa para describir una moneda falsa que no tiene el peso ni el metal debidos. Se usa para describir a un soldado cobarde que falla a la hora de la batalla. Se usa para un candidato que se rechaza para un puesto, alguien a quien sus conciudadanos consideran un inútil. Se usa de una piedra que rechazan los edificadores. (Si tenía un defecto se la marcaba con la letra A de adókimos, y se la dejaba a un lado como inservible para ser colocada en el edificio). La prueba definitiva de la vida es la utilidad, y la persona que tiende siempre a lo inmundo no le sirve para nada a sus semejantes ni a Dios. En vez de ayudar a la obra de Dios en el mundo, la entorpece; y la inutilidad invita al desastre.



¡Maranatha!

viernes, 26 de agosto de 2016

El AGUANTE o PERSEVERANCIA


Por qué es necesario perseverar.
Es posible que los cristianos tengamos que encararnos a la indiferencia de otros, al oprobio, a ser representados falsamente, a hostilidad intensa, al odio de familiares allegados, maltrato, encarcelamiento e incluso a la muerte. (Mt 5:10-12; 10:16-22; 24:9, 10, 39; Mr 13:9, 12, 13; Apo 13:10.) Esto exige aguante, ya que sin esta cualidad esencial es imposible llegar a obtener la vida eterna. (Ro 2:7; Heb 10:36; Apo 14:12.) Esto se debe a que lo importante no es lo bien que una persona haya comenzado su discipulado cristiano, sino cómo lo termina. Jesucristo se expresó al respecto del siguiente modo  (Mt 24:13.) “(Lu 21:19.)
Las personas que aceptan con rapidez “la palabra de Dios”, pero solo de modo superficial, carecen de aguante. Se rinden pronto si tienen que aguantar tribulación o persecución, de modo que pierden la aprobación y la bendición de Dios. Por el contrario, los que cultivan aprecio profundo por “la Palabra de Dios” aguantan con firmeza. “Llevan fruto con aguante”, y aun cuando tengan que soportar dificultades, sufrimiento o desánimo, continúan proclamando con fidelidad el mensaje de Dios. (Lu 8:11, 13, 15.)

Cómo se mantiene la perseverancia. El meditar en el excelente ejemplo que han puesto los siervos de Dios —como los profetas de tiempos precristianos, Job, los apóstoles Pablo y Juan y muchos otros— y observar el resultado de su fidelidad, puede ser un estímulo para continuar aguantando en tiempos de tribulación. (2Co 6:3-10; 12:12; 2Te 1:4; 2Ti 3:10-12; Snt 5:10, 11; Apo 1:9.) Sobre todo debe tenerse presente en todo momento el aguante perfecto de Jesucristo. (Heb 12:2, 3; 1Pe 2:19-24.)
También es importante no perder de vista la esperanza cristiana de vida eterna sin pecado, una esperanza que ni siquiera la muerte a manos de los perseguidores nos puede arrebatar. (Ro 5:4, 5; 1Te 1:3; Apo 2:10.) Todo el sufrimiento que se haya tenido que soportar en el presente parecerá insignificante cuando se compare con el cumplimiento de esa magnífica esperanza. (Ro 8:18-25.) Desde la perspectiva que proporciona la eternidad, cualquier sufrimiento, por intenso que parezca en el momento, resulta ‘momentáneo y liviano’. (2Co 4:16-18.) El recordar la naturaleza transitoria de las pruebas y adherirse a la esperanza cristiana puede evitar que se deje lugar a la desesperación o a la infidelidad a Jehová Dios.
El aguante cristiano no depende de la fortaleza personal. Es el Altísimo quien sostiene y fortalece a sus hijos por medio de su espíritu y el consuelo de las Escrituras. El Señor “suministra aguante o perseverancia” a los que confían plenamente en Él, y por eso es apropiado que los cristianos oremos pidiéndole ayuda, incluida la sabiduría necesaria para hacer frente a una prueba en concreto. (Ro 15:4, 5; Snt 1:5.) Dios Padre  nunca permitirá que nadie se vea sometido a una prueba que le sea imposible soportar. Si una persona acude a Él por ayuda y no pierde la fe, sino que confía por completo en Él, el Todopoderoso le proporcionará una salida que le permitirá aguantar. (1Co 10:13; 2Co 4:9.)
No existe límite alguno a la fortaleza que los cristianos podemos obtener por medio del Espíritu Santo mientras sufrimos tribulación. El apóstol Pablo oró por los colosenses para que fuesen “hechos poderosos con todo poder al alcance de la gloriosa potencia de  Dios para que aguanten plenamente y sean sufridos con gozo”. (Col 1:11.) Un ejemplo de cómo actúa esta “gloriosa potencia” es la resurrección de Jesucristo para ser ensalzado a la derecha del Padre. (Ef 1:19-21.)
  Dios y su Hijo desean que todos los cristianos nos mantengamos fieles. Esta afirmación se desprende del estímulo que Jesucristo dio con relación a la perseverancia a las congregaciones cristianas de Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea. (Apoc 2:1-3, 8-10, 12, 13, 18, 19; 3:4, 5, 7, 10)

Actitud apropiada hacia las pruebas. Los cristianos no debemos temer las pruebas y tribulaciones, pues sabemos que nuestro futuro eterno depende de nuestro aguante y que podemos confiar en la ayuda divina. Tampoco hemos de resentirnos por ellas ni quejarnos, amargarnos o compadecernos de nosotros mismos.
  La perseverancia, o la paciencia, juntamente con el amor son dos de las virtudes cristianas más destacadas en la Biblia. La perseverancia a través de pruebas es una de las evidencias de la fe que salva. En otras palabras, la fe que salva es la fe que permanece fiel. Pablo enseña que la tribulación produce paciencia y la paciencia produce carácter aprobado y el carácter aprobado produce esperanza (Rom_5:3-4).

La perseverancia tendrá “completa su obra” si se deja que la prueba siga su curso sin que se quebranten los principios bíblicos con objeto de ponerle fin en seguida. Entonces la fe se habrá probado y refinado, y su poder sustentador se habrá puesto de manifiesto. Puede que también hayan quedado expuestas ciertas debilidades, de modo que el cristiano podrá apreciarlas y efectuar los cambios necesarios por medio de la obediencia a la Palabra de Dios, que actúa limpiando nuestra alma, mente, voluntad y sentimientos. Las pruebas que se aguantan con fidelidad moldean a una persona, cambian su actitud y pueden lograr que sea más paciente, compasiva, bondadosa y amorosa en el trato con sus semejantes. Por eso, al dejar que “el aguante tenga completa su obra”, la persona no tendrá “deficiencia en nada” de lo que Jehová busca en sus siervos aprobados. (Snt 1:2-4.)


¡Maranatha!

LA BARRERA INSUPERABLE



Mateo 5:23-24

Así que, si estás trayendo tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y ve primero a reconciliarte con tu hermano; y luego vienes a presentar tu ofrenda.

Cuando Jesús dijo esto, estaba simplemente recordándoles -a los judíos un principio que ellos conocían muy bien y que nunca deberían haber olvidado. La idea detrás del sacrificio era muy sencilla: si una persona hacía algo malo, su acción interrumpía su relación con Dios, y el sacrificio tenía por finalidad restaurar esa relación.
Pero hay que anotar dos cosas muy importantes. La primera es que nunca se creyó que el sacrificio pudiera expiar un pecado deliberado, que los judíos llamaban "el pecado de una mano alta” Si una persona cometía un pecado sin darse cuenta, o impulsado por un momento de pasión que quebrantaba su dominio propio, el sacrificio era efectivo; pero si uno cometía un pecado deliberada, desafiante, insensiblemente y con los ojos abiertos, entonces el sacrificio era impotente para expiar.
La segunda es que para ser efectivo, un sacrificio tenía que incluir la confesión del pecado y el verdadero arrepentimiento; y el verdadero arrepentimiento incluía el propósito de rectificar cualesquiera consecuencias hubiera tenido el pecado.
 El gran Día de la Expiación se celebraba para expiarlos pecados de toda la nación, pero los judíos sabían muy bien que ni siquiera los sacrificios del Día de la Expiación se le podían aplicar a nadie a menos que antes estuviera reconciliado con su prójimo. La interrupción de la relación entre el hombre y Dios no se podía subsanar a menos que se hubiera sanado la que había entre hombre y hombre. Si una persona estaba haciendo una ofrenda por el pecado, por ejemplo, para expiar un robo, la ofrenda se creía que era totalmente ineficaz hasta que se hubiera restaurado la cosa robada; y, si se descubría que la cosa robada no se había restaurado, entonces había que destruir el sacrificio como inmundo y quemarlo fuera del templo. Los judíos sabían muy bien que tenían que hacer todo lo posible para arreglar las cosas a nivel humano antes de poder estar en paz con Dios.
En cierto sentido, el sacrificio era sustitutivo. El símbolo de esto era que, cuando la víctima estaba a punto de ser sacrificada, el adorador ponía sus manos sobre la cabeza del animal apretando bien hacia abajo, como para transferirle su propia culpa. Cuando lo hacía decía: «Te suplico, oh Dios; he pecado, he obrado perversamente, he sido rebelde; he cometido ... (aquí el oferente especificaba sus pecados); pero vuelvo en penitencia, y sea esto mi cobertura.»
Para que un sacrificio fuera válido, la confesión y la restauración tenían que estar implicadas. El cuadro que Jesús está pintando es muy gráfico. El adorador, desde luego, no hacía su propio sacrificio; se lo traía al sacerdote, que era el que lo ofrecía en su nombre. Un adorador ha entrado en el templo; ha pasado por la serie de atrios: el Atrio de los Gentiles, el de las Mujeres, el de los Hombres. A continuación se encontraba el atrio de los sacerdotes, en el que no podían entrar los laicos. El adorador se queda a la verja, dispuesto a entregarle su víctima al sacerdote; pone las manos sobre el animal para hacer su confesión; y entonces se acuerda de que ha roto con su hermano, del mal que le ha hecho; si su sacrificio ha de ser válido, debe volver y arreglar la ofensa y restaurar el daño, o no servirá de nada.
Jesús deja bien claro este hecho fundamental: No podemos estar en paz con Dios, a menos que lo estemos con nuestros semejantes; no podemos esperar el perdón a menos que hayamos confesado nuestro pecado, no sólo a Dios, sino también a los hombres, y a menos que hayamos hecho todo lo posible para evitar sus consecuencias prácticas.
Algunas veces nos preguntamos por qué hay una barrera entre nosotros y Dios; a veces nos preguntamos por qué nuestras oraciones parece que no sirven para nada. A veces la frialdad espiritual es tan palpable que te recuerdan algunas iglesias del Apocalipsis. El Espíritu Santo permite discernir la pobreza espirtual.
 La razón podría ser muy bien que somos nosotros los que hemos levantado esa barrera insuperable al estar desavenidos con nuestros semejantes, o porque hemos ofendido a alguno y no hemos hecho nada para rectificar, y con el paso del tiempo esa ofensa ha producido callo en el alma.
 A veces desde los púlpitos se predica lo que no se practica, ni se pide perdón ni se perdona. Ese orgullo que corroe el alma, y se extiende como mala hierba, es pecado, produce frialdad espiritual contagiando y apagando el amor en otros creyentes. Cualquier ruptura de relaciones puede afectar nuestra relación con Dios. Si tenemos un problema con un amigo, debemos resolverlo lo antes posible. Somos hipócritas si manifestamos tener buenas relaciones con Dios mientras no las tenemos con otra persona. Nuestras relaciones con los demás reflejan nuestra relación con Dios. Aun los conflictos pequeños se solucionan más fácilmente si tratamos de arreglarlos de inmediato.
En un sentido amplio, este versículo nos aconseja arreglarnos con nuestro prójimo antes de presentarnos delante de Dios.
Jesús enseña que la conducta del discípulo es más importante para Dios que cumplir ciertas prácticas. Más aun, Jesús implica que Dios no aceptará la ofrenda de aquel que, ofendido por un hermano, no ha tomado medidas para reconciliarse con el que ofendió. Vemos que aquí el que ofende tiene la responsabilidad de tomar la iniciativa.   Jesús pone esta responsabilidad sobre el ofendido. Una razón práctica para esto es que frecuentemente uno se siente ofendido cuando el hermano que “le ofendió” lo hizo sin querer, o sin saber, o quizá ni aun hubo ofensa, excepto en la mente del “ofendido”. Puesto que se trata de algo entre hermanos en la fe, es bueno que ambos sientan responsabilidad para buscar la paz. Así evitarán discordia en la congregación. Para que el evangelio de reconciliación que predicamos sea convincente y aceptado, el cuerpo de Cristo, la iglesia, debe demostrar la reconciliación en comunidad.  La misma verdad aquí enseñada la hallamos expresada notablemente de manera opuesta, en Marcos 11:25-26 : “Y cuando estuviereis orando (en el acto de orar), perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que vuestro Padre que está en los cielos os perdone también a vosotros vuestras ofensas”.  Jesús muestra que no podemos orar con fe por cualquier cosa que nos agrada. En esto, Jesús estaba “pensando los pensamientos de Dios” y dispuesto a hacer la voluntad del Padre. Esa clase de oración hecha con fe siempre recibirá contestación ya que se ora porque la voluntad de Dios se realice (como oró Jesús en el Getsemaní). Sólo podremos mover las montañas que Dios quiere que se echen al mar, no las que nosotros queremos que sean removidas. “El mover montañas” era una expresión de los rabinos para describir las victorias sobre dificultades aparentemente imposibles; no debemos tomarlo literalmente. Si oramos de esta manera, podemos dar gracias por el resultado aun antes de verlo, ya que la respuesta es segura y dentro de la voluntad y el propósito de Dios.

Hay una condición más en la oración eficaz: debemos libremente perdonar a otros, como Dios nos perdona. Si no lo hacemos, ¿cómo podríamos orar “en el nombre de Jesús”, a saber, en la forma que Él lo haría y lo hizo?  
De ahí la hermosa práctica de la iglesia primitiva, que procuraba enmendar todas las diferencias entre los hermanos en Cristo, en el espíritu de amor, antes de participar de la Mesa del Señor. Por cierto que, si la celebración de la Cena del Señor es el acto de culto de mayor importancia, la reconciliación, aunque obligatoria en todo acto de culto, debe ser especialmente necesaria entonces. Si no es así, ¿qué se celebra?


¡Maranatha!

domingo, 21 de agosto de 2016

LO QUE DEBE DESTERRARSE DE LA VIDA CRISTIANA


Efesios 4:25-32

Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros. Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo. El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad. Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.

Pablo ha estado diciendo que cuando uno se convierte a Cristo debe despojarse de la vida vieja como se quitaría de encima una ropa que ya no le sirve. Aquí habla de las cosas que hay que desterrar de la vida cristiana.
   Ya no debe tener cabida en ella la falsedad. Hay más de una clase de mentira en este mundo.
Existe la mentira que se dice, algunas veces deliberadamente, y otras casi sin querer. Es muchas veces más por descuido de la verdad que por mentira intencionada por lo que hay tanta falsedad en el mundo.
También se puede mentir guardando silencio, y puede que sea la forma más corriente.  Hablamos de la amenaza de las cosas que no se dicen.  Puede ser que en una conversación una persona muestre con su silencio estar de acuerdo o dar su aprobación a alguna manera de actuar que sabe que no es como es debido. Puede ser que una persona se calle una advertencia, o una reprensión, cuando sabe muy bien que debería darlas. Cuidado con aquello de que “el que calla otorga.”
Pablo da la razón para decir la verdad: Es porque somos todos miembros del mismo Cuerpo. Podemos vivir tranquilos solamente porque los sentidos y los nervios pasan mensajes veraces al cerebro. Si se acostumbraran a enviar mensajes falsos, y, por ejemplo, le dijeran al cerebro que algo está frío y se puede tocar cuando en realidad está muy caliente y quema, la vida se acabaría muy pronto. Un cuerpo puede funcionar con salud solamente cuando cada uno de sus miembros le pasa mensajes veraces al cerebro. Así que si estamos todos incluidos en  un cuerpo, ese cuerpo podrá funcionar como es debido solamente si decimos la verdad.
  Es normal que se tengan enfados en la vida cristiana, pero no se debe uno pasar. El mal genio no tiene disculpa; pero existe una indignación que muchas veces hace que el mundo no sea peor de lo que es.  
Hubo momentos cuando Jesús se enfadó terrible y majestuosamente. Se enfadó cuando los escribas y los fariseos Le estaban observando para ver si curaba al hombre del brazo seco en sábado (Marcos 3:5). No fue el que Le criticaran lo que Le molestó; se enfadó porque la ortodoxia rígida de ellos quería imponerle a un semejante un sufrimiento innecesario. Estaba enfadado cuando hizo el azote de cuerdas y echó de los atrios del templo a los cambistas de dinero y a los vendedores de animales para los sacrificios (Juan 2:13-17).
John Wesley decía: «Dadme cien hombres que no teman más que a Dios, y que no odien más que el pecado, y que no conozcan a nadie más que a Jesucristo, y sacudiré el mundo.»
La ira egoísta y desatada es cosa peligrosa que debe desterrarse de la vida cristiana. Pero la indignación generosa que se mantiene en la disciplina del servicio de Cristo y de nuestros semejantes es una de las grandes fuerzas bienhechoras.
  Pablo sigue diciendo que el cristiano no debe dejar que se ponga el sol sobre su indignación.  
El consejo de Pablo es sano, porque cuanto más aplazarnos el zanjar nuestras diferencias, menos probable es que lleguemos a remediarlas. Si hay un disgusto entre nosotros y otra persona, si hay problemas en una iglesia o en una sociedad en la que se reúne la gente, la mejor manera de resolverlos es en seguida. Cuanto más se deje crecer, más amarga se hará. Si no hemos tenido razón, debemos pedirle a Dios que nos dé la gracia de reconocerlo; y aunque hayamos tenido razón, debemos pedirle a Dios que nos dé la gracia que nos permita dar el primer paso para remediar las cosas.
Al lado de esta frase, Pablo coloca otro mandamiento  “No le deis su oportunidad al diablo.”
Una disensión, un mall entendido, un enfado que no se haya zanjado es una oportunidad magnífica para que el diablo siembre división. Muchas veces una iglesia se ha desgarrado en grupitos porque dos personas se pelearon, y dejaron que se pusiera el sol sobre su ira.   No hay persona en este mundo que pueda causar más males que un calumniador correveidile, una persona, creyente o no, que levanta falso trestimonio.
Hablo desde la experiencia personal, y también sé que humanamente sería imposible perdonar, pero la obra del Espíritu Santo es poderosa cuando obedecemos y dejamos que moldee nuestra alma para sujetarla a la nueva naturaleza, al nuevo espíritu vivificado cuando nacimos de nuevo por gracia de Dios, por fe en Jesucristo. Muchas buenas famas se han asesinado mientras se bebían unas cañas maquinando hacer mal. Cuando veas venir al correveidile, lo mejor que puedes hacer es cerrarle la puerta en las narices.
  El que era ladrón debe convertirse en un trabajador honrado. Este era un consejo muy necesario, porque en el mundo antiguo, como hoy, el latrocinio estaba a la orden del día. Era especialmente corriente en dos sitios: en los puertos y, sobre todo, en los baños públicos. Los baños públicos eran los clubes de entonces, y el robar las pertenencias de los que se estaban bañando era uno de los crímenes más corrientes en cualquier ciudad griega.
Lo más interesante de este dicho es la razón que da Pablo para ser un honrado trabajador. No dice: “Vuélvete un honrado trabajador para que puedas mantener tu casa” dice: "Conviértete en un honrado trabajador para que puedas tener algo que darles a los que son más pobres que tú.” Aquí tenemos una idea nueva y un nuevo ideal: el de trabajar para poder ayudar a otros.
En la sociedad moderna nadie tiene demasiado para dar; pero haremos bien en recordar que el ideal cristiano es el trabajar, no para amasar riquezas, sino para compartir con los menos afortunados.
  Pablo prohibe las conversaciones sucias y a continuación pasa a recomendar lo positivo: otra manera de ayudar a los demás. El cristiano debe caracterizarse por palabras que ayudan a sus semejantes. Elifaz Temanita le dedica a Job un elogio estupendo: «Tus palabras han hecho que pudieran ir con la cabeza alta muchas personas» (Job 4:4). Tales son las palabras que todo cristiano debe decir.

  Pablo nos exhorta a que no pongamos triste al Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el Guía de nuestra vida. Cuando hacemos lo contrario de lo que nos aconsejan nuestros padres cuando somos jóvenes, les hacemos daño. De igual modo, el actuar de una manera contraria a la dirección del Espíritu Santo es entristecerle y herir el corazón de Dios, nuestro Padre, Que, por medio de Su Espíritu, nos envía Su Palabra. Cuando persisitimos en la desobediencia hay una lucha entre nuestra alma, voluntad, intelecto y emociones, con el espíritu regenerado, que puede llevar a un trastorno  mental, depresión, bipolaridad, etc.

Pablo termina este capítulo con una lista de cosas que deben desaparecer de la vida.
  Está la amargura: cualidad como un resentimiento imborrable, como el espíritu que se niega a aceptar la reconciliación. Hay muchas personas que tienen la manía de abrigar resentimientos para mantenerlos calientes, y rumiar los insultos y las injurias que han recibido. Los cristianos debemos pedirle a Dios que nos enseñe a perdonar.
  Están los raptos de pasión y la ira enraizada La primera como una clase de ira que es como humo de pajas: arde en seguida y desaparece en seguida. Y está la ira que se ha convertido en un hábito. Para el cristiano están igualmente prohibidas la eclosión de mal genio y la ira enraizada.
  Están el hablar a voces y el lenguaje insultante.   Siempre que en una conversación o discusión nos demos cuenta de que levantamos la voz, es el momento de callarnos. Los judíos hablaban de lo que ellos llamaban “el pecado del insulto” y mantenían que Dios no da por inocente al que se dirige de una manera insultante a su hermano.
Se ahorrarían muchos disgustos en el mundo si aprendiéramos sencillamente a mantener el nivel de nuestra voz, y si, cuando no tenemos nada bueno que decirle a una persona, no le dijéramos nada. El argumento que hay que mantener a gritos no es tal argumento, y la discusión que se tiene que llevar a cabo con insultos no merece seguirse.

Así que Pablo llega a la cima de sus consejos. Nos dice que seamos amables. Esta cualidad es la disposición de la mente que tiene tanto en cuenta los asuntos del prójimo como los propios. La amabilidad ha aprendido el secreto de mirar siempre hacia fuera, y no solamente hacia dentro. Pablo nos dice que perdonemos a los demás como Dios nos ha perdonado a nosotros. Así, en una frase, Pablo establece la ley de las relaciones personales: Debemos tratar a los demás como Jesucristo nos ha tratado a nosotros. Humanamente y en nuestras fuerzas es imposible, pero por el poder sobrenatural del Espíritu Santo que actúa en nosotros cuando obedecemos, puede cambiar nuestra actitud, y sólo cuando hemos experimentado en nuestra vida ese cambio, podemos dar testimonio. 

¡ Maranatha! 

miércoles, 17 de agosto de 2016

LA GENEROSIDAD CRISTIANA: LA SEMILLA DE FE


2 Corintios 9; 5 - 11

   Por tanto, tuve por necesario exhortar a los hermanos que fuesen primero a vosotros y preparasen primero vuestra generosidad antes prometida, para que esté lista como de generosidad, y no como de exigencia nuestra.
   Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará.
   Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre.
   Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra;  como está escrito:
 Repartió, dio a los pobres;
 Su justicia permanece para siempre  
   Y el que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia,
   para que estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad, la cual produce por medio de nosotros acción de gracias a Dios.

 La generosidad es la noble y afectuosa disposición de bendecir a otros dando libremente y sin escatimar.
El apóstol Pablo expresó con otras palabras esta conocida verdad: “El que siembra parcamente, parcamente también segará; y el que siembra liberalmente, liberalmente también segará”. Y puesto que esto es así, el apóstol concluye: “Que cada uno haga tal como lo ha resuelto en su corazón, no de mala gana ni como obligado, porque Dios ama al dador alegre”. (2 Corintios 9:6, 7.) Las personas pueden dudar en dar generosamente a Dios si temen no tener lo necesario para satisfacer sus propias necesidades. Pablo les asegura que Dios es capaz de suplir sus necesidades. La persona que da poco recibirá poco en recompensa. No permitas que la falta de fe te impida que des libre y generosamente. Nuestra actitud al dar es más importante que la cantidad que damos. No debemos sentirnos avergonzados si sólo pudimos dar una pequeña ofrenda, o una pequeña ayuda al necesitado. Dios está preocupado por cómo damos de los recursos que tenemos.
 Pablo continúa señalando a Jehová como ejemplo supremo de generosidad, pues además de proveer abundantemente la semilla al sembrador y pan para comer, también enriquece a los hermanos de Corinto “para toda clase de generosidad”, a fin de que sean generosos con los demás. Por eso, Pablo señaló que tales muestras de generosidad resultaron en “muchas expresiones de gracias a Dios”. (2Corintios 9:8-13.) Pablo enfatiza en la recompensa espiritual para aquellos que dan generosamente para la obra de Dios. No debiéramos esperar enriquecernos por medio de nuestras donaciones. Aquellos que reciben sus donaciones se alegrarán y orarán por usted. Al bendecir a otros usted mismo es bendecido.
Presta atención especialmente a las siguientes tres cosas mientras estudias este pasaje: Primera, Dios es quien hace que toda gracia abunde para ti, y quien te provee de todo lo que necesitas. Todas las cosas que son beneficiosas para nuestra vida provienen de las manos de Dios.
Segunda, a nosotros se nos da con suficiencia, aun «abundantemente» de manera que podamos hacer obras buenas. ¡Se nos bendice a fin de que seamos una bendición para otros! (Génesis 12:2). La palabra «suficiencia» significa «auto-satisfacción», «contentamiento» o «competencia», que son las señales del creyente cuya vida ha sido en verdad bendecida por estas cualidades, a medida que Dios le hace prosperar en todo.
 Y tercera, el Dios que puso en tu mano la semilla de la siembra es quien resuelve tus necesidades básicas, multiplica lo sembrado, te concede abundancia para que puedas compartirla con otros, y quien te hace crecer espiritualmente con amor, gozo, paz y todos los demás frutos del Espíritu Santo. Ofrendar generosamente cubre las necesidades materiales de otros, pero también se traduce en frutos espirituales.
¡Cuán grande es nuestro Dios! Con él no carecemos de nada. (Lucas 5:11-11 / Santiago 5:15-16)
Pablo recuerda a sus lectores que hay una ley espiritual que está obrando cuando se ofrenda. Primeramente la expresa en forma negativa y luego en su forma positiva. La cosecha se limita a la forma de sembrar. El cuadro en la parábola de Jesús es ineludible. Matemáticamente, sembrar escasamente tiene que resultar en una cosecha escasa. Si una espiga de trigo produce 40 granos, por cada semilla que no se siembra, el agricultor siembra un grano y pierde 39. Pero las matemáticas que se aplican cuando se siembra con generosidad son diferentes; se produce una cosecha abundante. El grano de trigo que se planta se reproduce para ser plantado nuevamente, multiplicado por 39. Buenas obras realizadas y grandes necesidades suplidas producen resultados increíbles en la vida del hacedor y del que recibe. Pero existen un peligro y una buena motivación para ofrendar que se puede corromper si se espera una recompensa equivalente (dar y hacerse rico). Las recompensas en el NT no contemplan una ganancia material. Sin embargo, hay riquezas prácticas en la tierra en términos de amor, amistad y otros recursos, pero la riqueza más importante es ser rico en nuestra relación con Dios. Aunque los regalos monetarios no se multipliquen en beneficio nuestro, muchas otras semillas sembradas sí regresan al sembrador muchas veces multiplicadas.
Sin embargo, el argumento que Pablo hace es cuantificar la cosecha en términos de la siembra: escasamente o con generosidad. Pablo establece los principios en cuanto a la generosidad:
(1) La persona generosa nunca pierde al final.
(2) La actitud del que da es de crucial importancia.
Dios ama a la persona que da con alegría. Deuteronomio 15:7-11 explica en detalle el deber de ser generosos con los pobres: “no endurecerás tu corazón ni le cerrarás tu mano a tu hermano necesitado… no tenga dolor tu corazón por hacerlo”. Y la promesa es: “te bendecirá Jehovah tu Dios en todas tus obras y en todo lo que emprenda tu mano”.

Pablo indica que es deseable que se proyecte y reflexione sobre las ofrendas, pero advierte en contra de que se haga con pesar. “Tristeza”  indica un espíritu mezquino, reacio a desprenderse de su dinero. Una fuente secular describe cuatro tipos de dadores:
(1) Un dador generoso que envidia lo que otros guardan para sí mismos.
(2) Uno que desea que otros den pero no él.
(3) Uno que desea dar y quiere que otros den es un hombre verdaderamente santo.
(4) Uno que no da y no desea que otros den es un hombre malvado.

 Dios es quien concede lo esencial y el espíritu correcto para dar, Deuteronomio  9:8-9
“Toda gracia”  se refiere a los dones de la gracia de Dios. La idea principal es que Dios suplirá nuestra necesidad y “en todas las cosas todo lo necesario”, no para nosotros mismos, sino con el fin de que abundemos en buenas obras. Todo lo que tenemos viene de Dios, y Dios tiene el derecho de usarlo para lograr buenas obras y para suplir las necesidades de los menos afortunados.

  El hombre justo en el AT era conocido por la forma de ayudar al necesitado. El Salmo 112 describe al “hombre que teme a Jehovah” (Job 112:9) este Salmo afirma que lo caracteriza el hecho de que “esparce” (es decir, siembra) y que “da a los necesitados”. Pablo espera que los corintios imiten este modelo en su respuesta a los pobres de Jerusalén.

  “Los frutos de vuestra justicia”  se refiere al apoyo a los santos en Jerusalén, que la ofrenda de los cristianos gentiles representa. Tal vez Pablo se refiere al futuro de Israel: que en la iglesia todos serían uno conforme Dios dirija su plan de salvación hacia su meta establecida (Romanos 11:30-32); que es la salvación completa de judíos y gentiles. El corazón de este versículo es la generosidad, ya que está claro que la gratitud a Dios es la respuesta del lector a la necesidad existente.


El concepto clave es: “ellos glorificarán a Dios… por vuestra liberalidad”; el recibir esta ayuda inspiraría a los judíos cristianos en Jerusalén a glorificar a Dios, haciéndolos conscientes de que la ofrenda había sido un acto de obediencia que demostraba la fe de los corintios. Es una confesión del evangelio de Cristo; es la generosidad de la cooperación de los gentiles con los creyentes de Israel.

Pablo también animó a los romanos a mostrar esta misma generosidad piadosa: “El que distribuye, hágalo con liberalidad”. (Romanos 12:8.) Tenemos que hacer todo el bien que podamos, unos a otros, y para provecho del cuerpo. Si pensáramos debidamente en los poderes que tenemos, y cuán lejos estamos de aprovecharlos apropiadamente, eso nos humillaría. Pero, como no debemos estar orgullosos de nuestros talentos, debemos cuidarnos, no sea que so pretexto de la humildad y la abnegación, seamos perezosos en entregarnos para beneficio de los demás. No debemos decir, no soy nada, así que me quedaré quieto y no haré nada; sino no soy nada por mí mismo y, por tanto, me daré hasta lo sumo en el poder de la gracia de Cristo. Sean cuales fueren nuestros dones o situaciones, tratemos de ocuparnos humilde, diligente, alegre y con sencillez, sin buscar nuestro propio mérito o provecho, sino el bien de muchos en este mundo y el venidero.

A los hebreos les escribió: “Además, no olviden el hacer bien y el compartir cosas con otros, porque dichos sacrificios le son de mucho agrado a Dios”. (Hebreos 13:16.) La mayoría hemos aprendido a fingir que amamos a los demás. Sabemos cómo hablar con bondad, evitando herir sentimientos y aparentando interés en los demás. Podemos aun fingir que nos llenamos de compasión cuando oímos de las necesidades de otros o de indignación cuando nos enteramos de alguna injusticia. Pero Dios nos llama a sentir el verdadero amor que va más allá de las emociones y conducta superficiales. El amor sincero requiere concentración, esfuerzo,  sacrificio, renuncia. Incluye hacer algo para que otros sean mejores. Demanda tiempo, dinero y participación personal. Ninguna persona tiene los recursos necesarios para amar a toda una comunidad; pero una iglesia, el cuerpo de Cristo en su ciudad, lo puede hacer. Piensa en personas que necesitan tu amor en acción y considera los medios que tienes y los demás miembros pueden usar para unirse y mostrar amor por su comunidad en el nombre de Cristo.

 Las congregaciones de Macedonia fueron un ejemplo sobresaliente de generosidad. Aunque eran pobres, contribuyeron “más allá de lo que verdaderamente podían hacer”, y eso hizo “abundar las riquezas de su generosidad”. (2Corintios 8:1-4.)

¿Puede un hombre perder haciendo aquello con que Dios se agrada? Él puede hacer que toda la gracia abunde para con nosotros, y que abunde en nosotros; puede dar un gran crecimiento de las buenas cosas espirituales y de las temporales. Puede hacer que tengamos suficiente en todas las cosas y que nos contentemos con lo que tenemos. Dios no sólo nos da bastante para nosotros mismos, sino además para que podamos suplir con ello las necesidades del prójimo, y esto debe ser como semilla para sembrar. Debemos mostrar la realidad de nuestra sujeción al evangelio por las obras de caridad. Esto será para mérito de nuestra confesión y para la alabanza y la gloria de Dios. Propongámonos imitar el ejemplo de Cristo, sin cansarnos de hacer el bien, y considerando que es más bienaventurado dar que recibir.

Bendito sea Dios por el don inefable de su gracia, por la cual capacita e inclina a algunos de su pueblo a dar a los demás, y a otros a estar agradecidos por ello; y bendito sea para toda la eternidad su glorioso nombre por Jesucristo, el don de valor inapreciable de su amor, por medio del cual estas y todas las otras cosas, que pertenecen a la vida y la piedad, nos son dadas gratuitamente, más allá de toda expresión, medida o límite.